Bajo aguas oscuras - Robert Bryndza - E-Book
SONDERANGEBOT

Bajo aguas oscuras E-Book

Robert Bryndza

0,0
8,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 8,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Tú no lo ves…, pero él a ti sí Cuando la detective Kate Marshall encuentra el cuerpo sin vida de un joven en el embalse de Shadow Sands, las autoridades califican el suceso como un «trágico accidente». Sin embargo, algo no cuadra. ¿Qué hacía allí en mitad de la noche? ¿Y cómo pudo ahogarse si era campeón de natación? Pronto, las pruebas llevarán a Kate y a su socio, Tristan Harper, hasta un descubrimiento mucho más oscuro: la víctima de Shadow Sands es solo la última de una serie de misteriosas muertes que se remontan décadas atrás y que guardan relación con un asesino legendario que se oculta entre la niebla del embalse. Poco después, otra mujer desaparece, y Kate sabe que solo es cuestión de tiempo que el asesino vuelva a matar, por lo que deberá actuar rápido para evitarlo. Lo que Kate desconoce es que el escurridizo asesino en serie al que persigue no es el único que va un paso por delante de ella: alguien más intenta asegurarse de que los secretos de Shadow Sands permanezcan ocultos bajos sus aguas oscuras. El fenómeno del thriller internacional que lleva más de tres millones de ejemplares vendidos

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 453

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Gracias por comprar este ebook. Esperamos que disfrute de la lectura.

Queremos invitarle a que se suscriba a lanewsletterde Principal de los Libros. Recibirá información sobre ofertas, promociones exclusivas y será el primero en conocer nuestras novedades. Tan solo tiene que clicar en este botón.

Bajo aguas oscuras

Robert Bryndza

Serie Kate Marshall 2
Traducción de Auxiliadora Figueroa para Principal Noir

Contenido

Portada

Página de créditos

Sobre este libro

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Capítulo 35

Capítulo 36

Capítulo 37

Capítulo 38

Capítulo 39

Capítulo 40

Capítulo 41

Capítulo 42

Capítulo 43

Capítulo 44

Capítulo 45

Capítulo 46

Capítulo 47

Capítulo 48

Capítulo 49

Capítulo 50

Capítulo 51

Capítulo 52

Capítulo 53

Capítulo 54

Capítulo 55

Capítulo 56

Capítulo 57

Capítulo 58

Epílogo

Carta del autor

Agradecimientos

Sobre el autor

Página de créditos

Bajo aguas oscuras

V.1: abril de 2022

Título original: Shadow Sands

© Raven Street Limited, 2020

© de la traducción, Auxiliadora Figueroa, 2022

© de esta edición, Futurbox Project, S. L., 2022

Todos los derechos reservados.

Diseño de cubierta: Taller de los Libros

Imagen de cubierta: Lolostock | Shutterstock

Publicado por Principal de los Libros

C/ Aragó, 287, 2º 1ª

08009 Barcelona

[email protected]

www.principaldeloslibros.com

ISBN: 978-84-18216-47-3

THEMA: FH

Conversión a ebook: Taller de los Libros

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley.

Bajo aguas oscuras

Tú no lo ves…, pero él a ti sí

Cuando la detective Kate Marshall encuentra el cuerpo sin vida de un joven en el embalse de Shadow Sands, las autoridades califican el suceso como un «trágico accidente». Sin embargo, algo no cuadra. ¿Qué hacía allí en mitad de la noche? ¿Y cómo pudo ahogarse si era campeón de natación? Pronto, las pruebas llevarán a Kate y a su socio, Tristan Harper, hasta un descubrimiento mucho más oscuro: la víctima de Shadow Sands es solo la última de una serie de misteriosas muertes que se remontan décadas atrás y que guardan relación con un asesino legendario que se oculta entre la niebla del embalse. 

Poco después, otra mujer desaparece, y Kate sabe que solo es cuestión de tiempo que el asesino vuelva a matar, por lo que deberá actuar rápido para evitarlo. Lo que Kate desconoce es que el escurridizo asesino en serie al que persigue no es el único que va un paso por delante de ella: alguien más intenta asegurarse de que los secretos de Shadow Sands permanezcan ocultos bajos sus aguas oscuras. 

«Con una trama perfecta, este thriller ofrece giros inesperados y un final muy satisfactorio.» 

Publishers Weekly

El fenómeno del thriller internacional que lleva más de cuatro millones de ejemplares vendidos

Del autor del best seller Te veré bajo el hielo

Dedicado a Maminko Vierka

El infierno no tiene fronteras, ni está restringido

a un mismo sitio, puesto que donde estamos es el infierno,

y donde esté el infierno deberemos estar siempre.

— Christopher Marlowe

Prólogo

28 de agosto del 2012

A Simon le costaba respirar y se ahogaba con cada brazada que daba en el agua helada y salobre para salvar su vida. El embalse era enorme, y el joven nadaba a crol lo más rápido que podía para atravesar aquellas aguas oscuras como la tinta. Tenía que alejarse del zumbido del motor de la lancha y adentrarse en las tinieblas. La luna permanecía oculta tras las nubes del cielo nocturno, y lo único que iluminaba débilmente el embalse y el páramo que lo rodeaba era un resplandor anaranjado proveniente de Ashdean, a unos tres kilómetros de allí.

Antes de abandonar el camping, se había atado las zapatillas con fuerza, unas Nike Air Jordan que se habían convertido en dos lastres que le colgaban de los pies. Era como si tanto estas como los vaqueros que llevaba puestos tirasen de su cuerpo para llevarlo hasta el fondo. Estaban a finales de verano y, allá donde la cálida brisa nocturna rozaba el agua congelada, una ligera neblina flotaba sobre la superficie del embalse.

La lancha era pequeña pero recia, y lo único que Simon había visto del hombre que estaba junto a ella en la orilla del embalse había sido su silueta. Con su linterna, Simon había iluminado el cuerpo que el hombre estaba subiendo a la lancha, una figura flácida envuelta en una sábana blanca bien amarrada, llena de manchas de sangre y de barro.

Después, todo había pasado muy rápido. El hombre había dejado el cadáver en la embarcación y había ido directo a por él; Simon no había visto más que una sombra, pero sabía que se trataba de un hombre. Notó un desagradable e intenso olor a sudor cuando le quitó la linterna de un manotazo y lo golpeó con ella. El chico se defendió unos segundos, aunque, para su vergüenza, enseguida fue presa del pánico y echó a correr en dirección al agua. Tendría que haber huido hacia el otro lado para volver al espeso bosque que rodeaba la presa.

Estaba quedándose sin aliento, pero aun así se obligó a nadar más rápido. Los músculos le ardían del esfuerzo. Agradeció sus entrenamientos de natación: contaba hasta tres sin sacar la cabeza y tomaba aire en la cuarta brazada. No obstante, cada vez que llegaba al cuatro, el zumbido del motor se oía más cerca.

