Butcher & Blackbird - Brynne Weaver - E-Book

Butcher & Blackbird E-Book

Brynne Weaver

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Beschreibung

Una oscura comedia romántica friends to lovers desbordante de asesinatos, caos y spice que no se parece a nada que hayas leído hasta ahora Romance. Asesinatos. Caos. Todo asesino en serie necesita un amigo. Todo juego necesita un ganador. Cuando un encuentro fortuito da lugar a una amistad improbable, los asesinos rivales Sloane y Rowan encuentran algo difícil de alcanzar: la afinidad de dos almas negras que disfrutan matando a otros asesinos en serie. Desde un pequeño pueblo de West Virginia hasta la lujosa California, y desde el centro de Boston hasta la Texas rural, los dos cazadores se enfrentan en una competición anual: la caza de otros asesinos en serie, un juego que los enfrenta a los monstruos más peligrosos del país. Pero a medida que su amistad se va transformando en algo más, los fantasmas que dejan a su paso les siguen de cerca, dispuestos a reclamar mucho más que su recién descubierto amor. ¿Podrán Rowan y Sloane salir de la tumba que se han cavado? ¿O habrán encontrado, al fin, a su digno rival y alma gemela?

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Seitenzahl: 484

Veröffentlichungsjahr: 2024

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Advertencias de contenido

Aunque Butcher & Blackbird sea una comedia romántica oscura (y esperamos que te rías con toda esta locura), ¡sigue siendo oscura! Por favor, lee con responsabilidad. Si tienes alguna pregunta sobre la siguiente lista, no dudes en ponerte en contacto conmigo en brynneweaverbooks.com o en cualquiera de mis redes sociales (estoy más activa en Instagram y en TikTok).

•Globos y cuencas oculares.

•Cirugía para aficionados.

•Adornos corporales.

•Motosierras, hachas, cuchillos, bisturís… y otros objetos cortantes.

•Canibalismo accidental.

•Canibalismo no tan accidental.

•Uso cuestionable de un cadáver momificado.

•Mayordomo lobotomizado.

•Uso imprudente de utensilios de cocina.

•Siento lo del helado de vainilla y galletas de chocolate (bueno, en realidad no).

•Escenas de sexo explícito que incluyen, entre otras cosas: calentar la polla, sexo duro, fetiche por los cumplidos, anal, juguetes para adultos, asfixia, escupir, relaciones de dominación/sumisión, piercings genitales.

•Referencias a negligencia parental y maltrato infantil.

•Pérdida de un progenitor (solo se nombra).

•Referencias a agresiones sexuales infantiles (no explícitas).

•Este libro va de unos asesinos en serie, así que en general hay asesinatos un tanto desastrosos y caos.

Para quien ha leído las advertencias de contenido y ha dicho:«¡¿Canibalismo accidental?! ¡Cuenta conmigo!».Este libro es para ti

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CAPÍTULO 1: Ichi-go, Ichi-e

«Stressed Out», Twenty One Pilots

«Better on Drugs», Jim Bryson

CAPÍTULO 2: Diversión y juegos

«Red», Delaney Jane

«Dodged a Bullet», Greg Laswell

«Waves», Blondfire

CAPÍTULO 3: Cuerdas vocales

«Easy to Love», Bryce Savage

«Obsession», Joywave

CAPÍTULO 4: Atelier

«Territory», Wintersleep

«Castaway», Barns Courtney

CAPÍTULO 5: Certeza

«Jerome», Zella Day

«Trying Not to Fall», Jonathan Brook

CAPÍTULO 6: Susannah

«Killer», Valerie Broussard

«Demise», NOT A TOY

CAPÍTULO 7: Etapa cubista

«Demons», Sleigh Bells

«I Don’t Even Care About You», MISSIO

CAPÍTULO 8: Jaula de cristal

«Birthday Girl», FLETCHER

«BLK CLD», XLYØ

«Where Snowbirds Have Flown», A Silent Film

CAPÍTULO 9: Fiador

«Addicted» (feat. Greg Laswell), Morgan Page

«The Enemy», Andrew Belle

«Into the Fire», Thirteen Senses

CAPÍTULO 10: Dijon

«West Coast», MISSIO

«Heart of an Animal», The Dears

CAPÍTULO 11: Discordia

«Knives Out», Radiohead

«Walk on By», Noosa

«Drowned», Emily Jane White

CAPÍTULO 12: Puzles

«Forget», Marina and the Diamond

«Shine», Night Terrors of 1927

«Come Out of the Shade», The Perishers

CAPÍTULO 13: Humanidad erosionada

«Blastoffff», Joywave

«Kids», Sleigh Bells

«Shimmy» (feat. Blackillac), MISSIO

CAPÍTULO 14: Añicos

«Indestructible», Robyn

«Deadly Valentine», Charlotte Gainsbourg

«Love Me Blind», Thick as Thieves

CAPÍTULO 15: Huellas

«Best Friends», The Perishers

«Novocaine», Night Terrors of 1927

«Sentimental Sins», Matt Mays

CAPÍTULO 16: Revelaciones rotas

«Fade into You», The Last Royals

«Between the Devil and the Deep Blue Sea», XYLØ

«For You», Greg Laswell

CAPÍTULO 17: Precioso desastre

«Heaven», Julia Michaels

«Never Be Like You» (feat. Kai), Flume

CAPÍTULO 18: Estallar

«AT LEAST I’M GOOD AT IT», NERIAH

«Body», Wet

«Crave», Dylan Dunlap

CAPÍTULO 19: Reservas

«Farewell», Greg Laswell

«Spoonful of Sugar», Matt Mays

CAPÍTULO 20: Torre

«Dark Beside the Dawn», Adam Baldwin

«Wandering Wolf», Wave & Rome

«Where to Go», Speakrs

CAPÍTULO 21: Llaves

«Look After You», Aron Wright

«Heroin», Lana Del Rey

CAPÍTULO 22: Delicadeza

«Vagabond» (feat. Czarface), MISSIO

«Burn the Witch», Radiohead

«Half Your Age», Joywave

CAPÍTULO 23: Pigmento

«Bones», Scavenger Hunt

«Don’t Believe in Stars», Trent Dabbs

CAPÍTULO 24: Sacado

«We Are All We Need», Joywave

«End of All Time», Stars of Track and Field

EPÍLOGO

«Lifetime Ago», Greg Laswell

PRÓLOGO

Butcher & Blackbird

El enfrentamiento anual de agosto

7 días

Se desempata con piedra, papel o tijera

Al mejor de cinco

El ganador se carga al Fantasma del Bosque

ICHI-GO, ICHI-E

Sloane

Ser una asesina en serie que mata asesinos en serie es un hobby maravilloso…

Hasta que acabas encerrada en una jaula. Durante tres días.

Con un cadáver.

En verano. En Luisiana. Sin aire acondicionado.

Miro el cuerpo plagado de moscas que yace al otro lado de la puerta cerrada de mi jaula. Los botones de la camisa de Albert Briscoe ceden ante la hinchazón de la abultada tripa, que ha adquirido un tono verde grisáceo. Se le está moviendo la barriga, la fina piel ondula por culpa de los gases y los gusanos que le están devorando la carne. Se me está revolviendo el estómago entre el hedor de la putrefacción, el zumbido de los insectos y el olor de la mierda y la orina que han salido de él. Y eso que no soy escrupulosa. Pero tengo cierto criterio. Prefiero los cadáveres recientes. A mí lo que me gusta es hacerme con el trofeo, representar mi escena y largarme, pero no quedarme a ver cómo se licuan.

Parece hecho a propósito cuando se oye un desgarro sordo, como de papel mojado partiéndose.

—No…

Casi puedo oír a Albert desde la tumba: «Sí».

