La futura reina - Siete días a la semana - Felices juntos - Melissa Mcclone - E-Book

La futura reina - Siete días a la semana - Felices juntos E-Book

Melissa McClone

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Beschreibung

La futura reina Melissa Mcclone A Izzy, mecánica de coches, casi se le cayó la llave inglesa cuando un apuesto príncipe apareció en su taller mecánico para anunciarle… que era su marido. Jamás se le había pasado por la cabeza convertirse en princesa, aunque no podía evitar la atracción que sentía por el príncipe Niko. Siete días a la semana Jennie Adams Dan Frazier, un importante ejecutivo, estaba muy ocupado con sus cinco hijos. Compaginar su trabajo con cambiar pañales le estaba pasando factura. ¡La niñera Jess Baker no podía haber aparecido en mejor momento! A pesar de que Jess también tenía un bebé, parecía capaz de hacer magia: cocinaba comida exquisita, acababa con la pila de ropa sucia, organizaba excursiones familiares… Hasta que un día la relación entre Dan y Jess se convirtió en algo más. Felices juntos Myrna Mackenzie Cuando la exmodelo Ivy apareció en el rancho de Noah, él se preguntó por qué una mujer tan guapa quería trabajar con vacas y no en una pasarela. Ivy necesitaba reunir el dinero suficiente para pagar sus deudas y, además, no podía evitar que se le partiera el corazón cada vez que veía a la hija pequeña de Noah.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 467 - diciembre 2018

© 2011 Melissa Martinez McClone

La futura reina

Título original: Expecting Royal Twins!

© 2011 Jennie Adams

Siete días a la semana

Título original: Daycare Mom to Wife

© 2010 Myrna Topol

Felices juntos

Título original: Cowgirl Makes Three

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2011

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-755-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

La futura reina

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Siete días a la semana

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Felices juntos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

NIKOLA Tomislav Kresimir, príncipe heredero de Vernonia, pasó por el lado del ayudante de su padre y de dos vigilantes de palacio haciendo guardia. Tan pronto como entró en el despacho del rey, Niko oyó la puerta cerrarse a sus espaldas.

Hizo una mueca. No tenía tiempo para nada más. La conferencia sobre comercio que iba a tener lugar próximamente estaba siendo una pesadilla. La princesa Julianna de Aliestle le estaba esperando para almorzar.

Cada vez que el rey le llamaba su apretado calendario sufría por ello durante el resto del día, a veces incluso semanas. Eso sin contar lo mucho que el protocolo real le obstaculizaba la tarea que se había impuesto: transformar un país provinciano en un estado moderno. Sin embargo, obedecía las órdenes de su padre, por respeto y también por el bien de la nación.

El rey Dmitar, sentado detrás de su escritorio de caoba, miraba un sobre de papel manila que tenía en las manos. Sus cabellos, antiguamente negros, se habían tornado tan blancos como las cimas de los Balcanes y los Cárpatos. El rostro, como el de su hijo, era tan escabroso como las mismas montañas. Las gafas de montura metálica le hacían parecer más un profesor que un soldado o un rey que había pasado la mayor parte de su reinado intentando unificar su país.

Niko se detuvo a tres metros de distancia… y esperó.

El aire que entraba por una ventana abierta arrastraba el aroma de las flores de los jardines reales, mucho más agradable que el olor a pólvora y el repugnante olor a sangre que viciaban el aire del palacio un tiempo atrás.

Habían transcurrido cinco años desde la ratificación del tratado de paz. A pesar de que, de vez en cuando, se agudizaban las tensiones entre los dos bandos contrincantes, reinaba la paz. Y él se había propuesto que así fuese siempre. No obstante, una Vernonia unificada era un sueño lejano; en realidad, un cuento de hadas.

Como no quería seguir perdiendo el tiempo, carraspeó.

Su padre levantó la mirada, las ojeras visibles en un rostro surcado por las arrugas. El conflicto le había envejecido, y también el sufrimiento. Sin embargo, sus labios se curvaron en una desacostumbrada sonrisa.

–Tengo buenas noticias, hijo.

La mejor noticia que podían darle era que Vernonia hubiera sido aceptada en la Unión Europea, pero sabía que aún tenían que mejorar algunos aspectos del país para que eso ocurriera.

–He pasado la mañana estudiando las propuestas de las delegaciones de comercio –dijo Niko acercándose al escritorio–. Agradecería una buena noticia, papá.

–Han localizado la caja de tu prometida.

Niko asimiló la inesperada noticia. Respetaba las tradiciones; pero que algo tan importante como su matrimonio dependiera de una costumbre tan trasnochada como entregarle a la novia el día de la boda una reliquia, le irritaba.

–¿Estás seguro de que es mía?

–Tan seguro como es posible estarlo sin tener la caja en las manos.

Hacía veinte años que la caja de su prometida estaba perdida, desde que la disolución de la Unión Soviética ocasionara tantos trastornos en los países balcánicos. Vernonia había evitado las guerras étnicas, pero los actos terroristas habían conducido a una guerra civil que había destrozado el país y su economía.

–¿Dónde está la caja?

–En Estados Unidos –respondió su padre volviendo a clavar los ojos en los papeles que tenía en la mano–. En Charlotte, Carolina del Norte.

–Bastante lejos de aquí.

–Sí.

El lugar carecía de importancia. Lo importante era que tendría la caja y así cumplir con la tradición y satisfacer a su padre. Nada se interpondría entre su matrimonio con Julianna y él. Por fin, podría cumplir con su deber, tal y como el pueblo y su padre le exigían.

–¿Cómo se ha encontrado la caja?

–Por Internet –respondió su padre revolviendo los papeles–. Alguien ha preguntado por la llave en un foro de antigüedades. Después de cerciorarse de que nuestro interés era sincero, se nos envió una foto, que confirmó nuestras sospechas. Es tu caja.

–Increíble –Niko pensó, con ironía, en la cantidad de investigadores privados y cazadores de fortunas a quienes se había contratado para encontrarla–. La tecnología al rescate de una vieja tradición.

–La tecnología es útil, pero nuestro pueblo desea que se respete la tradición. Será mejor que no lo olvides cuando reines.

–Todo lo que he hecho hasta ahora en la vida ha sido por Vernonia –su familia había regentado el país durante ocho siglos. El deber se anteponía a todo–. Pero si queremos tener éxito en el siglo xxi, debemos modernizarnos.

–Pero, a pesar de ello, has accedido a un matrimonio de conveniencia.

Niko se encogió de hombros. Su matrimonio haría de puente entre el pasado y el futuro. La publicidad de una boda real sería buena para la industria del turismo. Aprovecharía cualquier cosa para beneficiar a Vernonia.

–Puede que no sea un entusiasta de la tradición, papá, pero siempre haré lo que sea mejor para la nación.

–Lo mismo que yo –su padre dejó los papeles encima del escritorio–. Tienes la llave, ¿verdad?

–Sí, por supuesto –llevaba la llave colgada al cuello de una cadena desde hacía más de veinte años, lo único que había cambiado era el tamaño de la cadena. Se sacó de debajo de la camisa una llave mezcla de cruz y corazón soldados–. ¿Puedo quitarme ya la cadena?

–No –respondió su padre con energía–. Cuando vayas a Carolina del Norte mañana, necesitarás la llave contigo.

–Envía a Jovan. Yo no puedo ir en este momento a Estados Unidos, es preciso que esté aquí –objetó Niko–. Tengo el calendario muy apretado. Además, la princesa Julianna está aquí.

–Es tu caja –declaró su padre–. Serás tú quien la traiga. El viaje ya está preparado. A tu ayudante se le darán los detalles del itinerario y la información necesaria.

Niko se mordió la lengua. Seguir protestando sería inútil.

–Bien. Pero eres consciente de que yo nunca he visto la caja, ¿verdad?

