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Jasmine no esperaba despertar junto a Connor Harrowsmith, el padrino de la boda de su hermana. Resultó que había cometido un sencillo error y entre ellos no había sucedido nada... Pero eso no fue lo que creyeron los periodistas que la vieron salir de su habitación a medio vestir. Desde ese momento, Connor no dejó de insistir en que se casaran, y Jasmine sabía que debía aceptar si no quería que su familia la desheredara. Pero Connor deseaba algo más que un matrimonio de conveniencia.
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Seitenzahl: 156
Veröffentlichungsjahr: 2012
Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2004 Melanie Milburne. Todos los derechos reservados.
BODA POR ESCÁNDALO, Nº 1562 - julio 2012
Título original: The Australian’s Marriage Demand
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Publicada en español en 2005
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-687-0702-0
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
www.mtcolor.es
Amanecía cuando Jasmine se despertó en la habitación del hotel.
La boda había salido a la perfección. Su hermana Sam estaba radiante y Finn, su marido, parecía el hombre más orgulloso del mundo.
Su padre, lleno de satisfacción por celebrar el matrimonio de otra de sus cuatro hijas, había dado un sermón impactante desde el púlpito de la catedral de Sidney en la que ejercía de obispo. Y su madre había interpretado a la perfección el papel de emocionada madre-de-la-novia.
Era una lástima que el hermanastro de Finn, Connor Harrowsmith, hubiera ejercido de padrino, pero se había comportado relativamente bien e incluso había dedicado un sincero cumplido a las damas de honor. Al menos hasta que posó su irónica mirada sobre ella. Pero Jasmine le había sonreído. No quería que nada ni nadie estropeara el día a su hermana.
Odiaba a Connor y él lo sabía. Era evidente porque no paraba de mirarla con expresión cínica. Parecía querer mandarle un mensaje silencioso: tres veces dama de honor; ninguna de ellas novia.
Jasmine alargó una pierna y se quedó paralizada al tocar otro cuerpo. Contuvo el aliento. Si encendía la luz para ver quién era podía despertarlo. Se deslizó hacia el borde. La habitación estaba sumida en la oscuridad. Podía oír la respiración rítmica y el roce del cuerpo del desconocido contra las sábanas.
Alargó la mano y encendió la lámpara de golpe.
–¡Dios mío! –exclamó–. ¡Tú!
Miró espantada a Connor Harrowsmith. Las sábanas lo envolvían, pero no podían ocultar la silueta musculosa de su cuerpo.
–Hola, Jasmine –dijo él con voz soñolienta–. ¿Has dormido bien?
Ella se cubrió con el albornoz del hotel. Llevaba una maravillosa ropa interior, pero no estaba dispuesta a que Connor tuviera el privilegio de verla.
–¡Sal de mi habitación!
Él se giró hacia ella con expresión maliciosa. Su torso varonil de músculos marcados quedó al descubierto.
–¿«Tu» habitación?
–Si no te marchas llamaré a seguridad –Jasmine miró hacia donde había dejado la maleta, pero no la vio–. ¿Dónde están mis cosas?
–En tu habitación –dijo él. Y al estirarse, las sábanas se ciñeron en torno a su pelvis.
Jasmine apartó la vista y se lanzó al cuarto de baño. Allí no estaban sus cosméticos, sino una cuchilla de afeitar, un aftershave y un cepillo de hombre.
Salió a grandes zancadas y al ver a Connor sentado en la cama y apoyado indolentemente en las almohadas su furia se disparó.
–¡Me has quitado las cosas! –dijo, acusadora. Y fue hasta la mesilla para usar el teléfono–. Voy a llamar a recepción para que...
Una mano grande y poderosa se cerró sobre su muñeca.
–Si fuera tú, no lo haría –le advirtió él, mirándola fijamente.
–Suéltame.
–Harías el ridículo cuando comprobaran que eres tú quien se ha equivocado de habitación
–No me he equivocado. Anoche entré con mi llave.
–La puerta estaba abierta. Vine por una cosa para Finn y se me olvidó cerrarla al salir.
–No te creo.
