Bulos, chorradas e ideas perniciosas - Thomas C. Durand - E-Book

Bulos, chorradas e ideas perniciosas E-Book

Thomas C. Durand

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Beschreibung

En Contra los bulos, Thomas C. Durand examina a fondo la estructura del sinsentido para revelar los mecanismos que las hacen virales y nos muestra cómo revigorizar nuestras defensas críticas, sin dejar completamente de lado nuestras propias intuiciones. Este libro incluye numerosos ejemplos tomados de las noticias más recientes y experimentos que tú mismo puedes realizar. Sin hacer que te sientas culpable y con mucho humor, esta es una refrescante y divertida reflexión que te inmunizará de todo lo que te quieren hacer creer.

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Bulos, chorradas e ideas perniciosas

La ciencia detrás de las mentiras que nos cuentan

Thomas C. Durand

Traducción de Jordi Terré

Título original: La science des balivernes. Quoi de neuf en sciences?, originalmente publicado en francés por humenSciences en 2021

Primera edición en esta colección: febrero de 2023

LA SCIENCE DES BALIVERNES © HumenSciences / Humensis, 2021

© de la traducción, Jordi Terré, 2023

© de la presente edición: Plataforma Editorial, 2023

Plataforma Editorial

c/ Muntaner, 269, entlo. 1ª – 08021 Barcelona

Tel.: (+34) 93 494 79 99

www.plataformaeditorial.com

[email protected]

ISBN: 978-84-19271-52-5

Diseño, realización de cubierta y fotocomposición: Grafime Digital S. L.

Reservados todos los derechos. Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos. Si necesita fotocopiar o reproducir algún fragmento de esta obra, diríjase al editor o a CEDRO (www.cedro.org).

Índice

1. Los cuatro principios del buloPrincipio narrativoPrincipio de atracciónPrincipio de resilienciaPrincipio de asimetríaLos bulos están hechos para durarLa necesidad de confianza2. Breve tratado de chorradologíaEl profesor Luc Montagnier y el virus Sars-CoV-2Activistas antimascarillasEscándalo y cloroquina3. Percibimos el mundo a través de filtrosEl legado del errorAlucinación permanente¿Clips o imperdibles?El mundo invisible4. Nuestro mundo tan personal5. «Vemos» causalidades que no existen6. ¿Qué es una prueba?La prueba por el pingüino¿Irrefutable?Un mundo de anécdotasLa prueba y el peligro¿Qué prueba una prueba?7. Nuestros «sesgos cognitivos»¡Exponerse a una idea no está exento de consecuencias!Nuestra relación con el mundo es subjetivaEl mundo disponible¿Hay un agente en la sala?Anclas amarradas a nuestras neuronasNos motivamos porque nos ratificamos en nuestras propias creenciasLa regresión a la mediaUn pensamiento esquemático¿Te engañas a ti mismo?Nuestros actos nos comprometenIncertidumbre y percepción del peligro y el riesgoRecuerdos en perpetua (re)construcciónConocer los sesgos ¿equivale a inmunizarse a ellos?8. La cultura del debate de ideas¿Por qué es tan difícil el debate de ideas?Las normas de conducta para el debate críticoAlegato en favor de la cortesíaLos diez mandamientos del debate racional9. La violencia de lo «verdadero»Tener razón no te otorga todos los derechosViolentos a nuestro pesarLa creencia también puede ser violenta¿Defender el escepticismo a pesar de todo?10. Herramientas para diseccionar los bulosLa navaja de OckhamLa tetera de RussellEl dragón de SaganLa guillotina de HumeLa navaja de HanlonLa lógica bayesianaEl cursor de la verosimilitudLa tríada zetética11. ¿Cómo ser menos estúpidos?Definición delicadaSócrates no era un estúpido¡Bello y estúpido al mismo tiempo!12. ¿Cuestión de estilo?Notas bibliográficasAgradecimientos

«Por muy inteligente y educado que seas, siempre te podrán engañar».

James RANDI (1928-2020), mago, racionalista y azote de disparates

«Pero reconocerá usted que sorprende comprobar que el individuo como es debido en todos los aspectos, el que se adhiere a la mayoría de las normas de juicio, al tiempo que, por cierto, cree alejarse de ellas, el que se siente libre, el que quiere ser consistente, el que halla en sí mismo las razones de lo que hace y de lo que le sucede… Comprobar que ese individuo es indiscutiblemente el más manipulable. Que también sea ese individuo el que tiene más oportunidades de éxito en la vida profesional y social en nuestras sociedades democráticas da que pensar».

Robert-Vincent JOULE y Jean-Léon BEAUVOIS (1943-2020), Pequeño tratado de manipulación para gente bien

1.Los cuatro principios del bulo

La más costosa de todas las locuras consiste en creer de manera apasionada algo que es obviamente falso. Tal es la principal ocupación de la humanidad.