—Uf, no, no, no…

«Está pasando. Esto es por matarme, zorra de mierda.»

La piel se abre y una masa blanca de gusanos que parecen orzo* sale disparada. Pero un número considerable de ellos se arrastra hacia mí al ritmo de un glaciar mientras buscan un lugar tranquilo en el que completar el siguiente paso del ciclo de la vida gusanil.

—Me cago en todo. —Me arrastro por el mugriento suelo de piedra de la jaula para hacerme un ovillo. Aprieto la frente contra las rodillas hasta que me duele el cerebro. Empiezo a tararear con la esperanza de ahogar los sonidos que me rodean, que de repente me parecen muy fuertes. Voy subiendo el volumen de la melodía cada vez más hasta que comienzo a formar alguna que otra palabra con los labios agrietados: «No one here can love or understand me… Blackbird, bye, bye…». Tarareo y canto hasta que las palabras se desvanecen, igual que la melodía.

—Renuncio al mal camino —digo después de que la canción se haya desintegrado entre las motas de polvo y el murmullo opalescente de las alas de insecto.

—Es una pena. Me juego el cuello a que me habría gustado ese mal camino.

La profunda y suave voz masculina me sobresalta, tiene la cadencia de un leve acento irlandés que le da calidez. Su dueño se planta en el fino haz de luz que entra por la estrecha ventana y el cristal, opaco debido a los excrementos de las moscas. Intento alejarme de su alcance, pero me doy en la cabeza con uno de los travesaños de hierro de la pequeña celda y suelto una maldición que corta el húmedo aire.

—Parece que estás metida en un buen lío —dice. Una sonrisa torcida se le extiende por la cara y el resto de los rasgos se sumen en la penumbra. Avanza un par de pasos, mira el cadáver y se inclina para inspeccionarlo más de cerca—. ¿Cómo te llamas?

Llevo tres días sin beber café. Ni comer. Es posible que me haya implosionado el estómago y haya absorbido el resto de los órganos hasta el vacío. Mi monólogo interior, desesperado por el hambre, intenta convencerme a gritos de que lo que viene hacia mí sí que es pasta, y que sí podría ser comestible.

No puedo con esta mierda.

—No creo que vaya a responder —intervengo.

El hombre suelta una risilla.

—No me digas… De todas formas, ya sé quién es. Albert Briscoe, la Bestia del Bayou. —La mirada del tipo vaga por el cadáver un ratito más antes de centrar la atención en mí—. Pero ¿quién eres tú?

No respondo. Me quedo quieta mientras él se acerca con pasos cuidados y calculados a la esquina de la jaula para verme mejor, acurrucada entre las sombras. Cuando ya se ha acercado todo lo que le permiten los barrotes, se agacha. Intento esconderme tras el pelo enmarañado y las piernas y los brazos entrelazados de tal modo que solo me vea los ojos.

Y, como tengo la peor suerte del mundo, resulta que es guapísimo, por supuesto.

Tiene el pelo corto y despeinado a conciencia. Unos rasgos pronunciados, pero no severos. Una sonrisa taimada que muestra unos dientes perfectos. Veo que también tiene una cicatriz en el labio superior y que el inferior es un poco más grueso. Resultan demasiado tentadores teniendo en cuenta mi actual estado de cautividad, por cierto. No debería estar pensando en que me encantaría morderlos. Para nada.

Pero así es.

Y, en cambio, yo estoy hecha un puto asco.

Pelo enredado. La ropa manchada y ensangrentada. El peor aliento jamás respirado en la historia de los alientos.

—No eres el tipo de Albert —dice.

—¿Y qué sabes tú de eso?

—Que eres demasiado mayor para él.

Tiene razón. No es que yo sea una vieja, solo tengo veintitrés. Pero este tipo sabe lo mismo que yo: soy demasiado mayor para los gustos de Albert.

—¿Y tú cómo estás al tanto de eso, si se puede saber?

Desliza la mirada hacia el cadáver y una leve expresión de asco se le pasa por los rasgos sombríos.

—Porque mi trabajo es saberlo. —Me mira una vez más y sonríe—. Supongo que también el tuyo, a juzgar por la calidad del cuchillo de caza que tiene clavado en la garganta. Acero de Damasco labrado a mano. ¿De dónde lo has sacado?

Suspiro. Observo el cuerpo y mi cuchillo favorito antes de meter las mejillas entre las rodillas.

—De Etsy.

El tío se ríe y yo cojo un guijarro del suelo que suelto acto seguido.

—Soy Rowan —se presenta mientras estira el brazo entre los barrotes. La miro y lanzo otro guijarro. Aunque no hago ningún movimiento para aceptar su gesto, él sigue manteniendo la mano extendida hacia mí—. Puede que me conozcas como el Carnicero de Boston.

Sacudo la cabeza.

—¿La Masacre de Mass…?

Vuelvo a sacudir la cabeza.

—¿El Fantasma de la Costa Este…?

Suspiro.

Por supuesto que he oído todos esos nombres, pero no se lo pienso decir.

Sin embargo, por dentro siento que el corazón bombea la sangre por mis venas a fuerza de martillazos. Me alegro de que no pueda ver que las mejillas me arden con escarlata. Sé muy bien los nombres que recibe y que no es tan diferente a mí… Es un cazador que se dedica a lo peor que sale de los pozos del infierno de la sociedad.

Rowan acaba por retirar la mano de la jaula y la sonrisa le flaquea.

—Qué pena, creía que reconocerías mis apodos. —Se da sendas palmadas en las rodillas y se levanta—. Bueno, será mejor que me vaya. Un placer casi conocerte, cautiva sin nombre. Te deseo lo mejor.

Me lanza una última sonrisa fugaz, se da la vuelta y camina hacia la puerta.

—¡Espera! Espera. Por favor. —Me pongo de cuclillas para agarrarme a los fríos barrotes cuando ya ha llegado al umbral—. Sloane. Me llamo Sloane. La Tejedora de Orbes.

Los dos nos quedamos callados un momento. El único sonido que llena el espacio es el zumbido de las moscas y el trabajo constante de los gusanos mientras consumen la carne putrefacta.

Rowan vuelve la cabeza; solo se le ve un ojo por encima del hombro.

Y en cero coma se planta delante de mí. Se mueve tan rápido que me asusto y me aparto de los barrotes, pero incluso le ha dado tiempo a cogerme la mano para estrechármela con energía.

—Madre mía. Lo sabía. Joder, es que sabía que se equivocaban. Tenía que ser una mujer. ¡La Tejedora de Orbes! Qué nombre tan guay. El intrincado hilo de pescar, los putos globos oculares… Increíble. Soy muy fan.

—Eeeh… —Rowan sigue estrechándome la mano a pesar de que intento zafarme de él—. Gracias…, supongo…

—¿Te inventaste tú el nombre, Tejedora de Orbes?

—Sí… —Consigo que me suelte la mano y me alejo un par de pasos de este irlandés cuyo entusiasmo me resulta extraño.

Me sonríe como si estuviera impresionado y estoy segura de que, si no llevara como ochenta capas de mugre encima, vería que tengo las mejillas ardiendo por segunda vez.

—¿No te parece absurdo?

—No, es genial. La Masacre de Mass sí que es absurdo. La Tejedora de Orbes es una pasada.

Me encojo de hombros.

—A mí me parece que suena a superhéroe de pacotilla.

—Es mejor eso a que sean las autoridades quienes te pongan el mote. Te lo aseguro. —Rowan desliza la mirada hacia el cadáver y vuelve a estudiarme con la cabeza ladeada. Señala a Albert con un gesto—. Seguro que se ha comportado como un gusano. ¿Lo pillas?

