Cómo la puntuación cambió la historia - Bard Borch Michalsen - E-Book

Cómo la puntuación cambió la historia E-Book

Bard Borch Michalsen

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Beschreibung

La puntuación es un sistema de convenciones que otorga mayor precisión y profundidad a las letras y palabras, dotándolas de color y emoción, tono y ritmo. De hecho, tiene consecuencias aún más drásticas: los signos de puntuación no son únicamente una parte importante de nuestro código idiomático, sino que se transformaron nada menos que en una de las fuerzas impulsoras en el desarrollo de toda nuestra civilización occidental. Escribimos mejor, más rápido y con mayor eficacia si usamos los signos de puntuación de forma consciente, coherente y de manera más o menos acorde a las convenciones establecidas por nuestra sociedad. Escribir es comunicar y, como tantas otras, la palabra "comunicación" tiene su origen en el latín: comunicare. La etimología del término tiene que ver con comunidad, comprensión y conexiones.

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Tapa de 'Atlas de micronaciones'. Graziano Graziani. Ediciones Godot (2021)

Acerca de Bård Borch Michalsen

Bård Borch Michalsen es un autor y académico noruego. Trabajo como professor asociado y vicerrector en la Universidad de Tromsø (UiT The Arctic University of Norway). Escribió varios libros sobre lenguaje y cultura. Signos de civilización. Cómo la puntuación cambió la historia es su primer libro traducido al castellano.

Ilustración en blanco y negro

Página de legales

Michalsen, Bård Borch / Signos de civilización. Cómo la puntuación cambió la historia / Bård Borch Michalsen1ª edición - Ciudad Autónoma deBuenos Aires : EGodot Argentina / 2022. Traducción de: . Libro digital, EPUB. Archivo Digital: descarga y online Traducción de: Christian Kupchik. ISBN 978-987-8413-64-81. Literatura Contemporánea.2. Gramática Ⅰ. Kupchik, Christian, trad. Ⅱ. Título CDD 808.02071

ISBN edición impresa: 978-987-8413-55-6

Título originalTegn til sivilisasjon © Bård Borch Michalsen, 2019. First published in Norwegian by Spartacus in 2019. Published in agreement with Casanovas & Lynch Literary Agency.

This translation has been published with the financial support of NORLA.

Traducción Christian KupchikCorrecciónMariana Gaitán y Violeta KerzbergDiseño de tapa e interioresVíctor MalumiánIlustración de Bård B. MichalsenMax Amici

© Ediciones Godot

[email protected]/EdicionesGodottwitter.com/EdicionesGodotinstagram.com/EdicionesGodot Buenos Aires, Argentina

Información de Accesibilidad:

Amigable con lectores de pantalla: Si

Resumen de accesibilidad: Esta publicación incluye valor añadido para permitir la accesibilidad y compatibilidad con tecnologías asistivas. Las imágenes en esta publicación están apropiadamente descriptas en conformidad con WCAG 2.0 AA & InclusivePublishing.org.

EPUB Accesible en conformidad con: WCAG-AA

Peligros: ninguno

Certificado por: DigitalBe

Signos de civilización

Cómo la puntuación cambió la historia

Bård Borch Michalsen

Traducción

PARTE Ⅰ

1494: Está hecho

El mundo antes de la escritura

Nos la arreglamos bastante bien sin poder escribir ni hablar, pero, como sabemos, una vez que nos acostumbramos a algo, que lo percibimos como un alivio que nos facilita la vida, como un verdadero paso adelante, no permitimos que nos lo quiten de nuevo. ¿Alguien puede imaginar cómo sería la vida sin celulares, inodoros o electricidad? Bueno, algo así ocurre también con el lenguaje. En el principio no fue el Verbo, pero cuando empezamos a utilizar la boca para algo más que comer y morder, entonces descubrimos las grandes ventajas que traía su desarrollo. Podíamos informar sobre los grandes peligros que nos acechaban, contar historias picantes sobre las aventuras de nuestros vecinos en una tribu extraña. También podíamos discutir acerca de cómo organizar la caza al día siguiente.

