BLACKWATER II. El dique - Michael McDowell - E-Book

BLACKWATER II. El dique E-Book

Michael McDowell

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Beschreibung

Descubre el segundo volumen de la saga Blackwater. Una saga matriarcal. Mujeres poderosas que luchan por el dominio durante generaciones. Una atmósfera única para una lectura adictiva. Un retrato realista con toques sobrenaturales. Escritura magistral y visual en un ambicioso proyecto entre el pulp y HBO. «Michael Mcdowell: mi amigo, mi maestro. Fascinante, aterrador, simplemente genial. El mejor de todos nosotros.» STEPHEN KING «Una sabia combinación entre Dumas y Lovecraft. Un cruce entre Stephen King y Gabriel García Márquez. Despiadadamente adictivo.» ROBERT SHAPLEN, THE NEW YORK TIMES Las gélidas y oscuras aguas del río Blackwater inundan Perdido, un pequeño pueblo al sur de Alabama. Allí, los Caskey, un gran clan de ricos terratenientes, intentan hacer frente a los daños causados por la riada. Liderados por Mary-Love, la incontestable matriarca, y Óscar, su obediente hijo, los Caskey trabajan por recomponerse y salvaguardar su fortuna. Pero no cuentan con la aparición de la misteriosa Elinor Dammert. Una joven hermosa pero parca en palabras con un único objetivo: acercarse a los Caskey cueste lo que cueste.

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Seitenzahl: 264

Veröffentlichungsjahr: 2024

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Índice

Portada

Blackwater 2. El dique

Créditos

Resumen

Segunda parte. El dique

1. El ingeniero

2. Planes y predicciones

3. El bautismo

4. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo

5. Dominó

6 Verano

7. El corazón, las palabras, el acero y el humo

8. Queenie

9 Navidad

10. La espía

11. Queenie recibe una visita

12. Queenie y James

13. La piedra angular

14. La inauguración

15. El armario

Michael McDowell (1950-1999) fue un auténtico monstruo de la literatura. Dotado de una creatividad sin límites, escribió miles de páginas, con una capacidad al nivel de Balzac o Dumas. Como ellos, McDowell optó por contar historias que llegaran a todo el mundo. Como ellos, eligió el medio de difusión más popular: el folletín, o novela por entregas, en el caso de los maestros del XIX; el paperback, o libro de bolsillo, en el caso de McDowell.

Además de ejercer como novelista, Michael McDowell fue guionista. Fruto de su colaboración con Tim Burton fueron Beetlejuice y Pesadilla antes de Navidad, además de un episodio para la serie Alfred Hitchcock presenta. Considerado por Stephen King como el mejor escritor de literatura popular, y pese a su temprana muerte por VIH, escribió decenas de novelas: históricas, policíacas, de terror gótico, muchas de ellas con pseudónimo. En 1983 publicó la que es sin duda su obra maestra, la saga Blackwater, y exigió que se publicara en 6 entregas, a razón de una por mes. El éxito fue arrollador. Ahora, tras el enorme éxito de venta y público en Francia e Italia (con más de 2 millones de ejemplares vendidos), llega a nuestro país.

Título original: Blackwater. Part II: The Levee

© del texto: Michael McDowell, 1983. Edición original publicada por Avon Books en 1983. Publicado también por Valancourt Books en 2017

© de la traducción: Carles Andreu, 2023

© diseño de cubierta: Pedro Oyarbide & Monsieur Toussaint Louverture

© de la edición: Blackie Books S.L.U.

Calle Església, 4-10

08024 Barcelona

www.blackiebooks.org

[email protected]

Maquetación: Acatia

Primera edición digital: febrero de 2024

ISBN: 978-84-10025-49-3

Todos los derechos están reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial de este libro por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, la fotocopia o la grabación sin el permiso expreso de los titulares del copyright.

