La mensajera de Julieta - Lorraine Murray - E-Book

La mensajera de Julieta E-Book

Lorraine Murray

0,0
3,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.

Mehr erfahren.
Beschreibung

HQÑ 368 ¿Encontrar el amor? No estoy en el campo de juego, sino en la grada. Jaime ya no cree en el amor desde que Cristina lo dejó plantado en el altar el día de su boda. Aun así, su amiga y jefa, Carla, decide enviarlo a Verona para realizar un trabajo de investigación para la revista. Quiere saber más acerca del motivo por el que la gente va a la casa de Julieta. Pero él decide darle la vuelta: ¿Negocio para la ciudad o sentimientos? Allegra es una de las carteras del club de Julieta, y cuando conoce a Jaime discrepa con él. No obstante, los días que él pase en Verona supondrán para ella una prueba: ¿conseguirá que vuelva a creer en el amor? Entre paseos, comidas y visitas por la ciudad, ambos irán forjando una relación de amistad que podría ir un paso más allá. Solo que Jaime no cree en ello y se vuelve a Madrid. Pero ¿qué lo empuja a regresar al lugar donde conoció a Allegra? ¿Y qué le impulsó a dejarle una nota escrita a Julieta? - Un hombre plantado ante el altar que ha renunciado al amor. - Una mujer que contesta cartas de enamorados. - Una inesperada historia que parece guiada por la propia mano de Julieta. - Las mejores novelas románticas de autores de habla hispana. - En HQÑ puedes disfrutar de autoras consagradas y descubrir nuevos talentos. - Contemporánea, histórica, policiaca, fantasía, romance… ¡Elige tu historia favorita! - ¿Dispuesta a vivir y sentir con cada una de estas historias? ¡HQÑ es tu colección!

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 293

Veröffentlichungsjahr: 2023

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S. A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2023 Enrique García Díaz

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S. A.

La mensajera de Julieta, n.º 368 - septiembre 2023

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S. A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, HQÑ y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imágenes de cubierta utilizadas con permiso de Shutterstock.

 

I.S.B.N.: 978-84-1180-114-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Jaime abrió los ojos despacio, dejando que la luz de la mañana le impactara de lleno en el rostro. Emitió un gruñido dando a entender que esta le molestaba. Luego un bufido como si fuese un gato y a continuación se pasó la mano por el pelo. Permaneció con la mirada fija en el techo durante unos segundos mientras se hacía una pregunta de la que desconocía su respuesta: ¿cuánto tiempo llevaba durmiendo? Lo que sí sabía era que había desconectado el móvil con el fin de que nadie lo molestara. Que se había encerrado en su apartamento después de lo sucedido. No quería saber nada del mundo exterior. Total, ¿para qué? ¿Qué sentido tenía su vida ahora? Lo último que recordaba era haber descorchado una botella de vino tinto y bebérsela entera. Creía que el cansancio de los días previos y el alcohol habían sido los culpables de su estado actual.

El timbre del interfono comenzó a sonar de una manera tan insistente que tuvo la sensación de que le estaban taladrando el cerebro. Lástima que no hubiera podido desconectarlo también, se dijo en ese momento en el que volvía a sonar con su pitido estridente. A lo mejor, si no le hacía caso, la persona que estuviera llamando se cansaría de hacerlo y se acabaría largando. Y si era el cartero o publicidad…, pues que llamara a otro piso, ¡joder! Pero para su disgusto, quien fuese siguió con el dedo metido en el botón.

—Joder, lo va a terminar quemando… Pero ¿no se da cuenta de que no hay nadie?

Salió de la cama y se miró en el espejo de la habitación. Se detuvo en seco cuando se dio cuenta de que llevaba la ropa del día en el que sucedió todo. Eso sí, estaba descalzo. Caminó hasta el pasillo y abrió con tal de que lo dejaran en paz. No había llegado a salir de la habitación cuando el timbre de la puerta comenzó a sonar de nuevo. Y todo parecía indicarle que, si no la abría de una maldita vez, la persona que estuviera en el descansillo no pararía.

—Está bien… Ya voy. Deja de tocar el timbre o me lo… —Se calló de golpe cuando abrió la puerta y se encontró cara a cara con Carla, la editora de la publicación para la que trabajaba. Y Gabriela, su propia hermana, con cara de pocos amigos.

—¡Por fin! Jaime. Ya era hora de que dieras señales de vida —se limitó a decirle la primera dejando que su mirada lo recorriera de los pies a la cabeza sin poder creer el estado en el que se encontraba.

