Breve historia de la mitología en la Hispania Prerromana - Lucía Avial Chicharro - E-Book

Breve historia de la mitología en la Hispania Prerromana E-Book

Lucía Avial Chicharro

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Beschreibung

Breve historia de la mitología en la Hispania Prerromana se centra en realizar un estudio contextualizado de la mitología de los diversos pueblos que habitaron la Península Ibérica antes de la llegada de los romanos. Para ello, se utilizan diversos materiales que permiten la comprensión del lector, entre los que se encuentran imágenes, epígrafes, relieves y textos, especialmente de autores latinos, lo que permite presentar de manera amplia y didáctica la mitología de los pueblos prerromanos. De esta forma, todo aquel lector interesado en conocer los aspectos religiosos y cultuales de los pueblos prerromanos en la Península Ibérica podrá acercarse a nuestra obra, encontrando en ella diversos epígrafes con los principales mitos, así como otros apartados relacionados con el mundo divino y heroico. Actualmente, en el mercado editorial, no existen numerosas obras dedicadas a este tema, sino que son escasas y centradas en la divulgación científica. Por ello, el presente libro tratará de acercar el tema de la mitología al gran público, permitiéndole conocer tanto los principales relatos de estos pueblos, así como sus divinidades, héroes y aspectos vinculados con la vida y la muerte.

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BREVE HISTORIA DE LA MITOLOGÍA EN LAHISPANIA PRERROMANA

BREVE HISTORIA DE LA MITOLOGÍA EN LAHISPANIA PRERROMANA

Lucía Avial Chicharro

Colección:Breve Historia

www.brevehistoria.com

Título:Breve historia de la mitología en la Hispania prerromana

Autor:© Lucía Avial Chicharro

Copyright de la presente edición:© 2023 Ediciones Nowtilus, S. L.

Camino de los Vinateros 40, local 90, 28030 Madrid

www.nowtilus.com

Elaboración de textos:Santos Rodríguez

Diseño y realización de cubierta: ExGaudia, Asociación Cultural

Imagen de portada: Ánfora representando a Heracles arrodillado ante Cerbero, el perro de dos cabezas de Hades, el dios del inframundo. Autor: pintor Andokides.

Ubicación: Museo del Louvre (Departamento de Antigüedades Griegas, Etruscas y Romanas)

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjasea CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com;91 702 19 70 / 93 272 04 47).

ISBN edición digital:978-84-1305-382-0

Fecha de edición:septiembre 2023

Para Carla y Nacho, los dos grandes amores de mi vida.

 Y a mis padres, siempre.

Índice
1. Introducción
2. Breve historia de los pueblos prerromanos de la península ibérica
Tarteso
Las sociedades íberas
Celtíberos
Los pueblos del interior peninsular
Los pueblos del Noroeste: galaicos, astures, cántabros…
3. La religión de los pueblos prerromanos de la península ibérica I. Tarteso
La religión en el territorio de Tarteso
4. Mitos de Tarteso
El mito de Gárgoris y Habis
La historia de Argantonio
Nórax y la fundación de Cerdeña
5. La religión de los pueblos prerromanos de la península ibérica I. Los íberos.
La religión de los íberos
6. Mitos de los íberos
Los relieves de Pozo Moro
Otros mitos a través de la iconografía
Las damas
El culto al Héros Ktístes
El bestiario ibérico
La flora en el mundo íbero
7. La religión de los pueblos prerromanos de la península ibérica II. Celtíberos, vacceos, vetones y los pueblos del noroeste
La religión de los celtíberos
Los vacceos y los vetones
Los Pueblos del Noroeste
8. Mitos de los celtíberos y de la céltica hispana
El bestiario y la flora celtibérica
El bestiario vacceo
Los verracos vetones
La Monomachia
Las diademas de Moñes y el Mundo del Más Allá
9. Mitos de los pueblos colonizadores relacionados con la península ibérica
La colonización fenicia
La colonización griega
Heracles en Iberia: El mito de Gerión y el Jardín de las Hespérides
El Mito de las yeguas lusitanas
El paso del «Río del Olvido»
La calvicie de la luna
La cierva de Sertorio
Epílogo
Glosario
Bibliografía

1

Introducción

Hablar de los mitos y de la religión de los pueblos prerromanos en el territorio de la península ibérica es un trabajo muy difícil, debido a la falta de fuentes literarias, ya que no hay ninguna autóctona, sino que se debe recurrir a los autores grecolatinos, y a las propias características de dichas sociedades. Esta situación hace que no se puedan conocer con exactitud los mitos y leyendas propias de tartesios, íberos o celtíberos, entre otros, y se deban utilizar otras fuentes de información, como la iconografía, para tratar de acercarnos al panorama religioso de dichos pueblos. Por ello, este libro no va a ser como otros tantos de mitología, donde se pueden narrar claramente las diversas leyendas de una determinada cultura, sino que vamos a utilizar otro tipo de fuentes (principalmente, a través de la Arqueología) para intentar conocer algunos aspectos de este tema en el mundo prerromano de la península ibérica.

