Chile: los dilemas de una crisis - Luis A. Riveros Cornejo - E-Book

Chile: los dilemas de una crisis E-Book

Luis A. Riveros Cornejo

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Beschreibung

"Se trata de un texto que aborda las distintas etapas que han caracterizado la crisis de la sociedad chilena. Todo esto en coherencia con la crisis de alcance global que en la reciente década marcó el derrotero de la situación actual. Tempranamente Luis Riveros, junto a otros actores en el ámbito nacional, dieron la alarma del peligro que se cernía sobre el país, por un sistema que mostró severas fracturas éticas, una tendencia a la concentración de la riqueza, que exacerbó el individualismo, la competencia, el abuso y la impunidad. Este libro pone de relieve las múltiples señales y advertencias de la juventud, la ciudadanía y los grupos más radicalizados, que no fueron atendidas por la élite económica y política. (…) Es oportuno, pertinente y servirá para orientar la reflexión ciudadana en momentos que Chile aborda importantes desafíos que determinarán la historia del país por varias décadas, son ideas con profundidad, que resultan estimulantes y orientadoras, guardan complejidad, pero están expresadas en un lenguaje simple y directo, lo que permite el acceso de un amplio espectro de personas." Prólogo de Carlos Cantero Ojeda Geógrafo Doctor en Sociología Exsenador de la República

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CHILE: LOS DILEMAS DE UNA CRISISAutor: Luis A. Riveros Editorial Forja General Bari N° 234, Providencia, Santiago, Chile. Fonos: 56-224153230, 56-224153208. www.editorialforja.cl [email protected] Diseño y diagramación: Sergio Cruz Primera edición: junio, 2021. Prohibida su reproducción total o parcial. Derechos reservados.

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del editor. Registro de Propiedad Intelectual: N°2021-A-2946 ISBN: Nº 9789563385274 eISBN:Nº 9789563385281

AGRADECIMIENTOS

Agradezco a Estrategia y a don Víctor Manuel Ojeda, el espacio que me ha brindado a lo largo de muchos años para insertar mi opinión en columnas publicadas de modo semanal.

Agradezco también a El Mercurio, medio que ha dado acogida a mis opiniones de manera destacada.

Muchos colegas universitarios y del mundo de la educación me han proporcionado comentarios sobre mis distintas elaboraciones en la materia incorporada en este libro; quiero agradecerles sin necesariamente comprometerlos; Juan P. Cárdenas; Rolando Carrasco; Enrique Goncalvez; Patricio Cueto; Orlando Inostroza; Marco Moreno; Mario Parada; Víctor Sánchez; Manuel Santander; Jorge Salgado (+); Fernando Vicencio; Sergio Villegas.

Varios de los trabajos incluidos fueron presentados y discutidos en seminarios en los que participaron destacados políticos: agradezco por ello a Andrés Allamand, Sergio Bitar, Mario Desbordes, Camilo Escalona, José M. Insulza, Ricardo Lagos y Gutemberg Martínez. También a todos los colegas y amigos que me han proporcionado valiosos y fraternales comentarios, que ayudaron a enriquecer los puntos de vista que se sostienen en los distintos capítulos. Destaco mi gratitud a Víctor Petermann, con quien pude compartir muchas discusiones sobre temas que aquí se incluyen, y de quien recibí siempre estimulantes comentarios.

Un agradecimiento muy especial a Carlos Cantero, quien tuvo la generosidad de escribir el prólogo para este trabajo, luego de productivas conversaciones.

Agradezco, finalmente, a mis estudiantes, quienes siempre han sido generosos y desinteresados colaboradores en las materias que aquí se incluyen y que responden en buen número a sus propias inquietudes.

Por cierto, a nadie hago responsable, sino a mí mismo, por los contenidos, opiniones y enfoques de los temas incluidos en los diversos capítulos de este libro.

EL AUTOR

PRÓLOGO

Se trata de un texto que aborda las distintas etapas que han caracterizado la crisis de la sociedad chilena. Todo esto en coherencia con la crisis de alcance global que en la reciente década marcó el derrotero de la situación actual. Tempranamente Luis Riveros, junto a otros actores en el ámbito nacional, dieron la alarma del peligro que se cernía sobre el país, por un sistema que mostró severas fracturas éticas, una tendencia a la concentración de la riqueza, que exacerbó el individualismo, la competencia, el abuso y la impunidad.

