Historia de la estrategia militar - Jeremy Black - E-Book

Historia de la estrategia militar E-Book

Jeremy Black

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Estas páginas ofrecen un informe global de la estrategia de las figuras militares más significativas de los últimos 400 años. Desde que surgió el primer conflicto, surgió la estrategia. Jeremy Black explora la relación siempre cambiante entre intención, fuerza, implementación y eficacia, y su dramático impacto en el escenario global. Analiza para ello las principales potencias -en particular Estados Unidos, China, Gran Bretaña y Rusia- en el contexto más amplio de su competencia nacional e internacional. Desde el Antiguo Régimen de Francia y la construcción del Imperio Británico hasta los conflictos actuales en el Oriente Medio, Black dedica especial atención a la práctica y las decisiones estratégicas del emperador Kangxi, Clausewitz, Napoleón y Hitler.

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Seitenzahl: 704

Veröffentlichungsjahr: 2020

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JEREMY BLACK

Historia de la estrategia militar

EDICIONES RIALP, S. A.

MADRID

Título original: Military Strategy: A Global History

© 2020 by JEREMY BLACK. Edición original de Yale University Press.

© 2020 de la versión española traducida por DAVID CERDÁ

by EDICIONES RIALP, S. A.,

Manuel Uribe 13-15, 28033 Madrid

(www.rialp.com)

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Realización ePub: produccioneditorial.com

ISBN (versión impresa): 978-84-321-5291-7

ISBN (versión digital): 978-84-321-5292-4

ÍNDICE

PORTADA

PORTADA INTERIOR

CRÉDITOS

PREFACIO

INTRODUCCIÓN

CULTURA ESTRATÉGICA

INSTITUCIONES Y PENSADORES

EL TRASFONDO CRONOLÓGICO

LA PROPIEDAD DE LA ESTRATEGIA

CONTEXTOS PARA LA ESTRATEGIA

CONCEBIR EL TÉRMINO

1. CONTEXTOS ESTRATÉGICOS EN EL SIGLO XVIII

2. LAS ESTRATEGIAS DE LOS IMPERIOS CONTINENTALES: 1400-1815

CHINA

TURQUÍA

RUSIA

AUSTRIA

FRANCIA

COMPARACIONES

3. EL ANHELO DE UN IMPERIO MUNDIAL: GRAN BRETAÑA 1689-1815

EL CARÁCTER DE LA ESTRATEGIA

EL TONO Y EL LENGUAJE DE LA ESTRATEGIA

4. EL AUGE DE LAS ESTRATEGIAS REPUBLICANAS: 1775-1800

ESTADOS UNIDOS

UNA ESTRATEGIA PARA EL NUEVO ESTADO

LA GUERRA REVOLUCIONARIA FRANCESA

CONCLUSIONES

5. NAPOLEÓN Y OTROS: 1790-1914

IDEAS DE ESTRATEGIA

1790-1815

JOMINI Y CLAUSEWITZ

EL LENGUAJE Y LA PRÁCTICA DE LA ESTRATEGIA

CONCLUSIONES

6. LOS ESTADOS UNIDOS EN EL SIGLO XIX: 1812-1898

ESTRATEGIAS NORTEAMERICANAS PREVIAS A LA GUERRA CIVIL

LA INTERVENCIÓN ESTADOUNIDENSE EN MÉXICO

CONFLICTO CON LOS NATIVOS NORTEAMERICANOS, I

LA GUERRA DE SECESIÓN

CONFLICTO CON LOS NATIVOS NORTEAMERICANOS, II

CONCLUSIÓN

7. EUROPA Y LA CUESTIÓN MUNDIAL: 1816-1913

LA CUESTIÓN MUNDIAL

CONCLUSIONES

8. ESTRATEGIAS PARA LA GUERRA MUNDIAL: 1900-1918

9. ESTRATEGIAS PARA LA GUERRA TOTAL: 1919-1945

PERIODO DE ENTREGUERRAS

LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

CONCLUSIONES

10. ESTRATEGIAS PARA LA GUERRA FRÍA: 1945-1989

11. ESTRATEGIAS PARA EL MUNDO ACTUAL: 1990-

ESTRATEGIAS PARA EL FUTURO

CONCLUSIONES

BIBLIOGRAFÍA ESCOGIDA

AUTOR

PREFACIO

LA ESTRATEGIA, ESA VISIÓN GLOBAL de lo que una organización o un individuo quieren conseguir, junto a una serie de objetivos diseñados con el fin de hacerlo posible, no está en los detalles de los planes y metas que se alcanzan por medios militares. Por el contrario, la estrategia es la vía por la que las naciones, los Estados, los gobernantes, las élites y otros tratan de dar forma a su situación, generando sistemas internacionales y domésticos y persiguiendo resultados que proporcionen seguridad, al tiempo que salvaguardan y hacen progresar ciertos intereses. El elemento clave y el contexto crucial es la lucha por el poder a todos los niveles. Así ocurre con la estrategia en cuanto a objetivos y medios, y lo mismo cabe decir de la estrategia en los objetivos y en los medios. Hablamos de fenómenos que, en la práctica, a pesar de los esfuerzos que hacemos para diseccionarlos con fines analíticos, raramente se dan separados. Además, el poder asume formas diversas, tiene variados usos, y no es posible entenderlo de un modo uniforme. Esto es cierto tanto en lo que atañe al carácter y el uso del poder militar como en otros tipos de poder.

Al abordar la estrategia y la cultura estratégica, es necesario, cuando se trata exclusivamente de la estrategia militar, considerar cómo los Estados, o más bien sus élites y sus líderes, en su intento de mantener e incrementar el poder, siguen sus agendas internas y externas, cosa que hacen porque creen que así podrán ser más capaces de lograr sus objetivos y conducir la guerra según sus intereses. La relación entre ambas agendas, la interna y la externa, es importante y tiene efectos recíprocos. No es fácil separarlas.

Siempre han estado (y están) estrechamente vinculadas a esto las sempiternas cuestiones de quién dirige la estrategia (sea como sea que esta se defina) y con qué fines. Esta última cuestión afecta a la evaluación tanto de la competencia como del éxito. De hecho, cualquier estrategia es contingente en contextos complejos, tanto internacionales como domésticos, en el corto y el largo plazo, y carece de una dimensión óptima. Además, la gente que dirige la estrategia no es siempre la misma que la evalúa. Uno de los mayores problemas en la ejecución de la estrategia concierne a quienes toman las decisiones a ese nivel, que han de convencer a quienes marcan los criterios de su éxito de que están haciendo lo correcto.

Cualquier acercamiento a los individuos y grupos gobernantes sirve para explicar por qué esta última matriz frecuentemente adoptada por la estrategia militar, la de los Estados Mayores que se desarrolló a finales del siglo XIX, una matriz que contribuyó a que definiéramos qué es la estrategia, no es, sin embargo, aplicable de un modo sencillo a la mayoría de la historia; y no es que se pueda aplicar tampoco fácilmente a nuestro presente. Atendiendo no a los Estados Mayores sino, en cambio, al contexto de las cortes reales durante los primeros y extensos periodos de la historia humana, podremos también reconsiderar la estrategia durante el último cuarto del anterior milenio, el periodo en el que la palabra ha empezado a emplearse y el concepto se ha desarrollado. En particular, los líderes del último cuarto del anterior milenio, como los de hoy en día, se han conducido a menudo de un modo que no resultaría extraño o fuera de contexto para sus predecesores que gobernaron en dichas cortes.

