Bebé milagro - Más que un trato - Liz Fielding - E-Book

Bebé milagro - Más que un trato E-Book

Liz Fielding

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Beschreibung

Bebé milagro Grace McAllister pensó que llevar en su vientre un hijo para su hermana sería un acto desinteresado, aunque deseaba que aquel bebé fuera suyo y que hubiera sido concebido con el único hombre al que había amado. Pero eso era algo imposible. Josh Kingsley no podía soportar ver cómo el bebé crecía en el vientre de Grace. Deseaba que la niña y ella fueran suyas para poderlas cuidar. Entonces la tragedia golpeó a la familia y Josh se apresuró a proteger a Grace y a la pequeña Posie, esperando que formaran parte de su vida. Más que un trato May debía casarse antes de cumplir treinta años para heredar la casa familiar y mantener a flote su nuevo negocio. Adam Wavell se enfrentaba a un gran problema: ¡su excéntrica hermana le había dejado a cargo de su bebé! Se imponía hacer un trato: May ayudaría a Adam con su sobrina si él la ayudaba… casándose con ella.

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Seitenzahl: 364

Veröffentlichungsjahr: 2019

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 205 - junio 2019

 

© 2009 Liz Fielding

Bebé milagro

Título original: Secret Baby, Surprise Parents

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

© 2010 Liz Fielding

Más que un trato

Título original: SOS: Convenient Husband Required

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2009 y 2010

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com.

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-978-3

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Bebé milagro

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

Más que un trato

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

GRACE McAllister andaba nerviosa por la entrada de urgencias. Marcó de nuevo otro número de teléfono en su móvil en un intento desesperado de contactar con Josh Kingsley.

En Australia sería domingo por la tarde y ya había tratado de encontrarlo en su casa. Le había respondido una mujer.

–Anna Carling.

–Oh… –había dicho Grace. Oír aquella voz, saber que aquella mujer estaba en el apartamento de Josh, había provocado que por un momento se le borrara todo lo que tenía en mente. Pero entonces reunió fuerzas y contestó–. Por favor, ¿puedo hablar con Josh?

–¿Quién l0o llama?

–Grace… Grace McAllister. Soy su… su…

–Está bien, Grace. Sé quién eres. La hermana de su cuñada, ¿no es así?

–¿Podría hablar con él, por favor?

–Lo siento, Josh está fuera en este momento. Yo soy su asistente personal. ¿Hay algo que pueda hacer para ayudar?

–¿Sabes dónde está?

–Está viajando mucho. Hong Kong, Pekín… ¿Puedo darle algún mensaje? –preguntó Anna.

–No, gracias –contestó Grace. La noticia que tenía que darle era demasiado personal–. Necesito hablar con él personalmente. Es urgente.

Anna no perdió tiempo haciendo preguntas, sino que le dio unos cuantos números de contacto. Su número de teléfono móvil, el del hotel en el que estaba hospedado en Hong Kong y el del gerente de la oficina de aquella ciudad. Le dio incluso el número del restaurante favorito de Josh.

Cuando telefoneó a su móvil no había cobertura. Dejó un mensaje pidiéndole que la telefoneara urgentemente. A continuación llamó por teléfono al hotel. Josh no estaba allí y el gerente de la oficina de Hong Kong le informó de que su jefe había tenido que marcharse a China y le dio unos cuantos números de contacto.

Telefoneó a uno de los números que le habían dado y alguien que contestó al teléfono le dijo que Josh había salido de la ciudad durante unos días. También le informó de que la única manera de contactarlo era mediante su teléfono móvil.

Se sintió como si estuviera dando vueltas en un círculo, pero por lo menos la ayudaba a distraerse de lo que estaba ocurriendo en el hospital.

En aquella ocasión el teléfono dio señal. Uno, dos, tres tonos y entonces lo oyó. Su voz, tan familiar y a la vez tan extraña, pedía a quien telefoneaba que dejara un mensaje.

–Señora McAllister…

Grace se dio la vuelta al oír cómo la llamaba una enfermera. Había estado tratando por todos los medios no pensar en lo que le estaba ocurriendo a Michael. Sólo lo había podido ver mientras éste había estado tumbado inconsciente en la camilla justo antes de que el equipo médico se lo llevara a toda prisa al quirófano. Entonces le habían dicho que esperara.

Pero una mirada le dijo todo lo que tenía que saber. Su encantador cuñado no había sobrevivido al accidente que ya se había llevado por delante la vida de su hermana.

–Josh… –se forzó en decir por teléfono, conteniendo las lágrimas. Ya habría tiempo para llorar–. Josh… tienes que venir a casa.

Un día, incluso una hora antes de aquello, con sólo pensar en volver a verlo se habría mareado.

Pero en aquel momento, profundamente impactada por lo que había ocurrido, no sentía nada más que furia ante aquella injusticia.

Furia ante la crueldad del destino. Furia ante lo ciego que había estado Josh al haberse negado a comprender, al estar tan enfadado con todos ellos.

No sabía lo que él le había dicho a Michael.

Incluso recordaba poco de lo que le había dicho a ella misma, aparte de que le había rogado que lo volviera a pensar.

Todo lo que podía recordar era la fría expresión de la cara de Josh cuando le había dicho que ya era demasiado tarde para segundos pensamientos, que ya estaba embarazada del hijo de su hermana…

La enfermera, sin duda acostumbrada a tratar con parientes en estado de shock, le puso un brazo por encima y dijo algo sobre una taza de té. Le preguntó si había alguien a quien pudiera telefonear para que no estuviera sola.

