Boda en secreto - Helen R. Myers - E-Book

Boda en secreto E-Book

HELEN R. MYERS

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Beschreibung

¿Podría aceptar un matrimonio de conveniencia con la mujer que amaba? Hope Harrell no sabía qué esperar cuando planteó al duro sheriff de la ciudad una propuesta de matrimonio, pero sabía que era su única esperanza. Tras la muerte de su ex prometido, Hope sabía que no podría ocultar el crecimiento de su vientre mucho más tiempo. Si quería proteger a su bebé de los parientes sedientos de dinero, tenía que actuar deprisa. Necesitaba un padre para su bebé y ¿quién mejor que Lyon Teague? Lyon no podía rechazar a una dama en apuros... sobre todo cuando la dama era la mujer a la que había amado en secreto durante años, una mujer con la que sólo podía soñar.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2010 Helen R. Myers

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Boda en secreto, n.º 1859 - enero 2022

Título original: Hope’s Child

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1105-590-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

ME das las llaves de tu camioneta, por favor?

Justo después de sentarse en una de las mesas del fondo del bar parrilla de Cedar Grove, Hope Alessandro Harrell consiguió de su prometido, Will Nichols, la reacción que esperaba. Abrió de par en par los ojos azules, se echó hacia atrás el cabello rubio y después sonrió afectado.

—No irás a hacerme una escenita ahora, ¿verdad, cariño?

Conteniendo las lágrimas de humillación por lo que había presenciado al entrar en ese establecimiento del norte de Texas, anunció con suavidad para no ser oída por la gente que cenaba a su alrededor:

—Ya has dado tú bastante el espectáculo y no pienso quedarme aquí sentada un segundo más para que sigan murmurando o teniendo lástima de mí. Así que dame las llaves de tu camioneta o llamaré a alguien para que me venga a buscar y me lleve a casa… o pediré a Lyon que me lleve —se arrepintió de haber aceptado la oferta de un amigo de llevarla hasta allí para que luego pudiera volverse con Will.

Lo que había parecido una buena idea, por el tiempo, había sido un completo error.

Con Lyon se refería al jefe de policía Lyon Teague, que estaba en la barra con una taza de café. El antiguo compañero de escuela de Will y buen amigo se había detenido huyendo del traicionero aguacero de mayo. Evidentemente había sido testigo de lo que había sucedido antes de que ella llegara, puesto que estaba al lado de Will cuando había entrado. Por la expresión en su rostro, él también se estaba imaginado que ella querría estar en cualquier otro sitio que no fuera ése.

—¿Y cómo se supone que vuelvo yo a casa? —preguntó Will—. Tengo doscientas cabezas de ganado que llevar a los establos de venta mañana por la mañana.

—Pídele a Rochelle Sims que te lleve. Estoy seguro de que, en cuanto yo desaparezca, ella volverá a estar contigo.

La expresión aburrida de Will dejaba claro lo poco seriamente que se tomaba aquello.

—Rochelle es… Rochelle.

Aunque en su forma de hablar no se notaba que había estado bebiendo antes de que ella llegara, su actitud hizo a Hope sentirse más ofendida y disgustada.

—¿Y ésa te parece una conducta aceptable? Toqueteándote en… sitios que una dama jamás tocaría en público

—Estás exagerando.

—No creo. Tampoco creo que sea la primera vez que se toma esas familiaridades contigo.

Consciente que de había al menos una docena de personas intentando escuchar lo que se decía, Hope se inclinó sobre la mesa y extendió una mano.

—Te lo digo en serio, Will. Las llaves. Sea como sea, me marcho.

Murmurando entre dientes, Will le dio las llaves. Cuando se alejó de la mesa, no le apeteció mucho que él la siguiera, así que se detuvo a la altura de Lyon y le dijo:

—Sólo quiero que sepas que me marcho. Me voy a casa en la camioneta de Will. Me ha traído una amiga, así que no tengo coche. ¿Puedes asegurarte de que llegue bien a casa una vez que yo tome posesión de su vehículo?

Miró serio a Will, abrió la boca para decir algo, pero luego se detuvo, asintió y dijo:

—Haré algo mejor, iré detrás de ti.

