Azul vivo - Ana Jiménez Cáceres - E-Book

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Ana Jiménez Cáceres

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Beschreibung

Los cetáceos son criaturas que llaman la atención de la gente y despiertan fuertes sentimientos de simpatía, por lo que resulta fácil guiar las opiniones al blanco o negro a través de esos afectos. Sin embargo, Azul vivo se detiene a pensar en frío y analizar la situación de los grises que rodean la polémica de los acuarios, exponiendo las diferencias entre los acuarios modernos y los que aún siguen métodos antiguos. Es una oportunidad de colaborar con la conservación de la naturaleza y el bienestar de los animales.

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Primera edición digital: octubre 2019 Colección New Generation

Coordinación: Antonio Rubio Director de la coleccion: Guillermo de Haro Campaña de crowdfunding: Equipo de Libros.com Ilustración de la cubierta: Clara Dies Valls Maquetación: Álvaro López y Nerea Aguilera Corrección: Juan F. Gordo Revisión: Laura Díaz Aguirre

Versión digital realizada por Nerea Aguilera

© 2019 Ana Jiménez Cáceres © 2019 Libros.com

[email protected]

ISBN digital: 978-84-17993-16-0

Ana Jiménez Cáceres

Azul vivo

En nuestras manos

Para Dolores y Antonio, por haber trabajado tantísimo; hoy pueden decir que tienen una nieta escritora.

Índice

 

Cubierta

Créditos

Portada

Introducción

1. De ayer a hoy

2.

Blackfish

3.

The Cove

4. De vuelta al océano

5. La nueva era de los acuarios en Rusia

6. Santuarios, reservas y centros de recuperación

7. De la mano de la experiencia

8. Las historias de las orcas

9. FAQs. Fuera los mitos

10. Carta a los zoos modernos

Agradecimientos

Mecenas

Contracubierta

Introducción

 

Existen representaciones de cetáceos, en el arte, más antiguas que el Imperio romano. Mosaicos en los que los delfines aparecen llevando al dios Eros en su lomo, vasijas griegas en las que nadan bajo los barcos e incluso un jarrón de dieciséis siglos antes de Cristo donde aparece un delfín, con su característica cola y rostro alargado, que nos observa con ojos muy abiertos. Llevamos milenos dejándonos llevar por la fascinación que nos despiertan estas criaturas.

Circulan leyendas acerca de cetáceos que han salvado a bañistas de tiburones. En algunos lugares del mundo pescadores y delfines, lejos de competir entre sí, se ayudan mutuamente. Por supuesto también está la imagen que el cine y las series nos forman sobre ellos. Toda nuestra cultura nos incita a verlos como animales especiales, algo que nos ha despertado la curiosidad suficiente como para descubrir maravillas sobre ellos, maravillas que cambiarían para siempre la forma que tenemos de entender a otros animales capaces de desarrollar vínculos emocionales y tener nombres propios entre ellos. Nuestra historia en el sentido más estrecho tiene poco más de siglo y medio de antigüedad, tiempo en el que hemos aprendido mucho sobre qué hacer y qué no hacer, pero aún en el presente queda mucho camino por recorrer.

Marco histórico

En 1860, el Barnum’s American Museum en Nueva York albergó cetáceos en cautividad por primera vez. Eran belugas, conocidas popularmente como ballenas blancas, y se mantenían en una pobre instalación sin iluminación natural. Los animales fallecieron en un incendio ante la imposibilidad de ser evacuados en 1865, solo cinco años después de ser capturados. Hasta 1938 no llegarían los delfines al primer acuario del mundo, el actual Marineland of Florida. Aunque nos cueste creerlo, en aquel momento no se tenía una idea real de la inteligencia de los animales, ni la intención de la captura fue entrenarlos para que realizaran un show. La capacidad de aprendizaje de los animales fue descubierta posteriormente por las personas encargadas de cuidar de ellos, quienes se dieron cuenta del interés de los cetáceos por la interacción y el juego, y el parque comenzó a ofrecer oportunidades a la industria cinematográfica que propulsaron la popularidad de los mismos.

En la década de 1960 llegaría a las pantallas de gran parte del mundo occidental Flipper, y fue entonces cuando muchísimos delfinarios comenzaron a abrir sus puertas en América y Europa. Mucho ha llovido desde entonces y hoy en día las leyes para mantener cetáceos en cautividad cada vez son más estrictas, tanto que algunos países han llegado a prohibir su mantenimiento en zoos por completo.

