Despierta a mi lado - Placaje a tu corazon - Lorraine Murray - E-Book
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Despierta a mi lado - Placaje a tu corazon E-Book

Lorraine Murray

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Beschreibung

Despierta a mi lado Lorraine Murray Fiona es una mujer libre e independiente, con una carrera de éxito y sin ataduras emocionales con ningún hombre y le gusta estar así. Hasta que una noche conoce a un guapo italiano en la taberna de siempre y pasan la noche juntos. Las diferencias entre Fabrizzio y el resto de los hombres surgen cuando no huye en mitad de la noche como el resto de sus ligues. Descolocada, se refugia en la exposición que está preparando para el museo y se dispone a conocer al director de la Galería Uffizi de Florencia, amigo desde la universidad de su jefe… Placaje a tu corazón Lorraine Murray ¿Quién se esconde tras la escritora de novela romántica Kathryn McGovern? Este es el encargo que le propone a la periodista Cat Munro su jefa. Las pistas que hay sobre Kathryn McGovern la llevan a la pequeña ciudad de Stirling, y empieza a hacer indagaciones en una librería regentada por Steven Sinclair, un exjugador de la selección de rugby escocesa. Este se mostrará a la defensiva en un principio, pues no ha tenido buenas experiencias con los periodistas, pero al ver que el verdadero interés de Cat se centra en la escritora Kathryn McGovern, decide ayudarla. Pronto, la atracción y el deseo les irá acercando el uno al otro…

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Seitenzahl: 675

Veröffentlichungsjahr: 2020

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 135 - septiembre 2020

 

© 2015 Lorraine Murray

Despierta a mi lado

 

© 2016 Lorraine Murray

Placaje a tu corazón

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2015 y 2016

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Tiffany y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-672-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Despierta a mi lado

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Placaje a tu corazón

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Si te ha gustado este libro…

Despierta a mi lado

 

 

1

 

 

 

 

 

Despertó de manera lenta y perezosa con la luz del nuevo día que se filtraba a través de la persiana a medio bajar de su habitación. ¿Por qué demonios la había dejado así? Tenía por costumbre dejar la habitación a oscuras para poder dormir profundamente. No obstante, no pensaba levantarse y bajarla. No. Estaba muy a gusto en esos momentos al calor que desprendían las sábanas. Por este motivo, decidió darle la espalda a la ventana y seguir durmiendo un rato más. Pero entonces sucedió algo que la desconcertó aún más. Su mano se encontró con algo. Aunque sería más justo decir con alguien. Al principio se mostró confusa por este hecho. Debía seguir soñado con aquel hombre de pelo oscuro y ojos grises que la había atrapado la noche anterior en la taberna. Aquel atractivo italiano. Y, en ese instante, se estaba imaginando que él se encontraba en su cama. Sí, sin duda se trataba de eso.

Con una sonrisa dulce y risueña intentó dormirse, pero al volver a estirar su mano y comenzar a palpar el otro lado de su cama, comprendió que aquello no parecía un sueño. O al menos era muy real. Contrariada por lo que estaba sucediendo, dejó que su mano tocara con sumo cuidado aquel cuerpo. Para su sorpresa, se movió emitiendo un sonido de complacencia ante su caricia. Fiona abrió los ojos de golpe al sentir aquella piel suave bajo su mano; escuchar aquel gemido y darse cuenta de que, en verdad, había alguien durmiendo junto a ella. Se incorporó despacio para echar un vistazo por encima del hombro de su misterioso compañero, con el propósito de ver su rostro. Sintió un escalofrío y se quedó con la boca abierta. Parecía que iba a decir algo, o incluso a gritar. Pero las palabras se quedaron atascadas en su garganta cuando lo reconoció. ¡El italiano que se había mostrado muy interesado en ella en la taberna durante toda la pasada noche! Fabrizzio, creía recordar que se llamaba, entre la bruma del sueño y de la confusión. Se quedó sentada con las rodillas apretadas contra su pecho observándolo mientras se mordía el labio inferior, preguntándose qué hacía todavía en su cama. Cerró los ojos y murmuró algo. ¡¿Se había acostado con él?! Pensó que… Pero, entonces… ¿al final se lo llevó a casa? Trataba de recordar lo sucedido. Pero lo único que consiguió fue un agudo dolor de cabeza y una sequedad extrema en el paladar, que aumentaron su malestar general. Debía tranquilizarse, pero le parecía imposible si seguía mirándolo. Desvió por un instante su atención de él, mientras trataba de recomponer las imágenes de la pasada noche.

No se dio cuenta de que él se había vuelto hacia ella, y que ahora la observaba con los ojos entrecerrados. Su pelo estaba bastante alborotado, una incipiente barba comenzaba a despuntar en su rostro y una tímida sonrisa se perfilaba en ese momento en sus labios. ¿De qué se reía?, se preguntó Fiona, algo molesta por ese gesto. Aunque, ahora que lo pensaba. ¿Por qué debería estarlo? Se suponía que ella había accedido a pasar la noche con él, ¿no? Que si estaba en su cama se debía a que ella lo había consentido.

Poco a poco, Fabrizzio fue consciente de dónde estaba y quién era ella. No lo había olvidado. ¿Cómo podría hacerlo con una mujer tan apasionada? Se pasó una mano por el rostro en un intento por despejarse del todo y se incorporó hasta que su espalda quedó apoyada contra el cabecero de la cama. Todo ello lo hizo bajo la atenta, curiosa y escrutadora mirada de Fiona, quien ahora tiraba de la sábana tratando de cubrirse, hasta que ni una sola porción de su blanca y suave piel quedara visible. En un arrebato improvisado, esta quiso abandonar la cama, pero se encontró con la mano de Fabrizzio aferrada a la sábana para impedírselo. Ella lo miró, confundida por su actitud, mientras él sacudía la cabeza instándola a no hacerlo, al tiempo que chasqueaba la lengua.

–Si lo haces, me dejarás como vine al mundo –le aclaró con un tono de voz sensual pese a acabar de despertarse, una mirada llena de curiosidad y una media sonrisa llena de picardía, que obligaron a Fiona a desistir de su intento.

Se quedó quieta mientras lo contemplaba, algo molesta con él porque no se había marchado. Pero también lo estaba con ella misma porque, a pesar de la situación, no podía dejar de considerarlo atractivo y seductor.

–No tengo por costumbre exhibirme sin ropa ante desconocidos –le recalcó con un toque irónico en su voz y un mohín en los labios.

–Pues… anoche no parecía que tuvieras mucho reparo en que te viera sin ella –le recordó apoyando el peso de su cuerpo sobre el brazo derecho. Le pareció tímida allí envuelta en parte de la sábana mientras su imagen de mujer apasionada, ávida de caricias y besos ocupaba su mente. Su rostro risueño, sobre el que algunos mechones caían, le pareció tan sensual que sintió deseos de volver a hacerle el amor como la noche anterior–. ¿Desconocidos dices, Fiona? –le preguntó pronunciando su nombre con una voz ronca que provocó que se le erizara la piel. Fiona no sabría decir por qué, pero le gustó escuchar su nombre en sus labios, con ese acento italiano.

–No esperaba que… estuvieras todavía… –logró balbucear aferrándose a la sábana con manos crispadas, mientras recordaba su nombre: Fabrizzio. La verdad es que no le importaba haber pasado la noche con él, sino más bien la pose arrogante y seductora que esgrimía en ese momento. Juraría que se había mostrado más dulce y tierno con ella mientras la besaba y sus manos la acariciaban de aquella manera que la había vuelto frenética–. Se suponía que tú… –Dejó el resto de su comentario en el aire mientras su mirada recorría la cama y el cuerpo de Fabrizzio hasta llegar a sus ojos, que le parecieron brillar al recordar lo que había hecho.

