Biografía de un ocaso - Gabriel Gandarillas - E-Book

Biografía de un ocaso E-Book

Gabriel Gandarillas

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Beschreibung

En Biografía de un ocaso, el autor nos ofrece un compendio de relatos donde la muerte se erige como hilo conductor, tejiendo con maestría narrativa los destinos de sus personajes. A lo largo de estas historias, la muerte se manifiesta en diversas formas, y los personajes, meticulosamente concebidos, adoptan posturas variadas ante el inexorable fenómeno de la muerte. Cada relato se erige como un espejo literario que refleja las distintas facetas de la condición humana frente a la ineludible realidad del fin. La verdadera profundidad yace en la habilidad del autor para confrontar con la cruda realidad de la mortalidad. Así, se invita al lector a cuestionarse, a través de las vicisitudes de los personajes, cuál sería su propia postura ante la inevitable presencia de la muerte. El título Biografía de un ocaso se erige como un ingenioso juego semántico, donde el ocaso, al igual que la muerte, emerge como el epílogo de algo significativo: el fin de un día y, de manera más trascendental, el fin de la vida. A través de estas páginas, el lector se ve inmerso en una experiencia literaria que va más allá de la mera narración, convocando a la reflexión profunda sobre la propia existencia y las decisiones que forjan el curso de nuestras biografías, que fatalmente confluyen hacia el ocaso final.

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Seitenzahl: 71

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Producción editorial: Tinta Libre Ediciones

Córdoba, Argentina

Coordinación editorial: Gastón Barrionuevo

Diseño de tapa: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Diseño de interior: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Gandarillas Orosco, Carlos Gabriel

Biografía de un ocaso / Carlos Gabriel Gandarillas Orosco. - 1a ed. -

Córdoba : Tinta Libre, 2024.

76 p. ; 21 x 15 cm.

ISBN 978-987-824-911-7

1. Cuentos. 2. Relatos. I. Título.

CDD A860

Prohibida su reproducción, almacenamiento, y distribución por cualquier medio,total o parcial sin el permiso previo y por escrito de los autores y/o editor.

Está también totalmente prohibido su tratamiento informático y distribución por internet o por cualquier otra red.

La recopilación de fotografías y los contenidos son de absoluta responsabilidadde/l los autor/es. La Editorial no se responsabiliza por la información de este libro.

Hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Impreso en Argentina - Printed in Argentina

© 2024. Gandarillas Orosco, Carlos Gabriel

© 2024. Tinta Libre Ediciones

Biografía de un ocaso

Un día más

Para Olivia, el día comenzaba antes que los primeros rayos de sol se asomasen por el horizonte. Ya a las 4 a. m., estaba en camino al improvisado hospital militar que habían levantado con carpas en la plaza principal de la ciudad. Todas las mujeres jóvenes se congregaban ahí como enfermeras voluntarias, y pasaban el día entre extremidades gangrenadas, el insondable quejido de los soldados moribundos y la podredumbre de los miembros amputados. Era el cuarto año desde que la guerra había iniciado; los medicamentos escaseaban, la falta de antibióticos hacía las infecciones incontrolables, los pocos analgésicos que había solo se utilizaban en aquellos que tenían esperanza de sobrevivir y, a los que no, se los dejaba en triste agonía. Las vendas y gasas se improvisaban rasgando sabanas viejas y algunas prendas de ropa. Olivia se entregaba con devoción a estos trabajos porque esperaba que, si a su hermano le llegara a pasar algo combatiendo en el frente, alguien se encargaría de atenderlo con el mismo cuidado y esmero que ella ponía en los heridos que pasaban por sus manos. Cuando alguno estaba lo suficientemente bien para sostener una conversación, ella le preguntaba cómo estaban las cosas en el frente. A ella, en realidad, le daba igual quién ganara, solo quería saber si se acercaba el fin. Recordaba con desdén los días antes de que estallara la guerra: todos los hombres en edad de combatir estaban ansiosos, pensaban que todo sería fácil, que llegarían allá y, con un par de disparos, vencerían; y luego, tan solo quedaría bañarse en la gloria del heroísmo. «Es cosa de un par de semanas», decían. Ya llevaban cuatro años de sufrimiento y amargura; de hambre; de madres, hermanas y esposas que se preguntaban si a quien esperaban seguía vivo… La incertidumbre había ido a depositarse en cada hogar para llenar de ansiedad los corazones.

A veces, Olivia escuchaba las noticias de que iban ganando y veía cómo los soldados heridos se llenaban de coraje y esperanza. No podía entenderlo: miraba el sufrimiento y la muerte a su alrededor; veía la ciudad desahuciada, la falta de alimentos, la cantidad de viudas que lloraban sobre la tierra recién removida y se cuestionaba: «¿cómo es que vamos ganando?».