Hope se dio cuenta de que en realidad Lyon lo que quería era llevarla a casa. Pero aún tenía cosas que decirle a Will. Aliviada al saber que Lyon estaría cerca, le tocó la solapa del impermeable amarillo de policía.

—Lo aprecio.

Era primeros de mayo y la primavera exhibía su lado serio con una tormenta espectacular. Los rayos bajaban desde el cielo como rayos láser de una película de ciencia ficción y la tierra se sacudía cada vez que caía uno. La tormenta se había detenido, así que mientras un rayo caía por el este, otro golpeaba el prado del otro lado de la calle, y antes de que Hope pudiera recuperarse del susto, el cielo hacia el oeste se iluminó con un espeluznante estallido. Cualquier idea de retrasar su marcha había quedado descartada por lo que había en la puerta del restaurante: la presencia allí de Will impedía su retirada. Corrió a la camioneta. Por desgracia, además de tacones altos, llevaba una falda estrecha así que, cuando Will la alcanzó y le quitó las llaves de las manos, sólo pudo gritar su nombre como protesta.

—¡Entra antes de que los dos acabemos fritos! —gritó él.

Cuando consiguió cerrar la puerta del acompañante, estaba tan enfadada como empapada. Una vez que Will se sentó en el asiento del conductor, ella dijo:

—Te lo juro, Will, ya está bien, se acabó.

La verdad era que estaba tan enfadada consigo misma como con él. Después de todo él sólo estaba siendo lo que era. Ella era la tonta por pensar que, al quererlo, eso inspiraría en él alguna madurez y contención. A esas alturas tenía que preguntarse si él sabría lo que significaba el amor. Mientras daba marcha atrás y salía del aparcamiento, habría dicho que él no estaba ni siquiera molesto. Pero ése era su modus operandi cuando lo descubría con las manos en al masa.

—La boda está cancelada —siguió ella intentando mantener el tono tranquilo.

La respuesta de Will fue la misma que si hubiera tirado por la ventana el anillo de compromiso. Jurando, golpeó el volante con el puño.

—¡Eso no es justo!

—Ah, y ¿andar jugando a toquetearse con una mujer que se acostaría con un animal atropellado para probar, lo es? Lo que no es justo es lo que me has estado engañando. ¿Cuántas veces te has ido con otra después de dejarme en casa o cuando estaba fuera de la ciudad trabajando sólo durante el año que llevamos comprometidos?

—No puedes esperar que responda a una pregunta trampa. Vamos, cariño, sabes que lo que ha sucedido no es nada.

—Para mí es mucho. ¿De verdad crees que estaba tan desesperada por casarme que no iba a darme cuenta de tu mentalidad de bragueta abierta? Entonces es que no me conoces.

—Bueno, dejemos todo esto y dime qué tengo que hacer para que vuelvas a estar contenta, porque tu padre no te va a permitir cancelar la boda —dijo con tono resignado—. Quiere que las tierras de los Nichols se unan a las de los Harrell de un modo u otro. Además, no puedo pagarle lo que le debo.

El segundo impacto de la noche la dejó casi sin palabras.

—¿Has pedido prestado a mi padre sabiendo cómo funciona en los negocios? ¿Cuándo? ¿Cuánto?

Lo que acabó de enfadarla fue que su padre no le hubiera dicho nada.

—Dadas las circunstancias, no es de tu incumbencia, ¿no?

Parecía más un adolescente queriendo tener razón a toda costa, que un hombre de treinta y cuatro años.

—Tienes razón —dijo Hope—. Olvida la pregunta.

Esa indiferencia no era la reacción que Will esperaba.

—Vale, la he pifiado y un par de cosas no me han salido. El pagaré del banco había que pagarlo el mes pasado, pero el precio del ganado estaba demasiado bajo para sacarlo al mercado. Ahora todo está bien. Le devolveré el dinero el lunes. ¿Sabes?, los del banco estaban realmente impresionados porque tú y tu viejo me apoyaseis. Finalmente accedieron a subir mi línea de crédito, así que ya no tendré que volver a pedirle prestado.

Hope experimentó una nueva ola de repulsión hacia él. Contempló su perfil un momento y anunció:

—Estoy embarazada.

