Mi apuesto vecino - Helen R. Myers - E-Book
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Mi apuesto vecino E-Book

HELEN R. MYERS

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Beschreibung

¿Podía un perro casamentero unir a una chica de ciudad y a un veterinario de pueblo? Cuando Brooke Bellamy llegó a Sweet Springs, un pequeño pueblo de Texas, para cuidar de su anciana tía, poco podía imaginarse que se lanzaba de cabeza a un torbellino. Tener que ocuparse de la floristería de la tía Marsha y cuidar de su travieso perro, ya era bastante. Por suerte, el vecino de Marsha, un veterinario llamado Gage Sullivan se mostró más que dispuesto a echar una mano con el testarudo perro… entre otras cosas.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2014 Helen R. Myers

© 2015 Harlequin Ibérica, S.A.

Mi apuesto vecino, n.º 2036 - febrero 2015

Título original: The Dashing Doc Next Door

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-6085-8

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Epílogo

Publicidad

Capítulo 1

 

Humphrey? Ven aquí, chico. Buen perro. Ya es hora de volver.

Brooke Bellamy se sentía de lo más estúpida. ¿Cómo demonios convencías a un perro para que regresara a su casa cuando sabía que no encontraría allí lo que más deseaba?

Aunque era casi medianoche, hacía bastante calor. Cualquiera con un mínimo de sensatez estaría en su casa disfrutando del aire acondicionado.

—¡Oh, no! —gimió al descubrir un nuevo hoyo junto a la verja, confirmando sus peores temores: el adorado basset hound de su tía Marsha se había vuelto a escapar.

El domingo anterior, la septuagenaria tía Marsha se había caído en la ducha fracturándose la cadera. En cuanto había recibido la noticia, Brooke había hecho la maleta para trasladarse de su casa en Turtle Creek, Dallas, hasta la de su tía, en Texas. Jamás se habría imaginado que su vida sufriría tamaño vuelco en tan poco tiempo. Y ya era el segundo en un mes, pues tampoco se había imaginado que ella, la hija del magnate Damon Bellamy, se iba a quedar en paro.

—¡Humphrey! —susurró angustiada—. ¿Dónde estás? Vamos, chico. Será mejor que vuelvas antes de que te atropellen —añadió, aunque lo cierto era que a esas horas no circulaba ni un coche por las calles de la pequeña ciudad de cuatro mil habitantes.

No hacía ni diez minutos que había dejado al animal en el patio para darse una ducha. Para alguien que se movía a la velocidad de un armadillo, Humphrey debía de haber pensado que se trataba de una oportunidad única para poner sus cortas patas en movimiento. A saber dónde se encontraba y cuándo volvería. Vestida con un camisón, no estaba de lo más presentable para recorrer el barrio en busca de la criatura. Y sin embargo, que Dios la protegiera si tenía que confesarle a la tía Marsha que había perdido a su preciado compañero de los últimos diez años.

Iluminó con la linterna el portón de la verja y se apresuró a salir a la calle en busca de huellas embarradas que le ofrecieran alguna pista. Que esperara encontrar huellas cuando hacía días que no había llovido, reflejaba el cansancio y la creciente ansiedad que experimentaba.

—Humphrey, hora de dormir. Vamos a comer una galleta.

El soborno había funcionado el domingo por la noche, la primera vez que se había escapado. Una variante también había tenido éxito la noche anterior, pero al parecer en esa ocasión no iba a ser así. Humphrey era muy listo y los perros no sufrían demencia, ¿o sí?

—¡Humphrey, siéntate! ¡Quieto! —según su tía, ni una explosión nuclear conseguiría que su mascota se moviera tras oír esa orden—. Supongo que depende de quién pronuncie la orden —murmuró.

Cada vez más preocupada, iluminó con la linterna el agujero cavado por el perro.

—Otra vez a las andadas por lo que veo.

