Besos soñados - La boda perfecta - Un amor por descubrir - Helen R. Myers - E-Book

Besos soñados - La boda perfecta - Un amor por descubrir E-Book

HELEN R. MYERS

0,0
6,49 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Besos soñados Helen R. Myers Collin Masters estaba acostumbrado a tener el control de sus emociones. Pero la inesperada llegada de sus sobrinas gemelas de tres años amenazaba con desquiciarlo. Afortunadamente, Collin era un maestro en conseguir lo que deseaba, y pronto tendría a su antigua ayudante de niñera. El problema era que vivir bajo el mismo techo estaba a punto de provocar que todo se les fuera de las manos… La boda perfecta Stacy Connelly El mundo de Emily Wilson se puso cabeza abajo cuando Javier Delgado la tomó entre sus brazos. Nunca hubiera esperado que el día que ella debía haberse casado conocería a un hombre como él. Aun así, sabía que el atractivo playboy no era adecuado para ella. Entonces, ¿por qué había aceptado bailar con él? Un amor por descubrir Mira Lyn Kelly Durante su primera noche en Chicago, Cali McGovern había hecho el amor con el atractivo cirujano Jake Tyler. Cali todavía no se había recuperado de su última relación amorosa, y la razón le decía que debería salir corriendo; pero su cuerpo añoraba el contacto de Jake.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 613

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 436 - agosto 2021

© 2009 Helen R. Myers

Besos soñados

Título original: Daddy on Demand

 

© 2010 Stacy Cornell

La boda perfecta

Título original: The Wedding She Always Wanted

 

© 2010 Mira Lyn Kelly

Un amor por descubrir

Título original: Wild Fling or a Wedding Ring?

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2010, 2010 y 2011

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1375-954-8

Índice

 

Créditos

Besos soñados

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

La boda perfecta

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Epílogo

Un amor por descubrir

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

ESTÁS solo?

La tierna y al mismo tiempo sugerente pregunta de la mujer que le había llamado al teléfono móvil tendría que haberle provocado una maliciosa sonrisa a Collin Masters, si no fuera porque reconoció inmediatamente a su hermana. Miró como se iban encendiendo los números del ascensor mientras descendía de su apartamento del ático, y respondió:

—No por mucho tiempo, si es que hay justicia en este mundo. Estoy en el ascensor, de camino a encontrarme con alguien que tiene unas piernas más fabulosas todavía que su cabello rojo.

—Cancélalo —dijo Cassidy Masters. Cualquier atisbo de gentileza había desaparecido de su voz—. Voy de camino.

Collin adoraba a su hermana pequeña, la única que tenía, pero no le gustaba que le diera órdenes.

—Tú quédate en San Antonio, en…

Nunca podía recordar en qué base de Texas estaba actualmente destinada.

—Dentro de diez minutos estaré en tu edificio. He tomado prestado uno de los aviones del club y he volado al aeropuerto de Addison. Cancela tu cita. Esto es importante.

—Pero…

—¡Maldita sea, no me hagas decir esto por teléfono! —Cassidy suspiró—. Vamos a desplegarnos, Collin.

La noticia le produjo tal respingo que creyó que el ascensor se había detenido de golpe. Pero se aposentó tranquilamente en la planta de abajo y se abrieron las puertas.

—Lo siento, hermana.

—Es algo que va con las alas del cargo… y sabíamos que esto podría ocurrir.

Un millón de preguntas cruzaron por la mente de Collin. Pero sólo hizo una.

—¿Cuándo te vas?

—Dentro de seis semanas, ocho como máximo. El tiempo justo para hacer el curso de entrenamiento, ponerme al día con las clases de tiro y arreglar mis asuntos personales.

«Oh-oh», pensó Collin, que empezó a sentir un nudo incómodo en el vientre. Sí, habían hablado de este tema con anterioridad, pero él lo había almacenado en la parte de negación de su cerebro.

—Deduzco por tu silencio que estás sumando dos más dos —bromeó Cassidy—. Haz las llamadas que necesites, y te veré a las dieciocho cincuenta.

Colgó, evitando así que Collin protestara y sin darle la oportunidad de echarse atrás en su trato. Quería a su hermana con todo su corazón, igual que a sus preciosas hijas, sus sobrinas, pero, ¿cómo iba a hacer lo que estaba a punto de pedirle?

Un movimiento en el vestíbulo captó su atención, y se dio cuenta de que estaba delante del ascensor abierto seguramente con aspecto de haber llegado ahí en caída libre. Al otro lado del vestíbulo, un gigante de cara dulce llamado Sonny, el guardia de seguridad, lo observaba divertido y asombrado.

Collin sonrió sin ganas, colgó el teléfono y volvió a dar al botón de su planta.

 

 

Habían pasado veinte minutos cuando Sonny anunció la llegada de Cassidy. Para entonces, Collin ya había llamado a Nicole, había cancelado la reserva del restaurante y se había tomado un vodka. Un whisky habría sido mejor, pero sabía que le haría falta más de uno para pasar por aquella reunión, y luego estaba la prueba del aliento. Cassidy tenía el olfato de un sabueso, y no quería que pensara que iba a dejar a sus preciosas hijas de tres años en manos de un borracho irresponsable.

—Oh, ¿a quién quieres engañar? —murmuró mirándose en el espejo del pasillo. Tenía el cabello revuelto y la corbata torcida de tanto tirar de ellos.

Iban a desplegarse… su hermana pequeña se dirigía a la guerra. Eso era lo que había conseguido por asegurarle que podía ser cualquier cosa que deseara unos cuatro años antes, cuando supo que estaba embarazada. Esa basura donante de esperma que ella llamaba novio en aquel momento le había urgido que abortara, porque ese aspirante a estrella de rock pensaba que los niños serían una decepción para los fans. Así que había huido a paradero desconocido. Con su tripa de embarazada, Cassidy terminó su máster y se graduó con honores. Y poco después estaba volando helicópteros para la aviación estadounidense. Collin, que no podía subirse a un avión comercial sin una bolsa de mareo en la mano, admiraba a su hermana. Pero que se sentara en la cabina de piloto en una zona de guerra era una idea que se había negado a contemplar.

Llamaron a la puerta y se escuchó un grito alegre:

—No tiene sentido que te escondas. Sé que estás ahí.

No había nada que hacer más que abrirle la puerta. Sabía que lo último que necesitaba ver ella eran sus hombros caídos y su cabeza gacha, pero no podía hacer otra cosa en aquel momento.

Al ver a su hermana y sus ojos brillantes, abrió los brazos para recibirla. Tenía seis años más que ella, que tenía treinta y dos, y era el mayor en todo menos en inteligencia y valor. Tampoco se parecían en nada físicamente. Cada uno de ellos se parecía a uno de sus padres. Cassidy era la clásica chica dorada de pelo rubio y ojos azules. Collin era alto, delgado y estaba maldecido con un cabello marrón ceniza. Su atributo principal eran sus ojos grises y nebulosos de aspecto triste. En sus días de colegio se había librado de más de un castigo gracias a ellos. Cuando creció un poco, se dio cuenta de que su segundo atributo era su sexto sentido para detectar a las mujeres de moral liberal y sin ganas de comprometerse.

También contaba con el don de la palabra, que se veía acrecentado por su acento británico, debido a su abuela materna, que era la que les había criado a Cassidy y a él.

—Mierda —murmuró Collin contra la oreja de su hermana mientras la estrechaba con fuerza.

—No es la palabra que utilicé yo cuando me enteré de la noticia, pero casi —respondió ella.

Collin la apartó un tanto para observar su rostro juvenil y al mismo tiempo grave.

