Cervantes en las antípodas - Ariel Núñez Sepúlveda - E-Book

Cervantes en las antípodas E-Book

Ariel Núñez Sepúlveda

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A más de cuatrocientos años de su publicación, el Quijote –y con él, toda la obra de Miguel de Cervantes– sigue gozando de una radical vigencia estética que lo constituye como un hito insoslayable en el desarrollo de la historia de la literatura y el arte. Y es que la escritura cervantina, poseedora de una prodigiosa capacidad para abrirse a siempre renovadas lecturas y relecturas, interpela permanentemente a quienes se aproximan a sus páginas para instalar preguntas tan fundamentales como qué es la ficción y qué es la realidad o dónde termina la cordura y comienza la locura. En este libro se reúnen quince ensayos e investigaciones que plantean diferentes abordajes y respuestas a esas y a otras preguntas que Cervantes despliega en sus textos. Los autores de los trabajos son todos jóvenes estudiantes de distintas universidades del país, quienes, embarcados en la aventura hermenéutica «del poco dormir y del mucho leer», proponen novedosas miradas sobre las creaciones literarias del Manco de Lepanto, y, sobre todo, del Quijote, la llamada «primera novela moderna». Así, desde diversos puntos de vista, estos nóveles investigadores tratan problemáticas tan relevantes como la presencia de la narrativa cervantina en la literatura latinoamericana del siglo xx, la reescritura del Quijote en el teatro, o la reinterpretación de figuras novelescas capitales como Alonso Quijano-don Quijote, Sancho Panza y Cide Hamete Benengeli, junto con el estudio de otros títulos menos conocidos del escritor español, como las Novelas ejemplares, el Persiles y sus Entremeses. Se trata, en cada caso, de apropiaciones y visiones críticas de una obra que, desde el siglo xvii y hasta nuestros días, sigue interrogándonos y, al mismo tiempo, hablándonos de nosotros mismos.

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C419e

Cervantes en las antípodas. 15 lecturas del Quijote desde Chile.

1a. ed. – Santiago de Chile: Universitaria, 2019.

210 p.; 15,5 x 23 cm. – (El saber y la cultura)

Incluye bibliografías.

ISBN: 978-956-11-2621-3ISBN Digital 978-956-11-2833-0

1. Cervantes Saavedra, Miguel de, 1547-1616 – Crítica e interpretación – Congresos.

2. Novela española, 1500-1700 – Historia y crítica - Congresos.

I. Jornadas Cervantinas (2015-2016: Universidad de Chile).

© 2019, ARIEL NÚÑEZ SEPÚLVEDA.

Inscripción Nº 299.779, Santiago de Chile.

Derechos de edición reservados para todos los países por

© EDITORIAL UNIVERSITARIA, S.A.

Avda. Bernardo O’Higgins 1050, Santiago de Chile.

Ninguna parte de este libro, incluido el diseño de la portada,

puede ser reproducida, transmitida o almacenada, sea por

procedimientos mecánicos, ópticos, químicos o

electrónicos, incluidas las fotocopias,

sin permiso escrito del editor.

Texto compuesto en tipografía Bembo 12/14,5

diagramación

Yenny Isla Rodríguez

diseño de portada

Norma Díaz San Martín

Este proyecto cuenta con el financiamiento del

Fondo Juvenal Hernández Jaque 2016

de la Universidad de Chile

Diagramación digital: ebooks [email protected]

FONDO RECTOR JUVENAL HERNÁNDEZ JAQUE

El Fondo Rector Juvenal Hernández Jaque fue instituido el año 2003 mediante el Decreto Universitario N° 0025.932, con el fin de“promover la edición, publicación y difusión de libros y textos de interés académico, otorgando prioridad a los desarrollados por la Universidad de Chile, que generen una contribución a las ciencias, humanidades y artes, y que signifiquen un enriquecimiento científico y cultural de la comunidad”.

Desde el año 2013 la convocatoria a postular obras se ha realizado en forma anual siguiendo estándares editoriales rigurosos estrictos. Un Comité Editorial formado por cinco Profesores Titulares de diversas áreas del conocimiento –presidido por el Prorrector de la Universidad de Chile– conduce el proceso de revisión y selección de las obras, identificando pares evaluadores que contribuyen con su opinión ilustrada y fundamentada a la decisión final sobre bases exigentes y rigurosas.

En el presente concurso el Comité Editorial del Fondo estuvo constituido por los Profesores Gonzalo Díaz Cuevas, Rafael Epstein Numhauser (Presidente), Jorge Hidalgo Lehuedé, María Loreto Rebolledo González y Ángel Spotorno Oyarzún. La convocatoria alcanzó a 37 libros, siendo seleccionados 16. Uno de ellos es el libro que usted tiene en sus manos.

Comité Editorial

Fondo Rector Juvenal Hernández Jaque

ÍNDICE

Prólogo al lector

Agradecimientos

I.NUEVAS APROXIMACIONES CRÍTICAS AL QUIJOTE

1.Aspectos existenciales en torno al Quijote de 1605María Eugenia Cabezas Flores

2.Don Quijote, ¿arribista o noble?María Ignacia Ugarte Pérez

3.El rucio de Sancho Panza: el último elemento utópico en el Quijote de 1615Amalia del Río Méndez

4.Sanchificado sea su nombre: un acercamiento a la figura de Sancho Panza en las versiones de Cervantes y Fernández de AvellanedaDaniel Martínez Martínez

5.La construcción de una imagen de Oriente en la figura del moro/morisco en laSegunda parte de El ingenioso hidalgo `don Quijote de la Mancha.Ninoska Flores Ibarra y Gabriel Serrano Mena

II.CERVANTES Y LA TRADICIÓN LITERARIA: FUENTES E INTERTEXTOS

1.Cervantes y la novela griega: de Las etiópicas de Heliodoro a Los trabajos de Persiles y SigismundaEmilio Urbano Urrutia