Brooke se volvió bruscamente. Absorta en sus cavilaciones no había oído llegar al doctor Gage Sullivan, el veterinario local, dueño de la clínica veterinaria de Sweet Springs. La noche anterior le había sido de gran ayuda. El alivio que sintió habría sido mayor si hubiera ido vestida con ropa de calle y no en camisón.

—Hola, doctor. Sí que trasnochas para ser alguien que abre la clínica casi al amanecer —a pesar de la poca luz, Brooke sintió un fuerte impulso de cruzar los brazos sobre el pecho.

—Por suerte para ti, voy retrasado con el papeleo —Gage iluminó con su propia linterna la vía de escape de Humphrey—. Al parecer ha sido un trabajo rápido. A este ritmo no va a necesitar que le corten las uñas en una buena temporada. ¿Cuándo lo viste por última vez?

—Hará unos diez, quizás quince, minutos. Llevo cinco aquí fuera llamándolo. No debería haberle concedido tanto tiempo para él solo, pero me moría de ganas de darme una ducha.

—¿Crees que Humph necesita tiempo para él solo?

—Siempre que quiere… bueno, ya sabes, me mira de esa forma —Brooke sonrió, consciente de lo ridícula que debía de sonar.

—Te estaba engañando, novata —Gage soltó una carcajada—. Ese perro es como un carterista.

—¿Y qué sabes tú de carteristas? —preguntó ella con escepticismo ante la analogía elegida.

—En mi árbol genealógico hay una oveja negra —Gage se encogió de hombros.

—¿En serio? —Brooke estudió el atractivo rostro, típicamente estadounidense, enmarcado por la abundante cabellera color castaño, todavía húmeda tras la ducha.

—Fue cuando mi tío era joven. Tras algunos incidentes con la ley, triunfó con la magia.

Brooke no sabía si tomárselo en serio o no. Solo había mantenido tres breves conversaciones con Gage Sullivan y había llegado a la conclusión de que era muy tranquilo y amigable. Su tía no paraba de cantar sus alabanzas, pero, por el momento, no había ninguna señal del hombre serio y disciplinado que describía Marsha. En el atractivo rostro se dibujó una sonrisa de perplejidad. De no haber elegido la profesión de veterinario, habría sido un buen profesor de instituto. Al menos las alumnas habrían podido fantasear sobre él.

—¿Crees que es sensato contarle eso a una extraña? —preguntó Brooke. No era dada a los chismorreos, ni era momento para representar una comedia, o lo que hiciera ese hombre.

—Lo mejor es desprenderte cuanto antes de los detalles más incómodos. ¿Has mirado debajo de ese bonito BMW 650i tuyo?

La joven desvió la mirada hacia el descapotable plateado antes de reanudar la inspección del rostro del altísimo veterinario.

—Eh… claro. Y te deshaces de los detalles incómodos, porque…

—Porque voy a pedirte una cita. Cuando Marsha se encuentre mejor y no estés tan agobiada.

Brooke lo miró perpleja sin saber qué contestar. Desde luego era un hombre muy atractivo, fuerte y evidentemente a gusto en su piel, a pesar de que la camiseta blanca y los vaqueros se pegaban a su cuerpo como si no hubiera tenido tiempo de secarse tras la ducha. Comparándose con él, sucumbió al fin al impulso de cubrirse el pecho con los brazos.

—Vas muy deprisa, doctor.

—Mis padres no estarían de acuerdo contigo, considerando que tengo treinta y seis años y sigo soltero. Pero… —añadió con placer casi infantil— juego con ventaja puesto que he visto algunas fotos tuyas en casa de Marsha. También he disfrutado de su delicioso parlamento sobre tus bondades como sobrina, y lo lista que eres. Todo ello me convenció para intentar causarte una buena impresión antes de que todo el mundo descubra que has regresado a la ciudad.