Gabriela se limitó a emitir un silbido bastante concluyente al fijarse en el aspecto de su hermano.

—No sabes el peso que nos quitas de encima al saber que sigues vivo.

—Buenos días a las dos. Pasad, no os cortéis —les dijo cuando ambas ya lo habían hecho y él permanecía aún en la entrada sujetando la puerta abierta, que se apresuró a cerrar. Se volvió hacia las dos mujeres con una sonrisa entre el cinismo y la diversión—. ¿A qué debo esta visita?

Carla cruzó los brazos sobre el pecho y frunció el ceño mientras pasaba la mirada por el salón. Desorden, dejadez, falta de interés en colocar las cosas… Podía entenderlo dadas las circunstancias.

Fue Gabriela la que habló al ver que su amiga y jefa de su hermano estaba más pendiente del estado del apartamento que de responder.

—Llevas días sin dar señales de vida.

—No has aparecido por la oficina —le recordó Carla elevando las cejas.

—Podías haber dejado un mensaje de voz en el móvil —le dijo a su hermana mientras caminaba hacia el salón.

—Me cansé de hacerlo al ver que no solo no respondías a mis llamadas, sino que tampoco lo hacías con mis mensajes de voz o escritos. De manera que Carla y yo, cansadas de la incertidumbre, decidimos venir a ver si te había pasado algo o incluso habías cometido alguna gilipollez.

—A mí tampoco me has respondido. Me cansé de insistir y, cuando tu hermana me comentó lo de venir a verte…, no me lo pensé dos veces. —Carla encogió los hombros y frunció los labios.

Jaime asintió de manera lenta.

—Pues no hace falta que llaméis a la Policía para que echen abajo la puerta. Casi lo hacéis vosotras. Habéis estado a punto de quemarme los timbres. Y ya lo veis vosotras mismas, estoy vivito y coleando —les dijo extendiendo los brazos a ambos lados y girando sobre sus talones—. Solo ha sido un día, ¿no?

—Dos —rectificó su hermana mostrando los dedos.

—¿En serio?

—Es lunes, y son las siete de la tarde. Se supone que llevas aquí encerrado desde el sábado.

—¿He estado durmiendo todo este tiempo? Bueno, ahora lo entiendo. Me bebí yo solo una botella de vino y… no logro recordar más.

—En serio, ¿cómo te encuentras? No he venido a verte como tu compañera de trabajo, sino más bien como tu amiga de la facultad. Y de tu hermana. —Señaló a Gabriela, que se había quedado apoyada contra la mesa con los brazos cruzados, observando los gestos de su hermano.

Jaime se pinzó el puente de la nariz y cerró los ojos.

—Os lo agradezco. Estoy bien. Ya lo veis.

—Y una mierda —le espetó su hermana de repente dando un paso al frente con el gesto contrariado—. Solo tengo que ver la pinta que tienes. ¿Te has dado cuenta de que llevas puesto todavía el traje de la boda? Por no mencionar que no te has afeitado, ni duchado… No te digo más. —Movió la mano cortando el aire y dejando clara su posición y dándole la espalda.

—Si ha estado durmiendo desde el sábado… —dijo Carla con un gesto de desesperación.

—Si sabes cómo me encuentro, entonces, ¿por qué me lo preguntas? Llevo el traje porque no me ha dado tiempo a quitármelo. Pero ahora que lo dices…

Carla se quedó perpleja cuando vio cómo él comenzaba a desvestirse. Primero la americana, luego la corbata, que se sacó por la cabeza. A continuación, le llegó el turno a la camisa, que acabó en el mismo sitio que las otras prendas: el suelo.

—¿Veis qué fácil es? —les repreguntó quedándose tan solo con el bóxer.

Carla siguió mirándolo a los ojos en todo momento. No iba a recorrer su cuerpo con la mirada. Y en cuanto a Gabriela, esta se limitaba a sacudir la cabeza y sonreír sin poder creer lo que su hermano acababa de hacer.

—Vale. Es un primer paso —le aseguró señalando la ropa arrugada.

—Disculpadme un segundo mientras cojo algo para ponerme. Ya sé que somos amigos desde los años de la carrera, pero no creo que sea buena idea quedarme así delante de ti. Ni de mi hermana, aquí presente. —Le hizo un gesto con la mano.

Carla sonrió con picardía al escucharlo.

—¿Has olvidado el viaje de estudios a Praga? —le preguntó conteniendo la risa y obligándolo a volverse hacia ella con el ceño fruncido—. Creo recordar que Luis y tú hicisteis un estriptis una noche delante de algunas de nosotras.

