Cuando llega la pasión - Melissa Mcclone - E-Book

Cuando llega la pasión E-Book

Melissa McClone

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Beschreibung

Quizá no fuera su ideal de hombre, pero ninguno de los dos podía negar la química que existía entre ambos. Quizá no fuera su ideal de hombre, pero ninguno de los dos podía negar la química que existía entre ambos. La diseñadora de vestidos de novia Serena James no se conformaría con nada que no fuera perfecto y eso incluía al hombre con el que algún día se casaría. Kane Wiley no cumplía ninguno de los requisitos… salvo que era increíblemente guapo. Donde más cómodo se sentía Kane era en el cielo. Para el piloto, la libertad era no comprometerse con nadie. Pero un día, mientras llevaba a Serena a una convención, se vio obligado a hacer un aterrizaje de emergencia. Estaban juntos, solos y pasaría algún tiempo antes de que alguien respondiera a su llamada de socorro…

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2008 Melissa Martinez McClone

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Cuando llega la pasión, n.º 2230 - junio 2019

Título original: SOS Marry Me!

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-882-3

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

IRÉ a la Exposición de vestidos de novia –anunció Serena James–. Siempre he querido visitar Seattle.

En realidad no le importaba el destino de su viaje con tal de salir de la ciudad.

Cuatro de las Bellas, compañeras de trabajo en Bodas Bellas, agencia encargada de organizar bodas con sede en Boston, la miraron sorprendidas. Serena trató de no hacer ninguna mueca y se preguntó a sí misma si no habría parecido demasiado entusiasmada, teniendo en cuenta que se suponía que tenía un «devoto novio».

–Claro está, eso si nadie más quiere ir –añadió, forzándose a sonreír.

–Bueno, cariño –dijo Bella, propietaria de Bodas Bellas. Era una guapa y simpática mujer de mediana edad–. Es muy amable por tu parte que te ofrezcas para ir. La verdad es que necesitamos un poco de publicidad positiva tras el fracaso que supuso la cancelación de la boda Vandiver. Los patrocinadores de la exposición estarán encantados con tener la presencia de una de las más prometedoras diseñadoras de vestidos de novia.

Aquello iba a funcionar. Serena se sintió satisfecha.

–Pero tú normalmente evitas las exposiciones de vestidos de novia –continuó Bella–. ¿Estás segura de que quieres asistir… con todo lo que tienes que hacer?

–Estoy segura –contestó Serena, que esperó parecer dispuesta pero no desesperada–. Además, en realidad no hay nadie más.

–Eso es cierto –concedió Bella–. Parece que todas estamos muy ocupadas.

–Bueno, sea quien sea la que vaya a Seattle… –comenzó a decir Callie Underwood, la encargada de floristería– quiero que lleve mi vestido de novia al desfile.

Las Bellas emitieron un grito ahogado.

–Quedan sólo un par de semanas para tu boda –dijo Bella.

–Para ser exactos, me caso el veintidós de noviembre… como no deja de recordarme Jared. Pero le tenemos que demostrar a las novias que Bodas Bellas todavía es una de las mejores agencias del país dedicadas a organizar bodas –explicó Callie–. Y eso significa que tenemos que mostrar lo que mejor hacemos, desde las deliciosas tartas de Natalie hasta los impresionantes vestidos de Serena. Toda la colección de primavera que ha hecho es increíble, pero mi vestido es el mejor.

–Pero es tu vestido de novia –dijo Serena–. Lo hice para que te quedara bien a ti, no a una esquelética modelo. De todas maneras, no me gustaría correr el riesgo de que se manchara de maquillaje o de tinte.

–Pero eso no quiere decir que no pudieras mostrar el vestido sobre un maniquí.

–¿Y si le ocurre algo al vestido? –preguntó Regina O’Ryan, fotógrafa de la agencia.

–No le ocurrirá nada –contestó Callie, guiñando un ojo–. ¿No es así, Serena?

–No si soy yo la que va a Seattle –dijo Serena, apreciando el voto de confianza de su amiga–. Me aseguraré de que el vestido regrese impecable.

–Seattle está al otro lado del país –dijo Regina, acercándose a Serena–. ¿Teníais Rupert y tú algo planeado para este fin de semana?