—La buena de la tía Marsha —Brooke rio—. En serio, doctor, puede que haya nacido y me haya criado en Texas, pero te aseguro que nadie se suicidó después de que mi padre decidiera que nos trasladásemos a Houston tras la muerte de mi madre —agitó una mano en el aire y cambió de tema—. En cuanto a Humphrey ¿crees que si le llamas tú vendrá? La tía Marsha me ha contado lo mucho que te quiere.

—Hasta que le pongo el termómetro o le hago un análisis de sangre —murmuró él antes de emitir un sonoro silbido y llamar a voz en grito—. Humph, ven aquí, chico.

La noche anterior, el perro había respondido con un ladrido a dos casas de distancia antes de bambolearse hasta el camino de entrada de Gage, ansioso por disfrutar de la ansiada compañía y la galleta prometida por Brooke. Sin embargo, tras un prolongado silencio, la joven suspiró.

—Será mejor que me vista para llevar a cabo una búsqueda más amplia.

—Me pondré a ello mientras tanto.

Un sentimiento de culpa obligó a Brooke a protestar.

—Te lo agradezco, doctor, pero…

—Gage.

—Solo quería decirte que soy consciente de que debes de estar muerto de cansancio —Brooke le dedicó una ligera mirada de reprobación ante el descarado flirteo—. Deberías descansar.

—¿Y crees que voy a poder descansar sabiendo que estás ahí fuera tú sola? Podrían atacarte.

Brooke lo miró pensativa. En todo el condado de Cherokee no había más de cincuenta mil personas, y la mayoría vivía en zonas como Rusk, al noreste.

—Mi tía asegura que Sweet Springs sigue siendo una ciudad amistosa y que este es uno de los barrios más tranquilos.

—Es verdad, pero ¿y si te encuentras a Humphrey peleándose con una mofeta rabiosa, o una madre mapache protegiendo a sus crías?

El estómago de Brooke se encogió. Desde luego no le apetecía enfrentarse a ninguno de los dos escenarios. Aunque la tía Marsha era como una madre para ella, sobre todo desde la muerte de su madre cuando contaba apenas doce años, no compartía su amor por las mascotas. Y en cuanto a las criaturas salvajes, preferiría saberlas exiliadas en el campo o algún zoológico.

—Demasiada información —observó Gage al percibir la desazón de la joven—. Ponte mi cazadora, la tengo siempre colgada detrás de la puerta—. Te ahorrará tiempo y podremos buscar juntos.

El veterinario regresó a su casa a largas zancadas y entró en el edificio de dos plantas de estilo colonial. Brooke lo siguió con escaso entusiasmo. ¿Había dicho en serio lo de pedirle una cita? Esperaba que no. Desde su llegada se había mostrado atento y servicial, y desde luego no podía negarse su atractivo. Siempre le estaría agradecido por encontrarse en la calle el domingo por la mañana y oír los gritos de la tía Marsha. Por otra parte, no estaba allí para salir con nadie, sobre todo porque sus planes eran regresar a Dallas para recuperar su carrera lo antes posible.

—Gracias —Brooke se puso la cazadora e intentó sacar por fuera los húmedos cabellos rubios, pero las largas mangas se lo impidieron. Con resignación, las enrolló varias veces—. Me recuerda a cuando de niña le tomé prestado a mi tío uno de sus jerséis para hacerme un disfraz de Robin Hood para Halloween.

—Jamás lo hubiera pensado. ¿No fuiste de princesa? ¿De Lady Marian?

—Tú crees que me conoces, pero no —Brooke sacudió la cabeza ante el estereotipo.

—Interesante. Sí que es cierto que te comportas como si hubieras nacido con tacones y traje de ejecutiva. Un traje muy sexy —añadió Gage mientras los ojos azules chispeaban divertidos.