Así pues, a la hora de llevar a cabo el estudio de las diferentes cuestiones relativas a estos pueblos, resulta fundamental el uso de las fuentes literarias grecolatinas, intentando discernir y diferenciar qué información de la nos proporcionaron estos autores es correcta y cuál puede estar deformada por su óptica cultural. Entre los autores grecolatinos, uno de los más interesantes es Estrabón, ya que su Geografía proporciona una descripción muy completa de la península ibérica, pese a que nunca la visitó en persona; sin embargo, no es el único, como veremos a lo largo de las siguientes páginas, pudiendo citar a Apiano entre otros.

Así pues, la falta de información literaria (especialmente de fuentes de primera mano), ha hecho que se tenga que recurrir al análisis y estudio de otros medios para conocer mucho mejor tanto los mitos como la religión de los pueblos prerromanos; entre ellos, destaca el uso de la iconografía, cuyo principal soporte era la cerámica, o la estatuaria, entre otros.

La mitología es, por definición, el conjunto de mitos compartido por un determinado pueblo o cultura, es decir, todas las narraciones maravillosas, situadas fuera del tiempo histórico y protagonizadas por personajes divinos o heroicos. A través del uso de la mitología, especialmente por medio de la tradición oral o por su fijación en la escritura, el hombre puede conservar su memoria histórica, que le ha servido para expresar su identidad singular. Ello hizo que los mitos se situasen en espacios marginales, como los bosques o montes, o entre pueblos y países lejanos, que siempre adquirían un carácter legendario. De esta forma, el espacio del mito quedaba convertido en un espacio simbólico. El mito cumplía también un papel de transmisor de un modelo ideal, el cual tuvo su reflejo en el mundo cotidiano; igualmente, transmitían hechos, situaciones, tradiciones o rituales propios de una comunidad. En muchas ocasiones, el hecho mítico pasaba a convertirse en un acontecimiento histórico.

Se debe tener en cuenta que el lenguaje del mito es diferente, puesto que se adecua para expresar las diferentes realidades que vive el hombre y están fuera de lo común, como era la muerte. Para ello, se usaba un lenguaje rico en matices, que permitía expresar mucho mejor estos asuntos. De esta forma, era necesario el lenguaje iconográfico, es decir, el conjunto de signos y relaciones utilizados, de forma constante, con el mismo significado. En este caso, la repetición de motivos, de asociaciones y de relaciones entre los diversos temas, configuró una serie de claves entendidas por una determinada comunidad y cuya divulgación favoreció la comprensión de los actos representados.

Por último, debemos señalar en esta corta introducción que la llegada de los romanos a la península ibérica, trajo muchos cambios a este territorio y, entre ellos, se encuentran los producidos dentro de las manifestaciones religiosas. De esta forma, para conocer mejor aún la religión y los mitos de los pueblos prerromanos se debe tener en cuenta que muchas de las fuentes a las que se puede recurrir son textos escritos por autores grecolatinos.

Como habrá visto ya el lector en el índice, la religión tiene un papel muy importante en de nuestro libro; debido a la escasez de mitos propios conservados, el análisis de las creencias religiosas supone una de las claves para acercarnos a ellos.

2

Breve historia de los pueblos prerromanos de la península ibérica

El principal propósito de estas páginas no es el de ofrecer al lector un exhaustivo recorrido a través de la historia de los pueblos prerromanos que ocuparon el territorio de la península ibérica; sin embargo, consideramos que es muy importante poder ofrecer una breve aproximación a la misma, ya que ayudará a entender mucho mejor tanto la religión como la mitología. Por ello, hemos decidido dedicar el primer capítulo a explicar, de manera muy breve, la historia de estas culturas, con la idea de que el lector pueda situarlos en su contexto histórico y territorial.

El criterio que se ha usado tradicionalmente para clasificar las culturas prerromanas de la península ha sido siempre el de tipo lingüístico; en base a este, se diferenciaron cinco grandes grupos, los tartesios y turdetanos (en la zona suroeste), los íberos (que, principalmente, ocupaban el Levante peninsular), las sociedades de influencia celta (situados en la mayor parte de la zona interior, así como en áreas del norte y del oeste), los llamados «protoceltas» (especialmente al este y al noroeste) y los aquitanos o protovascos (en la zona oeste de los Pirineos y al este de la cordillera cantábrica). Sin embargo, esta clasificación, de carácter genérico, debe ser matizada ya que no refleja la compleja situación que realmente existía en estos territorios, puesto que cada uno de estos grupos se subdividía en otros tantos, muchos de los cuales recibían influencias culturales distintas. Por ello, se debe considerar la Arqueología como la mejor fuente de estudios de estas sociedades, especialmente a lo largo del milenio; a través de ella, pudieron establecerse otro tipo de divisiones, como veremos más adelante.

De esta forma, a través de la Arqueología, se ha aceptado que se produjo una importante migración de gentes de origen europeo en un momento previo al contacto con los pueblos del Mediterráneo oriental, que dio lugar a la conocida como cultura de los Campos de Urnas. Esta migración debió realizarse a través de los Pirineos e hizo que estas gentes se asentasen, especialmente en las tierras de la meseta central, ya que presentan una mayor influencia indoeuropea; en cambio, en el caso del litoral mediterráneo, se aprecia una clara influencia no indoeuropea. A partir del primer milenio a. C., el principal factor de la evolución de los pueblos de la península ibérica fue el grado de contacto que tuvieron con los otros pueblos del Mediterráneo, especialmente con los colonizadores griegos y fenicios. De hecho, las sociedades tartesias e ibéricas comerciaron de manera activa con ellos, lo que facilitó que absorbiesen diferentes influencias culturales como el alfabeto, por ejemplo. Así pues, en base a los datos arqueológicos, dentro de estas sociedades, conoceremos principalmente a Tarteso, a los íberos y a los celtíberos, además de hacer un pequeño hueco a aquellos pueblos situados en el interior peninsular, como los vacceos o vetones, y a las sociedades del noroeste.

