3,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 2,99 €
La mejor imagen es la que se percibe con el corazón. Karen Marchand siempre ha contemplado la vida desde el objetivo de su cámara. A distancia. Sin embargo, cuando llega a Escocia para el reportaje de una boda en Eilean Donan, se da cuenta de que hay otra manera de verlo todo. Andrew McFarland odia las bodas. Y no le sienta nada bien que su padre le encargue ser el anfitrión de la fotógrafa francesa que llegará para el enlace de su hermana. Además, hacer de cicerone lo complica todo, porque cuanto más intenta alejarse de ella, más atraído se siente. A Karen le asusta descubrir una nueva realidad durante los días que pasa con Andrew. Y cree que, cuando regrese a París, la distancia logrará hacer que se olvide de todo. Pero ¿qué la obliga a regresar a Escocia? ¿Un nuevo reportaje o una oportunidad para ver con el corazón? - Las mejores novelas románticas de autores de habla hispana. - En HQÑ puedes disfrutar de autoras consagradas y descubrir nuevos talentos. - Contemporánea, histórica, policiaca, fantasía, suspense… romance ¡elige tu historia favorita! - ¿Dispuesta a vivir y sentir con cada una de estas historias? ¡HQÑ es tu colección!
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 403
Veröffentlichungsjahr: 2021
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.
Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.
www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2021 Enrique García Díaz
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Boda en Eilean Donan, n.º 287 - enero 2021
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, HQÑ y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imágenes de cubierta utilizadas con permiso de Shutterstock.
I.S.B.N.: 978-84-1375-013-2
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Karen cogió la cámara que le tendía su ayudante, Denise, y enfocó a las dos modelos, que permanecían estáticas bajo las luces de los focos. Los disparos comenzaron a sonar mientras ella se movía de un lado a otro. Apoyaba una rodilla en el suelo o bien se acercaba más y más a las chicas haciéndole indicaciones con la mano para que se juntaran o se separaran. Por un instante permaneció de pie sin mover uno solo de sus músculos. Solo sus ojos de color claro escrutaban los rostros de las chicas. Asintió y se volvió hacia su ayudante para devolverle la cámara.
—Vale, ya está bien por hoy —le dijo a esta con una sonrisa antes de dirigirse a las modelos—: Chicas, hemos terminado. Creo que con la cantidad de fotos vuestras que tengo le bastará al cliente. Buen trabajo, y gracias por aguantarme.
—¿Por aguantarte? —Denise elevó una ceja.
—Sabes que soy muy pesada en mi trabajo. Llevamos toda la mañana.
—Muy exigente, que no es lo mismo. Pesada serías si hicieras que las modelos se movieran aquí y allá para nada. Que no encontraras el enfoque adecuado, que tuvieran que retocarles el maquillaje, el peinado… No sé, cosas de ese estilo —le resumió encogiéndose de hombros—. Pero tú siempre tienes claro lo que quieres desde que pones un pie en el estudio. De todas formas, ellas están acostumbradas a todo eso. Es su trabajo también.
—Me pongo el listón muy alto. Eso es todo.
—Por eso mismo te has ganado a la crítica. Tienes un prestigio que mantener y hay pocos profesionales como tú. En serio. ¿Quién ha llegado a tener tantas portadas en revistas de todo tipo? ¿A quién llaman los diseñadores más prestigiosos de la actualidad?
—Gracias por agrandar mi ego. Pero me limito a disfrutar con lo que hago. —Karen se apoyó contra la mesa, se apartó algunos mechones morenos del rostro y sonrió cruzando los brazos a la altura del pecho.
—Por eso mismo has llegado a la cima. El mundo de la moda te respeta. Te quieren en sus campañas. Insisto en que has publicado imágenes en las revistas de viajes y de naturaleza más conocidas. Has expuesto tus propias fotografías en espacios reservados a los grandes. —Miró a su amiga y jefa con las cejas elevadas esperando que la contradijera. Pero Denise sabía que no podría hacerlo porque no le estaba contando nada que no fuera cierto, ni que ella misma no supiera.
—¿Has acabado de adularme? Porque, si es así, te invito a comer. Ah, y que sepas que parte de mi éxito se debe a que cuento con la mejor ayudante del mundo. Siempre tienes el equipo a punto para captar la mejor imagen. Y un consejo para mejorarla. Y eso, lo creas o no, es muy importante para mí. Y ahora, deja que te eche una mano para recogerlo todo. De ese modo nos podremos ir antes.
Denise se limitó a sonreír.
Minutos después, las dos chicas comían en una brasserie en el barrio Latino de París.
—¿Cuál es el siguiente encargo que tienes? ¿Te ha comentado algo Nora?
—Solo por encima. Algo importante para la agencia. Tengo que pasarme después por las oficinas.
—Esperemos a ver de qué se trata.
—Conociéndola… —Karen rodó sus ojos dándole a entender a su amiga lo que pensaba al respecto de ello—. Sabes que en ocasiones le gusta exagerar. —Sonrió porque sabía cómo era Nora. Le gustaba anunciar las propuestas a bombo y platillo para dar publicidad a la agencia.
—Deberías cogerte vacaciones. Estamos en verano. Lárgate lejos y disfruta. No creo que haya mucho trabajo en esta época del año. Se te están pasando los años.
—No sé lo que son desde hace… —Resopló mirando a Denise—. Lo que sucede es que mi trabajo va ligado en parte a estas porque, cuando llegan los meses de verano, me marcho lejos a trabajar.
—Sí, a trabajar para alguna publicación de viajes. Tienes que pisar el freno, Karen. Disfrutar un poco más de la vida, de los amigos, de tu pareja…
—Ya lo hago. De vez en cuando me pierdo por ahí lejos. O acudo a las concentraciones de motos que me pillan cerca de París. Ya me conoces, soy un espíritu inquieto. —Movió sus cejas arriba y abajo con celeridad y rio divertida.
—¿Y qué pasa con Vincent? Ya sé que es un tema delicado, pero hace tiempo que no me cuentas nada.
Karen esbozó una media sonrisa mitad ironía, mitad decepción. Cogió la copa de vino y dio un sorbito para aclarar la garganta.