Esto es: hay elementos en la toma de decisiones de Napoleón, Hitler, Putin y Trump que no hubieran estado totalmente fuera de lugar para Luis XIV (que reinó entre 1643 y 1715). En muchos casos, independientemente de si la referencia a otros tiempos era más cercana o lejana, este paralelismo se buscó, como en el caso de Benito Mussolini, el dictador fascista italiano entre 1922 y 1943, y su repetido intento de establecer resonancias usando referencias explícitas al primero de los emperadores romanos, César Augusto, que había gobernado diecinueve siglos antes. Esta continuidad viene mucho más al caso si nos centramos en la cultura estratégica o en el proceso estratégico, antes que en el contenido estratégico (especialmente en el caso de los medios militares específicos) o el contexto internacional más amplio.

En particular, está la cuestión de hasta qué punto la «gloria», la búsqueda de prestigio y el uso de la reputación resultante para alcanzar objetivos internacionales y domésticos es, no ya importante para todos, sino especialmente atractiva y relevante en los sistemas monárquicos y pseudomonárquicos, hasta el extremo de constituirse en muchos aspectos en su principal propósito estratégico. Esta aproximación a la estrategia funciona comprensiblemente de un modo diacrónico, es decir, a lo largo del tiempo, por más que pueda resultar sorprendente respecto a esta materia, la historia militar, que tanto incide en el cambio tecnológico y por lo tanto en el contexto inmediato y sincrónico. Resaltar el valor del prestigio y la reputación parece entregarse al funcionalismo cultural, porque lo que se valora está ligado a lo psicológico, a la imagen y la competencia. Lo más común, no obstante, era que la competición fuese necesaria a expensas de otros poderes, y que fuera algo enormemente deseado y afirmado en sus propios términos. Una situación que ha continuado hasta la era presente.

El carácter retórico que forma parte de la naturaleza esencialmente política de la estrategia también merece nuestra atención. Tal carácter tiene entidad propia en el esquema fundamentalmente fluido de la estrategia, como lo tienen, de un lado, las alianzas implicadas, y de otro, la índole inamovible de los planes concretos. Quienes se concentran en estos últimos, y en su génesis, tienden a minimizar la importancia de las anteriores. A la inversa, los planes pueden llegar a cambiar muy rápidamente. Sin embargo, ninguno de estos rasgos apela necesariamente a quienes intentan dar forma a una ciencia de la estrategia y a una serie de lecciones que al parecer pueden aprenderse de inmediato, una ciencia que supuestamente puede enseñarse con provecho.

El de «estrategia» es un término que ha sido sometido a un amplio debate en tiempos recientes. En Occidente —y esto es algo que ha llevado de algún modo a retomar el asunto— parece haberse instalado la impresión de que la estrategia es un arte de algún modo perdido; se repiten los argumentos en este sentido. Al fondo hay una crisis de confianza, sobre todo en Gran Bretaña, aunque también en los Estados Unidos, que es el resultado de una serie de derrotas, o al menos de dificultades, sufridas por las fuerzas occidentales en Irán y Afganistán en las décadas del 2000 y 2010, con sus concomitantes problemas para los objetivos occidentales. La retórica y asociada desazón sobre la estrategia ausente o fallida, y sobre la confusión entre política y estrategia, subió más si cabe de tono a partir de 2016. Fue una respuesta específica a la confusión generalizada en las políticas occidentales respecto a Siria y a Oriente Medio en su conjunto. El Comité de Asuntos Exteriores de la Cámara de los Comunes se refirió en 2016 al «fracaso a la hora de desarrollar una estrategia coherente para Libia»[1]. En parte, se ha perdido capacidad para determinar y mantener objetivos plausibles, lo que ha llevado a la incapacidad para formular estrategias efectivas, por no hablar de los problemas de cada una de esas estrategias.

La retórica y la desazón acerca de la estrategia también reflejaban una preocupación más general en Occidente en estos años en cuanto a la falta de un rumbo. Una deriva relativa a la concepción e implementación de lo que a veces se describió como política y a veces como estrategia, y que se refería indistintamente a los objetivos y a su implementación. La confusa y con mucho infructuosa respuesta a la afirmación y el expansionismo de chinos y rusos fue un aspecto de esta desazón. La ansiedad ante las actitudes y políticas del presidente Donald Trump, sobre todo su hostilidad ante el multilateralismo y ante muchas de las instituciones implicadas, incluida la OTAN y la OMC, ha sido uno de los asuntos principales del periodo 2017-2019. Con anterioridad ya se habían despertado otras ansiedades, distintas pero igualmente intensas, respecto a la capacitación estratégica de los presidentes Clinton (1993-2001), George W. Bush (2001-2009) y Barack Obama (2009-2017), ansiedades que han tendido a olvidarse al pasar el foco de atención a Donald Trump.

Con estas inquietudes sobre la mesa, y dadas las respuestas ofrecidas, el término «estratégico» se ha empleado muchas veces en esas décadas del 2000 y del 2010, y no siempre de un modo esclarecedor. Esto es en sí instructivo respecto al vocabulario de la estrategia y su papel en la política, sobre todo en la política de la toma de decisiones y en la política pública de la confrontación. En ambos casos, se ha usado el término «estrategia» con fines retóricos y políticos, y, aunque por lo general de modos diversos, tales fines también han afectado al empleo del término en el ejército y entre los comentaristas académicos.

También ha afectado al vocabulario de la estrategia que los comentaristas se hayan concentrado en las diferencias y tensiones surgidas de comparar los objetivos de las potencias, sobre todo los de China y Rusia a un lado de la balanza y Occidente al otro. Estos contrastes han subrayado hasta qué punto las alianzas existentes y por venir implican compromisos y posibilidades en términos de objetivos y medios y de las consiguientes presiones y problemas propios de la cooperación. Pero hablar de la estrategia como una actividad militar que no toma en cuenta adecuadamente el contexto internacional, como si fuera una variable independiente y sus consecuencias solo aplicables a ella misma, es un error flagrante.

No hay razón alguna para no decir lo mismo respecto al pasado. De hecho, el uso del presente para abordar cuestiones y pensamientos sobre el pasado es un aspecto integral de aproximarse a la dimensión histórica de la estrategia. Se emplean términos modernos como estrategia y geopolítica para comprender desde el siglo XXI lo que ocurrió en el pasado. Siempre y cuando se eviten las perspectivas ahistóricas es una práctica provechosa y, en la práctica, necesaria.

Al contrario, la historia militar puede emplearse para verificar y definir lecciones del pasado para el presente, y puede justificarse en estos términos en el seno del ejército[2]. No obstante, el proceso de aprender estas lecciones, en especial la comprensión de la historia y tratar de extraer enseñanzas, suele emprenderse en términos actuales, lo cual puede resultar equívoco. Este rasgo centrado en el presente se refleja en diferentes ediciones de algunos estudios[3].

Este libro arranca con una introducción, pasa después por una serie de estudios de caso sobre algunos Estados, periodos y conflictos y termina aportando ciertas conclusiones. Los casos estudiados están contextualizados en términos de cambios a lo largo de seis siglos. Buena parte del libro está dedicado a esos estudios de caso. Unido a esto, se discutirá sobre la práctica y la cultura estratégica, y, específicamente, sobre hasta qué punto es apropiado usar el término «estrategia». Los casos estudiados han sido escogidos para ilustrar el alcance de la estrategia, y también para atraer la atención sobre aspectos clave, ante todo la naturaleza cambiante y la importancia de la cultura estratégica.

Trata sobre la realidad de la estrategia y, en particular, sobre la toma de decisiones estratégicas: su práctica en el pasado, en el presente y, con toda probabilidad, en el futuro. La mayor parte de los escritos actuales sobre estrategia, por el contrario, se ocupan del pensamiento estratégico de algunos autores destacados, como Sun Tzu, Clausewitz y Mahan. Aunque se traten por encima estos pensadores, mi propuesta es que nos concentremos en la práctica estratégica de las figuras militares más prominentes de los últimos cuatro siglos, y en particular de los últimos dos, haciendo hincapié en los que ejercieron el poder, tomando decisiones y ejecutándolas, como fue el caso de Napoleón y Hitler.

