Erhalten Sie Zugang zu diesem und mehr als 300000 Büchern ab EUR 5,99 monatlich.
Descubre el quinto volumen de la saga Blackwater. Una saga matriarcal. Mujeres poderosas que luchan por el dominio durante generaciones. Una atmósfera única para una lectura adictiva. Un retrato realista con toques sobrenaturales. Escritura magistral y visual en un ambicioso proyecto entre el pulp y HBO. «Michael Mcdowell: mi amigo, mi maestro. Fascinante, aterrador, simplemente genial. El mejor de todos nosotros.» STEPHEN KING «Una sabia combinación entre Dumas y Lovecraft. Un cruce entre Stephen King y Gabriel García Márquez. Despiadadamente adictivo.» ROBERT SHAPLEN, THE NEW YORK TIMES Las gélidas y oscuras aguas del río Blackwater inundan Perdido, un pequeño pueblo al sur de Alabama. Allí, los Caskey, un gran clan de ricos terratenientes, intentan hacer frente a los daños causados por la riada. Liderados por Mary-Love, la incontestable matriarca, y Óscar, su obediente hijo, los Caskey trabajan por recomponerse y salvaguardar su fortuna. Pero no cuentan con la aparición de la misteriosa Elinor Dammert. Una joven hermosa pero parca en palabras con un único objetivo: acercarse a los Caskey cueste lo que cueste.
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 243
Veröffentlichungsjahr: 2024
Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:
Índice
Portada
Blackwater 5. La fortuna
Créditos
Resumen
Quinta parte. La fortuna
1. La tasación
2. Otras cosas que hizo Billy
3. La botella azul de Ivey
4. La promesa de Early
5. El pantano
6. Gemelos
7. La familia de Billy
8. Plata
9. Nerita
10. El hijo pródigo
11. Nochevieja
12. La armadura de Billy
13. La fortuna
14. Legados
Michael McDowell (1950-1999) fue un auténtico monstruo de la literatura. Dotado de una creatividad sin límites, escribió miles de páginas, con una capacidad al nivel de Balzac o Dumas. Como ellos, McDowell optó por contar historias que llegaran a todo el mundo. Como ellos, eligió el medio de difusión más popular: el folletín, o novela por entregas, en el caso de los maestros del xix; el paperback, o libro de bolsillo, en el caso de McDowell.
Además de ejercer como novelista, Michael McDowell fue guionista. Fruto de su colaboración con Tim Burton fueron Beetlejuice y Pesadilla antes de Navidad, además de un episodio para la serie Alfred Hitchcock presenta. Considerado por Stephen King como el mejor escritor de literatura popular, y pese a su temprana muerte por VIH, escribió decenas de novelas: históricas, policíacas, de terror gótico, muchas de ellas con pseudónimo. En 1983 publicó la que es sin duda su obra maestra, la saga Blackwater, y exigió que se publicara en 6 entregas, a razón de una por mes. El éxito fue arrollador. Ahora, tras el enorme éxito de venta y público en Francia e Italia (con más de 2 millones de ejemplares vendidos), llega a nuestro país.
Título original: Blackwater. Part V: The Fortune
© del texto: Michael McDowell, 1983. Edición original publicada por Avon Books en 1983. Publicado también por Valancourt Books en 2017
© de la traducción: Carles Andreu, 2023
© diseño de cubierta: Pedro Oyarbide & Monsieur Toussaint Louverture
© de la edición: Blackie Books S.L.U.
Calle Església, 4-10
08024 Barcelona
www.blackiebooks.org
Maquetación: Acatia
Primera edición digital: abril de 2024
ISBN: 978-84-10025-56-1
Todos los derechos están reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial de este libro por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, la fotocopia o la grabación sin el permiso expreso de los titulares del copyright.
