Chapeo - Johan Mijail - E-Book

Chapeo E-Book

Johan Mijail

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Beschreibung

En un Caribe lleno de superposiciones, un cuerpo al que la Historia quiso haber encerrado en sí mismo, se abre mientras recorre un Santo Domingo contemporáneo: ahí toca la inteligencia barrial dominicana mientras entra en combustión. Entre el dembow y el neoperreo, cuerpx-negrx-travesti se transforma en un dispositivo espiritual para que luases y metresas se expresen a través suyo, mira de frente a la economía y al sistema, y despliega un deseo que, como apunta Iki Yos Piña Narváez en el prólogo, conecta con todos los "cuerpos que no encajan con la eurosomateca (...), en el Caribe donde ocurrió la fundación de la historia del dolor ". El Chapeo, esa palabra y acción infinita, aquí es otra cosa. Esta novela está escrita como el rizoma caribeño, como una expresión que arrebata el aparente orden para moverlo todo, como un huracán.

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CHAPEO

COLECCIÓN AMÉRICA

CHAPEO

Primera edición, 2020

D.R. © 2020, Johan Mijail

Director de la colección: Emiliano Becerril Silva

Portada: José Morbán “Retrato doblado 8”

Formación: Lucero Vázquez

D.R. © 2020, Elefanta del Sur, S.A. de C.V.

Tamaulipas 104 interior 3,

Col. Hipódromo de la Condesa

C.P. 06170, Ciudad de México

[email protected]

www.elefantaeditorial.com

@ElefantaEditor

elefanta_editorial

ISBN LIBRO IMPRESO: 978-607-8749-11-9

ISBN EBOOK: 978-607-8749-14-0

Todos los Derechos Reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, la fotoco pia o la grabación, sin la previa autorización por escrito de los editores.

CHAPEO

JOHAN MIJAIL

Filomena / Santa Marta

Morado

Café, maltas y huevos

Dominar a los hombres

Santa Ana / Anaísa

Amarillo

Cigarros, cerveza, perfume

Reina del amor y del hogar

La Dolorosa / Metresilí

Rosado

Joyas y perfumes

Dar riquezas y amor

San Miguel / Belié Belcán

Verde

Tabaco y ron

Dominio del mal y demonios

San Elías / El Barón

Negro

Café, ron y tubanos

Dominio del mundo de los muertos

A Jorge Luceroporque cuando pienso en él, todavía, pienso en el amor

EL CHAPEO ESTÁ DESDE 1492

IKI YOS PIÑA NARVÁEZ

LLEVO VARIOS AÑOS EN LA DIÁSPORA. EN TRANSICIÓN por tierras y aguas hostiles. En la casa del amo reclamando nuestro oro, nuestras perlas y nuestros muertos. Encerrada en la big plantation de Europa. Me he comunicado telepáticamente con el Caribe y con aquellos cuerpos de la resistencia taína, kariña y arawaka que defendieron hasta la muerte esas tierras. También me he comunicado con mis muertos transportados en el malungaje. Esa diáspora nunca termina. Nuestra diáspora siempre está presente en nuestras pieles, en lo que recuerda el océano, “en lo que recuerda la arena”, como diría Agard Jones; también nuestra diáspora está en nuestros bailes desobedientes, en el perreo, en el ritmo del dembow, en el tumbaíto de la bachata, en las chapas que vibran, en el mango con sal, en el plátano velde, el ron y la naiboa. En esa diáspora tecnoafectiva conocí a Mijail, esa negrx seximente pordiosera del Caribe relatando historias del chapeo.

Cuando comencé a leer a Mijail no pude hacer otra cosa que viajar sin pasaporte y acordarme de un poco e’vainas que están en nuestro Caribe. Así, to’pegao, arrejuntao’: como se baila allá “en esas tierras y archipiélagos pegajosos... con su magia límite”, con sus susurros oceánicos, con su “tiempo residente” como relata Christina Sharpe y con las encrucijadas del Eggua. También con la homofobia nacional, con la lógica heterocolonial que pueden aplaudir a la @lakisty a @johanmijail1 o a @ParchitaPawer al mismo tiempo que le producen vergüenza. Pero “la vergüenza no es nuestra” —decía un gran amigx— “es de la burguesía”; es de la blanquitud, de los heterocolonos que inventaron la sodomía y nos intentaron vestir. Y como dice la Cardi B.:

But they love be so fake, but they hate be so realEl booty sobresale de mi trajeNo traje pantiesito pa’ que el nene no trabaje...Give me everything you got for this wet ass...