Así pues, antes de la llegada de Roma a la península ibérica (hecho que marcó profundamente el desarrollo histórico de este territorio), existió un variado mosaico de pueblos, que compartían rasgos culturales, aunque también tenían otros propios, que permitían diferenciarlos entre sí. Los griegos denominaron como íberos a aquellos que vivían en la cuenca del río Íber (nuestro actual Ebro), aunque el uso de este gentilicio quedó ampliado a todos los que habitaban la costa oriental y sureste de la península. En realidad, la cultura íbera debe considerarse como un conjunto de diversas sociedades, muy similares entre sí, que contaban con un elemento unificador principal, la lengua, aunque esta también presentaba variantes (ya que había una septentrional y una meridional). En contraposición a los íberos, se encontraban aquellos pueblos de influencia celta, que ocupaban gran parte del territorio peninsular. Estas gentes provenían o, al menos, se relacionaban directamente con la cultura de los Campos de Urnas, extendida desde el río Danubio hasta el este de la península ibérica.

Mapa de la península ibérica, con los pueblos prerromanos, donde se puede ver una clasificación realizada a partir de criterios lingüísticos y en la que aparecen las culturas citadas a lo largo de este texto. Fuente: https://historia.nationalgeographic.com.es/a/pueblos-autoctonos-peninsula-iberica-antes-llegada-romanos

Así pues, a lo largo de estas páginas, nos centraremos principalmente en Tarteso, las sociedades íberas y las celtíberas, intentando conocer mejor su historia, su cultura, su religión y, por supuesto, su mitología. También se reservará un pequeño espacio para conocer a pueblos como los vacceos o los vetones, así como a las sociedades del noroeste, intentando transmitir toda la información que se tiene sobre los mismos, aunque su mitología sea incluso más desconocida que en el caso de los anteriores.

TARTESO

Una de las primeras sociedades a las que nos acercaremos es la tartesia, una cultura que, incluso a día de hoy, supone un gran misterio aún por resolver para arqueólogos e historiadores, ya que incluso se sigue debatiendo su existencia, puesto que hay quien considera que es la denominación utilizada para el término Orientalizante en el sur peninsular. Su nombre siempre se ha visto asociado a una imagen de riqueza, felicidad y longevidad, que se recogió incluso en los textos clásicos. Las dudas acerca de la historia de Tarteso surgieron incluso en la propia Antigüedad, ya que las fuentes conservadas no han ofrecido una información clara al respecto, planteando que se podía tratar de una ciudad, pero también de una región, un río o un golfo:

Parece ser que en tiempos anteriores llamóse al Betis Tartessos, y a Gades y sus islas vecinas Eriteia.

Estrabón, Geografía, Libro III, 2, 11.

Y como el río tiene dos desembocaduras, dícese también que la ciudad de Tartessos, homónima del río, estuvo edificada antiguamente en la tierra colocada entre ambas, siendo llamada esta región Tartéside, que ahora habitan los túrdulos.

Estrabón, Geografía, Libro III, 5, 4.

Tartessos, ciudad ilustre, que trae el estaño arrastrado por el río desde la Céltica, así como oro y cobre en abundancia.

Escimno de Quíos, 164-166.

El Tartessos, dicen, es un río del país de los Íberos que da al mar por dos bocas, y hay una ciudad del mismo nombre en medio de las bocas de él. Es el río mayor de Iberia y como recibe la marea, los de después le han llamado Betis.

Pausanias, Descripción de Grecia, VI, 19, 3.

Aquí se extienden en su amplitud las costas del golfo tartesio […]. Aquí está la ciudad de Gadir. Fue llamada antes Tartessos, ciudad grande y opulenta en tiempos antiguos […]. El río Tartessos, deslizándose por campos abiertos desde el lago Ligustino, ciñe la isla por ambos lados con su corriente.

Avieno, Ora Marítima, 265-295.

Asimismo, también surgió una tesis que planteaba la asimilación entre los términos Tarsis y Tarteso, a partir de la mención del primero en la Biblia; sin embargo, esta interpretación no ha estado exenta de polémica ya que Tarsis ha sido considerado como un topónimo, un antropónimo o la denominación de un tipo de navío o de una piedra preciosa.

[…] No había nada de plata, no se hacía caso alguno de esta en tiempos de Salomón, porque el rey tenía en el mar naves de Tarsis con las de Hiram, y cada tres años llegaban las naves de Tarsis, trayendo oro, plata, marfil, monos y pavos […].

Libro I de los Reyes, 10. 21-22.

[…] Los de Tarsis traficaban contigo en gran abundancia de productos de toda suerte: en plata, hierro, estaño y plomo te pagaban tus mercancías.