¿Quién fue la primera persona en hablar hace unos cincuenta mil años? Nadie lo sabe. Es una pregunta que no resiste ninguna lógica, debido a que no tiene ningún sentido ser la única persona del mundo dotada con el don de la palabra. De modo tal que continuamos con nuestro diálogo interior sin ninguna necesidad de utilizar la voz. En verdad, solo necesitamos del lenguaje para actuar socialmente. Y, como sabemos, el ser humano es un ser social.

Aprender a hablar fue un proceso útil, práctico y hasta agradable. Aprovechamos muy bien las nuevas oportunidades que el lenguaje nos brindaba. Ya estábamos erguidos y podíamos caminar y correr, lo que nos otorgaba una ventaja invaluable ante las otras especies animales. A medida que empezamos a correr, también utilizamos la boca para expresar nuestros pensamientos, y muy pronto nos volvimos superiores a todos los demás. Nadie podía alcanzar una meta lejana más rápido que nosotros y el hecho de poder hablar mientras corríamos nos permitió intercambiar experiencias, hablar sobre los peligros del camino, informar sobre atajos útiles y acordar puntos de encuentro, además de chismosear sobre a quiénes habíamos visto abrazados detrás de unos árboles cuando pensaban que nadie los descubriría. Desde el mismo momento en que los humanos comenzamos a hablar, es casi seguro que también utilizamos la oralidad para un objetivo hasta entonces desconocido: inventar cualquier cosa sobre todo y sobre todos.

Otras especies antes que nosotros construyeron algo que, con un poco de imaginación y buena voluntad, podría llamarse “lenguaje”, pero en realidad no iba más allá de algunos pocos sonidos inarticulados. El habla humana muy pronto se convirtió en algo mucho más avanzado. En su libro Sapiens, Yuval Noah Harari enfatiza el hecho de que la capacidad de hablar sobre lo que no existe para nuestros sentidos físicos fue lo que hizo de nuestro lenguaje una característica única: “Hasta donde sabemos, los sapiens pueden hablar de todo tipo de conceptos que nunca han visto, tocado ni olido”. Muestra de esta forma cómo se originaron leyendas, mitos, dioses y religiones a través de la revolución cognitiva, dentro de la cual el lenguaje resultó un elemento tan importante como innovador.

6000 años de historia de la escritura

Sin embargo, el hombre no puede vivir únicamente de la religión. También necesita del pan. ¿Cuál sería la forma más efectiva de organizar un sistema avanzado de cooperación, compra y venta? Con el aumento del comercio, surgió la necesidad de concretar acuerdos, obligaciones y deudas por medio de algo más duradero que los simples convenios verbales. Como resultado, hace unos tres mil quinientos años antes de nuestra era, en Mesopotamia, ya aparecieron algunas marcas que representan palabras y objetos: ¡la primera manifestación de lenguaje escrito! ¿O no fue la primera? Los historiadores no están del todo seguros, pero hay buenos motivos para suponer que el lenguaje escrito nació, casi simultáneamente, también en China y Egipto.

El salto cuántico de los pueblos semíticos que habitaban cerca de las costas orientales del Mediterráneo implicó la transición a un sistema en el que una persona ya no representaba objetos, sino sonidos. El alfabeto llegaría más tarde. Esto significó otro gran paso, tanto para quienes propusieron la idea como para la humanidad. De acuerdo con el sociólogo especializado en medios Manuel Castells, el alfabeto constituye la infraestructura indispensable para la comunicación acumulativa basada en el conocimiento, al tiempo que es la base de la filosofía y la ciencia occidentales.