Connor se encogió de hombros y le soltó la mano. Ella se la frotó, no tanto porque le doliera como para librarse de la sensación de sus cálidos dedos.
–Compruébalo por ti misma –le retó él–. Abre la puerta y mira el número de la habitación.
Jasmine fue hacia la puerta con fingido aplomo. Empezaba a temer que Connor hablara en serio. Abrió la puerta y palideció. No era su habitación.
–De acuerdo –dijo, ruborizada–. Aunque yo me equivocara, no comprendo cómo te metiste en la cama sin decírmelo.
–No quería despertarte.
Jasmine lo miró con ojos centelleantes.
–¡No tenías derecho a aprovecharte de la situación!
Connor entrelazó los dedos detrás de la nuca y el tamaño de sus bíceps dejó a Jasmine boquiabierta.
–¿Qué te hace pensar que me aprovechara de la situación? –dijo él, recorriéndola de arriba abajo con una insinuante mirada.
Jasmine no supo qué pensar. Puesto que no recordaba nada, Connor podía haberla tocado, o besado, o quizá le había acariciado los senos o...
–¿Sabes que roncas? –Connor cortó sus escabrosos pensamientos y la miró con ojos brillantes. La encontraba irresistible, con los rizos castaños cayendo sobre sus hombros alborotadamente y sus ojos azul grisáceos lanzando fuego–. Tranquila, Jasmine –dijo en tono conciliador–. Conmigo estás a salvo.
–Nadie está a salvo a tu lado –dijo ella.
Connor rió y echó a un lado las sábanas.
–¿Qué haces? –preguntó ella, alarmada.
–Levantarme –Connor salió de la cama.
Jasmine se dio la vuelta para no verlo desnudo. Sentía calor en las mejillas y el cuerpo le temblaba como si le hubieran aplicado corriente.
–¡Tápate! –demandó.
–Me has quitado el albornoz –dijo él en tono indiferente.
Jasmine decidió devolvérselo pero, si lo hacía, no tendría con qué taparse.
–No tengo nada que ponerme.
Connor sonrió al tiempo que se agachaba. Jasmine oyó el roce de tela y, con el rabillo del ojo, vio que le lanzaba su vestido de dama de honor.
–Póntelo. Me volveré para no verte –dijo él.
Jasmine sintió sus ojos fijos en ella cuando se quitó el albornoz. Se puso el vestido y le pasó el albornoz sin volverse.
–Ya puedes mirar –dijo él.
Jasmine se dio la vuelta y sus miradas se encontraron
–Tengo que irme –dijo y se precipitó hacia la puerta.
–Te olvidas de algo –dijo Connor cuando ya tenía la mano en el picaporte.
–¿Qué? –ella miró por encima del hombro. Connor sostenía en el aire un par de sandalias–. Gracias.
Jasmine fue por ellas, pero cuando iba a tomarlas, él le sujetó la mano y la miró a los ojos.
–Me ha encantado dormir contigo –acarició el interior de su muñeca con movimientos sensuales.
–Espero no haberte importunado –dijo ella, haciendo un esfuerzo para aparentar naturalidad. Los ojos de Connor la quemaban.
–Sí me has importunado –dijo él, tirando de ella–. Y mucho.
Jasmine se encontró pegada a él y notó contra su vientre su miembro endurecido. Abrió los ojos desorbitadamente.
–Por favor –dijo jadeante–. Suéltame.
–Anoche no decías lo mismo.
–¿Qué quieres decir? –preguntó, alarmada.
Connor la miró impertérrito.
–Interpretaste un papel muy seductor.
–No te creo. Sólo lo dices para torturarme.
–¿Por qué iba a querer hacer eso?
–Porque eres un arrogante y crees que todas las mujeres caen rendidas a tus pies.
–Como análisis de mi personalidad no está mal, pero es incorrecto.
–¿Estás seguro? –Jasmine lo miró con sorna.
–Lees demasiadas revistas del corazón. ¿No sabes que se lo inventan todo?
–Todo lo que haces sale en las revistas. Te gusta escandalizar sólo para molestar a tu padrastro.
Connor la miró con dureza y le apretó el brazo.