2.La tradición de los colloquia y elementos cómico-populares en el Coloquio de los perrosDaniel Valenzuela Medina

III.LA TEATRALIDAD CERVANTINA DEL BARROCO AL ROMANTICISMO

1.Turpitudo et deformitas: lo obsceno, lo grotesco y lo cómico en El retablo de las maravillas (1615) de Miguel de CervantesJoaquín Vargas Vargas

2.Calderón y la reescritura de la ficción cervantina: la mojiganga de Las visiones de la MuerteAriel Núñez Sepúlveda

3.La adaptación dramática del Quijote por Mabel DearmerJosé Antonio Cancino Alfaro

IV.LA RECEPCIÓN DE LA FICCIÓN CERVANTINA: RELECTURAS Y REESCRITURAS EN LOS SIGLOS xx y xxi

1.Problemas ficticios en la recepción contemporánea del QuijoteJosé Tomás Fuenzalida Izquierdo

2.Del Caballero de la Luna (o tres lecturas aristocráticas del Quijote): Borges, Nabokov y AmisRoberto Aedo Sanhueza

3.Cervantes, autor del Quijote: la función autorial en el Quijote a partir de Pierre MenardHans Frex Aguirre

4.Pervivencia de la ficción: convergencia en metalepsis y muerteDaniel Pérez Fajardo

5.Neguijón o el saber cariadoBruno Lloret Fuentes

PRÓLOGO AL LECTOR

Y así debe de ser de mi historia –dijo don Quijote–, que tendrá necesidad de comento para entenderla.

Eso no –respondió Sansón–, porque es tan clara, que no hay cosa que dificultar en ella: los niños la manosean, los mozos la leen, los hombres la entienden y los viejos la celebran; y, finalmente, es tan trillada y tan leída y tan sabida de todo género de gentes, que apenas han visto algún rocín flaco, cuando dicen: «Allí va Rocinante». Y los que más se han dado a su lectura son los pajes: no hay antecámara de señor donde no se halle un Don Quijote, unos le toman si otros le dejan, estos le embisten y aquellos le piden…

Cervantes. Quijote II, 3.

En 1947 la revista Atenea de la Universidad de Concepción publicó un número especial dedicado a Cervantes donde diversos escritores, críticos y estudiosos analizaban las diferentes dimensiones de la obra del alcalaíno, aprovechando el año de la conmemoración del cuarto centenario de su nacimiento. Dentro del marcado carácter laudatorio de los ensayos y trabajos ahí reunidos desentonaba un breve artículo llamativamente titulado «Sin haber releído el Quijote»; su autor firmaba como Pedro Selva, seudónimo de Hernán Díaz Arrieta, acaso el crítico literario de más peso e influencia en el panorama cultural chileno de la primera mitad del siglo xx, y conocido por todo el campo literario coetáneo por otro de sus seudónimos: Alone. En las cortas páginas donde despliega su reflexión,Alone dice negarse a participar de la efeméride cervantina por considerarla una «ceremonia» vacía y «convencional», donde el placer íntimo de la experiencia de lectura de la obra –en este caso, el Quijote– se veía anulado por los aspavientos y la parafernalia que revestían a una celebración literaria demasiado canónica y oficial. Más aún, el Quijote resultaba ser para Alone un libro distante, difícilmente disfrutable, debido a un «defecto» que el propio texto «no puede prever ni evitar», y es que

[al Quijote] lo han trillado tanto, lo han manejado y exhibido como un animal de feria; recuerda a esos elefantes de circo que uno querría volver a soltar en la selva para verlos libres; y admirarlos y temerlos, lejos de sus domadores. A Don Quijote no es posible descubrirlo. Pensar en un Quijote desconocido, que no hubiera comentado nadie, en un Don Quijote y Sancho inéditos, explorables, que a cada paso surgieran intactos y frescos delante de nosotros, sin trompetas previas, sin corte de voceros precedentes… Pero no, ya no es posible, ni siquiera imaginable […] Ya está colocado ahí, sobre el pedestal (1947, pp. 60-61).

Y sobre ese pedestal, concluía Alone, el Quijote se había convertido en una de esas «estatuas inmortales» frente a cuya insoportable seriedad y solemnidad no sería posible vivenciar el genuino arrobamiento que exige toda experiencia estética significativa. Más allá de su socarrona provocación anticanónica, la reflexión de Díaz Arrieta apuntaba a un problema no menor que ronda alrededor de la obra de Cervantes, en general, y del Quijote, en particular.Y es que sobre el autor y la novela se ha dicho de todo: desde los estudios más agudos y rigurosos hasta disparatadas teorías conspirativas, la ficción cervantina ha sido examinada e interpretada a la luz de un sinnúmero de perspectivas, entre las cuales desfilan prácticamente la totalidad las escuelas de teoría y crítica literarias. Así, para nadie puede resultar una sorpresa que la bibliografía cervantina sea tan vasta, oceánica e inconmensurable, y que crezca exponencialmente día a día no solo en el acotado ámbito de los estudios literarios y filológicos, sino además en otras áreas y disciplinas colindantes como la historia, la filosofía, la lingüística, la estética, la psicología, la sociología, los estudios culturales y un larguísimo etcétera que sería vano enumerar. Y a esto hay que agregar otra consideración: la genial novela de Cervantes goza –o padece (depende de cómo se lo mire)– de una condición que solo muy contadas obras artísticas poseen, y es que las figuras de don Quijote y Sancho Panza preexisten a la lectura del texto, puesto que están tan arraigadas en el imaginario colectivo que conocemos a los dos personajes antes de siquiera abrir el libro que contiene su historia. En efecto, las dos invenciones del «Manco de Lepanto» son los personajes literarios más reconocidos y reconocibles de la literatura occidental: basta poner un hombre viejo, alto y flaco portando una lanza junto a un pequeño gordinflón a su lado para hacer presentes sus efigies. De esta manera, de personajes literarios transformados en íconos, y de íconos devenidos en un rentable merchandising pop, el hidalgo manchego y su fiel escudero multiplican por doquier la reminiscencia a la obra que los encierra en coloreados estampados de poleras, chapitas e ingeniosos souvenirs, grafitis callejeros, caricaturas, marcas de comida y malogradas adaptaciones cinematográficas. Se trata, en todo caso, de una reminiscencia paradójica, pues aunque todo el mundo es capaz de reconocer una imagen de don Quijote y Sancho, ¿cuántos realmente han leído la novela?