Serena apretó los dientes ante la mención de su novio… bueno, digamos ex novio en aquel momento… pero no dejó de sonreír.

–Él mismo ha estado viajando mucho. No le importará.

En absoluto.

No hablaba con Rupert desde hacía meses… desde que él la había dejado en abril después de que la asistente de Bodas Bellas, Julie Montgomery, hubiera anunciado su compromiso con Matt McLachlan. Y todavía no sabía cómo decírselo a la gente.

Aquellas cosas no le ocurrían a ella, que vivía una vida estupenda. Estaba acostumbrada a obtener lo que quería. Había querido casarse y comenzar una familia. Había pensado que había encontrado al hombre adecuado, pero se había equivocado.

–No tenemos nada planeado –añadió.

–Te has llevado a un buen hombre, Serena –dijo Natalie Thompson, una joven viuda madre de dos traviesas gemelas de ocho años–. En poco tiempo tendremos que planear otra boda… incluso ya puedo imaginarme la tarta que querrás: de chocolate rellena de naranja.

La repostera, que se llamaba a sí misma «el hada de las tartas», siempre les daba a probar a las Bellas trozos de las muestras que hacía para las bodas.

–Y yo sé las flores que querrá –dijo Callie con el brillo reflejado en sus verdes ojos–. Orquídeas blancas y verdes, rosas verdes y tulipanes blancos y verdes

Verde y blanco. Serena pensó que era una de sus combinaciones de colores favoritas. No le sorprendió que Callie supiera tan bien sus gustos.

Una tarta. Flores. Sus amigas tenían su boda prevista. Lo único que faltaba era… el novio.

Sintió un peso en el pecho y recordó el vestido de novia casi terminado que había colgado en su armario. Había sido una tonta al tentar al destino al haber comenzado a preparar su vestido de novia antes siquiera de tener un anillo de compromiso, ¿pero quién podía culparla?

La relación que había mantenido con Rupert Collier había marchado sobre ruedas. Habían estado saliendo juntos, habían conocido a sus familias y habían hablado del futuro… de crear juntos una familia, que era lo que Serena quería más que nada. Haberse comprometido habría sido el siguiente paso. Había comenzado a trabajar en su vestido de novia porque había querido tiempo para hacerlo perfecto y que no le faltara ningún detalle. Había elegido los materiales y el diseño con el mismo cuidado con el que había elegido a Rupert Collier. Él no sólo era elegante, rico y guapo, sino que también era un futuro marido y padre ideal. Era todo lo que ella había buscado en un hombre y exactamente igual a como sus amigas esperarían que fuera su novio. Era el prototipo de persona con el que sus padres habrían deseado que ella se casara.

Hasta que, impaciente por tener un anillo de compromiso, Serena había mencionado la palabra que empezaba por M. Matrimonio. Y, repentinamente, su «perfecto» novio no había estado preparado para una relación tan seria. La había acusado de ser demasiado egoísta e independiente como para comprometerse permanentemente con ella. Amargamente recordó que él había querido seguir viéndola. Hacían buena pareja y ella le caía bien al jefe de él. Pero Rupert había dado un importante paso atrás respecto a su relación. Incluso había sugerido que quizá debieran comenzar a verse con otra gente. Serena había dicho que no ya que había pensado que él sólo necesitaba un empujoncito para comprometerse. Pero Rupert la había dejado.

Le había dolido mucho lo que le había dicho al cortar su relación:

–No me necesitas, Serena. No necesitas a nadie.

Con el paso de los meses se había percatado de que él tenía razón. Estaban mejor solos. No lo necesitaba. No lo había amado de la manera en la que una mujer debe amar al hombre con el que se quiere casar. No lo había querido a él tanto como le había gustado cómo encajaba en sus planes.

Inspiró profundamente. Aquello había sido un contratiempo, pero no un fracaso completo. Serena James no fracasaba.

–Rupert tendrá que ajustar su agenda a ti una vez os caséis –dijo Regina, sonriendo.

A Serena le dio un vuelco el estómago. Odiaba guardar secretos ante las mujeres que más le importaban en el mundo, mujeres que para ella eran más como su familia que compañeras de trabajo… pero no sabía qué otra cosa hacer.

