Bajo presión - Faruk Šehić - E-Book

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Faruk Sehic

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Beschreibung

En esta novela, Faruk Šehić sigue explorando, como poeta y soldado, "su guerra", la de los Balcanes. Bajo presión está escrita durante una sucesión interminable de minutos aislados, los minutos del tiempo de la guerra que se dilatan a la vez que se congelan o pasan fugaces. En ellos, los espacios —todos— incluso el sexo cálido de una novia o el hogar, se degradan, se calcinan, se enlodan, se adulteran envueltos en los vapores etílicos de la rakija o la cerveza, en el humo de los cigarrillos malos, en los efectos de los analgésicos y los relajantes auto administrados, engullidos como píldoras mágicas, sin fines terapéuticos. Y en medio de semejante tormento, otro anillo más asfixiante del infierno, la desesperación del que espera de alguna forma la redención, aferrándose a unos Levi ́s, a una cazadora, a cualquier objeto personal que le recuerde que, debajo de tanto barro y de tanta sangre seca existe un yo. Y por encima de la propia identidad, con miedo incluso a pronunciar su nombre, el vago anhelo de la esperanza que tiene el color nítido de las aguas del río Una. La esperanza siempre ha sido verde azulada. Puede que el minuto presente, el instante preciso, también lo sea.

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Faruk Šehić, nació en 1970 en Bihać, en la antigua Yugoslavia. Hasta el estallido de la guerra en Bosnia y Herzegovina, estudió en la Facultad de Medicina Veterinaria de Zagreb. Fue miembro del Ejército de Bosnia y Herzegovina y en una ocasión resultó gravemente herido.

Los críticos literarios a menudo lo llaman la voz de la generación atropellada de escritores nacidos en la década de 1970 en Yugoslavia, que fueron biográficamente y temáticamente marcados por las guerras y la desintegración del estado común.

Por la novela Knjiga o Uni recibió el Premio Meša Selimović a la mejor novela publicada en Bosnia y Herzegovina, Serbia, Croacia y Montenegro en 2011, y el Premio de Literatura de la Unión Europea - EUPL 2013. Por el libro de poemas Moje rijeke recibió el premio Risto Ratković al mejor libro de poemas publicado en Serbia, Bosnia y Herzegovina, Croacia y Montenegro para 2013/2014 y el Premio Anual de la Asociación de Escritores de Bosnia y Herzegovina de 2014. También ganó el Premio Internazionale Camaiore de 2019 por su libro de poemas seleccionados Ritorno alla natura / Return to Nature.

Los temas principales de sus libros son la guerra, la naturaleza, la memoria y el postapocalipsis.

Ha publicado diez libros y el último es una novela corta Greta (2021).

Sus libros se han traducido a muchos idiomas del mundo y la novela Knjiga o Uni se ha publicado en unas veinte ediciones. Trabaja como periodista y columnista en la prestigiosa revista de Sarajevo BH Dani. Vive en Sarajevo.

La Huerta Grande ha publicado hasta la fecha, Las aguas tranquilas del Una (2017) y Cuentos con mecanismo de relojería (2020).

 

 

En esta novela, Faruk Šehić sigue explorando, como poeta y soldado, “su guerra”, la de los Balcanes. Bajo presión está escrita durante una sucesión interminable de minutos aislados, los minutos del tiempo de la guerra que se dilatan a la vez que se congelan o pasan fugaces. En ellos, los espacios —todos— incluso el sexo cálido de una novia o el hogar, se degradan, se calcinan, se enlodan, se adulteran envueltos en los vapores etílicos de la rakija o la cerveza, en el humo de los cigarrillos malos, en los efectos de los analgésicos y los relajantes auto administrados, engullidos como píldoras mágicas, sin fines terapéuticos.

Y en medio de semejante tormento, otro anillo más asfixiante del infierno, la desesperación del que espera de alguna forma la redención, aferrándose a unos Levi´s, a una cazadora, a cualquier objeto personal que le recuerde que, debajo de tanto barro y de tanta sangre seca existe un yo. Y por encima de la propia identidad, con miedo incluso a pronunciar su nombre, el vago anhelo de la esperanza que tiene el color nítido de las aguas del río Una.