—¡Bingo! —dijo Will echando hacia atrás la cabeza y aullando de alegría.

Eso le dijo a Hope todo lo que necesitaba saber. El médico le había retirado los anticonceptivos y Will le había asegurado que él se haría responsable de todo hasta que ella tomara una decisión sobre otro método anticonceptivo o estuviera preparada para formar una familia. No había practicado el sexo sin protección, así que tener unas semanas de retraso la había desconcertado, sobre todo porque su ciclo menstrual era más preciso que el reloj del gobierno.

—Has manipulado los preservativos —pronunció en voz alta sus peores sospechas.

Will se encogió de hombros y sonrió satisfecho.

—Todo irá bien. Queríamos tener hijos. Necesitaba algún seguro por si algo así surgía antes de la boda.

Sorprendente, pensó ella. Era lo bastante disciplinado para llevar a cabo esas maquinaciones, pero no podía privarse de otra mujer… además de ser sincero con ella.

—Me muero de ganas de contárselo a Ellis —siguió Will.

—Haz eso —dijo Hope sacudiendo la mano para quitarse el anillo de compromiso que cada vez le molestaba más; seguro que, si tenía problemas financieros, aún lo debía— y ten por seguro que me encargaré de hacerle saber que hemos terminado y por qué.

Cuando abrió la guantera y arrojó dentro el anillo, Will protestó:

—¡Eh! ¡Vuelve a ponerte eso!

Hope no podía creer que le agarrara la mano y forcejeara con ella por la joya.

—Mira la carretera, Will. ¡Will!

La gran camioneta blanca derrapó sobre la carretera mojada. Will soltó un juramento y giró bruscamente el volante. La excesiva reacción mandó la camioneta a la cuneta en la que se enterraron las ruedas derechas del pesado vehículo. Debido a la inercia, la camioneta acabó en el prado contiguo.

Mientras daban vueltas y vueltas, Hope chillaba, primero de terror y después por el dolor provocado por el cuerpo de Will que chocó repetidamente contra el suyo. Había estado demasiado agitado para abrocharse el cinturón al subir a la camioneta.

Cuando terminó la montaña rusa, estaban cabeza abajo. Trató de respirar mientras el cinturón le apretaba el cuello. Su primer pensamiento fue para el bebé.

Sabía que no podría saber los daños que había sufrido hasta que estuviera dada la vuelta y rogó que eso sucediera pronto. La sangre se le bajaba a la cabeza y notaba cada latido de su corazón, el aire fresco que entraba por la ventana destrozada le rozaba la cara. Su vista se topó con el magullado y quieto montón que había a su lado.

—¿Will?

No respondió, no se movió. Permaneció quieto sobre el techo de la camioneta. Con la oscuridad que había no podía saber si sangraba o respiraba. Intentó agarrarlo.

—¡Will!

—Hope, no lo muevas.

La voz de Lyon hizo que se sintiera aliviada y provocó que los ojos se le llenaran de lágrimas. Se giró un poco y lo vio arrodillarse y agacharse para mirarla. La recorrió con linterna para examinar cuál era su estado, tratando de no alumbrarla directamente a los ojos. Ella tendió una mano en dirección a él, Lyon se la acarició para tranquilizarla.

—¿Sangras por algún sitio, corazón?

—No, creo que no, pero Will…

Lyon dirigió el haz de la linterna hacia él y después de tres segundos volvió a ella.

—Primero vamos a ocuparnos de ti, huele a gasóleo.

Hope se dio cuenta también y una nueva oleada de terror le nubló la razón, pero consiguió dominarse. Empezó a forcejear con el cinturón de seguridad.

—Espera, ya lo suelto yo… —dijo Lyon sacando una navaja y cortando el cinturón.

Con su ayuda, consiguió no golpear con mucha fuerza contra el techo de la furgoneta. Lyon la rodeó con los brazos y la sacó con cuidado por la ventana rota.

—Ya está —dijo y la subió corriendo por el ribazo en dirección al coche patrulla.

