Breve historia de la guerra - Jeremy Black - E-Book

Breve historia de la guerra E-Book

Jeremy Black

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Beschreibung

A lo largo de la historia, la guerra ha transformado los aspectos sociales, políticos, culturales y religiosos de nuestras vidas. Contamos historias de guerras, pasadas, presentes y futuras, para crear y reforzar un propósito común. En cuarenta breves capítulos, Jeremy Black examina la guerra como un fenómeno global, desde la Primera y la Segunda Guerra Mundial, a las guerras de China y Asiria, de la Roma imperial y la Francia napoleónica, Vietnam o Afganistán. Explora también las consecuencias duraderas de la guerra en las sociedades y culturas de todo el mundo. El armamento ha tenido un impacto fundamental: creó la guerra en el aire, la transformó en el mar, y hoy, cuando todas ellas se ven desafiadas por los drones y la robótica, corresponde examinar cómo será la guerra en el futuro.

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Seitenzahl: 442

Veröffentlichungsjahr: 2023

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JEREMY BLACK

Breve historia de la guerra

EDICIONES RIALP

MADRID

Título original: A short history of war

© 2021 by Jeremy Black. Publicado por Yale University Press.

© 2023 de la edición española realizada por David Cerdá Garcíaby EDICIONES RIALP, S. A.

Manuel Uribe, 13-15, 28033 Madrid

(www.rialp.com)

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Preimpresión: produccioneditorial.com

ISBN (edición impresa): 978-84-321-6477-4

ISBN (edición digital): 978-84-321-6478-1

ISBN (edición bajo demanda): 978-84-321-6479-8

Para Virgilio Ilari

ÍNDICE

Agradecimientos

1. Los orígenes del conflicto

2. La guerra y los primeros Estados

3. Egipto, Asiria, Persia

4. Guerras de la Antigüedad en China

5. Grecia y Macedonia

6. Guerra en la India

7. Roma y Aníbal

8. La Roma imperial y su caída

9. La «Edad Oscura»

10. Guerra feudal

11. Castillos

12. Las cruzadas

13. Los mongoles y Tamerlán

14. Las primeras guerras japonesas

15. La guerra en el Nuevo Mundo hasta 1500

16. La guerra en África

17. Guerra en Australasia y Oceanía

18. La pólvora entra en escena

19. Una nueva forma de fortaleza

20. La fuerza naval transforma el mundo, 1400-1763

21. El lugar de la batalla

22. La potencia otomana

23. Japón y China colisionan

24. La era de la vela de combate, 1588-1827

25. China, Rusia y el fin de la estepa

26. El colapso del control europeo en el Nuevo Mundo, 1775-1825

27. Guerra napoleónica

28. Guerras en Occidente, 1816-1913

29. El imperialismo en el siglo XIX

30. China: de la crisis a la consolidación, 1839-1949

31. Primera Guerra Mundial

32. Los años de entreguerras: evaluación de la amenaza

33. Segunda Guerra Mundial

34. Guerra Fría

35. Guerras de descolonización

36. Conflictos desde la Guerra Fría

37. La guerra hoy: enfrentamientos dentro de los Estados

38. Los enfrentamientos de las grandes potencias

39. Teóricos de la historia militar

40. Una guerra reciente: Ucrania

Conclusiones

Navegación estructural

Cubierta

Portada

Créditos

Dedicatoria

Índice

Agradecimientos

Comenzar a leer

AGRADECIMIENTOS

Quisiera agradecer a Heather McCallum el apoyo que ha prestado a este proyecto, y con ello conmemorar tres décadas de trabajo conjunto. Caleb Karges, Heiko Henning y tres lectores anónimos aportaron comentarios muy útiles a un borrador anterior. No son responsables de los errores que puedan quedar en la versión definitiva. Charlotte Chapman ha sido una excelente correctora. Este libro está dedicado a Virgilio Ilari, figura clave en el mantenimiento de la vitalidad y el rigor intelectual del estudio académico de la historia militar, y valioso colaborador de mi trabajo.

1.Los orígenes del conflicto

Si nos abstenemos de luchar, es probable que algún gran cisma desgarre y sacuda el coraje de nuestro pueblo hasta el punto en que trabe amistad con los medos [persas]; pero si nos unimos a la batalla antes de que algunos en Atenas sean infectados por la corrupción, entonces que el Cielo nos trate con justicia, y bien podemos ganar en este combate.

El dramático relato de Heródoto sobre Milcíades el Joven, que en el año 490 a. C. esboza lo que estaba en juego para Atenas cuando se vio amenazada por una invasión persa, la gran potencia que amenazaba en su época, captó el papel de la voluntad y el del apoyo divino en cuanto a cómo se concebía el éxito en la guerra. Sin embargo, esta observación del «mundo antiguo» sigue siendo relativamente reciente en términos de la historia de nuestra especie. Desde el principio, los seres humanos han participado en conflictos, pero no a gran escala, y desde luego no como la invasión de 490 a. C., que culminó con la victoria total ateniense en la batalla de Maratón sobre la fuerza persa, mucho más numerosa.

Y es que los seres humanos ya tuvieron que competir con los animales por la comida y para evitar ser comida para algunos de ellos. También tuvieron que luchar por el cobijo. Por lo tanto, la guerra no surgió únicamente como resultado de la corrupción de la humanidad a causa de la vida en sociedad —al inventarse la agricultura y la organización social relacionada—, como sostenían entusiásticamente en la década de los sesenta los comentaristas que copiaban sin ton ni son las ideas judeocristianas de la Caída del Hombre debido al pecado de Adán. Según esta teoría, la guerra habría comenzado aproximadamente cuando ya habíamos completado el noventa por ciento de nuestra historia como especie. No obstante, la lucha forma parte de nuestra esencia. De hecho, el patrón de las sociedades cazadoras-recolectoras modernas, como las de la Amazonia y Nueva Guinea, refleja que hay prácticas anteriores más comunes, sobre todo de conflicto entre grupos humanos, ya fueran cazadores-recolectores o asentados. Las luchas con otros grupos humanos, ya fuera para asegurarse zonas de caza, para apoderarse de esclavos, sobre todo para conseguir pareja y/o incorporarse a la tribu, o para reafirmar la masculinidad, formaban parte de un continuo con las luchas con animales. El último oso de Alemania se mató en 1797.