Resumen

BLACKWATER · I

LA RIADA

El domingo de Pascua de 1919 el pueblo de Perdido, Alabama, amanece completamente inundado por los ríos Perdido y Blackwater. Oscar Caskey y Bray Sugarwhite rescatan del Hotel Osceola a una joven de misterioso pasado llamada Elinor Dammert. Elinor, que parece haber hallado su hábitat natural en el río Perdido, es acogida en casa de James Caskey, el tío de Oscar. Durante los siguientes meses ayudará a la familia Caskey a reconstruir el pueblo, ganándose así la confianza de todos menos de la matriarca, MaryLove. Esta, furiosa por el compromiso de la joven con su hijo, intenta boicotear su relación, y cuando Oscar y Elinor se casan a escondidas les hace un regalo envenenado: manda construirles una casa que no podrán habitar hasta que no terminen las obras. Tras meses de retrasos, Elinor, desesperada por salir de casa de Mary-Love, accede a intercambiar a su primera hija, Miriam, por su propia libertad.

Segunda parte

El dique

1

El ingeniero

«Señor, protégenos de las inundaciones, del fuego, de los animales rabiosos y de los negros fugitivos.»

Esa era la oración que Mary-Love Caskey pronunciaba antes de cada comida. La había aprendido de su madre, que en su día había escondido la plata, los esclavos y los pollos de la codicia de los hambrientos saqueadores yanquis. Pero en los últimos tiempos, tanto ella como Sister habían empezado a añadir para sus adentros una plegaria silenciosa frente a un quinto peligro: «Y, Señor, protégenos también de Elinor Dammert Caskey».

Al fin y al cabo, Elinor era una mujer temible, que había introducido todo tipo de problemas y sorpresas en la vida de los Caskey de Perdido, Alabama, hasta entonces tan estable. Después de aparecer misteriosamente en el Hotel Osceola en el momento culminante de la gran inundación de 1919, había hechizado primero a James Caskey, el cuñado de Mary-Love, y luego a su hijo Oscar. Más tarde se había casado con este a pesar de la oposición frontal de Mary-Love. Elinor tenía el pelo del mismo color rojo turbio que el agua del río Perdido, y aunque no tenía conexiones familiares ni dote, al final le había arrebatado a Oscar y se lo había llevado a la casa de al lado, dejando a su propia hija como fianza al marcharse. Y eso, pensaba Mary-Love, demostraba que Elinor era una mujer para quien no existía ningún sacrificio demasiado grande en tiempos de guerra. Para Mary-Love, que nunca había tenido a nadie que cuestionara su soberanía, Elinor era una adversaria de armas tomar.

Si ya antes Mary-Love y Sister se habían mostrado sobreprotectoras con la pequeña Miriam, ¡cómo la mimaban ahora! Habían pasado ya dos semanas desde que Elinor y Oscar se habían mudado y, por el momento, Elinor no había dado señales de arrepentirse del trato. A sus cincuenta y un años, MaryLove nunca tendría otro hijo. En cuanto a Sister, le faltaba poco para cumplir los treinta, pero no tenía perspectivas de matrimonio, por lo que era poco probable que tuviera una hija que no fuera la que le había cedido su cuñada. Las dos mujeres no dejaban a la niña sola ni un momento por miedo a que Elinor estuviera acechando desde detrás de una de las cortinas recién colgadas de su salón trasero y se abalanzara sobre ella, la cogiera en brazos y se la llevara furtivamente. Ni Mary-Love ni Sister tenían intención de renunciar a Miriam, aun cuando se lo exigiera el mundo entero y la ley.

Al principio, Mary-Love y Sister se prepararon mentalmente para que Elinor las visitara cada dos por tres. Estaban seguras de que iba a decirles cómo debían hacer esto o aquello por el bien de la niña, de que rompería a llorar y rogaría poder tener a Miriam aunque fuera tan solo una hora cada mañana y que se pasaría el rato inclinada sobre la cuna de su hija, lista para arrebatársela a la menor oportunidad. Pero Elinor no hizo nada de eso. De hecho, Elinor nunca iba a ver a su hija; se mecía plácidamente en el porche de su nueva casa y corregía la pronunciación de Zaddie Sapp, que se sentaba a sus pies con sus lecturas de sexto. Elinor saludaba cortésmente a Sister y a Mary-Love con la cabeza cuando las veía, o por lo menos cuando era imposible fingir que no las había visto, pero nunca pedía ver a la niña. Mary-Love y Sister (que nunca habían estado tan unidas) hablaban para tratar de decidir si debían confiar en Elinor o no. Finalmente decidieron que lo mejor para evitar riesgos era considerar aquella actitud tan desapegada como una estratagema para lograr que bajaran la guardia. De modo que no la bajaron.

