Boda con el hombre perfecto - Melissa Mcclone - E-Book

Boda con el hombre perfecto E-Book

Melissa McClone

0,0
3,49 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Cuarto de la serie. Dispuesta a no hundirse porque su novio la hubiera dejado plantada casi en el altar, Jayne Cavendish decidió pasar un fabuloso fin de semana en Las Vegas con sus tres mejores amigas. Volvió a casa con un nuevo look, relajada y… ¡con una nueva norma según la cual los hombres no entrarían en su vida! Pero Tristan MacGregor, el mejor amigo de su ex prometido vino a la ciudad y la dejó más que sorprendida cuando se fue derechito a ella, decidido a devolverle a su rostro su maravillosa sonrisa.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 199

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2010 Melissa Martinez McClone. Todos los derechos reservados.

BODA CON EL HOMBRE PERFECTO, N.º 56 - junio 2011

Título original: Wedding Date with the Best Man

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidcos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Jazmín son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9000-390-9

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Inhalt

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Promoción

CAPÍTULO 1

CONVERSACIONES y carcajadas rodeaban a Jayne Cavendish que, sentada en una pequeña mesa en un rincón de la Tetería Victoria, miraba a su alrededor.

Había grupos de mujeres sentadas en mesas situadas entre plantas y vitrinas llenas de una ecléctica colección de tazas y platillos de té. Todo el mundo parecía estar pasándolo en grande en el que era uno de los locales más concurridos del casco antiguo de San Diego. Todo el mundo menos ella.

Miró su humeante taza de Earl Gray deseando poder estar junto a alguna de sus tres mejores amigas. ¡Cuánto echaba de menos a Alex, a Molly y a Serena!

Sí, se mantenían en contacto por teléfono, por mensajes y por Facebook y Twitter. Alex volaba desde Las Vegas siempre que podía y Molly regresaría una vez que Linc y ella hubieran terminado de construir la casa de sus sueños y él trasladara su negocio allí, pero no era lo mismo que cuando las cuatro vivían en San Diego, comían juntas, iban a hacerse la pedicura y a tomar el té.

Jayne se hundió en su silla. Tal vez ir a la tetería el sábado por la tarde no había sido tan buena idea. Recordaba la primera vez que había ido allí, cuando las hermanas de su, por entonces prometido, le habían preparado una despedida de soltera. Parecía que hubieran pasado años desde aquella fiesta de «bienvenida a la familia», a pesar de que sólo habían pasado meses.

Muchas cosas habían cambiado desde entonces. Se tocó el dedo anular de la mano izquierda; estaba desnudo. Otras cosas aún no habían cambiado.

Al menos, no para ella.

Posó la mirada sobre el plato ribeteado en plata que contenía dos bollitos y una porción de mantequilla y otra de miel.

Qué pena que no tuviera hambre.

Si no tenía cuidado, pronto estaría lamentándose y compadeciéndome de sí misma. Dio un sorbo de té para aclararse las ideas. No tenía ningún sentido ahondar en el pasado.

La taza tintineó contra el platillo cuando la dejó sobre la mesa.

¿Qué más daba si los recuerdos de la despedida de soltera con las hermanas Strickland eran agridulces? Tenía otros recuerdos, buenos recuerdos, de las otras veces que había visitado ese lugar después acompañada de Alex, Molly y Serena. Para ella eran como sus hermanas, aunque no de sangre, sí de corazón. Y nada, ni la distancia ni los matrimonios de ellas, cambiarían eso.

Decidida a hacer las paces con el presente y a pasarlo bien, sacó de su bolso un libro que había sacado de la biblioteca; era el último libro que había publicado un gurú de las finanzas. Lo abrió por donde estaba el marcador: una pintoresca postal con una palmera arqueándose sobre una arena blanca y un agua turquesa que se extendía hacia el horizonte.

«Qué lugar más perfecto para una luna de miel», pensó entre lamentos.

¡Nada de lamentaciones!

Se enderezó.