El éxito de los humanos sobre los animales en el conflicto que ha durado toda la historia de la humanidad, y que continúa hoy en la batalla contra nuevas criaturas que no pueden verse a simple vista, se debió en gran medida a las características físicas y mentales inherentes a los seres humanos, pero también a su capacidad para utilizarlas para mejorar sus posibilidades. Fue un factor físico clave de nuestra especie la capacidad de transpirar y moverse al mismo tiempo, en lugar de tener, como muchos animales, que detenerse para transpirar. Esta capacidad suponía una gran ventaja tanto en la persecución como en la huida.

La capacidad de comunicarse mediante el lenguaje fue vital para ayudar a los seres humanos a cazar y luchar en grupo. Actuar en grupo, una habilidad importante para resistir a otros depredadores y cazar megafauna, sobre todo mastodontes y mamuts, podía trasladarse luego a los conflictos con otros seres humanos. El lenguaje también fue importante para garantizar la difusión y el perfeccionamiento de las innovaciones.

Este fue un aspecto clave del proceso de aprendizaje que ha seguido siendo significativo hasta nuestros días, y que ayudó a diferenciar a los seres humanos de otros animales luchadores. Este proceso no fue una suerte de respuesta automática a las circunstancias o un proceso evolutivo inconsciente, sino el resultado de probar oportunidades y evaluar respuestas, un proceso en el que los seres humanos actuaron como agentes del cambio. Es un proceso en el que la organización social y el lenguaje desempeñan un papel y gracias al cual los seres humanos se diferencian de otras especies.

Un aspecto importante, aunque no el único, fue el desarrollo de herramientas, ya que las propiedades que ofrecían la piedra, la madera, el hueso, la piel, la cornamenta, el fuego y la arcilla fueron útiles para crear y reforzar tanto armas como refugios. Las piedras de sílex resultaron especialmente valiosas, sobre todo para las cabezas de las hachas, y se perfeccionaron las técnicas para trabajarlas. Las herramientas compuestas, en particular las puntas y las hojas montadas en vainas de madera o hueso, eran singularmente importantes, y las lanzas y flechas tenían la punta de piedra, lo que proporcionaba una mayor capacidad de penetración para el peso.

Las armas arrojadizas ayudaron a los seres humanos a superar a los animales con características de combate más fuertes a los que tenían armas y protecciones innatas, especialmente garras, astas, colmillos y pieles. Los seres humanos necesitaban armas para mantenerse fuera del alcance de los animales. Además, las herramientas, como las grandes puntas de piedra capaces de perforar las pieles de mamut, permitían no solo matar, sino también trocear los cuerpos y así comérselos, ganando proteínas en consecuencia. Las proteínas de la carne y el pescado no requerían el largo proceso necesario para digerir las verduras y frutas crudas.

En Europa, la gran megafauna, incluidos los tigres dientes de sable, los ciervos gigantes y el rinoceronte lanudo, se extinguió, al igual que en Centroamérica lo hicieron los mastodontes y los armadillos gigantes. El cambio de hábitats fue sin duda importante, pero también lo fue la capacidad de los seres humanos para explotar la situación. Su destreza en la caza contribuyó a que se adaptaran mejor que los animales a la imprevisibilidad y las posibilidades creadas por el retroceso de las capas de hielo al final de la última Edad de Hielo, alrededor de diez mil años antes de nuestra era. La población del rinoceronte lanudo parece haber sido esencialmente estable desde alrededor del 27000 a. C. hasta aproximadamente el 16500 a. C. mientras los seres humanos estaban presentes, posiblemente porque el rinoceronte era demasiado peligroso para cazar; pero disminuyó a partir del 12700 a. C., seguramente debido a las consecuencias del calentamiento global, antes de que la especie se extinguiera.

En Taima-Taima, un yacimiento costero de Venezuela ocupado por el hombre entre 12200 y 10980 años a. C., se ha encontrado un hueso de mastodonte atravesado por una punta de lanza. Una fosa funeraria hallada recientemente en Alaska reveló huesos de seres humanos que murieron alrededor del año 9500 a. C., colocados sobre un lecho de puntas de asta y armas. En las primeras pinturas rupestres de las cuevas, como más tarde en los mosaicos romanos, se representaba a personas luchando contra animales. En España, las pinturas rupestres de la Cueva de la Vieja (Albacete) muestran a hombres con arcos cazando ciervos, mientras que el arte rupestre de la meseta de Tassili n’Ajjer, en el Sáhara, que data de unos 6000 años a. C., presenta la caza de jirafas, y en Cachemira, el yacimiento de Burzahama, de unos 4300 años a. C., representa a cazadores y un toro.

La caza también es un elemento clave en el arte maya de América Central. Lo mismo ocurre con las historias de lucha entre seres humanos y animales, presentes en todas las mitologías. El abanico de nuestras capacidades contribuyó a que pudiésemos luchar con otros carnívoros, domesticar algunos animales que mejoraron nuestras capacidades, sobre todo en agricultura y desplazamiento, y a la creación de un contexto seguro para una nueva etapa de la acción humana sobre la tierra en forma de cultivos y el consiguiente desarrollo de asentamientos permanentes. El calendario varió según las regiones, en parte debido a la difusión de las innovaciones, pero también a la densidad humana, a las rutas entre sus grupos y al terreno, la cobertura y el diferente impacto de las Edades de Hielo. La diversidad se debía en gran medida al entorno físico, pero el hombre podía influir en él, sobre todo con la tala de bosques para la agricultura, que también redujo el hábitat de los animales salvajes. El desarrollo de los arpones y los arcos y flechas contribuyó a la captura de peces, al igual que la adaptación de las embarcaciones a determinados entornos marítimos, por ejemplo los fassonis, embarcaciones de fondo plano construidas con juncos que se utilizaban para pescar en las marismas y lagunas de la península del Sinis, en Cerdeña, y embarcaciones similares en otros lugares.

A medida que aumentaba la población humana y que los animales carnívoros rivales eran expulsados a los márgenes, lejos de las zonas de asentamiento en la guerra que había que ganar, las luchas entre personas adquirían mayor importancia. El alcance, el momento y la explicación de estos combates son objeto de controversia, y llamarlos guerra no ha estado exento de polémica. Para algunos, el uso de armas no significa conflicto, y los restos óseos que muestran violencia como causa de muerte pueden deberse a asesinatos o enemistades antes que a guerras. Ötzi, el «hombre de los hielos» del Tirol del Sur, que vivió alrededor del año 3300 a. C., llevaba consigo un hacha de cobre, un cuchillo de sílex y flechas con punta de sílex. Probablemente había atacado a otros y había resultado herido, si no muerto, con armas similares.