—Déjame en el suelo, Lyon —le rogó—. Estoy bien y tienes que volver a ver cómo está Will —pero en ese momento un rayo iluminó el cielo y se abrazó a él con más fuerza.

Lyon no la soltó hasta que la metió en el asiento trasero de su coche. Se quitó el impermeable y la envolvió con él.

—Oirás en cualquier momento las sirenas de una ambulancia y de los bomberos —le aseguró, le hizo una tierna caricia en la mejilla y se marchó.

Antes de que hubiera llegado a la camioneta, Hope oyó las sirenas. La lluvia aflojaba y la temperatura se había suavizado, pero abrazó con fuerza el impermeable, temblando. Se dio cuenta de que era por la conmoción.

Observó asustada cómo Lyon trataba repetidas veces de hacer que Will respondiera y después de arrastrarlo fuera, pero Will pesaba por lo menos quince kilos más que él y en esas circunstancias era como si fuesen cincuenta. Cuando llegó a la conclusión de que tendría que bajar a ayudarle, la camioneta se convirtió en una bola de fuego que lanzó a Lyon a varios metros de distancia.

A unos metros, en la pendiente, Hope se quedó paralizada y se cubrió la boca con la mano.

Sorprendentemente, Lyon se volvió a poner en pie y trató de acercase a la camioneta de nuevo, pero las llamas le obligaron a retroceder… y eso fue lo que le salvó la vida.

Cuando los bomberos pasaron corriendo al lado de Hope, dos de ellos arrastrando una manguera, otra explosión lanzó a Lyon más lejos que antes.

Hope corrió hacia él, pero cuando llegó los bomberos le ayudaban ya a alejarse del fuego. Se detuvieron y discretamente dieron un paso atrás y miraron en otra dirección, Hope se lanzó sobre él. Él la recibió con sus fuertes brazos y la sujetó.

—Lo siento —dijo él con la voz rota.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

EL funeral por William Jefferson Nichols congregó a todo el mundo que estaba interesado en su corta, pero fuertemente publicitada carrera en el mundo del béisbol, o a cualquiera que estuviera relacionado con los Harrell por los negocios o la política. Con semejante asistencia, las honras fúnebres tuvieron que trasladarse al gimnasio de la escuela. Lyon tenía a todo su departamento trabajando y aun así tuvo que pedir refuerzos al sheriff del condado de Fannin y a la policía del estado de Texas.

El tiempo ayudó a que las cosas se convirtieran en un desafío mayor. Otro frente de tormentas provocó fuertes lluvias y vientos que se sumaron a la inundación ya existente. El alcantarillado estaba desbordado y el paisaje se había convertido en una mezcla de agua y barro, un reto para los locales y una pesadilla para los foráneos con sus ropas de diseño. Al menos no había rayos que sumar a la situación, pero después de navegar con éxito desde la ciudad hasta el cementerio, Lyon sabía que no podía creer que ya había pasado lo peor.

Desde la aventajada posición que ocupaba en un alto por encima de la tumba, miró la multitud. Estaba de pie con su uniforme de verano y el impermeable amarillo. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho, así su brazo derecho le servía para apoyar el otro que tenía vendado. Las mangas del uniforme le apretaban el vendaje y ese dolor se sumaba al que tenía en la cabeza desde la noche del accidente. Pero no podía quejarse y se había resistido a las recomendaciones que le habían hecho en el hospital. Las cosas podrían haber sido mucho peores y eso era lo que quería recordar.

Sólo una parte de los que habían asistido al funeral habían ido luego al cementerio, pero seguían siendo demasiados como para meterse bajo las dos carpas que se habían montado y reforzado por los vientos de más de sesenta kilómetros por hora. Las cuatro calles que rodeaban el lugar donde Will estaba a punto de reunirse con sus padres, abuelos y una tía, parecían el círculo de carretas que aparece en las películas del Oeste a modo de fortificación para proteger a los colonos de los indios. Nacido de una madre cherokee, Lyon vio el humor que había en esa situación, sobre todo porque gran parte de esas «carretas» eran limusinas: BMW, Merdeces y marcas así. Lyon jamás había visto tanta ostentación de riqueza concentrada en un solo sitio, pero Ellis había reunido fondos para apoyar al gobernador de Texas.