¿Y qué si las cosas con Rich Strickland no habían salido tal como había planeado? Gracias a lo que había sucedido… o mejor dicho, no había sucedido… sus tres mejores amigas habían encontrado el amor de su vida. Jayne jamás podría lamentar el fin de su compromiso y el fin de semana que había pasado en Las Vegas con las chicas después de que eso les hubiera dado amor y mucha felicidad a tres de las personas que más le importaban.

Le dio la vuelta a la postal que había recibido dos meses atrás y volvió a leer la curvada y casi enigmática letra de Serena.

Jayne,

¡Lo estoy pasando genial! ¡Este viaje ha sido el modo perfecto de celebrar la victoria de Jonas en las elecciones y de recuperarnos de la campaña! ¡En cuanto volvamos a casa tienes que venir a Las Vegas! ¡Quiero verte! ¡Alex y Molly también quieren verte! ¡Espero que todo vaya bien! ¡Te echo de menos!

Con cariño,

Serena y Jonas

Tantas exclamaciones hicieron que Jayne sonriera. Serena vivía la vida como si detrás de todo lo que hiciera apareciera un signo de exclamación, pero había encontrado estabilidad con Jonas Benjamin, el recién elegido alcalde de Las Vegas que, además, adoraba a su esposa.

«¡En cuanto volvamos a casa tienes que venir a Las Vegas!».

Jayne quería ver a sus amigas, pero había estado posponiendo sus invitaciones para ir a visitarlas. Volver a la ciudad de luces de neón, con sus inmensos hoteles y abrasadoras temperaturas, no la atraía mucho y le despertaba demasiados recuerdos de la época que siguió a su ruptura. Hmm, tal vez podía convencerlas para que ellas vinieran a San Diego. Sus amigas podían venir con sus maridos y mostrarles cómo habían sido sus vidas antes.

Una vida que Jayne seguía viviendo.

Dejó la postal junto al plato de bollitos y tomó el libro entre las manos. Tenía una vida feliz, se recordó, a pesar de que sus sueños habían quedado en suspenso y estaba sola. Otra vez.

Se centró en la página y tomó notas mentales sobre ideas que pudieran ayudar a los clientes a los que asesoraba en el centro financiero donde trabajaba. ¡No le extrañaba que el libro hubiera sido un éxito de ventas! El autor ofrecía unos consejos geniales para tener las finanzas bajo control.

Varios minutos después, el nivel de ruido en la tetería aumentó notablemente, como si de pronto hubiera entrado una multitud.

Alzó la mirada del libro, miró atrás y vio un gran grupo de mujeres con regalos. Fue entonces cuando su mirada se topó con alguien a quien reconoció: Savannah Strickland, la hermana pequeña de su exprometido. Una expresión de incredulidad llenó los ojos avellana de Savannah antes de que la joven retirara la mirada.

¿Era una fiesta de cumpleaños? ¿Tal vez una fiesta para celebrar el futuro nacimiento del tercer hijo de Grace, la hermana mayor?

Con curiosidad, Jayne miró los regalos envueltos con colorido papel en el que no había ni conejitos, ni patitos, ni cochecitos de bebé…

Betsy, la otra hermana de Rich, se fijó en Jayne y le dio un codazo a su gemela, Becca. Ambas se pusieron coloradas.

Jayne no comprendía a qué venía tanto bochorno. Sí, claro, seguro que les resultaba un poco incómoda la situación después de lo que su hermano le había hecho, pero sus hermanas no tenían la culpa…

¡Oh, no!

Ahí estaba.

Las terminaciones nerviosas de Jayne se pusieron en alerta con una mezcla de impacto y horror.

La otra mujer.

La razón por la que seguía estando soltera y sus tres amigas ahora estaban casadas.

Se obligó a cerrar la boca.

Jayne sólo había visto a la mujer una vez, en el apartamento de Rich unos días antes de su boda: una Barbie de carne y hueso ataviada con lencería.

Ahora, el sencillo vestido azul de la mujer y la chaqueta blanca estaban a kilómetros de distancia del sujetador con relleno y las medias de encaje que llevaba puestas en casa de Rich. La diadema blanca que sujetaba una larga y lisa melena rubia no tenía nada que ver con la mata de pelo alborotado que no había dejado lugar a dudas sobre lo que habían estado haciendo Rich y ella.