Aunque era un buen nadador, las heridas le impedían avanzar más rápido. Con cada respiración, sentía una especie de traqueteo en el pecho. Aquel hombre lo había golpeado en las costillas y el dolor aparecía con cada latido. Sacaba la cabeza intentando tomar grandes bocanadas de aire, pero el oxígeno no conseguía abrirse paso hasta sus pulmones.

Una pared de niebla a ras de la superficie del agua se cernió sobre el joven y lo envolvió en una fría manta. Por un momento, Simon pensó que quizá esta lo salvaría, pero de pronto escuchó el rugido del motor a su espalda y sintió un golpe en la nuca. El impacto lo propulsó hacia delante y lo hundió. El dolor inundó todo su ser cuando la hélice del motor se hundió en su carne.

Creía que iba a perder el conocimiento; estaba viendo las estrellas, y el cuerpo no le respondía después del golpe. No podía mover los brazos. Pataleó con fuerza, pero sus piernas empapadas se movían casi con pereza, como si no quisieran moverse. Volvió a la superficie, sumida en la niebla, y una voz tranquila resonó en su cabeza:

«¿Por qué sigues luchando? Húndete hasta el fondo, ahí no te pasará nada».

El joven tosió y escupió el agua salada que había tragado. Los oídos le pitaban tanto que no percibía ningún otro sonido. El agua a su alrededor comenzó a agitarse y la proa de la embarcación reapareció entre la niebla, golpeándolo en la barbilla, y Simon escuchó cómo se le partía la mandíbula. De una embestida, la lancha lo sacó del agua, lo dejó tumbado bocarriba en la superficie y, entonces, pasó por encima de su cuerpo como si fuese un arado. Simon sintió el casco de la embarcación sobre su pecho y, poco después, notó las aspas del motor abriéndose paso entre la piel y chocando contra sus costillas.

Ya no podía mover los brazos ni las piernas. No sentía la cabeza y tampoco la cara, pero el resto del cuerpo le ardía. Nunca había sentido algo así. De pronto, notó en las manos que el agua estaba caliente. No, no era el agua: era su sangre. Su sangre caliente derramándose en el embalse.

Simon olió la gasolina del motor, el agua volvió a agitarse, y entonces supo que la lancha volvía a por él.

Cerró los ojos y dejó escapar el aire de los pulmones. Su último recuerdo fue el abrazo del agua fría y oscura.

1

Dos días después

Kate Marshall tomó aire y se sumergió en el agua helada. Luego, regresó a la superficie para relajarse unos segundos mientras se mecía con el vaivén del embalse. A través de la máscara de buceo veía el paisaje rocoso de Dartmoor y el cielo gris sobrevolando el horizonte. Entonces volvió a zambullirse. El agua estaba limpia y cristalina. Jake, el hijo adolescente de Kate, había bajado primero y no dejaba de mover los brazos y las piernas para mantenerse en el fondo. Entretanto, las burbujas salían de su regulador y subían hasta la superficie. El chico saludó a su madre con la mano y levantó los pulgares. Kate le devolvió el saludo. El frío se le había colado dentro del traje de neopreno y estaba temblando. Se ajustó el regulador y dio las primeras bocanaditas al oxígeno del tanque que llevaba a la espalda. Sabía a metal.

Habían ido a bucear a Shadow Sands, un embalse bastante profundo que se encontraba a un par de kilómetros de la casa de Kate, cerca de Ashdean, en el condado de Devon. Antes de que se dieran cuenta, las rocas cubiertas de algas desde las que habían saltado desaparecieron, y el frío y la oscuridad aumentaron a medida que la mujer se adentraba en las profundidades detrás de Jake. El chico ya había cumplido dieciséis años y, en los dos últimos meses, había pegado un repentino estirón, de modo que era casi tan alto como su madre. Kate tuvo que patalear con fuerza para alcanzarlo.

A treinta metros de profundidad, el agua tenía un tono verde sombrío. En ese momento, encendieron los frontales y unos arcos de luz se dispararon iluminando todo a su alrededor, aunque sin penetrar en las profundidades. La luz captó la mirada vacía de una enorme anguila de agua dulce que había surgido de entre las sombras y se había puesto a serpentear entre los dos. Kate se alejó de ella, pero Jake no se movió ni un ápice y se quedó mirando con fascinación cómo pasaba haciendo tirabuzones al lado de su cabeza para después volver a las tinieblas. El chico se giró hacia su madre y levantó las cejas debajo de su máscara. Kate le puso mala cara y mostró su desaprobación con los pulgares.

En cuanto Jake había terminado sus exámenes para obtener el título de Educación Secundaria, había ido a casa de Kate a pasar el verano. En junio y julio habían asistido a clases de buceo en una escuela de la zona y participado en varias inmersiones en el mar. También habían descendido hasta una cueva hundida que tenía una pared fosforescente, en el límite del parque natural de Dartmoor. El embalse de Shadow Sands se había creado en 1953 mediante la inundación del valle y del pueblecito con el mismo nombre. Jake había visto en internet que buceando se podían visitar las ruinas de la antigua iglesia del pueblo.

Estaban en la parte alta del embalse, en una pequeña zona cercada para el buceo, a algo más de un kilómetro y medio de las compuertas que conducían el agua a dos enormes turbinas que generaban electricidad. Nadar en el resto del embalse estaba estrictamente prohibido. Sumida en el frío y en la oscuridad, a Kate le resultó terriblemente siniestro el leve zumbido que emitía la planta hidroeléctrica a lo lejos. 

Verse flotando sobre un pueblo fantasma tenía su punto. Kate se preguntó por cómo se vería desde más abajo, pues sus linternas solo iluminaban agua verdosa y lodo. Se imaginó las carreteras secas, las casas antaño habitadas y el colegio con niños jugando; ahora, todo aquello yacía bajo sus pies.

Kate escuchó un pitidito y comprobó su ordenador de buceo. Ya habían descendido diecisiete metros cuando la máquina volvió a pitar en señal de que bajaban demasiado rápido. Jake se estiró y agarró a su madre del brazo, pegándole un buen susto. El chico señaló hacia abajo y a la izquierda. Una silueta grande y sólida asomaba entre la negrura. Se dirigieron hasta la figura y, a medida que se acercaban, Kate distinguió la enorme esfera que conformaba la bóveda de la torre de la iglesia. Se pararon a unos metros de distancia e iluminaron la enorme capa de crustáceos de agua dulce que la cubría. Bajo esta, Kate advirtió los ladrillos cubiertos por un manto de algas y las ventanas de piedra en forma de arco. Le daba escalofríos ver aquel edificio construido por el hombre, que un día había tocado el cielo, hundido en las profundidades.