Hacía todo lo posible para mantenerse oculto y así había sido desde la noche del accidente cuando Rochelle Sims había irrumpido en la sala de urgencias del hospital y le había arrojado sus llaves, golpeándole en el labio inferior, lo que le había supuesto tres puntos de sutura. Su diatriba a continuación se había extendido por la ciudad con la misma velocidad que la noticia del accidente. Como siempre ocurría en esos casos, había un número de personas deseando creer que no había hecho lo bastante para salvar a Will, y para cuando llegó el funeral, la teoría de la conspiración había ganado adeptos, sobre todo a Clyde y Mercy Nichols, tíos de Will y únicos familiares cercanos que le quedaban. Había muchas razones para que Clyde mostrara lo destrozado que estaba por la pérdida de Will, todas relacionadas con el dinero, y hacía votos por haber tenido la placa de Lyon.

Eso no significaba que Lyon no sintiera alguna responsabilidad por lo que había sucedido. Nadie podía ser más duro con él que él mismo. Si hubiera salido del restaurante un momento antes y hubiera visto que era Will quien estaba al volante y lo hubiera detenido… No había notado pulso en su compañero de colegio, y estaba convencido de que tenía el cuello roto, pero aun así pensar que podía haber muerto quemado lo tenía sin dormir. Pero lo peor era pensar que la hermosa Hope también podría haber muerto.

Mientras seguía observando la multitud, su mirada finalmente se detuvo sobre Hope que avanzaba con dificultad entre un grupo de personas a las que agradecía su asistencia. Había hecho eso desde que la gente había empezado a llegar al gimnasio de la escuela casi tres horas antes. Su atuendo era elegante, pero apropiado para el tiempo que hacía: impermeable negro y pantalones sastre, botas que hubieran contado con su aprobación si no hubiera sido por los tacones de aguja. Aun así destacaba entre las sedas y las pieles fuera de estación; siempre lo hacía. Su otra concesión a la moda, además de los tacones, era cultural, una mantilla de encaje negro, sin duda de su madre, graciosamente echada sobre el largo pelo negro y que se sacudía al viento por encima de sus hombros.

Cuando el celebrante empezó a hablar, no se unió a Clyde y Mercy sentados en la primera fila de la carpa, como Ellis, que se había sentado a su izquierda. En lugar de eso, permaneció de pie expuesta al viento. Incluso desde esa distancia, Lyon notó su palidez. Pasó un dedo por la radio tentado de decirle a su gente que estuviesen más cerca por si necesitaba su asistencia. Pero sabía que el ruido atraería demasiada atención, no lo hizo.

Cuando empezó la última oración, Lyon se puso tenso. Hope empezó a rodear a la multitud y caminó hacia él. Con cada paso que daba, Lyon notaba crecer la tensión en su abdomen al ver como, uno por uno, los asistentes miraban en su dirección.

—¿Qué haces? —preguntó ella en un susurro.

Fue un alivio para unas emociones reducidas a cicatrices por la presión del temor de querer a la mujer equivocada.

Hope podría haber sido la reina del condado, miss cualquier cosa, o seguramente miss América, si hubiera querido. Tenía lo que un productor de cine llamaría una sexualidad abrasadora, compensada por la cordialidad y la sensibilidad. Lo que él sabía era que ella no era estereotipada y que era más inteligente que cualquier otra persona que conociera. Eso la hacía muy atractiva para los hombres ambiciosos que buscaban algo más que una mujer florero. Su única debilidad, sin embargo, era estar siempre del lado de los perdedores. Y eso era él ese día.

Cuando se detuvo frente a él, fue incapaz de mantener la ternura fuera de su voz por la calidez de su mirada.

—Tratando de ahorrarme algunos dientes rotos debajo del labio partido.

—El ambiente ahí abajo es sofocante. El aire está lleno de perfumes caros y mal aliento por el cáncer del dinero —respiró hondo—. Por favor, no te enfades conmigo. Me pone enferma lo que pasó en el hospital y me deja sin palabras que dejaras a Rochelle marcharse así como así. Si no hubiera estado tan alejada, alegremente la habría tumbado.

Lyon reprimió una carcajada.