–La has visto. Eras un niño, por eso no te acuerdas.

Lo que Niko recordaba de la infancia era la guerra, algo que quería y esperaba olvidar.

–Papá, ¿quieres que le pida la mano a Julianna antes de salir para Estados Unidos o después, a la vuelta?

El rostro del rey enrojeció.

–No habrá petición de mano oficial.

–¿Qué? –Niko hizo un esfuerzo por no alzar la voz–. Llevamos meses de negociaciones con Aliestle. Incluso los separatistas están a favor de nuestro matrimonio, desde que el rey Alaric les prestó su apoyo durante el conflicto. El único obstáculo a nuestro matrimonio ha sido la caja. Un retraso les preocuparía…

–Nada de petición de mano.

La frustración de Niko aumentó. Había tardado casi un año en encontrar una prometida adecuada.

–Tú mismo dijiste que Julianna sería perfecta como esposa y futura reina de Vernonia, por eso ha sido tan importante encontrar la caja.

–Julianna sería una reina más que adecuada, pero… –su padre se quitó las gafas y se frotó los ojos–. ¿Estás enamorado de ella?

¿Enamorado? Le sorprendió que su padre mostrara interés en eso, su propio matrimonio había sido de conveniencia. Desde la muerte de su hermano mayor, Stefan, durante el conflicto, había renunciado a casarse por amor.

–Nos llevamos bien. Julianna es hermosa e inteligente. Será una buena esposa –declaró Niko con sinceridad. Como príncipe heredero, se casaría por el bien de Vernonia, no por interés propio–. La publicidad que acompañará a la boda será buena para el sector turístico. Pero, sobre todo, una alianza con Aliestle procurará a Vernonia la capital que necesita para completar su reconstrucción. Eso le dará un impulso a nuestra solicitud de ingreso en la Unión Europea.

–Lo has considerado todo.

Niko bajó la cabeza.

–Como tú mismo me has enseñado, papá.

–Y Julianna… ¿qué siente por ti?

–Julianna… me tiene cariño –respondió Niko con cuidado–. Lo mismo que yo a ella. Es consciente de sus obligaciones.

–¿Está enamorada de ti?

Incómodo, Niko cambió el peso su cuerpo de una pierna a otra.

–Nunca me habías hablado del amor, sólo del deber y de la importancia de un matrimonio real.

–Eres suficientemente mayor para saber si una mujer te quiere o no. Contesta a mi pregunta.

–No, no está enamorada de mí.

–Bien.

–Papá, no comprendo a qué viene esto. Ha ocurrido algo respecto a las relaciones entre Vernonia y Aliestle que…

–No, nada ha cambiado respecto a eso –su padre lanzó un suspiro–. Sin embargo, ha surgido una ligera complicación en lo que a tu matrimonio con Julianna se refiere.

Niko se puso tenso.

–¿Qué complicación?

 

 

En un taller mecánico en Charlotte, Carolina del Norte, sonaba en la radio una canción de Brad Paisley. Olía a grasa, gasolina y aceite.

Isabel Poussard se inclinó sobre el motor del Chevrolet 350. El tornillo que tenía que quitar se le estaba resistiendo, pero no iba a pedir ayuda. Quería que el resto de los empleados del taller la trataran de igual a igual, no como a una mujer incapaz de solucionar los problemas sin ayuda.

Ajustó la llave inglesa.

–Vamos, gira.

Un mechón de cabello castaño claro le cayó sobre el ojo, tapándoselo. Maldita cola de caballo. Lo primero que iba a hacer cuando tuviera dinero era ir a la peluquería a cortarse el pelo, ya que no se atrevía a cortárselo ella misma. Durante años, se lo había cortado su tío Frank, haciéndola parecer más un chico que una chica.

Izzy se colocó el mechón de pelo detrás de la oreja. Hizo todo lo que pudo por hacer girar el tornillo, pero le sudaba la mano y se le cayó la llave inglesa.

–Si eres incapaz de soltar un tornillo, nunca vas a conseguir que te contraten de mecánico de coches de carreras –se dijo a sí misma tras lanzar un suspiro de frustración.

El sueño de su tío Frank había sido ser mecánico de coches de carreras, pero un aneurisma le quitó la vida. Ahora, era ella quien iba a hacer realidad aquel sueño. Su tío se había pasado la vida cuidándola, enseñándole lo que sabía y compartiendo con ella su pasión por los coches. En más de una ocasión le habían propuesto formar parte de un equipo de mecánicos de coches de carreras, pero Frank no había querido dejarla sola. Por tanto, eso era lo mínimo que podía hacer por él.

Y lo conseguiría, estaba segura de ello.

Agarró la llave inglesa, la sujetó con fuerza y volvió a intentar aflojar el tornillo. ¡Y lo consiguió!

–Eh, Izzy –le gritó el hijo del jefe y su mejor amigo, Boyd, para hacerse oír por encima de la radio–. Unas personas quieren verte.

Se estaba corriendo la voz sobre su habilidad como mecánico de coches. No sólo podía arreglar motores viejos, sino también los nuevos híbridos. El hecho de que se le dieran bien los ordenadores y la electrónica, además del diagnóstico de los problemas de los motores, estaba trayendo nueva clientela a diario. Su jefe, Rowdy, estaba tan contento con ella que le había subido el sueldo. Si todo seguía así, en cuestión de meses tendría dinero suficiente y se matricularía en una de las escuelas especiales en las que se preparaban los mecánicos de coches de carreras.

Con una sonrisa, dejó la llave inglesa y el tornillo encima de su caja de herramientas y salió del taller. Se llenó los pulmones de aire fresco y el sol le calentó el rostro. Le encantaba la primavera.

En frente vio una limusina brillando bajo el sol. Los cristales oscuros escondían la identidad de los pasajeros, pero cerca había unos policías uniformados.

Izzy se limpió la grasa de las manos en la pernera de los pantalones del mono mientras uno de los policías la miraba de arriba abajo. Un chófer rodeó el coche y abrió una de las portezuelas posteriores. Del coche salió un hombre rubio trajeado impecablemente, lucía unos exquisitos zapatos negros. Era guapo, de belleza clásica, pero su atractivo era algo soso, como el helado de vainilla. Le gustaban los hombres menos… guapos, con algo más de… personalidad.

–¿Isabel Poussard? –le preguntó el hombre.

Se puso tensa. Todo el mundo la llamaba Izzy. Su tío Frank siempre había insistido en que tuviera cuidado con los desconocidos, se había preocupado mucho por ella y había sido muy protector. Sabía que, si estuviera vivo y allí con ella, ahora haría lo mismo.

Izzy alzó la barbilla.

–¿Quién quiere saberlo?

Unos cálidos ojos castaños se clavaron en los suyos. El tipo no parecía intimidado, sino casi divertido.

–Soy Jovan Novak, secretario de Su Alteza Real el príncipe heredero Nikola Tomislav Kresimir.

El acento de Jovan parecía europeo. Extraño, ya que ésa era zona de NASCAR, no de Fórmula 1.

–No sé quién es.

–El príncipe heredero de Vernonia.

–Vernonia –el nombre le resultaba vagamente familiar. Tras pensar unos segundos, lo recordó–. Ah, es uno de esos países balcánicos con castillos de cuentos de hadas y cumbres nevadas. Hubo una guerra civil allí.

–Sí.

–Eh, Izzy –gritó Boyd a sus espaldas–. ¿Necesitas ayuda?

Izzi volvió el rostro y clavó los ojos en el hombre oso con un martillo de madera en la mano y curiosidad en la mirada. Sonrió. Le gustaba que Boyd la tratase como a una hermana pequeña; sobre todo, ahora que ya no tenía familia.

–No, todavía no, Boyd, pero te avisaré si la necesito.