Ante estos complejos fenómenos de recepción, cabría detenerse para atender al escepticismo que hace setenta años exhibía Alone frente a Cervantes y el Quijote, antes de apresurarse a soslayarlo demasiado rápido como la cínica procacidad –que, en parte, sí es– de un crítico literario impresionista y afrancesado; esto debido a que ese mismo escepticismo permite instalar algunas interrogantes que resultan, cuando menos, necesarias de formular: ¿cómo descubrir al Quijote?, ¿cómo explorarlo?, ¿cómo leer o aproximarse a una obra y a un autor tan recorridos, estudiados y desmenuzados, y que son, al mismo tiempo, tan ignorados y desleídos?, ¿qué de nuevo puede decirse sobre ellos en el siglo xxi, después de cuatrocientos años de acumulación de mil y un comentarios, análisis e investigaciones? ¿y para qué seguir ensanchando el ya dilatado caudal de esas interpretaciones?

Para abordar esto quizás habría que partir inquiriendo una afirmación que de tan repetida y evidente su sentido parece difuminarse o perderse: «Cervantes y el Quijote –se dice– son clásicos». «Clásicos» de la lengua, de la literatura, del arte o lo que fuere. «Clásico» … y la palabra retumba cargada de una retahíla de connotaciones que,en tiempos en que la «posmodernidad» ha desbaratado o puesto bajo sospecha todos los discursos y categorías que proveían certezas en la cultura, desembocan en la incomodidad, el temor o el aburrimiento. Pareciera ser que ese estatuto canónico conllevara para los «lectores de a pie» cierta resistencia o alejamiento ante el Quijote, sobre todo si se considera el lugar y la función que cumple la obra cervantina como lectura obligatoria en el currículo de los planes escolares y universitarios del precario y cuestionado sistema educativo chileno. Pero ¿es que acaso un «clásico» es solamente un tipo de obra ante la cual hay que hacer la pantomima de una reverencia irreflexiva?, ¿es que los «clásicos» son esos textos aparentemente inescrutables cuya lectura es siempre forzosa, insufrible y condenada al tedio y al sopor que implica una imposición institucional?, ¿o bien un «clásico» puede concebirse de otra manera?

En un conocido y conciso ensayo de 1981, Italo Calvino trató de dar una respuesta a esta pregunta: «un clásico –decía el escritor italiano– es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir» (2009, p. 15). Un «clásico», pues, no es un monumento inconmovible y silencioso frente al que hay que realizar un obligado gesto de veneración. No, un «clásico», ante todo, es un texto que está permanentemente dialogando y apelando al lector, hablándole directamente y fomentando la continua renovación de su sentido.Y esto es más que cierto en el caso de la escritura cervantina que, lejos del «pedestal» –o bien a pesar de él– que Alone le atribuye como su lugar de consuetudinaria devoción y «museificación», se yergue como una desafiante invitación a explorar los sinuosos pliegues de los significados que abre.

¿Pero cómo, entonces, la obra de Cervantes nos dice y habla? Sin duda, a través de una constelación de imbricados mecanismos y artificios literarios presentes no solo en el Quijote, sino además en otras de las obras del alcalaíno, como en sus Novelas ejemplares o su teatro: la vindicación de la libertad creativa; la problematización de la figura y la función del autor en el texto; la proliferación de voces y niveles narrativos; la polifonía y el perspectivismo; el complejo entrecruce y sincretismo entre lo popular y lo culto, entre la oralidad y la escritura, entre el Carnaval y el Humanismo; la experimentación con procedimientos metanarrativos –tan en boga en las novelas contemporáneas– como la autorreflexión, mise en abyme y el trampantojo; la mixtura e hibridación de géneros, estilos y formas discursivas; la individuación evolutiva de los personajes literarios y la densificación en su construcción como vectores de conflictos modernos; la sistemática y lúdica reflexión sobre la ficción y sus modos de representación de la realidad; el sorprendente empleo del humor, la comicidad y la parodia; la exploración de los frágiles y permeables límites que separan la locura de la cordura; el inteligentísimo manejo de la dialéctica entre tradición y ruptura; la irreductible apertura a la contradicción, la paradoja, la ambigüedad y la ironía… en fin, por medio de estos y muchos otros elementos y técnicas, Cervantes sigue sin terminar de decir lo que puede llegar a decirnos a nosotros, «desocupados lectores», aún hoy y más allá de su circunscrito contexto histórico de producción.