La esperanza siempre ha sido verde azulada. Puede que el minuto presente, el instante preciso, también lo sea.

«Esa manera tan precisa de detenerse en los detalles, le sirve a Šehić para «embellecer» la atrocidad sin caer en el fetichismo ... Su prosa es brillante, perspicaz, poética e impresionante»

Michael Tate. LA Review of Books

«...un libro de poderosas viñetas semiautobiográficas en su mayoría —pero no solo— del conflicto. El narrador y sus compañeros beben copiosamente, consumen drogas, tienen relaciones sexuales y saquean si se presenta la oportunidad ...Mientras el narrador toma pastillas, sacude puñetazos y sucumbe al estrés postraumático, su corazón golpea “como una ráfaga de ametralladora’, al igual que la escritura de Faruk Šehić».

Tim Judah. The Economist

 

 

Título original

Hit Depo; Pod prtiskom; Transsarajevo; Dodatne scene

 

 

 

© De los textos: Faruk Šehić (enero 2018)

© De la traducción: Miguel Rodríguez Andreu

Madrid, enero 2022

Edita: La Huerta Grande Editorial

Serrano, 6 28001 Madrid

www.lahuertagrande.com

Reservados todos los derechos de esta edición

ISBN: 978-84-18657-06-1

Diseño de cubierta: La Huerta Grande

Producción del ePub: booqlab

Índice

LA JERARQUÍA DE LAS COSAS

Bajo presión

Desde el diario de haikus

Hasta la eternidad

El horror es lo nuestro

Forzando al río

En neuropsiquiatría

La carta circular

LA BÚSQUEDA DE CALOR

En la profundidad detrás de las líneas

La metralla del color de la luna

Las historias de cementerio

Automático

A la mierda

El caleidoscopio de la memoria

Desde el anochecer al amanecer

El lado femenino de la guerra

Hay esta historia

DARK UND DARK

El gran sueño

Una puta mierda de trabajo

El cuerpo es la guarida del dragón

Surgimos de las ingles de la luna

Entonces, esto es una novela

La gallina negra

Los combatientes del inframundo

El barrio enlatado

El gueto paradisiaco

Una odisea de bolsillo

Faruk Šehić and the blackhearts

Postales desde Marte

El Flashback final: como un Rolling Stone

 

 

Al principio era el Edén, del que fuimos expulsados.

Observábamos cómo las nubes se acumulaban sobre las colinas, y cómo, por debajo, el Una fluía hacia nuestro pueblo. Primero eran claras, luego adquirían el color oscuro de la nieve sucia. El aire era eléctrico, como siempre antes de un chaparrón estival. No nos gustaba la lluvia porque significaba que el baño tocaba a su fin. El día siguiente, al menos, debía de ser tan caliente como para que reuniéramos las fuerzas suficientes y nos sumergiéramos de nuevo. Bañarse en el río era el principal ritual veraniego en nuestro pueblo. La vida durante todo el resto del año existía solo para eso. Nuestro calendario se debía al verano y al agua. La ciudad olía a río, a vegetación fluvial, a peces. Las plumas de pato en el aire, las escamas de pescado esparcidas por la orilla del río. Las barbacoas humeaban en cada esquina, las cajas de cerveza se enfriaban en el agua. Al otro lado del río, en la techumbre de una casa en construcción, el viento ondeaba la tricolor con la estrella roja, y debajo estaban atadas las toallas para la felicidad, para la prosperidad de la casa y de sus ocupantes.

Cuando apareció un cormorán en isla de los Patos, alguien intentó apedrearlo. Sus plumas eran de un negro aceitoso. Se sumergió y emergió tragándose un pez. La corriente lo llevó río abajo desde el Puente de Madera, donde los nadadores intentaron ahuyentarlo a gritos.