Lo mismo ocurre con los distintos problemas que plantea la que, tras ser descubierta en 1996 por un arqueólogo aficionado en el valle del Tollense, en el noreste de Alemania, parecía ser una de las batallas más antiguas conocidas en Europa, o tal vez la prueba de guerra más antigua conocida en el continente. Además de restos humanos, entre los que destacan un cráneo con traumatismo por objeto contundente, posiblemente provocado por un garrote, y un hueso del brazo atravesado por una punta de flecha, se han descubierto en el lugar armas: una espada de bronce, puntas de flecha de sílex y bronce, garrotes, puntas de lanza y puñales. Las investigaciones iniciales sugirieron que en la batalla, ocurrida hacia el 1200 a. C., aproximadamente cuando Troya fue destruida, participaron hasta cuatro mil guerreros, de los que posiblemente murieron unos mil cuatrocientos, y que se debió a una invasión del norte desde el sur de Alemania. No obstante, análisis genéticos más recientes han establecido pocos lazos de parentesco entre los muertos, lo cual hace improbable la existencia de un grupo migratorio. En lugar de una batalla, ahora se sugiere que se trató de una emboscada a un convoy comercial. Es posible que se produzcan contrastes de evaluación similares en otros yacimientos, y también deberían aplicarse a los relatos, textos e imágenes.

En parte, el problema a la hora de establecer la terminología y, por tanto, de evaluar la historia de la guerra, es también el de asumir que la guerra a nivel estatal era más importante que al nivel tribal y el de otras organizaciones similares. Aunque es conveniente si se considera la guerra como una «construcción social» y un aspecto de la construcción del Estado, este enfoque no tiene sentido para gran parte del mundo, incluidas las sociedades cuyo pasado belicoso está muy bien afirmado en el registro oral continuo, como ocurre con los maoríes de Nueva Zelanda, los aborígenes australianos, los polinesios y melanesios del Pacífico y los inuit del Ártico. La belicosidad es también un tema en los relatos de orden social en los que los guerreros desempeñan un papel importante, como en el relato de la creación del mundo en el Púrusha-sukta, un himno al hombre primigenio del Rig-veda, del siglo x a. C. en la India.

Más que la naturaleza de la organización, la voluntad de luchar es el elemento clave, sea cual sea la escala. Esta voluntad, que puede considerarse belicosidad, supera la distinción poco útil que a veces se establece entre racionalidad e irracionalidad en cuanto a lo que conduce a la guerra. La belicosidad puede considerarse tanto una respuesta racional como irracional a las circunstancias. Además, la hostilidad y los conflictos no están claramente separados, sino que forman parte de un continuo.

La belicosidad en forma de voluntad y disposición a luchar conduce a la guerra; esta expresión es más exacta que afirmar que la guerra surge porque los malentendidos producen cálculos inexactos de interés y respuesta. El recurso a la guerra es tanto una opción por la imprevisibilidad y las connotaciones positivas del riesgo, como también un producto de normas individuales y sociales, en particular de masculinidad y competición.

Los factores evolutivos que ayudan a la supervivencia, así como el compañerismo y la emoción, el placer y la liberación que muchos sienten al luchar, tanto por sí mismos como con otros miembros del grupo, es un aspecto importante de esta situación, presente en toda una serie de culturas. Las recreaciones modernas de batallas dan fe de este factor, aunque no se refiere a quienes se ven obligados a luchar. El sentido de pertenencia y el estatus son elementos importantes en la guerra, pero también dependen de la cultura y son políticamente contingentes.

No cabe duda de que el foco de los conflictos humanos pasó de los animales a las luchas organizadas entre personas, aunque es posible que, en cierta medida, haya sido así desde el inicio de la sociedad humana, o al menos desde que los clanes de forrajeadores entraron en contacto entre sí. Por otra parte, el argumento tantas veces repetido de que las guerras primitivas eran rituales y, en parte como consecuencia de ello, limitadas, y que la verdadera historia de la guerra es diferente, debe manejarse con cautela, ya que no hay demasiadas pruebas sobre el propósito y la naturaleza de las guerras primitivas. Además, el ritual no significaba que el conflicto no fuera deliberado, mortífero y duro; no más de lo que significan los rituales que continúan en la actualidad, como los uniformes, o la música marcial, o las estructuras y palabras de mando. Se trata de una dimensión del conflicto que debe tenerse siempre presente. Al escribir sobre el Caribe en el siglo xvii, el coronel John Scott observó sobre el canibalismo de los nativos:

Más bien comen por malicia, masticando un solo bocado y escupiéndolo de nuevo, y animándose así unos a otros a ser feroces y crueles con sus enemigos, como cosa agradable a sus dioses, y ha sido un gran error en los que han informado que los Indios del Sur se comen unos a otros como alimento.

Es probable que las convenciones sociales, como aspecto de las dinámicas grupales, estuvieran en juego desde el principio del conflicto.

2.La guerra y los primeros Estados

Muestran en la batalla la velocidad del caballo, la firmeza de la infantería; y mediante la práctica y el ejercicio diarios alcanzan tal pericia que están acostumbrados, incluso en un lugar en declive y empinado, a frenar sus caballos a toda velocidad, y consiguen hacerlos girar en un instante.

(Julio César sobre los carros británicos que encontró en su invasión del 55 a. C.)

Envuelta en el mito, la guerra de Troya, que tuvo lugar entre 1194 y 1184 a. C. cerca de los Dardanelos, en la Turquía del Bronce Tardío, refleja hasta qué punto los relatos con los que los seres humanos se entendían a sí mismos estaban relacionados con el conflicto, tanto entre dioses como entre personas. La Ilíada, el relato épico de la guerra de Troya, es una de las primeras historias de guerra que se conservan. En este relato, el honor era el acicate clave, el honor tribal que toma forma en el control sobre una mujer, Helena, esposa del rey Menelao de Esparta, que es llevada a Troya, pero también toma forma con más consistencia, en este y otros relatos bélicos, en las relaciones entre los hombres. Lo mismo ocurre en la India con el papel de las luchas dinásticas y las épicas batallas en las grandes epopeyas sánscritas, el Mahabharata y el Ramayana, en particular las batallas de Kurukshetra y la de los Diez Reyes.

Del mismo modo, la guerra desempeñó un papel central en las narraciones religiosas, como en el Antiguo Testamento de la Biblia, en la que los hijos de Israel capturan Jericó y otros objetivos. Los rituales de guerra, como los del Pacífico Sudoccidental, que hoy se recrean para los turistas, han sobrevivido hasta nuestros días. Estos rituales suelen presentar luchas contra otros clanes y contra criaturas semibestiales y semidivinas. En las narraciones y rituales, los dioses solían presentarse como guerreros, y los gobernantes como sus representantes, situación que se mantuvo en Japón hasta el final de la Segunda Guerra Mundial.