Henry Louis MENCKEN

A todos nos interesa «creer» en un máximo de cosas verdaderas y en tan pocas cosas falsas como sea posible. Incluso estamos interesados de manera personal en que todo el mundo haga lo mismo: las decisiones colectivas se basarán así en hechos consistentes, las políticas públicas serán más eficaces y la sociedad saldrá ganando. Escribí «creer» entre comillas a causa de la fuerte polisemia de la palabra; aquí la empleo en el sentido de «tener por cierto».

Por supuesto, sabemos por experiencia que a veces nos «creemos» cosas falsas, que nos equivocamos. A veces incluso nos obcecamos y de hecho sabemos reconocer —al menos en los demás— los signos de la obstinación en el error. Lo que todavía tenemos que comprender, calibrar y gestionar realmente es que tales errores no son debidos a un mero azar, que no van en cualquier dirección, sino que siguen los caminos de menor resistencia y, especialmente, esas fisuras de nuestra racionalidad que son los «sesgos cognitivos». Somos proclives a «creer» algunas cosas y a rechazar otras. Mientras que algunas teorías científicas sólidas se enfrentan a obstáculos epistemológicos, leyendas folclóricas o mitos nacionales se cuelan por el punto ciego de nuestra vigilancia.

No toda verdad es creíble, no hay una fuerza intrínseca en la idea verdadera y no existe una relación directa entre el grado de convicción que nos inspira una creencia y su veracidad. Y esto se da por múltiples razones. De entrada, lo verdadero padece la gran desventaja de no poder ser estrictamente más que lo que parece, so pena de escapar a su propia definición. Además, lo verdadero resulta a veces decepcionante, abstruso, indeseable e, incluso, brutal. Lo falso, en cambio, se arroga el derecho a utilizar todos los artificios, se adapta al oído codiciado, inflama el imaginario y halaga los prejuicios. El combate es desigual, pero nosotros buscamos lo verdadero y, ahí, reside su única ventaja. Lo verdadero, lo real, es lo que sigue existiendo aun cuando no creamos en ello: es lo que un escepticismo bien dosificado no puede negar.

Todos conocemos infinidad de ideas falsas. Este libro no trata de mentiras puras y duras, de enunciados en conflicto directo con la realidad. El mentiroso actúa con conocimiento de causa, en vista de un objetivo. Trata de disfrazar la verdad, de manipular a los demás y de obtener un beneficio al compartir una idea que sabe que es falsa. Aun cuando me refiera al pensamiento motivado que nos lleva a defender ideas a pesar de haber sido refutadas, me interesaré por los mecanismos que no son del orden de la mentira sino de las representaciones mentales inexactas de la verdad. Del mismo modo, me centraré menos en las fake news* que en las motivaciones de quienes las difunden, las comparten y las defienden. Sobre todo, el núcleo del libro se refiere al bullshit,2 que podemos traducir como «disparates»: enunciados cuya producción y difusión tienen poca relación con su veracidad, aunque mucha más con sus dimensiones sociopsicológicas. Está claro que, si somos tantos los que «creemos» en algún bulo, es porque tienen una forma y una sustancia perfectamente adaptadas para transmitirse e infectarnos.

Como ciudadanos que somos, nadie nos ha preparado para que podamos defendernos contra una forma de desinformación capaz de pillar desprevenido a nuestro funcionamiento cerebral. Seguramente conoceréis una abundante cantidad de noticias falsas que se sirven de las inclinaciones naturales de la mente para instalarse de manera muy confortable en nuestra representación del mundo:

En el Lago Ness hay un monstruo.La perturbación del clima no está causada por la actividad humana.Existen pruebas de que el alma sobrevive al cuerpo.La homeopatía funciona mejor que el placebo. Gracias a la «memoria del agua».El hombre nunca ha pisado la Luna.La astrología es una ciencia.Cuando alguien se esfuerza lo suficiente, obtiene lo que quiere.Las gemas emiten energías que son beneficiosas para la salud.La conspiración Illuminati gobierna el mundo.Para tener acceso a nuestras percepciones extrasensoriales tenemos que descalcificar nuestra glándula pineal.Las vacunas provocan autismo.La Edad Media nunca existió.Los médiums son capaces de ver el futuro.Las cámaras de gas son un puro invento.Únicamente utilizamos el 10 % de nuestro cerebro.Hay más nacimientos en las noches de luna llena.Las pirámides de Egipto fueron construidas por los atlantes.Los malos siempre son castigados.Se pueden detectar las mentiras descifrando el lenguaje no verbal de los individuos.Los agroglifos* son mensajes extraterrestres.Etc.

El bulo no se fundamenta en argumentos verdaderos ni tiene conexión con ninguno de los medios disponibles capaces de determinar la adecuación de su contenido con el mundo real. Se contenta básicamente con agradar, encolerizar o asustar, es decir, con provocar una respuesta emocional. Su existencia no presupone una pretensión de engañar por parte de quienes lo producen y lo comparten, sino que surge en un vacío epistémico, en ausencia de un enfoque crítico de la cosa creída.

