Cómo ser gay - David M. Halperin - E-Book

Cómo ser gay E-Book

David M. Halperin

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Beschreibung

"¿Por qué no intentas tratarme con el respeto con que merezco que me trates?" Espeta Joan Crawford (interpretada por Faye Dunaway) a su hija adoptiva antes de abalanzarse sobre ella hecha una furia. A través del estudio de este y otros momentos del acervo gay, Halperin presenta en este ensayo, una defensa de la cultura gay como fenómeno de resistencia a la heteronormatividad. Los clásicos de Hollywood; los musicales de Broadway; el camp; la sensibilidad. la feminidad y la misoginia gay; los buteh y los femme; las drag queens; los piano bars; la rebelión de Stonewall; la epidemia del sida; la negación y la asimilación. Lady Gaga y Gloria Gaynor; y cómo no. Joan Crawford. Todos ellos forman parte de una fenómeno cuya mera existencia muchos negarían. Otros. pese a reconocer su existencia, lo dan por difumo. Halperin rastrea los orígenes, efectos y formas de transmisión intergeneracional de la cultura gay y concluye que sigue bien viva. Y más nos vale que así sea.

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COMITÉ CIENTÍFICO de la editorial tirant humanidades

Manuel Asensi Pérez

Catedrático de Teoría de la Literatura y de la Literatura Comparada

Universitat de València

Ramón Cotarelo

Catedrático de Ciencia Política y de la Administración de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Nacional de Educación a Distancia

Mª Teresa Echenique Elizondo

Catedrática de Lengua Española

Universitat de València

Juan Manuel Fernández Soria

Catedrático de Teoría e Historia de la Educación

Universitat de València

Pablo Oñate Rubalcaba

Catedrático de Ciencia Política y de la Administración

Universitat de València

Joan Romero

Catedrático de Geografía Humana

Universitat de València

Juan José Tamayo

Director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones

Universidad Carlos III de Madrid

Procedimiento de selección de originales, ver página web:

www.tirant.net/index.php/editorial/procedimiento-de-seleccion-de-originales

David M. Halperin

Cómo ser gay

Traducción de

Andrés Cotarelo Jiménez

tirant humanidades

Valencia, 2016

Copyright ® 2016

Todos los derechos reservados. Ni la totalidad ni parte de este libro puede reproducirse o transmitirse por ningún procedimiento electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación magnética, o cualquier almacenamiento de información y sistema de recuperación sin permiso escrito del autor y del editor.

En caso de erratas y actualizaciones, la Editorial Tirant Humanidades publicará la pertinente corrección en la página web www.tirant.com.

Copyright 2012 by the President and Fellows of Harvard College

First Harvad University Press paperback edition 2014

Halperin, David M., 1952-

How to be gay/ David M. Halperin

Colección dirigida por

Ramón Cotarelo

Catedrático de Ciencia política y de la Administración de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Nacional de Educación a Distancia

© David M. Halperin

© TIRANT HUMANIDADES

EDITA: TIRANT HUMANIDADES

C/ Artes Gráficas, 14 - 46010 - Valencia

TELFS.: 96/361 00 48 - 50

FAX: 96/369 41 51

Email:[email protected]

www.tirant.com

Librería virtual: www.tirant.es

DEPÓSITO LEGAL: V-2558-2016

ISBN 978-84-16786-52-7

MAQUETA: Tink Factoría de Color

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A

Myra y Marie; Damon y Pier; Linda y Steven; Jill y Toby; Jean e Isabelle; Valerie y Gayle; Mark y Neil; Esther y Stephen; Gay y Randy; Rostom y Matthieu; Ume y Aaron; Peter y Andy; Jesse, Emily y Sarah; Nadine y Patsy; Michael y Martha; Paul y Zachary; Logan y Aric; David y Brent

y a

John

Parte unoNotable, puede hacerlo mejor

1. Diario de un escándalo

El primer indicio de conflicto vino en forma de correo electrónico. Lo recibí el viernes 17 de marzo de 2000 a las 4:09 pm. Era un mensaje de un tal Jeff, de Erie, Pennsylvania, a quien no conocía de nada. (No tuvo reparos en facilitarme su nombre completo y su dirección de correo electrónico, pero los omito aquí por cortesía).