Esa tendencia a mostrar un aspecto profesional había surgido después de la obsesión de su padre por dirigir su vida. Hasta entonces había disfrutado jugando, yendo al cine los sábados por la mañana, fantaseando con su vida… lo cual habían tenido que soportar su madre y su tía. Brooke se sintió aliviada al comprender que la tía Marsha no había mencionado nada de eso al veterinario, a pesar de que en esos momentos la mirara como si adivinara sus más profundos pensamientos.

—¿Por dónde empezamos? —Brooke optó de nuevo por cambiar de tema—. Aunque la cazadora es bastante ligera, me estoy cociendo.

—Bueno… el hospital está por ahí —Gage señaló con la cabeza hacia el oeste.

—¿De verdad crees que Humphrey intentaría ir allí? Yo pensaba que simplemente huía de mí. ¿Crees que sería capaz de percibir su rastro a tanta distancia?

—Está a menos de tres kilómetros y algo le está empujando a olvidar su entrenamiento. Dado que no creo que seas capaz de mostrarte cruel con una mascota a la que tanto quiere tu tía, opino que lo que le impulsa a escaparse es lo mucho que echa de menos a su ama. Vamos en esa dirección por si vemos u oímos algo. Teniendo en cuenta su edad, y lo cortas que son sus patas, le ganamos en resistencia y velocidad.

Brooke bajó la vista y comparó sus diminutas sandalias de diseño con las enormes botas deportivas que llevaba él.

—Eso lo dirás tú.

—Intentaré caminar con pasos cortos —Gage soltó una carcajada—. Estoy convencido de que no ha llegado demasiado lejos y, tarde o temprano, provocará los ladridos de la mascota de algún vecino —para ilustrar sus palabras, iluminó los jardines vecinos con la potente linterna.

Brooke hizo lo propio sobre las casas. La mayoría estaban a oscuras, sugiriendo que sus moradores ya dormían.

—Me siento fatal entrometiéndome así en la intimidad de los demás. ¿Qué te apuestas a que algún insomne nos descubre y llama a la policía pensando que somos ladrones?

—Relájate. Conozco a todos en este barrio —le aseguró él—. Sus perros son pacientes míos —tras dar unos pocos pasos, se detuvo—. ¡Premio! ¿Oyes eso?

—Espero que no esté debajo de la ventana del dormitorio de alguien —a punto de preguntarle cuánto tiempo llevaba viviendo en Sweet Springs, Brooke también oyó el familiar ladrido.

Aceleraron el paso hasta encontrar a Humphrey corriendo alrededor del estanque de carpas de un vecino. En el centro del estanque había una antipática y amenazadora rana toro.

—¡Madre mía, Humph! —Gage tomó al perro en brazos—. Un sapo obeso ha bastado para que te olvides de tu ama. Y mira cómo has disgustado a Brooke —con grandes dosis de humor, colocó al perro frente a ella.

Siendo el veterinario casi treinta centímetros más alto que ella, Brooke se encontró casi a la altura de los ojos del basset al que rascó detrás de las orejas.

—Me alegra que estés bien, pero esta es la última vez que te dejo fuera a solas.

—No seas tan dura con él. No ha pasado nada malo —le justificó Gage.

—Ya sé que no soy como mi tía, pero ¿realmente soy tan mala? —ella sintió la necesidad de defenderse—. Cuanto más lo pienso, más convencida estoy de que lo hizo para vengarse de mí.

—¿Por qué?

—Yo no le llevo conmigo a la tienda como lo hace la tía Marsha.

—Eso podría explicarlo.

—Hoy he vuelto dos veces para sacarle, y le he mimado de más esta noche al volver del hospital. Ah, y también le he dado esa comida enlatada que, según Marsha, es su preferida, la que solo le da en ocasiones especiales.

—Por fin la verdad sale a la luz —el veterinario le susurró a Humphrey al oído—. Ella cree que con una patada en el trasero y una lata de carne de segunda te tiene en el bote.

—¿Entonces opinas que no soy lo bastante buena con él? —Brooke se paró en seco.