Paralelamente, la historia de las orcas en cautividad se desarrolló de forma desastrosa. La primera captura, en 1961, se dio en Canadá, de mano del acuario Marineland of the Pacific (a día de hoy cerrado y no relacionado con el Marineland of Florida). Fue una hembra moribunda y solitaria que vivió apenas dos días. La segunda captura no fue planificada; el Vancouver Aquarium quería exhibir una orca disecada en el museo y decidieron ir a cazar, pero tras varios intentos fallidos acabaron por capturar al animal y llevarlo a la base militar de Jericó, donde vivió desde el 16 de julio de 1964 hasta el 9 de octubre del mismo año. La llamaron Moby Doll, y vivió en un corral de redes donde la comunidad científica pudo estudiar una orca viva de cerca por primera vez en la historia. Sin embargo, los escasos conocimientos sobre sus necesidades (en los primeros instantes incluso le ofrecieron carne de caballo para comer en lugar de pescado) y las pobres condiciones de higiene de su instalación hicieron que viviera apenas tres meses.

No hubo ningún intento de entrenar a Moby Doll, y se sabía tan poco sobre las orcas en aquel momento que no fue hasta su necropsia —la autopsia que se practica a animales— cuando se supo que era en realidad un macho. La tendencia de entrenar a estos animales para realizar shows vino con Namu, una orca macho de la Columbia Británica que, tras ayudar a una cría a salir de un entramado de redes de pesca, decidió quedarse dentro él mismo. Ted Griffin, por aquel entonces dueño del Seattle Marine Aquarium, hizo un trato con los pescadores y compró al animal.

Namu también vivió en un corral de redes y fue la primera orca en ser entrenada para realizar espectáculos. Ted Griffin nadaba con él, lo alimentaba e incluso se filmó una película en la que aparecía el animal. Tras un año en el que Namu convivió sin problemas con humanos, murió, presumiblemente también por culpa de la precariedad de la instalación.

Ted Griffin incluso había capturado una orca hembra para que le hiciera compañía el 31 de octubre de 1965, pero tuvo que vendérsela a otro acuario al ver que no se llevaban bien. Esta orca fue la famosa Shamu, cuyo nombre hizo mundialmente famoso al acuario SeaWorld. ¿Qué tuvo de especial Shamu? Algo tan sencillo como batir récords de supervivencia en cautividad en un momento en el que los animales de esta especie duraban poco y eran considerados grandes desconocidos. Durante seis años esta orca hizo las delicias de los visitantes del parque de San Diego, tanto que decidieron seguir usando su nombre como «nombre artístico» durante muchas décadas más para el resto de las orcas. Shamu se convirtió en una marca.

Pero Griffin no se detuvo ahí. En 1967 llevó a cabo la primera captura comercial, es decir, por primera vez se trató de un proyecto a gran escala, planificado específicamente para vender las orcas a otros acuarios. Esto daría paso a una era en la que se capturarían por muchos años con gran descontrol y los animales se mantendrían en condiciones deplorables, en parte por falta de experiencia y conciencia, en parte porque era más fácil capturar más animales si los que había en el acuario morían.

La primera orca en llegar a Europa fue Tula, un macho adquirido por Dolfinarium Harderwijck en Holanda. Solo sobrevivió durante tres meses en el año 1968. Con su caso quedó demostrado que tampoco resulta nada fácil transportar a estos animales de un lado a otro, y menos en un vuelo transatlántico. No sería hasta 1970 cuando Marineland Côte d’Azur abriría en Antibes, Francia, y lograría mantener a esta especie a más largo plazo. El mismo año abrió el primer parque con orcas en Japón, Kamogawa Sea World, iniciando también muchas tendencias en Asia. Cabe destacar que ni el parque francés está relacionado con los parques homónimos mencionados anteriormente, ni el parque japonés lo está con la empresa americana de SeaWorld. La originalidad con los nombres tampoco era el punto fuerte de los parques.

También en 1970 tuvo lugar la mayor captura de orcas de la historia. Unos cien animales fueron acorralados y aunque no todos fueron capturados, el estrés al que se sometió a los que lograron librarse provocó la muerte de algunos de ellos. Se tuvo que tocar este extremo para que en 1975 Canadá prohibiera por fin la captura de cetáceos con fines comerciales en la Columbia Británica, una normativa sin precedentes en todo el mundo y que hoy en día es la norma en los países occidentales.