Es crucial entender que la estrategia no es un documento, sino una práctica. Puede entenderse en términos de lo que ha de conseguirse (los «fines»), cómo se conseguirán estos (los «modos») y qué recursos se emplearán para ello (los «medios»), aspectos todos que se influyen entre sí, tanto respecto a su contenido como al modo en que se entienden. Al mismo tiempo, «estrategia» se ha convertido en un sinónimo de «algo muy importante» o «una aspiración». Las definiciones de corte militar, como el recurso a las batallas para conseguir los fines de la guerra, o el arte de distribuir y aplicar medios militares para alcanzar los fines de la política, no recogen los usos no militares de la estrategia, ni la confusión entre política y estrategia que suele darse en la práctica, tanto en el ámbito militar como en otros.

Muchos de los escritos actuales, tanto los históricos como los referidos al presente, se refieren a Occidente, y es por ello que los comentaristas y el público de Occidente no logran a menudo apreciar las premisas y valores estratégicos, y así pues las estrategias de sus oponentes no occidentales. Esta asimetría tiene significativas consecuencias en cuanto a que nos incapacita para entender las ecuaciones culturalmente cambiantes del éxito militar, como en el caso de la respuesta a las bajas. Estas consecuencias se hicieron visibles recientemente durante los conflictos de Irak y Afganistán. Como contraste a la postura occidental, también es necesario entender el enfoque asiático, y considerar a China, la India y Japón no como espectadores pasivos o meras víctimas, sino como agentes de primera línea que se oponen a otros actores estratégicos, o como aspectos de su poder. Así, por ejemplo, la India fue un elemento esencial en la estrategia asiática de Gran Bretaña desde 1762 (exitosa expedición desde Madrás/Chennai a Manila bajo gobierno español) hasta 1947 (independencia). Adicionalmente, Japón desempeñó un papel decisivo en la estrategia asiática norteamericana. Y no solo cuando fue su enemigo en 1941-1945, sino en otros tiempos, incluido, como agente pasivo y sin embargo como base crucial, durante las guerras de Corea y Vietnam, y también durante el actual auge de China como competidor y las resultantes tensiones territoriales y en cuanto a los recursos en los mares al este y el sur de China.

No solo hay diferencias, también hay importantes coincidencias entre las estrategias occidentales y no occidentales. Para Oriente y Occidente «divide y vencerás» fue la estrategia imperial clave, sobre todo en los territorios recién conquistados, como fue el caso en Egipto tras la conquista turca de los mamelucos en 1517. En 1522, el gobernador derrotó a la insurgencia mameluca tras comprar a los aliados de los mamelucos, los jeques árabes.

Las áreas importantes que han de considerarse, por lo tanto, son la guerra, el sistema internacional, la política doméstica y las dinámicas que las interrelacionan. La clase de victoria que se persigue es fundamental para la estrategia que se busca. No hay que ver la estrategia exclusivamente como el proceso de formular objetivos militares y los medios para obtenerlos en cualquier contexto. Una visión «total» de la estrategia que cubra las fortalezas, intereses y asuntos domésticos e internacionales y que recoja la mayor parte de lo que se incluye en el uso popular del término[4], ha de tener en cuenta la preparación para la guerra y su ejecución, aspectos que formarán parte de nuestra discusión sobre la estrategia. Las políticas internacionales y domésticas son una parte integral de la estrategia pragmática: atender a las reivindicaciones domésticas, por ejemplo, hace que sea más fácil asegurarse los apoyos para una guerra en el extranjero. Así pues, la estrategia es un aspecto importante de la historia en su conjunto, tanto como componente como en tanto consecuencia.

Tanto en términos internacionales como domésticos, las estrategias emergen en respuesta a los intereses, y para fomentar coaliciones en torno a estos; aunque la dimensión doméstica de tales coaliciones tienda a ser soslayada o, más bien, infravalorada en la mayoría de lo que se escribe sobre estrategia militar. Los términos en virtud de los cuales estas coaliciones se forman y se reforman son relevantes para el proceso mediante el que las estrategias son presentadas, debatidas y reformuladas. De hecho, la habilidad para mantener tales coaliciones es un elemento clave de la actividad estratégica, y un vínculo central entre las políticas domésticas e internacionales y la ejecución de la guerra según se expone en este libro. Una postura bien fundada sostiene que «la práctica estratégica […] es siempre la expresión de una cultura en su conjunto». Edward Luttwark concluía sobre los bizantinos que «su estrategia militar estaba subordinada a la diplomacia», y que esta última se concentraba en enfrentar a los enemigos entre sí[5], una práctica que desborda ese ámbito y que fue tanto la causa como la consecuencia de la prioridad central de la estrategia. En términos más generales, los planes y los preparativos militares han sido y son frecuentemente una especie de póliza de seguros que cubre los fracasos de la diplomacia, y solo son realmente significativos en ese contexto[6]. Al mismo tiempo, tales planes y preparativos, en uno o ambos bandos, pueden contribuir a que fracase la diplomacia.

El contexto y el proceso de formación de las coaliciones, tanto domésticas como internacionales, y la consiguiente fijación de objetivos, no son estáticas. Así, por ejemplo, la guerra ha supuesto un desafío especial para la cohesión de los imperios multiétnicos, sobre todo en contextos de auge del nacionalismo y el protonacionalismo[7]. El carácter dinámico de la evolución estratégica se manifiesta en los cambios en las relaciones entre las partes constituyentes de las ecuaciones estratégicas de propósito, fuerza, implementación y efectividad. Estos desafíos iluminan nuestro hoy y aportan sugerencias para el futuro. Las sugerencias para el futuro no son más que eso, aunque algunas facetas son altamente probables, señaladamente la que dice que la estrategia continuará siendo al menos en parte un elemento en la política retórica del poder.

La aproximación analítica que hemos esbozado se hará visible cuando abordemos el desarrollo de la estrategia de los últimos seis siglos. Sostengo que la idea y la práctica de la estrategia han terminado devorando el vocabulario, que por lo tanto se corresponde esencialmente con lo ocurrido en los siglos XIX y XX. De hecho, la terminología moderna no es imprescindible. Fue posible, por ejemplo, tener un programa de «aldea estratégica» para el control civil mucho antes de que se usase formalmente el término durante la guerra de Vietnam[8].

Más allá del vocabulario, la idea y la práctica de la estrategia han contribuido a que naciese lo que posteriormente se describió como una «cultura estratégica», un concepto central en este libro, aunque no se haya fijado en formas institucionales. La idea de la cultura estratégica, un término empleado para debatir el contexto en que las tareas militares son «conformadas», se basa en la idea de que las creencias, actitudes y patrones generales de conducta fueron una parte integral de la política del poder, en vez de ser dependientes de las circunstancias políticas de una coyuntura en concreto. Al mismo tiempo, el uso de este y otros conceptos ha de situarse en contextos históricos específicos, y hacerlo subraya el importante papel que desempeñan la política y la contingencia[9]. De hecho, la cultura estratégica es un aspecto, tanto causa como una consecuencia, de las que se han denominado «grandes rivalidades estratégicas»[10].

Este libro pretende desarrollar estas ideas mediante una consideración dinámica de los conflictos clave del pasado, los principales temas del presente y el desarrollo estratégico de diversos poderes pujantes. Admitiendo que hay significativas variaciones en todo el mundo, los conflictos y los Estados de los que se hablará pueden presentarse como típicos de un particular periodo de conflicto y relaciones internacionales (ambas se tratan como realidades relacionadas, aunque diferentes); y también pueden entenderse en términos de realidades domésticas, ante todo la particular identidad y los intereses específicos de las dinastías, los países y los Estados.