–Isabel. Izzy –con una sonrisa que le llegó a los ojos, Jovan inclinó la cabeza–. Es un placer conocerla, Al…

–¿Necesita su coche alguna reparación? –preguntó ella, sin comprender por qué ese hombre parecía contento de verla. La mayoría de sus clientes se limitaba a hablar con ella sobre los problemas de sus coches. Algunos, simplemente, la ignoraban. Otros hombres, los que hacían lo posible por hablar con ella, solían acabar proponiéndole el matrimonio–. ¿O se trata de otra cosa? La verdad es que tengo mucho trabajo ahora.

–Un momento, por favor –Jovan se agachó y metió la cabeza en la limusina.

Transcurrieron los segundos. Ella se impacientó. Tenía que terminar con el Chevrolet para poder empezar con el Dodge. También había una madre con cuatro hijos que estaba esperando a que le arreglara la minifurgoneta.

Por fin, Jovan sacó la cabeza de la limusina.

Otro hombre con traje oscuro salió del vehículo. Izzy le examinó con la mirada… y le tembló el cuerpo entero.

El hombre, como poco, debía medir un metro ochenta y tres, el pelo castaño le llegaba a los hombros y tenía unos penetrantes ojos azul verdoso rodeados de oscuras pestañas.

Izzy se enderezó, como si un centímetro pudiera acercarla a la altura de él. Incluso así la cabeza apenas podría rozar la barbilla del hombre.

Y qué barbilla, pensó Izzy tragando saliva.

Nariz potente, pómulos pronunciados, cejas oscuras. Rasgos duros que, combinados, producían un hermoso rostro, a pesar de una cicatriz en la mejilla derecha.

Hablando de personalidad. A ese hombre le sobraba por todas partes.

Por supuesto, a ella le daba igual.

Como había pasado la vida rodeada de hombres, mecánicos de coches, sabía cómo pensaban y actuaban. El que tenía delante, con ese excelente traje y relucientes zapatos, no podía dar más que problemas. Y también era peligroso.

La limusina, la ropa cara, los empleados y la policía acompañándole indicaban que vivía en un mundo completamente diferente al suyo; un mundo en el que ella sólo podía ser como una sirvienta, un papel de pared o, peor, un ligue de una noche. Le resultaba incómodo tratar con gente rica. No quería tener nada que ver con él.

Pero no le molestaba mirarle. Ese hombre era digno de las portadas de las revistas. Se movía con la gracia y agilidad de un atleta. El traje le hizo preguntarse cómo sería debajo de la ropa.

El resto de la gente pareció desvanecerse.

–Usted es Isabel Poussard –su acento, una mezcla de inglés británico y otra cosa, la derritió.

Izzy asintió.

–Usted sabe mi nombre, pero yo no sé el suyo.

–Soy el príncipe Nikola de Vernonia.

–¿Un príncipe?

–Sí.

Suponía que un príncipe llevaría escolta e iría acompañado de un secretario, pero aquélla era la clase de broma que Boyd podía estarle gastando para reírse de ella el resto de la vida. Miró a su alrededor por si veía alguna cámara oculta.

–¿Me están tomando el pelo?

Jovan sonrió traviesamente.

Nikola apretó los labios con fuerza.

–No.

Pensándolo bien, no creía que la policía participara en una broma. Sin embargo, le costaba creer que la realeza visitara el taller de Rowdy. No era la peor zona de la ciudad, pero tampoco era la mejor.

–¿Tengo que llamarle Alteza o algo así?

–Niko es suficiente –respondió él.

–Bien, Niko, ¿a qué ha venido?

Jovan fue a hablar, pero Niko alzó una mano, silenciándole.

–En Internet, inició la búsqueda de la llave de una caja –dijo Niko–. La caja es mía.

Izzy echó la cabeza hacia atrás para hacer como si le mirase de arriba abajo.

–No, no lo creo. La caja era de mi madre, lo que quiero es la llave.

–Sé que quiere la llave, pero la caja de la foto nunca le perteneció a su madre.

¡Cielos! Rowdy y Boyd le habían dicho que, si ponía un anuncio en Internet, recibiría todo tipo de respuestas, algunas extrañas. Pero sólo una persona se había puesto en contacto con ella y le había descrito la caja a la perfección, por eso ella había enviado una foto de la caja.

–¿Es usted SMRDK?

–Ése es mi padre –respondió Niko–. Su Majestad el rey Dmitar Kresimir.

Ya, como si un rey fuera a enviarle un mensaje por correo electrónico a una perfecta desconocida respecto a una caja de madera, por bonita que fuera. Para ella, sólo tenía valor sentimental, pero quizá tuviera valor económico también.

–Como le he dicho, la caja es mía.

–Quizá lo sea, pero sólo porque yo se la di.

Eso era una ridiculez. La caja era lo único que tenía de su madre, que había muerto cuando ella era muy pequeña. Por eso se había puesto a buscar la llave, para abrir la parte inferior de la caja y ver si había algo dentro. Ahora que su tío Frank también había muerto, no tenía familia ni sabía nada de su pasado. Quería averiguar algo, lo que fuera.

Izzy enderezó los hombros.

–He oído hablar de Vernonia, pero jamás he estado allí. Estoy segura de que nunca nos hemos visto. La caja ha estado siempre en mi posesión.

–La caja ha estado en su posesión veintitrés años para ser exactos –declaró Niko–. Se la di yo cuando usted era un bebé.

–Un bebé –repitió ella como si así pudiera darle sentido a aquella conversación. No pudo. Y ese hombre no podía ser mucho mayor que ella, lo que significaba que también había sido un niño. Una ridiculez.

–Sí, sé que debe parecerle una locura –admitió Niko.

–Así es.

–Le aseguro que no estoy loco –dijo Niko, y entonces miró a su secretario–. ¿No es verdad, Jovan?

–No está loco –dijo Jovan, aunque parecía estarse divirtiendo con lo que estaba presenciando.

–Supongo que le pagan para mostrarse de acuerdo con él –declaró Izzy, irritada.

–Sí, pero también soy abogado y eso me confiere cierta credibilidad.

–No necesariamente. Creo que los dos están locos –dijo ella–. De todos modos, imaginemos por un momento que dicen la verdad…

–Es la verdad –le interrumpió Niko.

Izzy respiró profundamente para controlar su creciente irritación.

–¿Por qué dar una caja a un bebé? ¿Qué significado tenía ese gesto?

–Es la costumbre.

–¿La costumbre? –repitió ella confusa.

–La tradición –le aclaró Niko–. Cuando el príncipe de Vernonia se casa, el día de la boda le otorga a su esposa esa caja.

–Eso sigue sin explicar por qué me dio la caja.

–Porque soy su marido.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

–¿MI MARIDO? –la voz se le quebró. De no tratarse de algo tan serio, su expresión habría sido cómica.

–Sí –Niko comprendía su perplejidad, a él mismo le había trastocado enterarse de que tenía esposa. Pero ambos necesitaban poner remedio a esa «complicación» rápidamente, sólo así podría casarse con Julianna y ayudar a su país–. Ya sé que es difícil aceptar algo así.

–¿Aceptar? –unos ojos castaños se clavaron en él–. Venga, Niko, o quienquiera que sea, corte el rollo y dígame de qué va esto.

Niko se quedó mirando a una Isabel sucia, con un mono de trabajo grande, una cola de caballo hacia un lado y grasa en las manos y en las mejillas. Podía ser incluso atractiva, con ese rostro ovalado, pómulos salientes y ojos expresivos, si no fuera vestida como un hombre y estuviera cubierta de grasa de motor de coche.

–Venga, Niko, suéltelo ya –insistió ella llevándose las manos a las caderas.

No le sorprendía su falta de protocolo ni de modales, pero sí la fuerza de su voz.