Hay una larga pausa y el murmullo de las alas de los insectos acentúa el silencio que nos separa.

—No, no lo pillo.

Rowan sacude una mano.

—Es un dicho irlandés; significa que estaba haciendo cosas malas. Pero ha sido un chiste muy bueno, dadas las circunstancias —añade, con el pecho hinchado de orgullo mientras señala el cadáver con el pulgar—. Perdona la pregunta, pero… ¿cómo has acabo en la jaula si él está muerto con tu cuchillo clavado? ¿Se lo has lanzado entre los barrotes?

Bajo la mirada a mi camisa antes blanca, donde una huella de bota se esconde tras las salpicaduras de sangre.

—Supongo que se podría decir que no nos coordinamos muy bien.

—Hum —dice Rowan, que asiente con la cabeza con aire sabio—. A mí también me ha pasado una o dos veces.

—¿Me estás diciendo que te has quedado encerrado en una jaula con un cadáver y un pequeño ejército de orzo avanzando hacia ti?

Rowan mira a su alrededor y frunce el ceño.

—No, la verdad es que eso no me ha ocurrido.

—Ya decía yo —mascullo, y suspiro de cansancio.

Me limpio las manos en los shorts vaqueros y doy un último paso atrás mientras ladeo la cadera. Estoy empezando a hartarme de este entrometido que lo único que parece que está haciendo es retrasar mi ya de por sí lenta muerte por inanición. Estoy bastante segura de que está un poco tarado y no me da la impresión de que esté muy dispuesto a sacarme de aquí.

Será mejor que nos pongamos manos a la obra.

—¿Y bien…?

—La verdad es que avanzan a buen ritmo —dice Rowan, más para sí mismo que para mí, con la mirada todavía fija en el reguero de gusanos blancos que se dirigen hacia mí. Cuando levanta la vista del suelo, me mira a los ojos con una sonrisa de entusiasmo—. ¿Te apetece comer algo?

Miro al extraño sin pestañear y me señalo la camisa ensangrentada con la huella de bota.

—No querrás que nos metan a los dos en la cárcel de inmediato… ¿no?

—Cierto —dice con el ceño fruncido antes de caminar hacia el cadáver de Albert.

Le registra los bolsillos, pero los tiene vacíos. Cuando lleva la vista hacia el pecho hinchado, suelta un ruidito de victoria. Luego le arranca una cadena de plata, cuyos eslabones se rompen con un chasquido debido al fuerte tirón. Por último, saca mi cuchillo. Se gira hacia mí con una sonrisa dibujada mientras se levanta y abre la mano para enseñarme la llave.

—Date una ducha. Yo te busco algo de ropa. Luego le pegamos fuego a la casa.

Rowan abre la puerta y tiende la mano hacia las sombras de la jaula.

—Vamos, Blackbird. Me apetece hacer una barbacoa. ¿Qué me dices?

* El orzo es una pasta de sémola de trigo con forma de grano alargado... o de gusano, en este caso. (N. de la E.)

DIVERSIÓN Y JUEGOS

Rowan

La Tejedora de Orbes.

Estoy sentado delante de la puta Tejedora de Orbes.

Y es preciosa.

El pelo como ala de cuervo. Unos cálidos ojos castaños. Pecas en las mejillas y una naricilla que se le ha puesto un tanto roja. Se aclara la garganta y le da un buen trago a la cerveza. Luego frunce el ceño, mira el vaso fijamente y lo aparta.

—Estás enferma —le digo.

Sloane me mira a los ojos con una expresión de advertencia antes de centrar toda la atención en la cena. Les va lanzando miradas punzantes a los clientes que están sentados a las mesas, se detiene en una unos segundos y pasa a otra. Es de las que se ponen nerviosas.

Puede que esté justificado, a fin de cuentas.

—Tres días en ese agujero infernal le pasarían factura a cualquiera. Menos mal que tenía agua. —Estira la mano hacia el servilletero y saca una servilleta para sonarse la nariz. Vuelve a mirarme a los ojos, pero no durante mucho tiempo—. Gracias por sacarme.

Me encojo de hombros y le doy un trago a mi cerveza. La observo en silencio mientras a ella se le van los ojos hacia un camarero que sale de la cocina con los platos de otra mesa. Sloane ha pedido un reservado que no estuviera pegado a la ventana y ha señalo justo el que quería cuando la camarera nos ha conducido hasta el comedor. Ahora entiendo por qué. Está a la misma distancia de la entrada principal, la salida de emergencia que hay junto a los baños y la cocina.

¿Siempre es así de huidiza o es que el tiempo que ha pasado en la jaula de Albert la ha acojonado? ¿O es por mí?

«Hace bien en andarse con cuidado.»

Sigo sin apartar los ojos de ella y aprovecho la oportunidad para analizar sin tapujos a mi compañera de cena mientras la susodicha vigila el restaurante. Cuando se pasa el pelo mojado por encima del hombro, bajo la mirada al pecho, cosa que llevo haciendo cada dos minutos desde que ha salido del cuarto de baño de Albert Briscoe con una camiseta de Pink Floyd y sin sujetador.

«Sin sujetador.»

Ese pensamiento resuena en mi cabeza como las campanas de una iglesia en una soleada mañana de domingo.

Tiene un cuerpo fuerte, y con curvas. Es como si le hubiera lanzado algún hechizo a la ropa que ha robado, porque debería parecer cualquier cosa menos sexy, teniendo en cuenta que ha salido del armario de Briscoe. Incluso ha conseguido que los vaqueros le queden bien. Se ha enrollado los bajos de las largas perneras hasta los tobillos y se ha hecho un cinturón casero con dos pañuelos rojos atados para ceñirse la ancha cinturilla. Se ha atado la camiseta para que le quede a la altura del talle, así que, cuando se retrepa contra el respaldo del reservado con un suspiro de cansancio, se le ve una tentadora franja de piel y el piercing del ombligo.

«Sin sujetador.»

Tengo que mantener la calma. Es la Tejedora de Orbes, por Dios. Si me pilla comiéndomela con los ojos, podría arrancarme las cuencas oculares del cráneo y me colgaría con hilo de pescar antes de que pudiera decir siquiera las palabras «sin sujetador».

Sloane gira un hombro, lo que no me ayuda para nada en mi misión de renunciar al mantra. Se lleva los dedos a la articulación y hace una mueca de dolor. Frunce el ceño cuando se da cuenta de que la estoy mirando.

—Me dio una patada —me explica. Se masajea el hombro mientras responde a la pregunta que no he pronunciado—. Me di con el borde de la jaula cuando me caí dentro.

Aprieto los puños debajo de la mesa, siento que la rabia me arde en las venas.

—Qué cabrón.

—Bueno, es que yo lo apuñalé en el cuello, así que supongo que estaba justificado. —Sloane baja la mano por el brazo y se le arruga la nariz cuando estornuda. Es que es adorable, joder—. Se las apañó para encerrarme antes de desplomarse. Incluso se rio.

La camarera se nos acerca con dos platos de costillas y una ración de patatas fritas y ella le dedica una mirada hambrienta. Cuando le coloca el plato delante, sonríe y le aparece un pequeño hoyuelo junto a la boca.

Le damos las gracias a la camarera, que se queda un ratito plantada al lado de la mesa hasta que Sloane le hace un gesto con la cabeza para confirmarle que tenemos todo lo que necesitamos. Cuando la mujer desaparece, ella se ríe con disimulo y el hoyuelo se le marca mucho más.

—No me digas que te pasa tantas veces que ni siquiera lo procesas —dice—. Qué depresión.

—¿Que no proceso el qué…?

Sloane vuelve a lanzarle una mirada a la camarera y sigo su línea de visión hasta la mujer, que lanza una sonrisa hacia nuestra mesa por encima del hombro.