Este libro pone de relieve las múltiples señales y advertencias de la juventud, la ciudadanía y los grupos más radicalizados, que no fueron atendidas por la élite económica y política. Se articuló una institucionalidad autocomplaciente, se instrumentalizaron los medios de comunicación masiva, lo que ha estado acompañado del silenciamiento y/o pasividad de intelectuales. Los actores de las políticas públicas, en uno y otro lado, no escucharon las advertencias ciudadanas, en sus filas se alejó cualquier expresión de pensamiento crítico, la élite solo quería obsecuentes y funcionarios que siguieran órdenes, los medios de comunicación fieles al neuromarketing transformaron toda expresión en farándula y espectáculo, en sus noticias y programación cotidiana, sin voluntad de profundizar en nada. Esa es la razón por la cual se han observado realidades paralelas, completamente opuestas y contradictorias, una idílica en la élite social y política, otra distinta y negativa en la ciudadanía. Fruto de aquello, la autoridad perdió el control de la calle, ampliamente sobrepasada. Todo esto cobra particular importancia de cara al desafío constituyente que determinará en futuro del país por décadas.

La paradoja de la crisis chilena es su excepcionalidad. A diferencia de la inestabilidad social y política que habitualmente observamos en América Latina, por el fracaso de los modelos en la generación de riqueza, es decir, por escasez y pobreza, inestabilidad política y debilitamiento de la democracia. En el caso de Chile, la crisis y el colapso social es por abundancia, es decir, por un modelo altamente exitoso en la generación de riqueza, que no redistribuyó adecuadamente los beneficios del progreso, debilitando los bienes públicos, generando altos niveles de endeudamiento, promoviendo una visión minimalista de la dignidad de las personas y debilitando el sentido de comunidad. La crisis del modelo se debió a sus elementos éticos endógenos. Una élite que mostró una mentalidad individualista, una exacerbada competencia sin la adecuada colaboración, una concentración de la riqueza exagerada y la ruptura de los bienes públicos lo que dañó el sentido de comunidad.

El debilitamiento de los bienes públicos en la sociedad, la falta de sintonía de la élite (política, social, cultural, espiritual, entre otras) con el clamor ciudadano, el gatopardismo y doble estándar del quehacer político y las instituciones públicas, terminó con una grave crisis de legitimidad de la política, lo que promovió el descrédito de los políticos. El resumen de la percepción ciudadana en torno al tema es algo así como: ¿Para qué se quiere políticos, si estos no cautelan los bienes públicos ni el bien común y parecen amancebados con el bien privado? Lo que ha generado un grave cuestionamiento a la legitimidad y la legalidad de la política y los políticos.

Esta crisis ha dado lugar a un cuestionamiento de las bases de nuestra institucionalidad, al punto que la ciudadanía aprobó la generación de un cuerpo constituyente. Por primera vez en Chile, el pueblo elige democráticamente a los miembros de la Convención Constituyente, que deberá dar origen a la nueva carta fundamental de la república. Sin embargo, un proceso nuevo y complejo ha estado sometido a bloqueos de unos pocos y la improvisación y falta de oportunidad en su regulación por parte del Congreso, lo que ha dado lugar a una implementación desprolija que pone en riesgo la legitimidad y legalidad del proceso. Eso es lo que se observa en la sociedad chilena. Múltiples males le acechan: incompetencia, soberbia, ignorancia, corrupción, violencia, narcotráfico, demagogia. A eso se suma, además, que en el contexto global es evidente la crisis multilateral que afecta las instituciones, mostrando ineptitud, falta de oportunidad y pertinencia, lo que ha generado cuestionamientos a la institucionalidad: OEA, BID, ONU, entre otras.

La base de la crisis (global y nacional) es ética y valórica, de allí derivan todos los males del sistema, impactando en lo económico, social, político, cultural y espiritual. El modelo neoliberal ha sido tironeado hacia un materialismo radical, la élite abusó hasta poner en riesgo la gallina de los huevos de oro. Ahora se requiere un cambio estructural, una revisión de los principios y valores que han sustentado la institucionalidad público-privada del país.

Hay múltiples aspectos estructurales que deben ser puestos en cuestión, la madre de las batallas estará en cautelar el equilibrio entre los bienes públicos y privados, desde donde surgirá el bien común; equilibrar un modelo que exalta la competencia promoviendo espacios de colaboración; compensar adecuadamente el individualismo con el sentido de comunidad; el egocentrismo con una visión eco-céntrica; las raíces patriarcales caracterizadas por la dominación y la competencia, en armonía con los valores de la cultura matríztica que promueve la colaboración, el cuidado y respeto mutuo. Otros elementos emergentes a considerar son el medio ambiente, los bienes públicos, la sociedad digital, y los peligros que encarnan los narcodelitos, el nihilismo o debilitamiento y opacidad valórica.