Esta situación formaba parte de un proceso en el que el éxito sobre otras tribus implicaba conflictos entre dioses, luchas cósmicas en un sistema inherentemente competitivo, un proceso, además, que conducía a la unión espiritual de los conquistadores con la tierra que habían conquistado. La naturaleza politeísta de la mayoría de los sistemas religiosos fomentaba las narraciones de luchas entre dioses, mientras que para las religiones monoteístas, como el judaísmo, existía una lucha entre el «Dios verdadero» y los cultos paganos, como el que se profesaba a Baal. La lucha de los judíos contra los filisteos se presentó como un conflicto religioso a todos los niveles.

Por otra parte, aunque relacionado con lo anterior, los ritos y edificios religiosos eran un aspecto de la protección de las comunidades, pero también requerían seguridad. Los complejos de templos protegidos eran un elemento clave de las primeras ciudades, como Nippur, en Mesopotamia (Irak), que desde el año 2100 a. C. contaba con una estructura amurallada.

La historia del conflicto no solo está relacionada con los amplísimos lapsos de tiempo de la religión, sino que también es tan antigua como la humanidad, de hecho es la historia de la humanidad. No es separable de la experiencia humana. Aunque las belicosas sociedades de cazadores-recolectores siguieron siendo importantes, la narrativa estándar del desarrollo humano se centra en las sociedades agrarias, los asentamientos, la metalurgia y el comercio. La guerra y el armamento mejorado formaban parte de la ecuación, con armamento desarrollado para ser más útil para el combate, tanto en letalidad como en facilidad de uso. La sustitución, en distintas épocas, de la Edad de Piedra por sucesivas edades del metal hizo que las armas de la Edad de Piedra, como las fabricadas con sílex y obsidiana, fueran gradualmente sustituidas. Las armas de metal eran más fáciles de usar y más móviles. A su vez, las armas de sílex, que reflejaban un trabajo y ensamblaje en varias etapas, eran mucho más afiladas que sus homólogas de metal, pero, a diferencia de estas, no mantenían su filo con el uso. También eran más pesadas.

Entre los años 7000 y 5000 a. C. se descubrió tanto en Asia occidental como en el sudeste de Europa que el calor podía utilizarse para aislar los metales de los yacimientos minerales. Como consecuencia, el fuego fue una parte importante del desarrollo del armamento, y un ejemplo de la dependencia de la guerra de tecnologías que no estaban especializadas para su fin. Ningún arma metálica podría haberse fabricado sin la tecnología para fundir y trabajar el metal. Los metales blandos, que se funden a bajas temperaturas, fueron los primeros en utilizarse, de modo que el cobre, más fácil de trabajar, fue la base de la tecnología metálica antes que el hierro, más complicado. Al cobre le sucedió el bronce, que se fabricaba aleando cobre con estaño y era más resistente y duradero que el cobre puro. Las espadas de bronce más antiguas se fabricaron antes del año 3000 a. C. en la actual Turquía. Este cambio en el armamento tuvo consecuencias sociales, ya que los metales requerían comercio, sobre todo de estaño, y fabricación.

Se desarrollaron sofisticadas técnicas de lucha con espadas y mejoró el estilo de combate; hacia el año 1300 a. C. estas espadas se encontraban por toda Europa. Estas técnicas eran importantes en el caso de todas las armas y formaban parte de la naturaleza polifacética de la adaptación y aplicación de las habilidades humanas en la guerra.

La honda era otra arma de larga duración, definitivamente conocida por los pueblos neolíticos, aunque posiblemente más antigua, y generalmente infravalorada. A pesar de tener un alcance relativamente corto, y notablemente inferior al del arco, la honda era peligrosa, sobre todo en manos de expertos que supieran escoger piedras que volaran certeras hacia el objetivo. Arqueólogos de todo el mundo han encontrado hondas en Perú, Nevada, Egipto, las Islas Baleares y Anatolia. Además, los bastones con honda ofrecían una mejora en la proyección, de ahí que desempeñasen un papel similar al de los lanzadores de lanzas que, en efecto, prolongaban el brazo lanzador.

También se produjeron avances en las fortalezas. Las primeras fortificaciones se basaban principalmente en las características del terreno, como las laderas, que ofrecían una altura protectora, así como en murallas concéntricas para proteger recintos amurallados sucesivos. Las torres de varios pisos fueron un desarrollo posterior, y probablemente se aprendió de zonas en las que había ejemplos anteriores, sobre todo en el Mediterráneo oriental. Junto a las grandes fortalezas de la Edad del Bronce, como Micenas en Grecia, cuyas ruinas siguen siendo impresionantes, y Troya, la mayoría eran de menor escala. La Edad del Bronce agárica del sureste de España, que floreció en torno al 2200-1550 a. C., contaba con asentamientos amurallados en lo alto de las colinas. La investigación arqueológica ha aportado pruebas de sofisticadas fortificaciones, por ejemplo en el yacimiento de La Bastida, donde en 2012-2013 se descubrieron muros de mampostería que flanqueaban en parte un pasadizo de entrada que dejaba al descubierto a los atacantes, así como cinco sólidas torres cuadradas sobresalientes que descansaban sobre cimientos cuidadosamente preparados para evitar el deslizamiento por la empinada colina; una proeza arquitectónica considerable. Las torres adosadas ofrecían la posibilidad de lanzar objetos. Las fortificaciones situadas en colinas o tells estaban muy extendidas, como en el caso de los hititas en Turquía, ya que la altura proporcionaba tanto visibilidad como defensa.

Los caballos fueron domesticados ya en el 4000 a. C. al norte del Mar Negro, y en el 1700 a. C. se utilizaban en un nuevo sistema de armamento, el carro de guerra, que, al igual que más tarde con el tanque y el motor de combustión interna, reflejaba el empleo de una nueva fuente de energía, en este caso el caballo, así como el trabajo de los metales. Las sociedades que carecían de caballos no disponían de carros, lo que subraya la importancia del entorno natural para el desarrollo y la utilización del armamento.

El uso de vehículos con ruedas, que ya existían en el suroeste de Asia hacia el año 3500 a. C., fue un elemento clave en el desarrollo de los carros, que finalmente utilizaron ruedas de radios, en lugar de macizas, lo que redujo su peso, mientras que las riendas unidas a los bocados proporcionaban un medio para controlar a los caballos. Los carros, que también servían para diferenciar a los soldados y organizar el espacio en que tenía lugar la batalla, servían de plataforma para arqueros y otros guerreros, ofreciendo un desafío eficaz tanto a la caballería como a la infantería. Como ejemplo de la gama de habilidades que tenían que confluir, el arco compuesto, que puede almacenar energía de compresión y tensión en virtud de cómo está construido y de su forma. El arco compuesto, del que se tiene constancia en Mesopotamia hacia el 2200 a. C., era, al igual que el carro, una obra de ingeniería que reflejaba una habilidad considerable y la capacidad de desarrollarse en un entorno de bienes orgánicos.