—¿No irás a salirme con que se me pasa el arroz? —Karen entornó sus ojos oscuros hacia su colega y sonrió con malicia—. Vincent y yo queremos cosas diferentes. Somos como el mar y el cielo, parece que se tocan, que incluso se unen, pero nada más lejos de la realidad. Soy consciente de que mi trabajo es complicado. Viajes a cualquier parte, estancias de días o semanas en otras ciudades… Y él no puede seguir mi ritmo. —Ella bajó la mirada hacia el pie de la copa que movía entre sus dedos—. Prefiere una vida más acomodada en su despacho. Es así. —Abrió los ojos como platos y sonrió—. ¿Y tú, que me cuentas de tu vecino? Ese que toca el violín y da clases en el conservatorio, ¿eh?
Denise sonrió al pensar en él y el calor inundó su rostro, al mismo tiempo que se le formaban dos hoyuelos en las comisuras.
—Nos saludamos cuando nos vemos, charlamos en el descansillo, en el portal…
—¿Pero…?
—Bueno, un día pasó por casa para preguntarme si le molestaba que practicara con el violín.
—¿Y qué le dijiste?
—Que para nada lo hacía. Al contrario, le aseguré que me encantaba escucharlo porque me relaja bastante.
—Para otra vez que llame a tu puerta, pídele que te dé un concierto privado. —Karen le guiñó un ojo en complicidad.
—Ya, claro… —ironizó Denise.
El sonido de su móvil captó la atención de Karen, lo cogió y resopló cuando leyó el nombre en la pantalla.
—La jefa —le informó a Denise antes de contestar a la llamada—. Dime, ¿qué sucede?
—¿Habéis acabado por hoy?
—Sí, hemos terminando con la sesión. Si me llamas por las fotografías, luego las reviso y te envío las más aceptables para el cliente. Denise y yo estamos en plena comida en el barrio Latino.
—Eso es lo de menos. Necesito que vengas a la oficina cuanto antes. Tengo que hablarte de la propuesta que te he comentado, y que es muy atractiva e interesante.
—Me pasaré en un momento.
—Más te vale. He de dar la confirmación al cliente esta misma tarde o llamarán a otro.
—Entendido. Estaré allí en veinte minutos.
—Que sean mejor quince o diez.
—Sí, vale. Lo que tú digas…
Karen frunció el ceño e hizo un mohín con los labios dando a entender a Denise que Nora parecía cabreada.
—Quiere que esté allí en diez minutos.
—Pues vámonos —le instó ella haciendo un gesto con el mentón para que terminara.
Pero Karen se limitó a sonreír. Luego extendió el brazo con la mano abierta hacia su ayudante y sacudió la cabeza.
—No tengas tanta prisa. Que espere un poco. El cliente no se va a ir a ninguna parte, ni se va a echar atrás si tanto interés tiene en que me haga cargo de su trabajo. Es una estrategia de Nora.
—Estás muy segura de ello.
—Los años y la experiencia me lo han enseñado —le aseguró guiñándole un ojo y apurando el vino antes de llamar la atención del camarero para pagar.
—¡¿Una boda?!
Karen se quedó perpleja al escuchar a Nora referirse a ese nuevo proyecto tan importante. ¿Una boda? Repitió en su mente sin terminar de creer que hubiera escuchado bien.
—Es la propuesta que nos han hecho. Mejor dicho, que te han hecho, porque preguntaba expresamente por ti.
—Pues que vaya otro. Yo no me dedico a sacar fotografías de novios. Ya lo sabes —le dejó claro señalándola con su dedo.
—¿Qué problema tienes con las bodas, si puedo saberlo?
—Ninguno. Solo que no me dedico a celebraciones de ese tipo.
—El cliente ha preguntado por ti, insisto. Y va a pagar una buena cantidad de dinero. Necesitamos este encargo en la agencia. Y te vendrá bien cambiar el registro de tus trabajos. Él correrá con todos los gastos de desplazamiento y alojamiento.
Karen frunció el ceño y apoyó las manos sobre la mesa mirando a Nora con sorpresa e incredulidad al escuchar aquellas últimas palabras.
—Un momento. ¿Has dicho gastos de viaje y alojamiento? No es aquí en París, entiendo.
—No. Por eso mismo deberías dejarme llegar al final de lo que tengo que decirte antes de dar tu opinión y rechazarlo de plano. Pero, como de costumbre, te anticipas; algo a lo que me tienes acostumbrada, y que ya no me sorprende lo más mínimo. He tomado la determinación de dejarte hablar y hacer oídos sordos a tus protestas antes de darte toda la información.
Nora cruzó las manos y posó los codos sobre la mesa dejando su mirada fija en Karen. Esta era impetuosa, rebelde, decidida, todo un portento en su trabajo. Pocos lograban unas imágenes como ella, la verdad. Por eso solo la llamaban las grandes marcas y las firmas de ropa para sus campañas de moda. Su caché era alto y pocos podían permitírselo. Claro que su trabajo lo valía cuando acababa y entregaba las fotografías. Y no tenía ni treinta años. Nora le auguraba un futuro muy prometedor…
Ella apartó las manos de la mesa y las dejó en alto en señal de rendición.
—De acuerdo. Cuéntamelo.
—Digamos que tu cuartel general estará en Inverness…
—Eso está en Escocia —le interrumpió nada más escuchar el nombre de la ciudad—. En las Tierras Altas.
—Sí. Tendrás que desplazarte desde allí para la boda.
—¿Dónde?
—A Eilean Donan. Supongo que lo conoces por haberlo visto en películas, series de televisión, guías turísticas y demás. Uno de los castillos escoceses de más renombre. Por cierto, ahora que lo pienso, nunca he visto una fotografía tuya de este.
Karen cogió aire y apretó los labios. ¡Era cierto, el castillo de Eilean Donan era uno de los pocos lugares que no había fotografiado! Y se le presentaba la oportunidad de hacerlo.
—Ah, eso es porque no he estado allí.
—Pues esta es tu oportunidad de hacerlo. ¿Vas a dejar escapar la posibilidad de conocerlo y no fotografiarlo porque se trate de una boda? —Nora le hizo la pregunta con un tono de sorna y sorpresa que a Karen le provocó una carcajada.