Ella se había quedado al cuidado de su madre. Cada día, al final de la tarde, cuando salía de ayudar en el hospital, ambas iban al comando a ver la lista de bajas que llegaba; siempre se les encogía el corazón cuando veían un nombre parecido al de Carlos, pero, al llegar al final y no encontrarlo, se tranquilizaban: «Vivirá, al menos, un día más».

Cuando terminó su turno, Olivia pasó por su madre y fueron a ver la lista, la cual consistía en muchas hojas impresas que un cabo pegaba en la pared exterior del comando. La dejaban hasta el día siguiente y la retiraban para reemplazarla. Todas las personas que quedaban en la ciudad, en su mayoría mujeres, se aglomeraban para buscar los nombres de sus familiares. Para alivio de la joven, ese día no apareció el de su hermano y las dos volvieron a casa.

—Hija, olvidé dejar esta carta en el comando. El capitán indicó que, mañana temprano, saldrá un camión con los soldados que ya se recuperaron y pueden volver a luchar, y que los que quisiéramos mandar una carta se las entregáramos hoy.

Ella tomó la carta de las delgadas y avejentadas manos de su madre. No podía creer cuánto habían cambiado en esos años. Antes de comenzar la guerra, estaban llenas de vida, apenas dejaban ver asomos del paso del tiempo. Lo que más temía, si su hermano llegaba a morir, era cómo le afectaría eso a su madre.

Al llegar al comando, buscó al capitán, un antiguo amigo de su familia, para entregarle el sobre. Cuando lo encontró, este la miró con pesar.

—Lo lamento mucho, Olivia —dijo con la voz apagada.

—¿Qué pasó?

—Tu hermano ha muerto. —Él agachó la cabeza para continuar—. Vi su nombre en la lista.

—¡No puede ser! —respondió ella, alterada—, pero si acabo de revisarla con mi madre; estuvimos aquí hace menos de una hora.

La última palabra la pronunció entrecortada, y comenzaron a brotarle lágrimas.

—El enemigo hoy cortó varias líneas de comunicación; tuvimos un retraso en los mensajes. Hace veinte minutos, me llegaron más nombres de las bajas del día; las imprimí personalmente y se las entregué al cabo para que las colocara en la pared.

Ambos salieron del comando y se pararon frente al alto muro. Olivia volvió a romper en llanto al ver el nombre de su hermano. ¡Cuántas noches había pasado en vela temiendo ese momento! El capitán la abrazó.

—Si quieres, te acompaño a casa para que se lo digamos a tu madre juntos.

—No, yo perdí un hermano hoy; a ella déjala tener a su hijo, aunque sea una noche más.

Olivia volvió a casa y entró directo a su habitación; no quería ver a su madre. Sabía que esta podría leer lo que había sucedido en sus ojos, los que no pudo cerrar en toda la noche mientras la anciana dormía en el cuarto de al lado, soñando con el abrazo que le daría a su hijo cuando este regresara.

La jazzista

Llevo muchos siglos en este oficio. Muchos me han maldecido; algunos han ansiado mi llegada y otros, simplemente, nunca me tomaron en cuenta, como si no pensar en mí evitara mi llegada; pero, igual, fui por ellos sin que se dieran cuenta, sin que siquiera lo esperaran. Nunca me lo tomé personal; nunca me sentí bien haciendo esto, pero tampoco he cargado remordimiento alguno. Es algo mecánico, un trabajo como cualquier otro.

Hubo una sola vez que una persona me llamó la atención y me permití romper las reglas por ella, reglas que había seguido durante muchos siglos. Se llamaba Danna. Era música; quizá, la mejor que yo había visto en mucho tiempo, y eso que me llevé de este mundo a Schubert, Vivaldi y Tchaikovski. Sin embargo, había algo especial en ella, algo que la hacía estar por encima de todos ellos. Quizá era su estilo; quizá, su actitud cuando estaba en el escenario… No, creo que era el amor con el que tocaba; tenía mucha pasión.

Corrían los años treinta, el jazz ya había salido de New Orleans y se escuchaba en todos los rincones. Ya existían jazzistas famosos que daban giras y firmaban suficientes autógrafos como para que se les acalambrara la mano. Pero ninguno la igualaba, ella era excepcional. Además de su música, los movimientos con los que acompañaba sus melodías, la chispa en sus ojos, que mostraba la pasión que tenía por lo que hacía, y el saxofón, que se convertía en una extensión más de su cuerpo, de su alma. Pese a eso, no era conocida. Tocaba por las noches en un bar de mala muerte, quizá, porque era mujer y a ellas les solía costar el doble lograr lo que conseguían los hombres. Nunca entendí el porqué; para ser sincero, nunca llegué a comprender a los humanos a pesar de que traté con ellos toda mi vida. A mí me asignaron el trabajo de recoger sus almas cuando sea el momento, siempre y cuando ellos no decidan quitarse la vida. En ese caso, su alma se pierde, se desvanece, y no queda nada de su esencia.