Julie había estado encantada al haberse comprometido y, las otras Bellas, emocionadas ante la idea de ofrecerle una boda de ensueño. Y no había podido dejar que sus malas noticias arruinaran la alegría de las demás. Cuando Callie se había enamorado de Jared, no había querido que su ruptura hubiera empañado el júbilo de la pareja. Después de que el matrimonio de Regina y Dell se hubiera convertido en un matrimonio por amor, no podía encontrar el momento adecuado para decirles a todas que la habían abandonado.

Y aquel momento tampoco era adecuado.

Natalie y Audra Green, la contable de la agencia, estaban sin pareja. Contarles lo que le había ocurrido a ella sólo reafirmaría la creencia de éstas de que el hombre perfecto no existía. Y no les iba a hacer eso a sus amigas. Ya estaban suficientemente dolidas y decepcionadas.

Además, sus amigas esperaban más de ella. Todo el mundo lo hacía. Ella trabajaba duro para dar una buena imagen, mantenía una actitud agradable y siempre estaba dispuesta a ayudar. La gente contaba con ella y todos esperaban que encontrara al hombre perfecto.

Y precisamente eso era lo que ella esperaba encontrar… a alguien que le ofreciera el amor, la familia y la vida perfecta con la que siempre había soñado. Sólo porque se hubiera equivocado con un hombre no significaba que su verdadero amor no estuviera esperándola. Incluso quizá estuviera en Seattle.

–Así que sobre la exposición de vestidos de novia… –dijo Serena, echándose para atrás en su silla–, ¿qué más tengo que llevar aparte de los vestidos en sí?

 

 

Kane Wiley anduvo alrededor del avión para tratar de colocar sus maletas en el compartimento exterior. Hacía mucho frío.

–¿Es eso todo lo que tienes? –le preguntó su padre, Charlie.

–Sí –contestó Kane. Todo lo que poseía, aparte del avión, podía meterse en dos maletas.

–Te agradezco que hagas este viaje, hijo –dijo Charlie.

–Simplemente mantén tu parte del acuerdo, papá.

–Lo haré –contestó Charlie, agarrando una caja que contenía soda, agua, hielo, cajas de comida y galletas–. Te dejaré solo. No te haré más preguntas ni te daré la lata para que regreses a casa.

A casa. Kane casi rió en alto. Él no había tenido una casa a la que regresar desde que, hacía tres años, su madre había muerto repentinamente de un ataque al corazón y su padre se había vuelto a casar… y a divorciar. Y en aquel momento parecía que su progenitor estaba dispuesto a cometer el mismo error de nuevo.

–Pero… –comenzó a decir Charlie, metiendo la caja de comida en la cabina– esperaré que me mandes una tarjeta, un correo electrónico o que me telefonees en Navidad.

–Lo haré –concedió Kane. Haría lo que fuera por marcharse de Boston y no regresar jamás. No quería ver cómo su padre cortejaba y se casaba con otra mujer que jamás podría ocupar el puesto de su madre.

–Recuerda que a ti también te quiero, hijo. Estaré aquí si me necesitas. Para lo que sea… dinero o cualquier otra cosa.

Kane asintió con la cabeza. Entonces miró su reloj y maldijo.

–¿Dónde está?

–¿Bella? –preguntó Charlie.

Kane se esforzó en no hacer ninguna mueca ante el nombre de la nueva amiguita de su padre.

–La persona con la que voy a viajar a Seattle.

–Serena llegará en breve –dijo Charlie–. Siempre hay mucho tráfico a estas horas.

El aeropuerto de Norwood estaba alejado de Boston, lo que significaba que ella podría retrasarse.

–Trata de sonreír, hijo –dijo Charlie–. Quizá te diviertas; Serena James es una guapa jovencita.

–Hay muchas jóvenes guapas ahí fuera. No tengo que centrarme solamente en una.

Pero entonces Kane pensó que un breve romance quizá no estuviera tan mal… siempre y cuando terminara cuando regresaran del viaje.

–Lo que te pasa es que todavía no has encontrado a la mujer adecuada –dijo Charlie.

–Conozco a muchas mujeres –respondió Kane, sonriendo–. Y también las amo.