La ruptura del equilibrio en el ethos demanda definiciones en la ética, desafío que a su vez replica en la carta fundamental; además, se requiere un cambio en la emocionalidad desde la desconfianza hacia la confianza y la colaboración, para consolidar una relación de comunidad. Se requiere definir un modelo que promueva una adecuada gobernabilidad, que equilibre adecuadamente el desarrollo económico, la equidad social y la estabilidad política. Para que esto sea viable se debe promover un equilibrado desarrollo material y espiritual de las personas. Hasta ahora se dio primacía a lo material y se desatendió el desarrollo espiritual, en su amplia acepción definida en la declaración de los Derechos Humanos de Naciones Unidas.

La revolución en las tecnologías de información y comunicación parece estar en el centro del proceso, pero es solo el medio que altera las dimensiones témporo-espaciales, cambiando las formas relacionales en la sociedad: centralidad, conectividad, accesibilidad y proximidad. Este cambio es autoconstitutivo, alterando las relaciones en las personas, las organizaciones, las empresas y los territorios. Lo verdaderamente sustantivo es que ha desencadenado una revolución ontológica, que implica profundos cambios en la forma de ser y estar en el mundo que emerge con la sociedad digital. Este desafío requiere un profundo cambio cultural, la implementación de políticas públicas para promover la adaptabilidad a la sociedad digital, un nuevo marco ético que sirva de contención al nihilismo y a la emergencia de los nuevos desafíos derivados de la Sociedad de la Singularidad, que representa la convergencia de la inteligencia humana y la artificial y la invasión del ser humano en su biología y subjetividad, con los portentosos desafíos éticos y regulatorios que ello implica.

Debemos ser capaces de imaginar el mundo que emerge, delinear sus límites en función de los principios y valores del humanismo. Esto exige superar el corto plazo, la miopía y ceguera instrumental, demanda que la élite política asuma sus obligaciones con los bienes públicos. Se requiere una mirada de largo plazo, mejoras en el sistema educativo, promover pensamiento crítico y la capacidad de reflexión, elevar el nivel de los contenidos en los medios de comunicación, superar el permanente y cotidiano bombardeo de información basura, el hedonismo y la lógica de neuromarketing, que domina la gestión de las audiencias masivas, idiotizando a nuestra gente.

La conflictividad que observamos está íntimamente ligada a la legalidad, legitimidad, institucionalidad, desigualdad, liderazgo, sentido de comunidad y la épica que puede inspirar hacia la unidad o la confrontación. El conflicto es la tensión, desacuerdo u oposición entre personas o cosas; derivada de una rivalidad prolongada entre dos o más instancias. La conflictividad es la cualidad de lo conflictivo, son las condiciones y tendencias que dan lugar a los conflictos, la evolución que se da entre un momento y otro tiempo-espacio, la evolución de dos períodos. En los estudios de percepción ciudadana en Chile, la conflictividad se asocia con: la crisis política, el descrédito y deslegitimidad de la actividad; la inestabilidad y debilitada gobernanza; las movilizaciones sociales; crisis económica caracterizada por el desempleo y sobre endeudamiento; pobreza y desigualdades, agravada por las migraciones, la emergencia de racismo; cambio climático y biodiversidad; brecha digital y marginación; las faltas a la probidad; el narco-delito; el desprecio al mérito en un contexto de impunidad; además de la eventualidad natural.

Por décadas el Estado chileno ha sido incapaz de “procesar el conflicto”, que reventó con la explosión ciudadana del 18 de octubre del 2019. La situación sigue agravándose, en muchos lugares el Estado se ha desvanecido; la institucionalidad dejó de operar en plenitud; la sociedad civil tomó un rol de rebeldía; emergió un segmento de anarquistas juveniles; se despliegan sin contención los soldados del narco; emerge un segmento de lumpen protagonizando saqueos, violencia e incendios; desapareció el liderazgo político; opinólogos y farándula forman la opinión pública.

Para que Chile retome la senda de progreso y desarrollo, se requiere un LIDERAZGO ECO-ÉTICO-RELACIONAL, es deseable que cada sector político asuma públicamente sus vergüenzas, pida perdón y reconstruya las confianzas. Que el mundo de la economía la asuma como tal (grave crisis), superando el desbordado culto a lo financiero; sus contabilidades deben incluir los activos y pasivos ambientales, culturales, morales y emocionales. Que los referentes espirituales, religiosos, éticos, filosóficos e iniciáticos asuman su rol y liderazgo en la sociedad, que entreguen sus luces y bendiciones donde reinan las tinieblas y la oscuridad, asumiendo el verbo y la acción.