Ezequiel, 27.12.

La mayor parte de las referencias bíblicas hablan de empresas comerciales, citándose tanto las naves como los comerciantes de Tarsis, como se ha visto. Sin embargo, la ubicación de Tarsis se ha visto discutida, planteándose, además del extremo occidental del Mediterráneo, el sur de Anatolia, el mar Rojo, la península arábiga o el norte de África. Por ello, la tesis que vinculaba a Tarsis con Tarteso se abandonó a mediados del siglo XX, ubicándose el topónimo bíblico en el mar Rojo. Aun así, el debate historiográfico ha llegado a la actualidad ya que el registro arqueológico ha situado la presencia fenicia en Cádiz y Huelva en el siglo IX a. C., una cronología contemporánea a la fecha del relato bíblico. De esta forma, existen dos líneas diferentes de investigación, en las que se mezclan las distintas localizaciones geográficas de Tarsis y su vinculación con Tarteso.

Así pues, se puede observar que la investigación actual se encuentra en una situación de falta de datos bien elaborados, lo que dificulta bastante el conocer con precisión el contexto social, económico y político de los tartesios. Con los datos que se tienen, se han planteado dos teorías principales: una de ellas, considera que Tarteso pudo ser consecuencia de la colonización fenicia en el sudoeste peninsular y la otra, opina que fue la evolución de la sociedad indígena de la zona, muy influenciada por las modas y las costumbres orientales traídas por los pueblos colonizadores. Lo que sí parece claro es que la cultura tartesia estuvo limitada, principalmente, a la zona sudoeste de la península ibérica, en torno al antiguo lago Ligustino (una ensenada marítima situada en el último tramo del río Guadalquivir), en una zona que ocupa el sur de la actual provincia de Sevilla y parte de la de Huelva y Cádiz.

La mejor forma de seguir el rastro arqueológico de Tarteso es estudiando las sociedades que vivieron en el área territorial mencionada a finales de la Edad del Bronce, periodo en el que se han fechado una serie de pequeños asentamientos, con viviendas de plantas ovaladas o circulares, realizadas en tapial y con cobertura vegetal en la techumbre. En cuanto a la economía de estas gentes, se basaba , sobre todo, en la ganadería; la falta de trabajos especializados en la sociedad dificultó la diferenciación de los espacios domésticos y urbanos, además de hacer que las redes sociales se basasen en parentescos familiares o de clanes. A finales del Bronce, este territorio comenzó a sufrir cambios, provocados por un posible crecimiento económico y demográfico, un crecimiento que favoreció la paulatina estratificación de la sociedad. Dentro de esta nueva estructura social, quedaron englobadas las estelas decoradas del sudoeste, localizadas principalmente en la zona identificada como de influencia tartesia. Aunque en el siguiente capítulo se tratará más ampliamente el tema de las estelas, se puede adelantar ahora que la función de estas piezas aún no está clara, puesto que la gran mayoría aparecieron sin contexto arqueológico concreto. Pese a las diversas interpretaciones que se le dan (objetos funerarios, marcadores de territorio…), las estelas proporcionaban una interesante información, ya que mostraban la existencia de una sociedad guerrera, seguramente de carácter aristocrático, que fue jerarquizándose cada vez más.

En cuanto al conocimiento de la metalurgia, se ha planteado que debió existir, aunque no de manera especializada; el hecho de que los fenicios llegasen hasta territorios alejados buscando materias primas, que incluían los metales, y la fama de riqueza de estas tierras, ha llevado a pensar que hubo un cierto conocimiento acerca del trabajo de los metales por parte de las sociedades locales. Sin embargo, esta industria tuvo que esperar hasta la llegada de los fenicios y sus técnicas de trabajo, las cuales facilitaron aún más su desarrollo.

Este era el panorama que se encontraron los fenicios a su llegada a las costas del sudoeste peninsular, donde acudieron con la intención de comerciar y de crear algunos asentamientos permanentes, con fines mercantiles. El comercio que desarrollaron se basaba principalmente en las relaciones personales y en los acuerdos que se llevaron a cabo entre las gentes fenicias y las élites autóctonas; este tipo de intercambios se han utilizado como indicativos para afirmar que la sociedad del Bronce Final y la de transición al Hierro I se encontraba jerarquizada, aunque fuese de manera incipiente.

Así pues, parece que Tarteso fue una sociedad autóctona de la península ibérica, un sujeto de transformaciones y evoluciones, que se vio influenciada por la llegada de los primeros fenicios en el siglo VIII a. C. Pero para poder entender mejor las transformaciones económicas y sociales de esta zona, se tienen que conocer las aportaciones culturales orientales, consistentes en una serie de modas y de costumbres, que fueron vistas por las sociedades locales como un rango de estatus. La sociedad fue transformándose a la vez que lo hacían sus élites, que comenzaron a relacionarse con los fenicios y se convirtieron en los consumidores de sus mercancías de lujo. También se produjo un cambio en el modelo económico, que se basaba en la producción ganadera, y a la que pronto se sumó el aporte de la agricultura y una mayor explotación de los yacimientos metalíferos, en manos de las élites tartesias. A partir de este siglo, se abrió un nuevo periodo, conocido como el Orientalizante.