Jaime resopló y sonrió.

—Joder, teníamos veinte años…

—¿Mi hermano haciendo un estriptis? —preguntó Gabriela con una mezcla de sorpresa e incredulidad—. Eso no lo sabía.

Carla se mordió el labio ahogando las risas viendo a Jaime alejarse hacia su habitación.

—Que sepas que hay fotos —le confesó Carla a Gabriela en voz baja, y guiñándole un ojo en complicidad. Este comentario y el gesto provocaron que su amiga abriera la boca fingiendo sentirse escandalizada—. Lástima que en aquellos años no hubiera redes sociales.

Jaime regresó vestido con una camiseta de manga corta y unos vaqueros que habían conocido mejores años, sin duda. Pero que por el momento le servirían.

—Quiero que sueltes todo lo que llevas dentro. Vamos. Adelante. Desahógate —le pidió su hermana extendiendo sus brazos al frente, como si lo estuviera invitando a que la cogiera de las manos.

Él resopló pasando la mano por el pelo.

—No hay mucho que contar, la verdad, y las dos lo sabéis. Estabais en la iglesia.

—Sí, junto con otros tantos de invitados. Pero a mí me interesa saber cómo narices está mi amigo —intervino Carla sentándose en el sillón cruzando una pierna sobre la otra.

Gabriela permanecía de pie con su mano apoyada bajó el mentón sin despegar su mirada de su hermano. Lo contemplaba esperando que comenzara a hablar.

Jaime se fijó en la mirada de curiosidad de ella. Pero también en su pose.

—¿Me estás sicoanalizando?

—No.

—Mejor. Pero te diré que no sé cómo me siento.

—¿Qué piensas hacer?

—Pufff, pedir disculpas a todos los invitados de mi parte.

—No te preocupes mucho por ello. Papá y mamá ya se han encargado. Aunque no tengo claro si deberían haberlo hecho porque tú no has hecho nada, después de todo. —Gabriela sonrió con ironía recordando el momento estrella en el que Cristina dijo que no. Que no lo quería por esposo. Y todo lo demás vino rodado.

—¿No sospechaste nada los días antes? —preguntó Carla interesada en lo sucedido entre Jaime y Cristina.

Él se limitó a apretar los labios y encogerse de hombros.

—Creía que estaba nerviosa. Lo típico antes de la boda. Pero… no se me pasó por la cabeza que tuvieras dudas. Que se lo estuviera pensando. ¡Joder, después de cinco años compartiendo infinidad de cosas! —Se llevó la mano a la frente y sacudió la cabeza—. Sigo sin terminar de creerlo.

—¿No te ha llamado en estos días? Bueno… Vaya pregunta la mía. —Carla rodó sus ojos al darse cuenta de lo que acababa de decir—. Si tienes el móvil apagado.

—Ya. Tampoco me interesa lo que tenga que decirme en este momento.

—¿No quieres que te dé una explicación de por qué salió poco menos que corriendo de la iglesia? —Gabriela entornó la mirada con recelo hacia su hermano.

Jaime sacudió la cabeza.

—No. No quiero saberlo, la verdad. ¿Qué sentido tendría? —Se quedó mirando a las dos esperando una respuesta por su parte.

—He pensado que tal vez te iría bien alejarte de Madrid por una temporada. Y se lo venía comentando a tu hermana en el metro. —Vio el gesto de indiferencia de él ante sus palabras—. Creo que sería lo más acertado. Te lo digo porque de ese modo no tendrás que dar explicaciones de lo sucedido a todos los que te encuentres en la calle.

Jaime inspiró hondo y entrecerró la mirada.

—Voy a prepararme un café. ¿Alguna de las dos quiere uno?

—Vale. Pero ¿qué me dices de mi propuesta?

—Yo también quiero uno —anunció Gabriela levantando un dedo.

—¿Lo de alejarme una temporada de aquí? —Se quedó contemplándola con las cejas elevadas y los ojos abiertos como platos—. ¿Por qué debería? En algún momento tendré que enfrentarme a la realidad. Demorarlo no servirá para nada. No se va a borrar de mi mente. Además, no tengo nada que decir. Yo no he sido el culpable de que la boda se haya suspendido. Y si me preguntan los remitiré a mi ex. Creo que es la única aquí que debe dar una explicación. Disculpad, el café… ¿con leche o solo? —Pasó su mirada por los rostros de las dos mujeres.

—Leche.

—Para mí también —asintió su hermana.