Elinor toma el mando de la familia Caskey. Son tiempos convulsos, pero gracias a la actividad de la guerra y a la herencia de Mary-Love, los Caskey no dejan de acumular riqueza. Miriam y Frances estrechan lazos durante un verano en el que Frances descubre su conexión con el mar. Todo termina cuando Miriam se marcha a la universidad y Frances es cortejada por un militar llamado Billy Bronze, con quien termina casándose. Pero la joven empieza a sospechar que hay algo en ella distinto a los demás, algo que la posee y que una noche la hace vengarse brutalmente de un militar que viola a Lucille junto al lago y la deja embarazada. Para evitar los rumores, Lucille se muda a una casa en el bosque acompañada de Grace, y allí las dos jóvenes construyen una vida apacible hasta que una noche reciben la noticia de la muerte de James Caskey.
Todos los Caskey lloraron sinceramente la muerte de James Caskey. Aunque era ya un hombre viejo y frágil, nadie había imaginado que fuera a morirse. Era el más anciano del clan, aunque nunca había sido su líder en ningún sentido. Tal vez si hubiera ocupado una posición más eminente, los demás se habrían preguntado: «¿Quién tomará el relevo cuando James no esté?». Pero lo cierto es que tras su muerte no se produjo ninguna reorganización del estatus ni de la posición de los demás miembros de la familia, sino simplemente el reconocimiento del vacío que había dejado.
Queenie era la que se sentía más sola, y todo el mundo la trataba como si fuera la viuda de James y no su cuñada. Su hijo Danjo se había casado, pero estaba atrapado en Alemania con su esposa alemana y no podía regresar por problemas con inmigración, o por lo menos eso era lo que le había contado por carta a su madre. Lucille, la hija de Queenie, se había convertido en la «esposa de granjero» perfecta y no quería ni oír hablar de volver al pueblo y vivir con su madre. Y esta no había visto a Malcolm, su hijo mayor, desde que se marchó en 1938, por lo que suponía que había muerto.
—Mamá —dijo en tono compasivo Lucille, cuyo estado de ánimo era a menudo voluble—, ven a Gavin Pond a vivir con Grace, Tommy Lee y conmigo.
Pero Queenie se limitó a negar con la cabeza y se enjugó una lágrima.
—Queenie, instálate en mi casa, en la antigua habitación de Mary-Love —dijo Sister—. Miriam se pasa el día en el aserradero y yo necesito un poco de compañía.
Queenie también rechazó esa oferta en silencio.
—Sabes que siempre eres bienvenida en nuestra casa —dijo Elinor.
Queenie rechazó todas las propuestas y finalmente se aventuró a formular una tímida petición:
—¿Os parece bien si me quedo aquí? ¿Para cuidar de todas las cosas viejas de James? Él adoraba esta casa...
Tras una brevísima conversación, la familia decidió que era la solución perfecta, de modo que vendieron la antigua casa de Queenie, situada a unas manzanas de distancia y que durante los últimos años había estado desocupada la mayor parte del tiempo.
Grace, la hija de James, había supuesto que este le dejaría toda su fortuna a ella (como era costumbre entre los Caskey), y había tratado de encontrar la mejor forma de dividirla entre todos los seres queridos de su padre. Pero al leer el testamento constató aliviada que eso no sería necesario: salvo pequeños legados para su cocinera Roxie y para la iglesia metodista de Perdido, la fortuna de James se dividiría a partes iguales entre Queenie, Danjo y Grace.
El problema era que nadie conocía el alcance de la fortuna de James, pero dicho desconocimiento resultó ser la solución a otro problema de los Caskey. Desde que Billy Bronze y Frances Caskey se habían casado, este había tenido mucho tiempo libre, en especial después de licenciarse de las Fuerzas Aéreas. Billy trabajaba como voluntario en la oficina local de la Administración de Veteranos, y cuatro tardes a la semana daba clases de radio y de contabilidad a los exmilitares que regresaban a Perdido. Pero la mayor parte del tiempo Billy se sentía inútil, abandonado con las mujeres de la familia mientras su suegro Oscar y su cuñada Miriam se iban a trabajar al bullicioso aserradero. Había rechazado un empleo en el negocio familiar porque no sabía nada sobre madera y porque sabía que Oscar le había hecho la oferta solo por compasión. Miriam, con mayor franqueza, había añadido: «Estaremos encantados de ponerte en nómina siempre y cuando prometas que no serás una molestia». A Billy no le bastaba con trabajar: quería hacer algo útil.