Cada domingo, Mary-Love y Sister se turnaban para quedarse en casa con la niña durante la misa matutina. Se sentaban en el mismo banco que Elinor, la saludaban cortésmente y, si la ocasión lo exigía, hablaban con ella. Entonces, un día, MaryLove sugirió que ella y Sister acudieran juntas a la iglesia para provocar a Elinor. Al verlas allí a las dos, se daría cuenta de que la pequeña Miriam estaba sola, protegida tan solo por Ivey Sapp, pero no podría abandonar la misa para ir a por su hija. Los domingos por la mañana, Sister y Mary-Love se aseguraban siempre de no salir de casa hasta haber visto a Oscar y a Elinor dirigirse juntos a la iglesia, por temor a que un día esta se quedara en casa y les robara a la niña antes del primer himno.

Un domingo, sin embargo, Mary-Love y Sister no miraron por el ventanal cuando Oscar se marchó. Supusieron que Elinor se había ido con él, pero al llegar a la iglesia descubrieron, consternadas, que se había quedado en casa para cuidar a Zaddie, que tenía paperas. Entonaron los himnos con voz temblorosa, no escucharon ni una palabra del sermón, se les olvidó levantarse cuando debían levantarse y se quedaron de pie cuando debían sentarse. Regresaron a casa a toda prisa, pero encontraron a Miriam profundamente dormida en la cuna del porche lateral, donde Ivey Sapp le cantaba una nana sin letra. En la casa de al lado, Elinor Caskey estaba sentada en el porche leyendo el Register, el periódico de Mobile. Nada le habría resultado más fácil que cruzar el patio, subir al porche, detener a Ivey con una palabra severa, sacar a Miriam de la cuna y volver a casa con la niña en brazos. Pero no lo había hecho.

Sister y Mary-Love concluyeron que Elinor no tenía ningún interés en recuperar a su hija.

Convencidas de que Elinor había renunciado definitivamente a su hija (aunque sin entender cómo algo así era posible), Sister y Mary-Love empezaron a preguntarse qué pensaría Oscar sobre el asunto. Visitaba a veces a su madre y a su hermana, aunque nunca comía con ellas y, como señaló Sister, nunca entraba en la casa, sino que limitaba sus visitas al porche lateral. A veces, a última hora de la tarde, si las veía en el porche, se acercaba y se sentaba unos minutos en el columpio. Saludaba y después se inclinaba sobre la cuna y decía: «¿Cómo estás, Miriam?», como si esperara que la niña de seis meses le contestara. No parecía particularmente interesado en su hija y, si Sister le contaba alguna novedad precoz o cómica del desarrollo de Miriam, se limitaba a asentir con la cabeza mientras esbozaba una sonrisa. Al rato, con la excusa de que Elinor se estaría preguntando dónde se había metido, se despedía con un: «Hasta luego, mamá. Adiós, Sister. Hasta pronto, Miriam». La repetición de aquella pauta, que ponía de relieve el escaso poder de influencia que las dos mujeres ejercían sobre él, Sister y Mary-Love comprendieron que al conseguir a Miriam y librarse de Elinor, también habían perdido a Oscar.

En la gran casa nueva, situada en la linde del pueblo, Oscar y Elinor se dedicaban a pasear por las dieciséis habitaciones. Por la noche se sentaban a la mesa del salón y daban cuenta de los restos fríos de la comida. La puerta de la cocina estaba abierta para que Zaddie, que comía lo mismo que ellos junto a la encimera, no se sintiera sola. Cada dos noches, cuando cambiaba la cartelera, Oscar y Elinor iban al Ritz. Aunque la entrada al palco de los negros solo costaba cinco centavos, siempre le daban a Zaddie veinticinco, fuera o no. Al llegar a casa, se sentaban en un columpio del porche dormitorio del piso de arriba. Al cabo de un rato, mientras Oscar mecía sin ganas el columpio con la punta del zapato, Elinor se volvía y apoyaba la cabeza en su regazo. A través de la mosquitera contemplaban el Perdido, que, iluminado por la luna, fluía sigilosamente detrás de la casa. Y si Oscar contaba algo, era sobre su trabajo, sobre el increíble progreso de los robles acuáticos (que tras apenas dos años medían casi diez metros) o sobre los chismes que había oído esa mañana en la barbería.