Pero no había duda de que era ella; las mejillas sonrojadas de la mujer eran exactamente las mismas.

Abatida, supo de qué clase de fiesta se trataba. Era una despedida de soltera.

Rich iba a casarse y sus hermanas habían preparado una fiesta para la mujer con la que le había sido infiel.

Le costaba respirar.

«Mira a otro lado», se dijo. Pero no podía. La escena le resultaba surrealista e inquietantemente familiar a la vez. Muy parecida a su despedida de soltera.

Se le saltaron las lágrimas y se le hizo un nudo en la garganta.

¿Cómo habían podido las hermanas de Rich llevar a esa mujer allí? Era como si ella nunca hubiera existido en sus vidas, como si no hubiera pasado cada domingo almorzando en la casa de sus padres, no hubiera ayudado a Grace a pintar las habitaciones de los niños ni hubiera hecho los cientos de cosas que había hecho con ellos.

Por ellos.

Por Rich.

Que él la hubiera traicionado era una cosa, pero ¿también iba a traicionarla toda su familia?

El estómago le dio un vuelco y pensó que iba a vomitar.

«Márchate, vete ahora mismo», le gritaba su instinto de protección, y así metió el libro en el bolso y dejó sobre la mesa un billete de veinte dólares. La cantidad excedía el coste de su té y los bollitos, pero por una vez no le importó malgastar unos cuantos dólares.

Se levantó.

Alguien la llamó.

Se estremeció.

No era alguien sin más, era Grace, la hermana mayor de Rich, la única persona de la familia que la había llamado después de la ruptura para saber cómo se encontraba.

Dividida entre lo que quería hacer y lo que debía hacer, miró hacia la mujer y se encontró a una Grace embarazadísima. La preocupación que vio en sus ojos… unos ojos con la misma forma y color que los de Rich… le llegó al corazón y así, le lanzó a su casi cuñada una afligida y vacilante sonrisa. Era todo lo que podía hacer.

Grace se abrió paso entre la multitud y fue hacia ella.

¡No!

Sus pulmones se quedaron sin aire.

No tenía la más mínima idea de qué quería Grace, pero un terrible pensamiento se plantó en su cabeza. No, de ninguna manera permitiría que le presentaran a esa mujer. A la otra. La futura señora de Rich Strickland.

Una potente dosis de nerviosismo aumentó el pánico que Jayne sentía justo antes de que pronunciara un «lo siento» mientras miraba a Grace y se diera la vuelta para marcharse.

Al día siguiente, Grace Strickland Cooper estaba en la cocina de sus padres después de la reunión semanal de la familia.

–Necesito un favor.

Tristan MacGregor dejó de secar una cacerola y miró a la hermana de su mejor amigo.

–Si dejas a tu marido y a tus dos hijos y tres cuartos y huyes conmigo, haré lo que me pidas.

–Oh, sí. Soy exactamente la persona junto a la que un aventurero fotógrafo querría despertarse cada día.

–Eres una mujer preciosa. Cualquier hombre querría despertarse a tu lado.

–Seguro que eso se lo dices a todas, estén embarazadas o no.

–Ni te lo confirmo ni te lo niego –colgó la cacerola de la rejilla que colgaba del techo–. Aunque suelo mantenerme lejos de las embarazadas.

Ella sacudió la cabeza mientras le decía:

–Nunca cambiarás, MacGregor.

Él le lanzó su sonrisa de lo más encantadora.

–Pero me quieres de todas formas.

–En tus sueños.

Tristan le guiñó un ojo.

–Bueno, me conformo con lo que puedo.

Riéndose, ella aclaró una olla llena de jabón.

–Pues yo estoy segura de que no tienes ningún problema para conseguir todo lo que quieres. Nunca lo has tenido.

Y eso era cierto, al menos hasta hacía poco tiempo.

Evitaba las relaciones serias, pero le gustaba divertirse. Últimamente había estado comparando a las mujeres que conocía con un ideal inalcanzable y eso estaba limitando gravemente la diversión.