–Estoy diciendo la verdad. Soy su marido.

–Ya se lo he dicho, no le he visto nunca –dijo ella–. Así que es imposible que estemos casados.

–Es posible y lo estamos. Lo que ocurre es que no se acuerda.

Isabel le miró fijamente a los ojos.

–Creo que, si me hubiera casado, me acordaría.

–No si sólo tenía unos meses de edad.

–¿Qué?

–Yo sólo tenía seis años cuando nos casamos, tampoco lo recuerdo bien.

Prácticamente no se acordaba de nada, pero necesitaba convencer a Isabel de que era verdad lo ocurrido hacía veintitrés años.

–¿Niños casándose? –dijo ella furiosa–. La ley va en contra de esas cosas.

–Sí, y hoy en día también es ilegal en Vernonia, pero veintitrés años atrás no lo era.

–Esto es una locura –declaró ella alzando la voz–. Yo soy americana.

–Su madre era americana, pero su padre era de Vernonia.

–Mi padre… Ahora estoy convencida de que está mintiendo, el nombre de mi padre no figura en mi partida de nacimiento. No tengo ni idea de quién era mi padre.

El resentimiento que se notaba en su voz sugería que Isabel estaba diciendo la verdad. No tenía motivos para mentir; por el contrario, tenía mucho que ganar si aceptaba lo que él le estaba diciendo. Su respeto por ella aumentó. Oportunistas o no, muchas mujeres habrían dado cualquier cosa por ser su esposa.

–Puedo demostrarlo.

–Se refiere a la caja –dijo ella.

–Sí, me refiero a la caja, pero también a un documento y a una fotografía.

Los ojos de Isabel brillaron de curiosidad.

–¿Qué documento?

Niko se volvió a Jovan, que sacó una cartera aplastada de cuero del bolsillo interior de la chaqueta y se la dio con burlona reverencia.

Mientras Niko abría la cartera, advirtió la presencia de dos hombres vestidos con mono de trabajo observándoles desde el taller.

Sin duda, la limusina y los coches de policía estaban llamando la atención. Él quería evitar la aparición de los medios de comunicación a toda costa. La anulación del matrimonio debía llevarse acabo con toda discreción. Antes de salir para Estados Unidos, le había explicado la situación a Julianna, pero no todos en Aliestle se mostrarían comprensivos si vieran en la portada de una revista el rostro de «su esposa». No quería arriesgarse a perder a Julianna ni las ventajas que ésta podía suponer para Vernonia.

–Preferiría seguir hablando de esto en privado. ¿Le parece bien que entremos a la limusina?

Isabel le lanzó una furibunda mirada.

–¿Le parezco la clase de mujer que se mete en un coche con un desconocido?

–Puede que sea un desconocido, pero soy su esposo.

–Eso está por ver. Y aquí, seguiremos hablando aquí.

Niko necesitaba la cooperación de ella, lo último que necesitaba era enfadarla más de lo que ya estaba.

–Está bien, nos quedaremos aquí –entonces, sacó dos papeles de la cartera de cuero–. Me he tomado la libertad de encargar la traducción del certificado de matrimonio.

Isabel le miró con gesto de cansancio.

–Así que el certificado de matrimonio, ¿eh?

–Compruébelo –respondió él dándole los papeles.

Isabel agarró los documentos y los leyó detenidamente. A él le gustó que fuera tan minuciosa. Ahora, lo único que necesitaba era su conformidad. Eso podía llevarle tiempo; sobre todo, teniendo en cuenta que aún no le había explicado la situación.

–El certificado parece auténtico –declaró Isabel.

–Lo es.

–Pero está mal, mi madre jamás estuvo casada –declaró ella señalando con un dedo la línea en la que estaba escrito el nombre de su madre.

Niko titubeó.

Aquella «complicación» podía tener grandes repercusiones. Isabel creía que era cien por cien americana, pero no lo era. También era vernoniana, la última del linaje real de los Sachestian. Su familia procedía de Sachestia, una región al norte del país. Isabel se merecía saber la verdad.

–Su madre, Evangeline Poussard, era una estudiante universitaria americana. Estaba viajando por Europa cuando conoció al príncipe Alexander Zvonimir –el día anterior, sus padres le habían explicado lo ocurrido con el fin de que él pudiera explicárselo a su vez a Isabel–. Se enamoraron y se casaron en secreto.

Ella le miró como si se hubiera vuelto loco.

–¿Que mi madre estaba casada con un príncipe?

–Sí.

Isabel retorció los labios. Parecía como si estuviera conteniendo una carcajada.

–Supongo que ahora va a decirme que alguien que se parece a Julie Andrews es, además de mi abuela, la reina, ¿eh?

Niko no tenía idea de lo que había querido decir Isabel. Sabía quién era esa actriz, pero no entendía el comentario. Volvió la cabeza y, con una mirada, le pidió a Jovan una explicación.

–Los diarios de la princesa –explicó Jovan–. Una serie de libros y películas sobre una americana que descubre que es princesa.

Niko nunca había oído hablar de esos libros ni películas, pero ahora comprendía la referencia por lo menos.

–Mi madre es la reina –le dijo a Isabel–. Y aunque le encantaría ser abuela, le aseguro que no se parece en nada a Mary Poppins.

Isabel ni siquiera sonrió. En vez de ello, sacudió la cabeza.

–Lo siento, pero no creo nada de todo esto.

–Por increíble que le parezca, es la verdad.

Mientras Isabel volvía a examinar los documentos, el ceño se le arrugó. A él eso le enterneció. Ahora ella parecía menos segura de sí misma, más abierta a considerar otras posibilidades.

–Supongamos que mi madre estuviera casada con este príncipe y que él es mi padre, ¿por qué me tuvo mi madre en América? –preguntó Isabel.

–No la tuvo en América –respondió Niko–. Usted nació en Vernonia.

–Mi certificado de nacimiento dice que nací en Estados Unidos. Tengo una copia –declaró Isabel, y apretó los labios–. Uno de los documentos es falso, supongo que el falso es el suyo.

–Puede suponer lo que quiera, pero el falso es el suyo –contestó Niko–. Dada la inquietud política en Vernonia cuando usted nació, no me extrañaría que sus padres le hubieran hecho otra partida de nacimiento omitiendo tanto Vernonia como el nombre del príncipe Alexander.

–Habla como si creyera lo que dice –comentó ella con incredulidad–. Como si creyera que el príncipe Alexander fuera mi padre.

–Así es –dijo Niko con firmeza–. Creo que usted es la princesa Isabel Poussard Zvonimir Kresimir.

–¿Tengo aspecto de ser una princesa?

–Tiene aspecto de mecánico de coche, pero eso no cambia nada. Usted es una princesa de Vernonia y mi esposa.

Isabel clavó los ojos en el certificado de matrimonio.

–En ese caso, ¿cómo vine a parar aquí?

–Eso es lo que nos gustaría saber a todos –admitió Niko–. Unos empleados de mi padre han estado intentando averiguarlo.

–¿Dónde creían que estaba, hasta ahora? –Isabel arqueó las cejas.

–Enterrada en el cementerio de su familia.

Isabel pareció horrorizada momentáneamente.

–¿Creían que estaba muerta?

–Yo no. Era demasiado pequeño para acordarme de usted, pero todo el mundo en Vernonia creía que usted había muerto junto con sus padres en el coche que estalló por una bomba un mes después de nuestra boda.

–¿Un coche que estalló por una bomba?

–Lanzada por los Localistas, que no eran más que unos terroristas. Eran tiempos difíciles, con dos grupos defendiendo diferentes linajes reales. Pero eso era el pasado.

La vio arrugar la frente una vez más. Buena señal, eso quería decir que estaba pensando en lo que le había dicho.