–Si tenemos en cuenta que tú me invitaste a subir… –le dijo con cara de circunstancias, mientras Fiona fruncía los labios en un mohín de desagrado–. Presumo por tu semblante que no estás acostumbrada a que tus invitados despierten a tu lado. ¿Me equivoco?

Fiona sonrió irónica mientras inclinaba su cabeza hacia delante y sus cabellos ocultaban su rostro. Una breve ráfaga de aliento hizo que se agitaran de manera tímida. Se pasó una mano por ellos para despejar su rostro y así poder mirar a Fabrizzio, quien hacía lo propio con gesto incrédulo. ¿Qué le sucedía? Juraría que la noche pasada ella lo tenía muy claro cuando lo conoció y lo invitó a seguirla. La taberna. Sus amigas. El vino. La música. Un paseo bajo el cielo estrellado de Edimburgo. Era cierto que ambos bebieron en exceso, pero ella fue la primera que se aventuró a cruzar la línea cuando lo agarró por las solapas de su abrigo para atraerlo hacia sus labios y besarlo. Una noche idílica. Aunque mejorable sin duda. Hizo ademán de explicárselo, pero ella le cortó.

–Lo cierto es que no tengo por costumbre hacerlo. Pero tú… No… Mejor no digas nada –susurró mientras se mordía el labio y su ceja derecha formaba un arco de suspicacia. ¿Qué hacía todavía en su cama? Los tíos como él solían marcharse antes del amanecer. Y nunca volvían a llamarla. Mejor. En el fondo se lo agradecía, ya que no tendría que compartir su baño con nadie–. Pero, ¿por qué no te has marchado?

La pregunta salió de sus labios de una manera lenta, como si tuviera miedo de conocer la respuesta. A la vista de cómo estaba su habitación, su cama y su atractivo acompañante hacía falta ser muy torpe para no suponer que lo que había sucedido entre ellos había sido algo salvaje. Tal vez no tanto pero debía admitir que no se habían andado con muchos arrumacos, la verdad. Lo que la sorprendía era encontrarlo mirándola de aquella forma tan peculiar, que le estaba erizando la piel por momentos.

–No sentí la necesidad de hacerlo. Y más después de una noche como la que compartimos. Ahora que te veo tan sensual por la mañana… –Fabrizzio sonrió de manera irónica, lo cual consiguió encenderla por dentro. Bastante cabreada estaba como para que además él hiciera cumplidos de ese tipo–. Sin duda que acerté al quedarme –le refirió haciendo una reverencia teatral mientras sonreía de manera cínica ante el desconcierto de ella.

–¿Podrías dejar de hablar como esos personajes de las novelas que Moira adora? No estoy para bromas de ese tipo –le rebatió frunciendo el ceño, mientras se mantenía alejada de la cama.

–Bella Fiona, lo que ha sucedido aquí la noche pasada me lo guardo para mí –le aseguró guiñándole un ojo y adoptando un tono socarrón con ella.

–Puedes hacer con ello lo que te plazca. No tengo que dar explicaciones a nadie de lo que hago con mi vida –le rebatió con dureza mientras seguía intentando mostrarse fría.

–No obstante… ¿puedo preguntarte el porqué de tu inusitado interés en saber qué hago todavía en tu cama? –le preguntó incorporándose hasta quedar sentado, mientras la sábana le tapaba lo justo–. Tú me invitaste a subir y luego…

Fiona sacudió su cabeza mientras fruncía el ceño.

–No se trata de que me haya acostado contigo… Se trata de… –De nuevo balbuceaba sin encontrar sentido a sus palabras.

–Tranquila. No voy a solicitarte nada –le aseguró despertando un inusitado interés en Fiona. ¿Qué esperaba que le pudiera pedir?–. Tan solo me gustaría que me aclararas qué dices cuando hablas en gaélico, en ciertos momentos íntimos… La verdad es que estabas… deliciosa susurrándome en esa lengua.

Fiona se quedó clavada con los ojos abiertos hasta su máxima expresión, al igual que su boca. ¿Qué había querido decir?

–¿De qué diablos hablas? ¿Yo hablando en gaélico? –le preguntó tirando de la sábana en un intento por dejarlo desnudo del todo y disfrutar de una pequeña venganza. Pero Fabrizzio se aferró fuerte y tiró de ella sorprendiéndola y logrando hacerla caer sobre la cama mientras profería un grito, y de repente volvía a verse atrapada bajo el cuerpo de él como en algunos momentos de la pasada noche.

Fabrizzio enmarcó su rostro entre sus manos al tiempo que le apartaba el pelo, dejando el paso libre para que sus dedos trazaran el perfil de sus cejas con exquisita delicadeza, con ternura, como si la estuviera dibujando para él. Fiona sintió sacudirse todo su cuerpo por este hecho, y se sorprendió al no hacer intento por salir de debajo de él, sino que permaneció quieta mientras Fabrizzio la miraba fijamente, como si buscara su reflejo en los ojos de ella. O tal vez la respuesta a por qué acabó enredado con ella bajo las sábanas. ¿Qué le había impulsado a seguirla hasta su casa? ¿Solo dejarla sana y salva? Su boca se curvó en una media sonrisa mientras sus dedos recorrían sus mejillas hasta llegar a los labios. Los sintió suaves, húmedos, tentadores. Fiona sintió su corazón volverse loco por instantes y cómo la presión de la sábana parecía ceder ante el empuje de Fabrizzio. Y cómo sus deseos de que la besara como la noche pasada se acercaban a una súplica.

–Dijiste algo así como: mo gaol. Mi gaélico no es muy bueno, deberás perdonarme. Pero juraría que se trataba de algún tipo de apelativo cariñoso, por la manera en la que lo decías –le sugirió sonriendo, mientras su voz ronca y su aliento causaban estragos en ella. Los deseos de besarla se volvían más y más acuciantes. Era como una sed que no parecía poder detener. Recordó sus besos, su lengua juguetona y sus mordiscos cariñosos sobre su piel, su mirada llena de deseo, sus jadeos…

–Nunca diría algo así. Es algo demasiado serio… demasiado… –No era capaz de decir nada en aquella situación. Se encontraba a su merced y eso no le hacía gracia. Se humedeció los labios fruto de los nervios, mientras trataba de evitar lo que en el fondo estaba pidiendo a gritos desde su interior.

–¿Sentimental? ¿Profundo? ¿Cariñoso? –le preguntó él arqueando una ceja en clara señal de expectación y curiosidad.

–Puede. Es cuando… cuando… –Los nervios la podían. Era increíble que estuviera sucumbiendo a aquella situación. Ella, que se jactaba ante sus amigas de no creer en el cariño, en el amor… Que se burlaba de Moira y sus comentarios sobre el destino. Ahora mismo, se encontraba en una situación que no podía explicar lo que le provocaba. Salvo que aquel misterioso y seductor italiano le gustaba. Y no sabría decir si el destino tenía o no algo que ver en ello. Y cuando quiso decir algo, la boca de él se posó sobre la suya para besarla de manera suave y tierna. Un ligero ronroneo escapó de su interior. Un gesto de asentimiento, de placidez, que arrancó una sonrisa en Fabrizzio. Y un leve suspiro que escapó por sus labios en el momento en que él se separó.

–Me gustaría quedarme contigo más tiempo, pero tengo una reunión con un viejo amigo, a quien he venido a ver. Y tú, supongo que tendrás que ir a trabajar.

