Perder y ganar - Melissa Mcclone - E-Book
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Perder y ganar E-Book

Melissa McClone

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Beschreibung

Bodas Aquella podría ser la carrera más increíble y romántica de sus vidas… Después de haber sido abandonada públicamente, Millie Kincaid no quería volver a ver a Jace Westfall ni aparecer de nuevo en televisión. Pero muy pronto se vio obligada a participar con él en una carrera en la que tendrían que trabajar en equipo para ganar. A pesar de que Millie no confiaba en Jace, viajaron por el mundo hasta el límite de sus fuerzas y todo ello bajo la atenta mirada de la cámara… incluyendo los besos. ¿Realmente sabían qué era real y qué estaban haciendo para que saliera en televisión? Y, a punto de llegar a la línea de meta, ¿ganarían lo único que el dinero no podía comprar?

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2007 Melissa Martinez McClone

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Perder y ganar, n.º 105 - mayo 2014

Título original: Win, Lose… or Wed!

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Este título fue publicado originalmente en español en 2008.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-4330-1

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Prólogo

Dos minutos.

Millie Kincaid empezó a temblar. Había llegado hora.

Se miró en el flamante espejo de pared de aquella mansión de Pacific Palisades, pero no fue capaz de reconocer a la mujer que se reflejaba en él. El peinado, el maquillaje y aquel traje tan elegante la hacían parecer una princesa, y no una profesora de colegio de un pueblo de Oregón.

Se sentía como una cenicienta, pero ella no había tenido que ir a un baile para conocer a su príncipe azul, sino que lo había encontrado en un programa de televisión.

El corazón empezó a palpitarle con fuerza. Esa noche se grabaría el último episodio, en el que el galán, un gestor financiero de Filadelfia llamado Jace Westfall, la haría suya para siempre.

Un puñado de mariposas empezó a revolotear en el estómago de Millie. Aún no podía creerse que hubiera llegado a la final. Había ido a aquel casting para acompañar a una amiga.

Su padre no la creía capaz de conseguirlo, y le había dicho que no estaba preparada para un programa de ese tipo.

Ella se había preguntado si tendría razón...

Pero entonces había conocido al apuesto galán y se había enamorado perdidamente. A pesar de saber que había encontrado a su media naranja, no esperaba comprometerse de la noche a la mañana. Ella quería pasar tiempo a su lado, lejos de las cámaras y de las otras candidatas.

¿Cómo se llevarían cuando estuvieran solos? Un amor para siempre no era más que una quimera.

Y, sin embargo, en lo más profundo de su corazón sintió que su propio futuro se reflejaba en los ojos de él.

–¿Millie? –la llamó Avery, un joven ayudante de producción, y le ajustó el micrófono–. ¿Estás lista?

–Sí.

Millie saltó por encima de los cables y se dirigió al plató de madera con paso inseguro debido a los tacones de vértigo que le habían puesto. En el camino se olvidó de las luces y las cámaras.

–Estoy lista.

–Estás preciosa –dijo Avery–. Espera a que Jace te vea. Va a caer rendido a tus pies.

Eso era lo que Millie deseaba.

«Nunca pensé que encontraría a alguien como tú en este programa...».

Las palabras de Jace la hicieron estremecerse de expectación.

–Bueno, creo que él conoce a la verdadera Millie –contestó ella.

Él veía más allá de «la tiquismiquis de Millie». Ese era el mote que le había puesto su padre cuando era una adolescente tímida y rara.

Jace se interesaba por su trabajo como maestra de educación especial y respetaba sus ideas y opiniones.

Rebosante de alegría, Millie se señaló el peinado y el vestido que llevaba puesto.

–Con tanto apoyo, lo demás es pan comido.

–Y por eso te eligieron los espectadores en la página web del programa. Jace y tú hacéis la pareja perfecta bajo los focos, junto a las mejores parejas televisivas. Con Trista y Ryan, y con Amber y Rob –Avery suspiró–. Eres preciosa, así que acepta el cumplido y dame las gracias.

Millie se sonrojó.

–Gracias.

Realmente le agradecía esas palabras de aliento, pero no podía evitar preguntarse si su principal rival, una agente de bolsa de Nueva York llamada Desiree Delacroix, también estaría hermosa. La otra finalista derrochaba fuerza, confianza en sí misma y mucha sensualidad. Desiree no tenía reparos en llevar un minibiquini o en aparecer con solo una toalla delante de Jace y de las cámaras. Millie hubiera preferido hacer cualquier cosa antes que ponerse un traje de baño en televisión, y por eso había elegido Whistler B. C. como localización final, en lugar de Cancún. Así no tendría que llevar ropa ceñida. Las dos eran muy distintas, pero compartían una atracción hacia Jace Westfall.

De pronto el plató quedó en silencio y Avery le ajustó el pinganillo de la oreja.