Al principio no entendí a cuento de qué me había escrito Jeff. No paraba de mencionar una asignatura de la universidad y parecía muy preocupado por el asunto; quería saber de qué trataba en realidad. Continuaba aconsejándome que le pidiese a la dirección del Departamento de Filología Inglesa que, para compensar, incluyese otra asignatura en el programa que se llamase «Cómo ser un conservador sin escrúpulos». Era de esperar que hubiese al menos un republicano el departamento capaz de impartir tal materia. Aunque enseguida Jeff entró en razón con sorna. ¿Un conservador en el Departamento de Filología Inglesa? La mera idea resultaba irrisoria. Y con esta pincelada de humor terminaba su mensaje.

Muy ingenioso, sin duda, aunque no especialmente esclarecedor.

Y sin embargo, pronto descubrí que Jeff no estaba solo. Al poco de ese correo, recibí una docena más, la mayoría de ellos ofensivos y alguno que otro ultrajante. En los días y semanas siguientes recibí muchos más.

Se preguntará usted, igual que entonces lo hacía yo, qué había hecho para merecer estas atenciones. Acabé percatándome de que ese viernes 17 de marzo de 2000, la Secretaría de la Universidad de Michigan en Ann Arbor, donde de hecho ejerzo como catedrático, había publicado en su página web la información del curso con un listado de las asignaturas ofertadas para el primer semestre del curso académico 2000-2001. Prácticamente en el mismo instante, sin que yo lo supiera, la página del National Review, una revista conservadora de opinión fundada por William F. Buckley, Jr. publicaba un artículo en su sección NJ Wire llamado «How to be gay 101». Salvo por el encabezamiento, el artículo consistía únicamente en listado de cursos de la Universidad de Michigan recientemente publicado.

Es muy posible que el personal de la National Review esté constantemente en busca de nuevo material, pero seguro que no están tan desesperados como para revisar la página web de la Universidad de Michigan con ansiosa expectación del momento en que la Secretaría publique las asignaturas que se impartirán el semestre siguiente.

Alguien debió de avisarles.

Más tarde se descubrió que de hecho, había un topo en la Secretaría de la Universidad de Michigan. O al menos, alguien con acceso a la información pertinente la había remitido por correo electrónico a la Michigan Review, el periódico conservador del campus, asociado a la National Review y a su red nacional de publicaciones universitarias de derechas. Aparentemente, la Michigan Review, le había pasado la información a su matriz. Matthew S. Schwartz, un estudiante de la Universidad de Michigan que fue editor en jefe de la Michigan Review durante dos años, dejó caer en un artículo en la MR un mes después que «un periódico conservador de la U-M avisó a un periodista de la National Review» de la noticia candente. Después de aquello, como dijo Schwartz «los mecanismos de la divulgación se pusieron en marcha. La noticia […] se fue filtrando entre grupos conservadores y la historia ya estaba de camino a los principales medios de comunicación»1.

Así que ¿qué noticia era tan interesante que la National Review no pudo esperar ni un solo día para publicarla? Se trataba de una nueva asignatura de grado de Filología Inglesa llamada: «Cómo ser gay: homosexualidad masculina y su iniciación». La descripción de la asignatura se había publicado aquella mañana, así como el resto de datos de la misma. La National Review se abstuvo de hacer comentarios presentando la noticia de la siguiente manera: «A continuación publicamos la descripción textual de la lista de asignaturas de la Universidad de Michigan para el primer semestre del curso 2000-2001. La U. de Michigan ha obtenido el vigésimoquinto puesto en la clasificación de universidades en los Estados Unidos en el índice más reciente del US News and World Report».

El curso siguiente ascendimos en la clasificación.