—¿Tienes miedo?

—A la larga seguramente sí. Seguramente durante el vuelo, pero con un poco de suerte, estaré tan cansada por los preparativos que me quedaré dormida diez minutos después de despegar.

—¿Tus mandos no son conscientes de que eres una madre soltera con dos hijas?

—Un contrato es un contrato. Además, como yo estaba yendo a la escuela de oficiales de escuadrón, no tendré que desplegarme con el resto de mi escuadrón, así que sólo será una misión de cuatro meses. Nada comparado con los que tienen que estar fuera seis meses o un año.

Collin gruñó algo entre dientes y se rascó la nuca.

—Deja que haga un par de llamadas. Seguramente puedo infectarte de hepatitis o algo así en cuestión de horas.

Cassidy se rió y cerró la puerta tras ella.

—Necesito que hagas el papel de héroe para mí, hermanito.

—Si eso fuera posible… Por desgracia, le vendí mi alma a un hombre que ha multiplicado por diez la ridícula suma de dinero que yo gané creando campañas de publicidad. Lo máximo que puedo hacer es prometerte que mi secretaria te enviará toneladas de productos de muestra, la mayoría de los cuales no podrán ser utilizados en un país del tercer mundo con problemas de fontanería y electricidad.

Esta vez, cuando Cassidy lo abrazó, lo hizo con lágrimas en los ojos.

—Tal vez esta locura llegue a ser una bendición después de todo. Tú llevas tanto tiempo animándome a que deje atrás los miedos y persiga mis sueños, que creo que has perdido de vista los tuyos.

—Mi contable no estaría de acuerdo contigo. Él consigue un orgasmo cada vez que ve los resultados de mis semanas de setenta horas de trabajo.

—Sabes perfectamente que la felicidad no se basa en la cantidad de dinero que uno gana. Sobre todo cuando el precio es negarte la posibilidad de tener a alguien especial con quien compartir tus éxitos. Tal vez pasar este tiempo con las niñas sirva para que te quites por fin esos protectores que te has puesto para no tener una relación de verdad.

Collin sintió un vuelco al corazón y reculó llevándose una mano al pecho.

—Ah, no. No. Sé lo que prometí, pero eso fue cuando estabas delirando durante el parto… ¿O era yo el que deliraba de miedo? En cualquier caso, no puedo quedarme con las niñas mientras tú no estás. Estás mirando a un hombre que nunca ha tenido oportunidad de cambiar unos pañales.

—Entonces tienes suerte. Genie y Addie han pasado hace tiempo la etapa de los pañales. Están ya en la etapa preescolar.

—¿El siguiente paso es la escuela militar? —Collin alzó las manos cuando su hermana lo miró con reprobación.

Pero Collin estaba seguro de que sus sobrinas eran el siguiente paso en la evolución de su madre. Eso hacía que lo que ella le estaba pidiendo fuera más absurdo todavía.

—Mírate —continuó, tratando de explicarse—. Eres piloto. Haces volar miles de kilos de metal por el aire. Eres una heroína andante —dejó caer las manos a los lados—. ¿Qué puedo ofrecerles yo a tus hijas, Cassidy? El fin de semana, que es el momento en el que mi calendario marca que debo descansar, duermo catorce horas y me levanto en la misma posición en la que me acosté.

—Te adaptarás. Aprenderás a hacer lo mismo que yo. La diferencia es que tú contarás con la ayuda de un sueldo de siete cifras.

Collin se dobló por la cintura, actuando como si ella le hubiera pegado un golpe o una patada.

—Auch, hermana.

Cassidy sonrió.

—Lo siento. ¿No te ayuda saber que, aunque no fueras el tutor legal de las niñas, eres el único hombre al que quiero y en el que confío?

—Dame el teléfono de tu comandante —dijo Collin agarrando su móvil, que estaba en la encimera—. Quiero hablar con él sobre algunas de tus opiniones.

—Si no creyera que puedes estar a la altura, aceptaría la oferta de la mujer de uno de mis compañeros pilotos y dejaría a las niñas en la base con ella. Además, les he preguntado a las niñas qué preferían, y han dicho que querían estar con el tío Collin.

—Diles que van a odiar estar aquí. No habrá regalos, sólo tortas de avena y álgebra.

Sin inmutarse, Cassidy dijo:

—Estaba pensando que esto era una oportunidad para llevarlas a los museos y las galerías de la zona, o al zoo. Para que te centraras en algo más que no fueran las cuentas de resultados.

—Disculpa mi arrogancia, pero esas cuentas de resultados son las que me proporcionan mi sueldo, niña.

—Son lo que te impiden tener una vida. Y un día te van a estallar en la cara. No quiero que desaparezcas como les sucedió a nuestros padres el día que su burbuja les estalló de pronto debido a la mala gestión de papá en los negocios.

Collin se puso tenso. Lo último que deseaba era que lo acusaran de emular a sus padres en cualquier aspecto.

—Dame un segundo… o una semana —replicó—. Estoy seguro de que podré encontrar una solución mejor para ti. Una por la que puedas terminar dándome las gracias.

Eso hizo que Cassidy escogiera sus siguientes palabras con sumo cuidado.

—No hay nadie más, Collin. Y si llegara a suceder lo peor, al menos de esta forma ya estarían acostumbradas a estar contigo.

Aquella insinuación llevó a Collin a bajar la cabeza hacia el pecho.

—Te lo suplico, no vayas por ahí —la idea de perderla lo sacudió hasta los cimientos, y trató rápidamente de disimular su miedo disfrazándolo de humor—. Concentrémonos de nuevo en mi vida laboral. ¿Qué pasa con las niñas mientras yo estoy en la oficina?

Cassidy abrió los brazos.

—¿No puedes hacer siquiera una parte del trabajo desde casa? Entonces pídele a alguien que viva en esta fortaleza de granito que te recomiende una niñera.

—Déjame ver… en este edificio hay cuatro niños. Aunque lo de niños es un eufemismo. Una de ellas va a la universidad. De hecho, la semana pasada me confesó en el ascensor que está dando clases de baile erótico como actividad extraescolar.

—Oh, estaba ligando contigo. Las chicas de diecinueve años quieren que seas su caballero andante.

Collin no tenía madera de caballero, pero era una pérdida de tiempo discutir con su hermana.

—El caso es que los otros tres son productos de acuerdos de custodia, y sólo vienen de vez en cuando, algún fin de semana.

—Pregunta en el trabajo.

—¿Crees que sería capaz de dejar el cuidado de tus preciosas hijas a una absoluta desconocida?

Cassidy se cruzó de brazos.

—En un abrir y cerrar de ojos. Mira, sé que tienes que trabajar, pero alguno de tus muchos conocidos y socios podrá darte referencias de alguien a quien se le den bien los niños —de pronto, Cassidy abrió mucho los ojos y chasqueó los dedos—. ¡Ya lo tengo! Tu ex. Creo que es perfecta.

—¿Ex? Yo no tengo ninguna ex —gruñó Collin—. Sabes que nunca salgo con nadie el tiempo suficiente como para llamarla novia.

—Me refiero a tu ex empleada. La ayudante que despediste.

—Sabrina —aquel nombre acudió a su boca con la misma facilidad con la que su imagen apareció ante sus ojos, pero su respuesta física a aquello fue como una herida en los pulmones. El ataque de tos que siguió obligó a Collin a doblarse por la cintura—. Yo no la despedí —aseguró.

—Ya, eso habría sido lo más compasivo. Eso o decirle la verdad… que te gustaba. Pero no, la exiliaste al sótano del edificio para que fuera la secretaria de… ¿cómo se llama el fósil que vive ahí?