El avance fue tremendamente lento durante estas décadas. Incluso cuando en 1977 nació la primera orca viva en cautividad —anteriormente hembras capturadas habían dado a luz crías muertas—, esta no logró sobrevivir ni un mes. Sucedió en Marineland of the Pacific, que tenía una pareja de orcas (el macho Orky II y la hembra Corky II) que habían logrado reproducirse con éxito. De nuevo el diseño precario de las instalaciones pudo ser determinante en este caso: una piscina completamente circular que no permitía a los animales nadar en líneas rectas dificultaba que Corky diera de mamar a su cría —deben estar en movimiento constante para esto, al menos los primeros meses—. La misma pareja tendría tres crías vivas más en el mismo parque, sin que ninguna sobreviviera más de unos meses.

Un año después, en 1978, comenzaría el cambio en los parques de SeaWorld: adquirieron orcas de captura directa por última vez, e irónicamente, Japón empezaría las capturas —de orcas— por su cuenta en la infame localidad de Taiji. La empresa americana revolucionó la forma de entender y construir las instalaciones para esta especie cuando en 1984 inauguró los nuevos hábitats, que multiplicaban varias veces el volumen de los antiguos. El 26 de septiembre de 1985, en SeaWorld Orlando, finalmente nació una cría de orca que sobreviviría hasta la edad adulta y tendría su propia descendencia. Su nombre era Kalina, y la noticia dio la vuelta al mundo. Comenzaba una nueva era en la que los grandes parques dejaron completamente de lado las capturas.

El cambio de mentalidad se extendía, y gracias a ello, Islandia prohibió las capturas en sus aguas cuatro años después. Tras la prohibición canadiense, este país se había vuelto un lugar recurrente en el que capturar sin control: algunas orcas famosas que salieron de aquí fueron Keiko (más conocido como Willy, capturado en 1979), Ulises (la primera orca en llegar a España y célebre por su estancia en el zoo de Barcelona, capturado en 1980) o Tilikum (capturado en 1983, cuya historia apareció en la película Blackfish).

Mucho ha llovido desde las décadas en las que los animales se transportaban de un acuario a otro pasando muchas horas en seco, o desde que los animales se movían entre parques que solo abrían durante los meses de primavera y verano (como era el caso del hoy cerrado SeaWorld Ohio, de la empresa americana que tenía los otros tres parques en California, Texas y Florida) y después volvían a los parques que funcionaban durante todo el año. También quedan atrás las fotografías de los animales descansando sobre el fondo de piscinas vacías mientras sus cuidadores limpiaban las paredes de los tanques, ya que los sistemas de filtración eran muy rudimentarios para tales volúmenes y los equipos de buceo caros y difíciles de utilizar para gente sin experiencia. No se requería demasiada formación para trabajar con los animales allá por los años setenta, algo que es impensable hoy en día, al menos en la mayor parte de Europa y América.

Mirar a los parques asiáticos en la actualidad es como mirar atrás en el tiempo. Siguen capturando animales, siguen creando instalaciones diminutas, siguen empleando metodologías anticuadas para entrenar. Aunque haya excepciones, estas no parecen haber creado modelos para los otros parques, como ha ido ocurriendo en Occidente. Y gran parte de la culpa se la lleva el turismo irresponsable en países que no se caracterizan por la modernidad de sus zoológicos y acuarios, porque estos parques siguen recibiendo visitantes a pesar de las condiciones en las que están sus animales, tanto del propio país como extranjeros en busca de recuerdos exóticos.

También existen entidades en Occidente que van al límite con las leyes y mantienen instalaciones más propias del siglo pasado, pero el proceso es el inverso. Son cada vez menos comunes, menos populares. Y como turistas responsables, es nuestra obligación contribuir a esta modernización para que todas las prácticas que pongan en riesgo el bienestar de los animales pasen definitivamente a los libros de Historia.

A pesar del duro camino que hubo que recorrer para avanzar tanto, los logros que se alcanzaron no fueron solo de cara a mejorar las condiciones de vida de los cetáceos en zoos, sino la visión que la sociedad tenía de ellos. Antes de Namu y Shamu, las orcas eran vistas como asesinas sedientas de sangre e incluso la Marina las empleaba como blancos de prácticas. Hoy sabemos que viven en sociedades complejas, que se reconocen entre sí empleando nombres y que tienen sus propios dialectos y si surgiera la noticia de que un grupo militar ha empleado una manada de cetáceos como blanco de prácticas se trataría de un verdadero escándalo.