Los caballos y los carros también desempeñaban papeles simbólicos, como en el Aśvamedha de la India védica, un ritual en el que el deambular de un caballo de sacrificio seguido de guerreros servía de reclamo de soberanía y causa de conflicto. En la Grecia micénica y la Gran Bretaña de la Edad de Hierro, los poderosos eran enterrados con sus carros.

Para ser más eficaces, armas como los arcos debían ser empuñadas por un gran número de hombres entrenados, y, junto con el armamento utilizado, esto era importante para la eficacia. Cuando los romanos invadieron Inglaterra en el 55 a. C., el 54 a. C. y (con éxito) a partir del 43 d. C., sus oponentes celtas sufrieron por carecer de una potencia eficaz en sus proyectiles y de corazas. Sus carros, aunque constituían un formidable desafío, eran vulnerables a los arqueros romanos, y sus castros, como el castillo de Maiden, a los asedios romanos. Con todo, más allá de las espadas cortas, las jabalinas y las corazas de los romanos, su disciplina en el combate fue un elemento clave de su éxito repetido en una amplia gama de entornos.

La necesidad de contar con un gran número de tropas contribuyó a cambiar el carácter de la guerra al menos en algunas zonas, ya que la capacidad de desplegar hombres conllevaba la necesidad de alimentarlos, darles agua, alojarlos y equiparlos. Estas eran obligaciones de una gran envergadura, a las que generalmente se enfrentaban tanto los atribulados conquistadores como los conquistados, y, por otro lado, estaba la cuestión de los turnos y expediciones que solían presionar duramente a soldados y marineros. Durante la mayor parte de la historia, estos últimos no tienen nombre, ya que no se registraba el servicio individual. Incluso cuando se hacía, poco podían hacer los soldados para mejorar sus condiciones, a menos que pudieran imponer su valor rechazando el servicio militar o que fueran difíciles de reemplazar. La primera situación, de la que los motines y los golpes de estado son la expresión más contundente, reflejaba la condicionalidad de gran parte del servicio militar, incluso en los sistemas más onerosos y las ideologías más autoritarias. El segundo problema era producto no solo de las aptitudes particulares de algunas tropas, sino también del grado en que un tamaño de población a menudo limitado podía dificultar su sustitución.

Se trata de ejemplos de los acuerdos implícitos, dentro de las fuerzas armadas y entre estas y su entorno humano y físico, que probablemente siempre han sustentado el servicio militar y el uso de estas fuerzas. Durante la mayor parte de la historia, y sobre todo en gran parte del mundo antiguo, no tenemos pruebas de la naturaleza de estos pactos, las dificultades que reflejaban o las tensiones que provocaban, pero eso no significa que no podamos considerar la cuestión. De hecho, una y otra vez en la historia militar, al igual que en las demás ramas, tenemos que señalar el limitado material con el que contamos para trabajar y las suposiciones que obtenemos de las antropologías, sociologías, economías y entornos de la guerra. El uso del plural para estos últimos es deliberado, porque no debemos suponer que solo hay una muestra de cada uno, con las opciones necesariamente más limitadas, tanto para los contemporáneos como para el análisis posterior, que eso podría sugerir.

Por ejemplo, un elemento de la importancia de los factores simbólicos en el conflicto se observó con la antigua práctica de combatir en lugares concretos, como en la antigua Grecia y, más tarde, en la Inglaterra anglosajona. Existía una correspondencia entre los lugares apropiados para las asambleas, legales, políticas y/o religiosas, y para las ceremonias de pacificación, y los lugares apropiados para el conflicto. Estos lugares solían estar asociados a cruces de ríos, pasos, bosques y brezales, así como a puntos de paso específicos, como túmulos u otros monumentos, lugares que presentaban ventajas pragmáticas, incluidas las logísticas, como el acceso a las vías de comunicación, la visibilidad y el espacio para que se reuniera un gran número de personas. Pero también podían tener un significado sagrado y asociaciones explícitas con la realeza, como los lugares donde se habían mostrado dioses u otras figuras, o los túmulos asociados a un antepasado legendario. La conmemoración de estos lugares y el registro de las batallas que allí se libraban podían transmitir control territorial e identidad colectiva.

En el mundo antiguo, como más recientemente, los líderes tenían que responder a un trasfondo polifacético mientras perseguían la victoria y lo que parecía su destino, y no había una única dirección de control o influencia. Tampoco la hay en nuestros días. Los seres humanos somos agentes del cambio. De ahí que las diferentes geografías humanas significasen, como siguen significando, grandes variaciones en los conflictos a medida que los seres humanos se adaptan a sus situaciones locales. Esto era especialmente cierto en la época premoderna, ya que la dificultad de los desplazamientos iba unida a la lenta difusión de los avances tecnológicos. Además, junto a las pautas geográficas singulares que surgían, la cultura formaba una especie de «bucle de retroalimentación» que podía acentuar que se diesen variaciones únicas. No existía un único mundo de la guerra.

3.Egipto, Asiria, Persia

Conquisté Susa, la gran ciudad santa, morada de sus dioses, sede de sus misterios. Entré en sus palacios, abrí sus tesoros donde se amontonaban plata y oro, bienes y riquezas […] Destruí el zigurat de Susa. Rompí sus brillantes cuernos de cobre. Reduje a la nada los templos de Elam; esparcí a los cuatro vientos sus dioses y diosas. Devasté las tumbas de sus reyes antiguos y recientes, los expuse al Sol y me llevé sus huesos hacia la tierra de Ashur. Asolé las provincias de Elam y en sus tierras sembré sal.

(El rey Asurbanipal de Asiria describiendo la toma de Susa, capital de Elam, en el suroeste de Persia, en el 653 a. C.)