—Norbit, el jefe del departamento de documentación.

—Sí, sí, el del archivo. Apuesto a que se corta él mismo el pelo y lleva gafas de cristales gruesos.

A Collin le molestaba que fuera capaz de definir los tipos de carácter con tanta agudeza. Toda aquella conversación era el motivo por el que había empezado a posponer sus llamadas telefónicas con ella, limitando su comunicación a un mensaje de texto una vez por semana. Le resultaba más fácil así evitarse los sondeos sobre su vida personal.

—Estoy muy preocupada —bromeó Cassidy—. ¿Qué opina ella de su nuevo trabajo?

—Se despidió —reconoció Collin.

—Una mujer inteligente —aseguró ella pasando al salón—. Me gustaba charlar con ella cuando llamaba a tu oficina y tú estabas liado con alguna presentación. Llevaría mejor estar al otro lado del mundo sabiendo que ella está cuidando de mis hijos.

—Perdona, pero hace un minuto yo era el héroe. ¿Y ahora todo depende de ella?

Cassidy le dirigió una sonrisa sin asomo de culpabilidad.

—¿Recuerdas la frase favorita de la abuela? No preguntes algo que no quieres saber.

 

 

Sabrina Sinclair estaba delante de la puerta del apartamento que compartía con Jeri Swanson, su última compañera de piso, y frunció el ceño al ver que la llave no entraba en la cerradura. Tal vez estuviera un poco cansada tras haber terminado su turno de trabajo de doce horas, pero aquella era la puerta del apartamento 314, y la cerradura funcionaba bien cuando salió de casa aquella mañana a las seis. Confiando en que la cabeza hueca de su compañera de piso no hubiera salido ya con su último novio para otra noche de marcha, llamó a la puerta.

—¿Jeri? Soy yo, ¿estás ahí?

—No, no está. Y más vale que tú también te marches.

La voz que le hablaba desde el fondo de la escalera hizo que Sabrina se echara para atrás para asomarse por la poco firme barandilla de madera y mirar a la mujer mayor que estaba abajo.

—¿Señora Finch? ¿Ocurre algo?

—No te hagas la inocente conmigo. Te dije que no toleraría más retrasos con la renta.

—Pero si Jeri pagó ayer. He tenido que ir pronto al trabajo porque había inventario, y ella juntó mi dinero con el que ella tenía para pagarle.

—¿Ah, sí? Tal vez eso fue lo que te dijo, pero no he visto un centavo de los novecientos dólares que me debéis, ni de los cuatrocientos cincuenta que faltan del mes anterior. Así que hoy he cambiado las cerraduras justo después de que ella saliera… por si te interesa saberlo, eso fue apenas una hora después de que lo hicieras tú.

Sabrina se sintió invadida por un mal presentimiento, y se agarró a la barandilla. Jeri no era una persona madrugadora; por eso prefería trabajar de camarera en un restaurante que sólo servía cenas… y eso cuando trabajaba. En otras circunstancias, nunca la hubiera aceptado como compañera de piso, ni mucho menos le hubiera confiado el dinero del alquiler, ya que la señora Finch prefería que le pagaran en efectivo. Ahora parecía que su confianza había sido traicionada.

Sabrina sintió deseos de gritar.

—¿Dijo dónde iba? ¿Cuándo volverá?

—Ni lo sé ni me importa, y serías más tonta de lo que pienso si la esperas o le dedicas un solo pensamiento más.

—Ya veo —una vez más, había salido escaldada.

Lo único que podía hacer era volver a disculparse y empezar de nuevo. Necesitaba entrar y darse un baño caliente para calmar su dolorido cuerpo, y luego dormir un poco para poder planear cómo iba a reparar el daño hecho a la casera y a sí misma.

—Señora Finch, si me deja entrar, le prometo que trabajaré horas extras para poder pagar la renta, y le aseguro que no volveré a permitirle la entrada a Jeri aquí.

—No. He terminado con vosotras. Estoy cansada de promesas, de ruido y de problemas. Sal ahora mismo de aquí o llamaré a la Policía.

—Pero tengo mis cosas dentro.

—No. Tu amiga se llevó tus objetos personales, y yo me quedo con los muebles como parte del pago de la renta que me debéis. Es la última vez que abusan de mí.

Como si las cosas no pudieran ponerse peor, en medio de aquel discurso apareció un hombre guapo y bien vestido con cabello castaño ceniza y ondulado que se colocó al lado de la señora Finch y alzó la cabeza para mirarla.

—Oh, Dios mío —susurró Sabrina.

¿Collin Masters? ¿Qué diablos estaba haciendo allí… y por qué aparecía justo en aquel momento? ¿No la había humillado ya bastante?

—¿Puedo ayudar en algo?

Sabrina no se creyó su mirada de inocencia ni por un instante, ni que fingiera estar preocupado, aunque sonaba sincero con aquel acento con pedigrí. Confiando en que no lo hubiera escuchado todo, Sabrina comenzó a bajar las escaleras, ignorando las protestas de sus doloridas piernas.

—No, no puedes. Ésta es una conversación privada.

Ignorándola, Collin giró todo su encanto hacia la señora Finch.

—Entiendo que se trata de un problema de impago del alquiler, ¿no es así?

Los ojos de la diminuta mujer se iluminaron con esperanza mientras se inclinaba hacia él con actitud cómplice.

—Un total de mil trescientos cincuenta dólares.

—¡Un momento! —Sabrina llegó hasta ellos, apartándose el cabello revuelto de los ojos—. Dijo usted que se iba a quedar con mis muebles. Eso debería saldar la deuda.

—Si puedo vender alguno de esos trastos, tendré suerte si cubre los gastos del cerrajero y de la mujer que vendrá a limpiar para que este sitio esté presentable de nuevo.

Sabrina sintió una punzada de dolor, y se llevó la mano al pecho mientras protestaba.

—¡Eso no es verdad! —sin duda Jeri se habría llevado los pendientes de perlas de su abuela, y el reloj de bolsillo de su abuelo, pero, ¿y las fotos familiares y sus papeles personales?

—Permítame —Collin metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y sacó una chequera—. Voy a firmarle un cheque por valor de mil quinientos dólares. ¿Eso le parecería justo, señora Finch?

Antes de que Sabrina pudiera abrir la boca, la mujer suspiró y dijo:

—Supongo que tendrá que servir —se giró hacia Collin con una sonrisa radiante—. Es un hombre adorable. ¿Quién es usted exactamente?

—Un amigo.

—¡No, no lo es! —Sabrina miró fijamente a Collin antes de darse cuenta de que su protesta estaba cayendo en oídos sordos. Dirigiendo de nuevo su atención a la casera, apeló a su compasión como madre y abuela—. Señora Finch, estamos hablando de mi certificado de nacimiento, mis notas del colegió y los recibos de mis impuestos. ¿Está segura de que eso también se lo ha llevado?

La mujer aceptó el cheque que Collin había firmado y asintió.

—A mí me parece que es un robo de identidad en toda regla, querida. Sin duda no eres muy buena juzgando a la gente.

Sabrina le lanzó una mirada asesina a Collin y murmuró:

—Ni que lo diga.

Guardándose la chequera y el bolígrafo, Collin le tendió la mano.

—Déjame llevarte a algún lugar donde puedas pensar con claridad.

Sabrina deseaba darle un golpe en aquella mano, pero sintió el frío de la realidad cayendo sobre ella. La señora Finch había aceptado su dinero. Ahora estaba en deuda con un hombre al que despreciaba.