Jake se desenganchó del cinturón una cámara digital con funda sumergible y sacó unas cuantas fotos. Luego se giró en busca de Kate. Esta volvió a comprobar su ordenador de buceo, que indicaba que estaban a veinte metros, asintió y lo siguió hasta la ventana. Antes de entrar, dudaron un momento. Cuanto más miraban el interior de la enorme y vacía cavidad del antiguo campanario, más espeso les parecía el lodo que había en el agua. Los crustáceos cubrían cada centímetro de las paredes interiores, sobresaliendo aquí y allá. A pesar de la gruesa capa de artrópodos, Kate adivinó el contorno del techo abovedado. La torre tenía cuatro ventanas, una en cada pared. La de la izquierda rebosaba de crustáceos, y la que quedaba a su derecha estaba prácticamente bloqueada; solo habían dejado una pequeña aspillera que recordaba a las de los castillos medievales. La ventana de enfrente sí estaba despejada y, desde ella, se veía el tono verdoso del agua.

Kate cruzó la ventana y entró en la torre. Se detuvieron en el centro y ella se adelantó para ascender y ver el techo abovedado de cerca. Una de las vigas que un día debió de sujetar las campanas de la iglesia atravesaba uno de los lados. Estaba cubierta de crustáceos, al igual que el techo, que había perdido sus contornos arqueados, porque estos animalitos habían encontrado ahí su refugio. Un enorme cangrejo de agua dulce de más de treinta centímetros de largo salió de debajo de la viga y cruzó el techo a toda prisa en dirección hacia Kate, que estuvo a punto de gritar del susto y se impulsó hacia atrás al tiempo que agarraba a Jake y agitaba las manos a cámara lenta. Mientras el cangrejo pasaba por encima de sus cabezas, oyeron sus patas repiquetear contra las conchas de todos los crustáceos que estaban apiñados en el techo. El animal se detuvo justo encima de ellos. A Kate se le iba a salir el corazón del pecho. Comenzó a respirar más deprisa y aspiró con fuerza el oxígeno de su bombona.

El cangrejo sacudió sus antenas y siguió su apresurado camino por la cúpula hasta desaparecer por la ventana de enfrente. A Kate le pareció ver algo flotando a través de la abertura por la que la criatura se había marchado. Se acercó e iluminó con el frontal los talones de un par de zapatillas de color rojo. El agua las mecía junto al arco de la ventana.

El miedo y la emoción abrumaron a Kate. Dio unas patadas y, ayudándose del arco de piedra, se impulsó lentamente para salir de la torre. Los zapatos estaban justo encima de la ventana y cubrían los pies de un cuerpo suspendido en el agua, como si estuviese de pie junto a la bóveda de la iglesia.

Jake salió de la torre detrás de su madre y, cuando llegó a ella, saltó hacia atrás y se dio un golpe en la cabeza con el muro de la torre. Kate escuchó su llanto amortiguado y un chorro de burbujas procedentes del regulador de Jake nubló todo su campo de visión. Kate estiró el brazo y agarró a su hijo, no sin cierta dificultad por culpa de la bombona de oxígeno, y tiró de él hasta alejarlo de la torre; solo entonces se giró para mirar el cuerpo.

Era un chico joven, con el pelo corto y oscuro. Llevaba unos vaqueros azules, un cinturón con hebilla plateada y un elegante reloj en la muñeca. Los jirones de lo que quedaba de una camiseta blanca flotaban alrededor de su cuello. Tenía un físico fornido y atlético. Su cabeza estaba inclinada hacia delante y tanto la cara como el pecho y la tumefacta barriga tenían cortes y laceraciones. Pero lo que más inquietó a Kate fue la expresión de su rostro. Tenía los ojos abiertos de par en par, con una mirada de terror. El cuerpo estaba inmóvil, pero de pronto el cuello se movió y pareció palpitar. Jake la agarró con fuerza y, durante un horrible instante, Kate pensó que el chico seguía vivo. Entonces, la cabeza del joven se sacudió y la mandíbula se desencajó para dejar salir a una anguila negra y brillante, que pasó entre los dientes partidos del chico y ascendió, como una nube que supuraba de su boca abierta.

2

—¿Qué estaban haciendo? —preguntó el inspector jefe Henry Ko.

—Mi hijo, Jake, quería bucear en este embalse. El nivel del agua ha disminuido por el calor…, y pensamos que así se vería el pueblo hundido —contestó Kate.

Estaba sudando bajo el traje de neopreno, tenía el pelo húmedo y le picaba la cabeza por la sal del agua. Jake esperaba apoyado contra una rueda del Ford azul de Kate, con la mirada perdida y el traje de neopreno bajado hasta la cintura. Se lo veía muy pálido. El coche patrulla de Henry estaba aparcado a pocos metros del suyo, en la orilla del embalse. Una extensión de hierba terminaba a diez metros de los coches, marcando el nivel original del agua del embalse, pero la sequía había dejado a la vista veinte metros de rocas que bajaban hasta la orilla actual. Las algas que las cubrían las habían dotado de un color verde, si bien en ese momento estaban achicharradas por el sol ardiente.

—¿Podrías indicar dónde has visto el cuerpo flotando? —preguntó Henry mientras garabateaba con el lápiz en un bloc de notas.

Rondaba los treinta y pocos años, tenía aspecto atlético y era muy educado. Habría encajado mejor en la pasarela de Milán que en la escena del crimen. Los vaqueros se adherían a sus musculosas piernas y se le habían desabrochado tres botones de la camisa. Un collar plateado se asomaba entre sus morenos pectorales.

A su lado había una joven policía en uniforme con la gorra debajo del brazo. Llevaba el pelo negro azabache recogido detrás de las orejas, y su piel, de color crema, se había sonrojado por el calor.

—El cuerpo está bajo el agua. Estábamos buceando a veinte metros de profundidad cuando lo vimos —respondió Kate.

—¿Sabes la profundidad exacta? —El inspector dejó de garabatear y levantó la vista del cuaderno.

—Sí —asintió Kate—. Es el cuerpo de un chico joven. Tiene unas zapatillas Nike Air Jordan y unos vaqueros azules con cinturón. La camiseta estaba hecha jirones. Más o menos tendría la edad de Jake, dieciocho, tal vez diecinueve… Tenía cortes y laceraciones en la cara y el torso.

Descompuesta, la voz se le quebró y cerró los ojos. «¿Lo estará buscando su madre?», pensó. «¿Estará preocupada, sin saber dónde anda?». 

Kate era exagente de policía y recordaba todas las veces que había tenido que informar del fallecimiento de una persona a sus familiares. Las muertes de los niños y de los jóvenes eran las peores: llamar a la puerta, esperar hasta que abrieran y ver la expresión de los padres cuando finalmente comprendían que su hijo no volvería a casa.

—¿Has visto si el cuerpo tenía heridas en la parte delantera, en la espalda o en ambas? —continuó Henry. 

Kate abrió los ojos.

—No le he visto la espalda. El cuerpo estaba de cara a nosotros, flotando contra la estructura de la torre de la iglesia.

—¿Habéis visto a alguien más? Una lancha, otros submarinistas…

—No.

Henry se agachó junto a Jake.

—Ey, tío, ¿qué tal sigues? —preguntó, arrugando el gesto con preocupación. Jake se limitó a mirar al frente.