El mundo griego que atacó Troya estuvo durante mucho tiempo en la periferia respecto a imperios más poderosos de Oriente Próximo y, juntos, constituyeron un centro clave del desarrollo de la guerra entre Estados. Este desarrollo debió mucho a la escala de actividad que hizo posible la agricultura de regadío fluvial de los fértiles suelos aluviales y su capacidad para dar sustento a grandes poblaciones. Este fue especialmente el caso de Mesopotamia (Irak), con los valles del Tigris y el Éufrates, y de Egipto, con el Nilo. Desde muy pronto, las ciudades mesopotámicas guerrearon entre sí y se fortificaron masivamente. Uruk, posible antecedente del Poema de Gilgamesh de finales del segundo milenio a. C., es un buen ejemplo: en el cuarto milenio a. C., sus murallas medían unos 9,5 kilómetros de largo. Las rampas de tierra eran vitales como medio para asaltar ciudades y eran frecuentes en la guerra mesopotámica. En Mesopotamia se asentaron varios imperios, especialmente el creado hacia el 2300 a. C. por Sargón el Grande, rey de Acad; y su auge y caída reflejaron conflictos, tanto dentro de Mesopotamia como con las zonas vecinas.

La guerra surgió en parte cuando se establecieron los imperios, intentaron expandirse y luego fueron derrocados. Los imperios, una forma de organización humana en desarrollo que iba más allá de los sistemas tribales, también se observaron en Egipto, China y el norte de la India. En estas regiones también hubo ciudades amuralladas, como las de Egipto, que comenzaron con Nejen (Hieracómpolis) y Naqada.

La historia egipcia ha dejado registros relativamente abundantes, entre ellos inscripciones y decoraciones. Sus ejércitos avanzaron hacia el norte, hasta Oriente Próximo, y hacia el sur, hasta Nubia (norte de Sudán), y los frecuentes conflictos fueron importantes para el desarrollo del ejército, que aparecía representado en las tallas de los templos. Los egipcios probablemente aprendieron la arquería de los hicsos palestinos, que conquistaron Egipto a finales del Reino Medio (c. 2040-1640 a. C.). La combinación del arco compuesto con el carro ligero de dos ruedas tirado por caballos, que comenzó probablemente en el siglo xvii a. C., aparece en los relieves de los templos del Reino Nuevo (c. 1550-1077 a. C.). Su empleo por parte de Tutmosis III contra una coalición siria en Megido hacia 1460 a. C. contribuyó a la victoria: la velocidad y la potencia de impacto le permitieron emplear con éxito ataques envolventes.

Posteriormente, los carros fueron importantes tanto para Egipto como para su rival en Oriente Próximo, el reino hitita de origen turco que, empleando ambos un gran número de carros, puede que entre cinco y seis mil en total, se enfrentó a los egipcios en Kadesh en el 1274 a. C. Representado en los bajorrelieves de Tebas como un jinete en su carro, Ramsés II, el soberano egipcio, se proclamaba vencedor, aunque lo cierto es que evitó la derrota por los pelos. Los hititas, que hacían un gran uso de los carros, consideraban que en la guerra se beneficiaban del apoyo del dios Sol, mientras que su capital, Hattusa, contaba con poderosas murallas sostenidas por torres salientes con una puerta en cada una de sus dos torres.

Al final de la Edad de Bronce, hacia 1200 a. C., se produjo un colapso generalizado, incluido el del imperio hitita y posiblemente el de Troya, así como la invasión de Egipto por los «pueblos del mar». Los hititas habían hecho un uso precoz, aunque muy limitado, de las armas de hierro, y el primer imperio que hizo un uso militar sistemático del hierro fue Asiria. Con base en la Alta Mesopotamia, su imperio fue más fuerte entre el 911 y el 609 a. C. Los asirios ejercían un liderazgo decidido, tenían una cultura militarista y sentían que les apoyaba la providencia, sobre todo por parte del dios Assur. Sus conquistas incluyeron Babilonia (689 a. C.) y Elam, en el suroeste de Persia, en el periodo 653-640 a. C. Asiria contaba con un ejército numeroso y bien organizado, eficaz tanto en campaña como en batalla, y especialmente bueno con la caballería y el asedio. Esta última privaba a los adversarios de la seguridad de permanecer tras las murallas. Los dramáticos relieves de piedra del palacio de Nínive, la capital asiria, representan los asedios de ciudades de mediados del siglo vii, con hombres luchando desde lo alto de las torres de asedio que protegen los arietes.

Aparte de los artefactos que entraban en contacto directo con las murallas, en particular los arietes y las torres de asedio, había máquinas de asedio que disparaban proyectiles, sobre todo catapultas, aunque su alcance, precisión y puntería exigían disparar desde muy cerca. Al igual que otras armas, las catapultas servían para diversos fines y podían dispararse desde varias plataformas. Las grandes catapultas podían lanzar piedras pesadas diseñadas para infligir daños a la estructura, mientras que las de tamaño medio lanzaban proyectiles, y las de mano, más ligeras, disparaban flechas y piedras pequeñas diseñadas para alejar a los defensores de sus posiciones. Este armamento antipersonal ofrecía la oportunidad de obtener el dominio táctico y, por tanto, de utilizar las máquinas de asedio cerca de las murallas. Así pues, eran un aspecto del grado en que los asedios implicaban etapas para suprimir las defensas, del mismo modo que las defensas implicaban etapas con las que resistir el ataque. A su vez, estas etapas requerían diferentes facetas para la defensa. Esto incluía la potencia de fuego montada en las murallas y, sobre todo, en las torres, que eran sus elementos más fuertes. Los asirios también utilizaban explotaciones mineras para abastecerse de hierro.

La caballería asiria se basaba en parte en la capacidad de asegurar el suministro de caballos abundantes y útiles, una consideración clave en todos los imperios basados en la caballería que siguió siendo muy importante para el éxito en el siglo xviii, como ocurrió con los afganos en la India desde la década de 1750 hasta la de 1790 de nuestra era. Los asirios preferían los carros pesados, que tenían cuatro caballos en lugar de dos y transportaban cuatro hombres en lugar de dos, lo que aumentaba enormemente la potencia de fuego.

La toma de Menfis por parte de Asiria en el 671 a. C. y de Tebas en el 663 a. C. fue una impresionante demostración de su capacidad para tomar ciudades egipcias, pero el esfuerzo realizado se fue debilitando y Asiria fue derrocada a finales del siglo vii a. C. como resultado de la rebelión babilónica y el ascenso en Persia de los medos.

La lucha regional se resolvió con la victoria de los persas bajo el mando de Ciro el Grande (r. 559-530 a. C.), que conquistó el imperio de los medos en el 550 a. C., derrocó el imperio babilónico once años después y creó el que hasta entonces era el mayor imperio del mundo. Entre sus títulos figuraba el de Rey de los Cuatro Rincones del Mundo. Al igual que los asirios, los persas eran especialmente eficaces en la caballería y el asedio.