El entendimiento científico que tenemos de los animales también se ha construido, en mayor parte, gracias a su estancia bajo el cuidado humano. Casi ninguna especie de cetáceo ha sido grabada dando a luz en estado silvestre, pero además sería imposible conocer parámetros como el desarrollo del feto o el aprendizaje paso a paso de los animales en plena naturaleza, no solo por la dificultad de documentar todo esto, sino por puras imposibilidades logísticas: no se puede seguir a los animales salvajes veinticuatro horas al día, todos los días del año.

Algunos de estos estudios han ayudado a proteger a las poblaciones naturales, por ejemplo, estudiando cómo el ruido les afecta y determinando el rango de audición normal de los animales sanos. Cómo ciertos tipos de contaminantes afectan a su supervivencia o determinan la cantidad de alimento que necesitan, también han servido para elaborar leyes de protección. Por todo esto, debemos colocar todos los hechos que nos han traído hasta el presente de los acuarios modernos en una balanza y además prestar especial atención a los que tienen un peso positivo en esta historia, para no repetir los errores del pasado y fomentar que estos factores sean los que caractericen a las entidades zoológicas del futuro.

1. De ayer a hoy

 

Cada faceta que encontramos hoy en un zoo moderno y no encontraríamos en uno chapado a la antigua, es una lección aprendida, a menudo tras una gran cadena de fracasos. Las necesidades de cada especie tienen sus propios matices y algunos son difíciles de imaginar. Tantas cosas han cambiado que sería complicado que las primeras personas en trabajar en acuarios los imaginaran a día de hoy.

Las instalaciones

Las orcas no pueden dar de mamar a sus crías en tanques que sean completamente circulares. Necesitan curvas abiertas o líneas rectas, donde el movimiento es más fluido y se requiere menos energía, ya que las recién nacidas no tienen una gran habilidad motora más allá de lo imprescindible para sobrevivir. En delfines ocurre de forma similar, pero al ser de menor tamaño que sus primas evolutivas se adaptaron mejor en un primer momento.

El tamaño es importante, pero no lo es todo. En la actualidad los hábitats tienden a construirse incluyendo cada vez más diversidad e ingenio para que los animales interactúen con su entorno: no se trata de que los tanques sean mejores a base de profundidad, sino que existan profundidades variables que enriquezcan el entorno de los individuos; tampoco que la superficie sea mejor cuanto mayor sea, sino que el espacio esté aprovechado incluyendo estructuras que les sirvan a los animales para jugar o curiosear, estimulando su físico y su mente. Una instalación muy profunda y muy extensa que tenga paredes y fondos desnudos, sin cristaleras ni puntos de apoyo o anclaje para elementos de enriquecimiento ambiental, es una instalación mal diseñada que no hará más felices a los animales.

El enriquecimiento ambiental es precisamente un punto clave para mantener el bienestar de los animales en zoos modernos: actividades que les permitan desarrollar sus comportamientos naturales, estar ocupados física y mentalmente. Esto puede ir desde los típicos juguetes (pelotas, barriles flotantes…) hasta objetos curiosos para ellos (como espejos) pasando por formas creativas de alimentar a los animales (como dispositivos que liberen alimento al ser agitados). En el ámbito profesional se conoce a los objetos que participan en estas actividades como EEDs: Environmental Enrichment Devices, o dispositivos de enriquecimiento ambiental, y todas las instalaciones construidas de ahora en adelante deberían incluir estructuras que facilitaran su uso en mayor o menor medida. La creatividad de las propias personas al cargo de cuidar a los mamíferos marinos en zoos ha permitido desarrollar este ámbito y aprovechar estructuras antiguas para actividades enriquecedoras, por ejemplo, muchos animales parecen disfrutar de los juegos con pegatinas en la cristalera.

En la actualidad, aún quedan muchos parques que deben modernizar sus instalaciones en este sentido; si bien el ambiente se puede enriquecer sin realizar obras, las piscinas de fondos lisos han de quedar en el pasado. Es cierto que el paso del tiempo hace que los animales se acostumbren a la morfología de las instalaciones y estas dejen de resultar tan enriquecedoras como al principio (por eso es importante variar las piscinas que ocupan a determinados momentos del día y las actividades que hacen en ellas), pero el entorno es también una herramienta para educar al público: escenificar el Ártico, el Caribe o la rocosa Islandia permite a la gente asociar a cada especie con su ecosistema. La limpieza de estos hábitats es más complicada pero no imposible y en cualquier caso la naturalización de las instalaciones repercute positivamente tanto en los animales como en la forma de educar al público que asiste a verlos. Además, tampoco se puede pretender que el agua esté estéril y la presencia de algunas algas y bacterias en ella resulta incluso beneficiosa: un medio en el que no prospera ningún tipo de microorganismo deprime el sistema inmune de los animales, propiciando que si alguna vez coge una infección, esta sea mucho más grave al no tener defensas con las que combatirlas.