–Es la hora.

Con los nervios a flor de piel, Millie entró en la mansión, ignorando cámaras y equipo. Levantando el pulgar, el presentador del programa le dio su aprobación.

Estaba a punto de llegar al último plató cuando por fin lo vio. Llevaba un traje negro con una flor roja en la solapa, y la estaba observando desde un balcón decorado con cientos de flores. Parecía más alto y llevaba un peinado muy elegante. Así estaría el día de su boda.

Millie se quedó sin aliento.

Los ojos de Jace se iluminaron al verla. Ese era un momento importante para los dos y Millie tuvo que reprimir los deseos de correr hacia él y abrazarle.

Entonces él le sonrió y Millie dejó atrás las penas. El azul del océano Pacífico resaltaba el color de sus ojos...

Si tuviesen hijos, ¿de qué color tendrían los ojos, azul o verdes? Quizá resultaran ser de color miel.

Millie ya estaba empezando a hacerse ilusiones, pero eso era parte del atractivo de Jace. Cuando él estaba a su lado, todo era posible. Eso era lo que más le gustaba de él.

Millie esperaba que sus hijos heredaran la sonrisa de Jace, por no mencionar su mandíbula poderosa y sus rasgos bien perfilados.

Él era tan dulce y cariñoso... La forma en que la miraba siempre la hacía sentirse querida y segura. Aquel balcón era la estampa del amor romántico, con las flores y las velas. Por los altavoces fluía la música de Pachelbel y una suave brisa acariciaba el cabello de Jace.

Aunque era consciente de que aquella parafernalia televisiva no podía ser más artificial, Millie se dejó llevar por la escena de ensueño, por la magia del momento...

Al acercarse a él, se vio envuelta en un embriagador aroma a rosas y sal del océano. Millie quería recordar todos los detalles para poder revivir ese momento una y otra vez. Eso era lo importante del programa: sería un recuerdo visual del comienzo de su amor.

Millie se paró delante de él.

–Hola.

–Hola –él la miró de los pies a la cabeza–. Estás preciosa.

Millie se sintió como una princesa.

–Maravillosa.

Aquellas palabras le llegaron al corazón.

–Gracias. Tú también estás maravilloso, digo, guapo.

–Millie –sin dejar de sonreír, la tomó de la mano–, mi dulce Millie.

El corazón de Millie empezó a latir más deprisa. Quería que la eligiera, que la deseara.

–Contigo las semanas se han ido volando. Siempre has tenido sonrisas y palabras cariñosas para mí. No sé si lo hubiera conseguido sin ti.

–Lo mismo digo.

–Lo pasamos tan bien juntos...

Millie asintió al recordar el tiempo que habían pasado juntos. Y eso era solo el principio. Tenían todo un futuro por delante para llenar de recuerdos. Toda una vida...

Él miró sus manos entrelazadas.

–Te convertiste en mi confidente, en mi mejor amiga. Siempre valoraré nuestra amistad.

Un relámpago de ansiedad recorrió el cuerpo de Millie. Una relación, por no hablar de un matrimonio, necesitaba cimientos sólidos basados en la amistad.

Jace le apretó las manos, pero Millie no sintió emoción alguna. Ella necesitaba oírle decir que la elegía a ella.

–Pero te mereces a alguien mejor que yo, Millie.

Ella le miró a los ojos en busca de una señal que contradijera esas palabras, pero no encontró nada excepto algo de pena.

Entonces le dio un vuelco el corazón y se quedó sin aliento.

–Necesitas a alguien que te ame como tú te mereces –continuó diciendo Jace–. Que te haga feliz, y yo no soy esa persona. No puedo hacerlo. Simplemente... no puedo.

Millie quería escapar de allí, pero las piernas no le respondían, así que intentó decir algo, pero no le salieron las palabras. ¿Qué era lo que iba a decir?

«No puedo hacerlo...».

Aquellas palabras retumbaban en su cabeza y empezó a sentir el picor de las lágrimas.

–Siento haberte hecho daño –prosiguió Jace, con la mirada triste–. Nunca fue mi intención, Millie. Me... gustas mucho.

Él no la amaba ni tampoco la deseaba.

La verdad la golpeó en la cara y Millie se rodeó la cintura con los brazos al sentir una oleada de náuseas.

Jace nunca le había dicho que la amara. Ella sabía que también había besado a Desiree, pero había pensado... había creído...

Se había equivocado. El tiempo que habían pasado juntos, los besos que habían compartido..., todo era mentira.

Había sido una estúpida al dejar que la utilizaran de aquella manera para crear suspense ante las cámaras.

«Inocente, ingenua, estúpida...».

Millie se apartó y abandonó el plató. Quizá algún día fuera capaz de olvidar las miradas de pena de todo el equipo.