El alfabeto permitió gestionar con menos caracteres (ahora conocidos como “letras”). El semítico fue el primero en aparecer, pero solo contenía consonantes. Los griegos dieron el siguiente y más que significativo paso al sumar vocales. Esto permitió que podamos leer y escribir palabras que ignorábamos, incluidas las palabras en idiomas extranjeros. El profesor estadounidense Walter J. Ong dedicó su vida a investigar la conexión entre el lenguaje y nuestra capacidad de pensar. En su libro Oralidad y escritura, da cuenta que fue este alfabeto el que le brindó a la cultura griega una ventaja significativa en la Antigüedad. Al añadir las vocales, se democratizó la lengua escrita; cada vez más personas pudieron aprender a leer y escribir. Los estudios neurolingüísticos sugieren que un alfabeto fonético con vocales favorece el pensamiento analítico y abstracto. El alfabeto latino se cuenta como un pasaje evolutivo del griego a través del alfabeto de los etruscos, quienes dominaban amplias partes de Italia antes del ascenso de Roma, y es hoy el más utilizado del mundo.

El hombre encontró conveniente comenzar a escribir, lo que fue una decisión inteligente. Posteriormente, se incorporaron mejoras al sistema del lenguaje, lo cual nos permitió transmitir más, con mayor precisión y velocidad. El libro que estás leyendo ahora considera la puntuación como la coronación final de los lenguajes escritos en Europa: es la frutilla del postre, el acento sobre la i. La puntuación es un sistema de convenciones que otorga mayor precisión y profundidad a las letras y palabras, dotándolas de color y emoción, tono y ritmo. De hecho, tiene consecuencias aún más drásticas: los signos de puntuación no son únicamente una parte importante de nuestro código idiomático, sino que se transformaron nada menos que en una de las fuerzas impulsoras en el desarrollo de toda nuestra civilización occidental.

Los primeros signos de puntuación remiten a dos mil doscientos años atrás, cuando fueron utilizados en Alejandría, la capital intelectual de la Antigüedad. Aquellos primeros signos eran insignificantes y muy pronto fueron abandonados por las civilizaciones del Mediterráneo. Cuanto más difícil resultaba leer, mayor era el poder de quienes dominaban ese arte. Pero los signos se reinventaron, y durante la Edad Media mucha gente advirtió que si los lenguajes escritos alcanzaban su máximo potencial, necesitarían ser modernizados. Tanto en España como en Alemania e Irlanda, se reinventó y refinó un sistema de puntuación que se encargó de preparar el terreno idóneo para la llegada de los humanistas italianos.

Un motor para nuestra civilización

Cuando Yuval Noah Harari busca comprender en Sapiens los motivos de la evolución humana, se encuentra con dos respuestas: la primera es nuestra capacidad para crear órdenes imaginarios, como la religión o las corporaciones. La segunda es el lenguaje escrito. En su opinión, estos dos inventos llenaron los vacíos de nuestra herencia biológica. Lars Tvede llegó a la misma conclusión en su obra Det kreative samfund [La sociedad creativa]: los códigos del lenguaje operan como un requisito previo para el éxito de las civilizaciones. En su considerable trabajo sobre la historia y el poder de la escritura, Henri-Jean Martin destaca el hecho de que la fundación del lenguaje escrito coincidió con el comienzo de las grandes civilizaciones, el crecimiento sostenido, la prosperidad y el aumento de la comunicación.