—¿Quieres una lata de Coca-Cola? Te ayudará a recuperarte del shock.

—Sí, le vendrá bien, muchas gracias —intervino Kate.

Henry hizo un gesto con la cabeza a la agente, que se acercó al coche patrulla. 

—El chico… No llevaba máscara de buceo —dijo Jake con la voz temblorosa—. ¿Qué hacía a esa profundidad sin máscara? Era como si le hubieran dado una paliza. Tenía el cuerpo azul y negro. 

Se secó una lágrima de la mejilla sin parar de temblar.

La agente volvió con una lata de Coca-Cola y una manta de lana a cuadros. La lata estaba caliente, pero aun así Kate la abrió y se la tendió a Jake. El chico negó con la cabeza.

—Dale un sorbito, el azúcar ayudará a que se te pase la conmoción…

Jake bebió un sorbo y, mientras tanto, la policía le tapó los hombros desnudos con la manta de lana.

—Gracias. ¿Cómo te llamas? —quiso saber Kate.

—Donna Harris —respondió—. No dejes de frotarle las manos, que la sangre se mueva.

—Donna, llama al equipo de buceo de la marina y diles que tal vez tengan que realizar una inmersión profunda —ordenó Henry.

Donna asintió y llamó por radio.

Una densa humedad colmaba el aire, y unas nubes bajas de color gris oscuro se estaban formando en el cielo. A lo lejos, en la otra punta de la presa, se encontraba la planta hidroeléctrica, un edificio bajo y alargado de hormigón. El leve ruido sordo de un trueno llegó desde detrás de esta. Henry dio unos golpecitos en el bloc de notas con el lápiz.

—¿Los dos estáis cualificados para hacer submarinismo? Sé que en el embalse son estrictos con esto, especialmente por la profundidad y por el hecho de que esta agua alimenta la presa hidroeléctrica.

—Sí, nos dieron los certificados de buceo a principios de agosto —contestó Kate—. Estamos capacitados para sumergirnos hasta veinte metros y hemos realizado treinta horas de entrenamiento durante el tiempo que Jake ha pasado conmigo este verano…

Henry revisó las hojas de su cuaderno mientras fruncía cada vez más el ceño, arrugando aquella frente tan lisa.

—Un momento, ¿Jake está «pasando» el verano contigo? —dijo.

Kate sintió que el mundo se le venía encima. Ahora tendría que explicar los acuerdos que había con respecto al lugar de residencia de Jake.

—Sí —respondió.

—Entonces, ¿quién vive en la dirección que has dado cuando has llamado a emergencias? En el número 12 de Armitage Road, Thurlow Bay.

—Yo —contestó Kate—. Jake vive con mis padres en Whitstable.

—Pero ¿tú eres su madre real, quiero decir, biológica?

—Sí.

—¿Y su tutora legal?

—Tiene dieciséis años. Vive con mis padres. Ellos han sido sus tutores legales hasta que ha cumplido dieciséis años. Este año empieza Bachillerato en Whitstable, así que seguirá viviendo con ellos. 

Henry los miró detenidamente.

—Tenéis los mismos ojos —concluyó, como si aquella fuese la confirmación que necesitaba. 

Kate y Jake compartían un color de ojos muy poco común: eran azules, pero con una explosión de naranja que se abría paso desde la pupila.

—Se llama heterocromía parcial. Es cuando los ojos son de más de un color —aclaró Kate. 

Donna terminó la llamada por radio y se acercó a ellos.

—¿Cómo se escribe «heterocromía parcial»? —preguntó Henry, a la vez que levantaba la vista del cuaderno.

—¿Es importante? El cuerpo de un joven está ahí sumergido, y no sé a ti, pero a mí me parece una muerte sospechosa —dijo Kate, que ya estaba perdiendo la paciencia—. Tenía cortes y cardenales por todo el cuerpo, y debe de haber muerto hace poco, porque los cuerpos flotan a los pocos días de hundirse. También es cierto que la descomposición se ralentiza por la presión a esa profundidad y por lo fría que está el agua. No obstante, como ya sabrás, los cadáveres acaban saliendo a la superficie.

Durante todo el tiempo que Kate estuvo hablando, no dejó de frotarle las manos a Jake. Le miró las uñas y le alivió comprobar que iban recuperando algo de color. Esta vez, cuando le ofreció un poco más de Coca-Cola, el chico dio un buen trago.

—Parece que estás muy puesta en esto —apuntó Henry con una mirada inquisitiva.

Tenía unos bonitos ojos color caramelo. A Kate le pareció demasiado joven para ser inspector jefe.

—Antes era subinspectora en la Policía Metropolitana —contestó.

La sombra de un recuerdo mudó el rostro del inspector. 

—Kate Marshall —dijo—. Es verdad, estuviste involucrada en aquel caso de hace un par de años. Atrapaste al tío que imitaba los asesinatos del Caníbal de Nine Elms… Leí sobre aquello… Pero, un momento, ¿no estabas trabajando como detective privada?

—Sí, capturé al Caníbal de Nine Elms en 1995, cuando era agente de policía, y atrapé al imitador hace dos años en calidad de detective privada.

Henry comenzó a pasar páginas de su cuaderno. Tenía cara de no entender nada.

—Antes me dijiste que estabas trabajando como profesora de Criminología en la Universidad de Ashdean. Y ahora me cuentas que lo compaginas con ser detective privada y que de joven eras agente de policía. ¿Qué debería poner en mi informe sobre tu profesión?

—Hace dos años me pidieron que me ocupara de un caso sin resolver. Soy profesora de universidad a tiempo completo, solo trabajé como detective privada aquella vez —aclaró Kate.

—Y vives sola, y Jake vive con tus padres en Whitstable…

Dejó de escribir y, confuso, hizo un gesto con el lápiz. Entonces, alzó tanto las cejas que casi se le pegan a la línea del cabello. 

—¡Vaya!, el padre de tu hijo es Peter Conway, el asesino en serie…

—Sí —contestó Kate. Odiaba tener que revivir ese momento una y otra vez… Henry resopló y se agachó, observando a Jake con interés renovado.

—Joder, tiene que ser duro.

—Sí, no es fácil organizar las reuniones familiares.

—Quiero decir que tiene que ser duro para Jake.

—Ya lo sé, solo era una broma.

Henry se quedó mirándola durante un segundo, confuso. «Eres agradable a la vista, pero seguro que no eras el más listo de tu clase», pensó. El policía se incorporó y dio unos golpecitos en el cuaderno con el lápiz.

—He leído un estudio fascinante sobre los hijos de los asesinos en serie. La mayoría consiguen llevar vidas muy normales. El padre de una chica de Estados Unidos violó y asesinó a sesenta prostitutas. ¡Sesenta! Y ahora ella trabaja en Target… ¿Conoces Target, la tienda de Estados Unidos?

—Ya sé lo que es Target —interrumpió Kate.

Parecía no darse cuenta de lo insensible que estaba siendo. Donna, al menos, tuvo la decencia de mirar hacia otro lado.