Esta conflictividad está asociada al liderazgo político y social, que de momento en Chile está transversalmente debilitado. Mientras más altas las expectativas de la gente y más bajas las respuestas de la autoridad, se exacerba la conflictividad. Por otro lado, mientras más críticos los problemas sociopolíticos y más inoportunas e ineficientes las respuestas, se agudizará el conflicto. El conflicto parece perpetuarse, no logra ser canalizado por los conductores políticos, sus liderazgos están cada vez más debilitados.

La crisis ética no está superada, más bien se encuentra en estado de latencia y no se ha dicho la última palabra. Ello dependerá de la pertinencia y voluntad para interpretar adecuadamente a la ciudadanía, de cara al trabajo de redacción de la nueva Carta Fundamental. Ello exige a las minorías actuar con sabiduría, ecuanimidad y respeto al bien común, por su parte la élite económica tendrá una palabra importante en este desafío y se espera que entienda la necesidad de romper el proceso de concentración de la riqueza y actuar con mayor equidad social, territorial y de respeto por el medio ambiente.

Uno somos todos y todos somos uno, principio que asegura estabilidad. Debemos asegurar normas y condiciones iguales y dignas para todos, asegurando que como es arriba es abajo, para que los de abajo reflejen la dignidad de los de arriba. No es difícil, solo requiere voluntad, todo es mental, las ideas y el lenguaje crean la realidad, por eso debemos promover procesos de ampliación y elevación de conciencia. Ello exige promover pensamiento crítico, mejoras sustantivas en la educación, para tener en el país seres bien formados en plenitud y armonía. Tengamos esperanzas en el destino de nuestro país.

Este libro del profesor Luis A. Riveros, es oportuno, pertinente y servirá para orientar la reflexión ciudadana en momentos que Chile aborda importantes desafíos que determinarán la historia del país por varias décadas, son ideas con profundidad, que resultan estimulantes y orientadoras, guardan complejidad, pero están expresadas en un lenguaje simple y directo, lo que permite el acceso de un amplio espectro de personas. Saludamos este esfuerzo del ciudadano Riveros, que siempre se muestra atento, comprometido y activo con el devenir del país y comprometido a colaborar en la gestación de un mejor futuro para nuestro pueblo. Es valioso su aporte en las ideas, y más aún su orientación en los principios y valores permanentes que están en las raíces de nuestra historia. Se agradece su aporte trascendente que, en medio de tanta tiniebla y oscuridad, de la desorientación y el desorden, trae luz para orientar el derrotero en la construcción de la unidad y un destino común. Chile requiere de la luz de sus hijos más preclaros para reencontrar el camino, construir la confianza y consolidar la unidad que nos permita retomar la senda de progreso, desarrollo y equidad desde un enfoque eco, ético, sistémico y relacional.

CARLOS CANTERO OJEDA Geógrafo Doctor en Sociología Exsenador de la República

PRESENTACIÓN

Este libro contiene un conjunto de trabajos y publicaciones realizadas por el autor durante la última década, en los que se trata de los conflictos sociales y políticos que se fueron severamente agudizando en ese período. Los contenidos de esta colección de trabajos demuestran que los signos que existieron a lo largo de los últimos años permitían anticipar con bastante certeza el desenlace que los mismos experimentaron a fines del año 2019, y que la dirigencia e institucionalidad política, incluidos los poderes del Estado, prefirieron ignorar de modo sistemático. Fuimos muchos quienes advertimos que los desarrollos sociales de las últimas décadas terminarían en un grave conflicto si no se establecían las correcciones que se precisaban para otorgar mayor equidad e inclusión al modelo de desarrollo económico. Se prefirió el camino de ignorar las inquietudes que se manifestaban de muy distintas maneras, y seguir adelante con la sola contabilización de los éxitos que materializaban el crecimiento económico y la modernización de la economía. Se hicieron esfuerzos en materia de subsidios directos y disminución de la pobreza, pero poco se avanzó en el terreno de disminuir efectivamente las brutales diferencias no solo en niveles de ingreso, sino también en las oportunidades que de manera efectiva los distintos segmentos sociales recibían por parte del sistema. Poco pareció importar el retraso en la educación pública, la poca calidad de la educación en general y la segregación que miles de chilenos experimentaban en materia de acceso a educación de calidad. En un clima de aumentadas y las más de las veces insostenibles expectativas, destacadas especialmente en el caso de los grupos medios, la acumulación de tensiones fue enorme y explotó de manera impensada y sin una contraparte de propuestas remediales.

