Besos soñados - Helen R. Myers - E-Book

Besos soñados E-Book

HELEN R. MYERS

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Beschreibung

Ten cuidado con lo que deseas. Collin Masters estaba acostumbrado a tener el control de su empresa, de su vida amorosa y, sobre todo, de sus emociones. Pero la inesperada llegada de sus sobrinas gemelas de tres años amenazaba con desquiciarlo. Sabrina Sinclair era la única persona que podía sacarle del apuro. Por desgracia, había dejado de trabajar para él justo unas semanas antes, y estaba seguro de que le odiaba. Afortunadamente, Collin era un maestro en conseguir lo que deseaba, y pronto tendría a su antigua ayudante de niñera. El problema era que vivir bajo el mismo techo estaba a punto de provocar que todo se les fuera de las manos…

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2009 Helen R. Myers

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Besos soñados, n.º 1846- diciembre 2021

Título original: Daddy on Demand

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1105-125-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 1

 

 

 

 

 

ESTÁS solo?

La tierna y al mismo tiempo sugerente pregunta de la mujer que le había llamado al teléfono móvil tendría que haberle provocado una maliciosa sonrisa a Collin Masters, si no fuera porque reconoció inmediatamente a su hermana. Miró como se iban encendiendo los números del ascensor mientras descendía de su apartamento del ático, y respondió:

—No por mucho tiempo, si es que hay justicia en este mundo. Estoy en el ascensor, de camino a encontrarme con alguien que tiene unas piernas más fabulosas todavía que su cabello rojo.

—Cancélalo —dijo Cassidy Masters. Cualquier atisbo de gentileza había desaparecido de su voz—. Voy de camino.

Collin adoraba a su hermana pequeña, la única que tenía, pero no le gustaba que le diera órdenes.

—Tú quédate en San Antonio, en…

Nunca podía recordar en qué base de Texas estaba actualmente destinada.

—Dentro de diez minutos estaré en tu edificio. He tomado prestado uno de los aviones del club y he volado al aeropuerto de Addison. Cancela tu cita. Esto es importante.

—Pero…

—¡Maldita sea, no me hagas decir esto por teléfono! —Cassidy suspiró—. Vamos a desplegarnos, Collin.

La noticia le produjo tal respingo que creyó que el ascensor se había detenido de golpe. Pero se aposentó tranquilamente en la planta de abajo y se abrieron las puertas.

—Lo siento, hermana.

—Es algo que va con las alas del cargo… y sabíamos que esto podría ocurrir.

Un millón de preguntas cruzaron por la mente de Collin. Pero sólo hizo una.

—¿Cuándo te vas?

—Dentro de seis semanas, ocho como máximo. El tiempo justo para hacer el curso de entrenamiento, ponerme al día con las clases de tiro y arreglar mis asuntos personales.

«Oh-oh», pensó Collin, que empezó a sentir un nudo incómodo en el vientre. Sí, habían hablado de este tema con anterioridad, pero él lo había almacenado en la parte de negación de su cerebro.

—Deduzco por tu silencio que estás sumando dos más dos —bromeó Cassidy—. Haz las llamadas que necesites, y te veré a las dieciocho cincuenta.

Colgó, evitando así que Collin protestara y sin darle la oportunidad de echarse atrás en su trato. Quería a su hermana con todo su corazón, igual que a sus preciosas hijas, sus sobrinas, pero, ¿cómo iba a hacer lo que estaba a punto de pedirle?

Un movimiento en el vestíbulo captó su atención, y se dio cuenta de que estaba delante del ascensor abierto seguramente con aspecto de haber llegado ahí en caída libre. Al otro lado del vestíbulo, un gigante de cara dulce llamado Sonny, el guardia de seguridad, lo observaba divertido y asombrado.

Collin sonrió sin ganas, colgó el teléfono y volvió a dar al botón de su planta.