Se apreció también un aumento de la demanda de artículos fenicios por parte de las élites locales, un hecho que favoreció el comercio. Los objetos de lujo ayudaron a que las aristocracias tartesias se convirtiesen en una clase social destacada, que usaba objetos como cajas de marfil, complejas formas cerámicas o joyas de orfebrería como una manera de diferenciarse de aquellos que no pertenecían a su misma clase. El uso del lujo, sumado a la capacidad de disponer de la mano de obra necesaria para los trabajos en las explotaciones mineras, hizo que la aristocracia tartesia se encontrase en constante transformación. Sumado a esto, la mayor demanda de materias primas por parte de los fenicios y el hecho de que las élites locales quisiesen disfrutar de las manufacturas orientales, aumentó la especialización del trabajo y la estratificación de la sociedad.

Gracias a la investigación arqueológica se ha podido comprobar precisamente la existencia de la estratificación social, reflejada en los enterramientos, que experimentaron una serie de transformaciones para mostrar los nuevos cambios sociales. Se ha podido apreciar un incremento en el número de tumbas de carácter principesco, fuertemente influenciadas por las modas funerarias orientales, así como una mayor diversidad de estructuras, que iban desde las más simples (cremaciones colectivas en hoyos o los túmulos) hasta las más monumentales (las tumbas de cámara). Los rituales también sufrieron cambios, ya que comenzó a preferirse la cremación frente a la inhumación y los ajuares aumentaron su tamaño, con el objetivo de acompañar mejor al difunto en el Más Allá.

Pero el cambio más importante fue el de la aparición de la escritura tartésica, un sistema de comunicación nuevo hasta la fecha en la península ibérica. Sin duda alguna, el alfabeto fenicio fue vital para la creación y la difusión de la escritura en Tarteso, que ha sido catalogada como un sistema paleohispánico y como semisilabario. El ámbito de propagación de este sistema quedó circunscrito a la zona del valle del Guadalquivir y a otras áreas próximas, como el sur de Extremadura o de Portugal. Su aparición influyó en otros idiomas, como es el caso del ibérico sudoriental.

Fragmentos de cerámica con signos o caracteres incisos geométricos en lengua fenicia, fechados en los siglos VIII-VII a. C. El alfabeto fenicio ayudó a que surgiese el sistema de escritura en Tarteso, que se acabó convirtiendo en una de las principales influencias para la aparición de otros idiomas. Museo de Huelva. Fotografía cortesía de Ignacio Carracedo Justo.

Todo el esplendor económico y social vivido entre los siglos VIII y VII a. C. tuvo su final en la segunda mitad del siglo VI a. C., cuando se comprueba que los esquemas sociales y económicos existentes se quebraron. A través del registro arqueológico, se ha visto cómo la población fue concentrándose en núcleos urbanos cada vez más grandes y centralizados, mientras que otros asentamientos de carácter secundario, asociados en su mayoría a las tareas metalúrgicas, se abandonaron. Los santuarios fenicios, lugares de encuentro con la población local, sufrieron una serie de ataques y de abandonos. La situación de inestabilidad creada hizo que los fenicios se defendiesen y, con ello, disminuyesen las interacciones culturales mantenidas con las sociedades tartesias. Asimismo, también se vivió una profunda crisis entre las élites indígenas, puesto que perdieron la capacidad de controlar los mecanismos del poder, compitiendo activamente por los que quedaron.

Sin duda alguna, en este siglo, Tarteso sufrió una compleja crisis, que afectó principalmente a las élites sociales, y que parece provocada por la gran dependencia que tenían del sector minero y metalúrgico, además de por la presencia fenicia. Poco a poco, las sociedades tartesias comenzaron a desaparecer tal y como se conocieron previamente hasta que, a partir del siglo V a. C., no quedó de ellas más que un recuerdo mítico.

LAS SOCIEDADES ÍBERAS

A día de hoy, la investigación ya no habla del «mundo ibérico» como de una civilización única, sino que ha empezado a distinguir entre diversas zonas, como es el caso de la franja levantina peninsular, los valles del Ebro, del Segura y del Guadalquivir, con diferente evolución, pero con una lengua y una estructura social propias. En cuanto a su evolución cronológica, se ha detectado que las sociedades íberas comenzaron a emerger entre los siglos VII y VI a. C. y se prolongaron hasta el siglo I a. C.-I d. C., momento en que se produjo la conquista romana de la península ibérica. Su área de expansión abarcaba la franja costera mediterránea, extendiéndose desde Andalucía hasta prácticamente el sur de Francia. Su desarrollo estuvo marcado también por los pueblos con los que entraron en contacto, ya que los íberos de la zona sureste tuvieron una mayor influencia fenicia y tartesia, mientras que los del noreste se vincularon más con los griegos.