Quizás no sea una voz autorizada para hablar del chapeo. Eso se lo dejo a la Mijail y a las pájaras de aquellas tierras. Soy una cimarrona parchita sex-worker que usa la dominación para vivir, que encanta a los cuerpos eufóricos de su genitalidad y de su género para recuperar el oro. Que usa este cuerpx-Caribe para ser deseadx, tocadx, chupadx, mamadx, re mamadx, dilatadx, malsingá y luego abandonada. Como las negras del Caribe jamás amadas, abandonadas y abrazadas unas a otras por la soledad; por las pájaras amigas, por las mariposas y las parchas.

“El chapeo era lo que iba a permitirnos vengar que históricamente nos hayan sacado de nuestros sitios sin nosotros desearlo”, relata Mijail. Inmediatamente le escribí al guasá: El chapeo está desde 1492. No nos cambiaron oros por espejos, nosotras necesitábamos ver nuestras bellezas, vernos flawless como Chiky Bombom La Pantera. Mi abuelo, hijo de cacaoteros de Barlovento decía: “al enemigo hay que darles cacao”, para referirse a una manera de cautivar al adversario, seducirlo. Quizás los colonos pensaban que les estábamos haciendo el coro muchas veces, pero esas eran nuestras técnicas ancestrales para lograr que nosotxs y nuestrxs muertxs sobrevivieran.

El Chapeo de Mijail describe la ingobernabilidad de los cuerpos negrxs del Caribe. La fugitividad cimarrónica que anhela el movimiento-transición, la combi completa: chocha, culo, teta-nuevayol-europa, la mamada de güebo no heterocomplaciente, que se perturba por el correctness de la in-digestión focaultiana y el delirio del cóctel fármacopolítico de los textos de Preciado. Al mismo tiempo, este es un archivo vivo que narra lo vibrátil de ese cuerpx negro-travesti-caribeño que desea un pedazo e’ casabe para acompañá el sancocho de los domingos frente al mar, conectado con esos cuerpos que no encajan con la eurosomateca y que aún hablan el lenguaje de los loas y los orishas, en el Caribe donde ocurrió “la fundación de la historia del dolor” y desde donde transitamos al placer y la autopreservación.

No puede dejar de verme en cada imagen que narra este libro. Como nosotras las negrxs, pájaras, parchitas, amaneradas desbordadas, adoradoras de las legendarias mariquitas lindas que dijeron a adiós, ahijadas putativas de Hija de Perra, de Sylvia Riviera o Vaginal Davis y seguidoras de los consejos de @BellaChanell, nos encontramos en la diáspora. Como nosotras, carajitas der’diablo, chancletúas que corríamos por las veredas del barrio pa’ compra un caramelo sacamuela soportando las miradas fusiles y los hetero-penes-erectos behine us en las fiestas mientras nos movíamos con el baile del perrito de Wilfrido Vargas. Esa proxemia de la erótica del perreo caribeño que se mueve entre el deseo y el miedo de ser asaltadas sexualmente por el mandato civilizatorio de la heteronorma.

“No saben el peso que tienen para nosotros los flujos memorísticos de la caña y el algodón” en las zonas del Atlántico negro y del Caribe negro-cimarrónico. Estamos en todas partes con memoria de las plantaciones y eso perturba el sueño de los descendientes de colonos. Jochy Santos pregunta: ¿tú has estado viral en algún momento? “yo soy viral todo el tiempo”, le responde Candy Flow, mientras promocionaba su peluquería-bar con tubo de baile en la Av. Venezuela, en Santo Domingo. Y es que la diáspora negra-caribeña intenta circular como meme en las redes, con la diferencia que nuestrxs cuerpos son perseguidos por la white supremacy que ordenó un mundo anti negrxs, anti indígenas, anti cimarrones. A Mijail le conocí en la diáspora, rabiosa, indignada como yo, arrecha gritando contra las fronteras que amenazan nuestros cuerpos, nuestros géneros en construcción.