El lenguaje escrito significó, sin lugar a dudas, una condición esencial para el desarrollo y avance de las diversas culturas, y esto no podría haber sucedido sin la participación de las comas, los signos de interrogación y otros tantos signos. La evolución de la puntuación, que culminó hace aproximadamente quinientos años, resultó fundamental para el progreso de la civilización europea. Andrew Reamer, de la Universidad George Washington, intentó recopilar los hallazgos de todas las investigaciones en torno al impacto de la tecnología sobre el crecimiento económico. Las innovaciones sobre las que llama especialmente la atención son las matemáticas, el pensamiento crítico, la investigación y la escritura. Reamer se refiere, en primer lugar, a las oportunidades de crecimiento que aportaron el comercio y las comunicaciones, áreas responsables de proporcionar, cinco mil años atrás, los primeros lenguajes escritos, aunque considera que la gran revolución se produjo a través de las modificaciones en la forma en que se organizó el texto, por ejemplo, con la introducción, disposición y organización de las palabras en el espacio a través de la puntuación. Todas estas innovaciones ayudaron a sentar las bases que allanaron el camino a la lectura silenciosa, lo que permitió que los lectores pudiesen absorber el significado de los textos de modo mucho más rápido y eficaz. La puntuación estandarizada, así como otros cambios menores en las convenciones de la escritura, jugaron un rol central en lo que sería la aparición de un invento revolucionario: el arte de la impresión.

La cultura del manuscrito estaba en camino de ingresar en la historia. Los libros impresos significaron un verdadero regalo para la lectura en silencio. Cada uno de nosotros podía establecer una relación personal y privada con Dios, sin la interferencia de sus representantes en la Tierra. Inspirado en los lagares de la Antigüedad, Johannes Gutenberg desarrolló la primera imprenta y muy pronto surgieron otras por toda Europa Central. El arte de imprimir fue alabado, con toda razón, como una innovación espectacular que marcaba un hito en el progreso de la humanidad. Pero, al mismo tiempo, los libros impresos hubieran resultado completamente ilegibles si los textos se hubiesen presentado como hasta finales de la Edad Media, es decir, de esta manera:

LOSTEXTOSSEHUBIESENPRESENTADO COMOHASTAFINALESDELAEDADMEDIA.

Los libros debían disponerse visualmente de manera accesible, en conformidad con las convenciones relacionadas con la puntuación, lo que permitía a cualquiera desentrañar el significado oculto detrás de las palabras. Un sistema de lenguaje en el que cada individuo se manejara con sus propias reglas ortográficas, gramaticales y de puntuación habría obstaculizado ese desarrollo tal como lo conocemos en la actualidad. La modernización de la tipografía y la puntuación resultó una creación menos obvia que la invención de la máquina física, pero, sin embargo, constituyó un requisito crucial para que los productos de esa máquina fueran significativos. La gramática, la puntuación y la presentación visual del texto es lo que hoy llamamos software. Sin él, el hardware no es más que metal muerto.

La innovación cobró impulso en la Europa del siglo ⅩⅥ. El descubrimiento y la creatividad presuponen un pensamiento individual, independientemente de lo que las autoridades consideren verdadero o valioso. La lectura silenciosa establecida a partir de entonces hizo posible el desarrollo de este pensamiento individual. El texto ya no tenía que pasar por los oídos sino por los ojos. Sin embargo, una condición previa y fundamental para la lectura silenciosa era que el texto apareciera de forma diferente a la conocida hasta entonces, con espacios entre las palabras y un sistema de puntuación fijo. Por lo tanto, la puntuación no es solo el resultado de este desarrollo, sino una de las razones por las que fue posible el surgimiento de una lectura eficaz. Un estándar de lenguaje común, junto con otros factores, como los viajes de descubrimiento, las migraciones y la descentralización, fueron elementos clave de un poderoso movimiento evolutivo que, quinientos años atrás, dio inicio a una reacción en cadena de procesos vertiginosos. La puntuación estandarizada es un hilo esencial en el tejido de la Europa del siglo ⅩⅥ, que experimentó un sensacional desarrollo tecnológico, económico y cultural. Lars Tvede resume este proceso de la siguiente manera:

El Renacimiento, que promovió la actividad artística, el humanismo, el individualismo, la experimentación empírica y la creatividad.

La Ilustración, que trajo consigo ideales como la libertad, la democracia, la tolerancia religiosa, un Estado constitucional, el racionalismo y la buena razón.

La Era de los Descubrimientos.