—¿Y qué piensas hacer? ¿Buscarte un ligue para cada noche? Vuelves a estar en el partido.

Aquella pregunta lo frenó en seco camino de la cocina. Se volvió y sonrió a su amiga.

—Estás muy irónica, ¿eh? ¿Crees que me quedan ganas de eso? ¿Que tal vez vaya a desquitarme? ¿Convertirme en un donjuán o algo parecido? —Contempló a las dos cómo si fueran dos completas desconocidas—. Que sepáis que no tengo ninguna intención de quedar con nadie, ni de salir, y mucho menos de liarme con otra… No estoy en el campo, sino en el banquillo. O en la grada, mejor. ¿Os ha quedado claro? No digáis después que no os lo he dicho y me vengáis invitando a fiestas, cumpleaños, cenas y demás para presentarme a vuestras amigas solteras. —Levantó las manos e hizo un gesto con sus dedos como si entrecomillara esas dos palabras.

—Sí. Lo has dejado claro —asintió Carla haciendo un mohín.

—Como un cristal —apostilló Gabriela poniendo los ojos en blanco.

—¿Y si te pido que te marches por trabajo?

—¿Lo dices en serio? —Vio a Carla asentir y poner cara de que así era—. En fin… En ese caso no puedo negarme. Eres mi jefa y podrías mandarme a donde te plazca; incluido a la calle.

—No soy tan mala, hombre. Pero sí me gustaría que te encargaras de hacer un artículo de investigación. Y que conste que lo tenía pensado antes de que sucediera todo este lío de la boda fallida —le aclaró temiendo su reacción y mirando a Gabriela en busca de su aprobación y apoyo. Ella mejor que nadie conocía a su hermano.

—¿Por qué miras a mi hermana como si buscaras su aprobación? ¿Y a qué viene ese tonito?

—No sé a qué te refieres.

—Ya, vale. Venga, suéltalo, anda. ¿Dónde quieres que me marche y de qué trataría el artículo? —le preguntó tendiéndole su taza de café, que ella se apresuró a coger y a esperar un momento antes de seguir hablando del tema. Inspiró y se humedeció los labios.

—A Verona.

—¿Por qué? ¿Qué interés tiene la revista en esa ciudad?

Carla cogió aire y apretó los labios con fuerza pensando en lo que iba a soltarle.

—Quiero que hagas un artículo sobre esa moda que hay de dejar mensajes a Julieta. —Observó la reacción de él por encima del borde de la taza mientras bebía.

Las miradas de los dos permanecieron fijas como si cada uno esperase a que fuera el otro el que pestañeara. Carla tragó esperando que él dijera algo. Entendía que le iba a sonar a cachondeo, ya que justo en ese momento de su vida ella le pedía que fuera a Italia a hacer un artículo.

Jaime permanecía en su sitio incapaz de parpadear siquiera. Le dejó la taza a su hermana sobre la mesa, no fuera a caerse y encima le tocara fregar el suelo. De manera lenta, sus labios comenzaron a curvarse en una sonrisa que ella no supo cómo interpretar. Se pinzó la nariz y se balanceó sobre sus pies descalzos.

—¿Estás de coña o es que le he echado algo al café?

—Ya sé lo que piensas y lo que vas a decir, pero…

—No tienes ni puñetera idea, Carla. Pero mejor que no lo sepas.

—Jaime, vamos. Es algo que ella me ha comentado cuando veníamos. Y no es tan mala idea, después de todo —intervino su hermana en un intento por suavizar las cosas.

—Oye, acabo de decirte que lo tenía pensado para más adelante. Pero dado que…

—¿Para cuando regresara de mi luna de miel, por ejemplo? —La ironía se percibía en su pregunta. Y no era para menos.

Carla se encogió de hombros como si la fecha no fuera importante.

—No necesariamente.

—¿Por qué quieres que vaya?

—Porque te vendrá bien salir de Madrid. Te lo he dicho.

—Y pretendes que me marche a Verona, y que haga un artículo nada menos que sobre los mensajes de amor y cariño que la gente deja en la casa de Julieta. Muy apropiado. Ya puestos, yo mismo podría dejarle uno a ver qué pasa, ¿no? —le dejó claro gesticulando con los brazos.

—No me estoy burlando de ti, Jaime. Solo creo que es…

—¿No creerás que podría encontrar el amor en Verona? ¿No serás de esa clase de gente que dice que un clavo saca a otro clavo? Pues eso. Os acabo de decir que no estoy en el campo de juego, ni en el banquillo, sino que me he marchado a la grada directamente. Desde allí se ven mejor los partidos. Pero si hacéis alguna alusión más al amor, creo que ni siquiera pisaré el estadio.