—Esto no puede estar sucediendo —susurró.

—Lo siento —colocándole una mano en la parte inferior de la espalda, Collin señaló la puerta de entrada—. Tengo el coche fuera. Puedo seguirte donde tú quieras o llevarte y luego dejarte en tu coche cuando hayamos comido y hablado.

El cansancio le hacía estar más lenta, pero Sabrina sacudió la cabeza.

—No puedo.

—Bueno, está claro que aquí no puedes quedarte.

—No… pero ya no tengo coche.

—¿Perdona?

Debería haberle importado que la señora Finch estuviera allí delante, pero, ¿qué valor tenía el orgullo en aquellas circunstancias?

—El contrato de leasing se acabó y lo devolví —Sabrina lo miró con resentimiento—. Gracias a ti, no pude seguir pagándolo.

—Un momento… yo no te hice dejar tu trabajo. Si lo recuerdas, ni siquiera te bajé el sueldo. Te fuiste porque quisiste.

—A Stanley Norbit le huele el aliento y me acosaba diariamente en aquella mazmorra. Es un tipo asqueroso.

—Tal vez carezca de habilidades sociales, pero nunca me ha fallado cuando le pido que trabaje once horas.

—Ponte sujetador, depílate las piernas, y luego me cuentas.

—Respeto demasiado a mi sastre como para hacerle eso.

Sin reírse ni lo más mínimo ante los intentos de Collin de frivolizar su reciente catástrofe, Sabrina hizo amago de salir del edificio, pero se detuvo en la puerta para dejar clara su postura.

—Preferiría entrar como aprendiz en una funeraria antes de volver a trabajar con alguien como él. Pero lo más importante de todo es que me convertiste en el hazmerreír de la empresa y no te diste cuenta. Una no pasa de trabajar en la zona noble para el vicepresidente ejecutivo y cae hasta el sótano por una broma del jefe del departamento. Todo el mundo especuló sobre los motivos, y llegaron a sus propias y humillantes conclusiones.

Sabrina mantenía la barbilla alzada, aunque era consciente de que con aquellos vaqueros sucios y rotos y la camisa talla grande que había utilizado para pintar recientemente su apartamento no parecía precisamente la ayudante de un ejecutivo.

Unos segundos antes de que surgieran las lágrimas largamente reprimidas, reunió la poca dignidad que le quedaba y aseguró:

—Le prometo, señor Masters, que le devolveré cada centavo de lo que le ha dado a la señora Finch. Pero ahora, por favor, déjeme en paz.

Collin la siguió fuera del edificio.

—A riesgo de que me des un puñetazo, ¿puedo preguntarte qué vas a hacer sin un sitio en el que dormir, sin ropa para cambiarte y sin dinero? Apuesto a que ni siquiera tienes efectivo suficiente para comprarte un perrito caliente.

Ni tampoco para pagar un parquímetro… si tuviera coche.

Bajo la sombra de aquel edificio antiguo rodeado de torres de cristal, el presente y el futuro de Dallas, Sabrina no necesitaba ninguna señal más para saber que su futuro estaba en manos de Collin. Era un día ámbar, lleno de hojas brillantes y viento suficiente como para sacarle mechones de pelo de la cola de caballo. Sabrina se volvió a atar rápidamente la coleta en su melena dorada y trató de pensar en un plan. No había mucho que pudiera hacer con los restos de polvo y mugre tras un día de trabajo supervisando cómo reponían las estanterías en el almacén más importante de Bonanza… y haciendo ella gran parte del trabajo. Cada mañana, cuando se vestía ignorando los dolores y el cansancio, tenía que recordarse que ella era «gerente».

Collin se acercó un poco más y observó su rostro.

—Te has quedado muy callada. ¿Tengo que estar pendiente para recogerte si te desmayas? ¿Cuándo fue la última vez que comiste?

—Alrededor de… —Sabrina recordó que sólo se había comprado un sándwich en la máquina.

—Hay un restaurante estupendo cerca de donde vivo —dijo Collin dirigiéndola directamente hacia el Mercedes negro aparcado frente al edificio—. No habrá mucha gente a estas horas. Podrán prepararte lo que quieras —añadió con cierta dulzura.

Humillada por el reflejo que vio en la ventana del coche, Sabrina lo miró de reojo.

—¿Y qué quieres tú? —le preguntó.

Collin alzó el dedo índice para pedirle paciencia y la ayudó a entrar. Luego se colocó en el asiento del conductor, tras el volante de piel marrón.

—Ahora mismo, un whisky triple sería una bendición.

—Nadie te ha pedido que firmaras ese cheque. ¿Qué pasa, ése tal Wynne que contrataste después de echarme a mí ha intentado conquistarte?

—Geoffrey Wygant es un excelente ayudante, y te gustará saber que lleva veinte años de relación con su pareja, Duke.

Sabrina sacudió la cabeza, avergonzada.

—Disculpa, no debí decir eso. Es sólo que…

—Tienes que enfrentarte a este shock con un déficit de azúcar —Collin dirigió el Mercedes hacia el tráfico—. Geoffrey ha sido el primer candidato después de ti capaz de leer mejor que un niño de primaria. Además posee un talento natural con los clientes.

Aquello no casaba con la fantasía favorita de Sabrina, en la que Collin Masters admitía su error y llegaba con flores y las llaves de un Porsche blanco para rogarle que volviera.

—Felicidades —dijo tratando de parecer sincera—. De veras. Os deseo una larga y fructífera relación laboral.

Pero eso significaba que estaba otra vez en blanco respecto a la razón de aquella intromisión en su miserable vida.

Como si le hubiera leído el pensamiento, Collin dijo bruscamente:

—De acuerdo, para evitar que te lances del coche en marcha, responderé a tu pregunta de por qué estoy aquí. Cassidy va a desplegarse en zona de guerra.

—¡Oh, no!

Y ella que creía que las cosas no podían empeorar. A Sabrina no sólo le caía bien su hermana, había llegado a entender lo unido que estaba Collin a su única hermana. Aquello tenía que ser para él su peor pesadilla hecha realidad.

—Lo siento —aseguró.

—Gracias.

Collin dejó el coche en el aparcamiento del restaurante y le pasó las llaves al aparcacoches. No tuvieron tiempo de volver a hablar hasta que estuvieron sentados en unos taburetes en una esquina tranquila de la barra y pidieron sus bebidas.

—Todo aquí es excelente, pero si tienes mucha hambre, las costillas son deliciosas.

Sabrina estuvo a punto de decir que añadiera el precio a lo que ya le debía, pero se dio cuenta de que aquello resultaría ridículo, así que asintió.

—Gracias. Que sean costillas, entonces.

Se le hizo la boca agua al pronunciar aquella palabra. Por suerte, la camarera ya les había llevado pan y mantequilla. Entonces vio cómo tenía las manos.

—Si no te importa, voy a ir a asearme un poco.

—Por supuesto. Pero un momento… no irás a escaparte de mí, ¿verdad?

¿De verdad pensaba que se le había ocurrido de pronto algún otro sitio al que podría ir, o que podría permitirse rechazar una cena semejante?

—Llevo desde el alba trabajando en un almacén. Nunca podría estar lo suficientemente enfadada como para rechazar esta comida.

—Lo tendré en cuenta por si necesito hacer más palanca.