Me zambullí en el agua hasta quedar extenuado. En cuanto llegué a la orilla, que habíamos pavimentado para caminar más fácilmente, ascendí hasta la plataforma tan alto como pude, luego me lancé al agua, enderecé mi cuerpo y me sumergí con todas mis fuerzas hacia el fondo azul y oscuro. Abajo se encuentran la paz y la tranquilidad y un frío que tonifica el cuerpo. Los peces huyen de mí en todas direcciones. Buceé entre un banco de condostromas y algunos cachos.

Durante este día, todo el mundo da brincos y se divierte tanto como sea posible. Algunos no salen del agua, sino que retozan como morsas y dejan que el agua los lleve lejos hacia la cascada, que luego los expulsará hasta el Puente de Madera, que está a cien metros de nuestra playa en el Muelle.

Las nubes ahora son negras y amenazadoras. La carga eléctrica del aire alcanza su punto álgido. Y luego, de repente, comienzan a caer gotas vastas y pesadas. El baño se detiene, todos se escapan del agua, quedan pocos bañistas en el río. La lluvia acelera su ritmo, las gotas se hacen más grandes y frías. Los árboles delgados oscilan con el viento. El peso de las gotas de lluvia comprime la copa de los voluminosos árboles, igual que cuando se cierra un paraguas. Truenos y relámpagos atraviesan el cielo como en la Biblia. Hay que encontrar donde cobijarse, esperar a que el diluvio se detenga y volver a casa. La cortina de agua empaña la superficie del río. La lluvia parecía haber decidido no parar nunca.

LA JERARQUÍA DE LAS COSAS

Bajo presión

1.

Nos llevaron a la primera línea del frente. Barro y niebla por todas partes. Apenas puedo ver al hombre que tengo delante. Casi nos agarramos del cinturón para no perdernos. Recorremos casas en llamas. La columna avanza penosamente junto a vallas desvencijadas. El barro se pega a nuestras botas, se estira como una masa de pan. Las líneas del frente vistas por primera vez son las mejores. Todo es nuevo, inusual y peludo como la mierda. Especialmente cuando te haces cargo de una posición por la noche, y al día siguiente, a plena luz del día, te das cuenta de que estás sentado en la punta de un clavo.

Las vigas carbonizadas caen del techo y chasquean sobre el barro. Nos deslizamos por una enorme pendiente. La hierba está viscosa debido a la niebla. Aquel que se cae, detiene la columna y maldice, porque sí, contra el presidente y el estado. Cuando me da por pensar que esta noche dormiremos en un páramo, me duelen las hemorroides. Un guía de la policía militar nos lleva a lo alto del cerro. Emir y yo tomamos el control de una zanja poco profunda, en la que hay un colchón y una colcha, todo embarrado, y algunos cigarrillos consumidos hasta el filtro, incrustados nerviosamente en la tierra.

«¡Muy bien, muchachos! Ha llegado el invierno, ¿eh?» —una voz nos llega desde el lado derecho.

«Ven aquí y te cuento» —responde Emir acostado sobre el colchón.

Una silueta se acerca por detrás.

Salta a la trinchera.

«Soy del Tercer batallón» —nos dice mientras nos damos la mano.

«¿Tienes un cigarrillo?».

Abro una tabaquera de cigarrillos repleta de Gales1.

«¿No nos verán fumando?» —pregunta Emir.

«No lo harán. Están lejos de aquí y la niebla es espesa».

Tanto Emir como yo encendemos cigarrillos como si se nos hubieran dado una orden.

«Cuéntame, ¿cuál es la situación aquí?» —pregunto. «¿Es jodida?».

«Hoy labraron este cerro a base de proyectiles. A uno de los combatientes de la otra compañía le arrancaron la mejilla. En Metla, que es un cerro dos veces más grande que este, tienen un par de cañones antitanque ZiS2. Nos ven a la legua» —dice remiso el del Tercer Batallón.

«Entonces, el que sobreviva comerá con cuchara de oro» —añade Emir.