Pero nunca mencionaba a su hija, a pesar de que la ventana de la habitación de Miriam era visible desde el columpio. A veces se iluminaba y Mary-Love o Sister aparecían al otro lado y caminaban de aquí para allá mientras cuidaban de la hija que él había perdido, como si se la hubieran robado los gitanos o se hubiera ahogado en el río.

Elinor estaba esperando otro hijo, pero Oscar tenía la sensación de que aquel embarazo era mucho más lento que el primero. El vientre de su mujer parecía menos hinchado a pesar de lo avanzado de la gestación, por lo que la instó a visitar al doctor Benquith. Elinor accedió y volvió con un informe que decía que todo estaba bien. Aun así, accedió al deseo de Oscar de no volver a dar clases en otoño y, para sorpresa de este, pareció conformarse con pasar el día entero en casa. Además, por decoro —y para tranquilidad de Oscar—, renunció a sus baños matutinos en el Perdido. Pero a pesar de las precauciones de su esposa y de las palabras tranquilizadoras del doctor Benquith, Oscar seguía insatisfecho e inquieto.

A Mary-Love Caskey le habría gustado que Perdido reconociera que había ganado la batalla contra su nuera. ¿Cómo iban a pensar otra cosa en el pueblo, si era ella quien se había quedado con el botín? Había ganado a la pequeña Miriam a costa del afecto de su hijo, pero de cualquier forma, tarde o temprano Oscar tenía que elegir con quién iba a quedarse. Además, ¿qué hijo permanece alejado de su madre para siempre? Mary-Love no tenía ninguna duda de que Oscar volvería con ella algún día, y entonces su victoria sobre Elinor Caskey sería realmente dulce y completa.

Pero, para consternación de Mary-Love, en Perdido nadie veía las cosas así, ni mucho menos. Lo que veían en Perdido, en cuanto el humo se había disipado, era que Elinor Caskey estaba en lo alto de la colina, enarbolando una bandera intacta y sin rastro de sangre. Había renunciado a su única hija, pero aquello no parecía importarle en absoluto.

Y, más allá de eso, Elinor Caskey no actuaba como una mujer derrotada. Si bien era cierto que nunca iba a visitar a su suegra, su cuñada y su hija abandonada, en público siempre era agradable con ellas. Nada en su tono sugería ironía, sarcasmo ni rescoldos de rencor; nunca nadie la oía pronunciar ni una mala palabra contra Mary-Love o Sister. Asimismo, tampoco trataba de subyugar a Caroline DeBordenave o a Manda Turk para predisponerlas contra Mary-Love estableciendo una relación de intimidad con estas ni con sus hijas.

Elinor tampoco se opuso nunca a las visitas de Oscar a la casa de su madre, ni lo hizo sentirse culpable por ello. No solo eso, sino que de vez en cuando enviaba a Zaddie con cajas de melocotones y botellas de néctar de mora que ella misma había preparado. Pero nunca puso un pie en la casa de Mary-Love, nunca preguntó por la salud de su hija y nunca invitó a Mary-Love o a Sister a ver la nueva casa amueblada y decorada.

Por ello, en cuanto se hubo convencido de que su nuera no iba a hacer nada por tratar de recuperar a Miriam, Mary-Love se dijo que no había humillado lo suficiente a Elinor y empezó a buscar la manera de aplastarla.