En este sentido, este escrito contribuirá a la comprensión de las relaciones internacionales y la medida en que ninguna de estas relaciones, tampoco la persecución de unos fines militares, fueron independientes de las políticas domésticas. Además, las actitudes dirigidas al conflicto o los medios del conflicto, como el reclutamiento y la movilización popular, no pueden separarse del debate sobre la esfera doméstica.

Me he beneficiado enormemente de la oportunidad de hablar sobre este asunto durante años, en los últimos tiempos en el National World War Two Museum de Nueva Orleans, la École Militaire en París, el National Defence College de Copenhague, la National Defense University en Washington, un encuentro RUSI en el Diet building en Tokio, un encuentro-cena conjunto en los Comités Selectos de Defensa de la Cámara de los Comunes y la Cámara de los Lores, el Prince’s Teaching Institute en Londres, el Naval War College en Newport, Rhode Island, el College for Defence Studies en Londres, el Malvern Military History Festival, Marlborough College, Radley College, Oundle School, Stowe School y Torquay Museum; y para el Foreign Policy Research Institute en Nueva York y Filadelfia, el World Affairs Council en Wilmington, el New York Military Affairs Symposium y el D-Group. Puede encontrarse un tratamiento más extenso del «largo siglo dieciocho» y parte de la historiografía en mi libro Plotting Power: Strategy in the Eighteenth Century (2017).

Para aspectos concretos de este libro me he beneficiado de los consejos de Rodney Atwood, Pete Brown, John Buchanan, Jonathan Fennell, Chris Gill, John Gill, John Haldon, J. E. Lendon, Graham Loud y John Peaty. Me gustaría agradecer a Stan Carpenter, David Graf, Eric Grove, Richard Harding, Gaynor Johnson, Peter Luff, Kevin McCranie, Thomas Otte, Kaushik Roy, Alaric Searle, Doug Stokes, Ulf Sundberg, Ken Swope y dos lectores anónimos sus comentarios sobre el primer borrador. No son responsables de ningún error que permanezca en el texto. Heather McCallum ha demostrado ser un editor de gran apoyo, y también me gustaría agradecerle su labor a su predecesor, Robert Baldock. Soy consciente del largo tiempo que ha necesitado este libro y de su paciencia en el proceso. También quiero agradecer la ayuda prestada por Yale University Press, es decir, Rachael Lonsdale, Marika Lysandrou y Jonathan Wadman. Es un gran placer dedicar este libro a Steve Bodger, cuya amistad, que dio comienzo en el campo de batalla de Waterloo, disfruto enormemente.

[1] House of Commons, Public Administration Select Committee: Evidence, 9 Sep. 2010, Ev 6, Q12; The Times, 5 de enero de 2019.

[2] W. MURRAY y R. H. SINNREICH (eds.), The Past as Prologue: The Importance of History to the Military Profession. Cambridge, 2006.

[3] Para concretar el papel que desempeña en la Guerra Fría, véase A. LAMBERT, The Crimean War: British Grand Strategy against Russia, 1853–56. 2.ª ed., Farnham, 2011, “Introduction”. La primera edición apareció en 1990.

[4] Por ejemplo, por Liam Fox, Secretario Británico de Estado para el Comercio Internacional, BBC Radio 4, entrevista, 23 de octubre de 2018.

[5] E. N. LUTTWAK, “The Byzantine Empire: From Attila to the 4th Crusade”. En J. A. OLSEN y C. S. GRAY (eds.), The Practice of Strategy: From Alexander the Great to the Present. Oxford, 2011, p. 79.

[6] T. G. OTTE, “The Method in Which We Were Schooled by Experience: British Strategy and a Continental Commitment before 1914”. En K. NEILSON y G. KENNEDY (eds.), The British Way in Warfare: Power and the International System, 1856–1956. Farnham, 2010, p. 303.

[7] N. WOUTERS y L. VAN YPERSELE (eds.), Nations, Identities and the First World War: Shifting Loyalties to the Fatherland. Londres, 2018.

[8] F. SCHUMACHER, “The Philippine–American War and the Birth of US Colonialism in Asia”. En A. S. THOMPSON y C. G. FRENTZOS (eds.), The Routledge Handbook of American Military and Diplomatic History, 1865 to the Present. Nueva York, 2013, p. 48; J. M. CARTER, “‘Shaky as All Hell’: The US and Nation Building in Southern Vietnam”, ibid., p. 258.

[9] P. C. PERDUE, “Culture, History, and Imperial Chinese Strategy: Legacies of the Qing Conquests”. En H.VAN DE VEN (ed.), Warfare in Chinese History. Leiden, 2000, pp. 252–87.

[10] J. LACEY (ed.), Great Strategic Rivalries: From the Classical World to the Cold War. Nueva York, 2016.

INTRODUCCIÓN

HAY PROBLEMAS DE CALADO, Y PERSISTENTES, en cuanto a la definición de la estrategia. Históricamente, quienes tomaban las decisiones estratégicas se veían influidos por un amplio número de factores —que no dejaban de tener en cuenta—, incluido el hecho de que ellos mismos buscaban a tientas un concepto inteligible de estrategia. Carecían a fin de cuentas de un conjunto coherente de factores que les influyeran, y eso descartaba cualquier definición precisa. Lo que había era toda una serie de políticas concurrentes, domésticas e internacionales. Además, aunque las herramientas de implementación no militares, como la diplomacia o la presión económica, podían llegar a ser muy importantes, tampoco eran constantes en su carácter e impacto. Analizar cómo se influía en la estrategia y esta terminaba materializándose ayuda a explicar la dificultad de consensuar una definición aplicable que sea consistente.

Al ir a definir la estrategia a menudo se salta hasta Clausewitz, pero, en parte porque el ámbito de una discusión como esta ha de ser global o al menos aspirar a ello, tal vez no sea lo mejor escribir bajo la alargada sombra de Clausewitz. Y hoy incluso más que en el pasado, porque, sobre todo en cuanto a los desarrollos desde 1945, las aproximaciones a los asuntos militares e históricos centradas en Occidente ya no nos parecen de ayuda para una escala global[1]. Por lo demás, Clausewitz entendía que la guerra es dinámica y no deja de cambiar su naturaleza con el tiempo, y creía que su obra no debía asimilarse como una doctrina.

De hecho, las premisas teóricas de cualquier estudioso del tema, por más abstractas que sean, solo conservan su validez en contextos específicos, y tales contextos cambian, haciendo de la teoría algo más o menos relevante. Los teóricos tratan de generalizar desde los datos específicos, pero su aproximación resulta inherentemente errada a menos que su teoría sea tan resistente a las excepciones que se convierta en una «ley», lo cual no es probable en el campo de la estrategia.

Las cuestiones relativas a la definición no nacen solo porque, uno, la aproximación estándar a la guerra y su análisis centrado en Occidente sea problemático, sino también porque, dos, el término no se ha empleado durante la mayor parte de la historia (y esto último es potencialmente importante). También está la relación con otras posibles clasificaciones y tipologías de la estrategia, sobre todo en el caso de la «gran estrategia», un término favorecido por algunos comentaristas de la década de 1920 pero también aplicable a periodos anteriores[2]. El concepto de gran estrategia conduce a enfrentar la política y la planificación, en donde figuraría la gran estrategia, con la implementación, que se referiría a la estrategia a secas. Con todo, no es una diferenciación que ayude a desentrañar lo que en la práctica no deja de ser un continuo en el que hay solapamientos. Ambas categorías son más fáciles de definir separadamente que de practicarse por separado.