No toda verdad es creíble, no hay una fuerza intrínseca en la idea verdadera y no existe una relación directa entre el grado de convicción que nos inspira una creencia y su veracidad.

El bulo tampoco es cualquier información falsa, sino aquella que la gente tiene interés en escuchar y transmitir. Responde, por tanto, a una serie de criterios que hacen que sea temible. Enumeramos a continuación una lista de las características que poseen los bulos más eficaces, aquellos que saben manipularnos particularmente bien. Estos cuatro principios ayudan a explicar el éxito de la desinformación y la dificultad para restablecer la verdad. Forman el acrónimo NARA, que podéis utilizar para perfeccionar vuestra detección de noticias falsas.

Principio narrativo

La primera cualidad del bulo es su viralidad. Es un enunciado fácil de recordar que posee rasgos llamativos e ingredientes que dan lugar a historias bonitas. Por eso pocas veces presenta matices y le gusta poner en escena a buenos y malos. Por lo general, transmite un capital simbólico, es decir, experimentamos una forma de deseabilidad social en el momento en que compartimos un bulo en sociedad.

«—He oído decir que han encontrado un caimán en el alcantarillado.

—¡Oh, vaya, no me digas!».

Con frecuencia, la calidad de las historias se basa en los sentimientos que suscitan. Los bulos son, por consiguiente, relatos que provocan emociones fuertes, a menudo negativas: violencia, cólera, asco, indignación. Gracias a estas fuertes impresiones, el disparate puede burlar nuestra vigilancia y obligarnos a reaccionar, creer y compartir.

«Una vasta red de pedofilia frecuentada por altos dignatarios tiene su cuartel general en una pizzería próxima a la Casa Blanca».

Las explicaciones científicas de ciertos fenómenos resultan áridas y desencantadas, y ponen en juego conceptos contraintuitivos. En otras palabras, no cuentan buenas historias. Por este motivo, estamos más abiertos a creer y compartir explicaciones de índole mitológica o simplemente absurdos sobre estos mismos fenómenos.3

Cuando las emociones provocadas por la historia son fuertes, la duda desaparece de nuestro vocabulario. Nuestras emociones nos comprometen y cualquier compromiso valida implícitamente el contenido de la historia. Una reacción emocional e instantánea por nuestra parte puede provocar un efecto especialmente perverso: la fuerza de la emoción experimentada nos convence de que creemos en esa historia, tras lo cual actuamos de acuerdo con esta impresión, lo que nos lleva al siguiente principio.

El bulo tampoco es cualquier información falsa, sino aquella que la gente tiene interés en escuchar y transmitir.

Principio de atracción

El bulo eficaz es aquel que, una vez difundido, es recordado. No solo despertará el interés y las ganas de creerlo, sino sobre todo las de difundirlo. Las verdades nunca tienen otra exigencia que su veracidad, su adecuación a la realidad. Los disparates, en cambio, están limitados por su atractivo. Una forma de selección darwiniana elimina los disparates carentes de poder de seducción. Por consiguiente, los más difundidos son, por definición, los más atractivos. A su capacidad de atracción se le añade el fenómeno de la prueba social: si tanta gente repite este disparate, será mucho más fácil para cada uno de nosotros creerlo. Y puesto que son tantos los que lo hacen, nos sentiremos menos responsable de la tarea de verificar su contenido. Este es el fenómeno conocido como «efecto espectador» o «efecto testigo».

Creer en la verdad no siempre resulta grato. En cambio, los disparates lo son, incluso cuando son perturbadores. Por ejemplo, la idea de que una élite oculta está fomentando una conspiración mundial para reducir la población mediante la distribución de medicamentos que enferman a la gente, proporciona una ilusión de conocimiento y de control que — irónicamente— es tranquilizadora, sobre todo si nos permite explicar nuestros propios fracasos mediante una causa externa (la mala voluntad de los conspiradores).

«No me engaño como todos esos borregos, ¡sé que los hornos microondas provocan cáncer!».

Cuando el objetivo del disparate es comercial, está interesado, no obstante, en ser positivo y prometer una ventaja a quien haya de creérselo. Con la suficiente audacia, podremos por ejemplo hacer fortuna vendiendo el acceso a una «neurosabiduría» que supuestamente te proporcione las claves del funcionamiento de tu cerebro a fin de impedir que seas manipulado por otros. Este filón es explotado por muchas personas cuyo talento radica en la comunicación, que saben suscitar fascinación y que, en definitiva, trabajan en el jugoso y revuelto sector de la «autoayuda».

Principio de resiliencia

Una vez que ha entrado en el cerebro, un bulo interactuará con su entorno cognitivo. Los bulos más poderosos contaminarán otras proposiciones y transformarán su apariencia o lugar. El disparate se incrusta en el paisaje, se vuelve protagonista de nuestra representación del mundo y cualquier ataque que se le dirija será percibido como un ataque contra nuestra propia persona.