–Está bien, supongo que usted es alguien; de lo contrario, no tendría una limusina, un ayudante abogado y escolta. Y también sabe el nombre de mi madre, pero se ha equivocado de persona. La Evangeline Poussard que era mi madre nunca fue a Europa, ni se casó, ni dejó que su bebé se casara. Y murió en el parto, no debido a un acto terrorista.

–¿Qué hay de la caja? –preguntó Niko.

–No lo sé. Quizá haya más de una caja así. Quizá la suya sea idéntica a la de mi madre –Isabel le devolvió los papeles–. Escuche, no puedo seguir hablando de este asunto, tengo mucho trabajo.

–Isabel…

Pero ella ya se estaba alejando.

Esa mujer era insufrible. Le dieron ganas de meterse en la limusina y olvidarlo todo. Pero no podía hacer eso, existía entre ellos un vínculo. Tenía que deshacerlo.

–Espere.

Isabel apresuró el paso. La mayoría de las mujeres corrían hacia él, no se alejaban de él corriendo. Pero tenía la impresión de que Isabel era diferente al resto de las mujeres que había conocido hasta el momento.

–Por favor, Isabel.

Ella se detuvo, pero no se volvió.

Niko hizo un esfuerzo por mantener la calma.

–Antes de marcharse, mire esta fotografía, por favor.

–¿Qué fotografía? –preguntó Isabel volviendo la cabeza.

Esa mujer le hacía sentirse un lacayo en vez de un príncipe, pensó de malas mientras sacaba una foto de la cartera de cuero.

–La foto de nuestra boda.

–Escuche, como ya le he dicho, tengo mucho trabajo y no estoy para bromas.

–No se trata de una broma –el viejo taller mecánico necesitaba un tejado nuevo y una mano de pintura. Se preguntó si la situación económica de Isabel era parecida a la del taller donde trabajaba–. Le daré cien dólares por cinco minutos de su tiempo.

–¿Lo dice en serio? –Isabel enderezó la espalda.

–Completamente –respondió él sacando de la cartera un billete de cien dólares.

Isabel se apresuró hacia él con los ojos fijos en el billete.

–Está loco. Pero por ese dinero soy capaz de concederle hasta siete minutos –Isabel le arrebató el billete y se lo metió en el bolsillo del mono–. Enséñeme la foto.

Niko le dio la fotografía.

–Usted es el bebé con el faldón blanco y la tiara. Quien la tiene en brazos es su madre. Su padre está a su derecha. Sus abuelos paternos están al lado de su padre.

–Esto parece más la foto de un bautismo que de una boda –comentó Isabel sin dar muestras de reconocer a su madre.

–Eso es porque era un bebé –Niko repitió lo que su madre le había dicho–: Los que salen en la foto posan a la manera tradicional en las bodas, con el novio y la novia en el centro y las familias de ambos a los lados.

Isabel empequeñeció los ojos.

–¿Usted es el niño con la banda azul cruzada?

–Sí.

Isabel alzó los ojos y le miró.

–No se parece mucho.

–La foto es de hace veintitrés años.

–No parecía muy contento.

Niko tampoco estaba contento en ese momento. Quería quitarse esa complicación de encima. A ella.

–Supongo que a ningún niño de seis años le hace gracia casarse.

–¿Quién es el otro chico? –preguntó ella.

–Mi hermano mayor.

–¿Por qué no casaron al bebé con él? –preguntó ella.

Niko tomó nota de que Isabel se había dirigido al bebé en tercera persona. Respiró profundamente, para no perder la calma.

–Stefan era el príncipe heredero y ya estaba desposado.

–¿Era? –preguntó ella alzando los ojos.

–Stefan murió durante el conflicto hace siete años.

–Lo siento.

Niko no quería su compasión, sólo su cooperación.

–Todos los habitantes de Vernonia perdieron a personas queridas durante el conflicto. Mi intención es evitar que vuelva a ocurrir. Quiero la paz y la modernización del país.

–Objetivos muy nobles –Isabel volvió a examinar la foto–. Lo siento, pero me temo que ha hecho este viaje por nada. Mi tío Frank tenía una foto de mi madre, la única que se salvó tras el incendio de la casa de sus padres. Y, en la foto, no se parece en nada a esta señora.

Niko repasó mentalmente el informe sobre Isabel. No tenía ningún pariente vivo. Su madre había sido hija única y se había quedado huérfana a los diecinueve años, cuando sus padres murieron al descarrilar un tren. Los parientes de Isabel por parte de padre habían muerto durante el conflicto. En ninguna parte del árbol genealógico aparecía nadie llamado Frank.

–¿Quién es su tío Frank? –preguntó Niko.

–Frank Miroslav, el medio hermano de mi madre, mayor que ella –respondió Isabel–. Cuando mi madre murió, él se encargó de mí. Mi tío me crió.

Miroslav. Le sonaba el nombre, pero no tenía idea de qué relación tenía con Isabel ni con su madre. Miró a Jovan en busca de explicación.

–La familia Miroslav sirvió a la familia Zvonimir durante siglos –dijo Jovan–. Había fuertes lazos de unión y lealtad entre las dos familias, a pesar de que la relación fuera de criado y señor. Franko Miroslav era el chófer del príncipe Alexander, y yo llegaría incluso a decir que era su mejor amigo. Corrió el rumor de que Franko le presentó al príncipe a Evangeline Poussard.

Isabel se quedó boquiabierta. Cerró la boca.

–Eso explicaría cómo logró usted escapar de Vernonia y acabó aquí –dijo Niko mirando a Isabel–. Si utilizaron otro chófer y una muñeca, haciéndola pasar por usted, después de que usted se fuera del país…

–No –respondió ella apretando los labios–. La mujer de su foto no es mi madre.

–¿Está segura de que la mujer de la foto de su tío Frank es su madre? –le preguntó él mirándola fijamente. Pero le afectó la vulnerabilidad que vio en la expresión de ella–. Lo siento, Isabel. Me doy cuenta de que esto debe de ser muy difícil para usted.

–Lo que me ha contado es imposible. ¿Quién dejaría entrar en Estados Unidos a un chófer de Vernonia con un bebé? ¿De dónde iban a sacar una documentación falsa? No es posible. El tío Frank no era un chófer, no era un sirviente. El tío Frank era un mecánico de coches de una ciudad pequeña de los alrededores de Chicago, de una ciudad en la que se crió junto con mi madre, su hermana pequeña. El tío Frank era como un padre para mí. ¿Por qué me iba a haber mentido?

Niko respetaba que Isabel defendiera al hombre que la había criado. La lealtad a la familia era importante.

–Quizá Franko, su tío Frank, le ocultó la verdad para protegerla. Usted era una princesa. Un bando de Vernonia habría intentado asesinarla de haber sabido que vivía.

Un bando leal al padre de él, a pesar de que el rey no había aprobado sus métodos ni su violencia.

–Es difícil de creer.

–Hay una forma de convencerla de lo que he dicho.

–¿Cómo?

Niko se sacó la cadena de debajo de la camisa.

–Veamos si mi llave es la de la cerradura de la caja.

 

 

«Por favor, que no sea la llave, que no sea la llave, que no sea la llave».

Llevaba media hora repitiendo mentalmente esas palabras, desde que había ido a su casa en coche con Boyd y Jovan para recoger la caja. Ahora estaba sentada en el despacho de Rowdy con la caja de madera encima de las piernas esperando a que los demás se reunieran con ella.

Ese hombre había dicho que era su marido.

Se sentía casi mareada mientras agarraba la caja con incrustaciones de nácar.

Izzy Poussard… ¿una princesa y la esposa de un príncipe heredero?

No, imposible.

La puerta del despacho de Rowdy se abrió. Niko, Jovan y Rowdy entraron.

–Sólo tenemos que esperar unos minutos más, Izzy –le dijo Rowdy–. Duncan Moore está en camino.