He aquí la descripción de las asignaturas tal y como apareció (correctamente, salvo por la omisión de la división en párrafos) en la página web de la National Review:

El simple hecho de que uno sea un hombre gay no quiere decir que no haya que aprender cómo se llega a serlo. Los hombres gais realizamos parte de ese aprendizaje por cuenta propia, pero a menudo aprendemos cómo ser gais de otras personas, tanto si nos dirigimos a ellos para aprenderlo, como si ellos mismos nos trasladan lo que creen que tenemos que saber, hayamos pedido su consejo o no. Esta asignatura analizará el tema general del papel que tiene la iniciación en la formación de la identidad gay. Lo examinaremos desde tres puntos de vista diferentes: (1) como práctica sub-cultural (sutil, compleja y difícil de conceptualizar en una teoría) que una pequeña pero significativa bibliografía en estudios queer ha comenzado a explorar, (2) como tema en las obras de autores gais masculinos y (3) como proyecto de curso, ya que la clase en sí supondrá un experimento en el proceso de iniciación que pretende comprender. En concreto, analizaremos una serie de objetos de culto y actividades culturales que parecerían tener un papel preponderante a la hora de aprender a ser gay: el cine de Hollywood, la grand opera, los musicales de Broadway y otras obras de música clásica y popular así como el camp, la veneración de divas, el drag, el culturismo, el estilo, la moda y el diseño de interiores. ¿Existe un grupo de obras clásicamente «gais» que, a pesar de los cambios en gustos y generaciones, todos los hombres gais, independientemente de su clase, raza o etnia deban conocer para ser gais? ¿Qué papel juegan dichas obras a la hora de aprender cómo ser gay? ¿Por qué estas obras son parte fundamental del currículum de los hombres gais? A la inversa, ¿por qué la identidad gay se apropia de estas obras? Uno de los objetivos al explorar estos temas es examinar la identidad gay desde la perspectiva de prácticas sociales e identificaciones culturales en vez de desde la perspectiva de la sexualidad gay en sí. ¿Qué podemos aprender de dicho examen sobre las dimensiones sentimental, afectiva o estética de la identidad gay (incluyendo la sexualidad gay), que no podríamos aprender con un enfoque exclusivo en la sexualidad? En el núcleo de la experiencia gay no hay únicamente identificación, sino desidentificación. Casi tan pronto como aprendo a ser gay, o quizás incluso antes, aprendo cómo no ser gay. Me digo a mí mismo: «Vale, puede que yo sea gay, ¡pero al menos no soy como ése!» En vez de intentar promover una versión de la identidad gay a expensas de otros, en esta asignatura investigaremos los motivos de las identificaciones y desidentificaciones gais, siendo el objetivo final el crear una base para la mayor aceptación de la pluralidad de maneras en que la gente decide cómo ser gay. Durante el curso se realizarán trabajos por escrito, proyectos y un taller semanal obligatorio de tres horas de visionado (u otras actividades culturales), los jueves por la tarde.

La National Review acertó al juzgar que no hacía falta comentario alguno. Quedó claro en los mensajes y cartas que recibí, que muchos lectores consideraron que mi asignatura no era sino un intento descarado de atraer a los estudiantes heteros al estilo de vida gay. Ciertos conservadores, como Jeff en Erie, ya pensaban antes que las universidades, y particularmente los departamentos de Filología, son bastiones de radicales de izquierdas; otros barruntan desde hace tiempo que las instituciones de educación superior adoctrinan a los estudiantes en ideologías extremistas, les convencen de que abandonen la fe religiosa, los corrompen a base de drogas y alcohol y los convierten en homosexuales. Por fin podían demostrar, al menos, la última de estas afirmaciones: habían obtenido la hoja de ruta para la dominación homosexual del planeta, ni más ni menos que el plan maestro, tal cual, negro sobre blanco.

Bueno, al menos el título estaba bien claro.

En la descripción de mi asignatura no se dice nada de convertir a los estudiantes heterosexuales en homosexuales2. Se insistía desde la primera línea en que el tema de estudio era con cómo los hombres que ya son gais adquieren una identidad consciente, una cultura compartida, una visión específica del mundo, una noción común de uno mismo, una conciencia de pertenecer a un grupo social específico y una sensibilidad o subjetividad peculiar. El objetivo era explorar una paradoja vital: ¿Cómo se llega a ser quien se es?