Los bulos más poderosos piratean nuestra inmunidad cognitiva y vuelven nuestra inteligencia contra los argumentos que la atacan. Esto es lo que sucede típicamente con las teorías de la conspiración.

«La NASA ha negado tener niños esclavos en Marte. Esta declaración oficial es exactamente la que se esperaría de una agencia que en efecto tuviera niños esclavos en Marte».

Los intentos por desmitificarlos pueden resultar contraproducentes, ya que tenemos tendencia a retener algunas informaciones olvidando el contexto en el que tuvimos noticia de ellas. Por consiguiente, si repetimos una información con el objetivo de demostrar que es incorrecta, corremos el riesgo de promocionarla a nuestro pesar. Y el riesgo es tanto mayor en la medida en que el sesgo de familiaridad nos incita a creer más en los enunciados repetidos que en aquellos que nos encontramos una sola vez.4

Principio de asimetría

La ventaja de los bulos es que no tienen la obligación de ser ciertos. De esta perogrullada se deduce que es posible generar una gran cantidad en poco tiempo. Una explicación verdadera, fundamentada y argumentada no puede formularse tan rápidamente. «La refutación de un bulo exige un tiempo de un orden de magnitud superior al tiempo que se necesita para producirla». (Alberto Brandolini, Twitter, 10 de enero de 2013.)

Creer en la verdad no siempre resulta grato. En cambio, los disparates lo son, incluso cuando son perturbadores.

El asunto es conocido desde hace mucho tiempo. «Una mentira puede recorrer medio mundo antes de que la verdad tenga tiempo para ponerse sus zapatos», decía ya Mark Twain.

Algunos ejemplos de bulos:

«La Gran Muralla China es la única construcción humana visible desde la Luna» es un magnífico bulo, inofensivo, contundente y fácil de introducir en la conversación.«La Tierra es plana» es un disparate menos eficaz, ya que encuentra una resistencia mucho mayor e incluso suscita el ridículo y, por eso mismo, personifica una deseabilidad social menos valiosa.«Las vacunas provocan autismo» es un bulo con mucha carga afectiva, frecuentemente asociado con anécdotas y relatos de familias que han padecido la experiencia de este supuesto vínculo, lo que suscita empatía. Por este motivo, cualquiera puede sentir la necesidad de difundir esta noticia falsa con el fin de proteger a los niños contra un peligro potencial. A menudo participamos en la desinformación, incluso en la más peligrosa, impulsados por buenos sentimientos.

En resumen, el modelo NARA:

El principio narrativo: el bulo siempre da lugar una bonita historia que contar.El principio de atracción: un bulo que circula atraerá siempre a alguien, aunque eso no sea una garantía de verdad.El principio de la resiliencia: el bulo piratea el sistema inmunitario de nuestra mente y por eso, nos esforzamos en defenderlo.El principio de asimetría: se necesitan muchos más recursos para refutar un bulo que para enunciarlo.

Los bulos que responden a estos cuatro principios tienen más posibilidades de difundirse que la información veraz.

Los bulos están hechos para durar

En virtud de los cuatro principios anteriores, el bulo goza de una temporalidad favorable. Una información puede hacerse viral antes de que se haya podido aplicar un filtro adecuado. Así, en pocas horas, vimos florecer en las redes sociales miles de comentarios sospechosos sobre el color del espejo retrovisor del coche utilizado por los autores del atentado contra Charlie Hebdo, el 7 de enero de 2015. Peor aún, la prensa profesional se apresuró a repetir la noticia infundada de la detención de Xavier Dupont de Ligonnès (desaparecido en 2011), el 17 de octubre de 2019.

Los investigadores que estudian nuestras costumbres han llegado a la conclusión de que los contenidos falsos (bulos* y rumores*) tienen una capacidad de penetración, como media, seis veces mayor y más rápida en Twitter (y probablemente en el resto de las redes sociales digitales) que los mensajes verídicos.5 En las redes, el bulo es siempre más eficaz que la historia verdadera en todos los ámbitos: negocios, terrorismo, guerra, ciencia y tecnología, entretenimiento…, pero su campo preferido es la política. Se retuitea, por término medio, setenta veces más que las informaciones fiables. Los autores del estudio, llevado a cabo en 2018, del que extraemos estas cifras, señalan que estos efectos no son una consecuencia del tratamiento informático de los datos, sino inequívocamente de nuestra manera de comportarnos; tendrían relación, dicen, con la «naturaleza humana».

La respuesta a esta triste comprobación no puede ser la censura. En efecto, cualquier forma de censura parecería admitir que el contenido de los bulos es molesto para el poder, para el orden establecido. Y haría que el enunciado prohibido resultara todavía más atractivo.