—Madre mía, es verdad que no lo procesas —añade—. Pero nada. —Sacude la cabeza y le arranca una costilla a la tira humeante que tiene en el plato—. Bueno, pues prepárate, guaperas. Mi estómago lleva tres días alimentándose de los órganos circundantes, así que voy a devorar estas putas costillas con unos modales muy poco propios de una dama.

Yo no digo nada, pues sus dientes perfectos desgarrando la carne que se desprende del hueso me tienen fascinado. Se le ha quedado una gota de salsa barbacoa en la comisura de los labios; enseguida la reclama con la lengua y me entran ganas de morirme.

—Bueno… —Me aclaro la garganta esperando que la voz no se me quiebre. Sloane frunce las cejas mientras le da otro bocado a la carne—. ¿Por qué no eres Blackbird?

—¿Eh?

Se mete el extremo de la costilla en la boca, succiona la carne para separarla del hueso y se lo vuelve a sacar de entre los labios con los dedos manchados de sangre. Siento la polla contra la cremallera solo de ver cómo se le hunden las mejillas.

«Imagínate lo que podría hacer con esa boca.»

Le doy un trago a la cerveza y bajo la mirada a mi plato.

—Tu nombre —respondo antes de meterle mano a una costilla solo para distraer a ciertas partes del cuerpo que se están poniendo un tanto pesaditas sobre lo que quieren—. ¿Por qué no elegiste un apodo como Blackbird o algo con pájaros negros? Pelo como ala de cuervo, carácter huidizo, la canción… Voy a arriesgarme a adivinar que es por tu infancia, ¿verdad? Te oí cantarla en la jaula.

Sloane deja de masticar por un segundo y me mira pensativa mientras se pasa el pulgar por el labio inferior. Es la primera vez que me mira de verdad y siento que me ha atravesado el cráneo.

—Ese es para mí —dice—. La Tejedora de Orbes es para los demás.

Se le ha ensombrecido la expresión. En menos de un segundo, ha pasado de ser sexy, con esa nariz congestionada y su fiera belleza, a ser una asesina perturbada, despiada y con una voluntad de hierro.

Asiento con la cabeza.

—Lo entiendo.

«Puede que yo sea la única persona que de verdad lo entiende.»

Sloane sigue con esa inquebrantable mirada clavada en mí.

—¿Y tú de qué vas, guaperas?

—¿Qué quieres decir?

—Ya me has oído. Te plantas en la casa de ese soplapollas, me sacas de la jaula, le quemas la casa y me invitas a costillas y cerveza. Pero básicamente no sé nada de ti. Así pues, ¿de qué vas? ¿Qué hacías en casa de Briscoe?

Me encojo de hombros.

—Fui a desmembrarlo y a disfrutar de verlo morir despacio.

—Pero ¿por qué él? Boston queda bastante lejos. Estoy segura de que allí debe de haber unos cuantos traficantes de poca monta con los que divertirte, no hace falta que vengas tan lejos solo por un tío.

El aire se impregna de un silencio denso, los dos nos quedamos quietos con las costillas a medio camino de la boca. Empiezo a esbozar una sonrisa poco a poco mientras Sloane dibuja una mueca de disgusto.

—Así que sí que sabes quién soy.

—Madre mía.

—Sí. Sabes lo mucho que me gusta cazar en casa. ¿Desde cuándo eres fan?

—Por Dios, déjalo.

Suelto una risilla y Sloane deja caer la frente sobre las muñecas dobladas; sigue teniendo una costilla entre los dedos pringosos.

—¿Cuál es tu asesinato favorito? —le pregunto—. ¿El tío al que desollé y colgué de la proa de un barco en el Griffin’s Wharf? ¿Y qué me dices del tipo al que suspendí del cráneo? Ese parece ser muy famoso.

—No me hace falta más para saber que eres lo peor. —Sloane levanta las manos en un fútil intento por ocultar que le están ardiendo las mejillas. Le tiemblan los ojos castaños a pesar de la mirada asesina que intenta lanzarme—. Vuelve a encerrarme en la jaula de Briscoe.

—Tus deseos son órdenes.

Miro hacia la barra y levanto la mano hacia la camarera, que tarda menos de un segundo en verme y encaminarse hacia nosotros dibujando una sonrisa.

—Rowan…

—¿Qué? Has dicho que querías volver a la casa de Briscoe, así que deberíamos irnos.

—Estaba de coña, psicópata…

—No te preocupes, Blackbird. Te devolveré ahora mismo a esa jaulilla apestosa. Estoy seguro de que sigue en pie a pesar del fuego. ¿Crees que habrá sobrevivido algún gusano? Puedes darles besitos entre las cenizas.

—Rowan… —Levanta la mano como un rayo, me agarra por la muñeca y me mancha con los dedos pringosos. Con su roce, siento también una descarga de electricidad por todo el cuerpo. Apenas puedo contener lo que me divierte ver lo aterrada que parece por momentos.

—¿Algún problema, Blackbird?

La camarera se detiene junto a nuestra mesa con una sonrisa resplandeciente.

—¿Quieren algo más?

Sin apartar la mirada de Sloane, levanto las cejas; en cambio, ella no deja de mover los ojos de un lado a otro, pasando de mí a las salidas.

—Dos cervezas más, por favor —pido. Mi acompañante clava los ojos en mí y los entrecierra hasta que se convierten en dos ranuras.

—Enseguida.

—Como ya he dicho: eres lo peor —refunfuña Sloane mientras me suelta la muñeca.

Le lanzo una sonrisa torcida. Al ver mi expresión, ella relaja la suya, aunque diría que no lo hace por voluntad propia.

—Algún día te enamorarás de mí —ronroneo.

No aparto el rostro cuando me mira a los ojos. Me paso la lengua despacio por el reguero de salsa que me ha dejado en la piel. A Sloane le brillan los ojos bajo la cálida luz del atardecer que se cuela por las ventanas del restaurante. Ese hoyuelo que tiene junto a la boca es como una sombra de las ganas de reírse que apenas puede contener.

—No lo creo, Butcher.

«Eso ya lo veremos», dice mi sonrisa.

A Sloane le tiemblan las cejas oscuras como si estuviera lanzando un desafío y vuelve a centrarse en la comida.

—Sigues sin haber respondido a la pregunta que te he hecho sobre Briscoe.

—Sí he respondido. Desmembrarlo. Disfrutar de la agonía.

—Pero ¿por qué él?

Me encojo de hombros.

—Supongo que por lo mismo que tú. Era un mierda.

—¿Qué te hace pensar que yo lo elegí por eso? —pregunta Sloane.

—¿Y por qué no iba a ser por eso? —respondo, y apoyo los antebrazos en el ribete de aluminio de la mesa de formica.

Sloane levanta la barbilla con una expresión de indignación.

—A lo mejor tenía unos globos oculares muy bonitos.

Se me escapa una carcajada que me sale del alma y cojo otra costilla. Dejo que el silencio se quede ahí suspendido y le doy un bocado antes de responder:

—Esa no es la razón por la que les arrancas los ojos del cráneo.

Sloane ladea la cabeza; le brillan los ojos mientras me estudia.

—Ah, ¿no?

—No, está claro que no.

—Entonces, ¿por qué lo hago?

Me encojo de hombros; no estoy preparado para mirarla a la cara a pesar de cuánto me atrae.

—Supongo que los ojos son el espejo del alma.

Ella resopla y, cuando levanto la vista, la veo sacudir la cabeza.

—Más bien es en plan «cría cuervos y te arrancarán los ojos».