Tratando de no sonreír, Sabrina se dirigió hacia el cuarto de baño de señoras. Contuvo el aliento al ver su imagen en el espejo del lavabo. La visión bajo aquellas luces era peor de lo que había pensado. No quedaba ni rastro del maquillaje, el rimel y el lápiz de labios que se había puesto por la mañana. En cuanto al pelo… lo único que podía decir a su favor era que estaba relativamente limpio. Sacó un cepillo del bolso y le dio un buen cepillado a su melena, que le llegaba por los hombros, hasta que brilló. Se lavó la cara y se retocó las pestañas y los labios, pero se resistió a hacer nada más.

—¿Y cómo se ha tomado Cassidy esto? —preguntó tomando de nuevo asiento en el taburete.

Collin ya llevaba la mitad del whisky.

—Oh, ya sabes que a ella le encanta eso de volar por los aires. Éste es el lado malo.

—Pero las niñas…

—Hace varios meses que no ves fotos suyas —Collin sacó al instante la cartera y le mostró una foto de las niñas, vestidas con una réplica del uniforme de piloto de su madre y rodeadas de la sonriente tripulación.

—¡Oh, que guapas! Cada vez se parecen más a ella —Sabrina sonrió y le dio un sorbo a su copa de vino—. ¿Y a quién va a dejárselas Cassidy mientras esté fuera? Ésa debe ser la decisión más difícil del mundo.

—Lo es —Collin le dio vueltas a su vaso en la mano—. Me alegro de que pienses lo mismo que yo.

—¿Cómo? —el modo en que él daba vueltas al vaso llevó a Sabrina a una conclusión, y el estómago le dio un vuelco—. Oh, no… ¡Tú no!

—Eso es muy halagador. ¿Qué otra personas esperabas?

No tenían más familia, pero debía haber otras opciones.

—¿No le dijiste una vez a un cliente por teléfono que tu idea de un domingo perfecto era dormir hasta el mediodía y tener una chica diferente cada día de la semana?

—Trabajo en el mundo de la publicidad, señorita Sinclair. Digo cosas para que los clientes se sientan mejor consigo mismos, su producto y sus ideas. Cuanto mejor se sientan, más lucrativa será la cuenta.

Collin continuó jugueteando con el vaso.

—Por supuesto, tendré que hacer algunos cambios. De hecho, considerando tus apasionadas opiniones, sin duda aprobarás la recomendación de Cassidy.

—Estoy casi dispuesta a apostar mi próxima nómina a que sí.

Riéndose sin atisbo de humor, Collin replicó:

—Eres tú.

—¿Perdona?

—Cassidy me pidió que te contratara para que nos ayudaras. Que te vinieras a vivir con nosotros.

Si Sabrina hubiera tenido la copa entre los dedos, la habría dejado caer.

—Es fan tuya desde el primer día. ¿No te habías dado cuenta?

—Fue amable conmigo y yo se lo agradecí. Te sorprendería saber la cantidad de gente snob que llama por teléfono y es incapaz de ser civilizada con aquellos que consideran que están por debajo de ellos.

—¿Por qué no me dijiste nada? —preguntó Collin frunciendo el ceño.

La frustración le aumentó el hambre, y Sabrina cortó el trozo de pan con el cuchillo.

—Porque di por hecho por su modo de actuar que eran más valiosos para ti que yo. Dale las gracias a Cassidy, pero está equivocada. Ese trabajo no es para mí.

Aclarándose la garganta, Collin continuó.

—Ella considera que eres una persona muy inteligente y responsable. Mirando hacia atrás, tengo que decir que estoy de acuerdo.

¿Cuál había sido la objeción de Collin? ¿Que era demasiado clara y transparente para su cínica forma de ser?

—Por favor, dale las gracias a Cassidy de mi parte —dijo Sabrina extendiendo la mantequilla en el pan—. Dile que estará en mis oraciones, pero que no puedo aceptar de ninguna manera.

—Puedes, pero no quieres.

Ella alzó la vista para mirarlo.

—No puedo —pero al ver la ansiedad de sus ojos, no puedo evitar preguntarle—, ¿cuándo se marcha?

—Antes de Acción de Gracias, si no antes. Tiene que completar los cursos de entrenamiento. Supongo que no te apetecerá nada venir conmigo después de comer y ayudarme a escoger camas y cosas de niñas como sábanas, toallas y cualquier cosa que sirva para que esa habitación de invitados deje de parecer un espacio en blanco.

—¿Yo? No creo que te sirva de gran ayuda.

—¿Recuerdas aquella llamada de teléfono que te pedí que hicieras cuando Addie sintió que su madre la había dejado plantada porque le habían programado un vuelo nocturno e iba a llegar tarde a casa? Hiciste que creyera que había un fallo en el sistema informático de la aviación militar en todo el sur del país, y que ni Santa Claus habría podido llegar si fuera Navidad. Sinceramente, en ese momento tendría que haberte metido en el programa interno de la empresa.

—¿Y por qué no lo hiciste? Estaba cualificada. Tengo mi título.

—Porque… no me acuerdo.

—Mentiroso.

Collin extendió la mano hacia su vaso, lo encontró vacío y suspiró.

—Lo soy. ¿Y si te prometo contártelo cuando Cassidy haya regresado?

Sabrina le dio un sorbo a su vino, pero decidió no acabárselo. Se sentía medio tentada por su oferta, lo que significaba que el alcohol se le estaba subiendo a la cabeza.

—Lo que acabas de hacer por mí en casa de la señora Finch ha sido muy amable y generoso —comenzó a decir—. Pero no puedes destrozar los sueños de una persona, y esperar que en el momento en que te sientas en un apuro yo me olvide de lo que me has hecho.

—Y no deberías. Éste puede ser un buen momento para hablar del sueldo.

Mientras lo hacía, Sabrina se sintió todavía más en conflicto consigo misma.

Lo que le estaba ofreciendo no sólo garantizaba que podría devolverle el dinero en cuestión de semanas, sino que además podría ahorrar para pagar otro alquiler antes de que su hermana regresara. No muchas niñeras disfrutarían de esa clase de ingresos a menos que trabajaran para una estrella de Hollywood.

—¿Qué no he dicho que explique el hecho de que todavía no haya conseguido una respuesta positiva de ti? —preguntó Collin al ver que ella guardaba silencio.

La atenta camarera le sirvió otra bebida a Collin, y Sabrina esperó a que se marchara antes de reunir el coraje suficiente para decir todo lo que pensaba.

—De acuerdo —comenzó—. Si acepto este trabajo, quiero saber la razón por la que perdí mi puesto. Ahora.

Collin dejó caer la espalda contra el respaldo del alto taburete.

—Veo un estropicio completo en mi futuro… y probablemente, un viaje a urgencias.

—Nunca le he hecho daño físico a nadie en mi vida.

—Siempre hay una primera vez para todo, créeme.

Entonces, aquello era peor de lo que ella pensaba. ¿Qué sería lo que había hecho?

Mirando a todas partes menos a ella, Collin continuó.

—De acuerdo. Quiero que me prometas que no tomarás acciones legales, y que no permitirás que lo que diga afecte a tu decisión.

—¿Has perdido la cabeza?

—Las niñas te necesitan, y, por lo tanto, yo te prometo que me comportaré todo el tiempo como un perfecto caballero.

—El hecho de que tenga diez años menos que tú no debería hacerte pensar que me falta capacidad para alcanzar tu estándar de madurez —dijo Sabrina cruzando las manos decorosamente en el regazo—. Pero si acepto el trabajo, mi profesionalidad está garantizada.

Collin había empezado a sacudir la cabeza cuando ella empezó a hablar, y siguió haciéndolo.

—¿Qué problema tienes? —le espetó Sabrina.

—Lo cierto es que… la única razón por la que hice lo que hice fue… que te encontraba demasiado tentadora.

Sabrina no podía creer lo que había oído.