Sería ilusorio esperar que pudiéramos impedir la circulación rápida de los disparates, o que pudiéramos construir filtros infalibles para garantizar que la población no se viera expuesta a informaciones infecciosas. En realidad, nunca hemos dejado de estar sometidos a variadas formas de propaganda, mentiras y relatos ideológicos. No sería conveniente pretender que descubrimos el fenómeno una vez que está extendido y se convierte en el arma de ideologías no estatales. Los bulos, las chorradas y las ideologías perniciosas seguirán llegando al público.

La necesidad de confianza

Somos una especie extraordinariamente social. Podemos olvidarlo fácilmente en la algarabía de las imprecaciones politiqueras, las reivindicaciones tumultuosas, las represiones brutales y bajo el cotidiano rezongar en el que todos participamos, pero, en el paisaje animal de nuestro planeta, el Homo sapiens se revela especialmente dotado para socorrer a sus semejantes y para concederles ayuda y confianza. Podríamos hacerlo mejor, es una evidencia, pero no deberíamos obliterar esta especificidad, porque es el humus donde prospera la noticia falsa: no podrías hacer creer gran cosa a los miembros de una especie en la que nadie te da su confianza.

La confianza es una estrategia darwiniana. Exhibimos esta competencia porque sus determinantes hereditarios fueron favorables para la supervivencia y la reproducción de nuestros antepasados. Mostrar confianza a priori hacia nuestros semejantes mejora nuestra suerte, a condición de que tengamos memoria y no olvidemos cuando se nos ha mentido para no ser engañados dos veces. Quien no confía en nadie y no cree en nada de lo que se le dice que no pueda verificar por sí mismo, se está privando de las ventajas que conlleva el depositar su confianza en los demás (en aquellos que la merezcan). Sobre todo, se está privando de la oportunidad de aprender a distinguir entre fuentes fiables. Esta estrategia de la desconfianza total es ajena a la naturaleza humana: los niños creen todo lo que sus padres les cuentan y es una buena disposición porque así evitan ponerse en peligro. Escuchamos los consejos de nuestros amigos, lo que nos protege de muchos errores. Aceptamos como verdadero lo que nos enseñan nuestros profesores, pues nos permite aprender más de una cosa útil (siempre que evitemos creer que ostentamos una verdad absoluta). Reconocemos a los profesionales conocimientos prácticos sobre aquello que ignoramos, y nos fiamos tanto de sus diagnósticos como de las soluciones que recomiendan. Al concederles nuestra confianza, aprendemos a dosificar nuestro uso de la duda. No sabemos funcionar de otro modo y sería sorprendente que una sociedad humana pudiera prescindir de este procedimiento.

Ahora bien, si nuestra vida social nos obliga a confiar con frecuencia en nuestros semejantes, no se nos escapa que nada podría evitar que, de vez en cuando, fuéramos víctimas de tramposos, mentirosos, estafadores y embusteros. Nunca podremos librarnos de los bulos, como tampoco podemos hacerlo de las ilusiones ópticas o los juicios precipitados. Nuestra vulnerabilidad al disparate es un producto derivado de nuestra evolución. ¡Pero no significa que hayamos de renunciar a mitigar sus nefastos efectos!

En las redes, el bulo es siempre más eficaz que la historia verdadera en todos los ámbitos: negocios, terrorismo, guerra, ciencia y tecnología, entretenimiento…, pero su campo preferido es la política.

Ser consciente de los mecanismos biológicos, psicológicos y sociológicos que nos determinan y que no podemos impedir es la mejor manera de recuperar cierto control sobre estos fenómenos. En efecto, siempre es más fácil manipular a un individuo cuando este cree estar totalmente inmunizado y ser el único dueño de sus elecciones y opiniones. Sentimos un gran deseo de negar que estos procesos operen en nosotros, porque nos privan nuestro libre albedrío, ¡un crimen de lesa majestad! Pero ignorar la realidad nos pone a merced de quienes saben sacar partido de los fallos y los atajos de nuestro psiquismo.

La primera (y última) línea de defensa contra el bulo no está en las leyes, ni en los medios de comunicación ni en las redes sociales, sino en nuestra propia mente, en nuestra propia capacidad de autocrítica, de resistencia a los propios automatismos y de duda frente a nuestras certezas. Sin rechazar por completo nuestras intuiciones, debemos aprender a no confiar más que de forma cautelosa en nuestras primeras impresiones y juicios espontáneos sobre el mundo porque nuestras emociones son con demasiada frecuencia malas consejeras.6 También podemos transformar la forma en que consultamos, comentamos y compartimos la información, especialmente reforzando nuestra resistencia a creer y nuestra disposición a verificar.

2.Breve tratado de chorradología

No solo se dice que los galos son pusilánimes, que cambian de opinión con demasiada facilidad, que se dejan seducir casi siempre por lo nuevo y, por ejemplo, acogen sin verificación rumores infundados: la mayoría de los informadores inventan respuestas en conformidad con sus deseos.*

Paul-Marie DUVAL, prefacio a La guerra de las Galias de Julio César

El bulo, viral, seductor e inexpugnable, solo puede combatirse con mucho esfuerzo y paciencia. Por desgracia, el flujo de noticias falsas es incesante. Siempre aparece alguno nuevo para acaparar nuestras mentes y desviarlas de las laboriosas refutaciones formuladas contra las anteriores. Como guinda del pastel, los bulos conspiracionistas presentan la particularidad de ser compatibles entre sí, incluso cuando se contradicen, ya que siempre se prefieren a cualquier tesis «oficial» sospechosa de ser una cortina de humo. De este modo, los bulos conspiracionistas se refuerzan entre sí con eficacia.