Ladeo la cabeza intentando descifrar lo que quiere decir. Se sabe muy poco sobre Sloane, o al menos a la prensa apenas le llega nada: que se ha especializado en otros asesinos en serie y que deja una intrincada escena del crimen. Y básicamente, eso es todo. El resto de las teorías que pueda tener el FBI sobre la Tejedora de Orbes están muy poco perfiladas. Por lo que he leído, ni siquiera se les ha pasado por esas cabezas tan formulistas y predecibles que el escurridizo justiciero sea una mujer. Sean cuales sean su pasado y sus motivaciones, y obviando lo que quiera decir con ese comentario, todo ello sigue encerrado bajo llave.

En cuanto la vi, despertó mi curiosidad y avivó los rescoldos tenues hasta convertirlos en ascuas, pero ahora ha encendido la primera chispa.

«Quiero saber. Quiero la verdad.»

Y a lo mejor también quiero que ella sienta la misma curiosidad hacia mí.

—¿Sabías que fui yo quien mató a Tony Watson, el Asesino del Puerto? —le pregunto.

Se aparta el vaso de cerveza de los labios despacio y clava los ojos en los míos.

—¿Fuiste tú?

Asiento con la cabeza.

—Creía que se había peleado con alguien a quien estaba intentado matar.

—Supongo que esa parte de la historia no es incorrecta. Sí que se metió en una pelea y, sin duda, se esforzó muchísimo para intentar matarme, solo que no lo consiguió. Ese pedazo de mierda de Watson… Le di tal paliza que le partí el cráneo y empezó a sacudirse. Luego me quedé mirando hasta que el último aliento se le escapó de entre los dientes partidos y los labios abiertos; fue como un espasmo, un borboteo de sangre. Cuando se quedó rígido, lo dejé en el callejón para que las ratas lo royeran.

No fue un asesinato muy bonito. Ni elegante. No lo organicé ni actué con astucia. Fue visceral y crudo.

Y disfruté hasta el último puto segundo.

—Watson no era tan estúpido como yo creía. Me pilló siguiéndolo. Intentó tenderme una emboscada.

A Sloane se le escapa un «hum» considerado de entre los labios apretados.

—Pues menudo bajón —dice.

—¿Por qué? ¿Porque no me mató él a mí? Qué dura eres, Blackbird. Eso me duele.

—No —responde, conteniendo una carcajada—. Es que había pensado en una cosa muy guay para él. Los cadáveres de sus últimos cinco asesinatos ya los tenía trazados en mi telaraña —dice. Agita los dedos pegajosos hacia mí y parece dibujar un patrón en el aire. Ni siquiera levanta la cabeza. Como si no acabara de soltar encima de la mesa una revelación descomunal.

«Un mapa. En la telaraña.»

—Supongo que no habría importado. Tampoco es que esos pasmarotes del FBI lo hayan averiguado todavía. Pero, aun así…, llegas tú y lo jodes —continúa Sloane. No deja de mirar el siguiente hueso que arranca del cadáver que tiene delante. Suelta un suspiro pesado encima de la carne cuando se la lleva a los labios—. Supongo que debería estar agradecida. Quizás yo también subestimé a Watson. Teniendo en cuenta lo fácil que le resultó a Briscoe darme una patada y meterme en la jaula, y eso que el muy cretino era un vago, no estoy segura de que hubiera salido tan bien parada como tú de una pelea con Watson. —Me clava esos extraños ojos brillantes que tiene a través de los mechones de pelo negro que le caen por la frente; siento que el hechizo de su resplandor me abrasa el alma ennegrecida—. Me duele admitirlo, la verdad. Pero que no se te suba a la cabeza, guaperas.

Dibujo una sonrisilla de suficiencia.

—Crees que soy guapo.

—Acabo de decir literalmente que no se te suba a la cabeza lo de Watson. También se aplica a lo de ser guapo —dice Sloane, que entorna los ojos de una forma muy épica y le tiembla un párpado—. Además, eso ya lo sabías.

Me permito ensanchar un poco más la sonrisa antes de esconderla en el borde del vaso. Nos quedamos mirándonos sin movernos, hasta que por fin ella rompe el trance y desvía la atención hacia otro lado; un atisbo de color le tiñe las mejillas llenas de pecas.

—Bueno, tú le echaste el guante a Bill Fairbanks antes que yo, así que supongo que estamos empatados —concedo.

Sloane abre los ojos como platos y esas pestañas tan densas y oscuras que tiene le abanican la frente.

—¿Ibas a por él? —pregunta.

Como respuesta, asiento rápido con la cabeza y me encojo de hombros. Antes me molestaba haber perdido a Fairbanks, incluso aunque me lo hubiera quitado la Tejedora de Orbes, a la cual consideraba una especie de ídola. ¿Pero ahora, después de conocer a la mujer que se esconde tras la telaraña? Perdería de nuevo contra ella solo para verle el rostro iluminado de orgullo. Puede que más de una vez.

Sloane se muerde el labio, como si intentara anclar a los bordes esa sonrisa perversa que tiene dibujada.

—No tenía ni idea de que fueras a por Fairbanks.

—Llevaba dos años siguiéndolo.

—¿En serio?

—Tenía pensado hacerme con él el año antes de que lo pillaras tú, pero hizo bomba de humo antes de que se me presentara la oportunidad. Tardé unos cuantos meses en volver a encontrarlo. Y entonces, quién lo iba a decir, alguien va y lo ata con hilo de pescar y le arranca los ojos.

Sloane resopla, pero veo el brillo que destella en su mirada cansada. Se endereza un poco en el asiento y se remueve.

—No se los arranqué, Butcher. Se los saqué. Con delicadeza. Como una dama. —Se mete un dedo en la boca, se aprieta la mejilla por dentro y lo saca de repente con un sonoro pop—. Así.

Me parto de la risa y ella me lanza una sonrisa resplandeciente.

—Culpa mía —digo.

Entonces se vuelve a poner nerviosa; recorre la estancia con la mirada y luego baja la cabeza. Coge unas cuantas patatas, pero sigue estudiando a los clientes y las salidas antes de apartar el plato hacia el borde de la mesa.

«Se va a largar.»

Y si lo hace, nunca volveré a verla. Se va a asegurar de que sea así con todas sus fuerzas.

Me aclaro la garganta.

—¿No habrás oído hablar de unos asesinatos en serie cometidos en parques nacionales de Oregón y Washington?

Sloane vuelve a centrar la atención en mí con los ojos entrecerrados. Veo que entre las cejas oscuras le aparece un pequeño surco. Se limita a sacudir un poco la cabeza como única respuesta.

—El asesino es un fantasma. Bastante prolífico. Exigente y muy muy cuidadoso —continúo—. Prefiere a los senderistas. A los campistas. Nómadas con pocos contactos en su terreno de caza. Los tortura antes de colocar los cadáveres mirando al este en zonas boscosas y les unge la frente con una cruz.

La máscara de Sloane vacila. Debajo hay un depredador, está oliendo un rastro. Casi puedo ver sus pensamientos girando en los confines del cráneo.

Cualquier cazador con algo de talento podría seguir la pista de estos detalles.

—¿Cuántos asesinatos ha cometido hasta la fecha?

—Doce, aunque podrían ser más. Pero no se está hablando sobre ellos.

Sloane frunce las dejas. Veo un destello en las verdes y doradas profundidades de sus ojos avellana.

—¿Por qué? ¿Por miedo a asustar al asesino?

—Puede.

—¿Y tú cómo lo sabes?

—Por lo mismo que tú sabías quién era la Bestia del Bayou. Porque mi trabajo es saberlo. —Le guiño un ojo. Noto que Sloane se detiene a observarme los labios, la cicatriz, antes de volver a mirarme a los ojos. Apoyo los antebrazos en la mesa y me inclino hacia delante—. ¿Qué te parece si nos echamos una competición amistosa? El que gane se lo carga.