—Tratas de ponerme los dientes largos con tu puesta en escena. El cliente debe de ser muy rico para organizar una boda en un sitio así, ¿no?
—Es dueño de una destilería en aquella región. Pero a nosotros no nos incumbe su patrimonio. Él te quiere en la boda de su hija.
—¿Cuándo se supone que tengo que estar allí?
—Dentro de tres días.
—Pero es algo precipitado. Me refiero a organizar el viaje, llegar a Escocia, ir al castillo…
—Ha enviado billetes de avión, para Denise y para ti. Supuse que no querrías ir sola.
—Por supuesto. No acepto un trabajo sin ella. Ya lo sabes.
—Os han reservado una habitación en un hotel céntrico en Inverness. Alguien os irá a recoger al aeropuerto y os llevará a este. Por cierto, tenéis que hacer escala en Londres. No hay vuelos directos a la capital de las Tierras Altas desde aquí. Lo verás todo en el dosier que ha enviado el cliente, y que ya debes de tener en la bandeja de entrada de tu cuenta de correo.
—¿Nos espera alguien de la propia familia?
—Solo sé que el contacto es un tal Andrew McFarland. Es posible que se trate de un hijo; por el apellido. El cliente se llama Roger McFarland. Tenéis todos los gastos cubiertos durante una semana. Quieren que estéis con tiempo suficiente para visitar el castillo y prepararlo todo.
—De acuerdo. Todo parece estar bien claro. Llevaré mi propio equipo.
—Como quieras, ellos me han comentado que podrían prestarte uno. Lo que no podrás llevarte es tu moto, como puedes suponer —le recordó entre risas—. Confío en que puedas pasar sin ella la semana que estés en Inverness.
—Siempre puedo alquilar una para ir al castillo. Sabes que soy una mujer con suficientes recursos —la retó con ironía haciendo ver que así era.
Ya lo había hecho en algunas de las ocasiones en las que había estado en otros países y continentes. Tenía decisión y recursos para lograr lo que se proponía.
—Como quieras. ¿Alguna cuestión relacionada con este trabajo?
—Ninguna por el momento. Echaré un vistazo al dosier que me has enviado. Si se me ocurren te las iré haciendo sobre la marcha.
—Perfecto. Cerramos el tema de Escocia hasta nueva orden. Otra cosa, ¿qué tal la sesión de fotos de hoy?
—Todo controlado. Veré las que merecen la pena y te las enviaré para que las vea el cliente.
—Estupendo. Ya verás cómo al final me agradecerás este trabajo en Inverness.
—Lo único atractivo que veo en este son los parajes de la región a la que vamos y el castillo de Eilean Donan, por supuesto —ironizó Karen segura de lo que decía.
—Aprovechad Denise y tú para conocer la región, como bien dices. Por cierto, ¿irá Vincent?
—Acabas de decirme que han enviado dos billetes de avión. Uno es para mí y el otro para Denise. —No dio opción a Nora a que dijera nada más.
—Pero él podría reservar uno. Y una habitación en el hotel en el que os alojéis Denise y tú.
—Ni me molesto en comentárselo.
—¿Marchan bien las cosas? Sabes que puedes contar conmigo…
Karen asintió con una mueca irónica.
—Descuida, lo sé. Solo que no hay mucho que contar. Ambos queremos cosas distintas, ya te lo he contado en alguna que otra ocasión. Cada día nos distanciamos más.
—Está bien. Estaremos en contacto antes de que os marchéis.
—Te mando las fotos en cuanto llegue a casa.
—De acuerdo.
Karen salió de la oficina y caminó sin rumbo durante una hora. La verdad era que no sabía qué pensar de todo aquello. ¿A quién no le gustaría ir a las Tierras Altas escocesas y fotografiar sus parajes? Ni qué decir de visitar Eilean Donan, aunque fuera para asistir a una boda en este. Rechazaba fotografiar las celebraciones de todo tipo, pero en especial las bodas. No creía en estas después de presenciar el desastroso matrimonio de sus propios padres. Eso de para toda la vida… Lo sentía, pero no creía en ello. Tal vez por ese motivo siempre había tenido relaciones con hombres que pensaban como ella; nada de compromiso. Y si en algún momento atisbaba una sola señal de que a su pareja se le pasaba por la cabeza formalizar la situación, entonces… comenzaba la fase de enfriar la relación. Eso se le daba de maravilla. No quería ataduras, ni sentimentalismos, ni nada que se le pareciera. Siempre iba con la coraza puesta cuando conocía a un hombre que parecía mostrar interés en ella. Casi hasta agradecía que Vincent estuviera perdiendo el interés en ella. Resopló cuando sintió una ligera opresión en su pecho que le hacía respirar con dificultad.
Tendría que llamar a Denise para contarle la noticia. A ver qué le parecía. Suponía que esta no pondría ningún reparo; al contrario, podría imaginar la cara que pondría. Se le iluminaría el rostro. Y en cuanto a Vincent… Se mordió el labio con gesto pensativo. ¿A qué venía la sugerencia de Nora de contárselo e incluso pedirle que las acompañara? Se preguntó gesticulando en mitad de la calle mientras algunos peatones se la quedaban mirando. No tenía sentido hacerlo. No cuando llevaban algunas semanas sin apenas comunicarse, porque era lo que hacían a través del móvil. Mejor así.
Llegó a casa y se puso a seleccionar las fotografías de las modelos que eran aptas para el cliente. Luego se las enviaría a Nora, y llamaría a Denise. Pero no hizo falta porque esta se le anticipó.
—Iba a llamarte ahora mismo. Estoy revisando las fotos de la sesión de esta mañana. —Había pulsado el altavoz de su móvil y lo había colocado en la mesa baja del salón. De ese modo ella podría ir trabajando en las imágenes.
—Genial. ¿Qué te ha contado Nora del nuevo proyecto?
—Se trata de hacer el reportaje de una boda.
—Vaya…
El tono de falta de emoción impregnó la respuesta de Denise. Lástima que ella no pudiera ver la cara que tenía Karen. Una sonrisa traviesa bailaba en sus labios porque era consciente de cómo iba a cambiar de parecer en cuanto le dijera dónde tenían que irse.