A Frances le gustaba tener a su marido todo el día en casa. Le encantaba que todas las tardes pudiera llevarla al cine de Pensacola o de compras a Mobile. Pero, al mismo tiempo, lo veía inquieto. Una mañana del invierno de 1946, mientras estaban en la cama, Frances se volvió hacia él y le dijo:
—A lo mejor Miriam podría encontrarte un puesto en la oficina del aserradero. Ya sé que no sabes nada de árboles y que no te gusta trabajar al aire libre, pero con un lápiz y una calculadora te las arreglas perfectamente...
—No, no —protestó Billy—. ¡No le digas nada a Miriam, por favor!
—¿Por qué no? —preguntó Frances, desconcertada.
—Piensa un momento —dijo Billy—. Piensa en lo mucho que trabaja Miriam en ese aserradero.
—¡Pero es que lo dirige! —dijo ella con orgullo.
—Exacto —asintió Billy—. Y ahora piensa qué pasaría si de repente yo empezara a presentarme allí todos los días.
—Que la ayudarías a dirigirlo mejor.
Billy negó con la cabeza.
—No, no. No olvides que ahora soy un Caskey. Si fuera a trabajar a esa oficina, la gente empezaría a acudir a mí, porque soy mayor y porque soy un hombre. Muy pronto tendría más poder que Miriam, no porque fuera mejor que ella, sino simplemente por ser un hombre. Y como Miriam lo sabe, no quiere que esté allí. Y no la culpo en absoluto.
—¿De verdad crees que pasaría eso?
—No lo creo: lo sé —respondió Billy en tono tajante—. No pienso interferir en la vida de tu hermana. Ha trabajado mucho y muy duro. En cambio —añadió Billy, tomando a Frances entre sus brazos y colocando la cabeza de esta sobre su pecho desnudo—, lo que tal vez podría hacer...
—¿Qué?
—Podría llevar la contabilidad. Es lo que mejor se me da.
—Pero si acabas de decir que no quieres interferir...
—No estoy hablando del aserradero —dijo Billy—. Me refiero a llevar las cuentas de la familia, de convertirme en una especie de contable personal para todos.
—¿Y crees que podrías hacerlo? Papá dice que todo es muy confuso...
—Podría hacerlo sin despeinarme. Lo heredé de mi padre; hizo todo su dinero trabajando como contable, se le daba muy bien. Por las noches bajaba a su oficina y se pasaba diez minutos revisando los libros. Entonces, al día siguiente, salía y ganaba cinco mil dólares. Nunca vi nada igual.
Frances estaba tan entusiasmada con la idea que sacó a su marido de la cama y lo arrastró a toda prisa al comedor, donde insistió en que presentara su propuesta a Elinor y Oscar.
—Dejadme que estudie la situación —les dijo Billy—. Seguro que encontramos la forma de averiguar qué tiene cada uno. No estaría mal saber en qué situación estáis todos.
—No es mala idea —respondió Oscar—, pero yo no sabría ni por dónde empezar; todo está muy enmarañado. Verás, nos fue bastante mal durante los primeros años de la Depresión, y luego bastante bien durante la guerra. Entonces hubo una temporada en la que a todo el mundo le dio por morirse y hubo que gestionar los testamentos, quién dejaba qué a quién, quién tomaba prestado de quién y viceversa, etcétera. Y ahora mismo la cosa funciona tal que así: cuando alguien necesita dinero, va a Miriam y esta le extiende un cheque.
—Pues no debería ser así —repuso Billy—. Y que conste que no es una crítica a Miriam, pero todo el mundo debería saber exactamente cuánto tiene. Así nadie se sentirá engañado y, creedme, todos ganaréis más dinero.
A Elinor pareció gustarle la idea.