Fiona se incorporó para contemplar el cuerpo desnudo de él una vez más, mientras el deseo le mordía todo el cuerpo como miles de termitas. Se quedó sentada en la cama con la mano sobre sus labios, como si quisiera atrapar el beso que le había dado y su mente trabajaba a marchas forzadas para recordar lo sucedido entre ambos. ¿Cómo se le había ocurrido llevarlo a su casa y acostarse con él? ¿Tan loca estaba como para hacerlo con un italiano de paso en la ciudad? Pero… ¿por qué se había dejado llevar de aquella manera? Ella no sabía qué era lo que quería. Por eso tal vez se permitió la licencia de hacerlo. Debía admitir que era atractivo, atento, cariñoso, y ahora que recordaba… generoso en la cama.

–Supongo que no te importará si me doy una ducha rápida –le dijo mientras asomaba la cabeza por detrás de la puerta del cuarto de baño esbozando una sonrisa cautivadora.

Fiona desvió la mirada hacia su rostro mientras sentía una palpitación en su interior. Se limitó a asentir, ya que era incapaz de pronunciar una palabra, presa de un remolino de sensaciones enfrentadas. Lo vio desaparecer tras la puerta y se abrazó las piernas contra el pecho. Entrecerró los ojos y sonrió de manera pícara mientras retazos de la noche anterior la inundaban como flashes de luz. Por un momento, se sintió confundida por lo contradictorio de todo. ¡Ni siquiera se había fijado en él en la taberna! Y luego, cuando se acercó hasta ellas le pareció el típico seductor. Sin embargo, y pese a que le dio esa impresión… ¿Cómo pudo acabar en la cama con él? Recordó las palabras de Eileen acerca de los hombres con los que Fiona había tenido algo. Lo tíos más inverosímiles que podrías imaginar. Y sí, Fabrizzio lo era. Se ajustaba a ese patrón ideado por su amiga. Peor, ¿qué podía hacer si era una especie de imán que los atraía? Una mueca de diversión se dibujó en su rostro mientras se debatía entre ir a compartir la ducha con él o esperar a que terminara. Tal vez fuera demasiado atrevido por su parte. Aunque, bien pensando, él se marchaba en unos días, según recordaba haberle oído decir. Así que podría divertirse con él el tiempo que le dejara libre su trabajo en la National Gallery. Ella no era como Eileen. No. No se pillaría por Fabrizzio, como ella hizo por Javier. Ella estaba hecha de otra pasta. “¿Pasta?”, pensó mientras sonreía divertida por la relación entre Fabrizzio y esa palabra.

 

 

Fiona caminó hacia la Old Town, la parte antigua de la ciudad, hasta el Starbucks, donde cada mañana quedaba con sus tres amigas. Sabía lo que le esperaba en cuanto empujara la puerta de la cafetería y la vieran aparecer. No obstante, necesitaba saber qué demonios ocurrió la noche pasada para que ella acabara como lo hizo. Debería dejar de beber vino. Sacudió la cabeza desechando esa idea y tratando de parecer que Fabrizzio no le afectaba, pero, a decir verdad, sentía que la piel se le erizaba cada vez que recordaba sus labios sobre ella.

Empujó la puerta del Starbucks para encontrar a sus tres amigas sentadas con sus respectivos cafés y charlando de forma animada. En cuanto la vieron aparecer tres pares de ojos se clavaron en ella escrutando cada uno de sus gestos. Fiona se limitó a levantar la mano de manera tímida y a modo de saludo. Sabía que iba a ser el centro de atención durante el café. Dejó su bolso sobre la silla que le habían reservado, mientras sus tres amigas permanecían expectantes.

–¿Puedo saber el motivo de vuestras caras? –les preguntó con cierto toque de ironía, mientras se agarraba al respaldo de la silla. Las tres sonriendo de una manera absurda. Como si supieran algo que ella desconocía–. Queréis dejar de sonreír. Voy por un café.

–¿Le notáis algo? –preguntó Catriona en voz baja mirando a Moira y a Eileen.

–¿Te refieres a si habrá pasado lo que las tres creemos? –inquirió Eileen mientras su ceja derecha se elevaba con suspicacia.

Catriona asintió sin decir nada pero esbozando una sonrisa bastante significativa.

–Apuesto a que anoche lo pasó bien en compañía de Fabrizzio. Shhhh, ahí vuelve –comentó Moira mientras sonreía a Fiona, que dejaba su café sobre la mesa y se sentaba.

Durante unos segundos ninguna de las cuatro abrió la boca. Fiona bebía café de manera distraída, pero consciente de lo que pasaba en la mesa. Querían saber qué había sucedido. Ante los gestos de sus caras y sus sonrisas decidió abordar la situación. De todas maneras, ya era mayorcita para saber lo que hacía con un hombre.

–Adelante, ¿qué queréis saber? –preguntó con una sonrisa risueña en los labios.

–¿Qué tal con Fabrizzio? –se lanzó Moira sin poder resistir más la tentación de hacerlo.

–Tú deberías saberlo. ¿No lo has visto en tu bola de cristal? –le preguntó con gesto divertido y haciendo una nueva burla de su pasión por el esoterismo.

–Anoche se os veía muy… muy… muy… –Catriona no parecía encontrar la palabra exacta para describir la impresión que Fiona y Fabrizzio le habían causado. Y más si cabe con la mirada que acababa de regalarle su amiga. Pero podría asegurar que ambos tenían cierto interés en estar juntos.

–Dinos, ¿a qué viene esa mirada? No creo que te lo estuvieras pasando mal anoche –le comentó Eileen mientras ponía los ojos en blanco y sonreía divertida.

–No irás a decirnos que Fabrizzio te gusta, ¿verdad? Porque tú eres inmune a enamorarte –le recordó Catriona mientras entrecerraba los ojos y miraba con inusitado interés a su amiga.

–Sabéis de sobra lo que pienso de las relaciones –dijo Fiona cortando cualquier especulación–. No creo que haya nadie esperándome –aclaró mirando a Moira fijamente y esbozando una amplia sonrisa bastante significativa.

–Todas tenemos nuestra alma… –comenzó a explicarle Moira.

–No, por favor. No empieces con eso –le cortó mientras su rostro se contraía en una mueca de desagrado.

–Yo la encontré –asintió Eileen muy segura de sus palabras.

–Más bien di que te tropezaste con ella–aclaró Fiona entre risas recordando a Eileen abalanzándose sobre Javier y tirándole dos pintas de cerveza.

–Cierto. Y ya ves… Llevamos juntos más de un año.

–¿Qué tal le marchan las cosas en la facultad? –preguntó Catriona mientras miraba a Eileen por encima de su taza, intentando darle un momento de tregua a Fiona.

–Parece que bien. Está contento con ser ayudante del profesor Stewart.

–¿Y la convivencia? –preguntó Moira elevando sus cejas en repetidas ocasiones.

Eileen sintió un escalofrío y que enrojecía sin remedio. Sus amigas comenzaron a reír y a mirarse con complicidad, lo cual dio un respiro a Fiona.

–Todo marcha genial, pero hoy no soy yo la que tiene que contar algo –dijo mirando a Fiona, quien volvió a sentirse incómoda.

Soltó el aire que tenía acumulado en su interior y, mirando a sus tres amigas, decidió enfrentarse a la situación. Por otra parte, le vendría mejor charlar con ellas que con su superior en la National Gallery. Y tampoco creía que acudir a trabajar con esa sensación extraña en su interior fuera una buena idea.

–¿Podéis aclararme qué hice anoche, chicas? Porque ahora mismo no sé si lo que hice fue una buena idea.

Las tres se quedaron perplejas ante aquella petición. Se miraron entre sí y luego se centraron en su amiga, que parecía perdida.

–¿Por qué dices eso? –le preguntó Catriona confundida por este hecho.

Fiona inspiró hondo antes de responderle.

–Porque me siento como una estúpida. Por eso –explicó con cierto malhumor–. Sé que bebimos demasiado, que…

–Bebiste –le corrigió Moira–. Estabas bastante animada porque te habían concedido el permiso para montar una exposición de autoretratos pintados por artistas italianos.