—Todavía no te he dicho dónde es, de manera que siéntate si te pillo de pie porque no te lo esperas.
—¿Qué pasa, que no es aquí en París?
—¿Qué tal tu inglés, o tal vez sería mejor especificar un poco, tu escocés? Ya sabes que tienen sus propias palabras para diferenciarse de los ingleses. —Karen seguía trabajando en las imágenes de la sesión de fotos de esa mañana, pero controlaba el móvil de reojo esperando la respuesta de su amiga.
—¡¿Qué?! ¿En Escocia? Pero… pero… Habrás dicho que sí, ¿no? Sé que no eres fan de los reportajes de boda, por eso te lo comento. Pero… Es Escocia…
—No te preocupes por eso. He aceptado el encargo.
—¡Sí!
—Sabía que tu visión inicial cambiaría nada más que supieras el destino. Pues todavía no conoces lo mejor.
—¿Hay más? No creo que…
—¿Qué te viene a la mente si te digo Eilean Donan?
—¿El castillo dónde se han rodado películas, series y anuncios? ¿Me estás diciendo que la boda se va a celebrar allí mismo?
—Exacto. A ver, nuestro cliente es el padre de la novia. Ha enviado a Nora billetes de avión para Inverness, y nos ha reservado una habitación en un hotel en esa ciudad. Tenemos que coger el vuelo a Londres pasado mañana según veo en la fecha de estos. Haremos escala y cogeremos otro a Inverness. Allí nos esperan para llevarnos al hotel. Una vez allí tendremos que encargarnos de todo lo referente a la sesión de fotos, claro. Lo demás corre por cuenta de este. Espero poder concretarlo todo con el tal Roger McFarland, según dice aquí en el correo que Nora me ha enviado. Bueno, esto es, a grandes rasgos, el tema.
—Entonces, vamos a pasar unos días en las Tierras Altas de Escocia —resumió Denise.
—Así es. Eso sí, hay que currar, ya lo sabes. No vamos a hacer turismo.
—No hay problema. Curraremos a tope. Y el tiempo que nos quede libre podremos recorres los alrededores de Inverness.
A Karen le encantaba el cambio que había experimentado la voz de su colega.
—Genial. Bueno, pues eso era lo que tenía que contarte. Vete preparando la maleta.
—¿Llevaremos nuestro propio equipo fotográfico?
—Nora me comentó de pasada que ellos estaban dispuestos a facilitarnos uno… Pero sabes que soy una maniática y que prefiero trabajar con lo que ya conozco.
—Lo que tú digas. ¿Algo más que deba saber?
—Los billetes están en mi correo y del hotel no tenemos que preocuparnos. Lo único que te pido es que tengas tu pasaporte en regla.
—Descuida. Lo renové hace un par de años. Está vigente.
—Genial, pues por el momento está todo dicho. Si necesitamos algo te pego un toque. Oye, por cierto, ese violín que suena de fondo…
—Es el vecino. Está practicando.
—Pues es muy bueno.
—¡Qué me vas a contar!
—Aprovecha la melodía para relajarte. Yo voy a enviarle a Nora las fotos de esta mañana. Estamos en contacto.
—Claro. Lo que sea. Adiós.
—Adiós —dijo deslizando el dedo por la pantalla de su móvil y centrando toda su atención en su trabajo. Terminaría lo antes posible, se daría una ducha y buscaría algo de información sobre Inverness y sobre Eilean Donan, claro estaba. No le gustaría que Denise y ella se presentaran a ciegas. Al menos conocer un poco por dónde iban a moverse. Y de paso entrar en la página del hotel y echar un vistazo a este.
***
El timbre de la puerta sonó cuando terminaba de secarse el pelo. ¡Qué oportuno quien fuera! Pensó camino de esta descalza y envuelta en el albornoz. Se acercó a la mirilla y resopló cuando reconoció a Vincent esperando en el descansillo. Contó hasta cinco y abrió.
Cuando él la vio se quedó sin saber qué decir y sin poder mover un pie del sitio que estaba.
—Cierra cuando hayas entrado —le pidió caminando hacia su habitación para vestirse. ¿Qué narices hacía él allí? Llevaban tiempo sin verse y de repente se presentaba en su casa sin avisar—. ¿Qué haces aquí? —le preguntó apareciendo en el salón vestida con unos pantalones de hilo y una camiseta de manga corta. Se había recogido el pelo en lo alto con una pinza salvo por algunos mechones que caían a ambos lados de su rostro.
—¿No puedo pasar a verte? —le preguntó él mostrándose sorprendido por el recibimiento.
—¿Quieres la verdad? Después de pasarnos días enteros sin vernos y casi sin hablar… si exceptuamos algunos mensajes de WhatsApp… No te esperaba. Y que conste que no te lo echo en cara porque yo también tengo mi parte de culpa en ello.
Vincent frunció los labios y asintió.
—Me parece bien. Y ahora, dime, ¿qué tal estás? De haber sabido que ibas a recibirme desnuda…
—Desnuda es lo que tú hubieras querido. Llevaba el albornoz puesto, por si no te diste cuenta. A lo mejor estabas demasiado centrado en imaginarte si llevaba algo puesto bajo este.
—Apuesto a que no había nada excepto tú. —Vincent sonrió con sarcasmo—. ¡Te marchas a Escocia! —Hizo un gesto con la mano hacia la documentación sobre el viaje que ella tenía abierta en su portátil.
—Trabajo.
—¿Cuándo?
—Pasado mañana.
—¿Ibas a decírmelo?
—¿Para qué? No vas a venir. Como en otras ocasiones que he tenido que viajar.
—Ya. Bueno, veo que has tomado tu propia decisión.
—Vincent, no sé qué quieres que te diga salvo que cada uno de nosotros vivimos en nuestro propio mundo. Tú quieres que yo encuentre un trabajo algo más tranquilo en el sentido de viajar. Y yo no puedo quedarme sentada en una oficina viendo caer las horas.
—Lo sé, y no te pido que…
—Es inútil seguir con esto cuando ambos sabemos que no habrá el final del cuento. Y disculpa si te soy tan sincera, pero durante todo este tiempo que apenas nos hemos visto me he dado cuenta de que es inútil seguir adelante.