De nuevo, mirar a muchos acuarios de Asia en este sentido equivale a mirar al pasado. Para limpiar los tanques, estos se drenan por completo y debido al tamaño reducido de los mismos, los animales deben permanecer horas sobre el suelo de la piscina como si estuvieran varados, hasta que se termine el trabajo de limpieza. Afortunadamente, el funcionamiento de los sistemas de mantenimiento también ha cambiado. En el presente existen muchos más métodos para que el agua permanezca limpia y libre de bacterias, la concentración de cloro es incluso menor que la del agua del grifo que bebemos, y se están popularizando métodos inocuos para los animales como la radiación ultravioleta, que mata a las bacterias sin dejar productos peligrosos en el agua. Cuando es posible, los acuarios prefieren tomar agua salada natural, filtrarla antes de incorporarla a las piscinas y filtrarla de nuevo antes de devolverla al mar, lo que ha hecho que muchos parques estén devolviendo al océano agua más limpia de lo que la tomaron, limpiando de ella mucha suciedad de origen humano.

Por supuesto, el agua salada también se puede generar artificialmente a partir de agua dulce de cualquier origen, pero se trata de un proceso que tiene cierto coste y resulta «gratuito» solo si el zoológico es costero. Para poner en funcionamiento los sistemas de filtrado con arena o incluso los sistemas de refrigeración de agua, algunas entidades están comenzando a emplear energía solar, especialmente cuando se trata de enfriar el hábitat para animales como pingüinos o morsas en acuarios situados en países cálidos. Como este método no solo ahorra emisiones de CO2 a la atmósfera sino también dinero al zoo, es probable que se extienda su uso por aquellas zonas donde es posible.

Si algo está claro es que las instalaciones inevitablemente llaman muchísimo la atención del público y su aspecto es un punto de extrema relevancia en los zoos modernos. Aunque estos no deben enfocarse solo en parecer espectaculares a los ojos de las visitas: la prioridad es que sean adecuadas a los animales y que faciliten el trabajo de los equipos que cuidan de ellos, como ya escribió Gerard Durrell en su día. Esto no tiene por qué entrar en conflicto con la posibilidad de educar a las personas que acuden al zoo, pero no se puede presentar a los animales como sirvientes al servicio del entretenimiento y por eso se debe hacer entender a los visitantes que por circunstancias varias, un espécimen puede no estar visible en determinados momentos del día —por ser nocturno, por ejemplo— o no realizar ningún comportamiento llamativo mientras se le observa —porque recordemos que la tendencia a ahorrar energía es importante para los animales silvestres y no puede ser arrancada de su instinto como si nada—.

El público también tiene su parte de responsabilidad a la hora de cuidar los hábitats de los animales. Pareciera que conductas como no arrojar basura, no dar de comer a los animales o no hacer ruido para provocarles fueran algo básico, pero a menudo el trabajo de los equipos educativos de los zoos, que generalmente dan charlas sobre naturaleza, acaba siendo regañar a visitantes maleducados. En otros casos, la palabra más adecuada es «imprudencia», y por supuesto circulan en internet las fotos de personas que aúpan a sus hijos por encima de los límites marcados de la instalación o de los propios adultos tratando de acariciar animales. Estas conductas ponen en peligro a todos los que participan en ellas, tanto de forma voluntaria (las personas que los inician), como involuntaria (los animales que ocupan la instalación). Afortunadamente se trata de casos minoritarios con respecto al total de visitantes e incluso algunos zoos han podido implementar programas de inmersión en los que se puede compartir el mismo espacio que los animales, eso sí, sin tocarlos ni darles nada de comer.

El trato a los animales

Es muy sencillo manipular imágenes para que un individuo nos parezca triste y deprimido en una fotografía o un vídeo corto. Sin embargo, rara vez podremos ir más allá con una muestra tan sesgada de la vida de un animal, y por eso debemos prestar atención a otros factores que se tienen en cuenta a día de hoy para evaluar su salud mental: la expresión de comportamientos naturales que indiquen estrés bajo, como medidas indirectas (lenguaje corporal, ingesta normal de alimento, interacciones sociales normales, reproducción) o los análisis de hormonas relacionadas con el estrés como medidas directas.