–Gracias.

Le había pedido a Rowdy que llamara a uno de sus clientes, un abogado importante de Charlotte. Tenía que hablar con un abogado antes de que Niko y Jovan intentasen quitarle la caja. Niko le había sorprendido al ofrecerse para pagar la minuta del abogado. Ella no había querido aceptar, pero no le sobraba el dinero. Duncan Moore no sólo era uno de los mejores abogados de la ciudad, sino también uno de los más caros.

–Y gracias, Niko, por hacerte cargo de los gastos del abogado.

–De nada –respondió él.

Ella sonrió y Niko le devolvió la sonrisa. Sintió un hormigueo en el estómago. Oh, no, debía tener cuidado. Que le atrajera un hombre que decía ser su marido sólo complicaría la situación y podía conducirla a perder la propiedad de la caja.

–Duncan está aquí –anunció Rowdy.

Por fin, pensó Izzy.

Duncan Moore, calvo, de cincuenta y muchos años de edad y casado por tercera vez entró en el despacho.

–Perdonen la tardanza. Hola, Izzy –Duncan miró a Niko e inclinó la cabeza–. Alteza.

Niko asintió y dijo:

–Le presento a mi ayudante y abogado, Jovan Novak.

Duncan y Jovan se estrecharon la mano.

–Bueno, procedamos –dijo Niko.

La tensión en el despacho se cuadruplicó. A ella le temblaban tanto las piernas que la caja se balanceó hacia arriba y abajo. Dejó la caja encima del escritorio de Rowdy y abrió la tapa. Sacó una bandeja forrada de terciopelo para dejar al descubierto la cerradura.

–No me había dado cuenta de que la bandeja se sacaba ni de que había una cerradura hasta después de la muerte del tío Frank. Él me permitía mirar la caja, pero no me dejaba tocarla.

–¿Le dijo su tío que la caja era de su madre? –le preguntó Duncan.

–No, pero yo supuse que era de ella. El tío Frank sólo me dijo que era importante.

–Veamos cómo de importante –dijo Niko con la llave en la mano.

Entonces, introdujo la llave en la cerradura. A ella le dieron ganas de cerrar los ojos, pero se contentó con contener la respiración. Quería saber qué había en el interior de la parte inferior de la caja, pero no quería que fuera verdad nada de lo que el príncipe le había dicho.

Niko giró la llave. Se oyó un clic.

–Es la llave –anunció Niko.

Entonces, la parte inferior de la caja salió hacia fuera. Un cajón secreto.

–¡Vaya, qué sorpresa! –exclamó Rowdy.

Aunque llevaba años esperando a que llegara ese momento, ahora tenía miedo de mirar. Su curiosidad se había desvanecido. Le daba igual la caja. Lo único que quería era que todo volviera a ser como antes de que apareciera el príncipe Niko.

–Es la misma tiara –dijo Jovan desde el otro lado del despacho.

No. Isabel no quería verla, por eso cerró los ojos con fuerza. Le costaba respirar. Se estremeció.

Alguien le puso una mano en el hombro y se lo apretó. Rowdy. Él y Boyd podían ser muy protectores. Abrió los ojos, pero vio que era la mano de Niko, no la de su jefe.

–Isabel –dijo Niko con voz de preocupación–, ¿prefieres hacer esto en otro momento?

La ternura de su mirada hizo que unas lágrimas asomaran a sus ojos.

–No.

Asustada, Izzy miró en el pequeño cajón y, además de la tiara, vio unos papeles, fotografías y unas joyas.

Niko fue a tirar del cajón.

–Eh, señor, espere –gritó Duncan.

El príncipe retiró la mano.

–¿Me permiten que fotografíe el contenido del cajón antes de que se toque nada? –preguntó Duncan con una cámara en la mano–. Quiero documentarlo todo. Tanto por Izzy como por usted.

–Por supuesto –respondió Niko.

Al cabo de unos segundos, Duncan se apartó de la caja.

–Gracias, señor. Ya puede seguir.

En vez de hacerlo, Niko miró a Isabel.

–En algún momento de su vida, tus padres tenían la llave de la caja y metieron lo que hay dentro. Eres tú quien debería sacar el contenido.

Una súbita rabia se apoderó de ella. Había querido mucho al Frank, pero él le había ocultado su pasado. ¿Por qué? ¿No había confiado en ella? Quería saber por qué.

–Isabel…

–Lo haré, pero sólo porque necesito conocer la verdad.

Izzy sintió cuatro pares de ojos fijos en ella. No estaba acostumbrada a tanta atención. Tras respirar hondo, acercó la silla al escritorio y, con mano temblorosa, sacó la tiara de la caja.

–Es muy pequeña.

Niko asintió.

–Mis padres la encargaron para que la llevaras puesta el día de nuestra boda. Los brillantes pequeños representan los pueblos y las ciudades. Los tres brillantes más grandes nos representan a ti, a Vernonia y a mí.

Izzy dejó la tiara encima del escritorio. A continuación, sacó unas monedas, unos dólares en billetes, y colgante de brillantes, una pulsera de esmeraldas y tres preciosos anillos.

De ser auténticas, esas joyas valdrían una fortuna.

Entonces, agarró la foto de un hombre y una mujer.

–Ésos son tus padres –dijo Niko con voz queda.

Sus padres. Sin embargo, todavía no podía creerlo del todo. Se quedó mirando a la bien parecida pareja. Los dos sonreían y se agarraban la mano. Parecían más contentos que en la foto de la boda.

–La mujer es muy guapa.

–Tú te pareces a ella –dijo Rowdy.

–Ojalá.

–Te pareces a tu madre –dijo Niko–. Pero tienes los ojos de tu padre.

Izzy sintió una súbita excitación. Nunca le habían dicho que se parecía al tío Frank. Sacó más fotos. Fotos de un bebé, fotos de familia, fotos de gente que no conocía en algún lugar que no recordaba.

Entonces encontró un papel con aspecto de documento escrito en una lengua extranjera.

–No sé lo que dice.

–Permíteme –dijo Niko.

Izzy le dio el papel y él ojeó el documento.

–Es tu certificado de nacimiento. Envageline Poussard Zvonimir es el nombre de tu madre, el de tu padre es Alexander Nicholas Zvonimir. El lugar de tu nacimiento es Sachestia, Vernonia… al norte del país.

Jovan dejó los documentos que le habían enseñado antes encima del escritorio.

–Por si quiere ver la traducción, señora.

–Me llamo Izzy –le corrigió ella–. Y quiero ver una traducción de un traductor jurado e imparcial.

–¿Cómo es posible que aún no creas lo que te hemos contado? –preguntó Niko.

–Estoy mostrándome precavida –admitió ella–. Te has tomado muchas molestias para encontrarme. Podrías haberte limitado a ofrecerme dinero por la caja y nada más.

–Eres mi esposa –declaró Niko–. No puedo hacer como si no existieras e ignorarte.

Izzy hizo un mohín.

–Siento no tener una marca de nacimiento que demostrara, sin dejar lugar a dudas, que tengo sangre azul.

–Quizá la haya –un travieso brillo asomó a los ojos de él–. Estaría encantado de buscarla.

Las mejillas de ella se encendieron. El rostro de Niko también enrojeció.

Le sorprendió esa reacción por parte de Niko, pero el embarazo de él le hizo parecer menos principesco y más… humano. Y eso la hizo relajarse, a pesar de que el corazón parecía querer salírsele del pecho cada vez que le sorprendía mirándola.

Sacó unos papeles sujetos con grapas; de nuevo, escritos en una lengua desconocida. Se los pasó a Niko.

Él les echó un vistazo.

–Es el testamento de tu padre, te nombra heredera única.

–Voy a necesitar una copia del testamento, señor –dijo Duncan.