«No es tan infernal como parece —lo consoló el del Tercer Batallón—, la palmaremos igualmente».

El miedo me invade como la humedad. Mañana tendremos un afeitado gratis a base de metralla.

***

«Tu línea de la vida se interrumpe en dos lugares. Serás herido dos veces, una de ellas de gravedad», me soltó una gitana en una ocasión. Dževada arroja una judía, la lee y concluye: «En tu futuro hay un viaje al extranjero y, a lo lejos, la buena nueva». Se lo decía a cualquiera, ya que estábamos rodeados por todos lados, y queríamos escapar del asedio como fuera, es decir, viajar al extranjero. «A lo lejos la buena nueva» que, por lo general, significaba una novia que, cuando comenzó el asedio, se encontraba fuera del perímetro, o familiares que vivían en Alemania y enviaban dinero.

He establecido una jerarquía de cosas:

1. la guerra

2. el alcohol

3. la poesía

4. el amor

5. la guerra de nuevo

Cantinela favorita: Oh cama, maravilloso artilugio, te saludo, saludo3.

Cita más estúpida: «La guerra solo es buena para quienes no la hayan experimentado», Erasmo de Rotterdam.

Color favorito: Azul, todas las tonalidades del azul.

Libro favorito: Plexus, de Henry Miller.

Bebida favorita: Rakija de ciruelas casera.

Arma favorita: Kalashnikov húngaro, número SV-3059.

Plato favorito: Un litro de rakija y un cartón de cigarrillos.

Cita favorita: «Ser inmortal y después morir», Jean-Pierre Melville.

Deseo incumplido: Que la metralla me dejara una cicatriz en la cara, y así verme como un tipo jodido cuando entrara en un bar.

Luego me quedé dormido bajo la colcha embarrada.

2.

«Cinco marcos a que Metalero sale corriendo por el campo».

«Cuenta si corre herido, ¿o tiene que salir sin un rasguño?».

«Lo que sea, siempre que llegue a la casa blanca».

Metalero, apodado así por su brazalete de cuero con tachuelas niqueladas, yace detrás de un muro de hormigón calado. Se cubría la cabeza con las manos. El fino polvo de hormigón se asienta sobre su cabello. Ha llegado exactamente a la mitad del camino, justo para poder resguardarse. Las balas de una ametralladora M-844 impactan en las vigas de hormigón, atraviesan los huecos y percuten el suelo. Metalero se levanta, comienza a correr y es derribado por una ráfaga. Los jugadores de dados están sentados debajo de un membrillo, al abrigo de un refugio, en las profundidades de un edificio de varios pisos.

«Meta, ¿estás vivo?».

«Los cojones, vivo, no ves que no se mueve ni gime».

«¿De quién es la culpa?, es su maldita culpa, ¿alguien le hizo correr a plena luz del día, podría haber esperado al anochecer» —interviene el tercer observador.

Metalero se levanta de nuevo, menea sus fornidas piernas con todas sus fuerzas. Parece que corre anclado al sitio hasta que finalmente se mueve de la posición inicial. Su peinado farru aletea por la aceleración. El carro de combate M-84 está haciendo su trabajo. Metalero termina como Ben Johnson.

«Dame cinco marcos».

«Mi polla es lo que te voy a dar».

«Pero corrió, ¿no?».

«Sí».

«¿Es justo y es lo suyo?».

«Lo admito, sí».

«Muy romántico todo».

«Muy romántico todo».

Metalero, con la espalda apoyada en la fría pared de la casa, se saca un cigarrillo roto del bolsillo. Enciende medio con los dedos temblorosos. Se acicala el cabello. Se limpia el polvo y la suciedad del uniforme. La sangre vuelve a su rostro. La noche cae como el as de una baraja.

3.