–He telefoneado a Josh –contestó Grace tontamente, como si la mujer fuera a entender lo que eso significaba–. Vendrá a casa.

 

 

 

Josh Kingsley admiró la majestuosa vista del Eve-rest, que tenía un aspecto rosado debido a la puesta de sol.

Había ido allí buscando algo. Tenía la esperanza de recuperar el momento en el que su hermano y él habían planeado juntos aquel viaje. Con el tiempo, y al haber adquirido un poco más de sabiduría, podía ver que había sido el intento de su hermano mayor de distraerle de toda la amargura que había conllevado el divorcio de sus padres.

Pero nunca habían materializado sus planes. Había ido a aquel lugar solo y con la intención de poder descansar un poco de su ajetreado estilo de vida. Quería tratar de encontrar la manera de aceptar lo que había ocurrido.

Invadido por la repentina necesidad de hablar con Michael, de compartir aquel momento perfecto, de hacer las paces con el único miembro de su familia cercana que le importaba, se quitó los guantes y sacó la BlackBerry que había apagado hacía ya tres días. La encendió.

Ignorando el continuo pitido que le informaba de que tenía mensajes, se apresuró a mirar la agenda de teléfonos. Pero lo hizo demasiado rápido y el pequeño milagro negro de la tecnología informática se le cayó de las manos. Hacía mucho frío y observó cómo su BlackBerry caía por un gran abismo. Como si él también estuviera congelado, no se movió hasta que oyó el leve sonido que indicaba que finalmente había chocado contra el suelo. Se estremeció.

 

 

 

Muda por la impresión e incapaz de conducir, Grace permitió que la enfermera telefoneara a Toby Makepeace, el cual llegó en cuestión de minutos. La ayudó con todo el papeleo antes de llevarla en coche a casa de Michael y Phoebe. Allí la esperaba la hija de tres meses de la pareja.

–Odio tener que dejarte –dijo Toby–. No deberías estar sola.

–Elspeth está aquí –contestó ella, a quien incluso le costaba decir aquello–. Se ha quedado a cuidar de Posie. Gracias, Toby, has sido un gran amigo.

–Aquí estoy. Si necesitas algo, ayuda con el papeleo…

Grace tragó saliva. No quería pensar en lo que tenía por delante.

–Josh vendrá a casa –dijo–. Él se ocupará de todo.

–Desde luego –respondió Toby, acariciando brevemente el brazo de Grace. Entonces se dio la vuelta y comenzó a marcharse.

Elspeth, una buena amiga de Michael y Phoebe, había respondido a la desesperada llamada de Grace y había ido a quedarse con Posie. Cuando Grace entró en la casa, ella no le dijo nada, simplemente la abrazó y le preparó una taza de té. Entonces se encerró en el despacho de Michael para telefonear a todo el mundo e informarles de lo que había ocurrido. Incluso telefoneó a los padres de Michael; su madre estaba en Japón y, su padre, en Francia.

Llamó mucha gente… menos la persona que Grace estaba esperando que lo hiciera.

Comenzaron a llegar amigos con comida y se quedaron para echar una mano. Prepararon camas en las habitaciones de invitados de la parte principal de la casa mientras Grace hizo lo mismo en el apartamento que Josh tenía en el sótano. Incluso en aquel momento en el que su mundo se estaba desmoronando, no podía permitir que nadie más lo hiciera.

A continuación se preparó para dejar su propia vida apartada a un lado. Grabó un mensaje en el contestador automático del piso que ocupaba en la planta de arriba de la casa y bajó su ordenador portátil a la planta principal.

Sentada en el sillón que había sido parte integrante de aquella casa desde que ella podía recordar, y con Posie en su cunita a su lado, analizó su calendario de clases. Telefoneó a todos los que habían reservado un lugar y, a continuación, escribió los cheques para devolverles lo que habían pagado. Lo que fuera para dejar de pensar.

Tras hacerlo, estuvo libre para concentrarse en Posie. La bañó, le dio de comer, la cambió y apartó todo lo demás de su mente… salvo el sonido del teléfono. Quería decírselo personalmente a Josh.

–En China es por la noche –comentó Elspeth después de que el teléfono sonara por enésima vez y no fuera él–. Seguramente esté dormido con el teléfono apagado.

–No. Cuando llamé no me saltó directamente el contestador automático. Dio señal…

–Entonces estará dormido y no lo ha oído.

–Quizá se lo debí haber dicho a alguien de su oficina…

–No. Te han dado todos los números que tienen y, si no puedes ponerte en contacto con él, ellos tampoco podrán hacerlo.

–Pero…

–Tú eres la única persona que querrá que le dé esta noticia, Grace.

–Quizá.

–No hay duda. Tú eres lo más parecido que él tiene a una familia.

–Tiene a sus padres.

Elspeth no se molestó en contestar a eso.

–Ven y come algo –fue lo que dijo–. Jane ha traído empanada.

Grace negó con la cabeza.

–No me apetece nada.

–No puedes permitirte el lujo de saltarte comidas –contestó Elspeth con firmeza–. Debes mantenerte fuerte para Posie.

–¿Y tú? –preguntó Grace.

Elspeth había perdido a su mejor amiga. También estaba sufriendo.

–Has estado ocupándote de todo y no he visto que hayas comido nada –añadió Grace.

–Estoy bien.

–No, no lo estás –contradijo Grace, tumbando a Posie en su cunita–. Siéntate y pon los pies en alto mientras cuezo dos huevos para las dos.