–Que tu hermana le haya echado el lazo a mi hermano no te da derecho a hablar sobre mi familia.
–Digo lo que me da la gana –dijo ella, desafiante.
–Entonces tendrás que pagar.
–¿Pagar? –repitió Jasmine con desconfianza.
–Todo tiene un precio –dijo él, antes de inclinar la cabeza y capturar su boca entre sus labios.
Jasmine sabía que debía resistirse, pero no consiguió que su cuerpo respondiera a las órdenes de su cerebro.
La lengua de Connor le entreabrió los labios y buscó la de ella. Jasmine se sintió como hierro candente. Él la sujetó con fuerza, haciéndole sentir la firmeza de su miembro contra su ingle.
El beso se prolongó y Jasmine sintió que el deseo despertaba en su interior.
Connor alzó la cabeza y ella abrió los ojos.
–No deberías haberlo hecho –dijo.
–Ni tú –dijo él, con una indescifrable emoción en la mirada.
–Yo no he hecho nada.
–Claro que sí –Connor sonrió con malicia–. Me has devuelto el beso.
Jasmine sabía que no podía defenderse.
–Me has pillado por sorpresa.
–Procuraré no olvidarlo.
Jasmine se separó de él bruscamente. No le importaba estar descalza. Abrió la puerta y salió al pasillo. Apenas había dado un paso cuando el flash de una cámara la cegó.
–¿Qué es...? –se llevó las manos a la cara. El flash se disparó varias veces más.
Jasmine pasó por el lado del fotógrafo y, entrando a toda velocidad en su habitación, cerró de un portazo. Respiró profundamente y se quedó apoyada en la puerta.
Estaba segura de que Connor había convocado a la prensa. Sólo imaginar cómo reaccionaría su padre ante la última aventura de su hija le hizo estremecer. Su madre se refugiaría en su dormitorio aduciendo una espantosa jaqueca. Sus tres hermanas sacudirían la cabeza y buscarían apoyo en sus fantásticos maridos para poder superar aquella nueva desilusión.
Empezó a arrojar cosas en su maleta con la violencia que hubiera querido descargar sobre Connor Harrowsmith. Lo odiaba. Desde el primer día parecía decidido a contribuir a la mala fama que ya tenía y que tanto daño había causado a la moral de su familia.
¿Y qué importaba que no fuera lo que ellos consideraban una virgen? Tampoco lo debían ser sus hermanas al ir al altar, pero de eso sus padres no habían dicho nada.
Hiciera lo que hiciera, nunca estaban contentos con ella. Su comportamiento no encajaba con su estricta idea de lo que era socialmente aceptable. Y que trabajara en un centro de drogodependencia les resultaba inconcebible
Cerró la maleta de un golpe y se miró en el espejo que estaba encima de la cómoda.
No conseguía cumplir con el papel que le había correspondido como hija mayor del obispo Byrne. Las convenciones sociales no eran para ella y tampoco soportaba la adoración que sus hermanas y su madre sentían por su padre, ni la reverencia con la que escuchaban sus sermones.
En cuanto cumplió los dieciséis años, dejó de asistir a la iglesia. Y no conseguía comprender cómo sus padres, que tanto predicaban la tolerancia, la repudiaran porque sus creencias no coincidieran con las de ellos.
Jasmine recibió una llamada de una de sus hermanas antes de haber leído el periódico.
–¿Cómo has podido hacerlo? –gritó Caitlin al otro lado del teléfono. Jasmine se tensó–. ¿No crees que ya nos has hecho sufrir suficiente con tu romance con Roy Holden?
–No tuve ningún romance con...
–¿Cómo puedes haberte acostado con Connor? Finn siempre nos ha advertido que es un playboy.
–No me he acostado con...
–Por tu culpa, padre está como loco y madre tiene una jaqueca.
Jasmine dejó que su hermana se desfogara sin defenderse, pero su rabia hacia Connor fue en aumento.
–¡Espero que Finn y Sam no hayan leído la prensa!
Jasmine no pudo más.
–Si están leyendo el periódico la segunda mañana de su luna de miel es que van a tener una relación muy aburrida.
Caitlin contuvo el aliento.