Zgemba está sacando pedazos de cerebro humano de la maslenica5 con una uña. Agarra los trozos con la mano derecha, pringándolos de sal y metiéndoselos en la boca. Con la izquierda está comiendo requesón de una bolsa de plástico blanca salpicada con una mezcolanza de sangre y cerebro. Su careto está manchado del hollín de las nubes de pólvora. En su regazo lleva una ametralladora ligera de 7,62 milímetros. Hace cinco minutos en esta trinchera se encontraban los autonomistas6. Un cadáver todavía caliente está suspendido sobre el parapeto. Una ráfaga le voló la mitad del cráneo. Le pongo de espaldas. Saco su billetera del bolsillo interior de la chaqueta verde militar. Miro su fotografía tamaño pasaporte. Tenía la frente elevada y unas patillas marcadas. Ojos grandes y melancólicos. Me quito pedazos de manzana de entre los dientes con el borde afilado de la fotografía.

***

En medio de la misión, Deba encendió un fuego detrás de una esquina de la casa para secar sus calcetines. En el otro extremo de la casa, la ametralladora estaba apoyada contra la pared. Los autonomistas golpearon a la contra. Deba fue capturado vivo y desarmado. Le ataron las manos a la espalda con alambre de acero y le dispararon detrás del granero.

***

Esa misma noche, después de que nos relevaran en el frente, fuimos a una kafana. Bebimos a cuenta del Quinto Regimiento, es decir, lo que viene a ser por la cara. Zgemba echó Valium azules en una jarra de rakija. Bebimos el aguardiente de unos vasos de dos decilitros. El propietario trajo entrantes, embutido y queso curado. Fuimos invitados por la casa. Tenía un semblante de rasgos amables. Parecía un anfitrión experimentado. La camarera, una rumana, se quejaba de que bebiéramos gratis. Él la tranquilizó. Sus dientes sobresalían entre sus labios, con grandes huecos, tan separados como un rastrillo. Dijo que salía con un tipo de nuestra brigada, al que solían llamar Panadero. Después de unos litros de rakija empezamos a destrozar el lugar. Disparamos, por encima de la barra, al espejo y algunas ráfagas a las bebidas. La música folclórica, atenuada por el tiroteo, gorjeaba desde los altavoces del radiocasete. Estaba tratando de acertar a un matamoscas de plástico enganchado a un clavo colocado en un revestimiento de madera. Esparcimos mesas y sillas de plástico por toda la terraza. Le dimos unos culatazos a un par de lugareños que se rebelaron contra nuestras acciones. Desarmamos a tres policías civiles y los alineamos frente a la peluquería. El jefe nos llevó a la escuela, donde nos alojaron, a diez kilómetros de la kafana. Afuera empezó a llover. Los limpiaparabrisas se deslizaban como un indicador de presión. No había más que contar de esa noche.

_______________

1 Marca de cigarrillos colombiana producida en 1974.

2 El ZiS-3 es un cañón antitanque soviético de la Segunda Guerra Mundial de calibre 76,2 milímetros.

3 (N. de T.) Estribillo de la canción “Oj krevete čudna spravo” del grupo Memorija.

4 Ametralladora M-84 de 7,62 mm con doble carga.

5 (N. de T) Pastel de hojas de filo.

6 Seguidores armados de Fikret Abdić, un traidor local que luchó contra el ejército de Bosnia y Herzegovina.

Desde el diario de haikus

Me emborraché y me quedé dormido en la mesa de madera de la tienda de comestibles Jagoda, frente al edificio austrohúngaro donde vivía.

Llevaba una hawaiana con una camiseta de manga corta.

Justo antes del amanecer.

Mi madre me vio por la ventana del baño.

Me llevaron al apartamento cogiéndome de las manos.

Me lavaron en la bañera.

Me sentí como un cuerpo extraño dentro de un cuerpo extraño todavía más grande.

Parecía un robot cansado.

***

Me temblaban las manos mientras bebía café.

Frente al edificio.

En la pizzería Amfora.

Era perfectamente normal que me temblaran las manos.

Temblores alcohólicos frecuentes.

El café descendió por mi garganta.

Enjuagando el hedor a cerveza y coñac de anoche.