–¿Me vas a traer también tostadas? –preguntó Elspeth, logrando esbozar una sonrisa.

–Desde luego. Es mi turno de cuidarte, Elspeth.

–Sólo si me prometes tomarte una de esas pastillas que el médico dejó para ti. No has dormido…

–No puedo –contestó Grace–. No hasta que haya hablado con Josh.

–¿Y entonces?

–Te lo prometo –dijo. A continuación, como era la única manera de que Elspeth comiera, coció dos huevos y logró comerse uno. Incluso también se tomó un yogur.

Se bañó y casi se quedó dormida en la cálida agua, pero Posie estaba inquieta. Era casi como si la pequeña intuyera que algo se había roto en su mundo. Entonces Grace se puso la bata de Phoebe para que Posie tuviera el consuelo de la calidez de su madre mientras la ponía sobre su hombro. Le cantó suavemente y esperó… esperó a que el teléfono sonara.

Finalmente, cuando se percató de que había amanecido, volvió a telefonear a Josh. Pero de nuevo volvió a saltarle el contestador automático.

–¿Dónde estás? –gritó, desesperada–. ¡Llámame!

Pero todo lo que obtuvo por respuesta fue un profundo vacío.

–Michael está muerto, Josh –añadió–. Phoebe también lo está. Posie te necesita.

En ese momento se tapó la boca con la mano y se negó a decir que ella también lo necesitaba.

En realidad, siempre lo había necesitado, pero Josh no la necesitaba a ella.

 

 

–¿Logró hablar contigo Grace McAllister, Josh?

Él había volado directamente a Sidney desde Nepal y, antes de ir a dormir a su casa, se había acercado a su oficina para informarse de los mensajes urgentes que tuviera.

–¿Grace? –preguntó, frunciendo el ceño. Levantó la vista de los numerosos mensajes que le había entregado su asistente personal–. ¿Grace me ha telefoneado?

–La semana pasada. El domingo. Le di los números de teléfono de Hong Kong, pero como sabía que estarías moviéndote de un lado para otro también le di tu número de móvil –explicó su asistente personal–. Dijo que era urgente. Espero haber hecho lo correcto.

–Sí, sí –contestó él, tranquilizándola.

¿La semana anterior? El domingo él había estado en las montañas… y había pensado en su hermano. Y en Grace. Había habido un mensaje en su teléfono, pero lo había ignorado…

–El maldito aparato se me cayó desde lo alto de una montaña. ¿Podrías reemplazármelo? –quiso saber–. ¿Dijo Grace por qué llamaba?

–Sólo dijo que era urgente. Allí ahora es de noche –le recordó Anna al ver que él agarraba el teléfono.

–No importa. Ella no habría telefoneado a no ser que fuera… –Josh dejó de hablar al oír que le saltaba un contestador automático.

–Le habla el contestador automático de Grace McAllister. Siento no poder responder a su llamada en este momento. Debido a una pérdida familiar, todas las clases han sido canceladas hasta próximo aviso. Por favor, compruebe la página Web para más información.

¿Pérdida?

Josh sintió cómo se quedaba pálido y tuvo que apoyar una mano en el escritorio. Posie…

Tenía que ser Posie. Los bebés eran tan vulnerables… Meningitis, muerte súbita…

–Cancélalo todo, Anna. Consígueme un billete en el próximo vuelo que salga para Londres –ordenó, marcando el número de teléfono de su hermano a continuación.

Alguien, cuya voz le era familiar, pero que no era ni Michael, ni Phoebe, ni Grace, contestó la llamada.

–Soy Josh Kingsley –dijo él.

Hubo una leve pausa y entonces ella habló… Grace, que con su cálida voz, dijo su nombre.

–Josh…

Aquello fue suficiente para hacer renacer sentimientos que él había hecho todo lo posible por matar. Pero durante el año anterior no había sido capaz de quitársela de la cabeza.

–Josh, he estado tratando de ponerme en contacto contigo.

–Lo sé. Acabo de telefonearte y he oído tu mensaje –respondió él–. ¿Qué ha ocurrido? ¿Quién ha muerto?

Entonces oyó cómo ella respiraba profundamente.

–¡Grace!

–Hubo un accidente. Michael, Phoebe… ambos han muerto.

Durante un momento Josh se quedó demasiado impresionado como para hablar. Su hermano había muerto.

–¿Cuándo? ¿Cómo?

–El domingo pasado por la mañana. He estado llamándote y dejándote mensajes. Como no me respondías ni te ponías en contacto conmigo pensé… pensé…

–¡No! –espetó Josh, que sabía lo que había pensado ella y por qué.

Pero ello no ayudaba a paliar el dolor de saber que Grace podía considerarlo tan cruel.

Ella había estado muy contenta de tener un bebé para su hermana y no había comprendido por qué él había estado tan desesperado por detenerla.

–¿Qué ocurrió? –quiso saber.

–La policía dijo que el coche patinó debido al barro. Atravesó una valla y después dio varias vueltas de campana. Ocurrió muy temprano y nadie los encontró…

–La niña, Grace –dijo Josh–. Posie…

–¿Qué? ¡No! Ella no estaba con ellos. Estaba aquí, conmigo. Michael y Phoebe habían salido de fin de semana. Era su aniversario de boda, pero se marcharon muy pronto del hotel. Tenían muchas ganas de volver…

Antes incluso de que Grace tuviera que dejar de hablar, Josh se había llevado una mano a la boca para contener el grito de dolor que estaba deseando emitir.

–¿Josh?