–Sí, eso lo recuerdo perfectamente. Por cierto, tengo que ponerme con ello de inmediato –murmuró para ella mientras se llevaba la taza a los labios.

–Decidiste pedir varias botellas de vino para celebrarlo –apuntó Eileen–. Y entonces…

–Entonces apareció él con sus amigos –intervino Catriona esbozando una sonrisa divertida–. Creo recordar que estaba con varias personas más. Pero de repente estaba mirándote como si te conociera, o como si le hubieras causado una gran impresión. Deberías haberlo visto. No te quitaba ojo –le recalcó moviendo sus cejas de forma rápida.

–Sí, y cuando os pusisteis a charlar en mitad de la taberna como si en realidad estuvierais vosotros dos solos… –aclaró Eileen entre risas.

–¿Que yo me puse a hablar con él? –le preguntó sin salir de su asombro por lo que estaba escuchando.

–Sí, y al parecer la conversación debía ser de lo más interesante. Pasaste más de quince minutos pegada a él.

–Vaya –logró decir después de unos momentos de confusión–. Pero, ¿es posible que se viniera conmigo? –les preguntó sin poderse creer que hubiera sucedido así–. ¿Y vosotras? ¿Por qué no me acompañasteis? Menudas amigas –murmuró mirándolas por encima de su taza de café, como si les reprochara que no hubieran hecho nada por evitar que se fuera con Fabrizzio.

–Te apartaste de nosotras para quedarte con él. Parecías muy a gusto –matizó Eileen asintiendo de una manera que no le hizo nada de gracia a Fiona. Una especie de venganza por su último comentario.

–¿Cómo de a gusto? –preguntó con un toque de temor, mientras entornaba su mirada hacia su amiga. Por otra parte, tampoco debía darle mucha importancia después de que hubiera amanecido en su cama, ¿no?

–Tanto como para que te hayas acostado con él –se aventuró a decir Moira con un tono convincente en su voz. Las tres la miraron como si acabara de revelar algún tipo de secreto inconfesable. Luego Catriona y Eileen volvieron sus miradas hacia Fiona, quien cerró los ojos y apoyó la frente sobre su mano. Sus cabellos se arremolinaron sobre su rostro ocultando su sonrojo.

–¿Es cierto lo que acaba de decir Moira? –se aventuró a preguntarle Catriona, mientras miraba a su amiga con los ojos abiertos, expectante por lo que pudiera decir fingiendo estar escandalizada.

Levantó la mirada hacia las tres y, por su expresión, sus amigas supieron al momento la verdad. Eileen abrió la boca para decir algo, pero su estado de sorpresa no se lo permitió. Catriona entornó la mirada hacia Fiona esperando que lo confirmara de palabra. Que había pasado la noche con él. Y Moira la miraba con toda naturalidad. Como si en verdad aquello no le sorprendiera.

–¿Te has acostado con el italiano? –le preguntó Catriona en un susurro, mientras Fiona se limitaba a asentir lentamente y parecía que se sintiera culpable por haberlo hecho.

–Lo sabía –apuntó Moira con toda naturalidad y una especie de superioridad.

–¿También lo viste en tu bola de cristal? –le preguntó con ironía mientras alzaba una ceja.

–No. Pero se notaba que anoche el italiano te gustaba. Y de verdad.

–Tanto como para llevármelo a casa –sugirió con la mirada fija en la mesa.

–Pero, entonces… –comenzó a decir Eileen esperando que fuera su amiga quien les contara lo sucedido.

Las miró a las tres durante unos segundos mientras meditaba por dónde empezar.

–Sí, eso mismo que estáis pensando las tres ahora mismo. Pero lo malo no es eso –dijo esperando a que alguna le preguntara pero al ver que las tres permanecían en silencio esperando que fuera ella quien siguiera hablando, decidió continuar–. Fabrizzio ha amanecido en mi cama. Y además me ha preparado el desayuno. ¿Contentas? Ya está. Ya lo he confesado –les dijo levantando las manos y mirándolas como si esperara sus reproches–. Podéis decirme que soy una inconsciente por haber accedido a ello con alguien a quien he conocido anoche. Vamos. Adelante.

Ninguna dijo nada al respecto. Las tres amigas la contemplaron mientras cada una pensaba en lo que había dicho y hecho. Eran amigas desde el colegio, y siempre se habían apoyado entre ellas.

–A mí me parece genial. Si Fabrizzio te gusta ¿por qué no? Eres mayor de edad y sabes lo que quieres. ¿Cuál es el problema? –le preguntó Eileen mientras se encogía de hombros.

–Recuerdo que no hace mucho eso mismo te preguntabas tú con Javier y Rowan. ¿Lo has olvidado? –le recordó Fiona con sarcasmo.

–Claro que no lo he olvidado. Por eso te lo pregunto.

–Deberías decirnos cuál es el problema –sugirió Catriona–. ¿Por qué tienes ese gesto? ¿Te arrepientes de haberlo hecho o algo así? ¿Piensas que esta vez puede durarte más de…? ¿Cuánto te duró el último ligue?

–Veinte días. Y solo digo que no debería haber sucedido. Eso es todo –le dijo recordando las manos de Fabrizzio por su cuerpo. Acariciándola como si estuviera moldeándola. Arrancándole gemidos de lo más hondo de su ser. Haciéndola palpitar de deseo entre sus brazos. Mirándola de aquella manera en el momento en que juntos llegaron al orgasmo. Y después… Sus caricias tiernas, dulces y reveladoras hasta que se quedó dormida entre sus brazos. ¡Por San Andrés, que nunca había sentido algo así antes! Eso era lo que la tenía descolocada y lo que no conseguía explicar. Y lo que en cierto modo la asustaba. Haber sentido algo por un hombre por primera vez. Y cuando lo vio sirviendo café… pensó que aquello no era real. Que aquel hombre había salido de su fantasía–. Veinte días.

–Entonces, ¿por qué lo permitiste? –preguntó Catriona desconcertada por cómo veía a su amiga. Era la primera vez que la veía tocada tras conocer a un hombre. Y que se hubiera acostado con él, y ahora tuviera ese semblante… Por lo general a la mañana siguiente de conocer a alguien solía mostrarse alegre, divertida como era ella. Pero en esta ocasión…

Fiona sonrió de manera tímida mientras jugaba con la cuchara y su mirada permanecía fija en la taza vacía de contenido. Tal vez eso era lo que le sucedía. Que una parte de su vida aún seguía vacía.

–Lo hizo porque se lo estaba pasando en grande, ¿verdad, Fiona? –respondió Moira por ella tratando de quitar tensión a la situación. Algo le había sucedido a Fiona.

–¿Piensas quedar con él? –preguntó Eileen captando la atención de su amiga.

–No lo sé. Está de paso en la ciudad para visitar a un amigo. Además, tampoco estoy segura de querer volverlo a ver –les dijo tratando de mostrarse convencida de que en realidad era eso lo que quería.

–Bueno, eso es algo que debes decidir tú. Pero si se ha quedado toda la noche y te ha preparado el desayuno… Chicas, lamento decirlo pero he de ir a trabajar –comentó Catriona mirando su reloj.

–Sí. Debo ponerme con mi exposición de retratistas italianos –recordó Fiona mientras abría los ojos al máximo y sonreía. Intentó no pensar en la relación que ello tenía con Fabrizzio, pero eso era algo que por ahora le resultaba complicado.

–Es curioso –señaló Moira entrecerrando sus ojos sin apartar la mirada de Fiona.

–¿Qué?

–Que estés preparando una exposición de pintura italiana y que conozcas a un italiano con el que además te has acostado. Curioso, ¿no creéis? –comentó divertida por este hecho, mientras a Fiona no le hacía nada de gracia.