Acababa de superar el sexto día de guerra.

Por primera vez en mi vida, fui un refugiado.

***

En el baño del café West, me quité mis Levi´s y se los vendí al dueño del café por cien millones de dinares.

El billete de un millón contenía la imagen de Nikola Tesla.

Josip Broz Tito estaba en uno de quinientos mil.

Pronto se acabó la cerveza.

Una cerveza costaba medio millón.

Bebimos whisky.

El camarero lo sirvió de una botella de cinco litros.

No nos dimos cuenta de cuando cayó la noche.

Delante del café, salía agua helada de una fuente rudimentaria.

Mojando el asfalto caliente.

Olía a flor de tilo.

La miel estaba en el aire.

Después no recuerdo nada.

***

Por la mañana, que nos depare la ilusión de un principio...7

Por la ventana en la habitación sobre la kafana Hajduk.

Entraban los rayos de sol en forma de flechas.

Se está cómodo en el interior.

El calor me cogió las puntas de mis dedos de los pies.

Me puse calzoncillos blancos y limpios.

Saqué de los bolsillos de mi chaqueta algunos billetes y monedas.

Abrí la ventana y extendí la mano.

Una brisa fresca sopló en mi cara.

Y eso no fue una ilusión.

Conté los marcos alemanes.

La mañana está hecha para eso.

***

El 21.4.1992 (martes) a las 18 horas y 15 minutos comenzó la guerra en mi ciudad.

Bebí cerveza Sarajevsko en la terraza del café Casablanca.

Tenía el último modelo de Adidas en mis pies.

Unos Levi´s.

Un plumífero.

Me refugié con mi tío a unos treinta metros de la kafana.

Me dio una Magnum 357 y sesenta balas.

Que me metí en los bolsillos de mis pantalones.

Algunas balas tenían hendiduras en la parte superior de la bala.

Era munición de punta hueca.

Las proyectiles y balas de varios calibres son la banda sonora del primer día de guerra.

Vi una estrella fugaz deshacerse en pedazos de cielo entre los techos de dos casas.

Pedí un deseo.

El fin de la guerra.

Y reconciliarme con la novia.

***

¿Cuánto dinero tienes?

Diez marcos.

Yo tengo cinco.

Podemos emborracharnos bien.

Bebemos cerveza de la botella.

El suelo es de mármol.

De él irradia el frío.

Hace calor afuera.

Nadie usa reloj.

Porque el tiempo no tiene sentido.

***

Es maravilloso ser un refugiado.

Eso significa que eres un ciudadano de decimoquinta clase.

Nadie te conoce.

Puedes orinar en medio de la calle.

Y seguir caminando.

Los transeúntes dirán: ¡Qué paleto, un verdadero salvaje!

¡Por qué no os matarían a todos!

¿Por qué no luchasteis?

¡Cobardes!

¡Gallinas!

¿Dónde están vuestros huevos?

Solo a veces los obuses de 155 milímetros, que zumban por su cielo, les recuerdan que no existe una retaguardia a salvo en esta guerra.

***

Una caja de Gales cuesta diecisiete marcos alemanes.

Partner son veinte

HB cuesta veinticinco.

La cerveza Skopsko cuesta diez marcos.

Los ćevapi son veinte.

Un saco de harina son mil marcos.

Un kilo de café son trescientos treinta.

Estamos rodeados por todas partes.

Pero hay un reemplazo para todos.

La hoja de membrillo se puede fumar y cuesta cero marcos.

El café tostado de centeno es un marco.

Una botella de rakija infecta cuesta diez marcos.

De cualquier manera, los ćevapi son un lujo.

El pan de maíz es sabroso y barato.

Todavía estamos rodeados por todas partes.

***

Mi madre recogió verduras silvestres en los valles cercanos a las seis de la mañana con el rocío.

Trajo la cosecha en un delantal alzado.

Para el almuerzo comimos repollo hervido con ajo, sopa de repollo y ensalada de repollo.

Estoy a tope de hierro.