«Nunca más...».

Millie dejó la mansión y se subió en la limusina. Nunca más volverían a hacerle algo así.

Capítulo 1

Seis meses más tarde...

¿Es que no había aprendido la lección?

En la Plaza de San Francisco, bajo la sombra de la estatua de la diosa Victoria, Millie se embarcó en el mismo viaje que unos meses antes la había sumido en un mar de lágrimas. Aún no podía creerse que lo estuviera haciendo de nuevo. Se apoyó en una pierna y trató de calmarse un poco. Tenía que prestarle atención a Pete Kenner, el productor de El gran reto, concurso en el que había accedido a participar.

«¿Participar?».

Eso era lo que había dicho el director de casting que la había seleccionado y, si todo salía bien, Millie pasaría los siguientes treinta días viajando por el mundo, acompañada de un cámara y un técnico de sonido.

«Querrán que hagas paracaidismo o que escales una montaña...».

Volvió a oír las palabras de su padre. Este le había dicho que era una cobarde, demasiado introvertida y tímida para ganar. Y quizá tenía razón.

–Solo puedes usar la tarjeta de crédito para viajes de avión –le dijo Pete–. Tienes que comprar billetes para ti y para los cámaras. Debes permanecer junto a ellos las veinticuatro horas del día, a menos que vayas al baño.

La fría neblina le había entumecido las mejillas y, aunque estaban en junio, hacía un tiempo deprimente. Entonces la invadieron las dudas. Su padre pensaba que sería la primera eliminada. Podía volver a quedar en ridículo tal y como...

Tenía que pensar en positivo y confiar en sí misma. Ella podía hacerlo, y así demostraría que su padre se equivocaba.

¿Y qué si había prometido no volver a participar en otro concurso? Ella no estaba enganchada a los realities de televisión. Solo lo hacía por sus alumnos de la escuela primaria Two Rivers. El dinero que ganara sería para ellos. Los ingresos que había obtenido por participar habían servido para mantener el programa de clases de atletismo extraescolares que ella había creado para estudiantes de educación especial. Pasara por lo que pasara, valdría la pena.

Millie se cerró el anorak azul que llevaba puesto y trató de recordar el nombre del cámara.

«¿Zack? ¿Zeke?».

Y también el del técnico de sonido.

«¿Ron? ¿O era Ryan?».

Ella se solía quedar con los nombres, pero en ese momento tenía la mente en blanco. No era muy reconfortante saber que ellos filmarían y grabarían todo lo que hiciera y dijera en los siguientes treinta días.

–El baño no da mucha privacidad –le dijo una mujer.

Su anorak era como el de Millie, pero de color naranja. Cada concursante llevaría un color distinto, e incluso las mochilas hacían juego con sus uniformes televisivos.

Los blancos dientes de Pete hacían contraste con su piel bronceada.

–No existe tal cosa en un reality.

Millie asintió con la cabeza. No quería parecer una sabelotodo, aunque ya hubiera estado en otro concurso.

Sonó el claxon de un coche. Una multitud de hombres trajeados con maletín en la mano y mujeres con chubasqueros empezaba a agolparse en la calle. Un albañil preguntó si estaban filmando una serie de televisión.

Pero aquello no era ninguna serie. El gran reto era muy distinto. Mejor. De lo contrario, Millie nunca hubiera accedido a participar.

–¿Alguna pregunta? –como nadie dijo nada, Pete dio una palmada–. Pongámonos en marcha.

Millie respiró hondo y el aire húmedo de junio le congeló los pulmones.

Los pilotos rojos de las cámaras se encendieron y ella puso su mejor sonrisa, resignándose al papel que tendría que jugar hasta ser eliminada.

–Voy a ser vuestro presentador durante el viaje –dijo Colt Stewart dando un paso adelante–. ¿Estáis listas para la aventura de vuestra vida?

–Sí –dijo Millie junto con las otras concursantes.

–No os he oído –dijo Colt–. ¿Estáis listas para la aventura de vuestra vida?

–¡Sí!

Colt esbozó una sonrisa digna del mejor anuncio de dentífrico.

–Bienvenidos a El gran reto. Este es el concurso más arriesgado que se haya hecho en la televisión. No querréis perderos ni un episodio.

Cuando terminara el concurso, su vida volvería a la normalidad. No volvería a aceptar propuestas de matrimonio de desconocidos, ni tampoco volvería a contestar llamadas a primera hora de la mañana.

–¡Concursantes! ¡Preparados, listos...! –gritó Colt.

Las chicas se pusieron en posición de salida y Millie hizo lo mismo. Entonces se oyó un sonido similar a la campana de un tranvía.

–¡Adelante! –gritó Colt.

Un hombre vestido de negro y otro de verde corrieron hacia las mochilas. Millie fue tras ellos con la adrenalina a flor de piel. Esa vez sí que estaba preparada y no iba a quedarse atrás.