En 2013, Shelby Proie midió estas hormonas[1] en orcas, belugas y delfines mulares residentes en zoos modernos y comparó sus niveles con los de cetáceos silvestres, obteniendo un resultado que sorprendió a mucha gente pero que en realidad era de esperar dadas las circunstancias: la tendencia general era que los animales bajo el cuidado humano tenían niveles más bajos de cortisol, una hormona relacionada con el estrés.

Se trata de algo lógico, puesto que los animales de esos parques tenían la comida asegurada todos los días, no competían con otras especies por ella ni debían huir de depredadores varios, o soportar el ruido de grandes embarcaciones de forma constante. No hay veterinarios en la naturaleza ni vivir «en libertad» es un paraíso eterno: para sobrevivir hay que luchar y a menudo, se pierde. Entendiendo esto, los resultados del estudio son mucho más comprensibles, pero ¿qué sucedería si midiéramos el cortisol de los animales que viven en muchos zoos anticuados? ¿Y el de los animales capturados recientemente?

Los niveles probablemente se dispararían muy por encima de los de los animales silvestres en condiciones normales, y esto nos ha hecho aprender otra lección: capturar animales y mantenerlos en malas condiciones afecta a su bienestar, pero además desmonta todos los pilares de los zoos modernos: un espécimen estresado no puede ser empleado para investigar —más allá de algo que tenga que ver con el estrés—, ya que los resultados no serían fiables, y tampoco puede ayudar a educar a la gente, puesto que da una idea equivocada de cómo deben mantenerse los animales.

La vida salvaje no es el paraíso que pintan las revistas de turismo de naturaleza. Tenemos una idea muy romántica del océano y, en definitiva, de la «libertad»: un concepto muy necesario para la vida de los seres humanos modernos, pero que no encaja en las prioridades de los animales. Ellos no tienen extensos territorios o migran por el placer de viajar, sino que lo hacen para sobrevivir. Recorrer largas distancias conlleva un gasto de energía que no saben si recuperarán, por eso apenas se mueven si tienen comida y buenas condiciones en el lugar en el que estén.

De hecho, los instintos migratorios se disparan en función de factores estrechamente relacionados entre sí: el fotoperiodo (la duración del día y la noche), la temperatura y la disponibilidad de alimento. No se trata de viajes de placer, y pintarlos como tal nos hace caer en la antropomorfización: otorgamos a los animales características y capacidades humanas, nos proyectamos a través de ellos creyendo que lo que queremos como humanos es lo que ellos querrían también. Es un clásico argumento anti-zoo el «¿cómo te sentirías si estuvieras toda tu vida en el mismo sitio? Es como una cárcel», pero realmente esta «empatía» es un falso argumento antropocentrista: no debemos asumir que los animales tienen nuestras mismas necesidades o capacidades cognitivas, sino estudiar específicamente en cada caso qué es lo que les hace mantener niveles altos de bienestar.

Los profesionales al cargo tampoco son lo que eran. Antaño casi cualquiera podía optar a trabajar directamente con animales en un zoo, mientras que a día de hoy se necesita formación específica que va desde carreras universitarias y másteres hasta cursos específicos impartidos por los propios profesionales que trabajan ya en los acuarios. Es difícil imaginar cómo una persona que no ama a los animales pasaría por tanto esfuerzo para acabar precisamente trabajando con ellos en un día a día que a menudo resulta agotador. No son puestos que se tomen por dinero tampoco.

¿Existen casos de maltrato animal en zoos occidentales? Es difícil implementar medidas que funcionen al 100 % en cualquier ámbito, pero las técnicas de la «vieja escuela» de privar a los animales de alimento si no hacen lo que se les pide han quedado atrás. Los animales se entrenan mediante refuerzo positivo y cuando no responden adecuadamente, simplemente se ignora su conducta en lugar de premiarse o castigarse.

Esto quiere decir que un animal aprende a responder a señales de los cuidadores asociándolas a un estímulo positivo que puede ser comida, una caricia, un juguete, etc., y aprende qué otras conductas no son deseables cuando existe una ausencia de estímulo positivo. La cantidad y variedad de alimento que toma cada día depende de parámetros veterinarios (edad, tamaño, época del año, estado de salud, si está gestando o amamantando, etc.) y no del nivel de respuesta que tenga hacia los cuidadores. Si en un momento dado no realiza el ejercicio que le piden, no recibirá comida a cambio, pero una vez haya acabado la sesión de entrenamiento, esa ración se añadirá igualmente a su dieta.