Fuerte como el marinero Popeye.

***

Me recuesto sobre un colchón de esponja gris de ayuda humanitaria.

Las hormigas suben por la pared en densas columnas.

Estoy tomando Valium de diez miligramos.

Duermo unas veinte horas.

En mi habitación practico caminar con muletas.

Todavía me duele el pie herido.

Estoy leyendo Canción de amor de J. Alfred Prufrock, de T.S. Eliot.

En la habitación de invitados, Greta y Nađa están jugando al solitario.

Mamá se asoma a la estufa de leña.

Papá está en el frente.

Mamá plantó cebollas, pimientos y tomates detrás de nuestra casa de refugiados. Esperamos la primera cosecha.

Frente a nuestra puerta, el Joroballo ladra alegremente.

El sol está en su cenit.

***

Desde el refugio de la izquierda, nos cablearon que Osman Jakupović había muerto.

El francotirador le disparó en la frente, justo donde comienza la cabellera.

Era imposible llegar al último refugio en Padež.

Por la noche nos lo trajeron en camilla.

Despertó de una muerte clínica.

Murmuró palabras dementes.

Nuestros pelos se erizaron mientras escuchábamos el discurso de los muertos vivientes.

Lo llevaron a la retaguardia.

Murió en el hospital a los tres días.

Ni siquiera pude conocerlo.

No recuerdo su rostro.

Era un tipo alto y musculoso del pueblo de Stijena.

***

10.5.1992 (viernes)

Hoy no me ha pasado nada.

***

La ametralladora ladra como un perro.

He cogido una camiseta llena de cerezas.

Las balas zumban sobre los techos incandescentes.

Dicen que ha estado atacando un francotirador desde la Ciudadela Vieja.

Aquí y allá operan morteros de 60 y 82 milímetros.

De vez en cuando, un tanque se presenta con un proyectil.

Un lanzacohetes lanza una serie de ráfagas.

Me estremezco si algo explota cerca.

Los escalofríos me suben por la columna vertebral.

Las palmas sudan.

Hablo de cosas normales.

Sobre las nubes, las cerezas o el río Una.

***

Decidí escribir con extremada prudencia.

No se sabe cuándo terminará la guerra.

Lun. - borracho.

Mar. - borracho.

Miér. - lo mismo.

Jue. - 0.

_______________

7 (N. de T.) Verso de Juan Luis Borges de «Otro poema de los dones» en Obra poética.

Hasta la eternidad

1.

El plan era muy sencillo. Nos desplegaremos a lo largo del frente. Nosotros nueve. La distancia de uno a otro es de cinco a diez metros. Ataque frontal según el Régimen de Operaciones. Pelón disparará un cohete desde su lanzador Zolja que tiene al hombro. Este es nuestro equipo de artillería. Nos levantaremos de la hierba. Empezaremos a disparar y a clamar el Takbir mientras corremos hacia sus trincheras. Quien sobreviva, sobrevive.

Ahora estamos acostados y fumamos protegidos por nuestras propias trincheras. Llevamos puestos los cascos, y nuestros chalecos de munición están equipados con cargadores de treinta balas. Pelón lleva a la espalda el Zolja: nuestra poderosa artillería. Faćo es el único de nosotros que tiene un rifle con una culata de madera. Dice que ese rifle le trae suerte. Los del frente nos ofrecen cigarrillos y café, parpadeando de alegría, contentos de no tener que entrar en acción. Todo para los comandos. La conversación es corriente, nadie menciona lo que pasará. Es como ir de picnic y no tener prisa.

El viento de octubre agrupa a las caducas hojas de hayas y carpes. Al caer, rozan hoja contra hoja, y hacen frufú como la seda india. Los pinos son indestructibles. Sus agujas verdes oscuro peinan el viento. Esperamos a que el comandante del batallón dé la señal a través de un Motorola. La noche se encuentra en su plenitud. Estamos en el bosque. Aquí se forma nuestra extraña línea de fuego en forma de herradura. Debajo del bosque franquea una carretera asfaltada. Más abajo hay una gran ensenada, tan oscura como la garganta de King Kong. Nuestro frente continúa trescientos metros a través de la hondonada. Así que estamos encajados en su línea de ataque: un saliente infranqueable para armas de cualquier calibre.