En concreto, la clase pretendía explorar las relaciones características de los hombres gais con la cultura mayoritaria con ánimo de descubrir lo que estas pudiesen revelar sobre ciertas sensibilidades específicas de los hombres gais3. El objetivo de tal búsqueda era aclarar la naturaleza y el proceso de formación de la subjetividad gay masculina. En consecuencia, la asignatura examinaba la homosexualidad como condición social, en vez de individual y como práctica cultural, en vez de sexual. Indagaba en el proceso de iniciación particular de las comunidades de hombres gais mediante el cual unos enseñan a otros cómo ser gais, no iniciándolos en las prácticas sexuales gais, ni mucho menos seduciéndolos (los hombres gais suelen haber estado bastante expuestos al sexo cuando acceden al ámbito social gay), sino mostrándoles cómo transformar una serie de productos culturales y discursos heterosexuales en mecanismos de significación gay.

El objetivo del curso, en otras palabras, era examinar cómo opera la transmisión cultural en el caso de las minorías sexuales. A diferencia de las minorías que se definen por raza, etnia o religión, los hombres gais no pueden apoyarse en sus familias de origen para aprender acerca de su historia o su cultura, deben descubrir sus raíces a través del contacto con la sociedad y el mundo4.

A medida que la asignatura evolucionaba con los años, se fue distanciando de la iniciación de los adultos y acercándose más al tipo de aculturación que comienza en la infancia temprana sin la participación consciente de la familia cercana y a contracorriente de las expectativas sociales. El objetivo de la asignatura pasó a ser el de comprender cómo opera esa contraaculturación, el sistema concreto a través del cual los hombres gais resisten el precepto de experimentar el mundo de forma heterosexual, heteronormativa.

Ese es también el objetivo de este libro.

La descripción de la asignatura exponía claramente que el tema de estudio serían las prácticas culturales y la subjetividad de los hombres gais. El propósito declarado era describir la perspectiva del mundo de los varones gais así como explorar, analizar y comprender la particularidad de la cultura de los hombres gais. A menudo la homosexualidad de los hombres da lugar a formas específicas de relacionarse con el resto de la sociedad, a formas propias de resistencia cultural, así que hay razones más que suficientes para estudiar la cultura gay de los hombres como tema por derecho propio. Y eso es lo que haré aquí.

Las mujeres (así como un puñado de hombres heterosexuales) han escrito brillantes estudios sobre la cultura gay de los hombres. Sus impresiones han jugado un papel central en mi asignatura y también tienen un papel destacado en este libro. El estudiar la perspectiva del mundo que tienen los hombres gais no implica pues, hacerlo desde la perspectiva de hombres gais. Tampoco implica excluir las perspectivas de las mujeres y de otros grupos. Sin embargo, el describir la relación de los hombres gais con el sexo y con los roles de género, con su percepción de las mujeres y el lugar que ocupa la feminidad en sus prácticas culturales (de ellos), si implica concentrarse en la actitud de los hombres gais hacia las mujeres y no en las mujeres en sí, ni sus perspectivas o sus intereses. El tema de este libro es la subjetividad de los hombres gais (tanto su masculinidad como su feminidad). El que la mayoría de las mujeres en cuyas obras me he basado para comprender la cultura gay de los hombres sea también gay no merma la utilidad de considerar la homosexualidad de los varones aparte de la de las mujeres. (Puesto que el tema son los hombres gais, la homosexualidad de los varones y su cultura, usaré la palabra «gay» en referencia a los hombres, al igual que en el nombre de la asignatura. Cuando pretenda referirme a los gais en general, esto es, a las lesbianas y a los hombres gais, a los queers en general, lo aclararé).

La pretensión de estudiar la cultura gay choca con un obstáculo inicial descomunal. Algunas personas no creen que exista tal cosa. Pese a que constantemente se reconoce la existencia de la cultura gay como hecho, con la misma frecuencia se niega su existencia como concepto.

Afirmar que los gais mantenemos una relación particular, peculiar y característica con la cultura de la sociedad en la que vivimos no es sino una obviedad. Y sin embargo, a pesar de lo obvia que pueda ser dicha afirmación (y de lo frecuente y comúnmente que se haga) tiene visos de ser discutida en cuanto se presente como concepto. Especialmente si, en vez de dejarlo caer con un guiño de complicidad, se propone con seriedad como generalización acerca de los gais.