–¿Cómo te atreves a decir algo así? No tienes vergüenza. Al menos Finn tiene principios, no como su hermano.
Jasmine no pudo evitar salir en defensa de Connor.
–No es justo que lo juzgues cuando apenas lo conoces.
–Todo el mundo lo conoce. Cada minuto de su vida aparece reflejado en la prensa. Y tú has sido fotografiada saliendo medio desnuda de su dormitorio.
–No estaba medio desnuda –dijo Jasmine, con una calma que estaba lejos de sentir–. Sólo iba descalza.
–¡No puedo creer que actúes como si no pasara nada! Ya verás cuando padre hable contigo. Ha amenazado con denunciar a Connor si no hace algo de inmediato para mitigar el escándalo.
–Yo no lo consideraría un escándalo.
–Permíteme que te recuerde que tu padre es un importante miembro de la cúpula eclesiástica.
–El escándalo es que la gente se meta donde no la llaman –replicó Jasmine–. Si no te importa, tengo trabajo que hacer. Adiós.
Colgó el teléfono furiosa. Todo era culpa de Connor
El teléfono sonó de nuevo y Jasmine se quedó mirándolo antes de decidirse a contestar. Estaba segura de que no soportaría ni una charla de su madre ni un sermón de su padre. Respiró hondo y levantó el auricular.
–Si llamas para criticarme, colgaré –dijo.
–No era ésa mi intención –dijo la voz de Connor.
Jasmine apretó el auricular hasta que los nudillos se le quedaron blancos.
–¿Has visto los periódicos? –preguntó.
–¿Y tú?
–No, pero me han dicho que soy la protagonista de un nuevo escándalo y que tú eres mi cómplice.
–¡Cómo has podido caer tan bajo! –bromeó Connor.
–No tiene ninguna gracia. Tú tienes la culpa.
–Tienes razón.
Jasmine pensó que sonaba más orgulloso que arrepentido.
–Mi padre está furioso.
–Y mi padrastro.
–Mi madre tiene jaqueca.
–Será de escuchar los sermones de tu padre
Jasmine abrió la boca para atacarlo, pero cambió de idea.
–Mis hermanas me van a retirar la palabra.
–Y qué. ¿Cuándo se han molestado en escucharte?
A Jasmine le sorprendió que fuera tan intuitivo respecto a lo que sucedía en su familia, pero sintió la necesidad de defenderse.
–Mi familia es muy importante para mí.
–¡Qué admirable!
–No te rías.
–Aunque no te lo creas, estoy de tu parte.
–No te creo.
–No me extraña que tengas problemas con tu padre. No tienes ninguna fe.
–He dicho que no te rías.
Connor dejó escapar una carcajada.
–Me río de la vida en general.
–¿Tu padrastro también te ha amenazado con desheredarte?
–Pero si no he hecho nada malo.
–Has dormido conmigo y por si no lo sabes, desvirgar a la hija de un obispo es un pecado capital.
–¿Pero eres virgen?
Jasmine titubeó. Los periódicos habían sacado noticias sobre su «inadecuada relación con Roy Holden», y estaba segura de que Connor las había leído. Pero a la prensa le importaba más un titular escabroso que la verdad. Y eso lo sabía sólo ella.
–Según dicen por ahí soy una «chica de cascos ligeros» –citó uno de los artículos.
–Nunca hago caso de las habladurías. Prefiero descubrir la verdad por mí mismo.
Jasmine se estremeció al imaginarse a Connor inspeccionándola íntimamente.
–Tengo que seguir trabajando –dijo en tono cortante para ahuyentar aquellos pensamientos–. ¿Querías algo aparte de comentar las noticias?
Connor hizo una pausa antes de responder
–Tengo una solución para nuestro pequeño problema.
–¿Cuál?
–Casarnos.
Jasmine estuvo a punto de atragantarse.
–Necesitas un psiquiatra. Jamás me casaría contigo.
–Nunca digas «nunca», cariño.
Jasmine estaba perpleja.
–Mis padres jamás consentirían que nos casáramos.
–¿Estás segura?
–Absolutamente. Mi padre preferiría morir a verme casada contigo.