El bulo es una especie de virus mental que puede alcanzar proporciones inauditas e incluso hacerse con el control de un individuo. Así sucede con los bulos sectarios. El delirio persecutorio que se encuentra en estos movimientos es la rúbrica de una noticia falsa que se ha apoderado de los sistemas de defensa del individuo e incluso del grupo que lo cultiva.

Al considerar el bulo como una enfermedad de la mente, dejamos de intentar luchar contra el enfermo y, en su lugar, tratamos de ayudarle y de frenar un contagio eventual. Si existiera una disciplina llamada «chorradología», dedicada a describir los bulos, a comprender su modo de funcionamiento y a luchar contra los daños causados por los más virulentos, nos enseñaría cómo robustecer nuestras defensas epistémicas, cómo cultivar el gusto por el cuestionamiento, la autocrítica y la duda. Pero el bulo es cambiante, y balbuceante la ciencia que se interesa por su caso.

Luchar contra chorradas y disparates no es tarea fácil, pero tenemos algunas pistas. Como explica el profesor de comunicación de la Universidad de Ohio, R. Kelly Garret: «La confianza en la propia capacidad para reconocer de manera intuitiva la verdad es un factor de predicción particularmente relevante del pensamiento conspiracionista. Los resultados sugieren que podemos favorecer los esfuerzos para prevenir las percepciones equivocadas mediante la promoción de una epistemología personal que subraye la importancia de las pruebas, un recurso prudente a las sensaciones experimentadas y la confianza en que los enunciados rigurosos de acreditados expertos es un buen medio para protegerse contra la manipulación política».1

Cuando somos manipulados por una idea que hemos aceptado con demasiada precipitación o al término de un recorrido que nos ha vuelto receptivos a su poder de seducción, es poco probable que nos demos cuenta por nosotros mismos. Se atribuye a veces a Robert Oxton y a veces a Elly Roselle la frase siguiente: «Una creencia no es solo una idea que la mente posee, es una idea que posee a la mente.»

En este libro, te propongo un entrenamiento para resistir a los bulos, para vacunar nuestras mentes contra su viralidad cognitiva, ya sean benignos o fatales. A tal fin, deberemos aprender a entender mejor qué es lo que hace nuestro cerebro cuando creemos que estamos pensando con él. Así, iremos descubriendo los límites de nuestra percepción del mundo, los desvaríos de nuestra racionalidad e, incluso, de los investigadores y especialistas que, a priori, deberían estar preparados para sortear los baches. Como respuesta, veremos cómo cultivar un indispensable arte de la duda y el cuestionamiento.

Exploremos algunos ejemplos contemporáneos de disparate invasivo.

El profesor Luc Montagnier y el virus Sars-CoV-2*

Cuando inicio la escritura de estas líneas todavía no ha terminado el verano de 2020, pero ya es evidente que este año será recordado por la pandemia de COVID-19, que impuso episodios de confinamiento nunca antes vistos y acarreó torrentes de confusión, absurdeces e imposturas que millones de personas se apresuraron a creer y compartir e incluso a publicar. Las informaciones falsas y escandalosas rodaron más rápido que las verídicas. Examinemos algunas de ellas.

El bulo es una especie de virus mental que puede alcanzar proporciones inauditas e incluso hacerse con el control de un individuo.

En un podcast publicado en la página web Pourquoidocteur.fr el 16 de abril de 2020, y luego en una transmisión en directo en CNews, por invitación de Pascal Praud, Luc Montagnier, premio nobel de medicina 2008,* realizó una declaración desconcertante: el virus de la pandemia que se estaba desatando (en ese momento estábamos en pleno confinamiento) era el resultado de una manipulación en el laboratorio. Para el biólogo, la prueba era que el Sars-CoV-2 contiene secuencias del VIH, lo que solo es posible gracias a la acción humana. En otras palabras, el virus que sumía en la parálisis a Europa y buena parte del mundo no tenía nada de natural, sino que era fruto de la tecnociencia. A partir de ahí, Montagnier dejaba a cada cual la tarea de adivinar en qué condiciones se había producido su salida de los tubos de ensayo… Y no faltó imaginación para alimentar las ya abundantes teorías de la conspiración.

«Es un trabajo de aprendiz de brujo», aseguró el Premio Nobel.