Esta obra trata de testimoniar las discusiones que se mantuvieron por años lejos de la actividad política, marcada esta última por consideraciones de estricto corto plazo, sin una visión sustantiva de futuro. Más que rescatar el valor de las ideas postuladas y francamente desechadas en las últimas décadas, el libro trata de sugerir que pensar de una manera distinta hacia el futuro puede traer enormes beneficios y progreso a la sociedad chilena. En efecto, se abren oportunidades para construir una mejor sociedad hacia el futuro, sin tener que retroceder en aquello que Chile ha hecho muy bien en materia de progreso material, estabilidad económica y mirada social. La consideración de esos retos, sin embargo, requiere que los actores políticos eleven el nivel de las ideas y las miradas prospectivas. Es necesario un debate político que reponga las ideas en reemplazo de los slogans, las calificaciones del estamento político en reemplazo de las puras acciones mediales, y rescate la idea de representatividad que permita avanzar en una modernización efectiva de la democracia. El debate de ideas debe cobrar la vigencia que tuvo en el pasado republicano, permitiendo contrastar modelos de país y visiones de sociedad, más allá de mensajes triviales, dominados por slogans y usualmente lejanos a lo factible. En ese sentido, los contenidos de este libro proveen la cartografía que permite observar los obstáculos en terreno, las distancias a recorrer y un objetivo de ideal a conseguir.

El primer capítulo aborda los antecedentes que gestaron el panorama social durante la década que precedió a la explosión social del año 2019, mostrando los argumentos similares que primaron en el debate de las dos primeras décadas del siglo XX en materia de inconformismo y baja respuesta del estamento político. Aquí se enumeran siete desafíos para la sociedad chilena en materia social, política y económica, los cuales continúan siendo vigentes a la luz de la próxima discusión constitucional. El segundo capítulo, escrito el año 2012, hace énfasis en que las manifestaciones estudiantiles del año 2011 entregaron el mensaje de lo que era necesario en cuanto a un cambio en el estilo de democracia, haciendo imprescindible revisar la institucionalidad de la república. El tercer capítulo corresponde a un escrito del año 2016, en el que se plantea y analiza la crisis institucional que dominaba en ese entonces al país y que lo sigue dominando en la actualidad, y argumenta que un gobierno de unidad debiera focalizarse en la mejora sustantiva de la enseñanza, para formar al nuevo ciudadano y brindar una educación de calidad, consonante con los objetivos de desarrollo e inclusión. El cuarto capítulo incluye una serie de columnas de opinión que el autor publicó durante el año 2019 en relación con el acumulado de problemas desatendidos o malamente enfocados en el terreno social y político. El capítulo quinto reproduce un documento de noviembre del año 2019, en pleno apogeo de las manifestaciones iniciadas en octubre del año 2019 en que se analiza el tema del conflicto verificado a partir de mediados de octubre y que se ha ido prolongando en manifestaciones de todo tipo a lo largo del país ya durante más de un año. El capítulo sexto incluye columnas de opinión del autor, escritas durante el año 2020, que reflejan su visión en materia del conflicto social, de las violentas manifestaciones ocurridas y del crucial tema de la crisis política e institucional que vive Chile. El último capítulo incluye algunas reflexiones sobre la proyección futura de la problemática que vive Chile en el marco de la discusión constitucional que se está iniciando.

Este libro es precedido por una columna que el autor escribió el año 2016, en el que se advertía la existencia de agudas tensiones que desembocarían en una significativa protesta social. Allí no solo se advierte la presencia de una crecida insatisfacción ciudadana, sino que se postula la necesidad de impulsar reformas en siete ámbitos significativos para el desarrollo futuro del país. Esta era una mirada desde la academia sobre Chile y sus desafíos, la cual sostuvo puntos de vista sistemáticamente desatendidos en la política pública y en las propuestas de los distintos conglomerados políticos. Lo que vivimos a partir de fines del año 2019 es parte de un proceso antecedidopor muchas manifestaciones de inconformismo que tienen lugar a pesar del enorme, aunque mal distribuido, éxito de Chile en el plano económico. Ese desatendido sentimiento de inconformidad continúa siendo objeto de desconsideración, por un lado, o de simple aprovechamiento político, por otro. El epílogo del libro se presenta a través de una columna de febrero de 2021 en que sostiene la necesidad de defender la democracia frente a los embates que desde muchos flancos ponen en amenaza la estabilidad, el orden y el logro de una verdadera justicia social.