Miraron a Fiona mientras esta ponía los ojos en blanco y soltaba una carcajada.

–No vendrás a decirme que mi destino está en Italia, ¿no? Porque no me lo creo. Es una mera coincidencia. Ya lo verás.

–Nadie puede escapar a su destino –le dijo muy seria Moira, mientras Eileen y Catriona miraban a Fiona y su gesto de incredulidad.

–¿Nos vemos esta tarde? –preguntó Eileen mirando a las demás.

–Por mí, de acuerdo –asintió Moira.

–Creo que podré quedar. Avanzaré el trabajo todo lo que pueda en la revista –señaló Catriona.

–¿Y tú, Fiona?

–No lo sé. Tengo que ver qué sucede con la exposición. Tal vez…

Las tres la miraron esperando a que les confesara que vería a Fabrizzio. Que tendrían una noche loca de pasión y que a la mañana siguiente volvería a despertar en su cama. Pero Fiona no comentó nada a ese respecto.

–Lo siento pero llego tarde, chicas –se limitó a decir mientras caminaba hacia Princess Street.

–¿No la notáis rara? –preguntó Catriona mirando a sus dos amigas.

–¿Me lo parece a mí o a Fiona le sucede algo con su nuevo amigo italiano? –sugirió Eileen mientras pensaba en lo que Fiona les había contado y en cómo se había comportado esa mañana.

–No me atrevería a decir lo que voy a decir con ella delante –comenzó Moira captando toda la atención de Eileen y Catriona–. Creo que en el fondo le gusta Fabrizzio. ¿Os habéis dado cuenta del tono con que ha dicho que ha despertado en su cama?

Intercambiaron sendas miradas de ¿desconcierto? ¿Incredulidad? Y alguna que otra sonrisa bastante reveladora cuando las tres pensaron que entre Fiona y Fabrizzio pudiera surgir algo. Si no lo había hecho ya.

2

 

 

 

 

 

Fabrizzio pasó por su hotel para recoger unas cosas antes de dirigirse a ver a su amigo. Había abandonado el apartamento de Fiona envuelto en un halo de intriga. El comportamiento de esta al verlo en su cama al despertarse lo tenía desconcertado. En verdad que le había sorprendido su comportamiento aquella mañana. Tal vez no estaba acostumbrada a que sus compañeros de cama se despertaran con ella a la mañana siguiente. Y mucho menos que le prepararan el desayuno, como así había sucedido. Pero recordaba a la perfección que había sido ella misma quien lo metió en su casa a empujones mientras no paraba de besarlo. Luego, lo había arrojado sobre la cama y se había sentado a ahorcajadas sobre él sin darle tregua ni para abrir la boca mientras no dejaba de ronronear como una gatita desvalida. Por favor, ¡qué mujer! Debería haberse visto la cara que había puesto cuando, al salir de su habitación vestida para marcharse, se encontró con café recién hecho, tostadas, un zumo y un plato de huevos revueltos. ¿Por qué se había tomado tantas molestias por ella? Nunca antes se le habría pasado por la cabeza hacer lo que había hecho. Vale que la conociera la noche anterior en la taberna, que se fuera con ella hasta su apartamento y que se acostaran, pero quedarse a dormir, y prepararle el desayuno…

Se cambió de camisa y se puso una americana de pana para aguantar el fresco de la mañana. La temperatura era algo más baja en Escocia que en Italia, pero no se había dado cuenta hasta que se alejó de ella. Pensó en Fiona mientras miraba su teléfono y por primera vez se dio cuenta de que ni siquiera sabía su número. No podría llamarla para verla. Pero ¿de verdad pensaba en hacerlo? ¡Santa Madonna, solo pasaría dos días en Edimburgo, y después regresaría a Florencia! ¿Qué estaba haciendo? ¿En qué estupidez estaba pensando? Sacudió la cabeza mientras una sonrisa irónica se dibuja en sus labios y pensaba en ella. Una mujer increíble. Arrebatadora. Sexy. Apasionada. Y desconcertante. El tipo de mujeres que despertaban su curiosidad.

 

 

Fiona caminaba hacia la National Gallery tratando de centrarse en su nuevo proyecto que, por otra parte, no iba a ser nada fácil. Una exposición de retratistas italianos. Cuando sugirió este proyecto a David, su jefe, la miró como si acabara de dar con la fórmula de la Coca-Cola. Sí, una gran idea. Magnífica. Además, él tenía contactos en Italia para echarle una mano. Fiona sonrió divertida al pensar en ello. Algún dinosaurio de la universidad, más interesado en que su nombre figurara en alguna publicación, que en la exposición.

Llegó a la National Gallery cruzando por Princess Street. Se trataba de un antiguo palacio neoclásico diseñado por Playfair e inaugurado en 1859. La primera vez que se adentró en el edificio y lo recorrió se preguntó cómo era posible que un museo tan pequeño como era la National Gallery pudiera albergar tantas obras maestras. Se exhibían obras del Renacimiento italiano, la pintura flamenca, española y francesa. Maestros como Rubens, Tiziano, Goya, Van Gogh o Monet estaban presentes en sus salas. Y ahora ella pretendía una exposición dedicada a los retratistas italianos del Renacimiento.

Saludó a Stewart en la entrada y se dirigió con paso ligero a su despacho para acomodarse y empezar a trabajar con el material que tenía. De camino saludó a varios compañeros en el museo y pasó por el despacho de David, su jefe. No se fijó bien pero parecía estar reunido a juzgar por las voces que salían del interior. Y risas. Escuchó reír a David en un par de ocasiones. Así como a su acompañante. Un hombre con un tono de voz musical, cuando hablaba en inglés. Con un acento extraño. Le quedó claro que no era ni inglés, ni mucho menos escocés. Sacudió la cabeza cuando una absurda idea cruzó su mente. E incluso se permitió reírse de sus disparatadas ocurrencias.

–Agradezco que hayas venido. Para mí es un detalle –le dijo David con sinceridad.

–No, tal vez sea yo quien deba darte las gracias por acordarte de mí para este proyecto tan ambicioso. Además, me ha permitido ir conociendo las maravillas de tu ciudad –exclamó Fabrizzio entre risas recordándola una vez más.

–Siento no haber podido ir a recibirte y pasar tiempo contigo, pero… –David se encogió de hombros al tiempo que señalaba montones de carpetas, dando a entender que el trabajo le absorbía la mayor parte de su tiempo–. Dime, ¿qué te ha parecido Edimburgo? Espero que hayas aprovechado el día de ayer con nuestros amigos de la universidad.

En este punto Fabrizzio se quedó callado y pensativo. Sonrió de manera cínica al recapacitar en la respuesta que debía darle. ¿Que qué le había parecido? ¿Que si lo había aprovechado? Mejor sería no comentar nada a ese respecto. No quería alarmar a su amigo.

–Fascinante, la verdad. Lo poco que he podido conocer ha merecido la pena –le dijo con total seguridad en sus palabras.

–Me alegro. Pero, dime, ¿sigues pensando regresar pasado mañana a Florencia?

–Así es. Tengo trabajo pendiente en la Galería Uffizi, y ahora que requieres mi ayuda…

–Bueno, en realidad no soy yo quien está al frente de esa exposición.

–¿No? –preguntó con un gesto contrariado Fabrizzio cruzando las manos sobre la mesa y mirando a su amigo con inusitado interés–. ¿Quién es entonces?

–Espera a conocerla. Solo te diré que es la mejor en su trabajo, y que se ha tomado como un reto personal el poder organizar la colección de retratistas italianos del Renacimiento. Es una apasionada de la pintura de tu país. Podría decirse que vive por y para ella. Su dedicación es plena y su conocimiento del tema inigualable. La exposición del proyecto ante los miembros de la junta del museo fue impecable.