¿Qué pruebas aportaba? El estudio de un amigo matemático jubilado, Jean-Claude Pérez, publicado el 23 de febrero en la revista en línea International Journal of Research-Granthaalayah (no referenciada en la base de datos internacional de revistas científicas y no revisada por pares). El título de este trabajo (traducido del inglés) es: «Evolución y origen parcialmente sintético de las metaestructuras genómicas fractales de los coronavirus COVID-19 de Wuhan y Sars». Jean-Claude Pérez había dedicado mucho tiempo a la búsqueda de la proporción áurea en la naturaleza y, en particular, en el ADN. Trabajó en la decodificación, cito, de «los seis códigos fractales de la vida biológica». Luc Montagnier tenía otra fuente: un estudio publicado, antes de la revisión por los pares, el 31 de enero, por un equipo de Nueva Delhi, y titulado «Extrañas similitudes entre insertos únicos en la proteína de la espícula de 2019-nCov y las proteínas gp120 y Gag del VIH2».2 Su tesis era que, en el genoma del virus de la COVID-19, existen cuatro secuencias que codifican los siguientes aminoácidos: «GTNGTKR, HKNNKS, GDSSSG y QTNSPRRA». Podemos encontrar secuencias idénticas en el VIH pero, nos dicen, no están presentes en otros coronavirus. De lo que deducían que había sido necesaria la intervención de la mano del hombre. Sin embargo, el 2 de febrero, los investigadores retiraron su estudio por decisión propia, ya que sus trabajos se habían granjeado críticas muy graves debido a su falta de método…

El 4 de febrero, en la revista Emerging Microbes and Infections,3 investigadores chinos y estadounidenses demostraron que cuando se buscan estas cuatro secuencias en diversos genomas, se las encuentra con facilidad. Empezando por la familia de los coronavirus, lo que indica que el virus responsable de la actual pandemia no se singulariza en nada por lo que a estas secuencias respecta. Los investigadores creen que tales secuencias se incorporaron al genoma de la familia de los coronavirus a través de su contacto con células de mamíferos en las que están presentes de manera abundante. Esta fue su conclusión: «Un análisis sesgado, parcial e incorrecto puede dar lugar a conclusiones peligrosas que sirvan de inspiración a teorías de la conspiración, perjudiquen el proceso que conduce a los verdaderos descubrimientos científicos y menoscaben los esfuerzos dedicados a controlar los estragos en materia de salud pública».

Así pues, el caso había quedado cerrado el 4 de febrero, o sea, más de dos meses antes de la intervención de Luc Montagnier en los medios de comunicación, donde no tuvo que hacer frente a ninguna contradicción científica ya que nadie se había documentado debidamente sobre el caso. Por si fuera poco, el 17 de marzo, la revista Nature publicaba un estudio que demostraba que el virus no era producto de una manipulación en el laboratorio.4

Si el bulo ha tenido repercusión, es por la identidad de la persona que le sirvió de resonador; por consiguiente, nos vemos obligados a hablar del personaje. Luc Montagnier se dio a conocer por su defensa de la homeopatía, afirmaba que el ADN emite radiaciones electromagnéticas y que esto le permitiría, merced a un dispositivo patentado inspirado en los trabajos de Jacques Benveniste,* realizar diagnósticos médicos y tratar enfermedades como el autismo o la enfermedad crónica de Lyme. A comienzos de la década de 2010, Montagnier dirigió trabajos éticamente dudosos,* según los cuales pretendía haber curado con un tratamiento de antibióticos al 60 % de los niños autistas atendidos… ¿Qué conclusión debemos extraer de esto? Que, aun a pesar de su Premio Nobel, Luc Montagnier no es un personaje creíble. Si la información que transmitió el 16 de abril hubiera sido verídica, un importante número de especialistas la habrían comentado en revistas científicas, en los periódicos o en sus propias páginas web y redes sociales, los centros de investigación habrían emitido comunicados de prensa. Hablando claro, un poco de investigación bastaba para comprender que esta información era falsa desde el principio.

Y, sin embargo, el bulo funcionó: durante semanas fue compartido y defendido. Los grupos conspiranoicos no han dejado de hacerlo.

Sometámoslo a la criba del modelo NARA.

Principio narrativo

La historia es buena. Un premio nobel de 87 años, liberado de consideraciones profesionales y presiones académicas, nos entrega una primicia. La existencia, en un laboratorio, de una hibridación entre virus y, en especial, el más famoso de todos ellos: el VIH. Conocemos al protagonista, es una estrella, y Montagnier tiene precisamente vínculos con ese mismo virus; la historia gana mucho por ello. A través de una serie de contingencias humanas, el híbrido elaborado en un laboratorio termina en el exterior. Nos deja incluso la libertad de imaginar las condiciones, las intenciones, los intentos de encubrir el caso, etc.