—¿Qué necesitas? —preguntó.
—Quiero ver todo lo que tengáis: documentos, testamentos, escrituras, extractos bancarios, certificados, todos los papeles que tengáis guardados. Lo primero será determinar qué os pertenece a cada uno personalmente y qué pertenece al aserradero. Lo que sea propiedad del aserradero se lo pasaré a Miriam y lo dejaré en sus manos. Eso también la ayudará a poner las cosas en orden. Y en cuanto sepamos lo que tiene cada uno, veré qué podemos hacer para que se multiplique. —Billy se encogió de hombros y se rio, disculpándose—. No soy avaricioso, ya lo sabéis, pero lo llevo en la sangre. Veo una hoja de balance y lo único que puedo pensar es: «¿Cómo consigo que esos totales crezcan?».
—¿Cuándo quieres empezar? —preguntó Elinor.
—Cuanto antes mejor. Pero ¿no crees que es mejor que primero hables con los demás?
—¿Para qué? —preguntó Elinor, convencida de su posición dentro de la familia Caskey—. Van a decir que sí.
Así pues, Billy se puso inmediatamente manos a la obra para aclarar la situación económica de los Caskey. Elinor le alquiló una pequeña oficina en el centro del pueblo y le compró un escritorio y archivadores. Billy contrató a Frances como secretaria, no porque esta fuera especialmente eficiente, sino porque disfrutaba mucho de su compañía, incluso cuando él estaba callado y absorto en su trabajo. Uno a uno, los Caskey fueron a ver a Billy y le llevaron todos los documentos que pudieron encontrar. Los Caskey le fueron contando todo lo que recordaban sobre los asuntos financieros de la familia, mientras Billy tomaba notas y hacía preguntas.
Miriam y Billy empezaron a colaborar. Antes de poder determinar el valor neto real de la familia, había que separar las operaciones que pertenecían directamente al aserradero y los negocios personales. Miriam se alegraba de poder echar una mano en aquella tarea que, en última instancia, aportaría mayor claridad a su propio trabajo. Mientras su hermana y su marido se encerraban en su despacho, Frances se paseaba por la sala exterior, hojeando revistas y observando por la ventana el dique cubierto de arrurruz.
En abril, finalmente, Billy terminó de poner en orden las finanzas de la familia, y un domingo por la tarde, después de la comida, los Caskey se reunieron en el porche de Elinor. Incluso Grace, Lucille y Tommy Lee habían bajado desde la granja de Gavin Pond para pasar el día.
Elinor hizo una breve introducción:
—Billy ha tenido la amabilidad de acceder a encargarse de nuestra situación financiera a partir de ahora. Quiero que todos lo escuchéis y que hagáis exactamente lo que os diga.
Tras esas palabras, Billy se puso de pie, asintió con gesto modesto y tomó la palabra.
—Bueno, lo primero es que no quiero que nadie piense que me he metido en todo esto porque tenga ganas de controlaros; no se trata de eso en absoluto. No soy más que un yerno que hace de contable, lo único que he tratado de hacer es poner orden en las cuestiones económicas de la familia...
—Seguramente sea la primera vez —intervino Sister.
—He revisado todos los papeles que me habéis traído y he intentado cuadrar todas las cuentas. Me estoy ocupando de todo para que nadie más que yo tenga que pensar en este asunto. Todos habéis sido muy pacientes y no os habéis enfadado, a pesar de que a veces pensarais que me estaba entrometiendo en vuestros asuntos privados; incluso Grace me ha traído sus libros de cuentas de la granja de Gavin Pond, y creo que podré ayudarla a aumentar su rebaño. A partir de ahora, si tenéis preguntas venid a verme a mí: creo que tengo una idea bastante clara de la situación.
—¡Estás trabajando mucho! —exclamó Sister.