—Aprecio el apoyo, pero es mejor que me dejes a mí manejar a la chusma de esta ciudad.

Ella sonrió, pero su sonrisa pronto se desvaneció.

—No es broma, tengo que hablar contigo.

Lo que tenía que hacer era irse a casa y meterse en la cama y cuidarse un poco más de lo que parecía estarlo haciendo.

—Hoy no, Hope —hizo un gesto con la cabeza en dirección a la gente—. Tu padre ya ha notado tu paradero.

—Se recuperará —dijo sin siquiera volverse a mirarlo—. Tiene demasiado de qué ocuparse como para andar perdiendo el tiempo averiguando qué hago yo.

Lyon cambió de tema pensando en su propia cordura.

—Por lo que me han hecho llegar, la recepción de los Nichols es lo siguiente a esto. ¿No se te espera allí?

—No voy a ir. Ya he dado mis condolencias a Clyde y Mercy. He cumplido con ellos y no creo que mi estómago soporte un minuto más ver cómo él hace que siente la pérdida y ella se da tono. Sospecho que mi padre se saltará también la recepción, o estará lo justo para seleccionar a la gente que quiere que se una a él en su finca, amigos del licor añejo y los cigarros de contrabando.

—Parece algo para no perderse.

Hope inclinó la cabeza y lo miró con detenimiento antes de responder:

—Si vas a comprar favores, arreglar elecciones y algunos otros deleznables propósitos en circunstancias tan serias. Por otro lado, he preparado la sopa de tortilla de mi madre y ambos necesitamos protegernos de este tiempo.

Aunque no había probado nunca la sopa, Lyon había oído lo bastante para saber que Hope había heredado el talento para la cocina de Rebecca Alessandro de Harrell. Y eso se sumó a su deseo de no dejarla expuesta a los buitres que la rondaban desde que sabían que volvía a ser una mujer libre, así que rodeó el coche patrulla para abrirle la puerta del acompañante.

Una vez sentado tras el volante, apuntó:

—¿Qué haces cocinando cuando tienes el aspecto de tener que volver al hospital?

—Mejor tú no hables… ¿cómo tienes el brazo?

—La mayor parte de los vendajes me los quitan el lunes —sabía que antes de entrar en el coche ella había estado mirando su pelo chamuscado y había sido tan amable de no hablar de las quemaduras de segundo grado que tenía en un lado de la cara y unas de tercero en la parte externa de la oreja.

—Sigues curándote rápido, me alegro.

¿Estaba ella recordando cuando había sufrido una conmoción tratando de salvar a sus padres de un tornado que los había matado, o cuando se había roto una costilla en un partido de rugby al principio de su último curso de instituto y había seguido jugando a pesar del dolor? Daba lo mismo, su compasión despertó en él un hambre diferente que necesitó aliviar.

—¿Podemos volver a llevar la conversación hacia la persona que importa? —dijo Lyon preocupado—. ¿Cómo estás… de verdad? Siento no haber podido estar tan pendiente como debería… como pretendía.

—Has estado ocupado con el trabajo y con la prensa cuando deberías haberte quedado en casa.

Tenía una voz suave y tranquilizadora que la haría una estupenda lectora de libros en audio. Un niño con una rodilla herida estaría ansioso por sentarse en su regazo. Eso le recordó a su madre, y a la de él.

—¿Hope?

—¿Sí?

—Para. Se acabó. Ahora dime si ha sido tan malo como parecía.

—Estar aislada por la conmoción ayuda. Tú perdiste a tus padres, sabes de qué te hablo. Una pone el piloto automático y espera a tener un momento de privacidad para hacerse a la idea de la nueva situación, en mi caso son demasiadas cosas con las que tengo que enfrentarme. Pero al margen de todo eso, sé que no puedo hacer como si lo que se ha roto pudiera arreglarse.

Esperando que explicara más eso último, Lyon salió del cementerio y se dirigió al pequeño rancho de Hope, un oasis de veinte acres apenas a diez kilómetros al sur de la ciudad. Aunque la propiedad estaba justo fuera del límite de Cedar Grove, Lyon pasaba por allí con la frecuencia suficiente para saber que Hope trabajaba duro en la finca cuando no estaba ocupada con su cada vez más prestigiosa empresa de consultoría e inversiones que además desarrollaba trabajo de servicio social y prestaba asesoría legal a propietarios de tierras para mantener lejos de sus terrenos a codiciosos oportunistas como su padre.