Santiago de Chile, marzo de 2021

PROLEGÓMENO

MI MIRADA, MI VISIÓN DE HACE CUATRO AÑOS

El 5 de agosto del año 2016, Estrategia publicó la columna que aquí se presenta. Es decir, hace más de tres años ya se había advertido sobre una grave crisis en ciernes, tanto política como social. Pero, simplemente, este tipo de planteamientos no fueron, en modo alguno, atendidos en los debates llevados a cabo por los estamentos políticos, incluyendo el período de la última campaña presidencial. Esa crisis anunciada en el 2016 explotó en octubre del 2019, cumpliendo con los vaticinios formulados en ese entonces. Lo grave de este hecho, es que evidencia que las opiniones independientes, de académicos u observadores de la realidad nacional, no son siquiera consideradas en los ámbitos en que se toman las decisiones. Otra realidad tendríamos ahora de haberse atendido oportunamente lo planteado hace tres años, y muchos dolores de nuestra actual sociedad habrían sido evitados.

UN NUEVO PACTO SOCIAL

“Es la juventud que, sin más ley de servicio obligatorio que la escrita en su alma ansiosa del bien y amante de la Patria, se alista bajo las banderas que representan una gran causa nacional”.

Enrique Mac Iver

Son días de desasosiego e incertidumbre. Una crisis política e institucional se ha cernido sobre Chile y no se avizoran caminos de salida en tanto la mirada prevaleciente sea la del corto plazo y la ciudadanía permanezca ajena. Como hace un siglo, radica el problema en una cierta crisis moral entroncada con un limitado accionar público y una escasa disposición política para abordar las cuestiones centrales. A comienzos del siglo XX se anhelaba mirar al país más allá del transitorio esplendor del salitre, hacia un desarrollo para asegurar un mejor futuro para la niñez y la juventud: reforma de la Constitución, creación de oportunidades educacionales, protección al trabajador y sus derechos, instauración de políticas de Estado para un necesario bienestar social. Solo en la década del veinte, y a raíz de un nuevo liderazgo, se comenzó a escuchar el clamor que venía de todas partes y que tenía como protagonistas principales a los trabajadores y a los estudiantes.

En forma similar existe hoy una protesta que se generaliza, ya no como una expresión de rebeldía e insatisfacción generada por grupos obedientes a ciertos intereses políticos sino como expresión de un amplio descontento ciudadano. El mismo emana de la insatisfacción juvenil, de una clase media que se siente desprotegida, de regiones apartadas del centro donde se toman las decisiones, y de los más pobres, víctimas de una distribución del ingreso contrastante con los “éxitos económicos”. También cunde desaliento porque no se ha logrado definir satisfactoriamente las políticas educativas y porque se arriesga la sustentabilidad del crecimiento por no protegerse suficientemente el medio ambiente. Por doquier existe un reclamo que no es adecuadamente atendido por políticos, partidos y las distintas coaliciones, mal catalogados todos en la escala del aprecio ciudadano, y arrastrando tras sí a las propias instituciones de la república. Esta decepción lleva a la ciudadanía a excluirse de necesarias decisiones y así se colabora a profundizar la crisis.

El país precisa un acuerdo nacional que trascienda a los conglomerados políticos vigentes, y que funde su mirada en el largo plazo, ofreciendo una propuesta hacia una ciudadanía que espera con desconcierto y sin un imprescindible liderazgo para abordar un cambio sobre la base de un nuevo pacto social. Tal acuerdo nacional debe contener al menos siete ámbitos sobre los que es necesario tener acuerdo para transformarlo en orientaciones para la nueva administración de Gobierno, cuya responsabilidad debiera estar en encauzarlo hacia su efectiva concreción.

Modelo económico para el largo plazo, que defina las bases esenciales de la estrategia de desarrollo de Chile haciendo primar el interés social y perfilando la solución a graves problemas como pensiones y salud pública.

Descentralización efectiva del país, para que las decisiones radiquen en regiones especialmente en materia de inversión y desarrollo.

Educación como eje central de la política pública para recuperar una educación pública que, a todo nivel, instaure el necesario referente en los objetivos de equidad y calidad haciendo de la educación la fuente del mayor capital social.

Internacionalización e integración económica, especialmente en Latinoamérica, que promueva los diferentes ámbitos productivos y regionales, para internacionalizar la PYME y para que los beneficios del crecimiento económico y la diversificación y expansión del comercio sean un factor de equidad y progreso.

Un Estado activo, que lidere el desarrollo económico, que tenga iniciativa responsable para estimular el crecimiento y facilitar la estabilidad económica, sin abandonar su responsabilidad primaria en política social abarcando pensiones, salud y seguridad, en investigación científica y tecnológica, y en la promoción de la innovación y el emprendimiento, y en el financiamiento activo de la educación.