—Siempre he admirado tu sinceridad, Karen —le dijo con un tono irónico que buscaba hacer algo de daño.
—Es decir la verdad.
—¿Cuánto tiempo te marchas a Escocia?
—Algunos días. Lo que dure los preparativos de la boda y esta.
Vincent apretó los labios y asintió. Sabía que ella tenía toda la razón porque aquella relación no existía como tal. Los trabajos los separaban. Ella viajando para los reportajes y desfiles de moda. Y él en su bufete del que había ocasiones que pasaba por casa para darse una ducha, cambiarse de ropa y regresar. La verdad, no era una vida para tener una pareja. Para ninguno de los dos.
—Está bien. Te dejo que sigas con tu nuevo proyecto. Yo aprovecharé para ver a un cliente y comentarle un par de cosas. Disfruta de ese trabajo en Escocia. Ya me enseñarás las fotos a la vuelta. Si tenemos a bien vernos…
Ella no esperaba aquella reacción por parte de él, pero allí estaba. Una despedida como si fueran a volver a verse, o tal vez no. Porque la disculpa de que le enseñara las fotografías a su regreso era eso: una disculpa para quedar bien antes de marcharse. Tenía la impresión de que él también daba por terminada la relación. Era más, hasta pensaba que le venía bien. Una despedida fría, cortante, sin un beso, una caricia… Ni siquiera se había molestado en preguntarle a qué localidad de Escocia iba. Ni de qué iba este nuevo proyecto. Esos eran los detalles que le habían hecho ver la clase de vida y de relación que le esperaba si seguía con él. Por eso había sido lo suficientemente clara para que se diera por enterado. Y, a decir verdad, parecía que él estuviera esperándolo porque no había hecho nada por revertir la situación. Karen echaba en falta una pareja que estuviera dispuesta a pelear por ella. A hacerle ver que estaba dispuesto a que ambos acoplaran sus trabajos y sus vidas para encontrar un punto que los uniera. Ella estaba dispuesta a renunciar a algunos proyectos si veía el compromiso en su compañero.
Se quedó contemplando la puerta de su piso sin saber qué hacer. Al menos, centrarse en preparar el viaje a Escocia. Eso era lo que en verdad le tenía que importar desde ese momento.
—¿Tienes todo? —Karen miraba a Denise mientras las dos avanzaban por el vestíbulo de la terminal del aeropuerto Charles de Gaulle.
—Sí, no te preocupes. Sobre todo, el pasaporte, de lo contrario no podré salir de Francia.
—Genial —le dijo deteniéndose delante del primer control para pasar el billete por el lector ante la mirada seria de la encargada—. Vamos.
Denise la siguió por el laberíntico pasillo de cintas de separación colocadas hasta la zona de seguridad. Karen comenzó a depositar sus pertenencias en una bandeja, empleó otra para su chaqueta y las puso sobre la cinta. Lo último de lo que se desprendió fue de su equipo fotográfico del que solo lo hacía en casos necesarios como ese. Pero no lo perdió de vista ni un solo instante mientras ella caminaba hacia el arco de seguridad, donde una policía le hacía señales para que lo cruzara.
Pasó bajo el detector de metales sin ningún contratiempo y se apresuró a recoger sus pertenencias ante la mirada del agente que controlaba la pantalla del escáner. Karen le dedicó una sonrisa y asintió alejándose hacia un lugar apartado en el que pudiera terminar de arreglarse mientras esperaba a Denise.
—Tenemos tiempo para comer algo antes de embarcar.
—Busquemos un café.
—¿Echaste un vistazo a la documentación que te pasé?
—Sí, lo estuve repasando anoche antes de irme a la cama. No me puedo creer que vayamos a Escocia —le aseguró con los ojos abiertos como platos porque no acababa de creerlo.
—Con los gastos pagados. Eh, que vamos a currar.
—Pero ¿qué clase de boda es? ¿Tanto tiempo necesitan que estemos?
—Piensa que va a ser en un castillo, con eso te lo digo todo. El padre de la novia tiene una destilería en esa región. Habrá muchas localizaciones para hacer las fotos. Según he visto en la web de Eilean Donan necesitamos permisos para hacer el reportaje. No es un sitio convencional.
—Y estoy segura de que tampoco lo será el número de invitados.
—Por ese motivo creo que quieren que estemos con tiempo.
—¿Qué ha pasado con tu alergia a las bodas? —ironizó Denise con una sonrisa diabólica.
Karen se encogió de hombros.
—Nunca he fotografiado Eilean Donan. Ni he estado en la capital de las Highlands —le confesó empleando la palabra inglesa para referirse a las Tierras Altas del norte del país.
Andrew McFarland acudió a la llamada de su padre. Suponía que iba a repetirle lo que tenía que hacer con la fotógrafa, que llegaba esa tarde para la boda de su hermana Ilona. Lo encontró rebuscando algún papel entre la pila de estos que adornaban su mesa en el despacho que tenía en casa.
—¿Querías verme? —le preguntó a modo de formalismo porque para eso estaba allí—. He quedado esta mañana.
—Sí. Quería recordarte que esta tarde llegarán Karen Marchand y su ayudante Denise al aeropuerto.
—Lo llevas haciendo desde ayer a cada momento que me ves.
—Ya, ya lo sé. Pero dado que eres muy aficionado a olvidar las cosas… Vuelvo a recordártelo. —La mirada del progenitor de la familia fue clara y contundente.
—Pues no me lo pidas si crees eso de mí. Ya puestos, ¿por qué no envías a Mortimer a que las recoja? Es tu chófer y seguro que hace ese trabajo mejor que yo. Para eso le pagas.
—Mortimer tiene la tarde libre porque no pienso salir. Y si lo hago conduciré yo. Y, además, quiero que seas tú en persona el que acuda a recoger a las dos mujeres. ¿Te ha quedado claro? —le dijo mirándolo de manera fija para que su hijo no dijera nada más.
—Vale. Si es lo que quieres. Allí estaré. Descuida —le aseguró encogiéndose de hombros.