–Estoy bien –logró decir él–. ¿Cómo lo estás llevando tú?

–Poco a poco –contestó ella–. Un minuto, una hora…

Él quería decirle lo mucho que lo sentía, pero en una situación como aquélla las palabras carecían de sentido.

Pensó que debería haber estado allí para ayudar, para realizar las disposiciones necesarias, pero ya había pasado casi una semana.

–¿Quién está contigo? ¿Qué cosas has dispuesto? –quiso saber–. ¿Cuándo es el…?

–Los enterramos el viernes, Josh. Tu padre insistió en hacerlo y, como no respondías a las llamadas y nadie podía contactar contigo… –explicó ella. Se detuvo para tragar saliva y contener las lágrimas. Entonces la furia se apoderó de sus sentidos–. ¿Dónde estabas?

–Grace…

Josh levantó la vista al sentir que su asistente personal regresaba a su lado.

–Hay un coche esperando para llevarte al aeropuerto. Tienes que marcharte ahora –dijo Anna, dándole una nueva BlackBerry.

–Grace, salgo ahora mismo hacia el aeropuerto –dijo él–. Mantén la calma hasta que llegue.

 

 

–Ya estamos aquí, señor Kingsley.

Josh miró hacia arriba y vio la fachada de la alta casa de estilo georgiano que Michael había comprado cuando se había casado con Phoebe McAllister. Era una gran casa familiar con un sótano, un ático y tres plantas más entre medias. Tenía muchas habitaciones, habitaciones cuyos propietarios habían planeado llenar de niños.

En vez de ello habían tenido a Grace y a él. Un joven de diecisiete años cuyos padres se habían separado y no querían que un descabellado jovencito les estropeara sus nuevas relaciones amorosas. Y una niña de catorce años cuya única alternativa era que se ocuparan de ella las autoridades locales.

Pero sus hermanos se habían hecho cargo de ellos sin quejarse. Le habían dado a él su propio espacio en el sótano de la casa y habían decorado una habitación especialmente para Grace. Aquélla había sido su primera habitación propia.

Ella había sido una jovencita muy enclenque. Muy delgaducha. No había tenido curvas a la edad en la que las chicas comenzaban a probar sus encantos con los muchachos. Sólo sus ojos, de un color verde dorado, habían dejado entrever que tenía encantos secretos.

–¿Puedo hacer por usted, señor Kingsley?

Josh se percató de que el chófer, un trabajador habitual de sus empresas, lo estaba mirando con la preocupación reflejada en la cara.

Entonces esbozó una sonrisa.

–Puedes decirme qué día es, Jack. Y si son las siete de la tarde o de la mañana.

–Cuando me levanté esta mañana era martes. Y es por la tarde. Pero estoy seguro de que usted ya sabía todo eso.

–Sólo estaba comprobando –contestó Josh, sonriendo de nuevo.

Sabía que iba a tener que vivir con un gran arrepentimiento por las duras palabras que había dicho. Palabras que ya no podría enmendar. Se había aferrado a su enfado, enfado que había sido una tapadera ante algo oscuro que no podía admitir…

Pero todo aquello iba a tener que esperar, ya que Grace lo necesitaba. Y la pequeñina los iba a necesitar a ambos.

Se bajó del coche. La alegre furgoneta de Grace, con el cartel Adornos y abalorios, estaba aparcada en su lugar habitual. Pero el lugar en el que esperaba ver aparcado el coche de su hermano estaba ocupado por otro coche.

Se percató de que Jack estaba esperando a que él entrara en la casa. Se armó de valor y subió las escaleras para entrar en aquella vivienda, que siempre había parecido que abría las puertas de par en par ante él. Pero aquel día, incluso bajo aquel sol primaveral, la casa parecía estar apagada, como llorando.

La última vez que había estado allí había tirado sus llaves de la casa, y del apartamento que tenía en el sótano, en el escritorio de su hermano. Había sido su declaración de que nunca iba a volver. Por primera vez desde que se había mudado allí cuando había tenido diecisiete años, iba a tener que llamar a la puerta. Pero justo cuando iba a agarrar el antiguo picaporte de ésta, se abrió.

Durante un momento pensó que era Grace. Pensó que iba a darle un gran abrazo. Pero no era ella. ¿Por qué iba a serlo? Ella ya tenía a Toby Makepeace para que la abrazara, para que la consolara.

La mujer que le abrió la puerta le era conocida… una amiga de Phoebe. ¿Elizabeth? ¿Eleanor?

–Grace está en la cocina, pero se acaba de quedar dormida –le informó–. Trata de no despertarla. No ha dormido nada desde hace días y está agotada.

Josh asintió con la cabeza.

–Tú también debes de estarlo –añadió la mujer, poniéndole la mano en el brazo–. Es una manera terrible de volver a casa. Siento tanto lo de Michael… Era un hombre encantador. Ahora que estás aquí me voy a marchar, pero dile a Grace que me llame si necesita algo. De todas maneras, mañana me pasaré a verla.

–Sí, gracias… –contestó él, recordando quién era aquella mujer–. Gracias, Elspeth.

Agarró las maletas que Jack había sacado del coche. Las metió dentro de la casa y cerró la puerta tras de sí tan silenciosamente como pudo. Se movió con mucho cuidado, como si de alguna manera pudiera apaciguar los agitados latidos de su corazón.

Se dijo a sí mismo que debía bajar a su apartamento del sótano y darse una ducha. Pero para hacer eso necesitaba la llave del apartamento y la llave estaba en la cocina.