Protección del medio ambiente, logrando un equilibrio que sea al mismo tiempo garante de un crecimiento sostenible y de una matriz energética suficiente.

Construcción de un nuevo escenario político, con una efectiva refundación de los partidos en un pacto en pro del país del futuro, implicando también una nueva Constitución Política generada con efectiva participación.

Chile debe ser capaz de lograr un acuerdo a través de un diálogo más allá de las contiendas electorales. Necesita un nuevo pacto social que convoque a la ciudadanía a participar, y que así aísle a los promotores del caos y a quienes ven en la política solo un medio de financiamiento. Un acuerdo que debe comenzar a producirse desde ya, para que provea las bases de desenvolvimiento del futuro gobierno, asentado en buenas prácticas ciudadanas y en un abierto compromiso nacional y público.

CAPÍTULO I LA CRISIS REPUBLICANA: PRELUDIOS DE SU EXPLOSIÓN1

En este trabajo, del año 2012, se mencionan los fundamentos de la crisis que afecta al país y que se va profundizando día a día. Se mencionan siete retos que es indispensable abordar para evitar una crisis mayor. Dentro de esos retos se mencionan: consensuar una estrategia nacional de desarrollo, introducir cambios en la institucionalidad, descentralizar al país para dar mayor énfasis a las regiones, introducir mejoras indispensables en la educación para la productividad, la equidad y la buena ciudadanía, impulsar una adecuada internacionalización, promover un Estado activo y eficiente y desarrollar políticas de cuidado ambiental y definición sobre la matriz energética.

I. 1 INTRODUCCIÓN

“Me parece que no somos felices…”, escribía hace poco más de cien años don Enrique Mac Iver, reflexionando sobre la crisis que por entonces vivía Chile, cuando primaba el descontento y se manifestaba un profundo malestar ciudadano. Radicaba el problema en una crisis moral entroncada con una escasez de iniciativas para proveer los servicios públicos que permitieran servir adecuadamente los requerimientos de la población. “El presente no es satisfactorio y el porvenir aparece entre sombras que producen la intranquilidad”, postulaba admonitorio. Y, en efecto, pocos años más tarde se profundizaría aquella protesta, marcando la cúspide de un reclamo social que afligía al país desde inicios de siglo y que tenía también mucho que ver con la necesidad de transformar la institucionalidad vigente. Los problemas se abordaron tardíamente, al costo de conflictos y enfrentamientos que podrían haberse minimizado si tal situación se hubiese enfrentado ante sus primeros síntomas. Sin embargo, no existió la disposición de los políticos para abordar cuestiones que eran entonces centrales: reforma de la Constitución, creación de mayores oportunidades educacionales, protección al trabajador y sus derechos, instauración de políticas de Estado sobre el necesario bienestar social. Se anhelaba mirar al país más allá del transitorio esplendor del salitre, hacia una industria capaz de sustituirlo y de asegurar así un mejor futuro para la niñez y la juventud. Los políticos simplemente no escucharon el clamor que venía de todas partes y que tenía como protagonistas principales a los trabajadores y a los estudiantes.

Llama poderosamente la atención cuánto se parece aquel inicio del siglo XX con estos años de principios del siglo XXI. Hoy el país disfruta de los buenos resultados de las exportaciones de cobre, que alimentan con notorio esplendor nuestras arcas fiscales. Y también el país ha logrado desarrollar una infraestructura vial y comunicacional moderna y efectiva, que le pone a la cabeza de muchos otros países subdesarrollados. El ingreso per cápita se ha triplicado en pocos años y domina un ambiente de expansión económica y estabilidad de precios que hace a muchos mirar distante hacia atrás días de pobreza, desequilibrios económicos y notoria escasez. La cobertura de la educación alcanza hoy cifras comparables a los países más avanzados, la salud se moderniza crecientemente y las inversiones pronostican un mayor desarrollo de los servicios y de muchas industrias beneficiosas al crecimiento del país. Se nos distingue internacionalmente entre los países con mayor estabilidad macroeconómica, mejor ambiente para la inversión y también dentro de aquellos donde campea una destacada competitividad económica. Todos esos logros se sitúan dentro de una generación, la cual ha tenido la oportunidad de ver el salto social y económico que nunca nuestros antecesores pudieron apreciar. Y, al parecer, ¡no somos felices!