—Toma, es la documentación para el hotel. Déjalas instaladas en este.
—¿Algo más? —Andrew no se molestó en revisar los papeles. Conocía el hotel de sobra porque su padre siempre lo recomendaba o alojaba allí a sus visitas de negocios. Por otra parte, Inverness no era una ciudad muy grande, de manera que tampoco había que darse prisa en ir a recogerlas al aeropuerto y dejarlas instaladas.
—Me gustaría que fueras un buen anfitrión. Si te apetece…
Andrew asintió apretando los labios en un gesto de asentimiento.
—Descuida. Prometo ser un buen cicerone con las francesas —le aseguró empleando un tono algo irónico para referirse a la nacionalidad de estas.
—Es la boda de tu hermana. ¿Por qué no pones un poco de interés, Andrew? Supongo que tu madre ha hablado contigo al respecto del traje.
—Sí, ya me ha dicho que quiere que lleve kilt[1], descuida.
—Serías capaz de presentarte en vaqueros y en zapatillas. Que no te guste vestir un traje a diario para ir al periódico no significa que vayas vestido como un indigente —le dijo señalando su aspecto en ese mismo momento.
—Y yo no creo que la gente sea más o menos profesional por la ropa que lleve puesta. Además, si tengo que salir a alguna parte a cubrir una noticia prefiero ir de sport, o como un indigente —le dejó claro, apuntándolo con un dedo—. Creo que voy a hacer algo antes de ir a recoger a las fotógrafas.
Roger McFarland sacudió la cabeza y resopló. Su hijo no tenía remedio. No lo entendía. Al contrario que su hermana Ilona o el mayor, William, él prefería ir por libre. Le había recordado lo de la vestimenta porque no le cabía la menor duda de que sería capaz de aparecer en la boda de su hermana vestido de cualquier manera. Odiaba los trajes, la etiqueta y todos esos formalismos. Siempre había sido así, y a estas alturas ya no iba a cambiar. De acuerdo que no necesitaba ir trajeado para dirigir el periódico local, pero de ahí a ir con vaqueros y zapatillas deportivas a las oficinas… Eso cuando se presentaba por allí. Que ese era el otro tema que no entendía por más que lo intentaba. La mayor parte del tiempo hacía las gestiones desde casa o desde un pub gracias a las tecnologías. Le bastaba un portátil o el propio móvil para trabajar. En ocasiones pensaba que Andrew era demasiado despreocupado al dirigir el diario a distancia.
Roger volvió a centrarse en los papeles que estaba revisando antes de que él apareciera. Pero la voz de su esposa lo detuvo.
—Acabo de cruzarme con Andrew.
—Sí. Le he recordado que no olvide ir a recoger a las dos fotógrafas al aeropuerto. Llegan esta tarde.
—¿Y qué te ha dicho? Porque parecía salir de mal humor.
—¡Que por qué no enviaba a Mortimer! ¿Puedes creerlo, Eileen? —Se quedó contemplándola sin saber qué más podía decir.
—No entiendo por qué se comporta de esa manera.
—Le he pedido que muestre cierto entusiasmo por la boda de su hermana, pero no parece por la labor. Eso y que se porte bien con las dos fotógrafas.
—Sabes lo que opina de las bodas…
—¡Por san Andrés, Eileen! —exclamó algo enfadado Roger McFarland arrojando sobre la mesa el documento que tenía en la mano—. ¿No irás a repetirme que tiene que ver con su hermano? ¿Es porque Fiona lo eligió a él para casarse? ¿Por eso ha perdido la ilusión por todo? —Contempló a su mujer con los ojos abiertos como platos y los brazos extendidos a los lados, con las manos vueltas hacia arriba. Esperaba que su esposa le llevara la contraria y le dijera que eso era agua pasada.
Eileen apretó los labios e inspiró acortando la distancia con su esposo.
—Andrew estaba enamorado de Fiona, pero el destino tenía otros planes para ellos. No ha superado que ella acabara casándose con William. Por cierto, me ha llamado para decirme que estarán aquí mañana.
Roger resopló.
—Espero que Andrew se comporte. ¿Lo sabe? ¿Qué William y Fiona estarán en la boda?
—Supongo que se hará a la idea de que asistirán. Sabes que no quiere saber nada de ellos desde que se marcharon a Glasgow hace un año. Ni siquiera los vio cuando vinieron las pasadas Navidades.
—Creo que deberíamos decírselo antes de que se encuentren cara a cara. ¡Por san Andrés que Andrew es muy tozudo! Quise comprender su reacción en un principio cuando Fiona rompió con él y meses después comenzó a verse con William. Pero el tiempo ha pasado y…
—Andrew es muy suyo. Será mejor dejarlo estar por el momento.
—Le he pedido que sea un buen anfitrión con Karen y su ayudante porque confío en él. Porque considero que es el más apropiado. Pero solo faltaría que lo estropeara con ellas —comentó él resignado.
—No lo hará. Nuestro hijo da la impresión de estar enfadado con todo el mundo, pero en el fondo es un hombre cabal. Que yo sepa dirige el periódico con eficiencia, aunque a ti te parezca que no lo está haciendo. Solo que trabaja a su manera. Deja que haga las cosas a su modo. No puedes decirle que haga las cosas como a ti te gustaría que las hiciera. Ya no es jovencito. —Sonrió Eileen al ver a su marido de aquel talante.
—Eso es lo que más me asusta con respecto a lo que le he pedido. Que lo haga a su modo —le aseguró con un gesto de temor en su rostro.
—Su comportamiento será el correcto, ya lo verás. A veces tengo la impresión de que se comporta así para darte en la cabeza —le aseguró ella sonriendo de nuevo.
Eileen conocía a su hijo y sabía que, pese a la imagen que Andrew solía dar, de ser alguien despreocupado y que pasaba de todo, no era así. Y ya se daría cuenta su padre.
Andrew abandonó la casa de sus padres a las afueras de Inverness y se dirigió al centro. En la mano llevaba la información que su padre le había pasado acerca de las dos fotógrafas francesas. Lo dobló y lo guardó en el bolsillo trasero de sus vaqueros. Claro que se comportaría en la boda de su hermana. Ella era la pequeña y su debilidad, y no iba a fallarle bajo ningún concepto. De eso estaba seguro. Además, ella no tenía la culpa de lo que le sucedía a él.