—Tiene que ser duro para Jake —repitió, mientras volvía a garabatear en el cuaderno. 

Kate sintió la imperiosa necesidad de quitarle el lápiz y partírselo por la mitad.

—Jake es un adolescente perfectamente normal, feliz y emocionalmente estable —contestó.

En ese momento, Jake soltó un gemido, se inclinó y vomitó en la hierba. Henry saltó hacia atrás, pero uno de sus zapatos marrones de piel, que parecían carísimos, salió mal parado. 

—¡Me cago en la puta! ¡Que son nuevos! —gritó, mientras intentaba quitarse la mancha a zapatazos contra el coche patrulla—. Donna, ¿dónde están las toallitas?

—No pasa nada —dijo Kate mientras se agachaba al lado de Jake. 

El chico se limpió la boca. 

Kate miró hacia atrás, más allá del embalse. Un montón de nubes negras se acercaban volando bajo sobre el páramo. Se oyó un ruido sordo de nuevo y el destello de un rayo.

«¿Cómo murió este chico?».

3

Ni Jake ni Kate pudieron irse hasta firmar la declaración policial. Mientras salían del aparcamiento del embalse, se cruzaron con dos grandes furgones de policía y la furgoneta del forense.

Kate los observó por el espejo retrovisor mientras se detenían en la orilla. La imagen del chico suspendido en el agua regresó a su mente y tuvo que secarse una lágrima. Una parte de ella deseaba quedarse y comprobar que sacaban el cuerpo con el cuidado necesario. Estiró el brazo para agarrar a Jake de la mano y su hijo le devolvió un apretón.

—Tenemos que echar gasolina —avisó al fijarse en el nivel del depósito. Se detuvo en la gasolinera más cercana a su casa, pasó los surtidores y aparcó en la parte de atrás—. Cariño, deberías cambiarte de ropa y ponerte algo seco. Aquí hay baños y siempre están limpios.

Jake asintió, pero seguía pálido. Kate habría preferido que dijese algo; no soportaba aquel silencio. El chico se peinó hacia atrás el cabello todavía húmedo, que ahora le llegaba por los hombros, y se lo recogió con una goma elástica que llevaba en la muñeca. Kate abrió la boca para explicarle lo perjudiciales que eran las gomas para el pelo, pero la volvió a cerrar. Si lo atosigaba, se volvería más hermético. Jake salió del coche y cogió su ropa seca del asiento de atrás. Su madre lo observó mientras se alejaba arrastrando los pies hacia los baños, cabizbajo. Había pasado por muchas cosas, más que la mayoría de chicos de su edad.

Kate bajó el espejo del parasol y observó su reflejo. Su larga cabellera ya mostraba algunas canas. Tenía la cara pálida y por su piel habían pasado cada uno de sus cuarenta y dos años. Volvió a subir el espejo. Era su último día con Jake antes de que volviera con sus padres. Habían planeado ir a comer pizza después de bucear y luego bajar a la playa, encender un fuego y tostar malvaviscos.

Ahora tendría que llamar a su madre y contarle lo ocurrido. No había sido el verano perfecto por muy poco. Habían estado a punto de ser una familia normal, pero, por supuesto, entonces apareció un cadáver.

Kate echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos. Las personas normales y corrientes no se encuentran cadáveres. Sin embargo, ahí lo tenían, y para Kate ni siquiera se trataba de la primera vez. ¿Acaso el universo trataba de decirle algo? Abrió los ojos de nuevo.

—Sí, intenta decirte que elijas sitios más agradables para llevar a tu hijo —dijo en voz alta.

Sacó su móvil de la guantera y lo encendió. Buscó el número de su madre y casi apretó «llamar». No obstante, decidió meterse en el buscador de internet y teclear: «Desaparición de un adolescente en Devon, RU». La gasolinera se encontraba en medio de las colinas de Dartmoor, por lo que había poca cobertura. La pantalla se quedó en blanco durante más de un minuto mientras cargaba. No había nada reciente sobre ninguna desaparición de ningún adolescente, pero sí encontró un artículo sobre un niño de siete años en la página web de Devon Live. El chaval había desaparecido una tarde en el centro de Exeter, pero había vuelto con su familia después de unas horas bastante tensas.

Después buscó «inspector jefe Henry Ko, Devon, RU». El primer resultado era de un periódico local.

EL DISTINGUIDO SUPERINTENDENTE 

DE DEVON Y CORNWALL PASA EL TESTIGO

El artículo era de la semana pasada. Hablaba de la jubilación del jefe de policía, Arron Ko, y decía que había sido el primer asiático en unirse al cuerpo como agente del distrito de Devon y Cornwall en 1978.

Al final había una foto cuyo pie decía: «El hijo del jefe de policía Arron Ko, el inspector jefe Henry Ko, le ha hecho entrega de sus regalos de jubilación: un par de esposas de plata grabadas y una medalla a su larga trayectoria y su buena conducta».

Henry estaba de pie junto a su padre, enfrente de la comisaría de Exeter, sujetando el premio. Arron Ko era corpulento y, comparado con su hijo, tenía sobrepeso, pero Kate les encontró el parecido.

—¡Ajá! Así que por eso eres inspector jefe tan joven. Nepotismo puro y duro —exclamó Kate.

No le gustaba la vocecita envidiosa que hablaba dentro de su cabeza, pero no pudo evitar compararse con Henry. Había trabajado mucho durante cuatro años, sacrificándolo todo para ascender a detective de paisano a los veinticinco. En cambio, Henry Ko tenía treinta y pocos y ya era inspector jefe: dos grados por encima de subinspector. Kate recordó aquellos días en el cuerpo, su vida en Londres.

El inspector jefe Peter Conway había sido el superior de Kate en la Policía Metropolitana mientras trabajaban en el caso del asesino en serie del Caníbal de Nine Elms. Una noche, después de acudir a la escena del crimen de la cuarta víctima, Kate resolvió el caso: descubrió que Peter era el Caníbal, se enfrentó a él, y este casi la mata.

Durante los meses que habían precedido a aquella fatídica noche, Kate y Peter tuvieron una aventura y, sin darse cuenta, se quedó embarazada de Jake. Cuando se recuperó en el hospital, ya era demasiado tarde para abortar.

Los periódicos hicieron su agosto con la historia. Aquello destruyó la credibilidad de Kate dentro del cuerpo y su carrera se terminó de golpe. La etapa que siguió al nacimiento de Jake le había resultado muy dura. Se juntó el trauma que le había provocado el caso con la repentina e imprevista maternidad y la depresión postparto. Su respuesta frente a aquella combinación había sido empezar a beber.

A lo largo de los años, los padres de Kate se ofrecieron en muchas ocasiones a cuidar de Jake. Mientras tanto, Kate se aficionó a la bebida y terminó en rehabilitación. Al final, consiguió mantenerse sobria, pero ya era demasiado tarde. Sus padres obtuvieron la custodia de Jake cuando este tenía seis años; eran sus tutores legales desde entonces.