La Reforma.

La Revolución Científica.

La Revolución Industrial, cuando la introducción de las máquinas y la producción en masa llevaron a una explosión de prosperidad, urbanización y convulsiones culturales.

¿Podría el filósofo francés René Descartes (1596-1650) haber añadido algo a todo esto? Hoy en día, la gente rara vez habla de él durante la cena, excepto, posiblemente, en los escondrijos donde los filósofos se reúnen a comer. No obstante, es preciso reconocer que una de las preguntas más frecuentes en los concursos televisivos suele ser: “¿Qué famoso filósofo dijo: ‘Pienso, luego existo’?”. Ese fue Descartes y su hombre pensante, ¡que también era escritor! Él piensa, y mientras está pensando, escribe, y de este modo confirma que piensa.

En Oralidad y escritura, Walter J. Ong destaca el hecho de que el lenguaje escrito es absolutamente esencial para el pensamiento avanzado. La cultura oral no se adapta bien a fenómenos tales como figuras geométricas, pensamiento abstracto, lógica argumental y definiciones. Estas cosas no son únicamente producidas por el mero pensamiento, sino a través de pensamientos razonados y desplegados en el texto. Descartes también podría haber dicho: “Escribo, luego existo”. Y sí, tiene que haber una coma en esa oración. La puntuación correcta en el lugar correcto vale su peso en oro.

Los griegos ya lo sabían

LOSPRIMEROSTEXTOSDELMILENIOFUERON ESCRITOSSINESPACIOSYSINPUNTUACIÓN LOSTEXTOSSEDESARROLLARONDEIZQUIER DAADERECHAODEDERECHAAIZQUIERDA YFUERONESCRITOSUTILIZANDOÚNICA MENTELETRASMAYÚSCULAS.

Lo único que recordaba a la puntuación eran los párrafos largos (paragraphos), donde se insertaba una línea horizontal para marcar el comienzo o el final de una oración o bien indicar que otro personaje estaba hablando en el drama.

Los textos se concebían como scriptio continua, es decir, sin espacios entre las palabras, y de esta forma resultaban de difícil acceso incluso a los pocos capacitados para la lectura. No existía la división en párrafos,

NIPUNTUACIÓNYTODO ESTABAENMAYÚSCULAS.

Un lector solo podía comprender lo que estaba escrito cuando el texto era leído en voz alta varias veces. Nadie consideraba la idea de que un texto era susceptible de ser leído en silencio; estaba escrito para ser leído en voz alta, como una representación de la palabra hablada. En ese momento, escribir no era una actividad independiente y rentable, con identidad propia, sino apenas un registro de lo oral utilizado en poesía, debates o diálogos.

Hubo que esperar algunas centurias para introducir modificaciones positivas, al menos hasta unos siglos antes del nacimiento de Cristo.

Aristófanes: el innovador olvidado

Fuera de la Biblioteca de Alejandría, hoy se levanta una modesta columna junto al café donde se encuentran, entre conferencias, estudiantes de todas partes del mundo. Se afirma que esa columna debió pertenecer a la antigua biblioteca de la ciudad mediterránea, que se hallaba a un par de metros de donde fue construida la nueva, en 2003. Esta última fue diseñada por el estudio de arquitectura noruego Snøhetta, siguiendo una idea original por la cual la biblioteca sería una ventana de Egipto al mundo y del mundo a Egipto. Pero la ambición no se detenía allí. Al ser inaugurada, Ismail Serageldin, el bibliotecario responsable del nuevo edificio, se refirió al legado de la antigua biblioteca, el que esperaba que fuera redescubierto en la actualidad. La biblioteca de Alejandría es majestuosa, monumental, y el edificio no solo está planteado para cobijar libros, sino que también cuenta con espacios para investigación, docencia y seminarios.