La ficción cervantina, en consecuencia, solo es «clásica» en la medida que encuentra ante sus páginas a un lector activo que se aboque a la infatigable aventura hermenéutica de descubrir, a cada paso, nuevos e insospechados horizontes de sentido proyectados desde múltiples y plurales puntos de vista. En esto radica, en parte, su tan repetida modernidad. El escritor Javier Cercas, precisamente reflexionando sobre aquello y discurriendo sobre el tan manido mote que ostenta el Quijote de «primera novela moderna»1 –rótulo que por cliché no deja de tener mucho de cierto–, postula que en este texto se encuentra el mecanismo central que origina e inaugura la extensa genealogía novelística que desde el siglo xvii hasta la narrativa posmoderna del siglo xxi ha tenido sus más altas cimas en Diderot, Sterne, Flaubert, Dostoievski,Woolf, Joyce, Kafka, Borges y Rulfo, entre muchos otros más. Se trata de una larga tradición de obras capitales –engendradas desde el Quijote, y llamadas por Cercas como «novelas del punto ciego»– en donde

al principio de todas ellas, o en su corazón, hay siempre una pregunta, y toda la novela consiste en una búsqueda de respuesta a esa pregunta central; al terminar esa búsqueda, sin embargo, la respuesta es que no hay respuesta, es decir, la respuesta es la propia búsqueda de una respuesta, la propia pregunta, el propio libro. En otras palabras: al final no hay una respuesta clara, unívoca, taxativa; solo una respuesta ambigua, equívoca, contradictoria, esencialmente irónica, que ni siquiera parece una respuesta y que solo el lector puede dar (2016, p. 17).

Efectivamente, las preguntas que plantea el Quijote son, al mismo tiempo que transparentes, poliédricas: ¿está don Quijote realmente loco?, ¿es un héroe o un antihéroe?, ¿es esta una historia triste o feliz, trágica o cómica, debemos llorar o reír con ella?, ¿qué es la ficción y qué es la realidad, qué las separa y cuáles son sus fronteras?, etc. Y por esta especial configuración de la novela, la forma de aproximación que exige adquiere un carácter esencialmente lúdico. No por nada se ha dicho en incontables ocasiones que el Quijote es un juego; y justamente así se titula un famosísimo ensayo de Gonzalo Torrente Ballester, donde el novelista español afirma que «el autor –Cervantes– “ha jugado”, y su libro es no uno, sino todo un sistema de juegos que en su ilimitada libertad llegan al borde del acertijo» (1975, p. 21). Para Torrente Ballester la naturaleza lúdica de la «escritura desatada» de Cervantes constituye el principio fundamental de toda su conducta estética. El propio alcalaíno así lo proclama en el «Prólogo» de sus Novelas ejemplares: «mi intento –escribe allí refiriéndose a su propia obra– ha sido poner en la plaza de nuestra república una mesa de trucos» (2013, p. 7). Una «mesa de trucos», es decir, un tipo de mesa de billar… la metáfora es decidora: Cervantes construye e instala una maquina narrativa dispuesta para ser operada gozosamente por el lector; un lector al que el autor le indica explícitamente en el «Prólogo» de la Primera parte del Quijote que queda «exento y libre de todo respeto y obligación –con la obra–, y, así –le dice–, puedes decir de la historia todo aquello que te pareciere, sin temor que te calumnien por el mal ni te premien por el bien que dijeres de ella» (2015, p. 7).

De esta manera, si comprendemos que el Quijote no deja de plantearnos preguntas, y el modo de acercarnos a ellas es a través del juego con el texto, y si, aún más, en ese juego sabemos que estamos como lectores liberados de «todo respeto y obligación» pues el autor ha renunciado a la autoridad sobre su obra, entonces, y solo entonces, podemos responderle a Alone que la única forma de descubrir la novela cervantina, de encontrarla intacta y fresca, es volviendo una y otra vez sobre ella: releyéndola. Calvino ya lo decía: «toda lectura de un clásico es en realidad una relectura»; y esto es así no solo porque estas obras no terminan de decirnos lo que tienen que decir, como apuntaba más arriba, sino además porque «son libros que nos llegan trayendo impresa la huella de las lecturas que han precedido a la nuestra, y tras sí la huella que han dejado en la cultura o en las culturas que han atravesado», como anota de nuevo Calvino (2009, p. 15).

Es indiscutible que la escritura cervantina ha calado hondo en la cultura occidental ocupando allí un lugar privilegiado: «para mí –llegó a decir Milan Kundera– el creador de la Edad Moderna no es solamente Descartes, sino también Cervantes» (2012, p. 15).Y así, los primeros en reconocer ese calado –con más o menos hipérboles– han sido precisamente los autores cuyas obras constituyen la médula de la tradición novelística moderna: de Unamuno a Vargas Llosa, de Goethe a Thomas Mann, de Flaubert a Le Clézio, de Dostoievski a Kafka, de Faulkner a Cotzee; todos ellos –y muchos otros más– han admirado, reescrito o se han enfrentado crítica o creativamente con el Quijote. De modo que releer la historia del hidalgo enloquecido permite rastrear las huellas de las lecturas de aquellos escritores y volver a sus respectivas obras para poder vislumbrar y reconocer nuevos e impensados aspectos de ellas. Esto es especialmente cierto en nuestra propia tradición, debido a que tanto la literatura latinoamericana como la chilena se entroncan directamente con esa herencia cervantina. Desde el arribo casi inmediato de los primeros ejemplares de la obra al Nuevo Mundo, pocos meses después de su publicación, el Quijote no ha dejado de tener muchos y buenos lectores en América. En esta línea, el novelista español Juan Goytisolo afirmó que la renovación de la literatura en lengua española producida en el siglo xx se debió fundamentalmente a un suceso que no ocurrió en España, sino en Latinoamérica: la relectura que Jorge Luis Borges hizo de la obra de Cervantes. A esa relectura renovadora de la práctica literaria contemporánea, realizada por el autor de Ficciones, podríamos nosotros agregar, sin duda, la emprendida por tantos otros autores: desde el inclasificable Macedonio Fernández, pasando por Carlos Fuentes o Severo Sarduy, hasta llegar a un novelista tan vigente como Roberto Bolaño. Este último, sin ir más lejos, señaló, en una entrevista televisiva realizada por Jaime Celedón y Fernando Villegas, que prefería entender las filiaciones literarias menos en los estrechos límites de las atomizadas tradiciones nacionales que en una visión más amplia inscrita globalmente en la lengua: «yo soy un escritor en lengua española –decía allí Bolaño–, y la literatura, además, dividirla por países de una misma lengua nos lleva al absurdo. ¿En dónde está la base de la literatura chilena? ¿Está en Alonso de Ercilla? ¿Está en Bello? No es verdad. Está en el Quijote, está en Cervantes».