Un año y medio antes, el día después de que Elinor anunciara su primer embarazo, llegó a Perdido un hombre llamado Early Haskew. Tenía treinta años, pelo y ojos castaños y un espeso bigote marrón. Tenía también una tez quemada por el sol, brazos fuertes y piernas largas, y un armario que parecía contener exclusivamente pantalones caqui y camisas blancas. Había estudiado en la Universidad de Alabama y había recibido heridas superficiales a orillas del Marne. Durante el tiempo que había pasado en Francia, había aprendido todo lo que había que saber sobre movimientos de tierra. Su conciencia entera, de hecho, parecía estar imbuida por la tierra, ya que solo se sentía cómodo de verdad cuando tenía los pies firmemente plantados en el suelo. No solo eso, sino que parecía tener siempre tierra debajo de las uñas y en los pliegues de su piel bronceada, aunque nadie pensó jamás que pudiera deberse a una falta de higiene personal. La tierra parecía ser parte integral de aquel hombre, un elemento totalmente inobjetable. Haskew era ingeniero y había acudido a Perdido para determinar si era posible proteger al pueblo de futuras inundaciones mediante la construcción de una serie de diques a lo largo de los ríos Perdido y Blackwater.

Con la ayuda de dos estudiantes de topografía de la Politécnica de Auburn, Early Haskew trazó planos del pueblo, sondeó las profundidades de los ríos, calculó sus respectivas alturas sobre el nivel del mar, examinó los registros del ayuntamiento y analizó las desvaídas marcas que había dejado la riada de 1919. También habló con los capataces de los aserraderos que se servían de los ríos para transportar troncos, tomó fotografías de las partes del pueblo más próximas a las orillas, envió cartas solicitando información a ingenieros de Natchez y Nueva Orleans, y se embolsó un salario sufragado en su totalidad por James Caskey, algo que tan solo sabían el resto de miembros del consejo municipal. Al cabo de ocho semanas, durante las cuales pareció estar en todas partes, siempre cargado con mapas, instrumentos, cuadernos, cámaras, lápices y ayudantes, Early Haskew desapareció. Había prometido planes detallados en un plazo de tres meses, pero poco después de su partida, James Caskey recibió una carta en la que el hombre le comunicaba que no iba a poder cumplir el plazo acordado a causa de una serie de proyectos del ejército que exigían su presencia en el campamento de Rucca. Early Haskew seguía en la reserva.

Cuando finalmente terminó su compromiso como reservista, anunció que iba a regresar a Perdido para completar sus planes lo antes posible. ¿Quién sabía cuándo decidirían los ríos desbordarse de nuevo?

Early Haskew había vivido con su madre en un pueblecito llamado Pine Cone, en el límite de la región de Wiregrass, en Alabama. La madre había muerto hacía poco y Early, que no veía la necesidad de volver al pueblo, había vendido la casa de su madre y había escrito a James Caskey para preguntarle si el dueño del aserradero tendría la amabilidad de encontrarle un lugar donde vivir. Early esperaba poder no solo trazar los planos, sino también supervisar la construcción del dique —siempre que el consejo municipal tuviera a bien considerarlo apto para el trabajo—, por lo que podía llegar a pasar hasta dos años en el pueblo. Y dos años eran tiempo suficiente como para justificar la compra de una casa.

Una noche James Caskey mencionó la noticia en casa de Mary-Love. James pensó que se trataba de una información interesante pero de poca importancia, por lo que le sorprendió la vehemencia con la que reaccionó Mary-Love Caskey.

—Ay, James —exclamó su cuñada—, ¡no dejes que ese hombre compre una casa!

—¿Por qué no? —preguntó James en tono afable—. ¿Si quiere hacerlo y tiene el dinero...?

—¡Porque va a desperdiciar el dinero! —exclamó Mary-Love.

—Bueno, pero ¿qué quieres que haga el hombre, mamá? —preguntó Sister, sentada con la silla de lado. Miriam rebotaba sobre sus rodillas, mientras Grace, de nueve años, le ofrecía un dedo para que se sujetara y no perdiera el equilibrio.

—No quiero que tire el dinero —insistió MaryLove—. Quiero que venga aquí y se instale con nosotros. La habitación extra donde dormía Oscar está vacía. Tiene baño privado y una sala de estar donde podría poner una mesa de dibujo. Puede que yo también me compre una de esas mesas —caviló, aparentemente—. Siempre he querido una.

—No, nunca has querido una —dijo Sister, contradiciendo a su madre con la misma naturalidad con la que podría haber dicho «Pásame los guisantes, por favor».

—¡Ya lo creo que sí!

—Mary-Love, ¿por qué quieres que el señor Haskew se hospede aquí? —preguntó James.