—Pues eso mismo —aseguró su hermana, que recibió la mirada fría de Jaime instándola a que se callara. Pero él sabía que sin ella no podía—. Mira, nos has dicho que no estás en el campo de juego. Perfecto. En ese caso, podrás ir a Verona sin ningún problema y realizar el trabajo para la revista. No creo que te afecte todo el romanticismo de la ciudad. Ni la propia Julieta.

Jaime seguía en silencio, parecía meditar sobre la proposición de Carla y el comentario de su hermana. Bien pensando, serían unas cortas vacaciones pagadas por la publicación, se dijo. Y teniendo en cuenta que no iba buscando el amor ni el favor de Julieta, ni nada que se le pareciera… ¿Por qué no?

—Ni de coña me va a pillar a mí una mujer otra vez —expresó muy seguro de lo que decía.

—En ese caso, como señala tu propia hermana, no tendrás inconveniente en ir.

—Con una condición. —La contempló con los ojos entrecerrados y mostrando un dedo ante ella.

—La que tú me pidas.

—Cambiaré el enfoque del artículo.

—¿A qué te refieres? —Carla frunció el ceño contrariada e interesada al mismo tiempo. Pero también temiendo lo que a él se le pudiese ocurrir.

—Me centraré en cómo la ciudad ha sabido explotar el amor de Romeo y Julieta como un reclamo turístico. Lo material frente a lo sentimental. El amor verdadero no existe. Es un invento del cine y de la literatura, que se aprovechan de los más susceptibles a creer en ello. Doy fe. —Levantó la mano como si estuviera prestando juramento.

—Me gusta ese enfoque. Creo que puede sacarle un buen partido —se apresuró a decir Gabriela para que se sintiera respaldado y no se echara atrás, ahora que parecía casi convencido.

—Si estás de acuerdo, puedo agilizarlo todo para que te marches esta misma semana. El próximo sábado puedes estar en Verona —le aseguró Carla dispuesta a no dejar pasar la oportunidad.

Él dejo su mirada fija en un punto del vacío sin hacer caso a las palabras de Carla. Estaba pensando en desmontar el mito del amor verdadero y eterno de los protagonistas de la tragedia de Shakespeare. Sonrió confiado ante esa perspectiva.

—Cuando quieras. No tengo nada más importante que hacer que trabajar. Es más, estoy seguro de que es el mejor antídoto contra lo que siento ahora mismo.

—¿Me aseguras que estarás bien? —le preguntó con la mirada entornada, temiendo que se lo estuviera diciendo para que su hermana y ella lo dejaran tranquilo.

Él le cogió las manos entre las suyas propias y sonrió sin dejar de mirarla a los ojos.

—Lo estoy. Y, a pesar de tu propuesta inicial, creo que puede ser el mejor remedio para no volver a creer en el amor de una mujer —le aseguró guiñándole un ojo y asintiendo con total seguridad de que así sería.

Luego, miró a su hermana que se limitó a sonreír tratando de insuflarle ánimo. Gabriela no sabía dónde ni cómo acabaría su hermano, pero lo que tenía claro era que necesitaba un cambio y con urgencia. Tampoco se creía eso que decía de que no volvería a quedar con una mujer y blablablá… Volvería a creer en el amor, pero entendía que en ese momento se mostrara reacio a ese sentimiento. A lo mejor, lo de visitar Verona y la casa de Julieta le venía hasta bien, pensó mordisqueándose el labio para disimular la sonrisa.

—De acuerdo. Deja que lo prepare todo y te aviso —le aseguró Carla.

—Sin prisas.

—Llama a mamá. Está preocupada por ti —le aseguró Gabriela despidiéndose de él—. Y anímate.

—Lo haré. En unos días estaré como nuevo. Seré otro hombre, ya lo verás.

De nuevo a solas, Jaime decidió que tal vez las chicas tuvieran razón y un cambio de aires le viniera bien. Que lo que más le convenía era alejarse de Madrid cuanto antes. Dar carpetazo a su vida hasta ese día en el que todo cambió, y empezar de cero en otro lugar. No es que Verona no le gustara. Todo lo contrario. E incluso había pensado ir con… Se quedó callado cuando pensó en ella. Sacudió la cabeza y la arrojó de su mente para no cabrearse más todavía de lo que ya estaba. ¡Y sus padres teniendo que dar explicaciones de lo sucedido, como le había contado Gabi! Pero ¿cómo había sido posible? Si la única que tenía que darlas era su ex, y se había largado de la iglesia y desaparecido como Julia Roberts en Novia a la fuga. Resopló enfurecido como si fuera un gato acosado y decidió pensar en el encargo de Carla. Al menos el trabajo no lo cabrearía. Una atractiva idea, la de mostrar que la ciudad de Verona había sabido aprovechar el tirón de Romeo y Julieta para atraer más y más turistas. Nada del amor para toda la vida. Solo el turismo. El negocio, se dijo muy seguro de ello.