Además, aplicar la comprensión de la estrategia a circunstancias particulares plantea cuestiones que subrayan el problema que existe con otro concepto, por lo demás atractivo: el de la «estrategia óptima». Por si fuera poco, hay aspectos de esta tarea que no siempre casan adecuadamente con dicha optimización, por ejemplo el hecho de que sea perentoria, como puede verse en esta conversación de la satírica cinta de James Bond Casino Royal (1967): «¿Cuál es la estrategia, señor? Salir de aquí tan pronto como se pueda [la respuesta es de Bond]». En tales casos, la estrategia, la operación y la táctica van todas de la mano y se desarrollan a una velocidad de vértigo.

Wayne Lee señalaba que la mayoría de los lectores y autores piensan que conocen intuitivamente la diferencia entre la estrategia, las operaciones y las tácticas, pero que en la práctica hay muchas definiciones distintas. Para Lee, «la estrategia se refiere al despliegue de recursos y fuerzas a escala nacional y la identificación de objetivos clave (territoriales o de otro tipo) que las operaciones han de lograr posteriormente». Las operaciones se definen como «campañas»[3]. Adoptando un enfoque empleado con frecuencia, Thomas Kane y David Lonsdale describieron la estrategia como «el proceso que convierte el poder militar en un efecto político»[4].

En términos más generales, se habla a menudo de estrategia para referirse al uso del conflicto para propósitos bélicos o, más habitualmente, para una guerra en concreto. La estrategia, hasta cierto punto, se concentra en la habilidad para asegurar y sostener una medida de cohesión política, y para traducir esto en capacidad militar, y no en la búsqueda de un estilo particular de combate junto a sus implicaciones. Los ejércitos proporcionan esencialmente la fuerza para que la estrategia surta efecto, de igual modo que la diplomacia es también importante para su implementación. Hay también formas de entender la estrategia en términos de teorías y prácticas de la seguridad, hablemos o no de estrategia nacional. Al mismo tiempo, este enfoque común, con el entendimiento que le es característico, no basta para dar cuenta de una realidad más compleja que conllevaba y conlleva tanto patrones como asuntos históricos, la geografía y el discurso como respuesta al conflicto, y asuntos relativos al abastecimiento, la priorización, la planificación y los sistemas de alianza a la hora de decidir cuál es la mejor respuesta.

También está, por supuesto, el argumento cínico, que ofrece por ejemplo Dean Acheson, cuando dice que «cada cierto tiempo, toca dar una conferencia, así es que miras a lo que has estado haciendo en los últimos meses, lo escribes, y ahí la tienes, esa es tu estrategia»[5]. El comentario puede rehacerse para sostener que la estrategia es esencialmente la racionalización, en su momento o posteriormente, de una práctica basada en los hechos. Hasta cierto punto, es así como ocurre, al menos desde esa visión que a menudo nos atrapa según la cual lo intuitivo es más cierto que lo deductivo, y esto explicaría por qué la estrategia puede consistir en dicha racionalización. Dicha visión hace hincapié en la estrategia como algo eminentemente político; la racionalización sería un proceso político. Aparte, una práctica basada en hechos o «estrategia emergente» aporta posibilidades más flexibles, ante todo al enfrentarse al descubrimiento de una estrategia disruptiva de un oponente.

La aproximación que hacen Lee, Kane, Lonsdale y muchos otros desdeña cualquier alternativa al carácter distintivamente militar de la estrategia, y por lo tanto es algo que requiere abordarse explícitamente. De hecho, la función de la estrategia, si se entiende como la relación entre fines, modos y medios en la política del poder, no es necesariamente militar. Por otro lado, incluso en caso de conflicto, la priorización de objetivos y medios a nivel internacional concierne al establecimiento de una política exterior, y no solo al ámbito del ejército. Este establecimiento resulta ser un cuerpo amorfo que incluye instituciones formales y servicios de inteligencia, sobre todo ministros de exteriores y otros decisores que forman parte del gobierno. Al mismo tiempo, no está claro por qué la escala nacional debería ser siempre la principal clave al estudiar la estrategia, en vez de incluirse la consideración de los subnacional o incluso lo supranacional. Además, el impacto de cada uno de estos niveles puede comprometer la autonomía de la toma de decisiones a escala nacional.

Incluso durante los dos siglos en los que, aproximadamente, el término «estrategia» ha sido empleado en inglés, francés, alemán, italiano y otros idiomas, hay muchas diferencias, por no decir controversias, en cuanto a su definición, empleo, aplicación y valor. La voz «estrategia» se ha empleado para referirse a toda una gama de actividades humanas, como se ve en expresiones como «mérito estratégico» y «faceta estratégica»[6]. Así, en 1991, Patricia Crimmin se refería a la «relevancia estratégica del Canal de la Mancha», y, al hacerlo, atraía la atención hacia el carácter múltiple de esa relevancia «amenaza de invasión, línea de defensa, muro de la prisión, ruta de huida». En este contexto, «geografía estratégica» es otra expresión pertinente[7]. Al mismo tiempo que crecía el vocabulario sobre la estrategia, especialmente el ubicuo uso del adjetivo «estratégico», y que empezaba a expandirse extraordinariamente a finales del siglo XX, comenzaban a proliferar los usos interesados y poco precisos de esta terminología.

Los objetivos, los métodos y los resultados desempeñan todos un papel en las definiciones de la estrategia, y en la aplicación de estas definiciones, como también lo desempeñan los hábitos, las inclinaciones, las prácticas institucionales y las preferencias personales. Esto lleva a situaciones muy diversas, y es por lo tanto disculpable que quienes leen periódicos se confundan cuando encuentran en el mismo periódico artículos sobre la «gran estrategia» y la «estrategia militar», y asimismo referencias al compromiso estratégico[8]. Además, junto a los diferentes usos viene su yuxtaposición, como en un editorial de The Times del 5 de diciembre de 2018 sobre la Unión Europea: «Como institución basada en reglas con un proceso de toma de decisiones complejo, le falta capacidad para actuar estratégicamente. En cualquier caso, la acción estratégica requiere de cierta capacidad para generar compromisos. Esto puede resultar más sencillo para los gobiernos fuertes que para los débiles». En este caso, el contexto es presentado como inherente al proceso de creación de la estrategia.

Además, la estrategia puede verse, por ejemplo, como una senda, en vez de como un plan para la implementación[9]. De hecho, junto a aquellos que buscan la precisión en el análisis, hay, en la práctica, un nivel de actividad y energía que está mucho menos enfocado. Esto incluye la idea de que es posible plantear un gran impulso estratégico, más que un mero plan, pues a veces los planes no son sino la adición de una serie de posibilidades operativas, o incluso tácticas.

La mayoría de lo que hoy se dice sobre la materia no presta atención a los asuntos militares. Así, en 2016 había unas cincuenta y seis mil entradas en Amazon.com sobre estrategia en el capítulo «Negocios y dinero». De hecho, la estrategia es una palabra de moda en el mundo del Management y la economía, una que se emplea frecuentemente junto a términos como «gestionar» y «dirigir». La estrategia empresarial abarca desde qué productos vender en qué mercados a asuntos más complejos y variopintos, entre ellos la calidad y el respeto al medio ambiente.

También existen las «comunicaciones estratégicas», un término que se refiere a las operaciones informativas, la propaganda y las relaciones públicas. En 2016, el miembro del parlamento y conservador euroescéptico Steve Baker presumía de haber empleado el libro de Robert Greene Las 33 estrategias de la guerra (2006) para conseguir la victoria en el referéndum sobre la permanencia en la UE[10]. Este libro surgió como un intento de proporcionar una guía para la vida corriente «informada por […] los principios militares de la guerra». El libro, facilón y trivial, aunque también un gran éxito de ventas, explica las que llama estrategias ofensivas y defensivas. Era la continuación a otros textos de Greene, Las 48 reglas del poder (1998) y El arte de la seducción (2001).