—Dime que no has dicho lo que has dicho.

—Decirlo en voz alta una vez en la vida debería ser suficiente castigo.

—Pero convertiste mi vida en un infierno y arruinaste cualquier posibilidad que tuviera de crecer al encerrarme en aquella mazmorra de la que tú sabías que acabaría marchándome.

—Culpable.

En lugar de insultarle con las palabras que brillaban como luces de neón dentro de su cabeza, Sabrina agarró el bolso y comenzó a levantarse del taburete.

—¡Espera! Me lo habías prometido.

—Oh, no te preocupes. No te golpearé con el bolso. Sólo lamento no haber sabido antes la clase de rata que eras.

—Un cobarde en lo que se refiere a las relaciones de verdad y al compromiso, tal vez, pero no acepto lo de rata. Una vez desmonté la carcasa entera de mi coche para evitar aplastar a una ardilla que se había quedado atrapada. Y recuerda cuánto me felicitaste por llevar fotos actuales de mis sobrinas en la cartera —Collin la urgió para que volviera a sentarse—. Sabrina, ¿sirve de algo que me haya odiado a mí mismo todos los días desde entonces?

—No. No has dicho nada para que te rescate de tener que cuidar tú solo de esas niñas.

Pero, por dentro, el corazón de Sabrina latía con fuerza. Su cabeza había aislado una única frase: «Te encontraba demasiado tentadora».

¿Qué le sucedía? No se había enamorado de él, ni de su supuesto carisma, y sabía perfectamente que era un conquistador incorregible. Y además, no necesitaba un hombre para que su vida fuera completa.

Alzando la barbilla, lo miró directamente a los ojos.

—Si hubieras sido directo y sincero conmigo, nos habríamos ahorrado mucha humillación y vergüenza. Me lo he pensado mejor, y voy a aceptar el trabajo… no sólo para ayudar a Cassidy con las niñas, sino también para dejar clara mi postura. En lo que mí se refiere, tú no eres en absoluto tentador.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

SON demasiado pequeñas para dormir en litera.

Collin corrió por delante de Sabrina para sostenerle abierta la puerta de la tienda de muebles, y se le ocurrieron varias respuestas. Desde que salieron del restaurante, ella había criticado o rechazado un noventa por ciento de sus ideas para cambiar una de las tres habitaciones de su apartamento.

—Ya tienen tres años —aseguró Collin.

—Eso significa que sus huesos todavía están blandos, y muchos niños de esa edad todavía duermen inquietos o se despiertan en mitad de la noche para ir al baño o, en este caso, porque echan de menos a su mamá. Una caída desde la litera de arriba podría ser fatal.

—¿Por qué no me ha dicho Cassidy nada de esto? Estoy seguro de que le mencioné la idea. O eso creo —Collin se frotó la frente. Lo cierto era que parecía como si hubiera transcurrido un mes desde que su hermana había llenado su cómoda existencia de pánico y caos.

—Debía tener un millón o dos de cosas en la cabeza —dijo Sabrina deteniéndose en el umbral y mirando hacia la tienda. Su expresión cambió—. Oh, no estoy vestida para esto, ni preparada para ellos.

Collin giró la cabeza y vio a tres vendedores ansiosos que los observaban desde el vestíbulo de la tienda.

—Estás estupenda. Además, a ellos no les importa, sólo quieren conseguir su comisión —Collin se colocó detrás de ella mientras Sabrina entraba, y le susurró al oído—, en cualquier caso, ¿qué experiencia tiene exactamente usted en el cuidado de niños, señorita experta en literas? Supongo que harías de canguro durante el instituto. Eso no es exactamente la carrera de pediatra.

—Me caí de la cama a los cuatro años y casi pierdo el ojo al golpearme la cara con la esquina de la mesilla de noche —Sabrina señaló la cicatriz que tenía bajo el ojo derecho—. ¿Lo ves?

Collin escudriñó su rostro de pómulos altos.

—¿Ver qué? Tu piel no tiene ni una mácula.

—Oh, no lo admitirías aunque sólo sea para llevarme la contraria. Hoy ni siquiera me he puesto maquillaje porque sabía que me iba a llenar de polvo.

Divertido al verla irritada, Collin abrió la segunda puerta de la tienda, que era de cristal.

—Adelante.

Sabrina suspiró y pasó por delante de él.

—Gracias por el cumplido…y por abrirme la puerta.

Aquella mujer era más modesta de lo que recordaba, y Collin archivó aquella información.

—¿De verdad te caíste de la cama?

—Tengo tres hermanos mayores. Siempre me dejaban atrás, y yo lo odiaba. Tuve que aprender a darme prisa para no quedarme fuera de todo.

Hermanos, pensó Collin. Mayores que ella y probablemente protectores de su hermanita. Más razones para mantener sus pensamientos a raya… y las manos quietas.

—Volviendo al problema de las camas… ¿No fabrican unas que son individuales y luego cuando los niños crecen pueden colocarse una encima de otra?

—Supongo que puedes preguntarle a ella —dijo Sabrina refiriéndose a la mujer que se estaba acercando a ellos—. Oh, ojalá me hubieras dejado quedarme en el coche.

—Querida, estás estupenda —aseguró Collin—. Cualquiera que imagine que has pasado el día en la reforma del apartamento, escogiendo colores con los pintores, se apiadará de ti. Ah, aquí llega la caballería —añadió sonriéndole a la vendedora.

—Buenas tardes. Soy Brenda. ¿Qué puedo hacer para ayudarles?

—Necesitamos un dormitorio para dos niñas gemelas.

Como Collin esperaba, la mujer se giró hacia Sabrina y le miró el vientre.

—Oh, qué bien. ¡Felicidades!

Presintiendo que Sabrina estaba a punto de corregirla, él se apresuró a tomarle la mano.

—Muchas gracias. Verá… ya tenemos un montón de cosas de bebés, y hemos pensado en saltarnos la parte de la cuna y prepararnos para la etapa desde que empiezan a andar. ¿No tendrá por casualidad una litera de camas blancas que puedan separarse hasta que las niñas sean lo suficientemente mayores como para dormir en altura?

—Por supuesto, señor. Permítame que se las enseñe… y qué perspicaz por su parte estar ya al tanto de la seguridad infantil. No puede imaginarse la cantidad de padres primerizos que no se fijan en eso debido a su emoción por crear la habitación perfecta para sus hijos.

—¿Verdad que es maravilloso? —Sabrina compuso una sonrisa de adoración sin dejar de retorcer la mano, hasta que Collin se vio obligado a soltarla.

Cuarenta y cinco minutos más tarde salieron por fin de la tienda. Para entonces, Sabrina estaba segura de que había sudado toda la ropa. Collin se había divertido a escondidas haciendo parecer que los muebles eran para sus hijos, y ella tendría que haber aprovechado alguna de las muchas oportunidades que hubo para corregir la situación… y hacerle quedar como un estúpido. Ahora era ella la estúpida por no haberlo hecho, pensó estremeciéndose mientras se dirigían hacia su Mercedes.

Había sido un maravilloso día de otoño típico de Dallas, pero la noche encerraba algo del frío del invierno que se aproximaba rápidamente. El cansancio del día tampoco ayudaba.

—Lo siento, ¿por qué no te pones mi chaqueta? —preguntó Collin, que empezó a quitársela.

Pero eso le dejaría a él en mangas de camisa. Por muy molesta que estuviera con él, no podía hacerle eso.

—Gracias, pero bastará con que pongas la calefacción fuerte cuando estemos dentro del coche.