Agarró un paño y comenzó a secar una sartén.

–Bueno, ¿qué es eso que necesitas? ¿Quieres que me ponga yo a fregar?

–No. Ayer vi a Jayne Cavendish.

Oír el nombre de la exprometida de Rich hizo que Tristan sintiera una sacudida en su interior y a punto estuvo de caérsele la sartén.

Jayne… su mujer ideal…

–¿Dónde?

–Estaba en la tetería donde celebramos la despedida de Deidre. Fue el mismo sitio al que llevamos a Jayne para celebrar la suya, así que eso debió de hacerla sentir peor todavía.

Por el bien de Rich, Tristan había intentado no pensar en Jayne Cavendish, pero ella había invadido sus pensamientos y se había apoderado de sus sueños. Se había convertido en la mujer con la que comparaba a todas las demás e incluso llevaba una foto suya en la cartera.

–Fue muy embarazoso. Había olvidado cuánto le gustaba ese lugar –continuó Grace–. Bueno, el caso es que Jayne se marchó antes de que pudiera alcanzarla.

–¿Y la culpas? –preguntó él bruscamente.

–En absoluto. Quiero a mi hermano, pero se comportó como un auténtico cretino con Jayne. Rich debería haber roto el compromiso en lugar de abandonarla como lo hizo después de conocer a Deidre.

–Estoy de acuerdo.

–Pero no lo hizo y Jayne es la que ha sufrido.

–¿Sufrido? –Tristan colgó la sartén–. Tendría que sentirse aliviada de que no se haya casado con ella. Rich es mi mejor amigo, pero Jayne está mucho mejor sin él.

Grace se secó las manos con un paño, buscó algo en su bolso y le dio una postal.

–Salió tan corriendo que se olvidó esto en su mesa. Pensé que podrías devolvérsela y asegurarte de que está bien.

¿Ver a Jayne?

El corazón de Tristan palpitaba como si se hubiera topado con la fotografía perfecta, una para la que no necesitaba ni luz ni ajustes de cámara. Llevaba meses queriendo ver a Jayne, pero dos razones se lo habían impedido: sus viajes de trabajo y Rich.

–Llámala –dijo Tristan.

–No puedo –admitió Grace–. Deidre se siente muy insegura ahora mismo.

Pero eso no era problema suyo; Rich se había enfadado mucho con Tristan por haber roto su compromiso y no quería volver a pasar por lo mismo.

Le devolvió la postal a Grace.

–Lo siento, pero no pienso hacer esto a espaldas de Rich.

–No estarías haciendo nada a sus espaldas. Se lo he preguntado esta mañana cuando ha venido.

–¿Le parece bien que vea a Jayne?

–Mejor tú que yo.

–¿Porque no soy familia?

Grace se sonrojó.

–Mi hermano y tú sois amigos desde que erais pequeños, eres parte de la familia. Pero Deidre se puso nerviosísima ayer, así que le dije que no tendría ningún contacto con Jayne. No hay nada malo en devolverle la postal. Deidre no lo verá como una amenaza si se entera de que has sido tú el que ha visto a Jayne. Todo el mundo sabe que no te caía bien.

Nadie sabía nada de lo que Tristan sentía por ella.

–Rich y ella no estaban hechos el uno para el otro.

–Puede que Rich haya dejado atrás a Jayne, pero yo no puedo olvidarme de ella sin más y hacer como si no me importara.

–No la conoces desde hace tanto tiempo.

–El tiempo no importa. Iba a ser mi cuñada y la madrina de mi hijo. Incluso me pintó las habitaciones de los niños. No puedo evitar pensar en ella cada vez que entro en ellas –Grace puso las manos sobre su abultado vientre y su mirada se llenó de preocupación–. Y cuando ayer vi a Jayne, parecía…

–¿Qué? –preguntó él tenso.

–Distinta. Ha perdido peso y lleva el pelo corto, pero sobre todo parecía muy triste. Supongo que es normal dadas las circunstancias, tan solo han pasado unos meses desde la ruptura.