Tenemos otro ejemplo del extendido uso de las imágenes militares, y de la estrategia en ese contexto, en la creación por parte de Facebook, en 2018, de una «sala de guerra» en sus oficinas centrales de Silicon Valley, con el objeto de combatir la desinformación política que afectaba a las elecciones norteamericanas de por entonces. Aquel diciembre, en Gran Bretaña, el director de la Fundación de la Policía se quejaba de que, a causa de la existencia de un sistema de fuerzas de policía local además de una fuerza nacional de policía, «el fraude constituye un tercio de los crímenes totales, pero no hay una estrategia nacional para encararlo»[11].

La tendencia a tratar la estrategia como si de un adjetivo se tratase, describiendo un proceso en el que se afronta un asunto peligroso, un asunto que implica consideraciones serias y una planificación difícil, es bastante ostensible, como cuando en 2015 el primer ministro David Cameron hablaba de diseñar una estrategia para desactivar el lenguaje del odio. Por su parte, Alan Downie ha empleado con provecho el concepto de «estrategia polémica»[12]. El 11 de octubre de 2018, el presidente Trump, echando igualmente mano de una terminología militar, advertía de una «ofensiva» de inmigrantes en la frontera estadounidense con México y amenazaba con enviar al ejército a «defender» la frontera[13], cosa que hizo. En realidad, no hubo ofensiva alguna ni necesidad de utilizar al ejército. La estrategia polémica se solapa con la estrategia retórica.

Unido a esto, pero también separado, está el concepto de «relatos estratégicos», tanto en términos positivos como críticos, y abarcando áreas tanto militares como civiles. En el caso de la intervención angloamericana en Afganistán e Irak en la década de 2000, se aportaron relatos para explicar las políticas en curso, entre ellos la oposición al terrorismo y la estabilización de la zona.

Sobre la estrategia, como es lógico, suelen discutir los historiadores militares en términos de quién gana la guerra. Con ello, no obstante, la operativizan y la transforman en una actividad militar. En la práctica, la estrategia, militar o civil, y, como en el caso anterior, enfocada o no a la guerra, es tanto un proceso en el que se definen intereses, se comprenden problemas y se determinan objetivos, como un producto de ese proceso. Puede resultar atractiva en términos conceptuales una cierta separación entre ambos polos, pero no es algo que se corresponda con las interacciones que se producen. Además, la prominencia de la política en el proceso ayuda a hacer que el concepto de una estrategia nacional apolítica resulte implausible, y también nos obliga a incidir en los resultados antes que en los inputs. La estrategia, no obstante, no es los detalles de los planes por los que los objetivos son implementados por medios militares. Esos son los componentes operativos de la estrategia, por emplear otro término, posterior, que emplea el adjetivo «operativo».

Hay un importante elemento de variedad en la comprensión de la estrategia, incluyendo la diferencia nacional y, aparte, el cambio a través del tiempo. Mackubin Owens, un comentarista norteamericano, apuntaba en 2014: «La estrategia ha sido diseñada para dar cobertura a los intereses nacionales y para alcanzar los objetivos de las políticas nacionales por la aplicación de la fuerza o la amenaza de la fuerza. La estrategia es dinámica, cambia con el cambio de los factores que la influencian»[14]. Este dinamismo se extiende claramente a la definición y el uso de la estrategia.

CULTURA ESTRATÉGICA

Las diferencias existentes en cuanto a la definición, la aplicación y el impacto se extienden a conceptos relacionados, sobre todo en el caso de la cultura estratégica[15]. Aunque sujeto a controversia, este último concepto proporciona un contexto desde el que abordar la estrategia y el arte de gobernar, que en ciertos aspectos son lo mismo[16]. Esto es claramente así en los casos en los que no ha habido un vocabulario relevante sobre la estrategia o la cultura y la práctica institucional. La cultura estratégica se emplea para discutir el contexto en que las tareas militares fueron, y son, «conformadas». Este concepto le debe mucho a un informe de 1977 sobre las ideas estratégicas soviéticas firmado por Jack Snyder para la corporación norteamericana RAND[17]. Escrito para una audiencia muy precisa, el concepto de cultura estratégica apelaba al influyente análisis de George Kennan en su «extenso telegrama» desde Moscú del 22 de febrero de 1946[18], y en su artículo firmado por «el señor X» en la publicación norteamericana Foreign Affairs de abril de 1947, que sacó a la luz la estrategia de la contención. El concepto proporcionaba una vía que contribuía a explicar la Unión Soviética, un sistema de gobierno y una cultura política sobre los que la propaganda no dejaba de manipular, escaseando los informes precisos, por lo demás problemáticos. Esta respuesta a la Unión Soviética prefiguró la que se daría a la China comunista.

Dejando los Estados a un lado, la noción de cultura estratégica también es muy valiosa para los líderes que no se sienten muy tentados a escribir. Esto aplica no solo a las figuras del pasado distante, sino también para muchos de sus recientes homólogos, como el presidente Franklin Delano Roosevelt, que no era muy proclive a poner las cosas por escrito, tanto por cuestiones ligadas a su personalidad como por la responsabilidad que entrañaba, como se vio cuando aprobó verbalmente una guerra submarina sin cuartel contra Japón tras su ataque a Pearl Harbor.

La idea de explicar y debatir un sistema, en su totalidad o por partes, en términos de una cultura, no solo atendía a la construcción social y cultural y la contextualización de la política del poder[19], sino también al papel de los patrones de pensamiento establecidos[20]. Además, el concepto recurría a la nación de racionalidad limitada, una expresión acuñada por Herbert Simon, un economista y teórico de la decisión norteamericano que subrayó las limitaciones de los seres humanos en cuanto a la toma racional de decisiones. La premisa de los economistas clásicos, que estaba también en línea con las creencias contemporáneas sobre las personas y el liderazgo, era que la persona persigue siempre objetivos racionales. Contrariamente a esto, a tenor de los horrores vividos en la primera mitad del siglo XX, Simon expuso la idea de que la racionalidad de las personas está limitada por lo que saben y por cómo perciben los vínculos ideológicos y los factores psicológicos[21]. Cómo sean estas limitaciones, y cómo se vean influenciadas o alteradas, son cuestiones sometidas a debate e investigación aún en nuestros días. Por más que exista un amplio disenso al respecto, la ola de la creencia incuestionable en la racionalidad de la especie humana hace tiempo que pasó. El paradigma clásico sigue siendo atractivo para algunos teóricos que pretenden crear modelos, pero ha sido en general descartado en favor de alguna versión de la idea de la racionalidad limitada.

En la actualidad, la estrategia tiene una relevancia obvia. El modelo clásico de la confección racional de la estrategia, esbozado en el siglo XIX, ha dejado de existir bajo esa forma, aunque la idea de una solución óptima trata de proporcionar una ruta distinta. Adicionalmente, como otro de los obstáculos para la racionalidad, al tiempo que métodos cada vez más sofisticados nos proveen de datos más fiables para la toma de decisiones —datos que provienen de diversas perspectivas y fuentes—, faltan habilidades para cribar, procesar y codificar datos de manera apropiada. Todas estas son ya trabas para quienes toman decisiones.

La naturaleza cambiante de los contextos opera a varios niveles. Por ejemplo, la noción de experiencias distintivas generacionales[22] es valiosa no solo en referencia al contraste entre las distintas visiones de las posibilidades y la práctica de la estrategia, sino también en términos del carácter cambiante de la cultura estratégica. Estas experiencias son susceptibles de resultar políticamente cargadas, tanto en el tiempo como en la discusión subsiguiente, como en el nexo entre la idea de nación en armas y el republicanismo en Francia desde la década de 1790[23].