–Hablas de ella como si fuese única en su campo. Me alegra que haya gente con tanto interés. ¿La conoceré? –preguntó expectante por verla aparecer.

–Si me das un par de minutos iré a ver si ha llegado. Es trascendental que os conozcáis y que comencéis a intercambiar vuestras impresiones al respecto de la exposición.

–¿De qué plazo estamos hablando para reunir el material, seleccionar las obras que mejor se ajusten y tramitar la documentación para trasladar las obras desde Florencia? Sabes que nos llevará tiempo –le dijo en un claro tono de advertencia.

–Cuanto antes mejor. No quiero que la posibilidad de organizar la exposición se dilate demasiado. Tengo el visto bueno de la junta del museo y no querría que se enfriara. Entiende que una demora… –le explicó poniendo sus ojos en blanco mientras levantaba las manos en alto.

–Podría hacer que sus miembros se echaran atrás. Lo comprendo –asintió Fabrizzio–. Prometo dedicarle todo el tiempo que mis obligaciones en la Galería me dejen.

–Te lo agradezco. He conseguido que aprueben un presupuesto considerable para tal evento. De manera que deberíamos ponernos manos a la obra de inmediato.

–En ese caso, tal vez sería bueno que fueras en busca de ese talento del que me hablas, y que comenzáramos a planificarlo todo –le dijo con un claro tono de advertencia al respecto de ser preciso en lo que requería de él.

David sonrió abiertamente mientras palmeaba a Fabrizzio en el hombro.

–Por eso no debes preocuparte. Le tengo una sorpresa –le dijo mientras caminaba hacia la puerta de su despacho, pero se detuvo de repente y se volvió hacia su colega–. Por cierto, no te sorprendas por su carácter.

Fabrizzio sonrió mientras miraba a David con el ceño fruncido, sin llegar a captar el significado de esas palabras. ¿Carácter? Apostaba a que se trataría de una vieja solterona con el pelo recogido en un moño y gafas de pasta. Algo parecido a una especie de ratón de biblioteca que no ve más allá de sus libros. Se centró en evaluar el tiempo que requería el proyecto, las obras que podrían servir, la documentación que habría que completar, los seguros y los gastos de viajes. Pero bueno, de ello podría ocuparse más adelante. Cuando se reuniera con esa mujer que David le había descrito como una apasionada del arte italiano. Por un breve instante una disparatada idea iluminó su mente como si de un fogonazo se tratara. Sonrió de manera divertida por este hecho, pero lo rechazó de plano.

–Imposible –se dijo mientras sacudía la cabeza y se acercaba a la estantería que había en el despacho.

 

 

–Hola Fiona –le saludó Margaret al verla dirigirse a su despacho. Era una mujer entrada en años, pero que se conservaba como algunas de las pinturas del museo: impecablemente jóvenes. Margaret era la directora del departamento de restauración–. El jefe está reunido con un tipo muy apuesto y elegante –le informó con un toque de voz sensual, y una mirada que parecía brillar–. De esos que te hacen volver la cabeza si lo ves por la calle –le dijo suspirando al recordar su encanto desplegado cuando David se lo presentó.

–¿No me digas? –le dijo de pasada, mientras se centraba en buscar algo y no prestaba la más mínima atención a Margaret–. En ese caso ten cuidado con tus cervicales.

–Conoce a David de sus años en la facultad. Ambos estudiaron Historia del Arte. En Florencia –le comentó con un cierto toque de ensoñación, cerrando los ojos.

Aquellas palabras provocaron que Fiona se quedara clavada al suelo. Se volvió con lentitud hacia Margaret mientras su pulso comenzaba a acelerarse de manera inusitada. «¿Italia? ¿Florencia? ¿Cuándo había estado David allí?», se preguntó mientras fruncía el ceño y pensaba que se estaban produciendo demasiadas coincidencias con Italia. Por un breve lapso de tiempo recordó las últimas palabras de Moira y sus visiones inventadas sobre que su futuro podía estar en Italia. «Tonterías de Moira», se dijo como si hubiera dado un carpetazo a este asunto.

–¿Tendrá algo que ver con la exposición que andas preparando? Oye, ¿por qué te has quedado paralizada y con esa cara? –le preguntó Margaret fijando su atención en ella.

–¿De qué me hablas?

–De…

Un suave golpe en la puerta hizo que Margaret centrara su atención en esta, y se olvidara del comentario que iba a hacerle a Fiona. La cabeza de David surgió detrás de la puerta esbozando una amplia sonrisa de satisfacción.

–Bueno días. Ah, veo que has llegado –dijo mirando a Fiona con interés.

–Sí. Acabo de hacerlo. No he querido decirte nada, ya que vi que estabas reunido.

–Cierto. Pero no hubiera sucedido nada si te hubieras pasado. Esa reunión tiene que ver con tu exposición sobre los pintores italianos.

Margaret asintió, mirándola como si le estuviera diciendo: «Te lo dije».

–Me gustaría que vinieras a mi despacho para charlar con una vieja amistad de mis años de estudiante –le pidió con un tono de entusiasmo que nunca antes había percibido en David. Por lo general era bastante serio y no daba muestras de mucha alegría, pese a que era de la misma edad que Fiona. Pero parecía que su puesto requería ese cierto grado de aburrimiento de carácter.

–Sí, claro. Vayamos –replicó Fiona con toda naturalidad.

David salió al pasillo aguardando a que ambas mujeres hicieran lo mismo.

–Me marcho a seguir con mi trabajo. Ya hablamos –le dijo Margaret guiñándole un ojo en clara señal de complicidad, mientras esbozaba una sonrisa pícara.

Fiona no le dio importancia a sus gestos y comentarios cuando entró en su despacho. «¿Atractivo?», pensó mientras arqueaba una ceja en señal de perspicacia.

–Fiona, que sepas que la persona que voy a presentarte es todo un experto en la pintura italiana del Renacimiento. Y más si cabe en los retratistas –comenzó diciéndole antes de entrar a su despacho–. Es el director de la Galería de los Uffizi en Florencia.

Fiona entrecerró los ojos al tiempo que asentía y era consciente de lo que ello significaba. La Galería de los Uffizi era el museo de arte más importante de Florencia, que contenía obras pictóricas de todos los siglos. Sin duda, el lugar perfecto para colaborar con su exposición.

David abrió la puerta de su despacho dejando paso a Fiona, quien se quedó mirando fijamente al hombre que estaba de espaldas. Alto, de complexión fuerte, con el cabello oscuro y abundante. Vestía de manera informal. Con una americana de pana en tono beige y unos vaqueros. La verdad era que esperaba a un hombre vestido de traje y corbata. Se fijó detenidamente en él mientras los latidos de su corazón se disparaban de manera inusitada. «Bah, los nervios de conocer a alguien tan distinguido», se dijo mientras aguardaba a que David se lo presentara, pero este se había visto abordado en el pasillo y ahora charlaba animosamente.

–No sabía que tuvieras una copia de los libros que he publicado –dijo el extraño con una voz que a Fiona no le resultó desconocida. Sintió que las palmas de las manos le sudaban más de lo normal. Que de repente sus piernas parecían sacudirse como si bajo sus pies el suelo temblara y fuera a desplomarse allí mismo. Una extraña sensación se apoderó de toda ella cuando la visita de David se volvió un poco y pudo verlo de perfil. Entonces sintió que el estómago se le cerraba y que su presentimiento se convertía en realidad.