Salió de casa para darse una vuelta y despejar la cabeza porque creía que, como les había dicho tanto a Carla como a Gabriela, él no tenía por qué esconderse ni salir huyendo de la gente. No serviría de nada esconder la cabeza bajo tierra como los avestruces. Iba a llamar a su madre, como le había recomendado su hermana, para saber cómo estaban ellos. Pero no tuvo tiempo de hacer nada porque una llamada entrante lo detuvo. Era su madre.

—Hola, mamá, ¿qué tal?

—Por fin coges el móvil, hijo. Tu padre y yo estábamos preocupados por ti. No respondías a las llamadas. Estábamos pensando que te había sucedido algo malo. Y Gabi nerviosa perdida porque no daba contigo.

—Iba a llamarte, pero te has anticipado. No os preocupéis, estoy bien.

—¿No lo dirás para que no nos preocupemos?

—No, no. Voy a dar una vuelta para despejarme de estos dos días metido en casa. Mi hermana y Carla acaban de irse porque no respondía a sus llamadas. Y de paso Carla me ha pedido que me marche para hacer un artículo de investigación. Me vendrá bien para aclararme.

—Bueno, en ese caso, me dejas más tranquila. Si vuelves a trabajar…

—Sí, sí. Tendré que marcharme a Verona unos días para hacerlo.

—¿Italia? Vaya, creí escucharte en alguna ocasión que Cristina y tú…

Jaime sonrió al escuchar a su madre. Esta se calló de manera abrupta al darse cuenta de lo que estaba diciendo.

—Sí, solo que al final iré yo solo. De ese modo, dispondré de todo el tiempo para hacer lo que me plazca. Siento haber desaparecido estos días, pero…

—Es lógico que estés así, pero para otra vez al menos llámanos para que tu padre y yo nos quedemos más tranquilos.

—Descuida, lo haré. Gabriela me contó que estuvisteis tratando de explicaros y de disculparos ante todos.

—Puedes imaginar el desconcierto que se montó cuando…, bueno, cuando ella decidió echarse atrás.

—Se dio a la fuga. Puedo hacerme una idea. No le deis más vueltas. Iré al hotel para…

—No te preocupes. Todo eso está arreglado. Por cierto, los padres de ella se mostraron dispuestos a todo.

—¿Te dijeron algo de por qué lo hizo?

—Su madre, Rita, no tiene ni idea, y está tan sorprendida y desencajada que no sabía dónde meterse. Me comentó que los días previos la notaba inquieta, pero lo achacó a los nervios de la boda, como puedes suponer. Quieres que todo salga bien. Que la gente se divierta… Lo típico. Nada más.

Jaime resopló.

—En fin. Que voy a coger el metro y seguro que se va la cobertura. Ya os llamaré cuando me marche a Verona, aunque Carla me dijo que será el fin de semana, si me parecía bien.

—Sí, no se te ocurra irte sin avisar.

—Claro, claro. Dale un abrazo a papá.

—De tu parte.

Jaime cortó la comunicación y bajó las escaleras para entrar en la estación. No quería seguir hablando de la fallida boda. Bien pensado, no quería pasarse los días dando explicaciones a nadie. Y eso que la lista de llamadas y mensajes parecía interminable, como había podido constatar cuando encendió su móvil.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

—No puedo creer que te haya hecho eso, tío. —Luis miraba a Jaime y sacudía la cabeza. Ambos tenían una cerveza en la mano. Jaime había llamado a su mejor amigo para tomar algo y contarle la situación, incluido su próximo viaje a Verona.

—Pues, si tú no lo sabes, imagínate yo… —Este abrió los ojos como platos y elevó las cejas en clara señal de incomprensión.

—Joder, podía haberte dicho unos días antes que no quería casarse y de ese modo se evitaba todo este follón.

—Podría, pero no lo hizo.

—¿Tú crees que le ha dado miedo?