—A lo mejor os parece que es mucho, pero no lo es —confesó Billy—. Ese es el problema, Sister: no sabéis cuánto dinero tenéis. Cuando queréis ir a Nueva Orleans, vais a ver a Miriam, que os da doscientos cincuenta dólares en efectivo, y a eso lo llamáis contabilidad. Pues bien, hoy os he reunido aquí para deciros que tenéis demasiado dinero para gestionarlo así.
Algo en el tono y los modales de Billy les recordó a los Caskey al sermón de la predicadora metodista de aquella mañana. Billy estaba señalando los errores de sus hábitos financieros y exhortándoles a seguir el camino de la responsabilidad fiscal.
—¿Cuánto tenemos? —preguntó Oscar.
—Bueno —dijo Billy—, es evidente que la mayor parte de la riqueza familiar está vinculada al aserradero y a las instalaciones. Por eso Miriam y yo hemos estado trabajando codo con codo para ver si podíamos determinar exactamente el valor de todo eso.
Billy se volvió hacia Miriam, que se puso en pie con unos papeles en la mano.
—No voy a entrar en detalles, porque no es necesario. Y, de todos modos, la mayoría no los entenderíais —dijo Miriam con su característica franqueza—. Aquí hay dos puntos. Punto número uno: James tenía un interés del cincuenta por ciento en todo. Y Sister y Oscar tienen un interés del veinticinco por ciento. Es decir, el dinero real total se divide entre Sister, Oscar y los herederos de James. Y que conste que no lo digo como una queja, solo estoy exponiendo la situación. Punto número dos: el aserradero y las tierras de los Caskey combinados tienen un valor aproximado de veintitrés millones de dólares.
Miriam volvió a tomar asiento.
—¡Dios mío! —gritó Queenie.
Nadie dijo nada más; a nadie se le había ocurrido que el valor pudiera ser tan elevado. Ninguno de los Caskey se había planteado siquiera asignarle al negocio un importe en dólares.
—Solo queríamos que os hicierais una idea del volumen —dijo Miriam—. ¿Veis a qué me refiero? Todo el mundo se ha llevado una sorpresa. Oscar —dijo, volviéndose hacia su padre con una sonrisa nada habitual—, ni siquiera tú esperabas que fuera tanto, ¿verdad?
—¡Desde luego que no!
—Vuestras fortunas personales son mucho menores —siguió diciendo Billy—. Durante muchos años, la mayor parte de los beneficios personales se han reinvertido, y no siempre de la forma más equilibrada.
Oscar se sonrojó.
—Billy, déjame decir que...
—Nadie te está culpando de nada, Oscar —intervino Sister—. Tú eres el responsable del crecimiento del aserradero. Y si veintitrés millones de dólares no son suficientes para que todos podamos vivir tranquilos, apaga y vámonos.
—No —dijo Billy—, no es tanto que las cosas fueran injustas, sino más bien confusas.Todo el mundo pidió prestadas cantidades que luego no devolvió, dinero que debería haber sido para Sister se usó para comprar maquinaria nueva, etcétera. Nadie está acusando a nadie de nada, y el hecho es que, si Oscar no hubiera hecho lo que hizo, el negocio podría haber cerrado perfectamente, y eso lo sabéis todos. Lo único que he tratado de hacer es volver a separar las cosas para que todos sepáis a qué ateneros. Eso es lo que he hecho. Contando propiedades y títulos personales, y excluyendo los bienes correspondientes al aserradero, Oscar Caskey tiene un patrimonio aproximado de un millón cien mil dólares.
Oscar silbó y Elinor esbozó una sonrisa satisfecha.
—El patrimonio de Sister Haskew asciende aproximadamente a un millón trescientos mil dólares.
—¡Familia! —exclamó Sister, mirando alrededor de la habitación con expresión de asombro—. ¡Mañana me compro un coche nuevo!
—James Caskey —continuó Billy— tenía un patrimonio aproximado de dos millones setecientos mil dólares, sin contar la mitad de su participación en el aserradero. Y, como sabéis, esa fortuna se dividirá en tres partes iguales en el momento de legalizar el testamento.
—¡Por Dios! —exclamó Queenie, sentada en el columpio con su nieto en el regazo—. ¡James me ha hecho millonaria!