Otro aspecto importante de estas situaciones es que no se obliga a los animales a participar en tareas. Si deciden que no quieren realizar lo que les piden sus cuidadores, estos no pueden hacer nada al respecto más que pasar a otra tarea diferente y en caso de nuevo negativo, simplemente dejar tranquilo al animal. Ellos son conscientes de esto y no faltan los vídeos por internet en los que aparecen shows cancelados porque uno o varios miembros de la manada se niegan a participar y el resto los sigue; el día a día de la propia manada, sus cambios jerárquicos, interacciones sociales y preferencias no pueden ser pasadas por alto. Por esto la clave para entrenar a los cetáceos y otras especies es crear una motivación y un ambiente ameno, y no obligarlos a base de privación.

Entrenar a un animal como un delfín a base de hambre no es una buena idea: pueden frustrarse, volverse agresivos y en definitiva lo pasan mal, cosa que a las personas que dedican su día a día a ellos tampoco les gusta. Además, la comida no debe ser el único incentivo para llevar a cabo el comportamiento pedido, en la actualidad se emplean juguetes y caricias como premio y los animales lo encuentran agradable o se negarían a participar en los shows. Motivar a delfines u orcas para ello con diversas propuestas cambiantes resulta mucho más gratificante para ambas partes y repercute positivamente en su bienestar.

Estas técnicas en realidad sirven para entrenar a cualquier animal, no solo aquellos que gozan de fama por ser inteligentes. El New England Aquarium trabaja con nada más y nada menos que langostas[2] de esta forma. También se han entrenado peces para que participen voluntariamente en exámenes veterinarios y precisamente estos últimos procedimientos son muy importantes para ellos, ya que no resultan estresantes a los animales, que, en lugar de relacionar al equipo veterinario con pinchazos, lo relacionan con comida, carantoñas o juegos.

Sin ir más lejos, lo más adecuado para enseñar también a las mascotas que tenemos en casa sería este sistema. No es necesario pegar a nuestros perros y gatos cuando muerden o arañan jugando, basta con detener el juego por un momento y mostrarnos serios mientras los ignoramos.

La procedencia de las especies en cautividad

Si los animales capturados se quedan fuera de las posibilidades de los zoos modernos, ¿de dónde salen los que vemos en ellos? Es cierto que siguen quedando algunos que fueron capturados durante el siglo pasado, pero en la Unión Europea y gran parte del continente americano es ilegal desde hace muchos años capturar animales con fines comerciales. En la actualidad, los zoos tienen sus propios programas de cría que además han permitido investigar la naturaleza reproductiva de cientos de especies.

En función de las necesidades de los individuos, estos pueden trasladarse de una entidad zoológica a otra, pero esto no es una operación fácil, precisa mucho papeleo y documentación además de un despliegue logístico enorme en el caso de especies grandes o difíciles de transportar como algunos mamíferos marinos. Todo esto hace que sea imposible que un zoo pueda capturar un animal en estado silvestre y colocarlo en sus instalaciones como si nada, ya que cada individuo debe estar identificado ante el Gobierno del país.

Actuar como refugio de biodiversidad brinda también segundas oportunidades en la vida a animales rescatados de la naturaleza o del tráfico de especies, uno de los problemas más graves para la conservación. Muchos de ellos no sobrevivirían en la naturaleza pero pueden hacerlo bajo el cuidado humano, y sus historias sirven para inspirar ideas conservacionistas en los visitantes como personas de a pie. Es el caso del delfín mular Winter, que inspiró una película tras ser rescatada siendo un bebé por el Clearwater Marine Aquarium. Sin cola no podría sobrevivir en estado silvestre pero puede concienciar a la gente sobre lo peligroso que es dejar aparejos de pesca a la deriva. Otro ejemplo similar sería el de Helen, el delfín de flancos blancos del Pacífico que vive en el Vancouver Aquarium, rescatada de una situación parecida. Muchos animales marinos se enredan en objetos que dejan los humanos. En ocasiones no podemos controlar su procedencia directamente (como las redes de pesca) pero en otras sí: elementos reciclables, miles de objetos desechables hechos con plástico y otros materiales no biodegradables.