Después de que Ciro derrotara a Creso, rey de los lidios, en el 547 a. C. en Timbrea, supuestamente porque los caballos lidios se asustaron del olor de los camellos de Ciro, su general, Harpago, capturó las ricas ciudades griegas de la costa jónica de Anatolia, una parte importante del mundo griego. Tras rodear su objetivo con una muralla, los persas debilitaron las ciudades antes de capturarlas por asalto. En respuesta, en el siglo v a. C., los griegos reforzaron sus defensas, construyendo torres más altas y utilizando mampostería cuidadosamente labrada.

Al igual que otros imperios, los persas se enfrentaron a la situación de que eran más eficaces en unos contextos que en otros. Ciro fue asesinado por los nómadas masagetas cuando cayó sobre Asia Central, que a menudo era una zona de amenaza para las fuerzas procedentes de Persia, un patrón que se observó en las campañas del siglo xviii. Sin embargo, las fuentes con que contamos para detallar lo ocurrido son bastante limitadas. Se ha podido localizar la batalla de Opis, en la que los babilonios fueron derrotados en el 539 a. C., pero se desconocen las causas de la derrota. Lo mismo puede decirse de la victoria de Cambises II sobre los egipcios en Pelusium en el 525 a. C., una victoria persa que fue seguida por el exitoso asedio de Menfis y por el establecimiento no solo del control sobre Egipto, sino también de la soberanía sobre Libia oriental. Se trató tanto de un impresionante ejemplo de proyección de poder como de la primera de una secuencia de rápidas conquistas de Egipto que revelaron tanto una sorprendente vulnerabilidad (que, con Alejandro Magno, afectaría a Persia) como la falta de fronteras terrestres evidentes para la conquista.

Las zonas fronterizas eran un problema para todos los imperios, sobre todo debido a la falta de fronteras claras, combinada con la voluntad de expansión. El poderoso imperio persa no fue una excepción. De gran alcance, dependía en parte de una impresión de éxito, y esta dependencia alentaba la determinación de aplastar la oposición en el mundo griego. Bajo Darío I, el Grande (r. 522-486 a. C.), como parte de un proceso más general de expansión, Tracia fue conquistada en el 513 a. C., y una rebelión en 499 a. C. de las ciudades griegas de Jonia, en la costa oriental del Egeo, conquistada entre los años 546 y 545 a. C., fue aplastada entre el 494 y el 493 a. C.

Darío decidió entonces castigar a Atenas y Eretria (en la isla de Eubea), que habían apoyado la rebelión. En el año 490 a. C., una fuerza expedicionaria conquistó las islas Cícladas y destruyó Eretria, antes de desembarcar en Maratón, en la Grecia continental. La rápida respuesta ateniense condujo sin embargo a la derrota de esta fuerza mayor que aún no había tenido la oportunidad de desplegarse adecuadamente más allá de la cabeza de playa, convirtiéndose en la batalla crucial que convenció a los atenienses de la singularidad de su destino. Darío, que no era de los que aceptaban el fracaso más que como una etapa para la venganza, planeó un combate a modo de revancha, pero lo pospuso debido a una revuelta en Egipto en el 486 a. C.

Por su parte, su sucesor Jerjes construyó un puente a través del Helesponto (Dardanelos) en el 480 a. C. y, ante la invasión de un descomunal ejército persa, muchos Estados griegos permanecieron neutrales, e incluso algunos como Tesalia y Beocia se aliaron con ellos. Un intento de mantener el paso de las Termópilas frente al avance de los persas hacia el sur fue desbaratado gracias a los consejos de un traidor (Efialtes) sobre la mejor ruta, y los griegos se retiraron, dejando una pequeña retaguardia, en gran parte espartana, al mando del rey Leónidas, que luchó hasta la muerte. Los persas siguieron adelante y tomaron Atenas.

Pero el mar reservaba un veredicto muy diferente. Allí, una flota persa mucho más numerosa fue derrotada en los estrechos de Salamina, donde sus barcos estaban demasiado apretados y su formación en dificultades. La reconstrucción moderna a escala real y el uso de trirremes, galeras empleadas en la guerra clásica, han ayudado mucho a apreciar lo sucedido en la época. Las galeras podían llevar arietes en la proa, pero la táctica habitual consistía en bombardear mediante catapultas, arqueros y lanzadores de jabalina, debilitando la resistencia antes de intentar el abordaje, una técnica aún muy presente en la victoria cristiana sobre los turcos otomanos en Lepanto en 1571 d. C. La necesidad de una considerable mano de obra para propulsar estas naves a remo limitaba enormemente su autonomía de crucero, ya que tenían que detenerse para aprovisionarse de más agua y alimentos, lo que las incitaba a permanecer cerca de la costa. Jerjes abandonó Grecia después de Salamina y su yerno, Mardonio, aunque con un ejército considerable, fue derrotado en tierra en Platea en el 479 a. C., tras lo cual los persas perdieron el control de las zonas que habían conquistado un año antes.

La inscripción en el pedestal de la estatua en ruinas que encuentra el viajero en el poema “Ozymandias” (1818) de Percy Bysshe Shelley, «Mi nombre es Ozymandias, rey de reyes», dice así: «¡Mirad mis obras, Poderosos, y desesperad!». Bien podría ser un comentario sobre el auge y la caída de los imperios. De hecho, Shelley capta la sensación de futilidad que el poder entraña: «Nada queda. Alrededor de la decadencia, de ese colosal naufragio, atado y desnudo, las arenas solitarias y llanas se extienden a lo lejos». Posiblemente la inspiración concreta de Shelley fue el anuncio del Museo Británico de que había adquirido un fragmento de una estatua del poderoso Ramsés II de Egipto (r. 1279-1213 a. C.), y el nombre de Ozymandias es una versión griega de parte de su nombre como regente. Era un preludio razonable para reflexionar sobre la reciente caída de Napoleón Bonaparte en 1815 y, de hecho, plasmó el carácter cíclico de la historia, en la que la guerra devoraba a sus héroes y aplastaba el orgullo. Se trataba, en efecto, de una respuesta contracultural que cabía esperar de figuras románticas como Shelley al analizar el proceso y el producto de la civilización y, más concretamente, el militarismo.

Sin embargo, en el contexto de los valores del mundo antiguo, ese planteamiento es más problemático. El recurso a la fuerza reflejaba necesidades y valores. Existían impulsos económicos para controlar la tierra, los recursos y las personas, así como las presiones de los roles sociales y las jerarquías e imágenes masculinas implicadas. Además, el conflicto parecía natural, necesario e inevitable. Formaba parte del orden divino, era el instrumento del que se valía la ira divina y la contrapartida de la violencia en los elementos, y también era la forma correcta, honorable y adecuada de resolver los asuntos.