Además, la idea de verse rodeada por su masculino aroma durante todo el camino a su casa era más de lo que podía soportar.

—Hecho. Pero antes pasaremos por un centro comercial y te compraremos algo de ropa de abrigo.

Gruñendo para sus adentros ante la idea de volver a pararse, Sabrina replicó:

—Te agradezco el gesto, pero si me das un adelanto de mi sueldo, ya lo haré yo mañana después del trabajo.

—No puedes volver a ese sitio. Además, mañana traen las camas y las cómodas. Y tendrás que llamar por teléfono a tu banco y a Tráfico para advertirles de un posible robo de identidad.

Sabrina se detuvo sobre sus pasos y se cubrió el rostro con las manos. Su vida era un auténtico desastre. Nunca debió haber aceptado la oferta de Collin. Molestar a sus padres en Wisconsin estaba fuera de toda duda; seguían trabajando en su granja de doscientos acres, pero debería haber llamado a su hermano mayor, Sayer, que se dedicaba a recuperar negocios y propiedades con problemas. El problema era que eso le habría supuesto un billete sólo de ida a casa, y una correa para el resto de su vida de soltera. Su hermano Seger, igual que sus padres, tampoco necesitaba más problemas. Su segundo hijo estaba en camino, y su negocio de construcción sufría las consecuencias de la crisis. Y en cuanto a Sam… bueno, era Sam, dulce y dedicado a sus padres, que no tenía vida porque su afán era conservar la granja familiar intacta.

No, Sabrina había hecho lo correcto al manejar aquella situación ella sola a pesar de los dolores de cabeza que implicaba. El problema era, ¿cómo iba a cumplir con nuevos compromisos si no había completado los anteriores?

—¿Qué pasa? —preguntó Collin inclinándose sobre ella—. Sólo estoy tratando de resultar útil. Normalmente tú eres la pragmática. ¿Cómo puede ofenderte la idea? Considérala parte del trato.

Sabrina ya no era aquella ingenua que salió del refugio seguro de su familia y de la universidad. Dejó caer las manos y se defendió.

—¿Para qué? ¿Para que puedas continuar avergonzándome delante de los vendedores? ¿Escuchaste a esa mujer? Pensó que parecía embarazada.

—No, lo que dijo fue…

—¡Yo estaba allí, Collin, sé lo que dijo!

Él apretó los labios y respondió:

—Bueno, estás de un humor que parece que estuvieras… esperando un hijo.

Sabrina echó la cabeza hacia atrás y gritó a la noche.

—Bien, bien —mirando a su alrededor preocupado, Collin la urgió para que entrara en el coche—. Vamos a casa. Estoy seguro de que habrá algún pijama de las navidades pasadas todavía en su caja que pueda ofrecerte. En caso contrario, ¿servirá una camiseta de los Cowboys de Dallas firmada por las animadoras?

Sabrina cerró la puerta del coche con fuerza. Collin se subió en el asiento del conductor, y ella dijo con tono derrotado:

—Gracias por el ofrecimiento. Ahora que lo pienso, será mejor comprar algunas cosas esta noche. Porque mañana por la mañana tengo que ir al trabajo para darme de baja.

—¿Cómo puedes hacer eso? Te he dicho que…

—Recuerdo lo de los muebles y las llamadas, ¿de acuerdo? Pero resulta que hay una pequeña formalidad técnica. Sigo siendo su empleada.

—Una empleada que trabaja como una esclava porque ellos ahorran dinero, ya que tú haces el trabajo de la encargada y de dos personas más.

Sabrina casi lamentaba haberle contado tantas cosas sobre sus condiciones laborales durante la cena.

—Eso no tiene nada que ver. Les tengo que notificar con dos semanas de antelación si quiero pedirles referencias.

—Yo te daré referencias… como mi asistente. Así no los necesitarás a ellos.

—Eso no es ético.

—Deja que te diga algo… si fueran a despedirte, no se lo pensarían dos veces en señalarte la puerta. Para eso sirve el pago de la indemnización. Para limpiar conciencias.

Probablemente tuviera razón, pero a ella no la habían educado así, ni tampoco quería que el mundo fuera de aquella manera.

—Lo pensaré —le dijo a Collin.

Una hora más tarde, Sabrina regresó al coche con las manos vacías. Le dirigió a Collin una mirada por el cristal del copiloto que dejaba claro que no quería que pronunciara ni una sola palabra hasta que ella hablara. Él se inclinó y abrió la puerta.

—¿Puedes entrar, por favor? —le preguntó Sabrina, que parecía más derrotada todavía que antes.

—¿Qué ha pasado ahora? No me digas que no aceptan la tarjeta de crédito. No ha habido movimientos en la cuenta. Apenas la uso.

—Gracias. Por eso creen que la he robado. Así que o entras y les aseguras que no, o esta noche dormiré en comisaría —Sabrina señaló con el pulgar hacia atrás, en dirección al guardia de seguridad que la había acompañado y que estaba allí de pie observándolos.

—Dios Santo —Collin salió del coche a toda prisa y cerró con el control remoto—. Tenemos que hablar con tu ginecólogo sobre tus hormonas, cariño.

Collin pasó por delante de Sabrina, que lo miraba con la boca abierta, y se dirigió a tranquilizar al guardia de seguridad.

Al menos esta vez sólo fueron quince minutos de humillación adicional, pero para Sabrina ya había sido suficiente.

—Por favor, ¿podemos ir a algún sitio donde pueda dormir? —le preguntó a Collin.

Collin condujo de vuelta a su edificio, y cuando atravesaron el vestíbulo, los saludó el guardia de seguridad nocturno.

—Buenas noches, señor Masters —cuando miró a Sabrina, volvió a clavar los ojos en Collin—. ¿Va todo bien, señor?

—Esta es la niñera Sabrina Sinclair. Sabrina, te presento a Sonny Birdsong, el mejor guardia de seguridad de la ciudad.

A Sonny se le hinchó el pecho y asintió.

—Bienvenida, señorita. Si necesita alguna ayuda con las pequeñas, no dude en pedírmela. Tengo que admitir que estoy deseando ver rostros más jóvenes por aquí.

—¿Hay autobuses urbanos en esta parte de la ciudad, o la gente se mueve en taxi? Es que querría llevar a las gemelas a dar una vuelta.

Sonny le entregó un folleto.

—Éste es el horario de autobuses.

—Gracias. ¿Sabes si el mercado de los granjeros sigue estando abierto a los turistas?

—Varios vecinos compran allí todos los días, entre ellos un chef de cocina.

—Maravilloso. Por cierto, estamos esperando que mañana nos traigan unos muebles.

—Les indicaré dónde está el ascensor de servicio y la avisaré cuando lleguen —aseguró el guardia.

—Gracias. Me has tranquilizado mucho.

Sonny se sonrojó y miró a Collin con timidez.

—Estoy a su disposición, señorita. Buenas noches. Buenas noches, señor Masters.

Collin se despidió con la mano, y esperó a que se cerraran las puertas del ascensor para hablar.

—Me preguntaba cuánto tardarías en convertirle en tu mascota. En menos de una semana tendrás a todos los vecinos fisgando a tu alrededor.

—Si no fuera por esas niñas y por tu hermana, te mandaría a volar ahora mismo, señor jefe.

Collin parecía sorprendido.

—¡Cuánta animadversión! Lo único que digo es que eres responsable y entregada, una madre natural. La mayoría de las mujeres se sentirían halagadas con semejante cumplido.

—Tal vez yo no lo haya visto como un cumplido. No he trabajado mucho contigo, pero eres muy fácil de leer, jefe.