La decisión de a dónde van a parar esos animales que se rescatan, por ejemplo, tras un varamiento o una incautación, no corresponde a los zoos en los que finalmente se quedan, sino a agencias gubernamentales o comités científicos que estudian la situación del animal. Se evalúan una serie de criterios para considerar si el animal sería capaz de sobrevivir en la naturaleza: la edad a la que fue rescatado, si tiene secuelas permanentes o que necesiten tratamiento, si muestra interés por cazar y alimentarse por sí solo, el tiempo que ha pasado en cautividad para rehabilitarse… Y en función de estos se concluye si puede volver al medio o no. Esta evaluación es realizada por equipos veterinarios independientes y en ningún caso por el personal del acuario, que aunque debe tener un seguimiento de todos esos parámetros para controlar la salud del animal, también debe permitir que otros veterinarios los comprueben por su cuenta.

La infame caza de delfines de Taiji, que en realidad mata muchos más delfines de los que captura, surte a acuarios de toda Asia a precios baratos con una diversidad de especies considerable, pero no puede vender esos animales a zoos modernos por las leyes de los países en los que se encuentran y porque tampoco existe tal interés. En Europa, los delfines mulares se reproducen de forma tan exitosa que ha sido necesario construir nuevas instalaciones para albergar a más de ellos y en la actualidad el control de la natalidad se ha vuelto necesario, estudiando cuidadosamente cuándo se reproducen los animales para que no haya problemas de espacio o atención.

Las capturas no solo son crueles, sino que afectan al ecosistema en el que tienen lugar, puesto que tienen el mismo efecto que la caza al eliminar a los animales del medio. Esto es problemático porque los animales se encuentran dentro de una red trófica, es decir, se alimentan de ciertos animales o son la comida de otros y la supervivencia de todos está interrelacionada. En última instancia, este es el mayor problema de las capturas puesto que no afecta a una serie de individuos sino a toda la biodiversidad, al conjunto de seres vivos que habitan en el ecosistema.

En cambio, los programas de rescate y rehabilitación de animales tienen efectos positivos, bien porque en parte se contrarresta el daño antropogénico —por ejemplo, cuando se ayuda a especies afectadas por vertidos— o bien porque aquellos animales rescatados que morirían de todas formas en el medio, sirven para concienciar a la gente sobre la importancia de responsabilizarse de sus actos. Además, las propias poblaciones de animales que viven en los zoos se ven beneficiadas por la presencia de individuos nuevos que no estén emparentados con ellos y de esta forma mantener programas de cría sanos.

Quizás una de las posibilidades menos conocidas que ofrecen los zoos modernos son las segundas oportunidades a mascotas exóticas. En la era de internet se populariza la compra de coloridas aves, peces que terminan por crecer demasiado, o voraces tortugas a las que muchas personas creen que hacen un favor «liberándolas» en el río local.

Cuando un animal se habitúa a depender de los humanos para comer, socializar y encontrar refugio, sus posibilidades en la naturaleza son nulas, pero a medida que crecen o desarrollan su carácter de adultos pueden ser imposibles de mantener en hogares normales. Al «liberar» a los animales, o bien los especímenes mueren al poco de su suelta, o bien sobreviven y se convierten en especies invasoras que pueden llegar a provocar graves daños, como bien sabemos en Europa por lo sucedido con el cangrejo americano o en Australia con especies que van desde conejos hasta sapos.

Educar al público de cara a informarnos sobre las mascotas que queremos tener, su procedencia y sus necesidades es un punto clave, así como disuadirlo de la adquisición de especies exóticas que requieren una gran inversión de tiempo, dinero y muchísima experiencia para garantizar su bienestar. Visitantes de muchos zoos se llevan verdaderas sorpresas cuando se les cuenta que algunos de sus habitantes —que pueden ir desde tigres a inmensos reptiles como los varanos— provienen precisamente de particulares encaprichados con mascotas poco convencionales. Gran parte de la culpa recae sobre la circulación de vídeos de cualquier especie que nos podamos imaginar siendo acariciadas por humanos, sin contexto alguno, y que tan adorable nos parece. ¿No deberíamos preguntarnos qué hace un mamífero tropical como el loris en una casa, cuando está catalogado como especie en peligro de extinción por multitud de agencias internacionales? ¿Por qué no nos llama la atención que alguien grabe un vídeo jugando con un cachorro de tigre en un jardín, de dónde ha salido ese animal? Aún queda mucho por educar en este ámbito.

La educación

Es importante que estas entidades inviertan dinero de forma directa en la preservación de la biodiversidad, pero esto no puede quedarse ahí. Educar al público lo hace partícipe de esa actividad y eso puede tener un impacto mucho mayor, además de retroalimentar ese interés en la naturaleza. Las acciones cotidianas de las personas de a pie a lo largo de todo el planeta pesan mucho más en la prevención de la pérdida de ecosistemas de lo que parece a primera vista.