Gran parte del humor cotidiano sobre los gais en los Estados Unidos se basa en la suposición indiscutida de que tenemos una relación específica y no genérica con ciertos objetos y formas culturales5. Nadie le mirará a usted horrorizado, le refutará con vehemencia o le interrumpirá, si se atreve a insinuar la posibilidad de que un hombre que venera a las divas, que adora las canciones apasionadas de amor no correspondido o las bandas sonoras de los musicales, que sabe de memoria los diálogos de Bette Davis o que le otorga la máxima importancia a sutiles aspectos de estilo o diseño de interiores, pueda resultar no ser completamente hetero. Un periódico estudiantil satírico de la Universidad de Michigan, para burlarse de la reacción de un antiguo alumno al enterarse del nombramiento de un estudiante gay como delegado del alumnado, escribió que este «por fin ha triunfado en su misión de transformar en homosexuales al resto del alumnado […] En pocos minutos […], empezó a retumbar música tecno europea en las partes norte y central del campus […] Entre los muchos cambios […] que ya se han aplicado encontramos la obligatoriedad para todo nuevo alumno de cursar una asignatura de tres créditos de diseño posmodernista de interiores […] ahora el 94 por ciento del programa gira en torno a bandas sonoras»6.

Asimismo, cuando un periódico sensacionalista británico quiso dramatizar el sorprendente caso de un «veinteañero normal, cervecero, muy macho y loco por el deporte, enamoradísimo de su prometida» que de la noche a la mañana se hizo gay a resultas de una lesión deportiva, refería cómo los primeros signos alarmantes no fueron el deseo homosexual del joven, sino un súbito desinterés por las clasificaciones del rugby, la incapacidad de charlar con sus chabacanos colegas y una tendencia previamente desconocida al sarcasmo. Más adelante comenzó a acostarse con hombres, dejó su trabajo en el banco y se hizo esteticista7. Un gran ejemplo de material que fomenta los estereotipos populares.

Quizás por eso mismo, si uno afirma con seriedad que la homosexualidad de los hombres implica un conjunto de prácticas culturales no genéricas y no solo prácticas sexuales no genéricas; si uno sugiere que existe algo llamado cultura de los gais o si uno insinúa que debe de haber una conexión de algún tipo entre una orientación sexual específica y el aprecio de ciertas formas culturales; es muy probable que la gente se oponga enseguida, aduciendo mil y una razones por las que aquello resulta imposible, ridículo u ofensivo y por las que cualquiera que sostenga lo contrario es un ingenuo, completamente anticuado, es moralmente sospechoso y está siendo políticamente irresponsable­­. Lo cual, no es óbice para que, al punto, esta misma gente le cuente a uno un chiste de gais y bandas sonoras.

El propósito de este libro es pues, intentar consolidar la mayor brecha que pueda abrir entre el hecho reconocido de la diferencia cultural de los gais y su existencia constantemente refutada.

Para mi consuelo, en los últimos tiempos se han abierto grandes grietas en ese hermético binomio de reconocimiento informal y resuelta negación. (Las ideas que merecen la pena suelen distinguirse por ser absolutas obviedades que generan un rechazo tajante). Al menos desde el éxito de programas de televisión tales como Queer Eye for the Straight Guy y Ru Paul’s Drag Race se ha popularizado la idea de que la homosexualidad de los hombres comprende no solo un conjunto de prácticas sexuales específicas, sino también una serie de prácticas sociales y culturales características. De acuerdo con esta concepción, cada vez más de moda, de alguna manera, la homosexualidad de los hombres proporciona una perspectiva inusual del mundo, así como unas pocas nociones extraordinarias acerca de la vida, el amor y asuntos de gusto en general. Se diría que el ser gay implica una disposición y un conjunto de valores, una orientación cultural completa. Se diría que conlleva una sensibilidad refinada, un sentido estético aguzado, una sensibilidad especial en lo referente al estilo y la moda, una relación no genérica con los productos de la cultura mayoritaria, un rechazo de los gustos corrientes, así como una perspectiva crítica del mundo hetero y una visión, compartida por la comunidad y no obstante singular, de lo que realmente importa en la vida8.