Fabrizzio se giró cuando se dio cuenta de que la puerta se había abierto, pero que nadie había respondido a su comentario. Cerró el libro de golpe cuando su mirada se quedó suspendida en ella, quien se la devolvía con un toque de curiosidad e incredulidad en sus hermosos ojos. ¡Por todos los…! ¡No podía ser cierto! Ninguno de los dos era capaz de articular ni una sola palabra. Permanecían en un claro estado de shock, ya que ninguno podría haber imaginado que volverían a encontrarse, y en aquel lugar. Fabrizzio sonrió tímidamente mientras jugaba con el libro que tenía en sus manos, sin saber muy bien qué hacer con él. Se sentía torpe. Desarmado ante aquella mujer. Como un completo idiota que no sabía qué decirle. ¿Era ella de quien David le había hablado? Aquello sí que era una grata sorpresa. Si hacía cosa de una hora se preguntaba cómo podría volverla a ver, sin duda los hados habían decidido en su favor.

Fiona estaba tan anestesiada como él. No podía ser cierto que Fabrizzio, el tío que se había llevado a casa la noche pasada, que había despertado a su lado en la cama y le había preparado el desayuno fuera… fuera… ¡el director de la Galería de los Uffizi en Florencia! ¡Y que además fuera a trabajar con él!

–Disculpadme –dijo David interrumpiendo la situación comprometida en la que Fiona y Fabrizzio se encontraban–. Déjame que te presente a Fabrizzio, director de la Galería Uffizi de Florencia –anunció David, con un toque de claro orgullo en su voz mientras lo señalaba con su brazo extendido.

–Mucho gusto –pudo articular Fiona, consiguiendo deslizar el nudo que se le había formado en la garganta.

Lo vio avanzar con paso firme y sin apartar su mirada de ella en ningún momento, mientras su cuerpo palpitaba al recordar cómo la contemplaba la noche anterior en mitad de sus besos y caricias. Tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para no delatarse, para no hacerle ver el extraño influjo que ejercía sobre ella con tan solo una mirada. Y cuando posó su mano sobre un brazo y le dio dos besos en las mejillas, la cosa fue a peor. Se había afeitado; sentir la suavidad de su piel le provocó un leve suspiro. Lo contempló en silencio mientras él sonreía tímidamente, sin poder apartar la mirada. Sin duda alguna que lo había trastocado hasta hacer que se comportara como un crío.

–Ella es Fiona. La colega de quien te he hablado –comentó David volviendo a interferir en ese momento privado que ambos habían creado.

Durante unos segundos ninguno de los dos dijo nada. Tan solo se limitaron a mirarse y a tratar de dominar el estado de agitación que les había producido volverse a ver.

–Me has comentado muchas cosas de ella, pero te has olvidado la más importante –dijo Fabrizzio con una voz ronca, arrastrando las palabras mientras su ojos escrutaban el rostro de Fiona en busca de alguna reacción.

–Seguro que David ha exagerado mis cualidades. Tiende a hacerlo cuando se refiere a mí –intervino Fiona mirando a este, en un intento por desviar la atención de Fabrizzio. Temía que le hiciera algún cumplido como los que le había susurrado la noche anterior al verla desnuda.

–No lo creo –le dijo muy seguro Fabrizzio, mientras volvía a desarmarla con otra sonrisa, y Fiona comenzaba a preguntarse si de verdad estaba bien. ¿Tanto le afectaba la presencia de aquel hombre?

–Bien, me comentabas antes que queréis montar una exposición sobre retratistas italianos –dijo Fabrizzio cambiando de tema para tratar de olvidarse de ella. Era como contemplar el más bello retrato de Rafael o de Tiziano haciendo una alusión a su proyecto.

–Tal vez debería ser Fiona quien mejor te lo explique, ya que, a fin de cuentas, será ella la que trabaje contigo –le confesó David con una sonrisa, mientras Fiona no daba crédito a lo que acababa de escuchar. ¿Trabajar juntos? ¿Iba en serio?

Fabrizzio volvió su atención hacia ella y el cruce de miradas no pudo ser más revelador. Sí. Ambos sabían lo que podía suceder después de lo de anoche. Pero, ¿estarían dispuestos a correr ese riesgo, a saber que entre ellos dos existía una atracción y a dejarla al margen mientras colaboraran?

–Pero… se supone que él no estará mucho en Edimburgo, ¿verdad? –comentó Fiona, revelando algo que se suponía que desconocía. Algo que Fabrizzio le había contado en la taberna. Que estaba de paso para visitar a un amigo. Ahora le quedaba claro quién era ese amigo. En el momento en que se dio cuenta se maldijo por su metedura de pata. Al ver la expresión de David fue Fabrizzio quien salió en su defensa. El gesto sorprendió a Fiona, quien no esperaba su detalle.

–Tiene razón. Pasado mañana me marcho, ya te lo comenté –le dijo a David.

–Es verdad. Sobre ese tema quería comentar que no hay problema para que colaboréis en la organización de la exposición.

Fiona entornó la mirada hacia David, intentando averiguar qué se traía entre manos. Su corazón comenzó a latir con fuerza de manera inesperada, como si intuyera antes que ella lo que iba a suceder. Y no tenía claro si le agradaría saberlo. Fabrizzio se mostró tan fuera de sitio como ella mientras miraba a David esperando una aclaración.

–He conseguido que la junta del museo te permita pasar una semana en Florencia buscando el mayor número de retratos posibles para tu exposición –anunció a bombo y platillo, mientras sonreía como si acabara de recibir un fantástico regalo–. Ello te permitirá trabajar junto a Fabrizzio en Florencia y de este modo organizar la exposición junto a quien mejor conoce la pintura italiana del Renacimiento.

Fiona se quedó sin palabras. No podía ser cierto. No. De ninguna manera. Por muchas ganas que tuviera de ir a Florencia… Aquello no podía estar pasando. Se suponía que Fabrizzio era una aventura de una sola noche. Nada más. No quería seguir viéndole después de lo sucedido esa mañana porque podría terminar por gustarle y entonces…

–Veo que te he dejado sin palabras. Era lo que imaginaba –comentó David mirando a Fiona, como si esperase que se pusiera a saltar de alegría. No todos los días uno conseguía ir a Florencia una semana.

Fabrizzio la miraba con una extraña sensación. ¿Aquella mujer sería su colega de trabajo durante una semana? ¿En Florencia? ¿Había escuchado bien a su amigo? ¡Tenía que tratarse de alguna broma! No podía ser que ella… No sabía qué pensar y menos qué decir en ese momento. ¿Sería una idea acertada? ¿Cómo haría para mantener las manos alejadas de su cuerpo? ¿Controlaría sus deseos de besarla? ¿Cómo haría para no quedarse mirándola como lo estaba haciendo en ese mismo momento?

–Es una gran oportunidad, sin duda alguna –fue lo único que pudo decir Fiona, tras unos segundos en los que se sintió descolocada. Debía decir algo o David pensaría que no quería ir. Y en verdad que lo deseaba. ¡Florencia! Pero había un problema y estaba justo delante de ella, mirándola de aquella manera que la hacía sentirse… deseada–. Pero… no tengo nada preparado.

–No te preocupes. Todo está arreglado desde hace días.

–¡Desde hace días! –exclamó fuera de sí Fiona abriendo los ojos como si fueran a salírsele.

–No quería decirte nada hasta que conocieras a Fabrizzio y le comentaras tus expectativas de la futura exposición.

–Pero, ¿cuándo se supone que me tengo que marchar? –le preguntó sin conseguir dominar su estado de agitación, mientras Fabrizzio, apoyado contra la pared y con los brazos cruzados sobre su pecho, sonreía divertido al verla en tal situación. O mucho se equivocaba o la razón por la que Fiona parecía no querer ir a Florencia estaba en ese despacho. Y no era cuestión de ser presuntuoso, pero a él le sucedía lo mismo con ella. Sería una tarea ardua no tocarla, ya lo había pensado. Y esa idea lo estaba empezando a consumir por dentro.