—Creo que se encuentra solo. ¿Por qué no te lo llevas a la tienda? —preguntó Gage con curiosidad—. Es su segunda casa. Los clientes le darían la atención extra a la que está acostumbrado.

Brooke era muy consciente de que ese perro era un pobre sustituto de ella, que no visitaba a su tía con la frecuencia con la que debería hacerlo. También era evidente que Gage era un apasionado del cuidado de los animales, pero eso no le daba derecho a nadie a intentar hacerle sentirse culpable. Para eso se bastaba ella sola.

—El mundo y sus habitantes no giran alrededor de Humphrey, doctor.

—Gage.

—Seguramente una floristería te parecerá poca cosa… —ella continuó, haciendo caso omiso a la traviesa respuesta.

—Yo no he dicho eso.

El tono de voz del veterinario era tranquilo, incluso dulce, y Brooke apretó los labios al comprender que de nuevo se había apresurado en sus conclusiones.

—Lo que quiero decir es que me he dedicado en cuerpo y alma a cumplir con los pedidos. Ahora es cuando más trabajo hay, desde que una de las otras dos floristerías de la ciudad cerró tras jubilarse la dueña. No me malinterpretes, Naomi ha sido muy buena al volver a trabajar en los momentos de crisis, y Kiki también se maneja bien, pero…

—Creía que ayudabas en la tienda cuando venías de visita.

—Cuando era niña. Aprendí un montón de cosas sobre arreglos florales, pero he olvidado la mayoría. Además, las modas cambian. El caso es que lo intento, y he venido por mi tía, no para distraer a un perro. Por otra parte, la puerta de la tienda se abre continuamente y sería muy estresante para mí tener que comprobar constantemente si Humphrey se ha escapado.

—Podrías habérmelo dicho —Gage asintió—. Podrías habérmelo dejado en la clínica. Encajaría bien con Roy y los chicos.

—No sé quiénes son —¿así de sencillo? ¿Los chicos? Su tía no había mencionado que tuviera hijos y él acababa de admitir que estaba soltero.

—Roy Quinn es mi gerente —contestó él divertido—. En cualquier otro sitio le llamarían recepcionista, pero se pone furioso si se lo dices. Además, hace muchas más cosas. Podría ser un buen técnico, pero se niega a examinarse para obtener el certificado.

—Es testarudo. Ahora comprendo por qué Humphrey encajaría bien.

—Desde luego es un cabezota —admitió Gage—, pero, tras la enfurruñada fachada, es un osito de peluche. Ha sido un soplo de aire fresco después de todas esas recepcionistas que consideraban el puesto como el primer paso para convertirse en la señora Sullivan.

—Debe de ser una situación incómoda —asintió Brooke con conocimiento de causa. Lo había visto cientos de veces en su trabajo. Algunas chicas parecían ir a la universidad solo con el propósito de encontrar a un marido rico—. Por otra parte, no sé qué otras opciones pueden tener esas chicas por aquí. Un veterinario de gran corazón debe de ser lo más parecido a un sueño hecho realidad.

—Te has olvidado de lo mono que es.

—Desde luego muy mono —su encanto era indiscutible. Brooke tuvo que esforzarse por no revelar más de la cuenta y optó de nuevo por cambiar de tema—. ¿Los chicos son los hijos de Roy? ¿También echan una mano en la clínica?

—¿Qué? —él la miró perplejo antes de comprender—. ¡Ah! Los chicos a los que me refería son sus compañeros veteranos del ejército. Roy también es soltero y su única exigencia para aceptar el trabajo que le ofrecí fue que le permitiera instalar una mesa y varias sillas en un rincón de la recepción. Algunos de sus compañeros gustan de reunirse a diario. Ya les han echado de la tienda de dónuts y de la sección de delicatessen del supermercado. Tampoco son bien recibidos en el banco.

—¿Todos están solteros?

—No exactamente. Uno tiene una esposa en una residencia, pero su Alzheimer está tan avanzado que no soporta visitarla más de unos pocos minutos al día. Otro está divorciado, felizmente según él. El resto son viudos.