 

 

Habían pasado veinte minutos cuando Sonny anunció la llegada de Cassidy. Para entonces, Collin ya había llamado a Nicole, había cancelado la reserva del restaurante y se había tomado un vodka. Un whisky habría sido mejor, pero sabía que le haría falta más de uno para pasar por aquella reunión, y luego estaba la prueba del aliento. Cassidy tenía el olfato de un sabueso, y no quería que pensara que iba a dejar a sus preciosas hijas de tres años en manos de un borracho irresponsable.

—Oh, ¿a quién quieres engañar? —murmuró mirándose en el espejo del pasillo. Tenía el cabello revuelto y la corbata torcida de tanto tirar de ellos.

Iban a desplegarse… su hermana pequeña se dirigía a la guerra. Eso era lo que había conseguido por asegurarle que podía ser cualquier cosa que deseara unos cuatro años antes, cuando supo que estaba embarazada. Esa basura donante de esperma que ella llamaba novio en aquel momento le había urgido que abortara, porque ese aspirante a estrella de rock pensaba que los niños serían una decepción para los fans. Así que había huido a paradero desconocido. Con su tripa de embarazada, Cassidy terminó su máster y se graduó con honores. Y poco después estaba volando helicópteros para la aviación estadounidense. Collin, que no podía subirse a un avión comercial sin una bolsa de mareo en la mano, admiraba a su hermana. Pero que se sentara en la cabina de piloto en una zona de guerra era una idea que se había negado a contemplar.

Llamaron a la puerta y se escuchó un grito alegre:

—No tiene sentido que te escondas. Sé que estás ahí.

No había nada que hacer más que abrirle la puerta. Sabía que lo último que necesitaba ver ella eran sus hombros caídos y su cabeza gacha, pero no podía hacer otra cosa en aquel momento.

Al ver a su hermana y sus ojos brillantes, abrió los brazos para recibirla. Tenía seis años más que ella, que tenía treinta y dos, y era el mayor en todo menos en inteligencia y valor. Tampoco se parecían en nada físicamente. Cada uno de ellos se parecía a uno de sus padres. Cassidy era la clásica chica dorada de pelo rubio y ojos azules. Collin era alto, delgado y estaba maldecido con un cabello marrón ceniza. Su atributo principal eran sus ojos grises y nebulosos de aspecto triste. En sus días de colegio se había librado de más de un castigo gracias a ellos. Cuando creció un poco, se dio cuenta de que su segundo atributo era su sexto sentido para detectar a las mujeres de moral liberal y sin ganas de comprometerse.

También contaba con el don de la palabra, que se veía acrecentado por su acento británico, debido a su abuela materna, que era la que les había criado a Cassidy y a él.

—Mierda —murmuró Collin contra la oreja de su hermana mientras la estrechaba con fuerza.

—No es la palabra que utilicé yo cuando me enteré de la noticia, pero casi —respondió ella.

Collin la apartó un tanto para observar su rostro juvenil y al mismo tiempo grave.

—¿Tienes miedo?

—A la larga seguramente sí. Seguramente durante el vuelo, pero con un poco de suerte, estaré tan cansada por los preparativos que me quedaré dormida diez minutos después de despegar.

—¿Tus mandos no son conscientes de que eres una madre soltera con dos hijas?

—Un contrato es un contrato. Además, como yo estaba yendo a la escuela de oficiales de escuadrón, no tendré que desplegarme con el resto de mi escuadrón, así que sólo será una misión de cuatro meses. Nada comparado con los que tienen que estar fuera seis meses o un año.

Collin gruñó algo entre dientes y se rascó la nuca.

—Deja que haga un par de llamadas. Seguramente puedo infectarte de hepatitis o algo así en cuestión de horas.

Cassidy se rió y cerró la puerta tras ella.

—Necesito que hagas el papel de héroe para mí, hermanito.

—Si eso fuera posible… Por desgracia, le vendí mi alma a un hombre que ha multiplicado por diez la ridícula suma de dinero que yo gané creando campañas de publicidad. Lo máximo que puedo hacer es prometerte que mi secretaria te enviará toneladas de productos de muestra, la mayoría de los cuales no podrán ser utilizados en un país del tercer mundo con problemas de fontanería y electricidad.