–Me refiero al amor que dura para toda la vida, el que tenía yo con tu madre.

Y con su segunda esposa.

Y con… ¿cómo se llamaba? Bella.

«Para siempre» no existía. El amor del que hablaba su padre no era más que una bonita palabra que utilizar para practicar sexo conveniente y para tener compañía.

En ese momento llegó una furgoneta blanca que tocó el claxon.

–Ya están aquí –anunció Charlie.

–Estupendo –dijo Kane.

La mujer que conducía les saludó con la mano. Su acompañante iba hablando por el teléfono móvil y llevaba puestas unas gafas de sol oscuras que ocultaban la mayor parte de su cara.

La furgoneta se detuvo y la mujer que conducía abrió la puerta y bajó del vehículo.

–Buenos días –le dijo a Charlie, dándole la mano. Entonces se dirigió a Kane–. Tú debes de ser Kane.

Kane le dio la mano y se percató de la firmeza con la que le apretó la mano ella. Aquella mujer rubia canosa era diferente a su madre y a su madrastra. Era mayor. Quizá incluso fuera mayor que su padre. Y eso le sorprendió.

–Y tú debes de ser Bella.

–Efectivamente –dijo ella con una dulce voz–. Te agradezco mucho que lleves a Serena a Seattle.

¡Desde luego! Sobre todo teniendo en cuenta que su padre había pagado todos los gastos del vuelo.

–A Kane le agrada hacerlo –contestó Charlie–. ¿No es así, hijo?

Kane asintió con la cabeza. Pensó que lo que le iba a agradar sería cuando el vuelo hubiera terminado y él se pudiera alejar por fin de todo aquello.

–Bueno, pues entonces será mejor que nos pongamos en marcha –dijo Bella, abriendo las puertas de la furgoneta y sacando una caja–. Tenemos varias cajas que llevar con folletos, portafolios, vestidos, arreglos florales y tartas.

El entusiasmo de Bella por ayudar sorprendió a Kane.

–Es… está bien.

–Todavía tienes que conocer a Serena James, nuestra diseñadora de vestidos –dijo Bella–. Está terminando de hablar por teléfono. Sin duda está hablando con Rupert.

–¿Rupert? –dijo Kane.

–Su novio –contestó Bella, sonriendo aún más–. Están casi comprometidos.

Kane pensó que la leve idea de tener un romance en Seattle con ella se había ido al garete, ya que no flirteaba con las novias de otros hombres.

La puerta del acompañante se abrió y miró a la mujer que salió de la furgoneta. Era, por decirlo de alguna manera, impresionante. Era rubia y tenía el pelo cortado con mucho estilo. Llevaba flequillo.

No era alta y llevaba unas botas de tacón que tenían mucha clase. Incluso al verla con un abrigo de lana se podía intuir que su cuerpo tenía unas curvas perfectas.

Le gustó lo que vio. Ella encarnaba su prototipo de mujer. Respiró profundamente y se corrigió a sí mismo; su prototipo antiguo de mujer. Se había dado por vencido en lo que a rubias se refería.

El color de pelo de ella y su manera de vestir le recordaban a una antigua novia suya, Amber Wallersby, que había sido muy sexy, pero a la vez una princesita consentida y mimada. Había querido que él dejara de llevar a su propio abuelo en su avión para aceptar un aburrido trabajo de despacho en una de las compañías de su padre. Él casi aceptó… hasta que se había percatado de que quizá ella fuera guapa por fuera, pero que su interior dejaba mucho que desear.

Se preguntó si Serena James sería igual.

Pero claro, él no estaba en posición de descubrirlo. Y tampoco le importaba.

–Hola –dijo–. Soy tu piloto. Kane.

Serena no le tendió la mano. Se quitó las gafas de sol y lo miró. Kane no había esperado que ella fuera tan directa ni que tuviera unos ojos azules tan impresionantes.

–¿Usted es Kane Wiley? –dijo ella, que parecía sorprendida… casi decepcionada–. ¿El hijo de Charlie?

–El mismo.

–¿Crees que nos parecemos? –preguntó Charlie.

–En realidad… no –contestó Serena, mirando a los dos hombres.