La abstinencia había sido dura, pero Kate había conseguido reconstruir su vida y veía a Jake durante las vacaciones escolares y los fines de semana. Sin embargo, se había perdido casi toda su infancia, y eso le dolía como si le clavaran trozos de cristal; la pérdida de Jake y la carrera como agente que tanto había amado.

Un golpecito en la ventana la sobresaltó. Jake ya se había puesto sus vaqueros pitillo y una sudadera azul, y sus mejillas habían recuperado un poco de color. Kate bajó la ventanilla.

—Mamá, ¿tienes un par de libras para una empanadilla y una barrita de chocolate? Me muero de hambre.

—Claro —contestó—. ¿Te encuentras mejor?

El chico asintió y sonrió. Kate también sonrió, agarró el bolso y los dos entraron en la tienda de la gasolinera.

Por más que lo intentara, no se quitaba de la cabeza la imagen del joven flotando bajo el agua. Era muy frustrante tener que esperar para ver si decían algo sobre él en las noticias.

4

Seis semanas después

Las puertas de madera del centro social de Ashdean chirriaron cuando Kate salió por ellas. Antes de irse, se detuvo para admirar cómo el agitado oleaje chocaba contra el rompeolas por encima de los tejados. El viento aullaba con fuerza e hizo que el pelo se agitase en torno a su cabeza. Sacó un paquete de cigarrillos del bolso y se dio la vuelta para refugiarse en el toldo y encendérselo.

Habían asistido entre veinte y treinta personas a la reunión de Alcohólicos Anónimos de aquella fría tarde de octubre y, a medida que salían, asentían con la cabeza a modo de buenas noches. Kate los observó mientras se marchaban a toda prisa hacia sus coches, con las cabezas agachadas para hacer frente al viento helador.

Kate no soportó el frío mucho más. Dio la última calada al cigarro a toda prisa, tiró la colilla por la mitad al suelo y la apagó con el talón. Entonces se encaminó hacia su coche, nada entusiasmada ante la idea de volver a la casa en la que nadie estaría esperándola, su hogar. La calle se convirtió en un lugar oscuro por el que no pasaba ni un alma. Había aparcado el coche al fondo, en un hueco entre dos adosados. Cuando llegó hasta él, encontró un BMW pegado a su antiguo Ford azul. De pronto, la puerta del coche se abrió y de este salió una mujer delgada de rostro pálido.

—¿Kate? —preguntó, con un acento de Londres.

Tenía el pelo marrón y se lo había peinado hacia atrás, dejando al descubierto una frente amplia y huesuda. Los ojos estaban hundidos en su rostro y la piel que los rodeaba era oscura, por lo que a Kate le recordó a un mapache. La reconoció enseguida; era una de las nuevas incorporaciones a las reuniones de Alcohólicos Anónimos.

—Sí, ¿te encuentras bien? —preguntó. Tuvo que levantar la voz para que la escuchase por encima del rugido del viento.

—¿Kate Marshall?

Los ojos de la mujer parecían intentar huir del aire congelado. Llevaba un chaquetón largo acolchado de color ciruela, de esos que parecen más un saco de dormir que un abrigo, y unas zapatillas blancas relucientes.

A Kate le sorprendió escuchar a la mujer usar su nombre completo. Había hablado en la reunión, pero solo había dicho su nombre, como solía hacerse en Alcohólicos Anónimos. «Esta mujer es una jodida periodista», pensó Kate.

—Sin comentarios —contestó mientras abría la puerta del coche e intentaba escapar lo más rápido posible.

—No soy periodista. Tú fuiste quien encontró el cadáver de mi hijo… —comenzó la mujer. 

Kate se quedó quieta con la mano en el picaporte de la puerta del coche.

—Se llamaba Simon Kendal —continuó, con los ojos clavados en los de Kate. Eran verdes y estaban llenos de una pena que le desgarró el alma.

—Ah. Lo siento —dijo Kate.

—Me han dicho que se ahogó.

—Sí, he visto el reportaje en las noticias locales.

—Eso no es más que un maldito bulo.

Kate había seguido la historia. No podía decirse que hubiese copado las noticias locales, pero sí que habían informado de que el caso se había cerrado. Simon Kendal había ido de acampada con un amigo, se había metido en el agua y se había ahogado. Fue entonces cuando una de las lanchas que se encargan patrullar el embalse le había destrozado el cuerpo. En las noticias locales también habían hecho alusión a que fue Kate quien encontró el cadáver; por eso Kate había creído que aquella mujer era periodista.

—Tenía el cuerpo destrozado. No me dejaron verlo en la morgue… ¡Mira! —gritó la mujer para que la escuchase por encima del viento.

Sacó un pequeño álbum de fotos de plástico del bolsillo del abrigo, buscó entre las páginas con torpeza y le enseñó la foto de un chico guapo con un Speedo, empapado y de pie junto a una piscina. Llevaba dos medallas colgadas del cuello.

—Este es mi Simon. Era el campeón regional de natación del Reino Unido. Iba a competir a nivel profesional. Perdió la oportunidad de entrar en el equipo de natación para los Juegos Olímpicos de Londres de 2012 por una simple lesión… Una estúpida lesión… —La mujer no dejaba de pasar fotos y hablaba muy deprisa, como si temiese perder la atención de Kate—. ¡Simon no se habría metido en el agua con la ropa puesta y de noche!

—¿Cómo te llamas? —quiso saber Kate.

—Lyn. Lyn Kendal… —Se acercó un poco más a Kate y levantó la vista con gesto suplicante—. ¿Qué crees que pasó? Sé que fuiste agente de policía y he leído que también has sido detective privada.

—No tengo ni idea de lo que pudo haberle pasado a Simon —respondió Kate.

La verdad era que durante las últimas semanas había enterrado aquella historia en el fondo de su mente. Sus preocupaciones se centraban en el trabajo y en Jake, que había estado muy distante con ella desde que había vuelto a Whitstable.

—¿No tienes curiosidad? —Lyn temblaba. Se secó las lágrimas de la cara con las manos, enfadada—. Enseñas criminología. Eras detective. ¿No merece la pena investigar la muerte de mi hijo?

—Por supuesto —dijo Kate.

—¿Podemos hablar en algún otro sitio? Por favor —le pidió Lyn mientras se apartaba los mechones de pelo de la cara, agitados con el viento.

Kate se preguntó si Lyn había bebido. La mujer parecía destrozada, pero eso era algo totalmente comprensible.

—Sí, hay un pequeño café, el Crawford’s, en Roma Terrace, al final del paseo marítimo. Nos vemos allí.

5

La cafetería Crawford’s era la más antigua de Ashdean y la favorita de Kate. Había fotos de Joan Crawford y Bette Davis en las paredes lacadas de color negro, y un enorme espejo ahumado colgaba detrás de la barra de formica. En este se reflejaban la máquina de café de cobre de delante, los sofás descoloridos de piel roja y las vistas al paseo marítimo casi a oscuras. No había ni un alma aquella fría noche de miércoles. Kate llegó primero y se decantó por sentarse en uno de los sofás del final.