—Porque Sister y yo nos sentimos solas, y el señor Haskew necesita un lugar donde quedarse. No le conviene vivir solo. ¿Quién le cocinaría? ¿Quién le lavaría la ropa? Es un buen hombre, lo invitamos a comer cuando vino la otra vez, ¿te acuerdas? James, escríbele y dile que puede quedarse aquí, en esta casa tan grande, con nosotras.

—Comía los guisantes con cuchillo —añadió Sister—. Mamá, dijiste que nunca habías visto a un hombre respetable hacer eso en público. Te preguntaste de qué clase de hogar debía de haber salido. De hecho, yo fui la única en toda la casa que lo trató con amabilidad. Una tarde el señor Haskew vino a hablar con Oscar, y Elinor se levantó de la silla y se fue sin dejar siquiera que este la presentara. En mi vida había visto semejante grosería.

—¿Y por qué crees que lo hizo? —preguntó James, que de pronto creyó intuir a qué se debía la entusiasta e inesperada propuesta de Mary-Love.

—No lo sé —se apresuró a decir Mary-Love—. Lo que sí quiero saber es si vas a escribir esa carta, James, porque si no lo haré yo.

James se encogió de hombros, aunque no tenía muy claro cómo iba a terminar todo aquello.

—Le escribiré mañana desde la oficina...

—¿Por qué no lo haces esta noche?

—Mary-Love, ¿cómo sabes que el hombre va a decir que sí? Puede que no quiera vivir aquí...

—¿Por qué no iba a querer? —preguntó MaryLove.

—Bueno —respondió James al cabo de un momento—, a lo mejor no quiere alojarse en una casa donde hay un bebé que llora.

—Miriam no llora —replicó Sister, indignada.

—Ya lo sé —dijo James—, pero los bebés suelen llorar. No podéis esperar que Early Haskew sepa que está tratando con un caso especial.

—Pues díselo tú —dijo Mary-Love, y James accedió a escribir la carta esa misma noche—. Oye, James —añadió Mary-Love con un susurro cuando acompañó a su cuñado hasta la puerta—, una cosa más. Ni una palabra sobre esto a Oscar, ni tampoco a Elinor. Quiero que todo esté preparado antes de anunciar nada. ¡Quiero que sea una gran sorpresa!

2

Planes y predicciones

Early Haskew recibió cartas de Mary-Love Caskey y de su cuñado, James, en las que le abrían las puertas de la casa de Mary-Love y le ofrecían un lugar en la mesa durante su estancia en Perdido. Early respondió con una negativa tajante pero cortés, afirmando que no quería aprovecharse del pueblo y menos aún de su familia, que ya iba a proporcionarle un empleo lucrativo durante un largo periodo de tiempo. Recibió dos cartas más. Una era de James, que le aseguraba que la oferta no era fruto de prejuicios ni instigaciones de ninguna clase, y le sugería que, dado que no había ninguna casa a la venta en el pueblo, aquella era seguramente la mejor solución para todos. La otra era de Mary-Love, que protestaba diciendo que acababa de comprar una mesa de dibujo y que qué demonios iba a hacer con ella si Early Haskew se instalaba en el Hotel Osceola. Abrumado por el contrataque, Early Haskew se rindió con cortesía, pero insistió en abonar diez dólares semanales a cambio del alojamiento y la comida.

El ingeniero llegó a Perdido un miércoles de marzo de 1922. Bray Sugarwhite lo recogió en la estación de Atmore con el automóvil de Mary-Love y lo llevó a la casa de esta justo a tiempo para la comida.

Sister sintió de inmediato cómo la timidez se apoderaba de ella ante aquel hombre guapo y corpulento que actuaba con total naturalidad, una característica nada corriente entre los hombres de Perdido. Desde luego, Early Haskew era distinto a Oscar, que era un hombre sereno y (a su manera) sutil. Y no se parecía en nada a James, cuya serenidad y aún mayor sutileza tenían un aire de feminidad. En Early Haskew no había rastro de serenidad, ni de sutileza, ni de feminidad. Aquella tarde, durante la comida, estuvo a punto de volcar el plato sobre el mantel, armó un escándalo con los cubiertos, derramó el té de su taza y no paró de limpiarse con la servilleta. Tuvieron que llamar tres veces a Ivey para que sustituyera el tenedor, que se le caía constantemente al suelo. Durante la conversación mencionó que su difunta madre era sorda como una tapia, algo que tal vez explicara su hábito de hablar casi a gritos y de enfatizar exageradamente sus palabras. También explicó que su inusual nombre de pila era en realidad el apellido de la familia de su madre, originaria de Fairfax, en Virginia. Su gesticulación excesiva y sus pequeños accidentes en la mesa hacían que la habitación pareciera más pequeña de la cuenta, como si el gigante del circo se hubiera instalado en la caravana de los enanos.