Prácticamente no había tráfico en la carretera, y salvo en el momento en que él comunicó por la emisora de que se tomaba una hora para comer, el trayecto fue en un silencio palpable.

—Vale, empiezo —dijo Hope—. Por lo que a mí respecta tú deberías haber sido quien pronunciara el panegírico.

—Kent Roberts lo ha hecho bien.

—Kent será el alcalde desde hace más tiempo que tú jefe de policía y podría elogiar hasta a los perros sacrificados en el refugio de animales, pero tú eras el mejor amigo de Will.

—Últimamente no.

—Gracias por abrir esa puerta —respiró hondo—. ¿Los problemas entre vosotros tenían algo que ver con lo que presencié esa noche entre él y Rochelle?

—Ya has pasado bastante —no quería añadir más angustia a la situación—. ¿Qué más da ahora?

—Más de lo que crees.

No le preocupó la respuesta, pero como ella miró por la ventanilla, él interpretó el retraso como un indulto.

Cuando giró en la entrada de su rancho, ella acciono el control remoto que llevaba en el bolso y se abrieron las puertas. La finca estaba vallada para evitar que se escapasen los caballos. De niña había sido formada como amazona, pero lo había dejado a los dieciocho tras la muerte de su madre. Había quienes decían que una caída durante una competición de monta campo a través había sido la causa del infarto de Rebecca. En cualquier caso, con un amor a los caballos demasiado fuerte para olvidarlos, cinco años atrás, Hope había vuelto a la monta vaquera, pero se mantenía alejada de cualquier clase de competición.

La casa era un edificio de ladrillo blanco con tejado de estuco. La parte delantera estaba enmarcada por un jardín de cactus al oeste y una rosaleda al este, que la propia casa protegía del mortal sol del mediodía. Más allá del vallado, había un huerto y tras éste un soto de melocotoneros.

—Has convertido esto en una de las fincas más hermosas de la zona —dijo recorriendo el camino de hormigón.

—Me alegro de que pienses así. He tratado de convencer a mis vecinos de que me vendan otros veinte acres, pero mi padre está haciendo todo lo posible por comprarles los setecientos acres enteros por una gran cantidad de dinero, así que las negociaciones están en el limbo.

Lyon no comprendía que un padre hiciera algo así, sobre todo a su única hija, pero Ellis sólo pensaba en sí mismo.

—Me da la impresión de que tu padre ha ido empeorando progresivamente desde la muerte de tu madre.

—Sólo a primera vista. La verdad es que como ella era lista y sólo podía mantener el control sobre una parte del ego de él, como decía ella, se le daba muy bien mantener sus deslices por debajo de la línea del radar de los chismorreos —accionó otro mando a distancia y se abrió la puerta de un garaje—. Mete ahí el coche.

En otras circunstancias, Lyon habría dudado. En una época de eternos litigios por crímenes sexuales y campañas de desprestigio, ningún agente de la ley se metía en una situación que remotamente pareciera una trampa. Pero era Hope, y sabía que trataba de protegerlo de los chismorreos que surgirían si su coche se quedaba a la vista un minuto. Al entrar vio la camioneta roja y el Mercedes negro. Ella siempre había conducido ambos vehículos, lo mismo que estaba torturadoramente atractiva de etiqueta o con vaqueros.

Salió del coche con una gracilidad que parecía imposible si se pensaba que cuatro días antes había sufrido un grave accidente. Abrió la puerta que llevaba al interior de la casa y dijo por encima del hombro:

—Como si estuvieras en tu casa —lo llevó por la lavandería hasta la cocina—. Esa puerta de la izquierda es un servicio si lo necesitas. Te ofrecería una cerveza u otra cosa, pero como estás de servicio, sé que me dirás que no. ¿Un café, té, algo frío?

Dejó el bolso en una silla, se quitó el impermeable y lo colgó del respaldo.