Quedó con su redactora jefe, Maggie, para saber cómo marchaban las cosas en el periódico. Su padre apostó por él cuando el diario se encontró con dificultades financieras durante la crisis económica de hacía unos años. Lo reflotó y lo puso al frente para dirigirlo, ya que no quería trabajar con él en la destilería. Debía reconocer que su padre acertó. Dirigir el periódico era lo que había querido. Eran los días en los que salía con Fiona… Recordarla todavía le provocaba un dolor extremo en el pecho. Era algo que no había conseguido superar pese a los años que hacía que sucedió, y a la distancia. Lo último que sabía de ellos era que se habían mudado a Glasgow hacía dos años. De no haberlo hecho ellos, habría sido él quien se marchara de Inverness. Le habría jodido, y mucho, tener que hacerlo, porque le gustaba la ciudad y los alrededores.
Maggie le hizo una señal con la mano cuando él entró en el café. Andrew se dirigió hacia ella. Pelo color del vino, su tez blanca y sus ojos claros resaltaban allí donde fuera. Era imposible no sentirse atraído por su mirada. Salvo él, claro estaba. Llevaban años trabajando codo con codo y no la había considerado más allá de compañera.
—Pensaba que no vendrías —le dijo ella fijándose en el gesto de desgana de él.
—No, tranquila. Entiendo que tuvieras tus dudas porque después de estar hablando con mi padre… —Puso los ojos en blanco y resopló.
—¿Es por la boda de tu hermana?
—Quiere que me comporte, que me vista de manera adecuada. Fíjate que me ha llegado a decir que parezco un indigente. —Contempló a Maggie con los ojos como platos y las cejas formando un arco sobre su frente.
—No creo que vayas tan mal vestido.
—Eso mismo digo yo. En fin, y encima quiere que haga de anfitrión con las francesitas, que llegan esta tarde. —Volvió a emplear un toque irónico al referirse a Karen y su ayudante.
—Por tu gesto y tu manera de referirte a estas, no te hace ni pizca de gracia, ¿eh?
—No soy un chófer. Para eso está Mortimer. Ya se lo he dejado claro. Pero le ha dado la tarde libre, según me ha dicho. Creo que es una encerrona de mi padre.
—Se ve que tiene algún interés en que recojas a las fotógrafas. ¿Has visto alguno de sus trabajos? —Ella observó su reacción de falta de interés por encima de la taza, mientras bebía.
—No. ¿Qué me importa que sea muy famosa y que le hayan concedido infinidad de premios? Solo son unas fotos.
—Es una gran profesional. Las marcas y las firmas de moda se la rifan. Suelen contratarla para las semanas de la moda. París, Nueva York, Milán, Madrid… Sus fotos han sido portada de varias de las revistas más prestigiosas de viajes, de investigación, de animales. Ha estado en numerosos países.
—Me parece genial. Mi hermana se merece lo mejor para su boda.
—¿Sabes algo de tu hermano? —Maggie era consciente de que preguntarle por William era como echar sal en la herida. Pero era su hermano.
—No me hace falta saberlo. Supongo que vendrá. Es lo más lógico. Es nuestra hermana la que se casa.
—Y apuesto a que no te hará ninguna gracia.
Andrew apretó los labios y asintió.
—Lo superaré por Ilona y Fraser. Es su día y yo no pienso fastidiarlo.
—Bueno, piensa que, al hacer de anfitrión con las fotógrafas, estarás bastante ocupado —le recordó con una sonrisa divertida mientras Andrew le devolvía una mirada de advertencia.
—¿No estarás pensando que me pegue a estas todos los días con tal de no ver a mi hermano?
—Creo que tu padre así lo espera. Que hagas de chófer para ellas. —Maggie sonrió irónica ante esa posibilidad—. Por cierto, ¿qué tal tu francés?
—¿A qué viene tu pregunta? Se supone que ellas hablan inglés, ¿no? Si ha viajado tanto como dices…
—Yo pregunto por si acaso. De todas formas, procura no poner un acento fuerte cuando hables con ellas. Suavízalo un poco, ¿querrás? —le pidió con toda intención mientas sonreía.
—Bien, dejemos a las francesas por un rato. ¿De qué querías hablarme?
—Supongo que cubriremos la boda de tu hermana. De eso quería hablarte —le comentó mientras él resoplaba.
—Tengo ganas de que se pase y todo vuelva a la normalidad.
—Entiendo. Piensa que solo quedan días.
Andrew puso cara de circunstancia y resopló.
—Sí, claro que la cubriremos para que aparezca en la sección de noticias locales. Bastará con que vaya alguien a tomar alguna foto y…
—Yo estoy invitada. Puedo cubrir la noticia sin tener que chafarle el sábado a ninguno otro —le recordó arqueando sus cejas.
—Es verdad. Mi padre te ha invitado. Vale, si quieres encargarte de ello. Pero procura divertirte. Me refiero a que no te lo tomes como trabajo al cien por cien.
—Pero…
—Soy tu jefe y te pido que te diviertas —le interrumpió—. No quiero que te pases la ceremonia grabando con el móvil ni nada por el estilo. Además, siempre podemos redactar la noticia después entre los dos.
—Como quieras.
—Para las fotos están las francesas —reiteró con cierta sorna.
—Estás cabreado con tu padre porque te envía a por ellas. No lo pagues con estas, ¿querrás? —Lo contempló con los ojos abiertos como platos haciéndole ver que ella tenía razón.
—De acuerdo. Prometo tratarlas bien. Sigamos viendo qué más noticias tenemos. No quiero dejar la edición sin cerrar antes de ir a por ellas.
Maggie lanzó una mirada bastante significativa y se mordió el labio para no reírse de él otra vez. Si la pillaba acabaría mandándola a paseo.
El avión aterrizó puntual en el aeropuerto de Inverness. Karen y Denise resoplaron a la vez cuando los motores se detuvieron.
—Por fin. ¿No se te ha hecho algo largo? —preguntó la primera.
—Ya te digo. Tenía ganas de llegar.