Ella tiene la espalda apoyada contra el acolchado de vinilo del reservado y da golpecitos con las uñas desconchadas, pintadas de rojo sangre, sobre la mesa. Se muerde el labio agrietado durante un buen rato en silencio mientras me estudia. Lo siento en la piel. Me toca la carne. Enciende la llama de una sensación que siempre estoy persiguiendo, pero que nunca llego a atrapar.

Nada es tan arriesgado como para asustarme. Ninguna recompensa es suficiente para saciarme.

«Hasta ahora.»

Sloane deja de dar golpecitos con los dedos.

—¿Qué clase de competición? —pregunta.

Le hago un gesto a la camarera y le pido la cuenta cuando me ve.

—Es solo un jueguecito. Vamos a por un helado y lo hablamos.

Cuando vuelvo a mirarla, dibujo una sonrisa conspiratoria. Malvada y deseosa.

Perversa.

—Ya sabes lo que dicen, Blackbird: «Todo son risas hasta que alguien pierde un ojo» —susurro—. Y ahí es cuando empieza la diversión de verdad.

Cuerdas vocales

Sloane

Un año después…

La necesidad.

Empieza como un picor. Una irritación por debajo de la epidermis. Nada de lo que hago alivia el susurro constante que siento en la piel. Se abre paso en mi mente a rastras y no se va.

Se convierte en dolor.

Cuanto más tiempo lo niego, más me arrastra al abismo. Debo detenerlo. Haría cualquier cosa.

Y solo funciona una.

Matar.

—Tengo que mantener la calma —mascullo mientras miro el móvil de prepago por enésima vez hoy. Paso el dedo por la pantalla y repaso el breve intercambio de mensajes que he tenido con el único contacto que he guardado.

Debajo de la foto de perfil que le puse a Rowan, una salchicha humeante clavada en un tenedor, pone: «Butcher».

Decido no darles vueltas a las diversas razones que me han llevado a elegir esa en concreto y me imagino que le clavo el tenedor en la polla.

«Me juego el cuello a que también tiene una polla preciosa. Como todo lo demás.»

—Por Dios. Necesito ayuda —siseo.

El hombre que tengo en la mesa de acero me saca de mis pensamientos: está intentando liberarse de las ataduras que lo sujetan por las muñecas y los tobillos, por la cabeza y el torso, por los muslos y los brazos. Se le ahogan las plegarias en la mordaza bien apretada que tiene en esa boca de pez. A lo mejor me he pasado atándolo tan a conciencia. Tampoco es que se vaya a ir a ninguna parte. Pero los golpeteos de la carne contra el acero me molestan, avivan el picor y lo convierte en un tormento mordaz que me araña la materia gris.

Me doy la vuelta, con el teléfono en la mano. Vuelvo a repasar el puñado de mensajes que Rowan y yo hemos intercambiado a lo largo del último año desde el día que nos conocimos y aceptamos participar en esta locura de competición. ¿A lo mejor me he perdido algo en las limitadas conversaciones que hemos mantenido a lo largo de los últimos doce meses? ¿Hay alguna pista sobre las supuestas reglas de este juego? ¿Hay alguna forma de prepararme mejor? No tengo ni puta idea, pero sí un dolor de cabeza épico.

Me acerco al lavabo, saco un bote de ibuprofeno de la estantería y dejo el móvil en la encimera mientras me echo dos pastillas en la mano enguantada. Reviso los mensajes que nos mandamos a principios de semana, aunque creo que podría recitarlos de memoria.

El sábado te envío un mensaje con los detalles.

¿Cómo sé que no vas a empezar con ventaja para ganar esta ronda?

Supongo que tendrás que confiar en mí…

Qué absurdo…

¡Y divertido! *grito de sorpresa* sabes divertirte, ¿verdad…?

Cierra el pico.

¿Te refieres a mi PRECIOSO pico?

¡El sábado! ¡Estate atenta al móvil!

Y eso es justo lo que he hecho. Llevo todo el día aferrada al móvil y ya son las 20.12. El sonido del enorme reloj de pared, que puse ahí a conciencia solo para torturar a mis víctimas, me está torturando a mí ahora. Cada tictac me resuena en el cráneo. Cada segundo me abrasa las venas con una punzada de necesidad.

No me había dado cuenta de cuánto me apetecía jugar hasta que la ansiedad enraizó en mis pensamientos.

Mi víctima se sobresalta cuando abro el grifo y el agua cae sobre el impoluto fregadero de acero.

—Relaja la raja —digo por encima del hombro mientras lleno un vaso—. Todavía no hemos empezado con la parte divertida.

Gimoteos, quejidos y súplicas ahogadas. Que tenga tanto miedo e implore me excita y me frustra a la vez. Me trago el ibuprofeno y vacío el vaso de agua antes de dejarlo sobre la encimera con un golpe sordo.

Vuelvo a mirar el móvil de prepago: 20:13.

—Joder.

El teléfono personal me vibra en el bolsillo y me lo saco para leer la notificación: «Lark». Solo me ha enviado un emoticono de un cuchillo y una interrogación. En lugar de responderle, me saco los AirPod del bolsillo y la llamo, así tengo las manos libres para trabajar.

—Hola, cariño —dice cuando contesta al primer tono—. ¿Sabes algo del tal Butcher?

Me recreo en la agradable voz de Lark por un segundo, que es como el sol estival, y dejo que un pesado suspiro se me escape de los pulmones. Aparte de las cosas perversas que hago con las manos, Lark Montague es lo único en el mundo que me ayuda a despejarme cuando mi mente se sume en otra dimensión de oscuridad.

—Nada aún.

Lark murmura pensativa:

—¿Qué tal estás?

—Ansiosa. —Por la línea la noto meditabunda, pero se limita a esperar. No insiste ni me da su opinión sobre lo que debería hacer o no. Escucha, presta atención como nadie—. No sé si esto será una idea estúpida de proporciones épicas, ¿sabes? Tampoco es que conozca a Rowan. A lo mejor hacerlo es imprudente e impulsivo.

—¿Qué tiene de malo que sea impulsivo?

—Que es peligroso.

—Pero también es divertido, ¿a que sí?

Aspiro un hilo de aire con los labios apretados.

—A lo mejor… —repongo.

El tintineo de la risa de Lark me llena los oídos mientras me dirijo a los utensilios que hay alineados sobre la encimera: cuchillos, bisturíes, tornillos y sierras brillan bajo la luz fluorescente.

—¿La idea que tienes ahora mismo de… diversión… te sigue pareciendo lo bastante entretenida? —pregunta arrastrando la voz, como si estuviera viendo el bisturí que he cogido y que estoy examinando.

—Supongo —digo, encogiéndome de hombros. Dejo la herramienta sobre el soporte para instrumental al lado de unas tijeras quirúrgicas, un paquete de gasas y un kit de sutura—. Pero siento que falta algo, ¿sabes?

—¿Es porque el FBI no está siguiendo las pistas del hilo de pescar?

—No, al final lo acabarán pillando y, si no, enviaré una carta anónima: «Mirad las telarañas, pedazo de idiotas».

Lark suelta una risilla.

—«Los archivos están dentro del ordenador». —Es una cita de Zoolander. Nunca falla, siempre sabe cuándo calzar una frase de una película que parece aleatoria pero no lo es.

Me burlo mientras ella se ríe de su propia broma e ilumina con su luz los fríos confines del contenedor que transformé en mi laboratorio, como si formara parte del circuito eléctrico. La frivolidad con la que estábamos hablando se desvanece cuando agarro los bordes de la bandeja con ruedas y la arrastro hacia mi cautivo.