Efectivamente, la protesta se ha venido generalizando, ya no como una expresión política de rebeldía y de insatisfacción puntual generada por algunos grupos obedientes a ciertos intereses políticos. Prima el descontento en tantos ámbitos como áreas de relevancia pueden concebirse en el campo económico y social. Nuestra juventud reclama acerca del futuro que le acecha, destaca lo poco representativo del sistema político actual y subraya su desaliento por la calidad de la educación a todo nivel. La clase media se siente desprotegida, obligada a pagar por todo y, sin embargo, carente de los medios necesarios puesto que los salarios y su evolución no están acordes a sus propias expectativas y necesidades. Hay un reclamo fuerte y creciente que proviene de las regiones del país, que ven que la mayor parte de las decisiones benefician principalmente al centro, donde radica también el mayor volumen de electores, manteniendo a muchas de ellas relegadas a un pasado que el país en su conjunto desea superar. Hay descontento porque la distribución del ingreso está entre las peores del mundo, lo que sorprende en un país con tan buenos resultados económicos generales, que permite así la coexistencia de dos realidades: la del éxito y la modernidad y aquella de la miseria y el retraso. También hay insatisfacción porque hemos dañado suficientemente el medio ambiente y se arriesga la sustentabilidad del crecimiento, predominando criterios estrechos y faltantes en esta materia. Por doquier existe un reclamo que no es adecuadamente atendido por los políticos, los partidos y las distintas coaliciones, los cuales están catalogados en los últimos niveles en la escala de aprecio ciudadano, al igual que el propio Parlamento y el Gobierno de la República.

I. 2 ESTAMOS EN MEDIO DE UNA CRISIS

Muchos dicen que a pesar de todo eso, Chile no está en medio de una crisis. Eso puede ser cierto, como lo era cuando escribió su carta a Chile don Enrique Mac-Iver. Pero lo incontestable es que el país está encaminado hacia una crisis que su dirigencia parece no desear reconocer ni enfrentar, la cual quizás ni siquiera percibe adecuadamente, enfrascada como está en asuntos de más corto plazo y regida más bien por una lógica electoral y no por una nacional y trascendente. En la situación presente es donde debiese intervenir la actividad política con voluntad de dirigir e influir, no solo con la limitada ambición de ser seguidora de la protesta y poder así incrementar el capital electoral de cada grupo, sino para darle un sentido transformador al sentimiento ciudadano. Lograr la paz social requiere dar cauce a la intranquilidad existente, con vocación de comprometer las salidas necesarias a través de adecuadas reformas, no solamente en el afán de dar conformidad precaria a una ciudadanía que reclama sus derechos y que volverá a levantar su protesta acrecentada si lo medular no es atendido. Es aquí donde deben surgir los liderazgos capaces de encauzar los sentimientos de insatisfacción que dominan a nuestros compatriotas, para dirigirlos a un programa de cambios que logre accionar sobre los aspectos más fundamentales de aquellos que la ciudadanía anhela: cambio institucional para tener una democracia más directa y efectiva; un plan nacional de desarrollo para lograr un consenso que domine el camino hacia el futuro; una efectiva descentralización hacia las regiones del país; una educación que termine con la mediocridad y comprometa de verdad un cambio profundo para así lograr modificar la precaria situación distributiva; una estrategia de internacionalización que asegure el crecimiento y se base en la necesaria integración nacional; una política tributaria y una definición de Estado que efectivamente puedan permitir los bienes públicos que reclaman los chilenos para acceder a una distribución más justa del ingreso; una política cierta de protección medioambiental que sea también capaz de garantizar la energía que Chile requiere para su desarrollo.

Es posible que otros aspectos puedan ser incorporados en esta matriz de aspiraciones nacionales que debe ser atendida. Sin duda se concordará en que los aspectos enumerados están dentro de los más esenciales, debiendo revestir el carácter de preeminencia para atacar de modo solvente la crisis que está explotando en forma evidente. Es posible que distintos actores puedan establecer diferentes prioridades entre los aspectos mencionados, pero es indudable que el país necesita avanzar en forma simultánea atacando varios de ellos para así lograr la estabilidad social y económica que precisa como forma de garantizar un necesario crecimiento que se encamine efectivamente hacia un desarrollo con rostro humano. La cuestión fundamental radica en la necesidad de abordar estos problemas en forma oportuna, decidida y visionaria, ya que de ello depende el futuro de Chile.

I. 3 LAS CAUSAS DE LA CRISIS

En sus días don Enrique Mac-Iver atribuyó a una crisis moral la causa última de la insatisfacción ciudadana, debido a que el Estado y sus organismos habían dejado de cumplir en forma cabal con sus responsabilidades. La estagnación y degradación del país se vinculaba, en su opinión, al ambiente de corruptela reinante, situación que le llevaba a una sola conclusión: “…falta gobierno, no tenemos administración”.