—Pues ya lo hemos hecho.
Aprovecharon un momento en el que la cola se había detenido para coger su equipaje de mano y caminar hacia la puerta de salida. Abandonaron el avión y entraron en la terminal de llegadas, donde tuvieron que detenerse ante la cola del control de pasaportes.
—Venían a buscarnos, ¿cierto? —preguntó Denise.
—Sí, creo que es un tal Andrew.
—Algún pariente de la familia, seguramente.
—Me basta con que esté ya en el vestíbulo. Tengo ganas de llegar al hotel y darme una ducha.
—Sí, yo también.
—Por cierto, ¿qué tal con el violinista? Cuando te llamé el otro día, sonaba muy bien como música de fondo.
—Ah, sí. Ya te he dicho que es muy bueno —le repitió entregando el pasaporte al policía.
—No me cabe la menor duda.
Las dos mujeres pasaron el control y se dirigieron a la salida.
—En fin, vamos a conocer al tal Andrew —le dijo Karen moviendo sus cejas con expectación y diversión.
—Seguro que es el típico tío macizo de las portadas de las novelas románticas sobre Escocia. Un Highlander buenorro con melena, falda y todo eso. —Le guiñó un ojo y sonrió.
—Voto por todo lo contrario. Un tipo normal que pasa desapercibido. Lo de las novelas está sobrevalorado. Ah, y no le digas falda a un escocés…
—Sí, ya… Es un kilt. Podrían zurrarme si les digo que llevan falda —ironizó Denise.
Andrew llevaba diez minutos en el vestíbulo esperando a que las puertas de la terminal de llegadas se abrieran y los pasajeros del vuelo procedente de Londres comenzaran a aparecer. Ahora que lo pensaba, podría haber buscado una fotografía de la tal Karen en Internet. De ese modo la reconocería en cuanto la viera. Pero ya daba igual. No iba a ponerse a ello en ese instante. Además, no le hacía demasiada gracia estar allí haciendo de chófer. Pero, como le había prometido a Maggie, no iba a pagar su malhumor con ellas. Tenía sus nombres escritos en un folio como solían hacer los guías turísticos cuando iban a recoger a los pasajeros. Cogió aire fijando su mirada en la puerta cuando se abrió y los primeros viajeros caminaban hacia el vestíbulo. Tenía que centrarse en dos mujeres. Pero no tenía ni idea de la edad ni de la apariencia, así que lo mejor sería que fueran estas las que se acercaran a él cuando leyeran sus nombres en el folio.
Karen y Denise cruzaron las puertas hacia la salida y ambas comenzaron a escrutar a las personas que había allí esperando. Se centraron en los que llevaban un cuaderno con nombres escritos, pero en un primer momento no vieron a ninguno que llevara los suyos.
Andrew desvió la mirada un momento hacia un par de chicas, que habían pasado de largo, y se preguntó si serían ellas, pero sus dudas quedaron resueltas cuando una pareja, que debían de ser sus padres, las recibieron entre besos y abrazos. Sacudió la cabeza y se fijó en otras dos que parecían estar perdidas. O más bien buscando algo o alguien. No supo explicar cómo se sintió cuando se fijó en ellas, pero por encima de todo en la más alta de la dos. La que tenía el pelo oscuro, largo y cuyas puntas estaban rizadas. Llevaba unas gafas de espejo en lo alto, como si le sirvieran para sujetarlo. Esta recorría el vestíbulo con los ojos entrecerrados como si estuviera escrutando los rostros de los demás. Se mordía el labio en un gesto de impaciencia, prisa o desconcierto mientras su compañera le decía algo y lo señalaba con el brazo. Entonces la más alta prestó atención y clavó su oscura e intimidatoria mirada en él. Movió las cejas y su rostro mostró una mezcla de sorpresa y alivio. O eso le pareció a él.
Todo parecía indicarle a Andrew que se trataba de ellas. Las dos francesas que había ido a buscar. Le impactó sin duda alguna la imagen de la que presumía que sería la tal Karen Marchand, como había escrito. Pensó que tal vez debería haberla buscado en Internet antes. De ese modo, se habría preparado con tiempo suficiente para la mujer que se detenía ante él. Se apartó el pelo de su cara con una mano en la que destacaba un anillo de plata, y varias pulseras que bailaban en su muñeca. Sus labios se curvaron en una sonrisa que a él lo dejó sin capacidad de reacción. Una pequeña circonita brillaba en la aleta derecha de su nariz. Toda una atracción a primera vista.
—Hola. Somos Karen y Denise —le dijo señalando el folio en el que aparecían sus nombres—. Debes de ser Andrew. —Entornó la mirada hacia él con curiosidad. Le dio la impresión de que él parecía estar perdido en sus pensamientos. Tardó un poco en reaccionar.
—Eh… Sí, sí. Supones bien. Esto… Bienvenidas a Inverness.
—Gracias —dijeron al unísono.
—Si ya tenéis todo el equipaje, acompañadme al coche. Os dejaré en el hotel.
—Perfecto —asintió Karen mirando a Denise, quien sonrió y arqueó sus cejas en una expresión de curiosidad.
—Pues vamos.
Las dos lo siguieron por el vestíbulo del aeropuerto hasta la salida y después hasta el coche.
—No lleva el kilt —susurró Denise en francés para que él no la escuchara. Porque desconocía si hablaba o lo entendía—. Ni tampoco es la imagen típica de las portadas de las novelas de escoceses.
Karen puso los ojos en blanco.
—Pues claro que no. Esa imagen es para la literatura o el cine. Seguro que esos modelos no tienen nada que ver con Escocia.
—En su defensa diré que tiene un toque… —Denise entrecerró sus ojos contemplándolo a distancia mientras él abría el maletero del coche—. Es atractivo a su manera. ¿No crees?
—Oh, vamos, Denise… Córtate un poco. Te va a oír —le dijo señalándolo con la mano camino del coche. Pero, fijándose en el aspecto de él, parecía un tipo que pasaba de todo. O al menos era la impresión que le causó al fijarse en que llevaba días sin afeitarse. Que su pelo estaba algo despeinado, como si acabara de levantarse de la cama, y su aspecto en general era el