—Bueno, pues es un ejemplo más de tu gran corazón —insistió Brooke.

—No me molestan —Gage se encogió de hombros—. Tras cumplir con el ejército, todos trabajaron como granjeros o empresarios por la zona y conocen a casi todo el mundo, proporcionándome valiosas piezas de información sobre mis clientes y su ganado.

—¿Tú también fuiste militar? —Brooke comprendía los pros y los contras del acuerdo—. Se nota el respeto y afecto que sientes al hablar de ellos.

—Pasé ocho años en la reserva —contestó él en tono de disculpa.

—¿Y qué? Eso también es una acción noble.

—Al principio los chicos me gastaban bromas por ello —admitió Gage tras un prolongado silencio—. Decían que había intentado evitar una participación activa, lo cual no es cierto. Elegí ese camino para poder terminar la carrera y establecerme. Al final me dejaron en paz cuando supieron lo cerca que había estado de perder mi negocio. Y ahora nos admiramos mutuamente.

—Y yo que me compadecía de mí misma por haber perdido mi empleo gracias a los recortes del gobierno y por no poder buscar un nuevo trabajo por tener que estar aquí ayudando a mi tía, mientras que tú has sobrellevado cargas más pesadas y peligrosas —Brooke sintió un renovado respeto y admiración por ese hombre—. ¿Hay algún peligro de que te llamen a filas?

—No, terminé el servicio hace un par de años. Aunque aprendí muchas cosas, fue duro para mis clientes, y también para los amigos que prestaron su tiempo libre para que la clínica siguiera abierta. Yo también siento un gran alivio. El calor de Texas no es nada comparado con el desierto de Oriente Medio. No me apetece volver a pasar por aquello, sobre todo a mi edad.

—Ya me había fijado en todos esos cabellos grises brillando bajo la luz de la luna —bromeó ella. En el caso de que tuviera alguna cana, ni siquiera se le veía a pleno día.

—¡Oye!, que tengo un montón de cicatrices.

—Aun así sigues pareciéndome muy joven para tener tanta experiencia —Brooke se detuvo ante la puerta de la casa—. Gracias por compartirlo conmigo, y también por tu tiempo. Me ha ayudado a entender mejor por qué la tía Marsha habla de ti con tanto afecto, y no solo porque le evitaras horas de sufrimiento tras la caída.

—Yo tampoco soy objetivo con respecto a ella —Gage acarició a Humphrey—. Ella me ha ayudado tanto como yo a ella. Cuando yo no estoy, echa un vistazo a la casa. ¿Te ha contado la mañana que me llamó al móvil? Yo me había ido temprano a la clínica y tu tía vio cómo una ardilla intentaba entrar en el ático de mi casa. Para cuando pude regresar, el bicho ya estaba dentro y casi se había zampado los cables en dos sitios. Podría haberme costado un incendio.

—¿Y no te hace querer cortar todos los árboles que hay por aquí para ver si se largan? —aunque eran unos bichos monísimos en los dibujos animados, para Brooke no eran más que ratas con colas de diseño.

—¿Seguro que naciste en Texas? —Gage soltó una sonora carcajada—. Puede que la naturaleza no sea perfecta, pero las personas tampoco lo somos.

—Al menos nosotros no tenemos pulgas y enfermedades.

—¿Me estás diciendo que nunca has tenido gripe? ¿Sarampión? ¿Paperas?

—Muy bien, muy bien, tú ganas —Brooke comprendió que no debería haber criticado a los animales ante un devoto amante de los bichos y extendió las manos para recuperar a Humphrey de brazos de Gage.

—¿Qué te parece si lo deposito en tu casa? —el veterinario sujetó al perro con más fuerza—. Tengo la sensación de que, si lo dejamos en el jardín de la entrada, va a correr hacia el agujero de huida.