Esta vez, cuando Cassidy lo abrazó, lo hizo con lágrimas en los ojos.

—Tal vez esta locura llegue a ser una bendición después de todo. Tú llevas tanto tiempo animándome a que deje atrás los miedos y persiga mis sueños, que creo que has perdido de vista los tuyos.

—Mi contable no estaría de acuerdo contigo. Él consigue un orgasmo cada vez que ve los resultados de mis semanas de setenta horas de trabajo.

—Sabes perfectamente que la felicidad no se basa en la cantidad de dinero que uno gana. Sobre todo cuando el precio es negarte la posibilidad de tener a alguien especial con quien compartir tus éxitos. Tal vez pasar este tiempo con las niñas sirva para que te quites por fin esos protectores que te has puesto para no tener una relación de verdad.

Collin sintió un vuelco al corazón y reculó llevándose una mano al pecho.

—Ah, no. No. Sé lo que prometí, pero eso fue cuando estabas delirando durante el parto… ¿O era yo el que deliraba de miedo? En cualquier caso, no puedo quedarme con las niñas mientras tú no estás. Estás mirando a un hombre que nunca ha tenido oportunidad de cambiar unos pañales.

—Entonces tienes suerte. Genie y Addie han pasado hace tiempo la etapa de los pañales. Están ya en la etapa preescolar.

—¿El siguiente paso es la escuela militar? —Collin alzó las manos cuando su hermana lo miró con reprobación.

Pero Collin estaba seguro de que sus sobrinas eran el siguiente paso en la evolución de su madre. Eso hacía que lo que ella le estaba pidiendo fuera más absurdo todavía.

—Mírate —continuó, tratando de explicarse—. Eres piloto. Haces volar miles de kilos de metal por el aire. Eres una heroína andante —dejó caer las manos a los lados—. ¿Qué puedo ofrecerles yo a tus hijas, Cassidy? El fin de semana, que es el momento en el que mi calendario marca que debo descansar, duermo catorce horas y me levanto en la misma posición en la que me acosté.

—Te adaptarás. Aprenderás a hacer lo mismo que yo. La diferencia es que tú contarás con la ayuda de un sueldo de siete cifras.

Collin se dobló por la cintura, actuando como si ella le hubiera pegado un golpe o una patada.

—Auch, hermana.

Cassidy sonrió.

—Lo siento. ¿No te ayuda saber que, aunque no fueras el tutor legal de las niñas, eres el único hombre al que quiero y en el que confío?

—Dame el teléfono de tu comandante —dijo Collin agarrando su móvil, que estaba en la encimera—. Quiero hablar con él sobre algunas de tus opiniones.

—Si no creyera que puedes estar a la altura, aceptaría la oferta de la mujer de uno de mis compañeros pilotos y dejaría a las niñas en la base con ella. Además, les he preguntado a las niñas qué preferían, y han dicho que querían estar con el tío Collin.

—Diles que van a odiar estar aquí. No habrá regalos, sólo tortas de avena y álgebra.

Sin inmutarse, Cassidy dijo:

—Estaba pensando que esto era una oportunidad para llevarlas a los museos y las galerías de la zona, o al zoo. Para que te centraras en algo más que no fueran las cuentas de resultados.

—Disculpa mi arrogancia, pero esas cuentas de resultados son las que me proporcionan mi sueldo, niña.

—Son lo que te impiden tener una vida. Y un día te van a estallar en la cara. No quiero que desaparezcas como les sucedió a nuestros padres el día que su burbuja les estalló de pronto debido a la mala gestión de papá en los negocios.

Collin se puso tenso. Lo último que deseaba era que lo acusaran de emular a sus padres en cualquier aspecto.

—Dame un segundo… o una semana —replicó—. Estoy seguro de que podré encontrar una solución mejor para ti. Una por la que puedas terminar dándome las gracias.

Eso hizo que Cassidy escogiera sus siguientes palabras con sumo cuidado.

—No hay nadie más, Collin. Y si llegara a suceder lo peor, al menos de esta forma ya estarían acostumbradas a estar contigo.