—Dicho eso —prosiguió Billy Bronze—, no hay ninguna razón para que esta familia no pueda hacerse aún más rica. Ahora tenéis dinero, y una vez se tiene dinero, no hay nada más fácil que generar más.
—¿Para qué? —preguntó Grace—. ¿Quién necesita millones y millones de dólares? ¿Para qué necesitamos más dinero del que ya tenemos?
Miriam se volvió hacia su prima con expresión agria.
—Para poder salir corriendo a comprar tus cuatrocientas vaquillas, para eso.
—No quiero cuatrocientas —replicó Grace, imperturbable—. Mi pasto no es tan grande, necesito unas ochenta. A menos que despeje más terreno...
—Yo no estoy en contra de ganar más dinero —dijo Oscar—. De hecho, creo que es justo lo que tenemos que hacer, solo que no sé cómo hacerlo. ¿Tú sabes, Billy?
—Sí —dijo Billy—, creo que sí.
Miriam asintió con la cabeza.
—Billy sabe de lo que habla. Si de mí dependiera, todos los presentes le firmaríais poderes notariales dándole carta blanca.
—No tenéis por qué hacer eso —repuso Billy, un poco nervioso—. Lo único que quiero es haceros recomendaciones para que, si os parecen bien, podáis actuar en consecuencia. Eso es todo. He aquí mi sugerencia: Miriam y yo trabajaremos juntos; Miriam se encargará de la empresa, como viene haciendo, y muy bien, por cierto, de un tiempo a esta parte, y yo me encargaré de vuestras fortunas personales. Si necesitáis dinero, ahora acudiréis a mí en vez de a Miriam.
—Ni que decir tiene que no tener que pasarme el día extendiendo esos malditos cheques me ahorraría bastantes molestias... —dijo Miriam.
Todos los Caskey aceptaron la propuesta de Billy, y después de aquella tarde de domingo en el porche no volvieron a verse a sí mismos de la misma forma. Tenían mucho más dinero del que cualquiera de ellos habría sospechado. Elinor estaba orgullosa, como si considerara que sus consejos y su apoyo a Oscar durante los años difíciles hubieran hecho posible aquella fortuna. Sister estaba eufórica, pues ¿cómo iba a alcanzarla ahora su marido? Su dinero le habría permitido mantener a raya a alguien mucho más peligroso e insistente que Early Haskew. Grace y Lucille estaban encandiladas con sueños de pastos y rebaños y tierras recién desbrozadas. Las posibilidades para la familia parecían infinitas, pero al mismo tiempo la situación parecía un poco vaga. Durante los días siguientes, todos se dedicaron febrilmente a buscar cosas en las que gastar dinero. Sister compró un coche nuevo para ella y otro para Miriam. No solo eso, también le compró uno a Billy Bronze. En su nuevo coche, Sister llevó a Roxie, Ivey, Zaddie y Luvadia a Pensacola, donde entraron en una de las tiendas de ropa más bonitas de la ciudad y les dijo:
—No nos iremos de aquí hasta que haya despilfarrado quinientos dólares en vosotras. ¡Lo digo en serio!
Pero, en términos generales, no es que los Caskey empezaran a gastar mucho más que antes, solo que ahora eran conscientes de su riqueza. En su oficina del centro del pueblo, Billy estaba muy ocupado: se hizo cargo de la administración de la casa de Queenie para que esta no se viera en apuros económicos mientras se tramitaba el testamento de James; debatía con Grace sobre la mejor forma de ampliar la granja de Gavin Pond; Sister acudía a verlo dos veces por semana para saber a qué ritmo y en qué grado aumentaba su patrimonio; Oscar y Miriam también lo visitaban con frecuencia, y Billy solía enfrascarse en dilatadas conversaciones financieras, en particular con su cuñada. Frances estaba sumamente orgullosa de lo que su marido había hecho (y seguía haciendo) por la familia. Los Caskey instaron a Billy a aceptar un salario a cambio de su trabajo, cosa que este hizo sin rechistar.