—Buena idea —la joven tomó nota mentalmente de rellenar el agujero a la mañana siguiente.

El veterinario dejó al animal en el vestíbulo de la casa mientras Brooke se quitaba la cazadora para devolvérsela a su dueño.

—Gracias —le agradeció sinceramente antes de cruzar los brazos de nuevo sobre el pecho—. Eres un caballero además de salvavidas.

—Te dije en serio lo de llevarme a Humph a la clínica conmigo. Puede que esta raza haya sido criada como perro de trabajo, pero se trata de un animal muy sociable. Te aseguro que hará ejercicio y recibirá un montón de mimos. Para cuando termines en la floristería estará deseando regresar a su camita en casa.

—Déjame que se lo pregunte a la tía Marsha —propuso Brooke con la intención de ganar algo de tiempo. La idea de Gage era como un regalo caído del cielo, pero ¿le parecería bien a la tía Marsha?—. No olvides que podría tardar aún unas semanas en regresar a casa. No se trata simplemente de una cadera rota, ha habido más daños y puede que pasen varios días antes de que esté bien para empezar la rehabilitación.

—Para una mujer tan activa —el veterinario sacudió la cabeza—, debe de resultarle exasperante. Cuando compré mi casa, me pareció una persona diminuta, más o menos de tu misma talla, y en el último año ha perdido más de cuatro kilos, algo que no se puede permitir.

—No creo que te sorprenda saber que tiene problemas de osteoporosis —era evidente que ese hombre tenía muy buenas dotes de observación.

—Ya me temía yo que fuera algo así.

—Gracias otra vez por tu ayuda, doctor —a Brooke empezaba a incomodarle la penetrante mirada.

—No hay de qué. Ha sido agradable pasar un rato con la sobrina favorita de mi vecina favorita en lugar de limitarnos a saludarnos de lejos por las mañanas mientras subimos a nuestros coches.

—Es verdad —eran los más madrugadores del barrio—, pero puedes quitar lo de favorita. Soy el único producto del breve, aunque lleno de amor, matrimonio de mis padres.

—Muy bonito y poético para una mente matemática —ante el gesto de la joven, él continuó—: ¿Pensabas que tu orgullosa tía no me había contado lo lista que eres?

—Supongo que no. Es increíble que no me haya inscrito en alguna página de citas online.

—Jamás haría algo así —Gage sacudió la cabeza—. Es demasiado protectora contigo. ¿Echas de menos no tener hermanos?

—A veces, aunque también está bien recibir toda la atención. ¿Y tú?

—Dos hermanas y tres hermanos. La intimidad era todo un lujo en nuestra casa. Yo era el quinto de los seis y, afortunadamente, carezco de las cualidades necesarias para ser un tipo con personalidad.

—No me lo puedo imaginar, me refiero a tener tantos hermanos.

Aparte de ser hija única, Brooke había tenido muy poco tiempo para la diversión desde la muerte de su madre, desde que su padre había llenado su tiempo libre con actividades extraescolares y dirigiendo sus estudios. Enfrentado a la realidad de que no tendría más hijos, se había vuelto obsesivamente controlador, convirtiendo a su hija en un experimento de laboratorio. Únicamente tras perder el trabajo, se le había ocurrido que enfocar sus estudios tan decididamente hacia la informática había servido a un propósito, pero también la había dejado emocionalmente vacía, sin familia ni amigos. La experiencia también le había enseñado de la manera más dura la diferencia entre amigos y conocidos.

—¿Estás bien?

De regreso al presente, Brooke se dio cuenta de que Gage la miraba con inusual intensidad, a pesar del amago de sonrisa que curvaba los atractivos labios. Esa sonrisa, sin duda, era una estratagema destinada a ocultar la seriedad que les había invadido.

—Bien —le aseguró ella sonriendo ampliamente—. Acabo de recordar que había prometido a mi padre informarle sobre el estado de la tía Marsha, lo cual va a ser todo un reto puesto que no sé ni en qué huso horario se encuentra en estos momentos.