«Siete meses, una semana y cuatro días», pensó Tristan.

–Lo normal es que no estuviera tan alegre como siempre después de todo lo que ha pasado, pero no puedo evitar preocuparme por ella. Sus padres están muertos y no tiene hermanos. Jayne no tiene a nadie excepto a sus tres mejores amigas y ayer no estaban con ella. Necesita a alguien, pero no puedo ser yo.

La hermana mayor de Rich había sido el primer amor de Tristan hacía años, en su momento quiso a Grace más que a nadie y verla tan preocupada le había dado una razón de sobra para volver a ver a Jayne Cavendish. Eso, y el permiso de Rich.

Y además, así Tristan podría ver si la atracción que sentía por Jayne era real o si la había idealizado porque estaba fuera de su alcance.

–Deja de preocuparte. Iré esta tarde, le devolveré la postal y veré cómo se encuentra.

–Gracias –Grace lo abrazó… bueno, lo abrazó todo lo que pudo teniendo en cuenta el tamaño de su barriga–. Y si conoces a algún chico simpático que puedas presentarle…

Tristan se puso tenso al pensar en Jayne con alguno de sus amigos.

–Cada cosa a su tiempo, Grace.

Dos horas después, Tristan vio una patrulla de carreteras de California en la autopista, levantó el pie del acelerador y tocó el pedal del freno. Que lo detuvieran por exceso de velocidad no haría más que retrasarlo. Al pasar por delante del coche blanco y negro, el policía no miró hacia él.

Bien.

Volvió a pisar el acelerador, aunque esta vez asegurándose de no sobrepasar el límite. Quería ver a Jayne.

«Necesita a alguien», había dicho Grace, «pero no puedo ser yo».

Tampoco podía ser él y, sin embargo, ahí estaba, acelerando… sin exceder el límite de velocidad, claro… para ver a Jayne.

Jayne Cavendish.

Recordaba muchas cosas de ella: el aroma a fresa de su pelo, el chispeante sonido de su risa y la calidez de sus caricias… O mejor dicho, del roce de su mano cuando se saludaron el día en que se conocieron…

–Que tu matrimonio no funcionara… –dijo Rich mientras entraba en uno de los aparcamientos del Parque Balboa con su cuatro por cuatro– no significa que el mío vaya a fracasar también.

–Es verdad –aun así, a Tristan no le hacía gracia la cercana fecha de la boda, tanto que a punto había estado de negarse cuando su amigo le había pedido que fuera su padrino–. Pero no estabas saliendo con nadie cuando me marché de viaje para un trabajo. Vuelvo unos meses después y ahora resulta que vas a casarte en unas semanas. No entiendo a qué vienen tantas prisas.

–No hay ninguna prisa. Jayne dice que ahora es un buen momento.

–Jayne dice muchas cosas.

Rich suspiró.

–Verás... te gustará.

«Tal vez… aunque seguramente no».

Pero Tristan evitaría decir más hasta conocerla. Ésa era una de las razones por las que había decidido regalarle a la pareja una sesión de fotos por la ciudad, para pasar algo de tiempo con esa mujer que había hecho que su amigo quisiera dar el salto al infierno doméstico, es decir, al matrimonio.

–Dame algo de tiempo para acostumbrarme a la idea –dijo Tristan mirando a su mejor amigo–. Odio pensar en salir por ahí sin mi copiloto. Eso de tener un amigo bombero es un verdadero imán para las chicas guapas.

–Si te sirve de consuelo, las amigas de Jayne están muy bien. Puede que tengas suerte después de la boda.

Pero Tristan quería que fuera Rich el que tuviera suerte. Esperaba que el matrimonio de su amigo fuera mejor que el suyo. El amor, o al menos la clase de amor que dura para siempre, era algo que no se daba con facilidad. Los padres de Rich lo habían encontrado, pero no muchos más aparte de ellos.

–Estaría bien –dijo Tristan forzando una sonrisa.

–Querrás decir «genial».

En ese momento sonó el teléfono de Rich.