Aparte, tanto en las sociedades religiosas como en las seculares se daban diferentes explicaciones sobre los sistemas providenciales de comportamiento y los resultados previsibles en cuanto al deber-ser. La implicación era que un correcto entendimiento llevaría a un resultado seguro. Esta aproximación llegaría a ser muy común en el debate que siguió a la introducción de un lenguaje formal sobre la estrategia a finales del siglo XVIII. Dicha implicación era a la vez tranquilizadora y equívoca, y contribuye a la idea actual de un «arte perdido de la estrategia», una noción que en parte se sustenta en un supuesto pasado primigenio vinculado a una teoría del declive.

El retraso en el desarrollo del término «estrategia» refleja para algunos comentaristas limitaciones conceptuales e institucionales que afectan a cómo se entendía la estrategia en épocas anteriores. Sin embargo, en su estudio sobre la estrategia anterior a que se consolidase el término en el caso de Rusia, un imperio cuyos extensos territorios desde el siglo XVII, que iban desde el Pacífico al Báltico, entrañaban una amplia gama de compromisos y oportunidades, John P. LeDonne se enfrentó a las posibles críticas de que no estuviese presentando sino una «estrategia virtual» atribuyendo a la élite política rusa una visión que nunca había tenido y en un lenguaje que nunca habría usado[24]. LeDonne añadió una definición útil de lo que llamó «gran estrategia»: «Una visión militar, geopolítica, económica y cultural integrada»[25]. Se trata, en efecto, de una definición valiosa, aunque nada añade el adjetivo «gran» a «estrategia». Irónicamente, la expresión nos retrotrae al empleo de otra, «gran táctica», empleada en Francia a finales del XVIII, habitualmente para tratar de lo que hoy denominaríamos el nivel operativo.

Hacer hincapié en la relevancia de las perspectivas de la élite en el pasado es dar su lugar a los contextos históricos, y así pues rechazar cualquier marco ahistórico, no cultural y no realista del análisis de las opciones en cuanto a la estrategia. Cómo se veía una élite y se presentaba a sí misma y su identidad e intereses abarcaba (y sigue abarcando) el componente más importante de la elección estratégica[26], y, por lo tanto, de sus resultados. De hecho, las consecuencias estratégicas fueron centrales para un importante mecanismo de retroalimentación por el que las élites llegaron a reconceptualizar sus premisas, las que constituían su cultura estratégica. Este proceso es relevante para la evaluación contemporánea y posterior de las premisas estratégicas. Este énfasis en las élites se ha ampliado hasta abarcar el debate sobre cómo las naciones ven sus roles y objetivos[27]. Esta forma de presentar la cultura estratégica cubre también el carácter inherentemente político de la estrategia y las elecciones estratégicas, porque tales elecciones han sido objeto de disputa a medida que han sido planteadas y replanteadas.

INSTITUCIONES Y PENSADORES

Comparados con los procesos formales e institucionales para la discusión y planificación estratégica de las décadas más recientes, sobre todo su contexto militar como una actividad supuestamente distintiva, la estrategia anterior al siglo XIX parece, al menos en ese contexto, limitada y ad hoc en el mejor de los casos, y también se echa en falta tanto una estructura como una doctrina bien desarrolladas que den cuenta del proceso empírico del aprendizaje y la generación de ideas. Así, durante la guerra de Independencia norteamericana (1775-1783), la estrategia británica en Norteamérica la crearon esencialmente los comandantes sobre el campo de batalla antes que el Gabinete o el Secretario de Estado para América, Lord George Germain. Esto fue así incluso aunque la estrategia perteneciese a su ámbito de responsabilidad y aunque él mismo fuera un antiguo general, y pese a haber tenido experiencia en la guerra de contrainsurgencia.

Esta situación, sin embargo, no quiere decir que la estrategia fuera inadecuada para sus propósitos. Además, en el caso de la Europa cristiana (por entonces, «Occidente»), según ha expuesto Peter Wilson, un especialista en las fuerzas alemanas, fue en la guerra de los Treinta Años (1618-1648) cuando surgieron Estados Mayores diseñados para asistir al comandante en jefe y mantener las comunicaciones con el centro político. Dichos Estados Mayores empezaron siendo asistentes personales que sufragaba el propio general[28], aunque bajo dicha forma fueron bastante limitados en tamaño y métodos. De hecho, tal y como se aplicaba entonces, el término «Estado Mayor» puede resultar muy equívoco, porque es una expresión que mira más bien al siglo XIX.

Más allá de la guerra de los Treinta Años, hay otros episodios que han atraído la atención de los estudiosos. Por ejemplo, se ha argumentado que, bajo la dirección del conde Franz Moritz Lacy, mariscal de campo, Austria, que combatía contra Prusia durante la guerra de los Siete Años (1756-1763), estableció lo que se convirtió en la práctica en un proto-Estado Mayor[29]. Tal argumento pone necesariamente los desarrollos anteriores de la guerra de los Treinta Años bajo otra luz y/o implica un proceso de desarrollo episódico. La logística, un elemento clave en la planificación de las campañas durante ambos siglos, ciertamente implicó la intervención de equipos de apoyo.

En su History of the Late War in Germany (1766), Henry Lloyd (c.1729–1783), que había servido en la Guerra de los Siete Años, afirmaba: «Hay un consenso universal de que no hay arte o ciencia más difícil que el de la guerra; con todo, gracias a una de esas contradicciones inherentes al alma humana, quienes abrazan esta profesión se toman pocas o ninguna molestia en estudiarla. Es como si pensaran que el conocimiento de unas cuantas insignificantes e inútiles nimiedades bastan para convertirse en un gran oficial. Esta opinión es tan general, que se enseña poco o nada hoy en día en cualquiera de los ejércitos existentes»[30]. La afirmación era exacta en lo concerniente a la educación formal. Con todo, Lloyd subestimó el muy importante método de aprender haciendo, especialmente por el ejemplo, la experiencia y la discusión en vivo. Lo anterior regía no solo en el entrenamiento, sino también en la esfera pública, por ejemplo, a través de panfletos y periódicos en los que se debatía lo ocurrido en algunas operaciones particulares, criticándose su idoneidad, su concepción y su ejecución.

El carácter limitadamente institucional de la educación militar y la práctica del mando, durante la mayoría de la historia, ha reducido la posibilidad de avanzar desde la cultura estratégica a la estrategia o al menos a la planificación estratégica. A la inversa, la ausencia de un mecanismo para la creación y la diseminación del saber institucional sobre la estrategia ha provocado que el cuerpo de suposiciones y normas referentes a la cultura estratégica fuese más efectivo, incluso más normativo. Este cuerpo de suposiciones y normas afectó tanto a los pensadores como a los actores estratégicos, y a su vez ellos hicieron sus suposiciones. Diferenciar la cultura estratégica de la estrategia en términos muy taxativos tampoco es que sea muy útil en la práctica, aunque el intento puede captar hasta qué punto hay puntos de contraste.

Los argumentos y roles de los pensadores estratégicos (presentados por lo general como teóricos militares), los Lloyd, Clausewitz, Jomini, Mahan, Douhet, Fuller y Liddell Hart, sirvieran o no en el ejército, atraen la atención de los intelectuales, del ejército o ajenos a este. Esto es especialmente cierto en cuanto a Clausewitz, que ayer como hoy es traído a colación por algunos para intentar explicar y caracterizar el éxito militar prusiano, y luego el alemán, del mismo modo que sus escritos proporcionan un punto de referencia para la efectividad de los Estados pasados y la de otros pensadores y, por añadidura, para captar las características esenciales de la guerra[31]. En la práctica, es posible que estos pensadores hayan resultado bastante irrelevantes, o relevantes solo y en la medida en que captaron e hicieron hincapié en las fórmulas universalmente aceptadas y en las ortodoxias que se han forjado, sirviendo en cierto sentido para validarlas.