—Parece un auténtico mercader.

—Es un incorregible adicto al trabajo —Brooke se preguntó hasta dónde habría compartido la tía Marsha con el vecino ese aspecto de su vida—, pero me temo que su semilla no cayó demasiado lejos del árbol —de repente sintió un escalofrío—. Voy a entrar.

—Si necesitas mis dotes detectivescas otra vez, no dudes en llamarme —Gage dio un paso atrás.

Brooke se apresuró a entrar en la casa, cerrar la puerta y bajar las persianas. Solo entonces suspiró aliviada. ¿Qué demonios pretendía haciendo semejantes confesiones ante un extraño? ¿La había sometido a alguna clase de hipnosis? Se fijó en la mirada de resignación de Humphrey.

—No me vuelvas a meter en este lío, por favor. No tengo tiempo ¿lo entiendes? Ni para ti ni para él. Los dos sois unos encantos, pero no estoy disponible para ninguno. ¡De modo que compórtate!

 

 

Hacia las ocho menos cuarto del miércoles por la mañana, Gage disfrutaba de una agradable taza de café en la clínica veterinaria de Sweet Springs con Roy y los chicos antes de que los clientes más madrugadores empezaran a llegar. Sin embargo, la primera en entrar fue Brooke Bellamy.

Los ancianos contemplaron boquiabiertos el descapotable plateado, indicio de los mejores tiempos que había vivido su dueña, pero el veterinario solo sintió una sacudida de placer. No solo había planteado la cuestión a la tía Marsha, había obtenido la bendición de su vecina. Anotó en su mente enviarle un ramo de flores a la anciana en agradecimiento por ayudarle a abordar a la encantadora sobrina.

—Tranquilízate, corazón mío —murmuró el sexagenario Jerry Platt, sentado junto a la ventana. Divorciado y licenciado de la aviación, era el jovencito del grupo y solía presumir de sus numerosas hazañas románticas, inventadas o no—. ¿No es esa la sobrina de Marsha Newman? ¡Madre mía, qué guapa se ha puesto!

—Se parece mucho a su tía —intervino Stan Walsh. Stan tenía sesenta y nueve años y había cambiado la marina por la fabricación de planchas de metal. A comienzos de año, tras la muerte de su esposa, había entregado el negocio a su hijo—. Y por lo que he oído también es toda una dama, de modo que compórtate, Platt.

—¿Se ha casado alguna vez? —preguntó Pete Ogilvie mientras seguía atentamente los movimientos de Brooke, que sacaba a Humphrey del asiento del acompañante. Viudo, de ochenta y dos años, Pete era el mayor de la pandilla y seguía conservando el aspecto del granjero que había sido—. ¿Cuántos años tiene? ¿Veintinueve? ¿Treinta? En mis tiempos, una chica sería considerada una solterona si no tuviera un hombre a esa edad. Aunque yo digo que bien por ella. Hay que tener mucho éxito para poderse permitir un coche como ese. Además, ¿qué atractivo tienen los jóvenes de hoy en día? Sin ánimo de ofender, doctor.

—No me ofendes —contestó Gage, aunque sí estaba decidido a no quitarle el ojo de encima a ese viejo zorro de Jerry Platt.

—En tus tiempos —habló Warren Atwood—, las telefonistas trabajaban ante un enorme tablero de circuitos, viejo dinosaurio.

El intelectual septuagenario se había licenciado del ejército para convertirse en el fiscal del condado de Cherokee. Su esposa, aquejada de Alzheimer en estado avanzado, estaba internada en una residencia, y solo sus mejores amigos sabían lo mucho que sufría Warren.

—Muy bien, chicos —intervino Roy Quinn mientras Gage se disponía a recibir a Brooke—. Intentad comportaros durante un minuto. Ella no está acostumbrada a oír tantas tonterías.