–Tengo que contestar. Me reuniré con vosotros en la fuente que hay junto al Jardín de las Rosas.

Asintiendo, Tristan agarró su equipo de fotografía, bajó del todoterreno y entró en el Parque Balboa, que albergaba museos, varios jardines y el Zoo de San Diego.

Cruzó el puente que conducía al famoso Jardín de las Rosas mientras soplaba una suave brisa y el dulce aroma de las rosas flotaba en el aire.

Tristan prefería tomar fotografías de la gente, y no de paisajes, porque pensaba que los rostros y los ojos expresaban mucho más. Aun así, la explosión de colores que salía de las hileras de parterres circulares le hicieron agarrar la cámara. A su madre le encantaban las rosas y no podía desaprovechar la oportunidad de sacar esas fotografías, sobre todo cuando su cumpleaños sería el próximo mes.

Mientras se dirigía hacia la fuente, enfocó una flor, una exuberante rosa naranja que le recordó al cielo de una puesta de sol y, satisfecho por haber capturado la imagen, miró a su alrededor. Una pérgola cubierta de rosas blancas. Una pareja de ancianos se agarraba de la mano junto a un rosal amarillo. Y…

Tristan reaccionó tarde.

Una alta y elegante figura se encontraba entre las rosas rosas; su camisa era del mismo tono pálido de los pétalos y toda ella parecía ser una extensión de las propias flores.

El juego de luces y sombras lo ayudó a componer una toma fantástica.

Un cabello color avellana a la altura de la cintura resplandecía bajo los rayos del sol como la teca brillante, un completo contraste con las suaves y cálidas formas y colores pastel que la rodeaban.

Cautivado por la escena, tomó una foto tras otra.

Ella parecía ajena a su presencia y por eso Tristan aprovechó y se movió para fotografiarla desde distintos ángulos.

Hizo zoom para centrarse en su rostro y captó unos grandes ojos azules enmarcados por espesas pestañas que se fijaban en los delicados pétalos de una rosa. El pulso se le aceleró mientras sacaba la foto.

Unos labios rosas y exuberantes se curvaron en una amplia sonrisa que Tristan quiso saborear y cuando ella se agachó para oler la rosa, el escote de su camisa se abrió dejándole ver una cautivadora piel marfil y un sujetador de encaje blanco.

Precioso… precioso.

Y excitante…

Se puso derecha y se estiró la falda, que le llegaba a las rodillas.

¡Tenía unas piernas fantásticas!

Amplió la imagen, sacó unas cuantas fotografías más y fue a reunirse con ella. Bajo ningún concepto dejaría pasar la oportunidad de conocer a esa chica.

–Hola –dijo Tristan.

No fueron exactamente unas palabras memorables, pero ella lo había dejado sin habla y en blanco y hacía una década que eso no le sucedía.

–Hola –sus brillantes ojos azules casi lo hicieron caer al suelo–. Estaba esperándote.

Ésa sí que era una gran frase. Tristan no creía en el amor a primera vista, pero el deseo a primera vista era otra cosa. Él esbozó una sonrisa… la misma que siempre le hacía conseguir todo aquello que quería.

–Soy Tristan MacGregor.

–Un placer conocerte –cuando ella le estrechó la mano, un fuerte calor le recorrió las venas–. Soy Jayne Cavendish. La prometida de Rich.

CAPÍTULO 2

«POR favor, contesta, por favor, contesta, por favor…».

Domingo por la tarde. Jayne se aferraba al teléfono. Quería hablar con alguien sobre lo que había sucedido el día anterior en la tetería, pero aún no había logrado contactar con ninguna de sus amigas.

¿Cómo no había podido conocer al verdadero Rich?

Sin embargo, Jayne conocía la respuesta: había dejado que su deseo de ser felices para siempre nublara su juicio. Pero eso no volvería a suceder jamás.

Aun así, la conocida sensación de sentirse un despojo volvió a apoderarse de ella. La habían rechazado y sustituido por otra… por alguien mejor. Ojalá no hubiera sido tan confiada e inocente.

Se oyó un clic al otro lado de la línea. «Gracias a Dios».