La imagen halagadora de la cultura gay (de lo gay como cultura) no es completamente nueva, pese a que su admisión en el ideario social que conforma la mentalidad de la sociedad hetero es relativamente reciente. El que los hombres gais son especialmente propensos a la música y a las artes ya era tema de discusión de los psiquiatras y sexólogos de comienzos del siglo veinte. En 1951, el psicoanalista Carl Jung afirmó que en los hombres gais «puede tener lugar un desarrollo del gusto y de la estética»9. A finales de los años 60, la antropóloga Esther Newton podía hablar sin problemas de «la creencia extendida de que los homosexuales tienen una sensibilidad especial en asuntos de estética y refinamiento»10. Muchos gais y bastantes de sus amigos y enemigos heterosexuales vienen sospechando desde hace tiempo que lo que los hace diferentes del resto de la gente es algo que va más allá de preferencias o prácticas sexuales.

Richard Florida, economista y teórico social (que se confiesa heterosexual) puede haber aportado nuevas bases empíricas en que basar aquella antigua creencia. En una serie de estudios sociológicos y estadísticos de lo que ha llamado «la clase creativa», Florida propone que la presencia de gais en una localidad es un excelente factor de predicción sobre la viabilidad de la industria de alta tecnología y su potencial de crecimiento11. Según Florida, el motivo es que, hoy en día, los trabajos en la tecnología punta se trasladan a donde esté la mano de obra, esta no migra a donde se den los trabajos, o al menos, no durante mucho tiempo (Florida daba clases en Pittsburgh).

El que haya muchas probabilidades de que las ciudades en las que hay mucha gente gay prosperen en la «era creativa» no se debe solo a que la nueva clase de trabajadores «creativos» se componga de «nerds», bichos raros y gente con «costumbres y maneras de vestir excéntricas» que se concentran en los lugares con «barreras de entrada bajas para el capital humano» donde la población suele ser abierta y tolerante con la gente poco convencional. También porque la gente gay, de acuerdo con Florida y sus colaboradores, son los «canarios de la edad creativa». En otras palabras, los gais solo prosperan en ambientes puros, caracterizados por un alto grado de «opciones de estilo de vida», de aceptación, cultura y moda, «vida callejera vibrante» y una «escena musical de vanguardia». La presencia de grandes concentraciones de gente gay «indica que la cultura subyacente en el lugar es abierta y diversa y que, por lo tanto, favorece la creatividad», también «indica que el lugar es animado y que las personas pueden encajar en él siendo ellas mismas» donde el «clima personal» es bueno y la «calidad de ubicación» es un valor importante en la comunidad12. Todo lo cual supone una confirmación empírica por endeble que sea, de que la homosexualidad no es tan solo una orientación sexual, sino cultural también, un compromiso con ciertos valores sociales o estéticos, una forma de ser de por sí.

Además, esa singular forma de ser, parece estar arraigada en una singular sensibilidadqueer. Y esa forma queer de sentir, esa subjetividad queer, se expresa a través de una peculiar y discrepante forma de relacionarse con los productos culturales (películas, canciones, ropa, libros, obras de arte) y con las formas culturales en general (el arte y la arquitectura, la ópera y los musicales, la música pop y la disco, el estilo y la moda, los sentimientos y el lenguaje). Como práctica cultural, la homosexualidad de los hombres implica una forma característica de recibir, reinterpretar y reutilizar la cultura mayoritaria, de decodificar y recodificar los significados heterosexuales o heteronormativos que están engarzados en dicha cultura, de manera que pasen a funcionar como mecanismos de significación gay o queer. Como dice el crítico John Clum, se trata de «una lectura compartida y alternativa de la cultura mayoritaria»13.

En consecuencia, ciertas figuras ya prominentes en la cultura mayoritaria pasan a ser iconos gais: los gais las adoptamos con un apego especialmente intenso, claramente distinto de la recepción general del mundo heterosexual. Dicha práctica es tan notoria y tan ampliamente reconocida que la National Portrait Gallery de Londres organizó una exposición llamada Gay Icons en 200914. También otorgamos una trascendencia y significado especiales a ciertas formas culturales, como los musicales de Broadway o los melodramas de Hollywood, que tienen un gran número de admiradores gais.