Al otro lado de la calle, la marea crecía hasta el rompeolas y, desde su posición privilegiada, veía todo el paseo marítimo. Las olas rompían contra el muro al tiempo que lanzaban espuma y arenilla a los coches aparcados. Kate escuchó el rugido del BMW blanco en la calle y lo vio aparcar cuidadosamente en el hueco que había quedado detrás de su abollado Ford. Lyn salió, abrió la puerta del copiloto y sacó una larga chaqueta junto con una carpeta de plástico de color verde chillón.

—¿Has pedido? —preguntó, una vez se hubo dejado caer en el sofá de enfrente.

—No.

Lyn puso la carpeta verde en la mesa y sacó su móvil, un paquete de Marlboro 100s y un mechero dorado del bolsillo de la chaqueta. Después se quitó el abrigo, lo hizo una bola y se sentó sobre él. Lyn era una mujer bajita, y Kate se preguntó si había hecho aquello para ponerse a su altura y así no tener que mirarla desde abajo.

Roy Crawford, el anciano que llevaba siendo el dueño del Crawford’s desde 1970, se acercó a ellas. Era un hombre alto con el pelo largo y canoso recogido en una coleta y una cara rosada perfectamente afeitada. 

—¿Qué vais tomar? —preguntó con una sonrisa mientras se ponía las gafas con montura de medialuna que colgaban de una cadena alrededor de su cuello.

Las dos pidieron un capuchino y él garabateó la comanda en un cuaderno con una floritura.

—Ya sé que lo que habéis pedido no es muy difícil —dijo—, pero seguro que perdería la cabeza si no la tuviese pegada al cuerpo. Lo siento mucho, pero aquí no se puede fumar. Si me llegan a decir que sería el Partido Laborista quien lo prohibiría…

Puso los ojos en blanco con un ademán teatral y se fue.

Lyn se apartó con nerviosismo los mechones de pelo de la amplia frente.

—Háblame de Simon —le pidió Kate.

Lyn parecía aliviada de poder ir directamente al grano.

—Se había ido de viaje con un amigo de la universidad, Geraint. Acampaban cerca del embalse de Shadow Sands —comenzó.

—¿Eres de por aquí?

—Soy de Londres, pero mi último marido era de esta zona y llevo veinte años viviendo aquí. Murió de un infarto. —Kate hizo el amago de darle el pésame, pero Lyn la frenó con un gesto de la mano—. No te molestes, era un matón de mierda.

—¿Qué opina Geraint sobre lo que le ocurrió a Simon?

—Dice que estuvieron en la playa todo el día y llegaron tarde al camping, montaron la tienda y se fueron a dormir. A la mañana siguiente, se despertó y vio que Simon no estaba en su saco de dormir. Supuso que había salido a mear, pero la mañana pasó y seguía sin localizarlo.

—¿Se habían peleado?

Lyn negó con la cabeza. La máquina de café que estaba en la esquina comenzó a silbar y oyeron el tintineo de las cucharillas y las tazas de porcelana. 

—¿Estaban solos en el camping?

—Sí. Nunca se peleaban, eran mejores amigos. Y Geraint no tenía ni un rasguño y su ropa estaba seca.

—¿Puede que hubiesen bebido?

Lyn levantó una mano.

—Ya me he hecho las preguntas más evidentes. Cuando le realizaron la autopsia, dictaminaron que se había ahogado accidentalmente. Simon no tenía alcohol en sangre…

Roy llegó corriendo con los dos cafés.

—Aquí tienen, señoritas —dijo—. Que los disfrutéis, pero cierro en media hora.

—Gracias —contestó Kate.

Lyn esperó impaciente hasta que el hombre dejó los cafés en la mesa y se alejó lo suficiente como para no escucharlas.

—Se ahogó de forma accidental —repitió Kate.

En ese momento recordó aquel cuerpo destrozado flotando bajo el agua.

—Simon no había bebido y era un gran nadador. Incluso si se hubiese metido en el embalse a nadar, habría estado atento a todos los peligros. No se habría bañado vestido y con las zapatillas puestas. El camping está a ochocientos metros a contracorriente de la planta eléctrica, y hay otros ochocientos a contracorriente hasta donde lo encontraste. Casi todos los días entrenaba haciéndose cien largos en una piscina olímpica. Eso son casi cinco kilómetros. Además, también nadaba en el mar.

Kate soltó su taza en la mesa y suspiró.

—¿El dictamen definitivo del forense es ahogamiento?

Lyn arrugó la nariz.

—Sí.

—¿Y creen que las heridas del cuerpo las causó una lancha que patrullaba por la reserva?

—No dejo de imaginar la lancha atropellando su precioso cuerpo en el agua, una y otra vez.

Kate hizo ademán de tomar la mano de Lyn, pero se contuvo. Estaba claro que era una mujer orgullosa y que, además, estaba enfadada.

—¿Cuándo declararon a Simon como persona desaparecida?

—Geraint me llamó la tarde del 28 de agosto y me dijo que no encontraba a Simon. Entonces, llamé a la policía, y ellos me informaron de que no podían inscribir formalmente a Simon en la lista de desaparecidos si solo habían pasado veinticuatro horas, así que hasta la mañana del día 29 no estuvo oficialmente desaparecido.

—Y yo encontré su cadáver la tarde del día 30.

—La policía dijo que Simon se levantó en mitad de la noche, se metió en el agua a nadar al lado de la presa hidroeléctrica y se ahogó… ¡Él no haría algo así! —exclamó Lyn dando un puñetazo en el tablero de la mesa—. Conoce, conocía, las corrientes y las condiciones del agua. Que la presa hidroeléctrica bebe del agua de la reserva. Que no es una zona de nado. Hay señales por todo el camping. Iba a entrenar de nuevo después de varios meses retirado por una lesión. ¡No había bebido! No habría arriesgado su futuro.

—Perdóname por preguntar, pero ¿estaba deprimido?

—No, no, no. No tenía depresión. ¡Por el amor de Dios! Estaba de vacaciones con su mejor amigo. Los dos estaban entusiasmadísimos. Llevaba esperándolo todo el verano… —Lyn se había puesto muy nerviosa y estaba a punto de echarse a llorar. Se sacó un pañuelo de la manga y se sonó la nariz—. Perdón.

—No, no te disculpes. Tienes todo el derecho a sentirte… A sentir.

—¿Conoces ese sentimiento cuando todo el mundo te despacha lo antes posible y ni siquiera te escucha?

—La historia de mi vida —dijo Kate con tristeza.

Lyn bajó los hombros y por fin pareció relajarse.

—Así es como me siento, joder. Puedo entender que Simon estuviese en el agua y que una lancha le pasase por encima, pero, para empezar, parece que a la policía no le importa averiguar por qué mi hijo estaba en el agua.

—¿Cómo has dado conmigo? —quiso saber Kate. 