El macedonio Alejandro Magno solo contaba con veinticinco años de edad cuando, en 332 a. C., conquistó la ciudad que a partir de entonces lleva su nombre. Alejandro murió unos años más tarde y, no mucho después, una casa real griega se hizo del poder en la ciudad. La dinastía ptolomeica, como se la conocía entonces, marcó el comienzo de una edad de oro en la cultura helénica que se extendió por varios cientos de años, en un momento en que la Grecia original ya había perdido mucho de su esplendor. Durante ese período, el foco político, económico y cultural se trasladó a Alejandría. Los grandes ingresos de la dinastía ptolomeica llegados a partir de recursos naturales, como el papiro, se utilizaron fundamentalmente para construir el centro de aprendizaje Museion, que incluía su famosa biblioteca, con el propósito de recopilar todo lo escrito en griego hasta entonces. Se adquirieron así libros de todo el mundo helenístico, e incluso la biblioteca envió emisarios a diferentes destinos con el fin de rastrear ejemplares perdidos. Todo resultaba de interés para los bibliotecarios, aunque los textos de lengua y literatura merecieron máxima prioridad.

Los historiadores sugieren que, en su época de mayor apogeo, la biblioteca pudo haber llegado a albergar casi 500.000 pergaminos. Alejandría fue el centro cultural e intelectual del mundo antiguo y el sitio donde las ideas de Europa y Asia podían llegar a confluir. Aparecieron las estrellas académicas y se fomentó la literatura, la medicina, la astronomía, la geometría y las matemáticas. El más famoso entre ellos posiblemente haya sido Arquímedes de Siracusa, a partir de su descubrimiento del principio de flotación de un cuerpo en el agua.

La biblioteca también se hizo conocida por muchos de sus talentosos bibliotecarios. Uno de ellos fue Eratóstenes, quien además de ocuparse de los libros, estaba interesado en geografía, matemáticas y astronomía, al punto que fue el primero en determinar la circunferencia de la Tierra. Eratóstenes calculó que era de 39.250 kilómetros, lo cual no está lejos de la cifra que hoy tenemos por correcta: 40.075 kilómetros. De modo tal que existen argumentos válidos para considerarlo uno de los auténticos genios que tuvo la biblioteca. Los bibliotecarios que siguieron a Eratóstenes suelen ser apenas mencionados cuando se describe la historia de la institución.

¡Pero no aquí! Honraremos a uno de ellos: Aristófanes de Bizancio (257-180 a. C.) y le obsequiaremos el memorial que la nueva Biblioteca de Alejandría le ha negado. Allí es prácticamente un desconocido, apenas un actor secundario. Incluso en las oficinas más recónditas del Centro de Estudios Helenísticos de Alejandría no hay rastros de Aristófanes y sus esfuerzos por contribuir a nuestro sistema de puntuación. No es posible encontrar ningún investigador absorto frente a fragmentos de rollos de papiros gastados, preguntándose por la ubicación de los dos puntos (colon), y ni hablar de alguna mención elogiosa por su aporte al descubrimiento del punto. No existe ni siquiera un descolorido dibujo en la pared que haga honor a su introducción de la coma.

Si le suena de algún lado alguien llamado Aristófanes, lo más probable es que su referencia nada tenga que ver con el bibliotecario y gramático, sino con el escritor de comedias con el mismo nombre. Aún en aquellos días, producir cultura popular traía aparejado un estatus que conllevaba mayor celebridad que dedicarse a introducir en el lenguaje unos pequeños pero imprescindibles signos para asegurar su desarrollo. De ningún modo pretendo decir con esto algo desagradable o que hiera la memoria del genial dramaturgo que produjo obras tan inmortales como Lisístrata.