Cuando estaba a unos metros de la mochila azul, vio un bolsito con el dibujo de un globo terráqueo en la parte delantera. Dentro encontró treinta dólares, una llave y una tarjeta azul.

–Ve a Coit Tower –leyó Millie en alto para las cámaras–. Debes viajar en transporte público. Busca la bandera azul y verde. Ahí encontrarás la próxima pista, y también algo para llevar contigo durante la carrera.

¿Qué podría ser? No le iría mal un GPS. ¿Coit Tower? Ella nunca había estado en San Francisco, pero había oído hablar de ese sitio. Con el corazón desbocado, Millie observó los edificios que estaban a su alrededor. Había grandes almacenes, boutiques de ropa y hoteles.

Entonces vio a un guardia de seguridad y se acercó.

–¿Podría decirme dónde para el autobús que va a Coit Tower?

El guardia la llevó hasta la parada de autobús.

–Tiene que montarse en el treinta o en el cuarenta y cinco. Bájese en Washington Square y móntese en el treinta y nueve. Ese la lleva hasta allí. Puede ir andando si quiere, pero es cuesta arriba.

–Gracias.

En ese momento llegó el número 30 y Millie subió al autobús. En Washington Square hizo el cambio de línea y se bajó en lo alto de Telegraph Hill.

Había un enjambre de turistas alrededor de Coit Tower, haciendo fotos. Ni siquiera un cielo nublado podía estropear aquella maravillosa vista. Millie se puso a buscar la bandera, pero no encontró nada, así que se dirigió a la entrada de la torre. En el amplio recibidor de la planta baja había varios murales de vívidos colores, pero no había ni rastro de una caja de pistas, así que tendría que subir. Ella odiaba la altura, pero no tuvo más remedio que comprar tres entradas en la tienda de regalos. Entró en el ascensor junto con los cámaras y dos estudiantes brasileños. Al llegar al último piso, aún tuvieron que subir unas escaleras de caracol para acceder al mirador. Desde allí se divisaban los rascacielos cercanos y la vista era de vértigo, por lo que Millie se mantuvo alejada del borde.

La joven miró a su alrededor durante un instante y se sintió como una chica de pueblo en la gran ciudad. Entonces se acordó del concurso y no tardó en localizar la banderola azul y verde.

–Ahí está la caja de pistas –estaba cerrada, pero ella tenía la llave–. ¿Por qué no se abre?

Volvió a meter la llave en el ojo de la cerradura, pero fue inútil.

Entonces echó un vistazo y se dio cuenta de que había dos cerrojos, así que insertó la llave en el otro sin éxito. Una descarga de miedo le recorrió las venas. Si no lograba abrir la cajita, la eliminarían. No iba a rendirse así como así.

–¿Qué estoy pasando por alto?

–Esto –dijo una voz masculina.

Ella se dio la vuelta y se encontró con una llave plateada. Entonces levantó la vista y miró a su portador.

Jace Westfall.

Se le cortó la respiración. No podía estar allí, con ella.

El mundo empezó a darle vueltas y trató de respirar con tranquilidad, pero no pudo. Estaba preparada para todo excepto para eso.

–¿Qué estás haciendo aquí? –preguntó haciendo acopio de todo el sosiego del que era capaz.

Si perdía el control les daría lo que buscaban: morbo y drama. Estaba claro que lo habían preparado todo.

Jace agitó la llave.

–Apuesto a que esta llave abre la cerradura.

Millie se quedó sin habla. No quería tener nada que ver con él.

En ese momento se acercó otro cámara al que no conocía.

–¿Estás bien? –preguntó Jace al verla rodearse la cintura con los brazos.

Ella deseó que dejara de fingir. Su preocupación no podía ser real. Lo único que le importaba era su aspecto ante la cámara, y ella no iba a sucumbir a sus encantos por segunda vez.

–Muy bien.

Miró la ropa de Jace. Era del mismo color que la suya. ¿Por qué llevaba...?

De pronto encontró la respuesta. La pista decía que encontraría algo que tendría que llevar a lo largo del viaje. Jace no solo estaba allí para darle la llave...

–¿Eres concursante también?

Él asintió con la cabeza con gesto serio. La habían vuelto a engañar una vez más y ella había caído como una idiota.

–No puedo creer que me hayas hecho esto. Me has tendido una trampa.

–No fue idea mía –Jace metió la llave y abrió la caja–. Pete, el productor, me dijo que habría algunas sorpresas, pero no esperaba volver a verte.

–Yo tampoco.

No quería que pensara que aún sentía algo por él.

–Pensaba que encontraría un GPS –prosiguió Millie.

–A lo mejor nos estamos precipitando a sacar conclusiones.

–A lo mejor.