—Todos los hombres lo somos —respondió Collin con un suspiro—. Necesitamos medallas, camisetas de un equipo y cinturones de herramientas para que una mujer nos encuentre remotamente interesantes. Sonny no sabe la suerte que tiene con el uniforme y la pistola. Y antes de que te dé por girar la cabeza, deja que te informe de que la señora que limpia en mi casa, Graziella, lo tiene en el punto de mira para su hija Isabella.

Sabrina se dijo que no debía llorar, pero aquel día había sido demasiado intenso. Los ojos se le llenaron de lágrimas antes de que pudiera darse la vuelta para ocultarlas.

—Espera un momento. No hay ninguna cláusula de llanto en nuestro contrato —Collin empezó a rebuscar en los bolsillos—. Para, por favor, no tengo ningún pañuelo. ¿Serviría de algo que me tragara todos los cumplidos y las bromas? También sé decir «lo siento» en cuatro idiomas.

A su pesar, Sabrina sonrió.

—Me había olvidado de lo loco que estás.

Collin se encogió de hombros, sugiriendo con su gesto que él no lo veía como un problema.

—Sólo estaba tratando de levantarte el ánimo. ¿Estás mejor? —le preguntó en tono más dulce.

Estiró la mano para apartarle el cabello que le había caído por delante del rostro, pero dejó caer el brazo al instante.

—Para ser alguien que llega a casa del trabajo y descubre que ha perdido su vida, estoy bien. O lo estaré. No te olvides que vengo de una raza de estoicos granjeros.

—Sí, con tres hermanos protectores —añadió Collin en voz baja—. No volveremos a olvidarnos de eso.

Llegaron al piso de Collin, y Sabrina no tuvo oportunidad de preguntarle por su último comentario. Ahora tenía que concentrarse en hacer una rápida visita al cuarto de baño y dormir. Se quedaba dormida de pie y le costaba trabajo no bostezar.

Cuando entraron en el espacioso apartamento, Collin cerró la puerta y le señaló el salón y después la cocina.

—Graziella está contenta con el microondas, pero no sabría decirte si ha encendido alguna vez el lavaplatos o el horno. En cuanto a la nevera… bueno, hay sobre todo vino, porque suelo comer fuera o traer comida preparada.

—¿Eso va a seguir así? Quiero decir, ¿has pensado en pasar el tiempo de la cena con las niñas? Ya sabes, la vida familiar y todo eso.

Collin alzó las cejas en gesto de genuina sorpresa.

—No había pensado en ello. ¿Te das cuenta? Eres de gran valor. Supongo que puedo pedirle a Graziella que nos prepare algo. Aunque tiene ocho hijos, y además sus padres viven ahora con ella y su marido.

—Entonces tiene tarea de sobra. Yo cocinaré.

—¿Sabes cocinar?

—Sí señor, has contratado a un chollo. También sé hornear y hacer ganchillo.

Collin la guió hacia el salón y señaló las puertas que daban al balcón.

—Las palomas se apoyan en la barandilla. A veces habló con ellas.

—¿Por qué no me sorprende?

—Cuando uno tiene una lluvia de ideas para un cliente exigente, utiliza el público que tiene a mano —Collin se giró—. Creo que hay sitio de sobra para dos niñas movidas. Una pantalla grande de televisión y todo el equipamiento para vídeos y juegos. Y una magnífica vista de la ciudad.

Sabrina había empezado a morderse el labio inferior al pasar por delante del cristal de la puerta y de la mesa de centro.

—Esquinas afiladas y demasiado cristal —sin embargo, lo que más le preocupaba era el balcón—. Estará prohibido correr, y la vista estará oculta tras unas cortinas a menos que haya un cierre a prueba de niños en las puertas de ese balcón.

—La barrera es de acero indestructible, y la barandilla queda por encima de sus cabezas. No pueden caerse. ¿Estás tratando de encubrir que tienes miedo a las alturas?

—Miedo no. Sólo es prudencia. Y me lo agradecerás cuando le devolvamos las niñas a su madre sin un rasguño.

Cuando llegaron al extremo del apartamento, Sabrina vio que su habitación estaba justo al lado de la de las niñas. No había ventanas ni en su cuarto ni el de ellas, sólo una pequeña en el techo del baño que iban a compartir.

La suite de Collin estaba al otro lado del apartamento. Sabrina no le pidió que se la enseñara, y él tampoco se ofreció.

Entraron en la habitación de ella, y dejó las bolsas con sus compras en la alfombra, al lado de la cama, que estaba sin hacer.

—Tengo sábanas de sobra en el armario del pasillo que hay al lado de mi habitación. Iré a buscarte un juego, y también una manta. Quédate con la tarjeta de crédito que te di antes y compra cualquier cosa que te haga falta para esta habitación y la de las niñas.

—Gracias —contestó ella.

¿Y qué pasaba con las toallas y los suministros del baño?, se preguntó. Cuando Collin se marchó a por las sábanas, fue a comprobarlo. Había toallas de sobra, y también productos de baño, pero no había champú para niños que no escociera los ojos, ni tampoco un maletín de primeros auxilios. Sabrina llegó a la conclusión de que por la mañana tenía que hacer sin falta una lista de cosas.

Regresó a la cama y se dejó caer sobre el colchón, pero se levantó al instante. Cuánto deseaba acurrucarse en aquella cama inmaculada, aunque no tuviera sábanas. Había sido un día muy agitado, pero no podía negar que las cosas podrían haber terminado mucho peor.

Sin poder evitarlo, su mente regresó al momento en el que Collin reconoció que se había sentido atraído por ella. Aunque parecía de verdad avergonzado de admitirlo, no debía olvidar que era un auténtico actor.

Sabrina dirigió la mirada hacia sus manos endurecidas por el trabajo y con las uñas astilladas y torció el gesto. Era más estúpida de lo que creía. Tal vez podría haber sido una posible tentación cuando trabajaba como su ayudante, pero ahora no cabía ninguna posibilidad de que así fuera.

Había empezado a quitar las etiquetas de lo que había comprado cuando Collin regresó. Se había quitado la chaqueta y la corbata en algún momento. Sabrina vio como dirigía la mirada hacia el encaje y la seda de las prendas y como dejaba caer rápidamente las sábanas sobre la cama antes de dirigirse a toda prisa hacia la puerta como si hubiera visto una víbora.

—Las sábanas son de algodón egipcio. Ya me conoces, no repares en gastos para mimar a la persona más importante de tu vida.

—Tu autoindulgencia me viene de perlas —respondió ella con una sonrisa—. Voy a dormir como un bebé.

—Bien —Collin deslizó la mirada de nuevo por la lencería y sacudió la cabeza—. Será mejor que te deje para que descanses. Ah —sacó algo del bolsillo de su camisa—. Tu llave de la puerta de entrada.

Sabrina se quedó mirando el pequeño objeto dorado. Segundos antes, había estado apoyado contra su corazón.

—Quiero que sepas que te agradezco la confianza que esto representa. No te fallaré.

Sus miradas se quedaron clavadas la una en la otra durante un instante, y luego Collin parpadeó.

—Hay otra llave de seguridad —continuó—. La tienen Sonny y Dempsey Freed, que es normalmente el guardia de noche. Sonny está hoy trabajando horas extras porque Dempsey y su esposa, Susie, van a tener un hijo y ella no se encontraba hoy muy bien.

Collin reculó hacia el pasillo, apretó las manos y giró la cabeza para señalar la zona del apartamento en la que él estaba.

—Si estás bien, te dejo.

—Estoy bien. Gracias de nuevo.

—Dulces sueños —murmuró Collin.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

A