Sister no recordaba haber invitado nunca a un hombre así a la mesa de Mary-Love. Su madre era una mujer refinada a más no poder, por lo que su hospitalidad y su tolerancia ante las torpezas de Early le parecían de lo más sospechosas.

—Espero, señor Haskew, que pueda salvarnos a mí y a mi familia de futuras riadas —dijo Mary-Love con una sonrisa que solo podía describirse como afable.

—Esa es la idea, señora Caskey —respondió Early Haskew con una voz que podría haberse oído incluso desde la mesa de la casa de Elinor—. Por eso estoy aquí. Y permítame añadir que estoy encantado con mi habitación. Solo desearía que no se hubiera gastado el dinero en esa mesa de dibujo.

—Si la mesa puede salvarnos de otra inundación, habrá valido cada centavo que pagué. Además, dudo que hubiera venido a vivir con nosotros si no le hubiera dicho que la habíamos comprado...

Después de la comida y de que James regresara al aserradero, Mary-Love, Sister y Early se sentaron en el porche con sendas tazas de té y vieron pasar a Zaddie Sapp, que sin duda iba a hacer algún recado para Elinor.

—Sister —susurró inmediatamente Mary-Love—, dile a Zaddie que suba al porche un momento.

A Zaddie le sorprendió aquella invitación: todos sabían que era la protegida de Elinor y, por ese motivo, no era bienvenida en la casa (ni siquiera en el porche) de Mary-Love. Zaddie seguía rastrillando el patio de la casa todas las mañanas, pero Mary-Love apenas se dignaba saludar a la niña de doce años con la cabeza.

—Ven, Zaddie, entra —dijo Mary-Love—. Quiero que conozcas a alguien.

Zaddie cruzó la mosquitera y accedió al porche lateral. Se quedó mirando a Early Haskew, y este la miró a ella.

—Zaddie —dijo Mary-Love—, este es Early Haskew. Es el hombre que va a salvar a Perdido de la próxima inundación.

—¿Disculpe, señora?

—¡El señor Haskew va a construir un dique para salvar el pueblo!

—De acuerdo, señora —dijo Zaddie cortésmente.

—¿Qué tal estás, Zaddie? —exclamó Early Haskew. La niña parpadeó ante la potencia de su voz.

—Estoy bien, señor Skew.

—Es Haskew, Zaddie —la corrigió Sister.

—Estoy bien —repitió Zaddie.

—Dale las gracias al señor Haskew por salvarte de la próxima inundación, Zaddie —indicó MaryLove.

—Gracias, señor —dijo Zaddie, obediente.

—De nada, Zaddie.

Zaddie y Early Haskew se miraron con cierta perplejidad, ya que ninguno de los dos entendía el sentido de aquel encuentro. Zaddie se preguntaba por qué la habrían llamado para presentarle a un hombre blanco, sobre todo teniendo en cuenta que esa misma mañana había intentado mirar dentro del cochecito de Miriam y la habían echado de malas maneras. Early, por su parte, se preguntaba si MaryLove tendría la intención de presentarle a todos los hombres, mujeres y niños (blancos, de color e indios) cuyas vidas y propiedades iba a proteger el dique que pretendía construir alrededor del pueblo.

Sister, por su parte, creía tener la respuesta. Para difundir información, Zaddie era tan eficiente como un telégrafo, de modo que Elinor se enteraría de la presencia de Early Haskew en casa de Mary-Love con la misma seguridad que si un hombre de Western Union le hubiera entregado el mensaje en uno de esos sobres amarillos en su propia puerta.