Leer y releer la ficción cervantina es, finalmente, penetrar en nuestra propia cultura a través de ese inagotable palimpsesto que es el Quijote, que, como un Aleph borgeano, posibilita la mirada de «todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos». De ahí surge la necesidad del presente libro: seguir indagando en la obra para interrogarla, estudiarla y examinarla críticamente, hoy, aquí y ahora, en Chile, desde este extremo, en las «antípodas» de Cervantes.

Sobre este libro

Los quince trabajos aquí reunidos constituyen heterogéneas investigaciones y reflexiones en torno a los textos de Miguel de Cervantes y las diferentes relaciones que estos establecen con otras obras y fenómenos literarios, artísticos o culturales. Fueron presentados, en una primera versión, entre los años 2014 y 2016 por estudiantes de distintas universidades del país en las Jornadas Cervantinas de la Universidad de Chile. Esta actividad se ha venido realizando anualmente durante más de una década en la Facultad de Filosofía y Humanidades de la misma casa de estudios, y ha sido impulsada y organizada fundamentalmente por estudiantes de pre y posgrado con la colaboración de académicos del Área de Literatura Española del Departamento de Literatura de aquella Facultad. La finalidad de las Jornadas ha sido, justamente, generar e instalar un espacio de crítica, debate y diálogo fructífero alrededor de la figura y la obra de Cervantes. En este sentido, es insoslayable apuntar que las Jornadas han estado orientadas con particular énfasis en convocar de manera privilegiada y prioritaria a jóvenes investigadores que cursen programas universitarios en estudios literarios o afines para otorgarles la palabra y permitir que puedan enriquecer y socializar su incipiente labor intelectual. El resultado de esta actividad se ha traducido en la participación de casi dos centenares de alumnos de universidades chilenas y extranjeras que han expuesto sus lecturas e interpretaciones sobre la escritura del autor español. Algunos de esos trabajos fueron publicados en los dos números de los Cuadernos de estudios cervantinos, iniciativa promovida por el profesor Eduardo Godoy (el primer volumen es del año 2010 y el segundo del año 2013, que fue editado por Andrés Soto y Victoria Urtubia).

El presente libro pretende continuar con aquella empresa de publicación de ensayos y artículos elaborados por jóvenes estudiantes que recién comienzan su trayectoria en la investigación y la crítica literaria, la mayoría de los cuales –dicho sea de paso– dan por primera vez sus textos a las prensas. Se trata, en definitiva, de contribuir a la producción de un conocimiento humanista que, nacido en la enseñanza y la discusión de la sala de clases, salga hacia afuera de las puertas de la universidad, y que, al mismo tiempo, se sume y aporte sustancialmente a los avances del cervantismo chileno.

Los quince escritos han sido agrupados en cuatro capítulos: el primero, reúne exégesis que abordan particularmente el texto del Quijote, dándole aquí y allá novedosos giros en su desciframiento, o bien volviendo sobre temas antiguos para realizar una vuelta de tuerca; los estudios del segundo capítulo se aproximan ya no al Quijote sino a otras obras menos atendidas del corpus cervantino para rastrear los influjos e intertextualidades que los cruzan y que los vinculan con la tradición literaria precedente; el tercer capítulo incluye ensayos dedicados al análisis de una zona diferente a la narrativa: el teatro de Cervantes y Cervantes en el teatro, desde el siglo xvii al siglo xx; finalmente, el último capítulo presenta trabajos centrados en la compleja recepción –ora positiva, ora negativa– de la poética del autor alcalaíno efectuada por escritores capitales de la contemporaneidad, así como en algunas categorías estéticas y conceptos teóricos problematizados en el Quijote.

Ariel Núñez Sepúlveda

Ñuñoa, 2017

Bibliografía

Calvino Italo. 2009. Por qué leer los clásicos. Madrid: Siruela.

Cercas Javier. 2016. El punto ciego. Santiago de Chile: Penguin Random House.

Cervantes Miguel de. 2015. Don Quijote de la Mancha. Ed. Francisco Rico. Barcelona: Penguin Random Hous/ Real Academia Española y Asociación de Academias de la Lengua Española.

_______________. 2013. Novelas ejemplares. Ed. Jorge García López. Madrid/ Barcelona: Real Academia Española/ Galaxia Gutenberg-Círculo de lectores.

Kundera Milan. 2012. «La desprestigiada herencia de Cervantes». En El arte de la novela. Barcelona:Tusquets. 11-33.

Selva Pedro. 1947. «Sin haber releído el Quijote». Atenea: revista mensual de ciencias, letras y artes publicada por la Universidad de Concepción 268: 57-61.

Torrente Ballester Gonzalo. 1975. El «Quijote» como juego. Madrid: Guadarrama.

Vargas Llosa Mario. 2015. «Una novela para el siglo xxi». En Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, ed. Francisco Rico. Barcelona: Penguin Random Hous/ Real Academia Española y Asociación de Academias de la Lengua Española. xxxiii-xlviii.

1 «La novela moderna –escribe Cercas– es un género único porque diríase que, al menos en germen, todas sus posibilidades están contenidas en un único libro: Cervantes funda el género en el Quijote y al mismo tiempo lo agota –aunque sea volviéndolo inagotable–; dicho con otras palabras: en el Quijote Cervantes define las reglas de la novela moderna acotando el territorio en el que a partir de entonces nos hemos movido los demás novelistas, y que quizá todavía no hemos terminado de colonizar» (2016, p. 25). Vargas Llosa, en ese mismo sentido, apunta que el Quijote «es una novela de actualidad porque Cervantes, para contar la gesta quijotesca, revolucionó las formas narrativas de su tiempo y sentó las bases sobre las que nacería la novela moderna. Aunque no lo sepan, los novelistas contemporáneos que juegan con la forma, distorsionan el tiempo, barajan y enredan los puntos de vista y experimentan con el lenguaje, son todos deudores de Cervantes (2015, p. XLIII).