4.Guerras de la Antigüedad en China

Enterrado cerca de la tumba en Xi’an de Zheng, el Primer Emperador (r. 247-210 a. C.), el Ejército de Terracota ofrece en sus miles de soldados y caballos de tamaño natural un testimonio silencioso de poder. Un poder que venía de muy lejos.

La agricultura a gran escala ya era una realidad en el norte de China hacia el 7000 a. C. y, al igual que en Mesopotamia y Egipto, con los que guardaba ciertas similitudes, proporcionaba los recursos necesarios tanto para el conflicto como para la construcción del Estado, estando ambos estrechamente relacionados. En la llanura del norte de China, en el tercer milenio a. C., aparecieron asentamientos amurallados y armas de metal, y se encontraron ciudades amuralladas en zonas con una densidad de población apreciable, como Chengziya hacia el 2500 a. C. La civilización urbana de la dinastía Shang se desarrolló hacia el 1800 a. C. en el valle del río Amarillo, aunque esta civilización era solo una fracción del tamaño de la China moderna, y su control más allá del núcleo del territorio Shang era limitado.

No obstante, las murallas de la ciudad Shang de Zhengzhou, construidas hacia el 1550 a. C., medían diez metros de altura y casi siete kilómetros de largo de circunferencia, y su construcción debe haber requerido millones de días de trabajo. Estas obras indican el nivel de control político, cohesión social y capacidad organizativa de la época, así como la abundancia de mano de obra, ya que las murallas se hicieron a mano. Este desarrollo generalizado de las murallas, que comenzó en una etapa temprana de la historia china, era funcional, pero también revelaba una dimensión de «espectáculo» cultural, en el sentido de que toda ciudad que se preciara debía tener una muralla. La escala de las ciudades amuralladas chinas empequeñecía a las de otros lugares, y sus muros de tierra apisonada eran extremadamente gruesos e impermeables a las máquinas de asedio, lo que dio lugar a elementos defensivos adicionales centrados en las puertas, ya que estas eran el principal punto de ataque. Las puertas sobresalían de las murallas y solían tener varias puertas y patios interiores adicionales que servían de «zonas de muerte» para los disparos de los arqueros de las murallas superiores.

Estas fortificaciones formaban parte de un formidable sistema militar. El uso en China de carros, arcos compuestos y alabardas y lanzas con punta de bronce se desarrolló en el segundo milenio a. C. y se extendió desde Asia Central hacia el 1200 a. C. Posteriormente, los nobles que se desplazaban en carros desempeñaron un papel crucial en la batalla en China; era una forma de guerra centrada en una élite social que requería asumir el coste tanto de los caballos como de los carros, algo que también se observó en Oriente Próximo y en Europa. Haciendo especial uso de los carros, la dinastía Zhou (c. 1050-256 a. C.), originalmente una potencia fronteriza al oeste, derrocó a la dinastía Shang (c. 1600-c. 1050 a. C.), pero, a su vez, fue atacada por otros pueblos fronterizos que utilizaban carros y caballería, especialmente los Di y los Xi’anyun del recodo del río Amarillo al noroeste.

En el largo periodo de los Estados Combatientes (403-221 a. C.), los señores regionales rivales ignoraron y derrocaron a los por entonces débiles Zhou; y la mejora de las armas, como la ballesta, así como el uso de formaciones de infantería masivas y disciplinadas, condujeron a algunos de los mayores enfrentamientos militares de los que se tiene constancia. Gran parte de la infantería iba armada con lanzas. Sin embargo, desde un punto de vista más general, la fiabilidad de las fuentes literarias que registran ejércitos muy numerosos y cuantiosas bajas es problemática.

En el 230-221 a. C., Zheng, el rey de Qin, conquistó China y adoptó un nuevo título, el de Primer Emperador. El más exitoso de los señores en el periodo de los Estados Combatientes, fue quien puso fin a la guerra, al igual que hizo Filipo II de Macedonia en Grecia en la década de 330 a. C. y Jiang Jieshi en China con su Expedición del Norte de 1926-1928 d. C., que redujo en gran medida el número de señores de la guerra de la época. La escala de los conflictos en este periodo contribuyó a que los carros fueran relativamente menos importantes que la infantería. Sin embargo, el elemento clave no fue la tecnología militar, sino más bien el desarrollo político-institucional en forma de extensión de la autoridad estatal sobre el campo y, como resultado, la capacidad de reclutar grandes ejércitos de infantería, cuya escala compensaba las ventajas ofrecidas por los carros.

La organización también se vio en las formidables murallas de Wei, Zhao y Yan, construidas no solo contra los rivales chinos, sino también para proteger el norte de China de los pueblos nómadas esteparios del norte y de sus bien entrenados arqueros a caballo. Zheng ordenó la construcción de una larga muralla para fortificar la frontera septentrional.

La dinastía Qin (r. 221-206 a. C.) también utilizó su poder para extender su control al sur del río Yangtsé en 209 a. C., lo que contrastaba mucho con los Shang y los Zhou, que habían tenido hegemonías laxas limitadas al norte de China. Sin embargo, como ocurre con muchos sistemas militares, el imperio Qin dependía excesivamente del carácter del emperador, y a la muerte de Zheng siguieron conflictos en la familia gobernante, desafección militar, levantamientos populares, guerra civil y colapso.

Puede que el Ejército de Terracota de Zheng sea un legado que rememora la antigua China, pero no dio paso a un sistema duradero, sino que fue la antesala de una guerra civil que ganó Liu Bang, fundador de la dinastía Han (206 a. C.-220 d. C.). Esto convirtió al entramado socio-militar Qin construido para la conquista en un sistema de gobierno en el que la política interna y la estructura social ayudaron a que la cohesión aumentase. Al igual que ocurriese en la Roma imperial, el gobierno trató de monopolizar la fuerza y garantizar así un interior desmilitarizado que no se rebelara; pero las fronteras plantearon un problema, ya que los Han se enfrentaron a desafíos externos hostiles, en particular a la confederación xiongnu de tribus nómadas. Unificada en 209 a. C., fue el primer imperio en controlar toda Mongolia, en un patrón de lucha que duró hasta mediados del siglo xviii. Los Han respondieron con murallas defensivas, pero también con ofensivas a gran escala durante los años 201-200 a. C. (un desastre que acabó con el ejército cercado y el emperador pidiendo la paz) y 129-87 a. C. La ofensiva del 97 a. C. supuso la movilización de unos 210.000 soldados.