Por primera vez en su vida no supo qué hacer. Se quedó mirando la mesita de la entrada, sobre la que había cartas, algunas dirigidas a Grace y otras a él…

Frunció el ceño al ver que también había tarjetas.

Abrió una y vio los lirios pintados que la adornaban. Os acompañamos en el sentimiento…

La dejó caer al suelo como si quemara. Se echó para atrás, se llevó las manos a la cara y, a continuación, se dirigió muy silenciosamente hacia la cocina.

Abrió la puerta con mucho cuidado, pero aun así chirrió. Entonces se detuvo, pero no oyó nada y entró en el lugar que siempre había sido el centro de la casa. Cálida, espaciosa, la cocina tenía una gran mesa para que todos se reunieran allí. Había una mecedora que la quinceañera Grace había adoptado como suya cuando había llegado a aquella casa por primera vez con una bolsa de plástico con todas sus pertenencias bajo un brazo y, bajo el otro, un desaliñado terrier.

Ambos habían casi vivido en aquella mecedora. Y había sido el primer sitio donde había puesto el cachorrito que él le había regalado cuando el viejo Harry había muerto un par de meses después. Josh había temido que se le fuera a romper el corazón.

Finalmente el cachorrito también había muerto de viejo, pero en aquel momento Grace tenía un nuevo amor. Posie. El bebé que había llevado en sus entrañas con las más puras y buenas intenciones para su hermana, quien le había otorgado un hogar.

Michael, con la esperanza de que si Josh veía a la pequeña finalmente lo comprendería, incluso lo perdonaría, le había mandado por mail innumerables fotografías de Posie. Junto a éstas había acostumbrado a comentarle los progresos que su hija estaba realizando desde el día de su nacimiento. Se había negado a desistir ante su falta de respuesta.

No le había mandado ninguna fotografía en la que apareciera Grace hasta que le envió las del bautizo de la niña. Aparecía sólo en una. Ella estaba en medio, como madrina, con Posie en brazos. Michael y Phoebe estaban a ambos lados. Era una fotografía que reflejaba la felicidad del momento. Todos sonreían y había pensado que su hermano se la había mandado para mostrarle lo que se estaba perdiendo.

Pero a él no le había importado. Lo único que le había interesado había sido Grace, e incluso había recortado la fotografía para tener en ella sólo a ésta y a la pequeña. La había aumentado de tamaño y la había impreso para así poder llevarla consigo.

La cara de Grace reflejaba una gran serenidad en aquella fotografía, pero claro, no podía olerla ni sentir su calidez.

La podía tocar, pero no le daba nada a cambio. Aunque en realidad hacía mucho tiempo que Grace no le otorgaba nada a él. Durante las visitas que había realizado a casa, ella había mantenido las distancias.

Por lo menos había tenido tiempo de sobreponerse a la impresión de haber visto que ella se había cortado su precioso pelo largo en un delicado y estiloso corte.

Pero lo que tenía delante de él en aquel momento no era una fotografía. Grace estaba sentada en la mecedora con Posie en brazos. Ambas dormían.

Era la imagen íntima de la maternidad, imagen que sólo vería un padre o un marido. Se quedó allí de pie muy quieto, sin casi atreverse a respirar. Quería congelar aquel momento, grabar aquella imagen en su memoria. Entonces, como a cámara lenta, observó cómo el biberón de la pequeña que Grace tenía en su regazo comenzaba a caer al suelo.

Se acercó apresuradamente para tratar de agarrarlo antes de que golpeara las baldosas y la despertara, pero cuando levantó la mirada se percató de que sus intentos habían fracasado.

O quizá no. Grace tenía los ojos abiertos y lo estaba mirando, pero no estaba completamente despierta. En realidad, no lo estaba viendo. Josh se quedó quieto y aguantó la respiración con la intención de que ella volviera a dormirse.

–¿Michael? –dijo Grace.

Pero entonces parpadeó y frunció el ceño.

Josh se percató del momento exacto en el que la realidad la golpeó. Instintivamente se acercó a ella tal y como había hecho hacía un año, como si de alguna manera pudiera detener el tiempo y evitar que tuviera que sufrir tanto.

–Grace…

–Oh, Josh…

Con sólo decir esas dos palabras ella reflejó todo el dolor, toda la pérdida que habían sufrido. Él se arrodilló delante de ella y la abrazó fuertemente.

Durante diez años había vivido con el recuerdo de la última vez que la había abrazado, pero también con los recuerdos de apartarse de ella, consciente de haber hecho algo imperdonable. La había dejado sola en su cama y se había dicho a sí mismo que no había tenido otra opción.

Grace había necesitado seguridad, un hogar estable, un hombre que la pusiera a ella por delante mientras que él siempre había estado interesado en viajar y conocer nuevos horizontes.

Pero nada de lo que había logrado, nada de lo que había hecho, ni siquiera un fracasado matrimonio del cual se arrepentía, había sido capaz de borrar los recuerdos de aquella única noche que habían pasado juntos. Todavía seguía soñando con ella.

Durante los anteriores doce meses había sido horrible. No había sido capaz de conciliar bien el sueño y, cuando lograba dormir una hora, se despertaba con unas ansias casi desesperadas de algo precioso, algo que había perdido para siempre.

Aquello. Aquella mujer que tenía abrazada, aquel bebé…

Restregó los labios en la sien de Grace y a continuación besó a Posie. Durante un momento perfecto todo el dolor, toda la agonía de las anteriores veinticuatro horas se disipó.