Entre los años 550 y 400 a. C. aproximadamente, se desarrolló el periodo Ibérico Antiguo, momento en el que comenzaron a formarse las primeras entidades políticas territoriales de esta cultura. En lo que concierne a este momento, la documentación arqueológica es bastante escasa, debido a la ocupación continua de los asentamientos durante el Ibérico Pleno que llevó a la destrucción de los niveles más antiguos, que son los que permitirían conocer mejor el momento anterior. A pesar de estas limitaciones, se ha conseguido documentar la presencia de diversas entidades político-territoriales, con carácter centralizado. De hecho, a finales del siglo V a. C., se detectó un aumento del número de asentamientos, especialmente en el sureste peninsular; este crecimiento se ha vinculado con la generalización de la metalurgia del hierro, el aumento de la producción y de la actividad agraria y un comercio cada vez más intenso. Asimismo, el registro funerario ha mostrado que la sociedad estaba formada por grupos de linajes, separados del grueso de la población. De hecho, en la segunda mitad del siglo VI a. C., se desarrolló la estratificación de la sociedad ibérica, acompañada de una ideología que legitimaba esta desigualdad de carácter hereditario. Esta situación llevó a un desarrollo urbano en el siglo IV a. C., lo que facilitó la aparición de un sector de artesanos especializados y de comerciantes enriquecidos, un sector que se convirtió en el grupo social intermedio situado entre la base de la población y las aristocracias gobernantes. De esta forma, a finales del Ibérico Antiguo, el mundo íbero se encontraba con una estructura social más compleja, con formas protourbanas y protoestatales.

Sin duda, la cada vez mayor complejidad social tuvo su reflejo en el plano religioso, sobre todo a partir del siglo IV a. C. El mejor ejemplo es la necrópolis de Pozo Moro, que conoceremos mejor a lo largo de las siguientes páginas; durante su primera fase de uso, se documentó tan sólo el enterramiento de unas pocas personas en tumbas de carácter monumental. Pero en el siglo IV a. C., un sector cada vez mayor de la población comenzó a utilizar la necrópolis, con una gran variabilidad de enterramientos. El fenómeno vivido en Pozo Moro se ha visto también en las necrópolis íberas del sureste peninsular por lo que, a partir del Ibérico Pleno, nuevos sectores sociales consiguieron tener acceso a recursos diversos, así como a áreas y rituales.

En cuanto al Ibérico Pleno, se extendió desde el año 400 hasta el 200 a. C., aproximadamente. Durante esta etapa, los asentamientos más importantes adquirieron una mayor extensión, desde las nueve hectáreas hasta las dieciocho, como era el caso de Ullastret (Gerona). Parece que estos núcleos presidieron territorios políticos de gran extensión, controlando diferentes aspectos de los mismos. No fueron los únicos; también hubo otros poblados de segunda categoría, con una superficie entre las dos y las cuatro hectáreas, y con funciones económicas, políticas y administrativas especializadas. Junto a ellas, existieron aldeas o pequeños poblados, de carácter agrícola, con una superficie comprendida entre una y media hectárea. Asimismo, en este periodo, se registró también un número más reducido de sepulturas, mientras que las necrópolis se situaban más cerca de los centros de poder. Parece que esto respondió al hecho de que existió un sistema ideológico que atribuía una naturaleza diferente a la clase dirigente, separándola del resto de la población.

A lo largo de esta etapa, se produjo la gran expansión de la escritura ibérica, lo que generó la aparición de textos largos y complejos escritos, en su mayoría, sobre láminas de plomo. En cuanto a la temática de los textos, posiblemente se trató de cuestiones económicas y administrativas; su existencia ayuda a suponer, a día de hoy, que los íberos tuvieron un sistema político y administrativo desarrollado.

Entre los siglos II y I a. C., conocidos como el Ibérico Tardío, se produjo un importante cambio entre las relaciones de los pueblos del Mediterráneo. Tras una larga etapa en la que, principalmente, habían predominado los contactos comerciales entre ellos, se abrió paso a una nueva época, marcada por la conquista e implantación de Roma, que terminó asimilando a las sociedades locales dentro de su marco territorial. De esta forma, comenzó el proceso denominado como «romanización» y que acarreó una serie de profundas transformaciones, que afectaron a todos los pueblos de la península ibérica.

En general, el mundo íbero, en todas sus etapas, fue una sociedad mayoritariamente agrícola, cuyos excedentes se dedicaron a la producción de artesanía, sobre todo cerámica (como se detecta en la mayor parte de los yacimientos arqueológicos) y al comercio con otros pueblos. La producción agrícola y artesanal cambió tras los contactos con los fenicios y los griegos, ya que comenzaron a asimilar nuevos productos y formas de producción (por ejemplo, el torno de alfarería), que permitieron la diversificación del mercado. Asimismo, estos contactos trajeron consigo la introducción del alfabeto, del mercado y de la moneda.

En cuanto a la organización política, tuvo un carácter polinuclear, ya que había diversos centros urbanos que controlaban, a su alrededor, un espacio reducido de territorio. Su estructura social era compleja y se determinaba a través del prestigio, que dependía tanto de su posición como del trabajo realizado. Había dos grupos que pertenecían a la élite, dentro de la cual se identificaba a los guerreros y a los sacerdotes. A continuación, se encontraban los artesanos y, por último, la mayor parte de la población, que se dedicaba a la producción.