AGRADECIMIENTOS

Este libro es el resultado del esfuerzo continuado de numerosos estudiantes de pre y posgrado de diversas universidades chilenas embarcados en el incansable estudio y aprecio por la obra de Miguel de Cervantes. La presente publicación no hubiera sido posible sin el apoyo y colaboración de distintas personas e instituciones. De esta manera, quisiera agradecer, en primer lugar, al «Fondo Rector Juvenal Hernández» de la Prorrectoría de la Universidad de Chile, sin cuya financiación la edición e impresión de este proyecto hubiera sido imposible. Asimismo, a Editorial Universitaria, que ha concretado cuidadosamente la labor de elaboración y publicación del libro. Agradezco, también, a la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile, en la persona de su decana, la profesora María Eugenia Góngora, quien ha respaldado permanentemente la realización de las Jornadas Cervantinas. De modo semejante, ha sido determinante la ayuda y participación del Centro Cultural de España en Santiago (cce-Santiago), perteneciente a la Red de Centros de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (aecid), y dependiente de la Embajada de España en Chile. Deseo agradecer, particularmente, a Rebeca Guinea, Consejera Cultural de la Embajada de España y Directora del cce Santiago, y a Leonora Díaz, Coordinadora del Área de Humanidades.

Por otra parte, resulta ineludible agradecer a dos grandes cervantistas y amigos: la profesora Jéssica Castro y el profesor Francisco Cuevas, ambos académicos del Área de Literatura Española del Departamento de Literatura; su constante trabajo, entusiasmo y dedicación han sido imprescindibles e invaluables a la hora de desarrollar y sostener tanto las Jornadas Cervantinas como esta publicación.Además, es preciso reconocer al también profesor de la Universidad de Chile, don Eduardo Godoy, quien hace ya más de diez años fundó, junto a un grupo de alumnos, la quijotesca empresa de las Jornadas y los Cuadernos de estudios cervantinos. Agradezco de la misma manera a Andrés Soto, editor del segundo número de los mencionados Cuadernos, por su generosa cooperación al momento de comenzar este proyecto. Doy las gracias, igualmente, a Mariela Insúa, profesora de la Universidad de Navarra y secretaria del Grupo de Investigación Siglo de Oro (griso), y a Miguel Donoso, profesor de la Universidad de los Andes, por sus provechosos comentarios y certeras correcciones. Finalmente, no puedo dejar de agradecer a Joaquín Zuleta, profesor de la Universidad de los Andes, por sus ingeniosas sugerencias al momento de intitular este libro.

I. NUEVAS APROXIMACIONES CRÍTICAS AL QUIJOTE

Fig. 1. El Caballero de la Blanca Luna derrota a don Quijote en la playa de Barcelona (II, 64).Viñeta de grabador anónimo, inspirado en Diego de Obregón, en Vida y hechos del ingenioso cavallero don Quixote de la Mancha. Madrid: Antonio Sanz, 1735.

1. ASPECTOS EXISTENCIALES EN TORNO AL QUIJOTE DE 1605

María Eugenia Cabezas Flores

Decía Sartre que «una acción es por principio intencional», buscándose

modificar la figura del mundo, disponer medios con vistas a un fin, producir un complejo instrumental y organizado tal que, por una serie de encadenamientos y conexiones, la modificación aportada a uno de los eslabones traiga apareadas modificaciones en toda la serie, y para terminar, produzca un resultado previsto (1998a, p. 537).

En el primer capítulo del Quijote el protagonista se autodenomina como «caballero andante», conllevando esto una transgresión dentro del sistema en que se encontraba inmiscuido, el cual no permitía la movilidad social. La condición verdadera de don Quijote era la de un «hidalgo de los de lanza en astillero» (2007, I, 1, p. 27), siendo «un exponente típico de los hidalgos rurales con pocos medios de fortuna (por debajo, pues, del estamento de los caballeros, hidalgos ricos y con derecho a usar el don) y sin otra ocupación que mantenerse ociosos» (Rico en Cervantes, 2007, n.1, p. 27).

Cuando el protagonista ejerce una determinada acción como la de hacerse llamar «don Quijote» está realizando un acto libre, sobreponiéndose a los estamentos sociales. Su transformación de hidalgo a caballero lo caracteriza como «el primer personaje adánico que hace su vida y traza su historia al transitar por los polvorientos caminos españoles» (Godoy, 1996, p. 40), desprendiéndose del determinismo. Así, como indica Godoy, «el hombre depende ahora de sí mismo» (1996, p. 41), construyéndose a partir de su propia percepción y no bajo el alero de la sociedad, dándonos a entender que nos encontramos frente a un sujeto evidentemente moderno y con aspectos existenciales relacionados, en este caso, con la toma de acción que tiene su base en la libertad, pues –como escribe Pollmann– «el hombre consiste esencialmente en elegir» y «es siempre un nuevo proyecto de algo, tanto en su conocimiento como en su acción» (1973, p. 19).

Para que don Quijote tomase la decisión de definir el curso de su vida debía de existir una razón que lo impulsase a ello. Diremos que el motivo no es precisamente la lectura de los libros de caballerías, sino algo más allá. La situación de la España en la que se encontraba Cervantes estaba muy distante de la gloriosa época de Carlos V, lo que generaba un evidente contraste entre el pasado y el presente. Los verdaderos motivos de don Quijote no eran una mera fantasía impulsiva patrocinada por la lectura de historias en torno a heroicos caballeros; más bien, creemos, provenían de la realidad: el deseo de mejorar el mundo, de purgarlo de la maldad y de la corrupción, son el verdadero motivo de don Quijote, y ello no podría lograrse si no estuviese ligado de alguna forma a la realidad circundante, si no fuese consciente de los acontecimientos externos. Cervantes logró encarnar «el tema del vacío angustioso del vivir español» (Castro, 1980, p. 60), el cual no fue de su invención, sino que estaba ya expresado en los ánimos durante aquella época conflictiva. De manera que la lectura de los libros de caballerías han de ser un factor importante para la motivación de don Quijote en pro del acto libre pero no la causa propiamente tal de él.