Grace estaba muy confundida, aturdida. No sabía dónde estaba ni por qué Michael estaba allí. Pero en algún lugar de su conciencia sabía que no podía ser él. Entonces, mientras se despertaba y se espabilaba poco a poco, él dijo su nombre. Simplemente eso.

–Grace…

Lo dijo de la misma manera en la que lo había hecho años atrás, justo antes de haberla tomado en brazos. En ese momento estuvo completamente segura de que no era Michael, sino Josh. Era Josh el que la estaba abrazando como si nunca la fuera a dejar marchar. Era como revivir los sueños que había tenido desde el momento en el que él se había marchado de su vida hacía ya más de diez años. Se había marchado sin decir ni una palabra y había dejado un gran vacío en su alma.

Sintió cómo le besaba el pelo, la calidez de su boca, su respiración en la sien. Entonces lo miró y él la besó como había hecho cada noche de su vida en sus sueños, sueños que no le permitían estar en paz.

La sorpresa se apoderó de ellos y se apartaron el uno del otro. Fue como si repentinamente todo tuviera sentido. La pasión que les había llevado a estar juntos hacía diez años había sido seguida de una década de hielo.

En aquel momento, como entonces, estar con él era lo único que ella deseaba.

Había pasado mucho tiempo desde que la había abrazado por última vez, desde que la había dejado durmiendo en su cama y se había marchado sin decir ni una palabra. No le había dado ninguna esperanza de que iba a volver a buscarla. Ni siquiera se había despedido.

Josh había regresado a casa, desde luego, pero lo había hecho alardeando de lo que había conseguido. Pero cada vez los visitaba por menos tiempo y siempre estaba impaciente por estar en otro lugar, con otra gente.

Ella no había vuelto a bajar la guardia delante de él. No había permitido que se diera cuenta de lo mucho que la había herido. Había evitado los abrazos y besos que se repartían cuando él llegaba a casa, así como siempre se había asegurado de tener una cita la noche de la cena que siempre hacían en su honor cuando iba de visita.

Pero en aquel momento se aferró a él y se deleitó con el delicado roce de sus labios, así como con la inolvidable fragancia de su piel.

Lo necesitaba de una manera con la que Josh jamás la había necesitado a ella y sabía que incluso en aquel momento de dolor él estaría controlándose. Tendría la cabeza en otro lugar.

La estaba abrazando, pero no porque necesitara consuelo, sino porque sabía que ella lo necesitaba. Exactamente igual a como había ocurrido hacía tantos años…

Tras haber hecho un gran esfuerzo por ocultar sus sentimientos fingiendo ser simplemente una buena amiga que bromeaba sobre la ropa, las chicas y la música que elegía él, finalmente no había podido contenerse la noche antes de que él se marchara a vivir al extremo opuesto del mundo para empezar una nueva vida.

Angustiada, incapaz de expresar cómo se sentía con palabras, se había lanzado a él. No lo culpaba por haber aceptado lo que tan alegremente le había entregado. Después de todo, era lo que siempre había deseado. Su error fue creer que, una vez él lo comprendiera, se quedaría.

Pero Josh no pudo hacerlo entonces y no lo haría en aquel momento.

La consolaría y se ocuparía del papeleo legal para después, una vez todo estuviera arreglado, volar de nuevo a Sidney, Hong Kong, China o Sudamérica. Y se marcharía sin mirar atrás.

Cuando había tenido catorce años había estado muy segura de poder cambiarlo, de que cuando le demostrara cuánto lo amaba, él se quedaría a su lado.

Pero con veintiocho años sabía que no sería así, por lo que se apartó de él. Aunque no pudo dejar de mirarlo…

La corta barba que se había dejado crecer Josh añadía un cierto toque de rareza a una cara que una vez le había sido tan familiar como la suya propia.

Pero en realidad aquel Josh Kingsley era un extraño que, en cuanto todo estuviera arreglado, se marcharía de nuevo porque Maybridge era, y siempre había sido, demasiado pequeño para él.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

–GRACE –dijo Josh, repitiendo su nombre.

Ella pensó que no sabría qué más decir. Sintió ganas de abofetearlo y gritarle por haber sido tan tonto, por no haber regresado a casa y haber hecho feliz a su hermano.

–¿Dónde estabas? –exigió saber.

Josh agitó la cabeza.

–En las montañas, en el Everest. Estaba tan cerca que me tomé un par de días para ir a un sitio en el que no tuviera que trabajar, sin teléfonos…

Josh parecía tan desolado que Grace sintió ganas de acercarse y abrazarlo. De consolarlo. Pero en vez de ello lo que hizo fue besar la preciosa cabecita de la pequeña que dormía sobre su hombro.

Se preguntó cómo dos hermanos podían ser tan distintos. Uno había sido educado y cariñoso, mientras que el otro no se involucraba sentimentalmente con nadie, era un completo misterio para ella y haberse enamorado de él había sido el error más grande de su vida.

Pero en realidad no podía haber hecho otra cosa, ya que Josh había sido su príncipe azul.

Ella había sido una jovencita de catorce años, en una ciudad extraña, que se había tenido que enfrentar de nuevo a un colegio desconocido. Y habría sido una pesadilla si él no la hubiera rescatado aquel primer día.

Se había percatado de su miedo y, con el simple hecho de dejarle un casco y llevarla al colegio en su moto, había dado un giro de ciento ochenta grados a su vida. Josh había conseguido que todo marchara bien para ella, ya que le otorgó relevancia instantánea, un pase inmediato para unirse al grupo de chicas populares de su clase, que querían conocer a Josh Kingsley.