CELTÍBEROS

Uno de los pueblos prerromanos mejor conocidos fue el de los celtíberos, debido al impacto histórico y cultural que tuvieron tras su contacto con Roma. El área celtibérica se ha identificado generalmente con las tierras altas de la meseta oriental y del Sistema Ibérico, así como la margen derecha del valle medio del Ebro; esta delimitación se ha marcado a través del estudio de las fuentes clásicas y de la dispersión de la epigrafía. Por eso, parece que esta fue la Celtiberia que conocieron los primeros romanos que llegaron a la península ibérica y, por tanto, la que existió entre los siglos II y I a. C. Sin embargo, estos pueblos celtíberos contaron con unas raíces mucho más profundas, ya que sus orígenes se han podido rastrear, gracias a la Arqueología, desde el siglo VI a. C. El estudio del registro funerario permitió conocer la existencia de una primera fase celtibérica en una fecha tan temprana. Por ello, se habla de unos «celtíberos antiguos», situados en la región del Alto Duero, el Alto Tajo y el Alto Jalón; la evolución de estas gentes llevó a la aparición de los celtíberos históricos de los que hablaron los romanos. En cuanto a los elementos que ayudaron a detectar a estos primeros celtíberos, se resumen en la aparición de los primeros castros (unos pequeños asentamientos situados en altura, con defensas naturales y estructuras defensivas de carácter artificial), de las necrópolis de incineración y de un conjunto de cerámicas y de objetos metálicos, desconocidos hasta la fecha.

En torno al Alto Tajo y al Alto Jalón (abarcando la zona septentrional de la provincia de Guadalajara, el sur de la de Soria y los rebordes occidentales de las de Zaragoza y Teruel), se configuró una de las principales áreas del proceso formativo del mundo celtibérico, entre los siglos VI y V a. C. Desde finales del siglo V a. C., y a lo largo de las próximas dos centurias, dicho panorama se verá modificado, con el desplazamiento del centro de gravedad desde el Alto Tajo y el Alto Jalón hacia el Alto Duero, un proceso que se ha visto relacionado con los arévacos. Durante los siglos IV y III a. C., hubo un aumento del número de asentamientos, que se ha puesto en relación con un mayor aprovechamiento agrícola del terreno. Todos estos cambios se vieron potenciados durante los siglos II y I a. C., en el periodo considerado como la fase final de la cultura celtibérica.

Pese a todos estos cambios, lo cierto es que las tierras del Alto Duero no contaron con un panorama uniforme, sino que se pueden detectar dos áreas geográficas y culturales; por un lado, estaba la zona correspondiente a la depresión central del Duero (las tierras del centro y del sur de la actual Soria), que tuvo contactos con parte del territorio segoviano y las tierras del Alto Henares y Alto Jalón y, por otro, la zona septentrional del Sistema Ibérico. Junto a estas zonas, existió la llamada Celtiberia meridional, espacio definido por un gran territorio que abarcaba desde las serranías de Albarracín y Cuenca, englobando las cuencas altas del Turia, Júcar y Cabriel, la cuenca del Guadiela, hasta llegar a las tierras de los ríos Riánsares, el Cigüela y el Záncara, alcanzando la sierra de Mira.

El breve resumen planteado ayuda a afirmar que los celtíberos fueron un grupo de gentes con una amplia cronología (ya que abarcaba casi seiscientos años), con una gran evolución histórica, convirtiéndolos en sociedades diferentes con un carácter homogéneo.

LOS PUEBLOS DEL INTERIOR PENINSULAR

Las culturas que habitaron el interior de la península ibérica fueron, principalmente, la vaccea y la vetona, ambas herederas de las sociedades establecidas aquí en el Hierro I. Su origen se ha situado en el siglo V a. C., con las culturas de Cogotas I y El Soto de Medinilla, momento en el que esta región comenzó a sufrir un fuerte proceso de despoblamiento, documentado arqueológicamente dentro de diversos sitios; pese a ello, estas gentes no desaparecieron, sino que migraron a otros lugares, dando lugar a los vacceos y a los vetones. La investigación actual se ha planteado si Cogotas y Soto de Medinilla tuvieron un proceso de ruptura radical o bien se produjo un fenómeno de sinecismo cultural pero, en cualquier caso y tras este momento, surgió la fase del Soto de Medinilla Pleno, es decir, la primera cultura del Hierro en el interior de la Meseta. Se establecieron una serie de yacimientos en la cuenca del Duero, con unas características culturales comunes, de las que se perfilaron los vacceos y vetones.

Arqueológicamente, se considera que los vetones son un estadio propio de la cultura de Cogotas II y Cogotas III, generados bajo la influencia de Soto de Medinilla. En cuanto a la propia cultura de Soto de Medinilla, en su último estadio evolutivo y ya influidos por el mundo celtibérico, generó a la cultura vaccea, que ocupó el valle del Cerrato, la Tierra de Campos y toda la región meridional del Duero, limitando al oeste con astures y al norte, con cántabros.

A lo largo del siglo IV a. C., es posible ver de nuevo una serie de movimientos de tipo poblacional, detectados con nuevas fundaciones y con el abandono de yacimientos. Dentro de este proceso, se ha visto el comienzo de la aparición de oppida, con grandes territorios en extensión, como ocurrió con Intercatia o Pintia. Este proceso pudo responder a la necesidad de mantener bajo control los recursos naturales, disputados por los diferentes asentamientos.