–Tienes billetes para pasado mañana –dijo desviando la atención hacia Fabrizzio, quien ahora miraba a Fiona con gesto serio. Se había incorporado de la pared y miraba a David como si acabara de dictar su sentencia de muerte. ¡Se irían juntos! Solo esperaba que no pidiera que la alojara en su casa…

Fiona no quería mirarlo. No quería que la atrapara con su mirada, pero debía disimular ante David. No podía mostrarse descortés con él, ni con… ni con… Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando los deseos de mirarlo se impusieron a su voluntad. Y entonces todo su cuerpo se rebeló emitiendo una serie de descargas de deseo de volver a despertar con él. No podía sacarse de la cabeza la noche compartida en su apartamento. Pareció darse por vencida porque todo aquello daba la impresión de estar orquestado por el destino, y no había manera de escapar. Sonrió divertida al recordar lo que le dijo Moira esa mañana y que comenzaba a encajar como las piezas de un puzle. ¿Y si de verdad su amiga tenía poderes? Debería consultarle acerca de lo que le sucedería en Florencia con aquel hombre que parecía haber nacido para acariciar su cuerpo. «¡Con Fabrizzio!«, se dijo de manera tajante.

–¿Dónde se alojará? –intervino él antes de que la cosa se fuera de las manos.

–Por ello no debes preocuparte. Tiene una habitación en un hotel –aclaró con cierto orgullo en su voz.

Si David se hubiera fijado con atención en ambos, se habría dado cuenta que los dos habían dejado escapar un suspiro. «Al menos no despertará en mi cama, ni me preparará el desayuno», se dijo Fiona tratando de mostrarse confiada en que nada iba a suceder entre ellos. Pero al instante pensó que el hecho de que ella estuviera en un hotel no era impedimento para que sucediera lo de la noche pasada. No. De ninguna manera podría volver a suceder. ¿En qué estaba pensando? Iba a Florencia a trabajar en su exposición y no a acostarse con Fabrizzio.

–Aclarados estos interrogantes, creo que sería buena idea que habláramos de la exposición, ¿no creéis? –propuso David mientras Fiona y Fabrizzio asentían–. Una última cosa antes de que se me olvide. Para que os vayáis conociendo mejor he pensado que Fiona podría enseñarte la ciudad. Como puedes imaginar, a mí me resultaría complicado hacerlo.

Fiona miró a David como si fuera a matarlo por lo que acababa de decir, pero de inmediato la sonrisa más risueña afloró en sus labios. «Qué genial idea acaba de ocurrírsele», exclamó en su mente mientras apretaba los dientes y hacía de tripas corazón mirando a Fabrizzio. Este asintió convencido de que ella sería la guía idónea para tal menester.

–Por cierto, os he reservado una mesa para comer en la parte antigua de la ciudad. Un restaurante típico escocés para que Fabrizzio deguste nuestra cocina. –Aquello era peor que bañarse en el mar del Norte en pleno mes de enero. Deslizó con suavidad el nudo que se había vuelto a formar en su garganta y evitó mirar a Fabrizzio–. Te aseguro que te resultará más divertido ir con Fiona que conmigo –le aseguró David mirándolo.

–No me cabe la menor duda de que aprovecharemos el tiempo –asintió convencido, mientras le lanzaba una mirada a Fiona y podía contemplar el gesto de rabia contenida en su rostro. ¿Qué le pasaba? ¿A qué venía ese mal carácter? De verdad que era como Jekyll y Hyde, el famoso personaje de Stevenson que vagó por las calles de Edimburgo. Cariñosa y apasionada por la noche. Fría y distante por el día. No iba a suceder nada entre ellos. Iban a centrarse en el trabajo de la exposición. No a flirtear y hacerse arrumacos cariñosos como dos adolescentes por High Street o la Royal Mile.

David miró a Fiona esperando su aprobación, que no tardó en llegar con una muestra de la mejor de sus sonrisas.

–Sí, claro. Será un placer –murmuró mientras trataba de controlar su respiración agitada. Pasar todo el día con él no le disgustaba, al contrario. La cuestión era la cuestión. Que entre ellos había cierta química, pero en la que por ahora prefería no pensar.

–Perfecto.

–Si no tienes más noticias estupendas que darme, prefiero regresar a mi despacho a preparar algunas cosas de la exposición para que Fabrizzio me dé su opinión después –dijo mirándolo y dándose cuenta que aquel italiano le iba a crear más complicaciones que elegir los cuadros con los que le gustaría que contara la muestra.

Fabrizzio se encogió de hombros sin mediar palabra. Como si le pareciera perfecto. Ello también le permitiría ordenar sus pensamientos y prepararse a conciencia para pasar el día con ella.

–En ese caso puedes irte. Así Fabrizzio y yo nos pondremos al día.

Fiona sonrió y, tras lanzarle una última mirada a Fabrizzio, salió del despacho. Cerró la puerta a sus espaldas y durante unos segundos se quedó allí quieta con los ojos cerrados y soltando todo el aire que podían abarcar sus pulmones.

–Criosh! –murmuró en gaélico, maldiciendo su situación. Esperaba que todo se desarrollara con normalidad y no tuvieran ningún otro encuentro íntimo por el bien del trabajo. Pero cuando escuchó las palabras que provenían del despacho de David…

–¿Verdad que no me equivocaba cuando te dije que es una gran profesional?

–Sin duda alguna. Fiona me parece una mujer inteligente y que tiene muy claro lo que quiere en cada momento –le aseguró recordando que había sido ella la que había llevado la batuta en su apartamento–. Creo percibir a una mujer apasionada y entregada.

Fiona creyó que se caería allí mismo al escucharle decir esas palabras, pero por suerte consiguió controlarse y desaparecer tras la puerta de su propio despacho. Debía tranquilizarse y tomarse aquello como un reto personal. Estaba en juego el sueño de su vida, pero para realizarlo tendría que compartir muchas horas de trabajo con el hombre que la noche pasada había hecho resurgir su pasión como si de un volcán se tratara.

El sonido de su teléfono la sacó de sus pensamientos. Era Catriona. Descolgó mientras caminaba por su despacho esperando poder disfrutar de un rato de tranquilidad.

–Hola, ¿qué tal? –dijo Fiona con voz risueña, intentando dar a entender a Catriona que todo iba sobre ruedas.

–Hola, guapa, te llamaba para saber qué tal era el director de la galería Uffizi –le dijo con un tono lleno de sarcasmo y complicidad.

Fiona frunció el ceño, desconcertada.

–¿Quién te ha contado que está aquí? ¿O tal vez Moira lo ha visto en sus cartas? –le preguntó con un toque irónico y de mal humor por su situación.

–He llamado al museo preguntando por ti y me dijeron que estabas reunida con David y con él. Dime, ¿qué tal es?

La pregunta de Catriona hizo que Fiona cerrara los ojos y resoplara al pensar en Fabrizzio y en todo lo que tenía que hacer con él. Sus pensamientos se desviaron del plano laboral al sentimental, y abrió los ojos alarmada por sus deseos más íntimos. Un torbellino de imágenes de la noche pasada la inundó como una catarata.

–Me marcho a Florencia con él pasado mañana –se apresuró a contarle mirando los documentos que estaban sobre su mesa de manera distraída.

La noticia dejó a Catriona con la boca abierta y sin saber qué decir. ¿Florencia? ¿Por qué no les había dicho nada? ¿Desde cuándo lo sabía? El silencio pareció hacerse eterno en la línea de telefónica hasta que Fiona lo rompió.

–¿Cat? ¿Cat? ¿Sigues ahí? –insistió Fiona esperando que su amiga diera señales de vida.

–Pues claro que sigo aquí. No me he ido a ningún sitio, lo que sucede es que me has dejado… –En realidad no sabría decirle cómo se sentía tras conocer esa noticia.

–Imagino que se te ha quedado la misma cara de boba que a mí cuando David me lo dijo.