–Te equivocas. He hablado con él hace cinco minutos y él mismo me ha sugerido que nos casáramos lo antes posible.
Jasmine se mareó.
–¡No puedes hablar en serio! ¡Apenas nos conocemos!
–No creas. Estamos emparentados por tu hermana y mi hermanastro. Y hemos pasado la noche juntos.
–Eso no es bastante. Aunque me casara, jamás lo haría contigo. Además, el matrimonio es una institución arcaica y machista.
–No creo que a tus hermanas les gustara conocer tu opinión.
–Me da igual.
Connor rió.
–Vamos, Jasmine, te prometo ser un buen marido.
–Ni siquiera conoces el significado de esa palabra.
–¿De cuál, de «marido»o de «bueno»?
–De ninguna de las dos.
–Será una ceremonia discreta.
–¡No voy a casarme contigo!
–Y no creo que tus padres quieran que vistas de blanco.
–¡No voy a ...!
–Y no tenemos por qué tener una luna de miel larga, aunque yo lo preferiría.
Jasmine colgó el teléfono enfurecida. Llegaba tarde a la clínica, pero antes de ir a trabajar debía intentar poner freno a aquel sinsentido.
Levantó el auricular y marcó el número de sus padres.
–Buenos días, el obispo Byrne al habla –respondió su padre en su habitual tono evangélico.
–Soy yo, padre, Jasmine –ella lo oyó suspirar.
–Esperaba tu llamada. Tu madre está destrozada. Has salido en todos los periódicos.
–No ha sido culpa mía, sino...
–No me digas que ha sido culpa del diablo –dijo él, impaciente–. Es la excusa que oigo cada día.
–Connor y yo apenas nos conocemos, y...
–Al menos está dispuesto a actuar como un caballero. Aun así, yo no puedo oficiar la misa. Iría contra mis principios.
–No voy a casarme con él.
–Por supuesto que sí –su padre hizo una pausa–. O no volverás a vernos ni a tu madre ni a mí.
–Comprendo –dijo Jasmine, aunque le costaba aceptarlo.
–Eso espero, jovencita. Ya nos has causado bastantes disgustos. Esta mañana he tenido que hablar con el arzobispo y le he prometido que te casarás con el hermano de Finn el próximo mes.
–¿Tan pronto?
–Cuanto antes mejor. Puede que estés embarazada –Jasmine miró el auricular con perplejidad. Su padre continuó–. Quizá él te enseñe alguna lección. Y por cierto es mejor que no vengas a ver a tu madre durante unos días. Está muy disgustada.
Jasmine los conocía muy bien y sabía que se usaban el uno al otro como excusa. Siempre estaban de acuerdo, y una vez tomaban una decisión era imposible conseguir que la cambiaran.
Fue al trabajo con el ánimo abatido, sin saber muy bien cómo iba a ayudar a otros cuando ella misma no sabía cómo resolver sus problemas.
Todd, el otro terapeuta de la clínica, dejó el periódico sobre el escritorio a la hora de comer.
–No sabía que trabajaba con una famosa –dijo, sonriendo.
Jasmine hizo una mueca y lo abrió. Estaba en la página diez, descalza, con el vestido arrugado y expresión furtiva. Cerró el periódico de golpe y frunció el ceño.
–Voy a matarlo.
–¿Al fotógrafo?
–No. Al hombre con el que dormí –Todd arqueó las cejas–. No seas malpensado.
Todd alzó una mano a la defensiva.
–No he pensado nada.
–Mis padres quieren romper relaciones conmigo por su culpa.
–Puede que te haya hecho un favor –dijo Todd, sarcástico.
Jasmine se puso a ordenar unos papeles.
–Creo que necesito unos días de vacaciones para aclararme –dijo.
–No te preocupes, yo me ocuparé de tus pacientes.
–Gracias, Todd –Jasmine le sonrió agradecida–. Es justo lo que necesito.
Hacía años que Jasmine iba a la costa sur cada vez que necesitaba alejarse del ajetreo de Sidney. El romper de las olas la tranquilizaba y le gustaba sentirse sola en aquellas largas playas, hoyadas sólo por sus pies.