En cuanto al urbanismo de los vacceos, se basó principalmente en diseños de trazo regular, que aprovechaban al máximo el espacio del que disponían. Las zonas residenciales se protegieron a través de murallas, planteándose el hecho de que pudieran existir áreas de habitación extramuros. Los vetones aprovecharon para establecer sus enclaves las diferentes características defensivas naturales y las mejores zonas de captación de recursos. Escogieron lugares situados en puntos elevados y de difícil acceso, aunque bien conectados con los recursos acuíferos y las vías de comunicación, estableciendo aquí sus principales asentamientos.

LOS PUEBLOS DELNOROESTE: GALAICOS, ASTURES, CÁNTABROS…

El origen de estos pueblos, situados en los territorios del noroeste de la península, es bastante confuso y, a día de hoy, sigue suscitando intensos debates. Durante el Bronce, llegaron a estas zonas una serie de migraciones de origen celta y de la vertiente atlántica, que se asentaron y formaron distintas poblaciones, aunque con culturas y procesos evolutivos similares. A excepción de la cultura material y de los restos arqueológicos encontrados, no hay apenas menciones literarias de estos pueblos, a excepción de las luchas mantenidas contra Roma, lo que dificulta su estudio.

La Edad del Bronce trajo consigo una gran crisis dentro del noroeste peninsular, propiciada por el declive de las relaciones basadas en el consumo y, lo que es más importante, conflictos entre los diferentes pueblos. A esto, se le sumó una serie de dificultades añadidas por los enfrentamientos de tipo jerárquico entre las poblaciones, la aparición de la metalurgia del hierro y la llegada de las culturas mediterráneas; todos estos factores, acarrearon importantes cambios de tipo estructural, social, político y económico. Dichos cambios se documentaron a través de la desaparición de depósitos votivos de bronce, vinculados a los aristócratas; sin embargo, hay que señalar que no desaparecieron de golpe, sino que, poco a poco, comenzaron a caer en desuso. A inicios de la Edad del Hierro (siglos IX-VII a. C.) se documentó la presencia de una serie de pequeños depósitos votivos, entre los que se encontraban hachas votivas y algunos artefactos de hierro, que desplazaron a los objetos previos de bronce. Así pues, parece que el origen de los pueblos del noroeste fue una evolución interna de estos momentos, fruto de la aparición de la metalurgia del hierro y de los contactos que pudieron llegar a mantener con las culturas mediterráneas. Se percibe así un cambio de sistemas de población entre los siglos IX y VIII a. C., apareciendo los castros, núcleos encargados de regular el territorio.

En torno al siglo V a. C., estas culturas abandonaron muchos de los castros situados en los terrenos más inaccesibles, con el objetivo de ubicarse en otros terrenos que facilitasen la explotación de los recursos. A partir de este momento, se comenzaron a consolidar los pueblos que los romanos identificaron, a su llegada, como galaicos, astures y cántabros, muy difíciles de reconocer a nivel material debido a las semejanzas que presentaban.

En cuanto a la organización de estos pueblos, la investigación considera que pudieron asociarse en culturas heroicas (materializadas a través de elementos como joyas y torques, decoración arquitectónica y una rica iconografía), de tradición céltica. Las sociedades rurales ocuparon el interior de Galicia y las zonas montañosas de Asturias y Cantabria. Estas comunidades contaron con una economía sin grandes excedentes, lo que debió provocar que no tuviesen objetos de prestigio o de importaciones foráneas en gran número, debido a la dificultad para comerciarlas. Con la II Edad de Hierro se produjo un incremento de las fortificaciones, además de una monumentalidad de los poblados, lo que modificó el panorama arquitectónico de los núcleos de población. Asimismo, se detectó una evolución diferente para los pueblos del noroeste, apareciendo diferencias entre ellos, como los denominados «galaicos costeros» que, a través del mar, posiblemente pudieron tener contacto con los pueblos mediterráneos. Quitando estos datos, la sociedad castreña está muy mal conocida, puesto que no se sabe nada acerca de sus instituciones; la epigrafía surgida tras la llegada de los romanos, mencionaba una hipotética centuria o castellum, pero este término fue utilizado por los nuevos pobladores con fines administrativos. Sin embargo, de su uso se ha deducido que sus jefes, los responsables de esos grupos ante el poder romano, pudieron haberse correspondido con antiguas jefaturas de carácter bélico. Las fuentes literarias latinas también mencionaban algunos rasgos de estas sociedades; por ejemplo, Justino (XLIV, 3, 7) señalaba que las mujeres eran quienes se encargaban de realizar los trabajos de campo, mientras que los varones se dedicaban al robo y a la guerra. Igualmente, Estrabón (Geografía, Libro III, 4, 17) señalaba el gran valor y la ferocidad de las mujeres del norte de la península ibérica, indicando que, en caso de guerra, hubo madres que mataban a sus hijos, para evitar que fuesen hechos prisioneros.

Tras haber dado unas pequeñas pinceladas a la historia de estas culturas, vamos a pasar a conocer mucho mejor su mundo religioso y, por supuesto, su mitología.

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La religión de los pueblos prerromanos de la península ibérica I. Tarteso

A lo largo de este capítulo y de los próximos, nos adentraremos en los principales fundamentos de las religiones de los diferentes pueblos prerromanos. Sin duda alguna, la religión es uno de los pilares más importantes para conocer la mitología y su desarrollo, sobre todo cuando las fuentes literarias apenas conservan los mitos.