—Pues no sabría decirte, pero después de los años que llevábamos juntos y… —Se detuvo de repente mostrando un dedo ante la mirada atónita de Luis—. Fue ella la que sugirió irnos a vivir juntos y después casarnos. Algo a lo que no solo no me opuse ni le di largas ni nada por estilo, sino que…

—Lo recuerdo, tío. Te pareció acertado porque querías afianzar la relación —le interrumpió tocándole en el hombro con un dedo.

—Exacto. Así que no me explico qué le ha pasado por la cabeza.

—Oye, ¿puede haber conocido a otro y que le haya hecho replantearse todo?

—Ah… Pufff… —Se quedó tocado cuando su amigo le hizo esa pregunta. No sabía qué responderle porque no se le había ocurrido.

—Te pillo con la guardia baja. Ni siquiera te lo habías planteado. Pero imagina por un momento que eso haya sucedido y tu querida Cris haya conocido a alguien que le gusta más que tú. No sé… Son cosas que pasan. Mañana se te cruza una tía en tu camino y, después de conocerla y tal…, vas y te das cuenta de que compartes más cosas con ella que con tu actual pareja. O que te ríes más o vete a saber que…

—Sí, claro. Eso de los flechazos, ¿no? Te doy la razón porque es así. Pero, coño, si este es el caso…, no me digas que no podía habérmelo contado antes y no esperar a montar el numerito el día de la boda a lo Julia Roberts. Vamos, aunque solo fuera por los años que llevábamos conviviendo, ¡no me jodas!

—¿Y si así afuera?

—Pues… pues mejor para ella. Y que lo disfrute. Porque, lo que soy yo…, no tengo intención de volver a comprometerme con una mujer. Que te quede claro, Luisito.

—A ver si me vas a cambiar de acera a estas alturas…

—No, hombre, no. Nos conocemos desde el colegio. Me sales ahora con esas… Que no me voy a pillar por nadie.

—¿Piensas quedarte soltero?

—Pues mira, bien mirado, menos complicaciones.

—Eso lo dices en este momento que te ha pasado lo que te ha pasado. Pero cambiarás de opinión. Ya lo verás.

—Ni de coña, amigo.

—Escribe a Julieta aprovechando tu viaje a Verona —le dijo sonriendo como un cínico.

—¿Tú también con esas? Sería lo último que haría, puedes creerme. Además, mi trabajo para la revista tiene que ver con el negocio del amor. Las ganancias que obtiene la ciudad con esa cursilada, ya te lo he contado. ¡Coño, pero qué amor ni leches! ¡Si Shakespeare escribió una tragedia! ¡Si los dos acaban muertos! ¡No me jodas!

—Pero admite que tiene su encanto, su romanticismo… Vamos, acuérdate de cuando nos tocó leerla y representarla en el colegio. ¿Se lo has dicho a Carla?

—¿Qué hice de Romeo? Por favor, Luisito…

—Deja de llamarme así. Sabes que lo odio.

—Pues deja de recordarme lo que hice o no hice en el colegio.

—Seguro que todavía te sabes la escena del balcón.

—Y dale. —Jaime rodó los ojos y volvió a bufar ante la insistencia de su amigo.

—Lo dejo. ¿Cuándo te marchas a Verona?

—Pasado mañana. Sábado —le dijo echando un trago a su cerveza.

—¿Y cuántos días piensas estar allí?

—Los menos posibles, no vaya a darme algo por estar rodeado de tanto amor y tanto sentimiento. Lo mismo hasta me sube el azúcar —ironizó con una sonrisa cínica.

—No será para tanto. Supongo que te entrevistarás con personas cercanas a este tema.

—Sí, trataré de encontrar a alguien que me ilustre al respecto.

—Pero desde ya te digo una cosa.

—¿Qué?

—Ten cuidado con las italianas, no creo que les haga gracia que vayas a desmontarles el mito de Julieta. Me refiero a si piensas que todo lo relacionado con la casa, y con el hecho de que la gente deje notas de amor o cartas, es un negocio del que se aprovecha la ciudad.

—¿Y qué pasa si lo es? —Jaime se encogió de hombros sin entender a qué venía aquella aclaración—. Voy a hacer un trabajo que me han encargado. Guste o no, voy a dar mi opinión al respecto.

—Yo te aviso.

—El amor y los sentimientos están sobrevalorados. El amor eterno es un cuento. Solo tienes que fijarte en mí.

—Amigo, ¿por qué no piensas que, después de todo, Cristina no estaba destinada para ti? —Luis apoyó su mano en el hombro de su amigo y lo contempló con seriedad, viendo el gesto de incomprensión de este.