—Esta competición tiene algo que me resulta… inspirador, supongo. Como una aventura. Hacía mucho tiempo que algo no conseguía emocionarme tanto. Y creo, o espero, que Rowan ya habría intentado matarme si eso era lo que pretendía. No sé por qué, y a lo mejor esa es la parte más imprudente e impulsiva de todo esto, pero creo que siente lo mismo que yo, que también está buscando algo que le alivie un picor que cada vez le cuesta más rascarse.

Lark vuelve a murmurar, pero está vez suena más profundo, más oscuro. Ya hemos hablado de esto antes. Sabe en qué punto me encuentro. Con cada muerte, me cuesta más encontrar alivio. Ya no dura tanto. Me falta algo.

Por eso precisamente tengo a este pedazo de pedófilo de mierda en mi mesa.

—¿Y qué hay de ese asesino de la Costa Este del que te habló Rowan? ¿Has encontrado algo sobre él?

Frunzo el ceño; el dolor de cabeza me está perforando los ojos.

—La verdad es que no. Leí algo de un asesinato que podría haber sido suyo; fue hace dos meses, en Oregón. Mataron a un senderista en el parque Ainsworth. Pero no había detalles sobre ninguna unción, como había dicho Rowan. A lo mejor tiene razón; puede que las autoridades se callen las cosas para no asustar al asesino. —El hombre de la mesa suelta un chillido agudo a través de la mordaza y yo doy un manotazo en la bandeja que sacude los instrumentos—. Tío, que te calles. Lloriquear no te va a servir de nada.

—Sí que estás de buen humor hoy, Sloancita. ¿Estás segura de que no…?

—Sí. —Sé lo que quiere preguntarme, pero no he perdido el control. No me estoy dejando llevar. No estoy descontrolada—. En cuanto la competición empiece de manera oficial, todo irá bien. Simplemente quiero saber los detalles del primer objetivo, ¿sabes? No se me da bien esperar. Solo necesito relajarme, eso es todo.

—Mientras tengas cuidado…

—Por supuesto. Siempre —digo.

Arrastro la máquina de aspiración hacia el hombre, que intenta zafarse de las inflexibles tiras de cuero. Le doy al interruptor y la enciendo mientras los desesperados gimoteos del tipo alcanzan su punto álgido. Una delgada película de sudor le cubre la piel. Tiene los ojos bien abiertos y por las comisuras arrugadas se le escapan las lágrimas mientras intenta sacudir la cabeza y pretende deshacerse con la lengua de la pelota de la mordaza que tiene en la boca. Achico los ojos para estudiar sus tensos rasgos: la desesperación se le escapa de entre los poros como si fuera almizcle.

—Hoy sí que tienes un invitado digno, ¿eh? —dice Lark cuando el pánico del hombre traspasa el teléfono.

—Por supuesto. —A través de los guantes de látex siento el frío del mango de mi bisturí favorito, un SwannMorton; es como un beso tranquilizador en la cálida piel. Bajo la voz para concentrarme y pongo toda mi atención en colocar la punta del bisturí en la nuez del tipo—. Es un comemierdas de la cabeza a los pies. —Guio la punta afilada por la piel, dibujando una línea recta mientras voy bajando y presionando. Grita contra la esfera de silicona que tiene atascada en la boca—. Esto son las consecuencias de tus acciones, Michael. —Limpio la sangre que gotea de la incisión—. ¿Quieres hablar por internet con chavales menores de edad? ¿Enseñarles fotos de tu polla enclenque? ¿Acechar a los niños del barrio con promesas de cachorritos y caramelos? Como te gusta hablar tanto, primero te voy a quitar la voz —digo mientras aprieto durante un segundo el bisturí contra el hueco que ha dejado la carne abierta de Michael Northman en la garganta y profundizo más para acceder a las cuerdas vocales. La máquina de succionar gorgotea mientras absorbe la sangre a través de la válvula de control que sujeto con la otra mano—. Y luego te voy a arrancar los dedos por todos los mensajes asquerosos y amenazas que has enviado y te los voy a meter por el puto culo. Si tienes suerte, me aburriré y te mataré antes de que haga lo mismo con los de los pies.

—Madre mía, Sloane —dice Lark, cuya oscura risa bulle a través del teléfono—. Oye, ¿sabes qué? Creo que sí que deberías apuntarte a lo de la competición con el tal Butcher. Necesitas liberar parte de esa agresividad contenida, jovencita.

«Sí, no podría estar más de acuerdo.»

El último grito de Michael Northman inunda mi matadero mientras me despido de mi mejor amiga y acabo tanto con la llamada como con las cuerdas vocales de mi víctima. Cuando termino el procedimiento quirúrgico, suturo la herida solo por darle la falsa esperanza de que va a sobrevivir y le ordeno que no aparte los ojos del reloj antes de girarme de nuevo hacia la bandeja de materiales y coger mi fórceps Liston para deshuesar. Puede que no haga ni caso de lo que le ordeno, pero en esta habitación he aprendido lo suficiente sobre la fragilidad de la mente humana como para saber que querrá algo en lo que centrarse durante las próximas horas y nada es tan tentador como cruel que ver el tiempo avanzar despacio hacia tu condena.

Estoy a punto de regresar con el hombre que tengo amarrado a la mesa cuando el teléfono de prepago me vibra en el bolsillo.

Mi hermano Lachlan va a hacer de mano inocente. Nos enviará a los dos un mensaje con la localización. En cuanto lo haga, empieza el juego. El primero que mate gana. Si ninguno de los dos encuentra al objetivo en los próximos siete días, empatamos. Supongo que entonces tendremos que echárnoslo a piedra, papel o tijera.

Siento una fuerte sacudida golpeándome las costillas cuando el corazón se me acelera.

Tienes una ventaja que flipas.

Veo los puntos suspensivos oscilando en la pantalla mientras Rowan escribe la respuesta a mi mensaje.

Créeme cuando te digo que Lachlan quiere que ganes tú, no yo. No tengo ninguna ventaja. No me ha dicho una mierda.

Ensancho la sonrisa. Michael Northman sigue dando golpes desesperado y su respiración acelerada se convierte en un ruido de fondo vago mientras tecleo la respuesta.

No te conozco lo suficiente como para confiar en ti, pero si me entero de que te está chivando información, te doy una paliza. Lo dejo claro ahora para que estemos en la misma onda, ¿sabes?

El frío aire parece volverse más pesado dentro del contenedor mientras observo los puntitos grises que parpadean en la esquina inferior izquierda de la pantalla.

Creo que yo también quiero que ganes tú, así que no me importa

Eres lo peor

Puede… pero al menos crees que soy guapo

Madre del amor hermoso

Sé que le estoy sonriendo al aparato que tengo entre las manos. Debería sentirme estúpida. Debería percibir lo peligroso que es esto. Pero lo único que noto es una especie de alivio que me cala hasta el tuétano, una emoción que me inunda los ventrículos del corazón. Es una corriente que empapa de luz hasta la última célula.

Estoy a punto de guardar el teléfono y de centrarme en mi cautivo cuando me vibra en la mano. Es un mensaje de un contacto desconocido; nos lo ha mandado a Rowan y a mí.

Ivydale, West Virginia

Y buena suerte, señorita arácnida sacaojos, o sea cual sea tu nombre. Hermanito… creo que te van a dar el título de perdedor de manera oficial.

Se me ensancha la sonrisa. Un mensaje de Butcher le pisa los talones al de Lachlan:

¿Ves? Te lo dije. Nos vemos en West Virginia, Blackbird.

Dejo el fórceps y en su lugar cojo el bisturí ensangrentado.