Sin embargo, aquí el héroe es un Aristófanes diferente. Tenía sesenta años cuando se convirtió en director de la biblioteca. Se dice que su habilidad para atraer expertos capacitados era limitada; no obstante, lo que nadie puede quitarle es haber sido el responsable de desarrollar el primer sistema de puntuación del mundo. Además, introdujo el uso de los acentos en griego, para que aquellos que no tuvieran el idioma como lengua materna pudieran pronunciar las palabras correctamente y con mayor facilidad. Tanto la puntuación como el acento eran elementos necesarios para el buen funcionamiento del lenguaje escrito. El griego es un idioma particularmente musical, como señala la autora italiana Andrea Marcolongo en La lengua de los dioses (2016). Por eso, los grecoparlantes son particularmente buenos en el uso de los acentos y la puntuación. De esta manera, el ritmo y los matices de la entonación se trasladaron de la lengua oral a su representación escrita.

En su estudio de Alejandría, el gramático y bibliotecario Aristófanes reflexionó entonces sobre aquello que podría facilitar la lectura de la literatura del pasado y del presente. Y sugirió adoptar tres principios con el fin de hacer comprensible una enorme cantidad de textos griegos, incluso los más antiguos, textos que los bibliotecarios se habían encargado de editar y poner a disposición de la posteridad. El sistema desarrollado por Aristófanes se dio en llamar “retórico”. Se trataba de allanar la lectura del tiempo, esto es, leer como en el pasado: en voz alta. Le importaba poco la gramática; puso el acento en la forma en que las pausas podrían llegar a facilitar la presentación de un texto oral de modo más comprensible. ¿Dónde resultaba necesario hacer una pausa entre los distintos fragmentos de un texto?

La idea básica de Aristófanes fue dotar al texto de distinctiones, puntos circulares que debían colocarse a diferentes alturas según la importancia y duración de la pausa a marcar. La comma (coma), el colon (dos puntos) y el periode (punto) constituían signos retóricos para pasajes que podían ser cortos, medianos o largos. Los signos que seguimos utilizando, como la coma y los dos puntos (y en algunos idiomas, punto por punto), originalmente no eran signos de puntuación sino indicadores de separación.

Aristófanes trabajó entonces con tres tipos de signos diferentes:

Más alto. Distinctio: una pausa final después de un período donde el significado está completo.

En el centro. Media distinctio: una pausa breve después de una coma, o donde el significado es incompleto.

Bajo. Subdistinctio: una pausa un poco más larga después de dos puntos, o donde la oración está completa pero el significado no.

Diez años después de la muerte de Aristófanes, nació Dionisio Thrax (170-90 a. C.), probablemente en Alejandría. Thrax escribió lo que puede ser la primera gramática sistemática en el mundo occidental, y se utilizó como libro de texto en las escuelas del Imperio Romano durante siglos. En 1816, este libro de texto se imprimió por primera vez. Los dos puntos referentes a la puntuación remiten en sus rasgos principales al sistema de Aristófanes, y las reglas coinciden con lo que Thrax definió como el propósito del conocimiento gramatical que deseaba transmitir: ayudar a que los textos se lean en voz alta según lo requiriese la situación, el género y los contenidos. La retórica planteó la pregunta sobre qué distingue lo que ahora llamamos una coma de un punto, al tiempo que proporcionó la respuesta por sí misma: la coma indica una pausa corta y el punto una pausa larga.

El sistema de puntuación de Aristófanes era simple pero efectivo. Dos de los tres signos que introdujo siguen siendo de los más importantes en la actualidad: la coma y el punto. Aristófanes llegó primero. Requirió coraje, ingenio y audacia para intentar modificar un sistema que, a su manera, funcionaba desde hacía siglos. Era atrevido, capaz y dispuesto, y muchas de las ideas básicas detrás de su sistema de puntuación aún son aplicadas. De modo tal que merece llevarse todo el crédito y las felicitaciones del caso por haber llegado a tan buen puerto haciendo malabares con tantas bolas en el aire. Además de proponer los principios para un nuevo sistema de puntuación más funcional, llevó adelante nuevas y más legibles ediciones de las obras de Homero, La Ilíada y La Odisea