En el Capítulo 11 de la novela don Quijote se encuentra rodeado por un grupo de cabreros y pronuncia un emocionante discurso:

Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío. […] La justicia se estaba en sus propios términos, sin que la osasen turbar ni ofender los del favor y los del interese, que tanto ahora la mercaban, turban y persiguen. […] Y ahora, en estos nuestros detestables siglos, no está segura ninguna [doncella]. […] Para cuya seguridad, andando más los tiempos y creciendo más la malicia, se instituyó la orden de los caballeros andantes, para defender las doncellas, amparar las viudas y socorrer a los huérfanos y a los menesterosos. De esta orden soy yo, hermanos cabreros, a quien agradezco el gasaje y buen acogimiento que hacéis a mí y a mi escudero (2007, I, 11, pp. 97-99).

Todo el accionar de don Quijote está reflejado en las palabras emitidas dentro de este discurso. «No podría ser de otro modo –anota Sartre–, ya que toda acción ha de ser intencional; en efecto: debe tener un fin, y el fin, a su vez, se refiere a un motivo» (1998a, p. 541). El sueño ideal de cambiar la realidad por una que pueda llegar a parecerse a la que fue en un pasado remoto es el principal motivo, y el hacerse caballero andante se presenta como un móvil. Y en tanto «el acto decide de sus fines y sus móviles», aquel «es expresión de libertad» (Sartre, 1998a, p. 542). La lectura de los libros de caballerías es entendida, desde este punto de vista, como un gatillador, un elemento que funciona como potenciador del motivo existencial central de don Quijote. Su lectura genera una toma de conciencia respecto de una carencia en su sociedad coetánea. Carencia del bien, de la justicia, de la inocencia, la solidaridad, entre otros valores, proporcionando entonces aquel deseo de invertir ese mundo sin sentido mediante la negación de su existencia. Cervantes entrega la figura del (anti) héroe mediante una «existencia literaria incitada por un libre designio, y sostenida por la esperanza de un posible bien» (Castro, 1980, p. 81).

Don Quijote, mediante su locura/cordura, niega en parte el funcionamiento social de su época al llevar a cabo un oficio ya obsoleto, realizándolo con completa normalidad y sin entender que se encuentra fuera de esa misma época. Esta cualidad se hace presente durante el segundo capítulo de la novela, en donde el hidalgo arriba a una venta que, dentro de su imaginación, tiene el aspecto de un castillo, mientras que ve a las rameras como damas y al ventero como el castellano del castillo. Esta venta es el lugar en donde ocurre una investidura «por escarnio» hacia el Capítulo 3, cuando le pide al dueño de la venta que lo nombre caballero creyendo que aquel tenía la facultad real de nombrarle como tal, cuando en realidad poseía un profundo carácter de pícaro y no las de un señor. A pesar de episodios como estos, existe una compleja visión de mundo en don Quijote, puesto que él está en conocimiento de que se encuentra en un contexto histórico determinado; así, durante el «Discurso de las armas y las letras» del Capítulo 38 declara:

Y así, considerando esto, estoy por decir que en el alma me pesa de haber tomado este ejercicio de caballero andante en edad tan detestable como es esta en que ahora vivimos; porque aunque a mí ningún peligro me pone miedo, todavía me pone recelo pensar si la pólvora y el estaño me han de quitar la ocasión de hacerme conocido por el valor de mi brazo y filos de mi espada (I, 37, p. 397).

Don Quijote prefigura productos de su imaginación como el caso de la venta-castillo, aun cuando en el episodio del «Discurso de las armas y las letras» reconozca que no pertenece a un tiempo medieval o antiguo, dadas las condiciones modernas de la época encarnadas, por ejemplo, en la pólvora y el estaño de las balas. En consecuencia, no podríamos discernir completamente si aquello es locura o es un arbitrio de su voluntad. La dualidad locura/cordura es permanente en todo el texto, pero si nos detenemos frente a todo lo que él cree ver, más allá de las transformaciones de cada elemento, podremos vislumbrar que aquellas proyecciones imaginativas revelan una negación de la realidad actual mediante una performance –en caso de apoyar la balanza hacia la cordura–, o sea, como parte del acto voluntario, el cual tiene como base de sus artilugios los libros de caballerías. Similar al Hamlet de Shakespeare, da la sensación que don Quijote fuese el actor de un teatro, en donde la razón principal de todo su proceder está enmascarada por su locura. No obstante, nosotros como lectores estamos en conocimiento de la simulación del personaje shakesperiano pues él mismo ha dado a conocer sus intenciones. Muy distinto es el caso de don Quijote, dado que somos víctimas de la inexactitud de la situación mental real de él; a pesar de que en el mismo texto se menciona que había perdido la cordura, entramos constantemente en duda respecto de ese enunciado, dada la magnificencia de la narrativa cervantina.