–Por supuesto –Niko le tendió los papeles al abogado y después volvió su atención de nuevo a ella–. Todo el mundo cree que falleciste con tus padres, por eso las propiedades pasaron…

–A tus manos –declaró ella sin dudar ni un instante.

–Como esposo tuyo, tu herencia pasó directamente a mí.

–¿De qué clase de herencia estamos hablando, Alteza? –preguntó Duncan.

Niko lanzó una mirada a Jovan.

–¿A cuánto asciende aproximadamente?

–Unos veinticinco millones de euros –respondió Jovan.

Izzy no sabía a cuánto estaba el euro, pero sabía que estaban hablando de mucho dinero.

–¿Estás dispuesto a dar todo eso a cambio de la caja?

–La caja y la anulación del matrimonio –clarificó Niko.

Rowdy lanzó un silbido.

–Es igual que si te hubiera tocado la lotería, Izzy.

Sí, así era. Respiró hondo. Demasiado hermoso para ser verdad.

–Será mejor que no nos precipitemos –avisó Duncan–. No sabemos cómo funciona el sistema jurídico de Vernonia. Cada país tiene reglas diferentes respecto a la transmisión de bienes. Una herencia como ésta, para cobrarla, podría llevar años.

–Yo jamás me quedaría con nada que, en justicia, perteneciera a Isabel –declaró Niko con firmeza–. Vernonia es un país pequeño, pero tenemos un gobierno parlamentario y un sistema judicial moderno. Al tribunal supremo no le llevará años solucionar este asunto.

–¿Podría solucionarse este asunto aquí, en Estados Unidos? –preguntó Izzy.

–Las propiedades de tu padre están en Vernonia –contestó Niko–. Además, si se llevara el asunto aquí, habría publicidad.

Izzy miró al abogado.

–¿Duncan?

–No sé nada respecto al sistema judicial de Vernonia, pero el príncipe Niko tiene razón respecto a lo de la publicidad. A los americanos les encanta todo lo relacionado con la realeza, los medios de comunicación se volverían locos si se enterasen de que hay una princesa americana.

Izzy frunció el ceño.

–Pero yo no…

–Ven a Vernonia conmigo –sugirió Niko–. Nos presentaremos ante el tribunal supremo y este asunto se solucionará en nada de tiempo.

Izzy se asustó. Nunca había ido a ningún sitio.

–No tengo pasaporte.

–Yo lo solucionaré, tengo contactos –dijo Niko.

–Desde luego –apostilló Jovan.

Izzy se mordió los labios.

–No sé. Quizá debería pensármelo.

Se hizo un profundo silencio. Se oyó el ruido de un claxon. La portezuela de un coche se cerró de un golpe.

–Hay mucho en juego, Izzy –dijo Rowdy–. No te dejes llevar por tu obstinación.

¿Obstinación? Ella no era obstinada.

–Escuche a Rowdy –le aconsejó Duncan–. El príncipe Niko cree que usted es la princesa Isabel. Está dispuesto a darle una herencia de muchos millones. ¿Qué es lo que tiene que pensarse?

Izzy miró a Rowdy y luego a Duncan. Lo que ambos habían dicho tenía sentido. No obstante, seguía sin estar convencida. Se sentía nerviosa e insegura.

–Hay algo más en el cajón, señora –dijo Jovan.

Izzy bajó la mirada y vio un sobre pequeño en una esquina del cajón. El nombre «Isabel» estaba escrito en el sobre. Con cuidado, agarró el sobre, sacó de él un papel y lo desdobló. Le alegró ver que estaba escrito en inglés:

 

Querida hija:

 

A pesar de ser sólo un bebé, ya te has casado. Perdónanos por enviarte a América, pero tu padre no ha visto otra forma de mantenerte a salvo. Se suponía que tu matrimonio con el príncipe Nikola iba a protegerte y a mantener la paz entre los habitantes de Vernonia. Pero todo ha salido mal y ahora corres más peligro que nunca. Lo que más deseo en el mundo es que no tengas que leer esta carta, ya pienso destruirla cuando lleguemos a Estados Unidos. Si la lees, es que las cosas no han salido como tu padre y yo queríamos. Y si es así, querida hija, nunca podrás saber cuánto lo siento.

Tu padre se encuentra en medio de las dos facciones que quieren el control de Vernonia. Los separatistas querían formar su propio país, Sachestia, y que tu padre fuera su rey; pero ahora quieren que dimita el rey Dmitar y hacerse con todo el país. Tu padre, por el contrario, decidió seguir siendo leal al trono y a Vernonia. Tu matrimonio, inesperadamente, ha ofendido a ambas facciones, que se han enfrentado a tu padre. Tenemos que marcharnos de Vernonia tan pronto como nos sea posible. En estos momentos, lo que más nos preocupa es tu seguridad. Una vez que acabe esta locura, volveremos a Vernonia.

No nos atrevemos a irnos todos juntos, por eso queremos hacerte salir primero a ti. Franko Miroslav se va a encargar de sacarte del país. Es el chófer de tu padre y nuestro mejor amigo. Hará todo lo que esté en sus manos por mantenerte a salvo. Lo hemos arreglado todo para que podáis ir a Estados Unidos. Tu padre y yo saldremos un día después.

Nadie conoce nuestros planes, ni siquiera el rey. Es un buen hombre, pero cuanta menos gente sepa lo que vamos a hacer, mejor. Nadie sabrá que te has marchado ni dónde estás hasta que el peligro haya pasado.

Tu padre me está diciendo que te tienes que ir ya. Debo dejarte, Isabel.

Te queremos mucho, mi querida Izzy, y esperamos reunirnos pronto contigo.

 

Con todo nuestro cariño,

 

Mamá y papá

 

Izzy respiró profundamente para calmarse mientras asimilaba lo que acababa de leer. Nunca había sentido nada por la mujer de la foto que el tío Frank le había dicho que era su madre, una mujer que realmente no era su madre. Pero esa carta, escrita por su madre, estableció un lazo de unión con la mujer que le había dado la vida. Algo que había anhelado desde pequeña. Algo que había esperado una vez encontrara la llave de la caja.

–Es verdad, todo es verdad –declaró ella recostándose en el respaldo de la silla.

–Lo siento –dijo Niko.

Izzy le creyó. A nadie le gustaba descubrir estar casado con una desconocida.

Casados.

Y el matrimonio era sólo una parte del asunto. Acababa de descubrir que no era quien había creído ser. Tenía dinero. Tenía un título. Tenía padre también.

Un padre y una madre que la habían querido. Una madre y un padre que habían muerto antes de que ella hubiera podido conocerles.

La emoción le cerró la garganta.

Pero no era demasiado tarde para que se cumplieran sus deseos. Sus padres habían tenido pensado volver a Vernonia. Eso significaba que el tío Frank también había pensado volver.

Quizá conocer el lugar de donde venía le ayudaría a conocerse a sí misma y a vislumbrar su futuro. Podía conseguir la anulación de su matrimonio y recibir su herencia. Y podía olvidarse de estudiar para hacerse mecánico de coches de carreras, iba a poder comprar su propia escudería.

Izzy se puso en pie.

–¿Cuándo quieres volver a Vernonia?

Capítulo 3

 

 

 

 

 

«¿CUÁNDO quieres volver a Vernonia?».

Lo antes posible, pensó Niko sentado a la mesa en la autocaravana donde vivía Isabel. Le preocupaba que los medios de comunicación se enterasen de que estaba en Estados Unidos y del motivo de su presencia allí. Pero Isabel aún tenía que darse una ducha, vestirse y hacer el equipaje. Eso llevaba tiempo, tanto si le gustaba como si no.

Isabel se detuvo delante del frigorífico, aún con el mono de trabajo.

–¿Te apetece comer o beber algo?

–No, gracias.