Aquella insinuación llevó a Collin a bajar la cabeza hacia el pecho.

—Te lo suplico, no vayas por ahí —la idea de perderla lo sacudió hasta los cimientos, y trató rápidamente de disimular su miedo disfrazándolo de humor—. Concentrémonos de nuevo en mi vida laboral. ¿Qué pasa con las niñas mientras yo estoy en la oficina?

Cassidy abrió los brazos.

—¿No puedes hacer siquiera una parte del trabajo desde casa? Entonces pídele a alguien que viva en esta fortaleza de granito que te recomiende una niñera.

—Déjame ver… en este edificio hay cuatro niños. Aunque lo de niños es un eufemismo. Una de ellas va a la universidad. De hecho, la semana pasada me confesó en el ascensor que está dando clases de baile erótico como actividad extraescolar.

—Oh, estaba ligando contigo. Las chicas de diecinueve años quieren que seas su caballero andante.

Collin no tenía madera de caballero, pero era una pérdida de tiempo discutir con su hermana.

—El caso es que los otros tres son productos de acuerdos de custodia, y sólo vienen de vez en cuando, algún fin de semana.

—Pregunta en el trabajo.

—¿Crees que sería capaz de dejar el cuidado de tus preciosas hijas a una absoluta desconocida?

Cassidy se cruzó de brazos.

—En un abrir y cerrar de ojos. Mira, sé que tienes que trabajar, pero alguno de tus muchos conocidos y socios podrá darte referencias de alguien a quien se le den bien los niños —de pronto, Cassidy abrió mucho los ojos y chasqueó los dedos—. ¡Ya lo tengo! Tu ex. Creo que es perfecta.

—¿Ex? Yo no tengo ninguna ex —gruñó Collin—. Sabes que nunca salgo con nadie el tiempo suficiente como para llamarla novia.

—Me refiero a tu ex empleada. La ayudante que despediste.

—Sabrina —aquel nombre acudió a su boca con la misma facilidad con la que su imagen apareció ante sus ojos, pero su respuesta física a aquello fue como una herida en los pulmones. El ataque de tos que siguió obligó a Collin a doblarse por la cintura—. Yo no la despedí —aseguró.

—Ya, eso habría sido lo más compasivo. Eso o decirle la verdad… que te gustaba. Pero no, la exiliaste al sótano del edificio para que fuera la secretaria de… ¿cómo se llama el fósil que vive ahí?

—Norbit, el jefe del departamento de documentación.

—Sí, sí, el del archivo. Apuesto a que se corta él mismo el pelo y lleva gafas de cristales gruesos.

A Collin le molestaba que fuera capaz de definir los tipos de carácter con tanta agudeza. Toda aquella conversación era el motivo por el que había empezado a posponer sus llamadas telefónicas con ella, limitando su comunicación a un mensaje de texto una vez por semana. Le resultaba más fácil así evitarse los sondeos sobre su vida personal.

—Estoy muy preocupada —bromeó Cassidy—. ¿Qué opina ella de su nuevo trabajo?

—Se despidió —reconoció Collin.

—Una mujer inteligente —aseguró ella pasando al salón—. Me gustaba charlar con ella cuando llamaba a tu oficina y tú estabas liado con alguna presentación. Llevaría mejor estar al otro lado del mundo sabiendo que ella está cuidando de mis hijos.

—Perdona, pero hace un minuto yo era el héroe. ¿Y ahora todo depende de ella?

Cassidy le dirigió una sonrisa sin asomo de culpabilidad.

—¿Recuerdas la frase favorita de la abuela? No preguntes algo que no quieres saber.

 

 

Sabrina Sinclair estaba delante de la puerta del apartamento que compartía con Jeri Swanson, su última compañera de piso, y frunció el ceño al ver que la llave no entraba en la cerradura. Tal vez estuviera un poco cansada tras haber terminado su turno de trabajo de doce horas, pero aquella era la puerta del apartamento 314, y la cerradura funcionaba bien cuando salió de casa aquella mañana a las seis. Confiando en que la cabeza hueca de su compañera de piso no hubiera salido ya con su último novio para otra noche de marcha, llamó a la puerta.