Pero Grace no había sido tan estúpida como para creerse que ella era la atracción.

Había sabido que todos querían estar cerca de él, pero eso nunca la había molestado. ¿Por qué iba a molestarla cuando ella misma comprendía perfectamente cómo se sentían?

Josh se levantó, dio un paso atrás y colocó sobre la mesa el biberón que había agarrado.

–Estaba a punto de caerse –dijo–. No quería que te despertara. Cuando Elspeth me abrió la puerta me advirtió que no te molestara.

–¿Se ha marchado?

Josh asintió con la cabeza.

–Me ha dicho que te dijera que mañana por la mañana vendrá a verte.

–Se ha portado estupendamente. Se ha quedado aquí, ha respondido al teléfono, organizó toda la comida para después del funeral… Pero ella también está sufriendo mucho. Necesita descansar –comentó Grace, pensando que Josh tampoco tenía muy buen aspecto. Su piel tenía un aspecto grisáceo y sus ojos parecían de piedra.

–¿Cómo estás tú? –le preguntó.

–Pensaré sobre eso después.

–¿Cuándo vas a volver a Sidney? –quiso saber ella, recordándose a sí misma que aquélla, como todas las demás visitas de Josh, era sólo un paréntesis de su vida real.

–No voy a ir a ningún sitio –contestó él–. No hasta que todo esté arreglado.

–¿Todo?

–Soy el albacea testamentario de Michael. Tengo que legalizar y establecer los términos de su herencia.

–En una semana tendrás tiempo –respondió ella. Pero de inmediato se arrepintió ya que, aunque no lo mostrara, Josh también debía de estar sufriendo–. Lo siento.

–¡No! No te disculpes conmigo –dijo él, levantando la mirada. Respiró profundamente–. Phoebe y tú estabais muy unidas. Ella era como una madre para ti.

–Mucho mejor que la de verdad.

–Sí –concedió Josh–. ¿Has logrado ponerte en contacto con tu madre? ¿Le has contado lo que ha ocurrido?

Grace negó con la cabeza.

Su madre aparecía de vez en cuando y se quedaba durante una semana o dos antes de volver a marcharse. Era una trotamundos. Phoebe le había comprado un teléfono móvil, pero ella se había negado a utilizarlo y jamás había tenido nada parecido a una dirección fija.

–Hace un par de meses llegó una tarjeta desde algún lugar en la India. Pero no puedo saber si sigue allí… –Grace agitó la cabeza–. Elspeth telefoneó al consulado y dejó mensajes con cada persona con la que habló. Pero es más difícil contactar con mi madre que contigo.

–Lo siento, Grace. Fui directamente a Sidney desde Nepal, por lo que no vi los mensajes que me dejaste en la oficina.

–¿Nepal? –dijo ella. Pero entonces lo recordó–. El Everest. ¿Qué estabas haciendo allí?

–Estaba de peregrinación –contestó Josh–. Iba a haber telefoneado a Michael para decirle que estaba viendo una puesta de sol desde la montaña, pero tenía las manos tan frías que se me cayó el teléfono –añadió, metiéndose las manos en los bolsillos como si incluso en aquel momento las tuviera frías–. Una vez planeamos realizar juntos ese viaje.

–¿Ah, sí? No lo sabía.

–Fue cuando nuestros padres se separaron por primera vez. Antes de que conociera a Phoebe.

Grace frunció el ceño.

–Mi hermana no le habría impedido ir.

–Pero quizá él no era capaz de dejarla sola, ni siquiera durante un mes. Ella era todo lo que mi hermano siempre quiso.

–A Michael le habría hecho muy feliz saber que finalmente realizaste ese viaje –dijo Grace, pensando que era muy duro el vacío que los padres de los hermanos Kingsley habían dejado en la vida de sus hijos.

–Sí, le habría hecho feliz –concedió Josh–. Mi hermano quería que todo el mundo estuviera contento. Mientras que yo creo que lo que yo quería era hacerle sentir mal…

–No –lo contradijo ella, poniéndole la mano en el brazo sin siquiera pensarlo.

Pero él se quedó mirando al suelo como si fuera incapaz de mirarla a los ojos.

–¿Por qué se iba a haber sentido mal? –continuó Grace–. Tú estabas allí y pensaste en él. ¿Cómo es aquel lugar?

–Las montañas son más impresionantes de lo que te pueda describir, Grace. Hacen que todo parezca muy pequeño, sin importancia. Quería decirle justo eso a mi hermano. Decirle…

–Lo sabe, Josh –dijo ella, sintiendo un nudo en la garganta–. Lo sabe.

–¿De verdad lo crees? –Josh se forzó a levantar la mirada–. Yo debí haber estado aquí. No puedo soportar el hecho de que hayas tenido que pasar por todo esto tú sola.

–No he estado sola. Todo el mundo me ha ayudado. Toby se ha portado maravillosamente.

Josh sintió cómo se le revolvía el estómago ante la mención de aquel nombre.

Toby Makepeace. El hombre ideal de Grace. Fiable. Sólido. Siempre ahí.

–Los socios de Michael se ocuparon de todos los detalles del funeral. Y llegó tu padre y se ocupó de…

–¿Está él aquí?

–Después del funeral se marchó. Se iba a celebrar un importante debate en el Parlamento Europeo que no podía perderse.

–¿Y mi madre? ¿Ha vuelto con su juguetito japonés?

–Se está quedando en casa de unos amigos en Londres.