–Oh, yo sí que lo pienso –dijo Bella–. De tal palo, tal astilla. Ambos sois muy guapos.

Charlie sonrió.

Kane pensó que no se parecía en nada a su padre. Él no necesitaba ninguna mujer en su vida… por lo menos no permanentemente. A diferencia de su padre, su lealtad era difícil de ganar y, cuando desaprobaba algo, tardaba mucho en olvidarlo.

–Tenéis los mismos ojos –concedió Serena–. Y quizá también las barbillas.

La manera en la que lo estaba estudiando hizo que Kane se sintiera incómodo.

–Vamos retrasados de tiempo. Subamos vuestras cajas al avión.

Serena miró a Bella.

–¿Ocurre algo, cariño? –preguntó la dueña de Bodas Bellas–. ¿Tuviste la oportunidad de despedirte de Rupert?

–Hum… no –contestó Serena, ruborizándose.

Kane pensó que era interesante, ya que no habría sospechado que ella fuera de las que se ruborizaban. Parecía demasiado fría y elegante, pero quizá tener que dejar a su novio la había alterado.

–¿Le importaría si pusiéramos los vestidos en la cabina, señor Wiley? –le preguntó.

–Llámame Kane. Y no, no me importa.

El alivio que reflejaron los ojos de ella fue casi palpable.

–Entonces los pondré en la cabina.

–Yo los subiré.

–A mí no me importa hacerlo –dijo ella.

–No te molestes. Preferiría hacerlo yo.

Serena se quedó mirándolo con recelo y él esperó a que ella dijera algo para retarlo. Le sorprendió que no lo hiciera.

–Si quieres, puedes poner la comida en el refrigerador –ofreció él–. Está cerca de la puerta.

–Está bien.

Aunque no estaba bien si la mueca que estaba esbozando ella no iba a desaparecer. Kane pensó que por lo menos no hacía mohines como Amber… claro que Serena podría lograr maravillas con aquel labio inferior tan carnoso que tenía.

Mientras agarraba varias bolsas de ropa de la furgoneta, oyó que su padre decía:

–Kane prefiere hacer las cosas solo –explicó Charlie.

–Serena también –añadió Bella–. Le gusta tener el control.

–Entonces ambos se llevarán bien.

Pero Kane se dio cuenta de que las cosas no iban a ser así. Iba a ser justo lo contrario. Volar con dos capitanes siempre era un desastre, ya que ninguno de ellos quería ceder el control. Y eso significaba una cosa: iba a ser un vuelo muy largo…

 

 

Serena tenía una lista de las cualidades que debía tener su hombre perfecto: educado, atento, desenvuelto y elegante. Cualidades que sus padres le habían enseñado a valorar, cualidades que Rupert poseía a raudales.

Cualidades que le faltaban a Kane Wiley.

Se dirigió al lugar donde él había colocado los vestidos y se preguntó en qué embrollo la había involucrado Bella.

Comprobó todos los vestidos y colocó bien tres de ellos. Se sentía mejor si tenía el control, lo que suponía asegurarse de que sus vestidos estaban bien. Ése era su trabajo, incluso si Kane no se percataba de ello.

Aquel hombre era arrogante y grosero, todo lo contrario de su amable y generoso padre, que personificaba a un verdadero caballero. Pero tenía que viajar con él para ahorrar dinero, ya que la agencia no estaba pasando por un buen momento y tenían que garantizar que Julie tuviera una boda estupenda.

Pensó en lo enamorados que estaban Julie y Matt. Ella iba a encontrar el mismo amor eterno; todo lo que necesitaba era a su hombre perfecto, al hombre al que poder amar.

Miró por la ventanilla del avión y vio como Kane comprobaba que todo estuviera bien antes de despegar. Tenía el pelo marrón claro y la chaqueta que llevaba le marcaba sus anchos hombros.

Algunas mujeres le encontrarían atractivo… si les gustaban los hombres guapos, altos, con los rasgos marcados y unos intensos ojos marrones.

No era que ella se opusiera a ninguna de esas cualidades… simplemente, prefería a los hombres que iban vestidos con traje y que llevaban corbata. No quería a un hombre que no fuera perfectamente afeitado y que pareciera que se acababa de levantar.