El yerno había introducido a los Caskey en una etapa totalmente nueva de su historia.
Durante los meses en los que era ya evidente que la guerra estaba llegando a su fin, los Caskey pisaron el acelerador. Miriam y su padre decidieron que debían iniciar cuanto antes una reconversión para volver a la forma en que habían operado antes de la guerra, ya que pronto los militares dejarían de construir bases y cuarteles. Durante los últimos meses de 1945, el aserradero de los Caskey seguía satisfaciendo pedidos atrasados, pero lo cierto era que recibían pocos nuevos. Por lo que veía en Perdido, Miriam se dio cuenta de que, terminada la guerra, las cosas iban a cambiar. Los veteranos que regresaran querrían nuevas viviendas, por ejemplo. Iba a haber que reconstruir o remodelar las fábricas para abrir puertas a nuevas industrias y ofrecer empleo a los antiguos soldados. El país iba a tener que aprender a lidiar con la prosperidad, tal como en su día había aprendido a lidiar con el empobrecimiento general. A principios de 1946, el aserradero de los Caskey funcionaba a pleno rendimiento en todas sus divisiones, incluso sin que entraran nuevos pedidos de madera, postes, marcos de ventana o cajas. Oscar dio instrucciones a sus carpinteros para que construyeran nuevos almacenes en las antiguas propiedades del aserradero de los Turk: cuando empezaran a llegar los pedidos civiles, como Miriam estaba convencida de que sucedería, los Caskey estarían preparados.
Después de hacerse cargo de las finanzas de los Caskey, Billy Bronze tomó una parte de sus fortunas personales y empezó a invertirla en acciones que él y Miriam consideraban que iban a subir considerablemente en el futuro inmediato. Para diversificar, compró varios edificios de apartamentos en Mobile para Sister, y propiedades en primera línea de playa en la isla de Santa Rosa para Oscar, y vertió el dinero de Queenie y Grace en el desarrollo de la granja de Gavin Pond. Danjo se había enterado por su madre de la muerte de James y por Billy, de su cuantiosa herencia. El joven le pidió a Billy que invirtiera el dinero en Estados Unidos y que le enviara tan solo los beneficios. En una carta, Danjo le escribió: «En realidad, la única razón por la que iba a volver a Perdido era porque sabía que James estaba muy solo. Pero ahora que ha muerto, voy a quedarme aquí. Fred no quiere irse y a mí no me importa quedarme. Venid a visitarnos a nuestro castillo». Billy decidió ceñirse a la historia que Danjo le había contado a su madre, según la cual no podía regresar por problemas con inmigración.
La opinión general entre los Caskey era que no sabían qué habrían hecho sin Billy.
A finales de 1946, cuando llevaba algo más de un año casada con él, Frances descubrió que estaba embarazada. O, mejor dicho, lo descubrió Elinor, a través de una serie de minuciosas preguntas sobre los tiempos y las estaciones de su hija. Leo Benquith confirmó el diagnóstico. El médico, un hombre ya mayor, había visto considerablemente reducida su clientela. Seguía atendiendo a los Caskey y a algunas otras familias, pero la mayoría de sus pacientes se habían pasado a dos médicos jóvenes que se habían instalado en el pueblo.
—Billy se pondrá muy contento —dijo Elinor mientras acompañaba a su hija a casa desde la consulta.
Frances guardó silencio.
—¿No estás contenta, cariño?
—No lo sé, mamá. ¿Debería estarlo?
—¡Pues claro! —respondió Elinor con una sonrisa boba—. ¡Toda mujer joven casada quiere tener hijos!
—No si los niños van a ser deformes... —respondió Frances en voz baja.
Elinor le dirigió una mirada de soslayo, pero no dijo nada hasta que se detuvieron frente a la casa. Frances estaba a punto de salir del coche cuando Elinor la agarró por el brazo y le dijo en tono vehemente:
—¿«Deforme»? ¿Es eso lo que piensas? ¿Es así como te ves a ti misma? ¿Es así como me ves a mí?