—¿Jeri? Soy yo, ¿estás ahí?

—No, no está. Y más vale que tú también te marches.

La voz que le hablaba desde el fondo de la escalera hizo que Sabrina se echara para atrás para asomarse por la poco firme barandilla de madera y mirar a la mujer mayor que estaba abajo.

—¿Señora Finch? ¿Ocurre algo?

—No te hagas la inocente conmigo. Te dije que no toleraría más retrasos con la renta.

—Pero si Jeri pagó ayer. He tenido que ir pronto al trabajo porque había inventario, y ella juntó mi dinero con el que ella tenía para pagarle.

—¿Ah, sí? Tal vez eso fue lo que te dijo, pero no he visto un centavo de los novecientos dólares que me debéis, ni de los cuatrocientos cincuenta que faltan del mes anterior. Así que hoy he cambiado las cerraduras justo después de que ella saliera… por si te interesa saberlo, eso fue apenas una hora después de que lo hicieras tú.

Sabrina se sintió invadida por un mal presentimiento, y se agarró a la barandilla. Jeri no era una persona madrugadora; por eso prefería trabajar de camarera en un restaurante que sólo servía cenas… y eso cuando trabajaba. En otras circunstancias, nunca la hubiera aceptado como compañera de piso, ni mucho menos le hubiera confiado el dinero del alquiler, ya que la señora Finch prefería que le pagaran en efectivo. Ahora parecía que su confianza había sido traicionada.

Sabrina sintió deseos de gritar.

—¿Dijo dónde iba? ¿Cuándo volverá?

—Ni lo sé ni me importa, y serías más tonta de lo que pienso si la esperas o le dedicas un solo pensamiento más.

—Ya veo —una vez más, había salido escaldada.

Lo único que podía hacer era volver a disculparse y empezar de nuevo. Necesitaba entrar y darse un baño caliente para calmar su dolorido cuerpo, y luego dormir un poco para poder planear cómo iba a reparar el daño hecho a la casera y a sí misma.

—Señora Finch, si me deja entrar, le prometo que trabajaré horas extras para poder pagar la renta, y le aseguro que no volveré a permitirle la entrada a Jeri aquí.

—No. He terminado con vosotras. Estoy cansada de promesas, de ruido y de problemas. Sal ahora mismo de aquí o llamaré a la Policía.

—Pero tengo mis cosas dentro.

—No. Tu amiga se llevó tus objetos personales, y yo me quedo con los muebles como parte del pago de la renta que me debéis. Es la última vez que abusan de mí.

Como si las cosas no pudieran ponerse peor, en medio de aquel discurso apareció un hombre guapo y bien vestido con cabello castaño ceniza y ondulado que se colocó al lado de la señora Finch y alzó la cabeza para mirarla.

—Oh, Dios mío —susurró Sabrina.

¿Collin Masters? ¿Qué diablos estaba haciendo allí… y por qué aparecía justo en aquel momento? ¿No la había humillado ya bastante?

—¿Puedo ayudar en algo?

Sabrina no se creyó su mirada de inocencia ni por un instante, ni que fingiera estar preocupado, aunque sonaba sincero con aquel acento con pedigrí. Confiando en que no lo hubiera escuchado todo, Sabrina comenzó a bajar las escaleras, ignorando las protestas de sus doloridas piernas.

—No, no puedes. Ésta es una conversación privada.

Ignorándola, Collin giró todo su encanto hacia la señora Finch.

—Entiendo que se trata de un problema de impago del alquiler, ¿no es así?

Los ojos de la diminuta mujer se iluminaron con esperanza mientras se inclinaba hacia él con actitud cómplice.

—Un total de mil trescientos cincuenta dólares.

—¡Un momento! —Sabrina llegó hasta ellos, apartándose el cabello revuelto de los ojos—. Dijo usted que se iba a quedar con mis muebles. Eso debería saldar la deuda.