—Te busqué en Google.

Lyn abrió la carpeta y sacó la fotocopia de un artículo del National Geographic. Era de hacía dos años. En él aparecía una foto de Kate y de su ayudante de investigación, Tristan Harper, enfrente del edificio gótico de la Universidad de Ashdean, que se alzaba a sus espaldas como un castillo de Hogwarts en miniatura. Los habían entrevistado después de resolver el caso del asesino imitador de Nine Elms. Había sido un momento muy emocionante, y hasta la propia Kate había creído que ella y Tristan conseguirían forjarse algún tipo de carrera dentro de la investigación privada.

—Busqué en internet para ver si tenías una agencia.

—No —contestó Kate con tal decepción que incluso ella lo notó.

—Solo quiero averiguar qué le ocurrió a Simon. Tú tienes un hijo. Has tenido que protegerlo de toda la mierda que te han lanzado a lo largo de los años… Hay muchísimas agencias de investigación, pero quiero que seas tú, tú, la que me ayudes. ¿Lo harás?

Kate había visto demasiadas veces la maldad del ser humano. Pensó que, en cualquier momento, los mejores amigos podían dejar de serlo. Un detective siempre tenía que guiarse por la lógica. Si Simon y Geraint estaban solos, la primera conclusión lógica era que Geraint era el culpable.

Lyn cerró los ojos. 

—Ya es lo bastante duro que me hayan arrebatado a mi hijo. Quiero saber qué hacía en esas aguas en mitad de la noche. No me gusta tener que suplicar, pero por favor. —Los ojos se le llenaron de lágrimas—. Por favor, ayúdame.

Kate pensó en cómo se sentiría ella en su lugar. Si hubiesen encontrado a Jake en el agua y con el cuerpo lleno de cortes y moratones.

—Muy bien —concluyó Kate—. Te ayudaré.

6

A la mañana siguiente, temprano, Tristan Harper subió corriendo las escaleras que salían de la playa, se paró en el paseo marítimo y tuvo que inclinarse un momento para recuperar el aliento. Estaba amaneciendo, el cielo ya había pasado a ser de color azul claro y comenzaban a encenderse las luces de la larga hilera de casas adosadas que recorría el paseo marítimo.

Un labrador negro corría dando grandes saltos por la playa que había más abajo y se lanzó al mar en calma para atrapar un palo. La marea baja dejaba a la vista las escarpadas rocas cubiertas de algas. El dueño del perro, un hombre alto, vestido con unos vaqueros pitillo y una chaqueta impermeable amarilla, miró a Tristan, que iba completamente equipado para salir a correr, lo volvió a mirar como si lo conociera y le sonrió. Tristan le devolvió la sonrisa y cruzó la calle en dirección al pequeño apartamento que compartía con su hermana Sarah.

Era un joven guapo y alto, de pelo corto y marrón, y con un físico atlético. Se quitó la camiseta y dejó a la vista unos abdominales en los que se podría rallar queso y unos pectorales musculosos. En la espalda, tenía un precioso tatuaje de un águila que mostraba la parte trasera del ave, cuyas alas en expansión le recorrían los hombros. En el pecho tenía el mismo animal, pero visto de frente, con la cabeza agachada y unos ojos de color ámbar que se iluminaban en su esternón. Desde esta perspectiva, las alas también se alargaban hasta los hombros. Se acercó al espejo y miró el papel de plástico transparente que le envolvía la parte superior del tríceps izquierdo. El film estaba despegándose de la piel. Dudó un momento y, al final, se lo quitó con cuidado, revelando su último tatuaje, una franja negra y lisa que estaba curándose bien.

—¡Genial! —exclamó el chico mientras admiraba un poco su reflejo—. No ha perdido color.

Después, se duchó, se vistió y realizó el corto camino por el paseo marítimo hasta la universidad. No consiguió hablar con Kate hasta su última clase, Historia Forense. Los alumnos salían del auditorio mientras Tristan guardaba el proyector de diapositivas. Entonces, Kate se acercó.

—Tengo que comentarte una cosa, ¿te apetece un café? —propuso ella.

Las últimas semanas, Tristan había notado a Kate un poco distante y, además, tenía la impresión de que no dormía bien, pero aquel día se alegró al verla feliz y descansada.

—Claro, déjame que guarde el proyector en el almacén —respondió—. Pídeme un caramel macchiato.

—¡Puaj! —exclamó Kate—. Y seguro que también le echas azúcar.

—Ya sé que no necesito azúcar para ser dulce, pero sí —contestó con una sonrisa.

Tristan tardó pocos minutos en llegar al Starbucks que había en la planta baja, donde Kate lo esperaba, sentada en una de las mesas que había bajo el largo ventanal con vistas al mar. Le tendió su vaso.

—Gracias —dijo el chico mientras se sentaba en el asiento de enfrente. 

Le quitó la tapa al vaso y dejó que Kate se regodease en su imagen añadiendo cuatro azucarillos al café. Le dio un sorbo, asintió satisfecho y sacó el diario de su mochila. Ahí era donde apuntaba la información de todos los compromisos laborales de Kate: cuándo venían ponentes especializados a una clase, qué material tenía que alquilar y la fecha de los exámenes.

—Esto no es trabajo oficial —comentó Kate.

—¿Ah, no?

Tristan escuchó a Kate mientras esta le contaba la reunión que había tenido la noche anterior con Lyn Kendal.

—Me ha dado esta carpeta. No hay mucho de lo que tirar —concluyó Kate—. Además, dentro ha dejado quinientas libras en billetes. Nos pagará otras quinientas si descubrimos qué le ocurrió a Simon.

—Eso es mucho dinero. ¿Crees que son sus ahorros? —preguntó con una ceja levantada.

—No lo sé, daba la impresión de que tenía bastante dinero.

Tristan abrió la carpeta y sacó los documentos que había dentro. Eran recortes de periódicos locales que hablaban de lo ocurrido y fotos de Simon Kendal. Sobre todo, había información de los campeonatos de natación en los que había participado. Tristan leyó un artículo.

Adolescente de la zona se ahoga en el embalse

Simon Kendal, de dieciocho años, presuntamente se encontró en apuros tras colarse en el embalse de Shadow Sands, cerca de Ashdean.

La policía acudió al bellísimo enclave del páramo el martes, donde un equipo de búsqueda submarina examinó la zona y al final recuperó el cuerpo del chico.

La policía no considera que su muerte sea sospechosa.

El inspector jefe Henry Ko ha declarado: «Le envío mis más sinceras condolencias a la familia de Simon en este momento tan desgarrador».

Mike Althorpe, jefe de seguridad de las zonas de ocio de la Asociación para la Prevención de Accidentes, ha comentado: «Entendemos que se sintiera tentado a meterse en el agua a nadar, especialmente teniendo en cuenta las altas temperaturas, pero los lugares de aguas abiertas son muy peligrosos por las fuertes corrientes y los deshechos que a menudo hay bajo el agua y no se ven desde la orilla».