–Está esperando a que se lea el testamento –comentó él.

–¡Josh! –lo reprendió Grace–. Dijo que vendría por aquí cuando tú llegaras. Le mandé un mensaje.

–Lo siento. Eso ha estado fuera de lugar –se disculpó Josh–. Gracias por haberte esmerado tanto en tratar de contactar conmigo y no sólo haber dejado un mensaje en la oficina de Sidney.

–Quería decírtelo personalmente, pero si hubiera sabido cuánto tiempo iba a tardar…

–Debe de haberte parecido como un año.

–Una eternidad –contestó ella–. Ah, tengo que decir que tu personal es magnífico. ¿Les darás las gracias de mi parte? Fueron muy amables al darle números de contacto a una persona a la que no conocían.

–Desde luego que te conocían –dijo él–. ¿Crees que no hablo de vosotros? –entonces, casi como si estuviera avergonzado de lo que había dicho, añadió–: De todas maneras, tienen una lista de personas a las que darles números de contacto.

–¿Y yo estoy en esa lista?

–Ambos sabemos que sólo me llamarías en caso de emergencia.

Grace casi se ríe ante aquello.

Si él supiera cuántas veces había agarrado el teléfono con la intención de llamarlo y simplemente oír su voz… Había deseado con todas sus fuerzas que las cosas volvieran a ser como habían sido antes, cuando habían sido amigos y se contaban todo. Bueno… casi todo.

–Grace…

–Voy a echar tanto de menos a Michael… –se apresuró a decir ella–. No había una persona más amable, más dulce…

–No –Josh cerró los ojos durante un momento. Entonces, recomponiéndose, los abrió y la miró directamente a los ojos–. No lo pongas en un pedestal, Grace. Michael no era perfecto. Tenía sus defectos, como el resto de nosotros.

Grace estaba demasiado enfadada para contestarle. Ni incluso en aquel momento él podía dejar a un lado lo que fuera que lo había llevado a…

Abrazó con cariño a Posie mientras se levantaba y la colocó en la cuna que había junto a la silla. Durante un momento la pequeñina agitó los bracitos y las piernas, y Grace le puso una mano en la tripita para tranquilizarla.

Una vez Posie se calmó, se acercó a la tetera y la encendió, no porque quisiera algo de beber, sino porque era mejor que no hacer nada.

–Tu apartamento está preparado –dijo, mirando a Josh–. La cama está hecha y en la nevera encontrarás comida. Hoy ya es demasiado tarde para hacer nada y estoy segura de que necesitarás dormir.

–Me voy a quedar despierto durante un rato. Cuando antes me acostumbre a este horario, antes venceré el jet lag.

–¿Es eso cierto? Como sólo he salido al extranjero cuando fui a la Isla de Man, te tendré que creer.

–La Isla de Man no está en el extranjero, Grace.

–¿No? –preguntó ella–. Pues yo no le recomendaría a nadie que fuera allí.

Josh esbozó una de aquellas sonrisas que siempre lograban animarla. Sintiéndose culpable, Grace apartó la vista.

–En el horno hay una cazuela y yo estoy a punto de comer. No estoy segura de qué comida se supone que debes hacer ahora, pero si dices en serio que quieres adaptarte al horario local, sería inteligente que me acompañaras.

–No tengo hambre.

–Por muy extraño que parezca –contestó ella–, yo tampoco. Pero, a diferencia de ti, no me puedo permitir el lujo de saltarme comidas.

Tras decir aquello se reprendió a sí misma. Josh debía de estar exhausto y, aunque atacarlo la hacía sentirse mejor y evitaba que se lanzara a sus brazos, no era justo.

–Mira, ¿por qué no vas a darte una ducha? ¿Y quizá a afeitarte? –sugirió–. Entonces ya veremos cómo te sientes.

–¿No te gusta la barba? –preguntó él, acariciándose la barbilla.

–¿Barba? –repitió ella, que bajo el pretexto de examinar la corta barbita que Josh tenía, disfrutó al mirarlo detenidamente. Finalmente agitó la cabeza–. ¿Me estás queriendo decir que llevas a propósito esa barba de tres días?

Él esbozó de nuevo una sonrisa que derritió el corazón de Grace.

–Lo siento –añadió ella–. Simplemente asumí que te habías olvidado tu maquinilla de afeitar.

–Si fuera así, no tendrías ninguna duda sobre la barba. Pero todavía llevo conmigo la maleta que llevé a China y a Nepal, así que espero que la lavadora esté…

Josh dejó de hablar al oír un pequeño lloriqueo proveniente de la cuna. El lloro en segundos se convirtió en llanto.

–Pensaba que era demasiado bueno para ser verdad –comentó Grace, suspirando–. Posie ha estado muy inquieta estos últimos días. Es casi como si supiera que algo marcha mal.

Josh se acercó a la cuna y, con mucho cuidado, le puso las manos en la tripita, al igual que había hecho Grace.

Posie dejó de llorar inmediatamente. Con los ojos abiertos, se quedó mirando la alta figura que había sobre ella. Entonces, como exigiendo más de su tío, levantó un diminuto puño. Grace contuvo la respiración al observar cómo Josh acercaba un dedo y le tocaba la manita.

Él se había enfadado muchísimo cuando ella le había dicho que ya era demasiado tarde para que detuviera el alquiler de su útero; ya estaba embarazada del bebé de su hermana. Ni siquiera había compartido aquella noticia con Phoebe, ya que no había querido darle falsas esperanzas hasta que el médico lo confirmara.