—Si puedo vender alguno de esos trastos, tendré suerte si cubre los gastos del cerrajero y de la mujer que vendrá a limpiar para que este sitio esté presentable de nuevo.

Sabrina sintió una punzada de dolor, y se llevó la mano al pecho mientras protestaba.

—¡Eso no es verdad! —sin duda Jeri se habría llevado los pendientes de perlas de su abuela, y el reloj de bolsillo de su abuelo, pero, ¿y las fotos familiares y sus papeles personales?

—Permítame —Collin metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y sacó una chequera—. Voy a firmarle un cheque por valor de mil quinientos dólares. ¿Eso le parecería justo, señora Finch?

Antes de que Sabrina pudiera abrir la boca, la mujer suspiró y dijo:

—Supongo que tendrá que servir —se giró hacia Collin con una sonrisa radiante—. Es un hombre adorable. ¿Quién es usted exactamente?

—Un amigo.

—¡No, no lo es! —Sabrina miró fijamente a Collin antes de darse cuenta de que su protesta estaba cayendo en oídos sordos. Dirigiendo de nuevo su atención a la casera, apeló a su compasión como madre y abuela—. Señora Finch, estamos hablando de mi certificado de nacimiento, mis notas del colegió y los recibos de mis impuestos. ¿Está segura de que eso también se lo ha llevado?

La mujer aceptó el cheque que Collin había firmado y asintió.

—A mí me parece que es un robo de identidad en toda regla, querida. Sin duda no eres muy buena juzgando a la gente.

Sabrina le lanzó una mirada asesina a Collin y murmuró:

—Ni que lo diga.

Guardándose la chequera y el bolígrafo, Collin le tendió la mano.

—Déjame llevarte a algún lugar donde puedas pensar con claridad.

Sabrina deseaba darle un golpe en aquella mano, pero sintió el frío de la realidad cayendo sobre ella. La señora Finch había aceptado su dinero. Ahora estaba en deuda con un hombre al que despreciaba.

—Esto no puede estar sucediendo —susurró.

—Lo siento —colocándole una mano en la parte inferior de la espalda, Collin señaló la puerta de entrada—. Tengo el coche fuera. Puedo seguirte donde tú quieras o llevarte y luego dejarte en tu coche cuando hayamos comido y hablado.

El cansancio le hacía estar más lenta, pero Sabrina sacudió la cabeza.

—No puedo.

—Bueno, está claro que aquí no puedes quedarte.

—No… pero ya no tengo coche.

—¿Perdona?

Debería haberle importado que la señora Finch estuviera allí delante, pero, ¿qué valor tenía el orgullo en aquellas circunstancias?

—El contrato de leasing se acabó y lo devolví —Sabrina lo miró con resentimiento—. Gracias a ti, no pude seguir pagándolo.

—Un momento… yo no te hice dejar tu trabajo. Si lo recuerdas, ni siquiera te bajé el sueldo. Te fuiste porque quisiste.

—A Stanley Norbit le huele el aliento y me acosaba diariamente en aquella mazmorra. Es un tipo asqueroso.

—Tal vez carezca de habilidades sociales, pero nunca me ha fallado cuando le pido que trabaje once horas.

—Ponte sujetador, depílate las piernas, y luego me cuentas.

—Respeto demasiado a mi sastre como para hacerle eso.

Sin reírse ni lo más mínimo ante los intentos de Collin de frivolizar su reciente catástrofe, Sabrina hizo amago de salir del edificio, pero se detuvo en la puerta para dejar clara su postura.

—Preferiría entrar como aprendiz en una funeraria antes de volver a trabajar con alguien como él. Pero lo más importante de todo es que me convertiste en el hazmerreír de la empresa y no te diste cuenta. Una no pasa de trabajar en la zona noble para el vicepresidente ejecutivo y cae hasta el sótano por una broma del jefe del departamento. Todo el mundo especuló sobre los motivos, y llegaron a sus propias y humillantes conclusiones.

Sabrina mantenía la barbilla alzada, aunque era consciente de que con aquellos vaqueros sucios y rotos y la camisa talla grande que había utilizado para pintar recientemente su apartamento no parecía precisamente la ayudante de un ejecutivo.