—Mamá...
—¿Acaso Zaddie Sapp es deforme porque nació con la piel negra?
—Por supuesto que no...
—¿Y Grace y Lucille? ¿Son deformes porque han renunciado a los hombres y viven juntas en la granja de Gavin Pond?
—No, mamá, eso no es lo que...
—¡Así es como nacieron, cariño! Zaddie nació con la piel negra y Grace Caskey nació con predilección por las mujeres. ¿Crees que solo porque sean diferentes Creola Sapp debería haber dicho: «No voy a ayudar a dar a luz a esta niña»? ¿Crees que Genevieve y James deberían haber dicho: «No queremos un bebé si cuando crezca no va a ser como todos los demás en el pueblo»?
Al principio Frances no contestó, pensando que su madre la interrumpiría de nuevo. Pero Elinor no dijo nada más y se quedó con la vista clavada al frente y las manos aferradas al volante.
—Mamá —dijo Frances en voz baja—, no hablaba pensando en mí, sino pensando en el bebé. Estaba pensando: «¿Y si el bebé no es feliz?». Eso es todo. Yo lo voy a querer, sé que lo haré.
—Has dicho «deforme» —señaló Elinor.
—Supongo que no es eso lo que quería decir. Quería decir... «diferente». Me refería a si el bebé va a ser como tú y como yo.
Elinor se volvió hacia a su hija y ahora le dirigió una mirada más afectuosa.
—¿Tan infeliz eres?
—¡No! —gritó Frances, inclinándose hacia delante—. ¡No soy infeliz, mamá! ¿Cómo voy a ser infeliz, estando casada con Billy y pudiendo vivir contigo y con papá? No cambiaría nada de mi vida. ¡Mamá, ni siquiera perdimos a nadie en la guerra! Y hay tanta gente que ha perdido a alguien...
—Pues muy bien —dijo Elinor—. Pongamos que tienes un bebé que es como tú y como yo. Sería diferente, eso es todo. Zaddie también es diferente. Zaddie es negra. Y Grace es diferente. Grace nunca se casará ni tendrá hijos propios. Pero son felices. Y tú eres feliz. ¿Por qué crees que tu propio bebé no podría crecer igualmente feliz?
Frances reflexionó un momento.
—Supongo que podría —concluyó—. Supongo que en realidad lo que me preguntaba era si el bebé sería como nosotras, mamá.
—No hay forma de saberlo hasta que nazca —dijo Elinor, pensativa—. Entonces lo sabremos.
Elinor fue a abrir la puerta del coche, pero Frances le puso una mano en el hombro por acto reflejo.
—Espera —dijo con un susurro—. Mamá, solo estaba preocupada. Solo pensaba en el bebé, no pretendía insinuar que...
—Ya lo sé, cariño.
Cuando entraron en casa, Billy dijo:
—¿Por qué os habéis quedado sentadas tanto rato en el coche? ¡Debéis de estar heladas!
Frances sonrió.
—Estábamos comentando las buenas noticias.
—¿Qué buenas noticias?
—Voy a tener un bebé —anunció Frances.
La sorpresa y la felicidad de Billy se manifestaron en una sonrisa que parecía que le iba a partir la cara, y en una serie de protestas vagamente articuladas de que no podía ser cierto. Frances le aseguró que lo era.
—¿Estás segura de que vas a querer un bebé que no hará más que llorar todo el tiempo? —preguntó Frances.
—Por lo que a mí respecta, nuestro pequeño bebé puede llorar todo lo que quiera. ¿Cuándo va a nacer?
—En julio —dijo Elinor rápidamente.
—¿Vas a encargarte tú de Frances? —le preguntó Billy a su suegra.
Elinor asintió. Billy siempre decía lo correcto.
—Con la ayuda de Zaddie. Vamos a asegurarnos de que el bebé esté sano.
—Mamá —dijo Frances, en un tono algo incómodo—, estaré bien. El doctor Benquith puede...