Es instructivo señalar que, en el caso de China, con mucho el Estado que previamente al siglo XIX tiene un tratamiento literario sobre la guerra más desarrollado, hay escasas evidencias del uso de textos como guía. De hecho, el emperador Kangxi (que reinó entre 1662 y 1722), un gobernante mucho más exitoso como líder militar que su contemporáneo, Luis XIV, no digamos Napoleón, declaró abiertamente que los clásicos militares, como la obra de Sun Tzu, carecían de valor; y son raras las referencias a estos clásicos en los documentos militares chinos[32]. El emperador se enfrentó a una serie de desafíos militares, foráneos y domésticos, y fue capaz de superarlos todos. La práctica estratégica venía de antiguo en el caso chino[33]. La marginalidad de los pensadores explícitamente militares fue también el caso en otros Estados, incluida la Prusia de Clausewitz.

En sentido contrario, estos pensadores pueden en parte ser provechosamente presentados como una muestra de la retórica del poder, un aspecto del poder que fue tan significativo para sus contemporáneos como el análisis, o más incluso. Como resultado de esta formulación de la estrategia, las actitudes, los políticos y las políticas domésticas pueden resultar muy significativos tanto para la comprensión de los intereses como para la formulación y ejecución de la estrategia, tanto como sus homólogos militares, o incluso más. Así, en la «guerra contra el terror» de la década de 2000 y 2010, las medidas que se tomaron para tratar de asegurar el apoyo del grueso de la población musulmana en los países amenazados por el terrorismo, como Gran Bretaña, fueron tan pertinentes como el uso de la fuerza contra los nuevos terroristas o los sospechosos de serlo. La disuasión tiene un papel en ambos casos.

Al otro lado, un manual del ISIS, aparentemente escrito en 2014, que establecía planes para un Estado centralizado y autosuficiente, mencionaba el establecimiento de un ejército, pero también de escuelas militares que creasen tanto futuras generaciones de combatientes como la planificación de sistemas de salud, educación, industria, propaganda y gestión de recursos. Esta aproximación amplia era otra iteración de las estrategias revolucionarias esbozadas en el siglo XX, señaladamente en la «luchas por la liberación nacional».

Uno de los aspectos clave de la historia de la estrategia es que es la actividad, ni la palabra ni el texto, la que constituye la base para el examen y el análisis; y recalcar la importancia de la actividad hace que sea más fácil establecer comparaciones a lo largo del tiempo, el espacio y las culturas. Tratar la existencia de la estrategia como algo altamente problemático para un periodo en que el término se ausenta confunde la ausencia de una escuela de pensamiento estratégico articulada con la falta de conciencia estratégica. También está la cuestión de tratar de dar una forma falsamente coherente a lo que suelen ser discusiones dispersas, planificaciones limitadas y aisladas y a las evidencias parciales que frecuentemente se encuentran. Este problema subraya las dificultades adicionales que se enfrentan al tratar de comparar la situación en un Estado en cierto periodo con la de otro Estado en el mismo periodo o en uno distinto. Esta es una tarea para la que los historiadores carecen siempre del entusiasmo que sí poseen los científicos sociales, y una tarea que, además, trae a colación los problemas que arrastra la búsqueda de lo que puede denominarse «una teoría unificada de la estrategia». Un elemento clave para pedir precaución a la hora de buscar una definición estrecha es la falta de cualquier tipo de exposición transparente de la estrategia y las políticas, una falta que refleja la ausencia de un cuerpo institucional específicamente destinado a la planificación estratégica y su ejecución, y también la repetida tendencia, en la política, el gobierno y los debates políticos, a ver la estrategia y política como instancias independientes, cuando casi siempre conforman una única cosa entrelazada.

EL TRASFONDO CRONOLÓGICO

Pese a que los términos relativos a la estrategia no hayan sido usados durante la mayor parte de la historia, los conceptos relativos al pensamiento estratégico han sido empleados desde que los seres humanos se enzarzaran en conflictos organizados. Por su parte, el «cuerpo institucional» de la planificación estratégica y su ejecución lo componía el gobernante junto a sus generales, los que implementaban las órdenes del gobernante. Esta situación era más palmaria cuando se trataba de un conflicto organizado a gran escala.

Los primeros Estados de los que se ha hablado en tanto poseedores de una estrategia fueron los de la Grecia clásica. El debate sobre la estrategia en el periodo clásico tiene solera. Comenzó con Tucídides escribiendo sobre la estrategia en la guerra del Peloponeso entre Atenas y Esparta (431-404 a. C.) en la que él mismo participó, y llegó hasta la obra de Hans Delbrück de 1890 Die Strategie des Perikles, erläutert durch die Strategie Friedrichs des Grossen (La estrategia de Pericles clarificada a través de la estrategia de Federico el Grande). Tucídides inauguró un acercamiento a la estrategia que llegó a ser dominante en el mundo moderno.

Con todo, una aproximación más amplia y mucho más antigua puede hallarse en la Ilíada de Homero, con su fascinante relato del papel central desempeñado por el honor y la venganza en las causas y el curso de la guerra de Troya. Además, su narración enlazaba el mundo de los hombres con el de los dioses de un modo que tenía sentido para los griegos: ambos eran vistos como mundos en guerra.

Hay trabajos modernos que han incidido mucho en lo ocurrido en este periodo. El libro de Paul Rahe, The Grand Strategy of Classical Sparta: The Persian Challenge (2015) relata la actividad militar del siglo V a. C. en lo que Rahe denomina una estrategia de vida, sobre todo en cuanto a las costumbres y las leyes que constituían el trasfondo de la política tanto doméstica como foránea. La presencia de tropas en suelo patrio para ocuparse de cualquier revuelta que iniciasen los ilotas o los esclavos era vista como un elemento clave. Victor Davis Hanson ha dirigido su atención a Atenas[34]. Las nociones de honor y estatus, y por lo tanto de venganza, fueron significativas en la rivalidad entre los dos poderes enfrentados en la guerra del Peloponeso[35].

Afirmar que puesto que no había un término para la estrategia en Roma no había pensamiento estratégico es un despropósito, pues es ignorar la necesidad manifiesta de priorizar posibilidades y amenazas y, en respuesta, de asignar recursos y de decidir cómo usarlos que tuvo el imperio[36]. Fue una necesidad a todos los niveles y en multitud de enclaves, aunque mucho más evidente en vastos imperios como el romano. Las tres guerras Púnicas anteriores entre Cartago y la Roma republicana (264-241, 218-201 y 149-146 a. C.) han sido abordadas con provecho en términos de la perspectiva moderna sobre la estrategia, siendo la última vista como dependiente de la planificación a largo plazo y de una buena percepción de las relaciones geográficas[37]. La localización de las fortificaciones es otro de los aspectos tratados de esta última contienda, y no solo por parte de los romanos[38]. Alfred Thayer Mahan (1840–1914), el teórico americano del mando en el mar, recibió la influencia del historiador alemán Theodor Mommsen (1817-1903), quien en su Historia de Roma (tres volúmenes, 1854-1856) presentó el poder naval romano como uno de los aspectos estratégicos cruciales en la derrota cartaginesa en la segunda guerra Púnica, una aportación valiosa al análisis operativo de la campaña de concentración de tropas de Aníbal en Italia. Mommsen también trató a Julio César como el epítome del hombre de Estado y el estratega. Uno de los elementos significativos de la obra Mediterranean Anarchy, Interstate War, and the Rise of Rome (2006) de Arthur Eckstein fue una teoría moderna de las relaciones internacionales. Eckstein explicó el éxito de Roma en la multipolar anarquía del Mediterráneo en parte en función de su habilidad para entender y gestionar la red resultante de relaciones[39]. Así pues, la estrategia entrañaba capacidad para establecer prioridades.

En sentido opuesto, junto a la presentación de la estrategia romana en términos de los modernos conceptos de defensa se ha hecho hincapié, como en el caso de Grecia, en otros factores como el honor y la venganza[40]