De esta manera, no sabemos a ciencia cierta si es a modo de conveniencia el desate de la locura de don Quijote y si esta es real o no; sin embargo, estamos conscientes de que para llevar a cabo su verdadero fin mediante el ejercicio de la caballería –que designaremos como móvil de su acción en conjunto con las transformaciones individuales de su medio– el protagonista debe realizar una negación. Dicha negatividad está potenciada por la carencia de los valores perdidos que deben ser restaurados por la caballería, lo que denota, como diría Sartre, una «condición [que] expresa no solo el descubrimiento de un estado de cosas como “falta de…”, es decir, como negatividad, sino también, y previamente, la constitución en sistema aislado del estado de cosas de que se trata» (1998a, p. 540). Esto mismo es lo que también indica Willis cuando señala que tanto Sancho Panza como don Quijote «carecen de un sueño o ideal trascendente al que pueda clavarse su fe, algo que los galvanice de mera existencia en auténtico vivir» (1980, p. 328). No obstante, aquel estado de nihilización «no puede limitarse a realizar un simple retroceso para tomar distancia respecto del mundo» (Sartre, 1998a, p. 540). Cuando la conciencia de don Quijote se ha opuesto a la norma de su época, a su realidad, significa –siguiendo de nuevo a Sartre– que aquella está «investida por el ser, en tanto que simplemente padece a lo que es» (1998a, p. 540). Es decir, está englobada por el ser, que en este caso es lo que Sartre denomina como «Dasein, que él llama Pour soi, para-sí» (Pollmann, 1973, p. 19), o sea, el ser de la existencia, del hombre. Al hacer un arrancamiento hacia sí mismo y al mundo, añade Sartre, la conciencia «debe ser superada y negada», lo que le permite al hombre «poner su sufrimiento como sufrimiento insoportable y, por consiguiente, hacer de él el móvil de su acción revolucionaria» (1998a, p. 540). Don Quijote, así, logra, mediante la negación de su realidad, tomar plena conciencia del malestar que ella le provoca, motivándose a iniciar alguna acción que pueda mermar de algún modo aquel padecimiento, dándose cuenta de que puede moverse como un sujeto en libertad. «Esto implica, pues, para la conciencia, la posibilidad permanente de efectuar una ruptura con su propio pasado, de arrancarse a él para poder considerarlo a la luz de un no-ser y para poder conferirle la significación que tiene a partir del proyecto de un sentido que no tiene» (Sartre, 1998a, p. 540). Claramente, don Quijote no es un caballero andante ni tiene derecho a llamarse don, según lo estima el código social, pero él, como hombre libre que decide y actúa según su propia conciencia, se hace llamar de todas formas «don Quijote de la Mancha», y enseguida «se esfuerza por crearse una vida modelada en sus lecturas de libros de caballerías, [encontrándonos con] un patrón para las figuras de la ficción moderna, […] en donde cada figura se crea a sí misma» (Willis, 1980, p. 325). Por consiguiente, aquello lo constituye como un sujeto enteramente moderno que se forja a sí mismo mediante sus actos y sus decisiones, las que configuran su esencia, y no siendo dominado por su mera existencia, comenzando por «crearse un yo fundado en firmes principios», como anotaAmérico Castro (1980, p. 59). De ahí que don Quijote deje en claro, durante el Capítulo 5, «yo sé quién soy y sé qué puedo ser, no solo los que he dicho, sino todos los Doce Pares de Francia y aun todos los nueve de la Fama» (I, 5, p. 58). Don Quijote, como tal, está transitando por los caminos, por un lado, del no-ser bajo el sistema social, y, por otro lado, del ser existencial bajo su propio mando.

La condición de don Quijote como un no-ser está dada desde el momento en que lleva a cabo su deseo de ser caballero andante. Los motivos que tiene respecto de hacer del mundo un lugar mejor junto con los móviles de la caballería funcionan dentro de un conjunto pro-yectado, que es justamente un «conjunto de no-existentes», como diría Sartre, pero que es, a fin de cuentas, «idéntico a mí mismo como trascendencia, soy en tanto que tengo-de-ser yo mismo fuera de mí» (1998a, p. 542). A medida que don Quijote se compone a sí mismo de rasgos que no son determinados por su origen, sino por su propia voluntad, rasgos que lo hacen constituirse como un hombre nuevo, es que va rompiendo su relación con el pasado, con el anterior Alonso Quijano, el Bueno, exteriorizándose en su verdadera esencia mediante el desarrollo de un no-ser en términos de sujeto, en tanto él no es lo que cree ser de acuerdo con su realidad contextual. Se constituye, entonces, a través de esa creencia, la del no-ser, significando aquello un hito trascendental para la propia conciencia quijotesca, lo que Sartre resume de la siguiente manera: «el decir que el para-sí tiene de ser lo que es, decir que es lo que no es no siendo lo que es, decir que en él la existencia precede y condiciona la esencia, o inversamente, […] es decir una sola y misma cosa, a saber: el hombre es libre» (1998a, p. 544).

Volviendo a prestar atención al primer capítulo del Quijote, podremos percatarnos de que existe un conocimiento previo de don Quijote respecto de cada paso que está dando, como cuando forja su armadura en concordancia con el forjamiento de sí mismo, diciéndose lo siguiente:

De cartones hizo un modo de media celada que, encajada con el morrión, hacían una apariencia de celada entera. Es verdad que, para probar si era fuerte y podía estar al riesgo de una cuchillada, sacó su espada y le dio dos golpes, y con el primero y en un punto deshizo lo que había hecho en una semana; y no dejó de parecerle mal la facilidad con que la había hecho pedazos, y por asegurarse de este peligro, la tornó a hacer de nuevo, poniéndole unas barras de hierro por de dentro, de tal manera, que él quedó satisfecho de su fortaleza y, sin querer hacer nueva experiencia de ella, la diputó y tuvo por celada finísima de encaje (2007, I, 1, p. 31).

De manera que don Quijote, por el simple hecho de saberse construyendo algo que le permitirá efectuar su proyecto personal y decidir no probar por segunda vez su celada, nos da un guiño de que el personaje tiene plena conciencia de que la armadura puede destruirse, en tanto sabe que en el fondo no tiene una verdadera y se trata más bien de una imitación. En efecto, por el solo hecho de conocer cada acto que está realizando, y conocer los motivos que solicitan su acción, es que aquellos se transforman ya en objetos trascendentes para su conciencia.