Unos segundos antes de que surgieran las lágrimas largamente reprimidas, reunió la poca dignidad que le quedaba y aseguró:

—Le prometo, señor Masters, que le devolveré cada centavo de lo que le ha dado a la señora Finch. Pero ahora, por favor, déjeme en paz.

Collin la siguió fuera del edificio.

—A riesgo de que me des un puñetazo, ¿puedo preguntarte qué vas a hacer sin un sitio en el que dormir, sin ropa para cambiarte y sin dinero? Apuesto a que ni siquiera tienes efectivo suficiente para comprarte un perrito caliente.

Ni tampoco para pagar un parquímetro… si tuviera coche.

Bajo la sombra de aquel edificio antiguo rodeado de torres de cristal, el presente y el futuro de Dallas, Sabrina no necesitaba ninguna señal más para saber que su futuro estaba en manos de Collin. Era un día ámbar, lleno de hojas brillantes y viento suficiente como para sacarle mechones de pelo de la cola de caballo. Sabrina se volvió a atar rápidamente la coleta en su melena dorada y trató de pensar en un plan. No había mucho que pudiera hacer con los restos de polvo y mugre tras un día de trabajo supervisando cómo reponían las estanterías en el almacén más importante de Bonanza… y haciendo ella gran parte del trabajo. Cada mañana, cuando se vestía ignorando los dolores y el cansancio, tenía que recordarse que ella era «gerente».

Collin se acercó un poco más y observó su rostro.

—Te has quedado muy callada. ¿Tengo que estar pendiente para recogerte si te desmayas? ¿Cuándo fue la última vez que comiste?

—Alrededor de… —Sabrina recordó que sólo se había comprado un sándwich en la máquina.

—Hay un restaurante estupendo cerca de donde vivo —dijo Collin dirigiéndola directamente hacia el Mercedes negro aparcado frente al edificio—. No habrá mucha gente a estas horas. Podrán prepararte lo que quieras —añadió con cierta dulzura.

Humillada por el reflejo que vio en la ventana del coche, Sabrina lo miró de reojo.

—¿Y qué quieres tú? —le preguntó.

Collin alzó el dedo índice para pedirle paciencia y la ayudó a entrar. Luego se colocó en el asiento del conductor, tras el volante de piel marrón.

—Ahora mismo, un whisky triple sería una bendición.

—Nadie te ha pedido que firmaras ese cheque. ¿Qué pasa, ése tal Wynne que contrataste después de echarme a mí ha intentado conquistarte?

—Geoffrey Wygant es un excelente ayudante, y te gustará saber que lleva veinte años de relación con su pareja, Duke.

Sabrina sacudió la cabeza, avergonzada.

—Disculpa, no debí decir eso. Es sólo que…

—Tienes que enfrentarte a este shock con un déficit de azúcar —Collin dirigió el Mercedes hacia el tráfico—. Geoffrey ha sido el primer candidato después de ti capaz de leer mejor que un niño de primaria. Además posee un talento natural con los clientes.

Aquello no casaba con la fantasía favorita de Sabrina, en la que Collin Masters admitía su error y llegaba con flores y las llaves de un Porsche blanco para rogarle que volviera.

—Felicidades —dijo tratando de parecer sincera—. De veras. Os deseo una larga y fructífera relación laboral.

Pero eso significaba que estaba otra vez en blanco respecto a la razón de aquella intromisión en su miserable vida.

Como si le hubiera leído el pensamiento, Collin dijo bruscamente:

—De acuerdo, para evitar que te lances del coche en marcha, responderé a tu pregunta de por qué estoy aquí. Cassidy va a desplegarse en zona de guerra.

—¡Oh, no!

Y ella que creía que las cosas no podían empeorar. A Sabrina no sólo le caía bien su hermana, había llegado a entender lo unido que estaba Collin a su única hermana. Aquello tenía que ser para él su peor pesadilla hecha realidad.

—Lo siento —aseguró.

—Gracias.