Ahora entiendo porque le escribo al Caribe que nunca me ha escrito a mí. “Ahora entiendo porque le escribo a una isla que nunca me ha escrito a mí”. Y es quizás porque de ilé ifé llegamos acompañadas de Yemayá Asesún, Asesún Yemayá Yemayá Olodo, Olodo Yemayá Yemayá mayó, Yemayá mayó Ni dié dié. Saudade.

Es difícil consensuar que si un hombre cis es tu otro compañero, su misoginia y privilegio no ocupen tu imaginario amoroso, desplazándonos a las negras a donde socialmente nos encontramos, subordinadas al hacer falocéntrico. Es muy difícil explicarte que reniego del uso de mi cuerpo como algo que por momentos es principal, portando y recibiendo sonrisas, caricias, besos y en otros simplemente es secundario, es muy difícil explicarte que en un mundo donde todo es tan perecedero como una story de Instagram, yo quiero ser eterna.

Vicky & Yos

RADICAL QUEENS

Devuélvannos el oro:Cosmovisiones perversas y acciones anticoloniales

I

NOS DIJERON QUE ÍBAMOS A SINGAR, YO LE DIJE A LUIS que les dijéramos que sí; él me dijo que sí, también. Los tígueres llegaron a la casa en un Toyota que me recordaba el Caribe completo, con su archipiélago pegajoso y complejo, con su mar y océano revolviendolo todo con su magia límite o posibilidad. El Caribe más allá de la playa, del malecón y sus historias, mientras que las luces del automóvil eran lo único que podría traer, en esos momentos, esperanza a la humanidad, a los demás animales y plantas. Nos subimos Luis y yo, practicando lo mismo de las últimas veces: hacernos las tontas, las que no tenían experiencias anteriores, que éramos dos mujeres modernas con un semestre de odontología en la Universidad Autónoma. Las damas del barrio. Las que nunca habían roto ni corazones, ni platos. Las que teníamos la misión de ir transformando, mediante la experimentación del disfrute de la sexualidad y el goce del otro, las masculinas y heteroblancocis argumentaciones en las cuales se había instalado y naturalizado la idea de la identidad nacional. Las que a pesar de las reiteradas acciones que estaban realizando, sabían que pasarían desapercibidas en una ciudad amurallada, pero nunca dejaron de por lo menos hacer escándalos.

La avenida Máximo Gómez era la opción hasta los moteles más baratos y rancios de la Zona Colonial. Entre risas les dije que yo no fui la que inventó el chapeo, que le preguntaran al Obelisco Hembra por eso y por los ciclones que venían año por medio a demostrarnos lo pequeños que éramos en una isla que muchos no sabían compartir por un problema histórico. Se los dije riéndome más fuerte porque ya me estaba poniendo teórica cuando lo que teníamos que hacer era ponernos en cuatro. Llegamos hasta la calle Isabel la Católica y los bugarrones nos metieron sus güebos jugosos y venosos con el flow de su homofobia nacional. Un rato después se fueron y nos dejaron llenas de leche. “Tómatela”, nos decían, pero no lo hicimos, ya sabíamos cómo íbamos a sentirnos después. Nos fuimos entonces, caminando juntas, sintiéndonos los pájaros más vacíos del continente.

Con Luis nos separamos en la avenida Simón Bolívar después de discutir: me culpaba de nuevo a mí, me decía que la culpa la tenía yo por hablar demás, que por ponerme intensa los asustaba y por eso los tígueres terminaban yéndose, dejándonos solas. Él esperaba que nos invitaran, al menos, a bebernos una cerveza en algún colmadón después de la singadera. “No tienes porqué siempre dar tu opinión”, me aconseja, alejándose, entre una haitiana que subía como nadando por la misma avenida, con una ponchera azul turquesa en la cabeza. Sospeché que a Luis no lo volvería a ver más, pero esa era la sensación con la que siempre me dejaba, además del vacío, cuando nos coordinábamos para trazar mapas no heterosexuales anti sexonormativos en una ciudad que con sus lógicas heterocoloniales nos quitaba todo cada segundo.