—No te entretenemos más, niña —dijo MaryLove—. ¿No estabas haciendo un recado para Elinor?

—Sí, señora —respondió Zaddie—. Tengo que ir a comprar un poco de parafina.

—Pues andando —espetó Mary-Love, y Zaddie salió corriendo. Mary-Love se volvió hacia Early—. Zaddie es la muchacha de Elinor y Oscar —dijo—. Ya ha conocido a mi hijo, ¿verdad?

—Sí, señora.

—Pero a su esposa Elinor, mi nuera, todavía no, ¿verdad?

—No, señora.

—Supongo que ya lo hará —dejó caer MaryLove—. Espero que tenga ocasión de hacerlo, quiero decir. Viven ahí al lado, en esa casa blanca tan grande. La mandé construir para ellos como regalo de bodas.

—¡Es una casa soberbia!

—Ya lo sé. Pero cuando lleve aquí un poco más de tiempo verá, señor Haskew, que entre las dos casas no hay muchas idas y venidas...

—De acuerdo, señora —respondió Early Haskew, como si lo hubiera entendido todo.

—Y... —dijo Mary-Love en tono vacilante, aunque de pronto no supo qué más añadir—. Eso es todo —concluyó sin más.

A la reunión del consejo municipal de aquella noche asistieron no solo los miembros electos de la junta —Oscar, Henry Turk, el doctor Leo Benquith y tres hombres más—, sino también James Caskey y Tom DeBordenave como propietarios de sendos aserraderos y partes interesadas en el asunto. Early Haskew presentó ante aquellos hombres un plan inicial, un calendario de ejecución y un cronograma de gastos para la construcción del dique.

El dique en sí tendría tres secciones. La más grande y sustancial se levantaría a ambas orillas del Perdido, por debajo de la confluencia. Esta protegería el centro del pueblo y la zona donde vivían los trabajadores de los aserraderos al oeste del río, además de Baptist Bottom al este. El puente sobre el Perdido, justo por debajo del Hotel Osceola, se ensancharía y se elevaría hasta la altura del dique, y se construirían rampas de acceso. En cierta medida podía decirse que aquel sería el tramo municipal del dique, ya que protegía la mayor parte de las zonas residenciales y comerciales de Perdido.

El segundo tramo se construiría en la orilla sur del río Blackwater, que llegaba al pueblo procedente del noreste, desde su nacimiento en el pantano de cipreses. Ese dique, conectado con el primero, mediría casi un kilómetro de largo y protegería los tres aserraderos. La tercera sección del dique era la más corta de todas; discurriría por la orilla sur del Perdido, por encima de la confluencia, y protegería las casas de Henry Turk, Tom DeBordenave, James Caskey, Mary-Love Caskey y Oscar Caskey, y llegaría hasta unos cien metros más allá del límite del pueblo. Cuando los ríos volvieran a desbordarse (algo que sucedería tarde o temprano), los diques protegerían al pueblo y solo se inundarían los terrenos bajos deshabitados que había al sur de Perdido, junto a las orillas.

Early dispondría de planos detallados en cuatro meses y la construcción del dique podría comenzar a continuación. Las obras durarían por lo menos quince meses para el doble dique que debía contener el Perdido por debajo de la confluencia, y seis meses más para cada uno de los dos tramos secundarios. El coste se estimó en alrededor de un millón cien mil dólares, una suma que dejó a los miembros del consejo municipal momentáneamente aturdidos.

Early permaneció sentado el resto de la reunión, mientras los líderes de Perdido debatían la cuestión. Solo en 1919, el pueblo había sufrido daños por un importe bastante superior al coste proyectado del dique. Si el pueblo crecía y los aserraderos seguían cortando árboles y produciendo madera, las pérdidas causadas por la siguiente inundación podían ser aún mayores. Por lo tanto, si de alguna forma lograban obtener los fondos necesarios, lo más sensato era construir el dique. A James y Oscar les bastó un discreto gesto con la cabeza para acordar que iban a sufragar los gastos de Early mientras este elaboraba los planos detallados del dique. Aquella iba a ser la contribución de los Caskey al pueblo que los había acogido. Así, con la autorización y el apoyo necesario para seguir adelante, Early se despidió del consejo.