Cuando me giro hacia el hombre que está atado a la mesa, veo sus ojos abiertos con esa expresión de miedo que me da paz. Tiene el rostro pálido del estrés y el dolor. Por las comisuras de los labios le cae sangre y saliva. Intenta sacudir la cabeza mientras yo giro el bisturí bajo la luz artificial.

—Tengo que irme a un sitio, así que supongo que tendremos que cortar esto, si me permites el juego de palabras —digo antes de acercarle el arma a la oreja. La sangre cae en cascada sobre la mesa como un torrente carmesí—. Esta noche toca jugar.

Atelier

Rowan

—¿Qué estás haciendo? —pregunta Fionn cuando entra en mi habitación; va dándole mordiscos a una zanahoria—. ¿Te vas de viaje?

Entorno los ojos y señalo la hortaliza.

—¿Qué demonios? ¿Esa es la nueva fase de tu adoctrinamiento de CrossFit, ir por ahí dándole bocados a tubérculos crudos?

—Betacaroteno, cabronazo. Antioxidantes. Estoy ayudando a mi cuerpo a eliminar los radicales libres.

—Toma vitaminas. Así pareces idiota.

—Respondiendo a tu pregunta, doctor Kane, Rowan se va a una pequeña expedición de caza con una tía que es del mismo palo que él —canturrea Lachlan mientras se deja caer en uno de los sillones de cuero que hay en la esquina de la habitación—. Pero, siendo fiel a su estilo, ha decidido convertirlo en una competición. Me pilló por banda para que les encontrara una presa adecuada que fuera una sorpresa para los dos. Así que, en esencia, le van a dar de palos en el culo como a la putilla masoquista que es.

Le lanzo una mirada asesina, pero él se limita a responderme con una sonrisa de suficiencia por encima del borde del vaso y luego le da un buen trago al whisky mientras golpetea el cristal con el anillo de plata.

—¿A dónde? —pregunta Fionn.

—West Virginia.

—¿Por qué…?

Lachlan suelta una carcajada.

—Yo diría que es porque está intentando salir de la friend zone a zarpazos, pero, a este ritmo, no creo que esté en ninguna zona.

Fionn le da otro mordisco crujiente a la zanahoria y se llena la boca mientras suelta una carcajada bobalicona como si fuera un puto niño estúpido.

Así que hago lo que cualquier adulto razonable le haría a su hermano pequeño.

Le arranco la hortaliza de la mano, se la lanzo a Lachlan y le da en toda la frente con un ruido satisfactorio.

Los dos protestan al mismo tiempo y yo sonrío hacia la bolsa de viaje mientras meto otro par de vaqueros.

—Creo que no te habías esforzado tanto por una mujer desde… nunca. ¿Y cuánto llevas sin verla, un año? —pregunta Lachlan, que no ceja en su empeño.

La tos ahogada de Fionn llena la habitación. Lachlan y yo lo miramos mientras se quita del puño cerrado unas pizcas de color naranja.

—¿Qué? ¿Un puto año? ¿Por qué me acabo de enterar ahora de eso?

—Porque has tenido la cabeza metida en el culo y te la sudaba todo mientras jugabas a ser médico de pueblo. Por eso —se burla Lachlan—. Vuelve a Boston, Fionn. Deja de obsesionarte como una cenicienta triste sacada de una peli de Hallmark y ve a casa a ejercer medicina de verdad.

—Capullo —decimos el aludido y yo al perfecto unísono.

El otro sonríe y deja el vaso sobre la mesita auxiliar. Se saca del bolsillo una navaja con el mango nacarado antes de retreparse en el sillón y desabrochar la tira extra de cuero desgastado del asentador hecho a medida que lleva puesto en la cintura. Se mete la anilla de metal del extremo en el dedo corazón, estira el cuero y luego empieza a suavizar la cuchilla con la parte más áspera del interior de la tira. Lo hace desde que éramos pequeños, le tranquiliza. Puede que a Lachlan le encante cachondearse de Fionn y de mí, pero sé que está estresado porque nuestro hermano pequeño ya no vive en la misma ciudad que nosotros y porque ahora, además, yo me voy a participar en una locura de competición mortal con una asesina en serie que apenas conozco.

—Tengo razón —insiste Lachlan después de pasar la cuchilla un par de veces por el cuero—. Nebraska está demasiado lejos, chaval. Además, está claro que estás pasando por alto todos los detalles divertidos sobre la triste, cómica e inexistente vida amorosa de Rowan.

—Cierto —admite Fionn. Se queda mirando pensativo el suelo de madera, se cruza de brazos y se apoya en la cómoda.

Lo más probable es que le esté asignando valores numéricos a las opciones de «saber el salseo» frente a «no enterarse de nada» para luego calcular la probabilidad estadística de su felicidad dividida por pi.

«Puto friki.»

—¿Tú la has visto? —pregunta Fionn cuando sale del ensimismamiento y mira directamente a Lachlan como si yo ni siquiera estuviera ahí.

—Solo en un par de fotos. —Le da un trago a su copa mientras responde con una sonrisa de suficiencia a la mirada asesina que le he lanzado—. Está buena que te cagas. Sin duda tiene un lado oscuro… Le gusta arrancarle los globos aculares a sus víctimas mientras siguen con vida. Los federales la llaman la Tejedora de Orbes. Su verdadero nombre es Sloane Sutherland.

—No te atrevas a pronunciar su nombre —gruño.

Lachlan llena la habitación con su risa explosiva. Se lleva el mango de la navaja a la boca mientras ese sonido que indica que se está divirtiendo mucho inunda el espacio que nos separa. Está claro que el muy listillo me quiere recordar que, de los dos, él es quien tiene un arma preparada.

Si no tuviera una navaja recién afilada entre las manos, ya le habría soltado un puñetazo en esa cara de engreído.

—Imaginemos que consigues abrirte paso como sea hasta la friend zone y luego, por obra de un puto milagro, logras ir más allá y le acabas cayendo en gracia a la señora araña sin perder ningún ojo, ¿cómo te gustaría que me refiriera a ella?

—No lo sé, gilipollas. ¿Qué te parece «reina»? ¿O «alteza»? Que te follen.

Gruño mientras la risa de Lachlan nos envuelve otra vez, aún más fuerte que antes.

—Pues «Que Te Follen» será —dice—. Encantado de conocerte, Que Te Follen. Soy tu cuñado, bienvenida a la familia, Que Te Follen.

Estoy a punto de abalanzarme sobre él cuando el teléfono de prepago me vibra en el bolsillo.

Aprovechando al máximo

Una foto de los delicados dedos de Sloane alrededor de una copa de champán; está en un avión, en primera clase, y el esmalte de uñas rojo sangre brilla bajo la luz artificial de la cabina.

Siento que el corazón me martillea las costillas.

Casi siento esas uñas arañándome el pecho, bajando hacia los abdominales y envolviéndome la polla con una fuerza ilusoria. Me imagino el calor de esos ojos castaños clavados en mí y su aliento calentándome el cuello mientras me susurra al oído.

Lachlan suelta una risilla, como si me leyera hasta el último pensamiento, y me aclaro la garganta.

Veo que ya estás en el avión. Qué… guay

Por supuesto que sí. Y está claro que tú no. ¡Ya te veré si me pillas! Aunque mejor espero sentada

Siento las mejillas rojas mientras muevo los dedos por el teclado.

¿Es demasiado tarde para que volvamos a empezar?

Sloane responde de inmediato:

Tardísimo.

Suelto un gruñido que me vibra en el pecho y me pongo a hacer la maleta más deprisa, aunque soy consciente de que así no voy a conseguir subirme antes a un avión.

—¿Estás bien, hermanito? ¿O acaso Que Te Follen ya ha matado a vuestro objetivo?