Pelón nos da la señal de avanzar con la mano. Hafura y yo hacemos una ronda de reconocimiento, por si acaso, aunque la negrura nocturna es el color dominante. Salimos del bosque. Caminamos como fantasmas camuflados. Nos acercamos sigilosamente a un tramo de maleza atrofiada. Si alguien se pone a disparar contra nosotros, estamos jodidos porque estamos entre varios frentes. Solo podemos orientarnos por el oído. Escuchamos un parloteo incomprensible. Aguantamos la respiración. De sus trincheras proviene un repiqueteo. Golpes contundentes. Como si estuvieran cavando. «Qué mierdas hacen ahora». Pelón se acerca con el resto de la tropa. Tomamos posiciones según lo planeado y comenzamos a gatear. Golo brdo8: ¿hay algún nombre más estúpido para un cerro? Nos acercamos al lugar. No podemos ver sus trincheras. Parece que están justo debajo de la cima del cerro, en la última pendiente. Pelón se levanta y saca el Zolja con el telescopio. Mira por el objetivo. El cohete vuela sobre la colina y se dirige a Zanzíbar. Debe de haber impactado contra un granero o alguna instalación de importancia estratégica. No importa, de todos modos, es solo un truco psicológico. Las explosiones avivan el miedo, y el miedo te hace ver cosas, tus ojos se abren y son blancos como los de un buey a punto de ser sacrificado. Corremos, disparamos y gritamos. Los metros parecen tan largos como los kilómetros de un maratón. El tiempo se alarga como una honda. Las balas brillantes revolotean en todas direcciones. Sus disparos nos ralentizan. Nos tumbamos en el suelo, sin ninguna protección. Eso es todo. Golo brdo. Un mortuorio. Acuéstate y pasta la hierba.

«¡Pelón, tengo el rifle atascado, ven aquí!» —grita Faćo.

Pelón patea el arma para desatascarla. Faćo pone la culata de madera del rifle frente a su cara para protegerse la frente.

«¡Está duro, me cago en la puta!» —escucho a Hafura.

«¡Qué desastre, joder!».

«¡Retroceded!» —grita Pelón.

No hay tiempo para chácharas. Estamos rodando cuesta abajo hacia nuestra línea. Estamos protegidos de las balas, porque nos encontramos justo bajo los pliegues de la colina. Las granadas de mano explotan en el lugar donde estábamos hace un segundo. Las explosiones resuenan como en un pozo. Llegamos al bosque. Ningún muerto, ningún herido. El recluta agacha la cabeza, mira al suelo. Su tez pálida le da la apariencia de un zombi. Su nariz aguileña, colgando de su rostro como un garfio de carnicero al revés, lo convierte en una caricatura ambulante. Camina inclinado sobre las rodillas, como para calcular con pasos su inseguridad. Tener un recluta en tu unidad significa estar marcado con la mala suerte. Es absolutamente increíble cómo se les pega la muerte. A veces estaba convencido de que podía distinguir el símbolo de la fatalidad en sus rostros. El recluta aún no es consciente de que ha sobrevivido a su primera misión.

«Ni el mismo Pelón podría haber tomado esta colina de mierda» —dice Hafura.

«Pues sí que está jodida la cosa, me cago en dios».

«Un ataque nocturno es una verdadera lotería» —se pronuncia Merva.

«Todo es una lotería: te pueden atrapar cuando atacas, cuando estás en la línea del frente, cuando estás de permiso con ropa de civil, donde quiera que vayas».

«Jodida suerte» —nos dice Pelón.

«A todo esto, mi rifle sigue encasquillado» —se lamenta Faćo.

Pelón se ríe y guiña un ojo. Bajamos al asfalto.