Ella lanzó una fugaz mirada hacia la parte del fondo de la autocaravana.

–No tardaré más que unos minutos en estar lista.

–No te preocupes, el avión no va a despegar sin nosotros.

Después de que Isabel cerrase un panel de separación entre la parte delantera de la caravana y la parte posterior, él examinó el interior, consternado. Mobiliario de aglomerado, mueble con puertas rotas, alfombra gastada, espacio abarrotado… Esa caravana debía de tener tantos años como Isabel.

¿Por qué Franko lo había permitido? De acuerdo, el chófer había querido mantenerla a salvo, pero podía haberle solicitado ayuda al rey, ¿no?

Niko lanzó un suspiro.

Isabel no sería su esposa durante mucho más tiempo, pero quería darle la clase de vida que sus padres habían querido que tuviera. Isabel se merecía vivir en un castillo.

El panel de separación se abrió trabajosamente.

Niko no pudo evitar quedársela mirando. Los gastados pantalones vaqueros acentuaban esas curvas femeninas y las largas piernas. La camiseta se ceñía a los redondos pechos. El cabello castaño le acariciaba suavemente los hombros.

Levantó la mirada, cautivado por la calidez de esos ojos castaños en cuyas profundidades se podía adivinar inteligencia y compasión.

¿Ésa era… su esposa?

–Ya estoy lista –anunció Isabel.

Y él. Niko estaba dispuesto a seguirla a cualquier parte.

–No tengo mucha ropa –Isabel indicó una bolsa de viaje gastada. La caja estaba en la limusina, con Jovan–. Y la que tengo no creo que sea muy apropiada para un palacio.

–Cuando lleguemos daré instrucciones para solucionar ese problema. Y, por supuesto, no tienes que preocuparte de lo que cuesten.

–Ya estás gastando mucho dinero.

–No tiene importancia –le gustaría verla con ropa de diseño y joyas alrededor de la bonita garganta. Le gustaría quitárselo todo. Una pena que fuera imposible–. Al fin y al cabo, eres mi esposa.

–Sólo hasta que se nos conceda la anulación –le recordó Isabel.

–Sí. Pero, hasta entonces, tengo que cuidar de ti.

Isabel alzó la barbilla con gesto retador.

–Sé cuidar de mí misma.

–Lo sé –la mayoría de las mujeres querían que él cuidara de ellas. Le resultaba extraño que Isabel no quisiera lo mismo–. Perdona si te he ofendido, no ha sido ésa mi intención –entonces, decidió concentrarse en los asuntos prácticos–. ¿No necesitas nada más para el viaje?

–No. No voy a quedarme mucho tiempo en Vernonia.

–Puede que te guste.

Isabel se encogió de hombros.

–Ésta ha sido mi casa desde que tenía seis años.

Niko no podía creer que hubiera vivido allí durante los últimos diecisiete años.

–Eso es mucho tiempo.

–Cuando el tío Frank compró la autocaravana, dijo que así nunca tendríamos que estar fuera de casa, que la casa estaría siempre con nosotros –Isabel sacó un cartón de leche de la nevera y lo vació en la pila–. Me pregunto si no estaría pensando en Vernonia cuando dijo eso.

–Es posible –Niko miró a su alrededor–. Pero hay muchos más sitios para vivir.

–Lo sé –Isabel aclaró el cartón de leche–. Puede que esta autocaravana no sea más que un cobertizo de metal comparado con otros lugares, pero he sido feliz aquí. Quizá me haya sentido un poco sola después de la muerte del tío Frank, pero es difícil dejar atrás los buenos recuerdos.

–Tendrás experiencias nuevas que luego formarán buenos recuerdos.

–Antes tengo que asimilar el pasado –la mirada de Isabel se perdió–. Ahora comprendo cosas que no comprendía respecto al tío Frank. Por ejemplo, la falta de fotografías, su empeño en que practicara algún arte marcial, que me protegiera tanto… Aunque no fuera mi tío de verdad, sigue siendo la única familia que he tenido.

Niko asintió.

–Se le reconocerá oficialmente el sacrificio que hizo para mantenerte a salvo.

–Gracias –los ojos de Isabel brillaron–. Vernonia debió de significar mucho para él; de lo contrario, no habría renunciado a tanto por mí. Siempre pensé que le gustaba vivir así y que yo sería la que, algún día, se marchara. Ahora me doy cuenta de que no tenía la intención de pasar aquí el resto de su vida. Al tío Frank le habría gustado volver a… a su hogar.

–La herencia de tu padre te permitirá vivir donde quieras y como quieras.

Isabel suspiró.

–La idea de tener tantas alternativas me asusta un poco.

–Tómatelo con calma.

–Sí, eso es lo que voy a hacer. Gracias.

–¿Necesitas algo más?

Isabel miró a su alrededor.

–No, no creo. Además, Boyd va a venir de vez en cuando a echar un ojo a la caravana.

Niko pensó en el joven alto que había llevado a Isabel y a Jovan a recoger la caja, el mismo que había estado vigilando mientras hablaban en el taller mecánico. Una mujer tan atractiva como Isabel debía de tener muchos admiradores.

–¿Boyd es tu novio?

–¿Boyd? No, Boyd es como un hermano. Algunos creen que somos pareja, pero sólo somos amigos.

Niko sintió un repentino alivio. Pero Boyd no era el único hombre en Charlotte.

–¿Tienes novio?

–No.

–Pero sales con chicos, ¿no?

–No mucho. Trabajo demasiado, por eso no tengo tiempo para las relaciones. ¿Y tú?

–No, no tengo novio.

Isabel sonrió traviesamente.

–¿Y novia?

Antes sí. Algún tiempo atrás acostumbraba a salir con modelos o con princesas. Julianna no era su novia en el verdadero sentido de la palabra; sin embargo, era la mujer con la que tenía pensado casarse. Mejor darle a Isabel una contestación simple para no tener que darle complicadas explicaciones.

–Sí, tengo novia.

–¿Cómo se llama?

–Julianna. Estamos prometidos.

–Felicidades, Niko –Isabel cerró una ventana–. Espero que seáis muy felices.

El entusiasmo de ella le sorprendió.

–¿Sí?

–Naturalmente que sí. Puede que sea tu esposa, pero ninguno de los dos tuvo nada que ver con ello. Por otra parte, ninguno de los dos elegiría al otro como pareja hoy en día.

Niko hizo una mueca. Las palabras de Isabel le habían herido. Quizá él no la eligiera a ella, pero no veía por qué ella no iba a elegirle a él. Era un príncipe y, según las revistas del corazón, un príncipe muy codiciado.

–¿Con quién te gustaría casarte?

–Con nadie.

–No quieres casarte.

–Antes de eso quiero hacer unas cuantas cosas.

–¿Como qué?

–Quiero hacer un curso para poder trabajar como mecánico de coches de carreras.

Era una meta un tanto inusual para una mujer. Impensable tratándose de una mujer de Vernonia, mucho menos si era una princesa.

–¿Te gustan las carreras de coches?

–Me encantan.

–La herencia te permitirá hacer prácticamente lo que quieras –comentó Niko.

Isabel se colgó la bolsa al hombro y abrió la puerta.

–Lista, Alteza.

 

 

El avión de la familia real de Vernonia era blanco, sencillo, sólo le identificaban unos números, unas letras y un escudo.

Un escudo real.

En el aeropuerto internacional de Charlotte, en lo alto de la escalerilla del avión, Izzy se estremeció.

Nunca había imaginado que pudiera ocurrirle algo así. ¿Una aspirante a mecánico de coches de carreras era una princesa europea?

Abajo, al pie de la escalerilla, una escolta esperaba a que partieran. Un policía de aduanas examinó los papeles que un oficial uniformado, que parecía formar parte del personal del avión, le había entregado.