—Oye, todavía estás tiempo de escribirle una carta a Julieta de tu parte. No sé cómo andas de amoríos, pero, ya que voy, se la puedo acercar.

—No, no. Eres tú el que acabarás dejándole una nota. Ya lo verás. Y ahora, me marcho, que he quedado. Deja que te invite, hombre. Ya lo harás tú a la vuelta de Verona.

Jaime sacudió la cabeza pensando en las últimas palabras de su amigo.

—No te hacía tan romántico, la verdad. Pero conmigo te equivocas. Ya lo verás. —Lo señaló con un dedo dejando clara su postura—. Nos veremos a la vuelta, y verás cómo me rio de lo que acabas de decirme, Luisito.

—Qué no me llames así, coño.

—Pues deja de vacilarme con lo de escribirle una carta a Julieta, anda.

Luis no añadió más. Se limitó a sonreír y seguirle el juego. Pero ¿por qué no podía conocer a una mujer que le atrajera? Entendía que en ese momento su amigo estuviera a la defensiva, y que no quisiera saber nada del amor, ni de los sentimientos ni de las mujeres. Pero se marchaba a Verona, a realizar un artículo sobre el fenómeno de visitar la casa de Julieta y pedirle que intercediera en asuntos del corazón. Algo en lo que no creía. Pero ¿quién era él para decirle a su amigo que estaba equivocado?

 

 

El aeropuerto de Verona-Villafranca, también conocido como Valerio Catullo, quedaba muy cerca de la propia ciudad, como Jaime pudo comprobar en la guía que iba leyendo en el avión. Aunque él era más de llegar a un sitio y empezar a indagar aquí y allá. Lo único que necesitaba era saber cómo ir desde la terminal de llegadas del aeropuerto a la ciudad; y de paso saber dónde te dejaba. En este caso, había un autobús Verona Airlink que por seis euros lo llevaría hasta Porta Nuova, la estación de tren. Y desde esta podía ir andando hasta el hotel que Carla le había reservado. Al parecer, se encontraba en el mismo centro histórico de la ciudad, según ella, pero no le había dicho cuál era.

Se detuvo en la Piazza Bra contemplando el anfiteatro, el Arena, el lugar en el que se representaban óperas y grandes conciertos. Según se había informado, allí habían cantado estrellas internacionales y el Giro de Italia había terminado en varias ocasiones allí mismo. Sin duda, era espectacular lo mirase por cualquiera de sus lados. Construido en piedra y con una capacidad para más de treinta mil espectadores. Se acercó más, caminando sobre un suelo de adoquines que sin duda hacían juego con la piedra caliza con la que estaba construido el anfiteatro.

Jaime levantó la mirada hacia lo alto y se quedó perplejo ante la majestuosidad que desprendía. A ello acompañaba el lugar, una plaza por la que la gente caminaba, montaba en bicicleta, y había un pequeño jardín con bancos para protegerse del sol que hacía. El bullicio de la gente en las terrazas aledañas, el ruido de los coches, sin duda que estaba fascinado. Decidió buscar el hotel para instalarse, ya tendría tiempo de visitar la ciudad y sus monumentos. Se alejó un poco del anfiteatro y su mirada se quedó clavada en el letrero de un hotel que había allí cerca. Giulietta e Romeo. Esbozó una sonrisa irónica pensando que allí todo giraría en torno a la obra de Shakespeare. Algo lógico. Y luego se empeñaban en decir que no se aprovechaban de la obra, se dijo sacudiendo la cabeza. Llamaría a Carla para que le diera el nombre del hotel en el que se iba a alojar esos días; solo esperaba que no se le hubiera ocurrido hacerlo en el que acababa de ver. Mientras esperaba a que respondiera, echó un vistazo a la calle en la que se encontraba, a la gente que pasaba por su lado degustando los famosos gelatti, los helados que tanta fama tenían. Al igual que el café.

—Jaime. ¿Ya estás en Verona?

—Sí, sí. He llegado hace un rato. Dime, ¿cuál es el hotel que me has reservado para pasar estos días? Creo recordar que no me lo dijiste.

—Disculpa que no lo hiciera. Qué cabeza la mía. Es el Hotel Giulietta e Romeo.

Jaime bufó al escucharle decir el nombre. Se pasó la mano por la frente y sacudió la cabeza. No podía ser cierto.

—¿Me estás vacilando? ¿No había otro?

—He cogido uno muy céntrico, casi frente al Arena. En una plaza repleta de cafés, trattorias y demás negocios. Y te queda muy cerca de la principal atracción turística. ¿Por qué lo dices?