Principio de atracción

Se nos ofrece una explicación a la pandemia que es intelectualmente mucho más satisfactoria que el estado real de nuestros conocimientos: un origen animal (acreditado) con una transferencia a los humanos que sigue siendo oscura y que amenaza con seguir siéndolo. Por un lado, un error humano o bien una malvada conspiración, y por otro… nada, ningún motivo al que agarrarse, ningún culpable al que denunciar, tan solo una desgracia ansiógena, puesto que significa que este tipo de epidemia puede ocurrir sin previo aviso. Esa narrativa capta nuestra atención y seduce nuestra necesidad de cierre cognitivo, es decir, de obtener una respuesta, y, en cierto modo, nos tranquiliza. Una parte no desdeñable de la población está dispuesta a creer que se han producido acontecimientos de este tipo y que la manera como puede revelarse la verdad es a través de un hombre como Luc Montagnier. Obtenemos así una historia creíble, fácil de recordar, fascinante y típicamente viral.

Principio de resiliencia

Esta información encierra un componente conspiracionista: la idea de que los científicos o los políticos nos están ocultando la verdad. Y esto aporta una fuerte capacidad de resiliencia al relato, ya que cualquier argumento que podamos presentar para desmentirlo se volverá de inmediato sospechoso de haber sido producido por aquellos que pretenden silenciar la verdad, sus cómplices o los tontos útiles denominados en francés «mougeons» (mitad borregos, mitad palomas).

El segundo ingrediente de resiliencia es la figura de autoridad que representa el pedigrí del protagonista, lo que permite a cualquiera que haya admitido el bulo defenderse con un: «¿Te crees más listo que un premio nobel?».

Principio de asimetría

Ya veis con qué facilidad podemos dar cuenta, en unas pocas líneas, de la historia contada por Luc Montagnier. Y sin duda os daréis cuenta de que la verdadera explicación es mucho más compleja. He dedicado 400 palabras a la versión de Montagnier y 850 a la versión científicamente correcta y a la contextualización de sus palabras. He hecho todo lo posible por ser claro y conciso, y, sin embargo, a la mayoría de los lectores les resultará más fácil reconstruir el contenido de la declaración de Luc Montagnier que la respuesta que recibió. Para comprobarlo, inténtalo con un amigo: léele esta sección y luego pídele, tras una o dos horas o bien al día siguiente, que te explique ambas versiones. La ventaja de la versión camelo es que el hecho de que alguien haga el esfuerzo de contestarla significa que ya es eficaz y tiene todas las probabilidades de machacar cualquier explicación diferente.

Activistas antimascarillas

¿Sabías que las mascarillas quirúrgicas, que piden a la población que nos pongamos para contener la propagación de la enfermedad, son ineficaces e incluso peligrosas? El rechazo a las mascarillas se expresa de manera significativa, y no solamente en Francia. El 1 de agosto se reunieron 20 000 manifestantes (sin mascarilla) en Berlín, principalmente contra las medidas de confinamiento y distanciamiento social. También se produjeron movilizaciones en Zúrich, Madrid y Londres. Lo que llama la atención fue el carácter heteróclito de esta población: ecologistas antivacunas, extremistas antigubernamentales, esoteristas, conspiranoicos, cristianos y manifestantes en pro de las libertades individuales. La naturaleza de los argumentos esgrimidos estaba en concordancia con su diversidad.

La siguiente es una lista no exhaustiva.

Se ven circular infografías que comparan el tamaño del virus (100 nanómetros) y el tamaño de la malla de las mascarillas más sofisticadas (300 nanómetros). Quieren convencernos de que el tejido no es capaz de impedir el paso de un virus mucho más pequeño que la malla. Esta idea se puede encontrar incluso en la prensa: «Las mascarillas no protegen», titula la revista Slate (artículo de Jon Cohen traducido al francés el 31 de julio).

En realidad, los virus se propagan principalmente en suspensión en gotículas de saliva o mucosidad. Si consigues impedir el paso de dichas gotículas, cosa que la mascarilla hace, podrás también impedir el paso al virus.

Al llevar mascarilla se reduce la oxigenación y se produce una intoxicación por CO2 que debilita las defensas inmunitarias y, como consecuencia, te pondrás enfermo e irás a que te receten medicamentos que llenarán los bolsillos de la Big Pharma.

En realidad, los gases circulan perfectamente, miles de personas trabajan durante todo el día con mascarillas sin experimentar ningún problema respiratorio. Cuando este argumento se utiliza al mismo tiempo que el anterior, nos encontramos en presencia de una mascarilla de Schrödinger:* su malla es demasiado grande para retener virus pero demasiado pequeña para dejar pasar moléculas de CO2…

En algunas bolsas de mascarillas podemos leer que «este producto no protege contra los contagios virales e infecciosos». He ahí la prueba de que nos están mintiendo sobre su utilidad.

La verdad es que una mascarilla quirúrgica está pensada para proteger a los demás y no al que la lleva, pues impide la proyección de las gotículas que emitimos cuando tosemos, hablamos o respiramos. Por consiguiente, el portador solo está protegido cuando los que están a su alrededor también la llevan.

La epidemia ha terminado. El miedo de los demás no me concierne. No le tengo miedo a este virus.