Esto implica que no basta con que un hombre sea homosexual para que sea gay. El mantener relaciones sexuales con personas del mismo sexo no es equivalente a ser gay. Para ser gay, un hombre tiene que aprender a relacionarse con el mundo que le rodea de una forma específica. O, más bien, la homosexualidad en sí, incluso como orientación sexual, incluso como subjetividad específicamente sexual, consiste en una forma disidente de sentir y relacionarse con el mundo. Dicha forma disidente de sentir y relacionarse con el mundo se percibe a través de las prácticas culturales gais.

En este sentido, el concepto «gay» no hace referencia únicamente a algo que se es, sino a también a algo que se hace. Lo cual quiere decir que no hace falta ser homosexual para experimentar la homosexualidad. A diferencia de las formas más arcanas de sexo gay, la cultura gay no solo atrae a individuos con preferencias sexuales por el mismo sexo. En teoría, y en realidad, cualquiera puede participar en la homosexualidad como cultura (esto es, en la práctica cultural homosexual). Por lo tanto, el ser gay no es un estado o una condición, es una forma de percibir, una actitud, un ethos: en resumen, es una práctica.

Y si el ser gay es una práctica, ha de poder hacerse mejor o peor. Es posible que algunos necesitemos a otra persona (gay o hetero) que nos revele cómo hacerlo bien; alguien que ya sea ducho en ello y que nos inicie (mostrándonos, a través del ejemplo, cómo poner en práctica la homosexualidad y entrenándonos en su correcto ejercicio).

Además, el desempeño de un individuo en esta práctica lo pueden evaluar y criticar otras personas, gais o heterosexuales y puede suscitar sugerencias para su mejoría de parte de quienes se consideran expertos.

De ahí, la idea común de que hay una manera correcta de ser gay.

En vez de descartar este escandaloso concepto sin más, pretendo comprender lo que implica. Quiero entender qué piensa la gente cuando lo acepta. ¿Qué está en juego en las diferentes definiciones, concepciones o ideas sobre cómo ser gay? ¿Sobre qué base establecemos la forma, o formas, correctas de ser gay? ¿Cuáles son las consecuencias trascendentes de dichos juicios?

¿Qué quiere decir la gente cuando actúa como si la atracción sexual hacia personas del mismo sexo no fuese suficiente para ser realmente gay? ¿Y cuando insinúan que hay que saber o hacer ciertas cosas para alcanzar la categoría de auténtico gay? ¿Y cuando dicen que algunos heteros son, en realidad, mucho más gais que la mayoría de gais? ¿Qué concepción de la sensibilidad y percepción gais revelan esas actitudes?

Tomemos como ejemplo a un jocoso (heterosexual o gay) que le dice a un hombre gay: «La verdad es que tú no eres muy gay, ¿sabes? Si no te andas con cuidado te van a quitar el carné». O consideremos el caso de un hombre gay que le dice a otro: «Si quieres ser gay tienes que ver esta película» o «No puedo creer que no hayas oído hablar de esta diseñadora: deja que te enseñe alguno de sus trabajos, ¡estoy seguro de que te van a encantar!» ¿Qué razonamientos operan tras esas interacciones?

Y qué decir del amigo o amiga que te dice, tras enterarse de que bailas o cocinas fenomenal, de que te gustan Cher o Madonna, Beyoncé o Björk, Whitney Houston o Kylie Minogue, Christina Aguilera o Mariah Carey, Tori Amos o Gwen Stefani (por no mencionar Lady Gaga), de que tienes debilidad por el modernismo de mediados del siglo veinte o de que tu coche es un Volkswagen Golf, un Mini Cooper descapotable o un Pontiac G6: «¡Pues sí que eres gay!»15 ¿Cuál es la relación entre la homosexualidad de los hombres y el baile, la cocina, la música que a uno le gusta, el coche que se compra, la ropa que lleva o el diseño? ¿Acaso son tan solo estereotipos? ¿Son casos de una especie de racismo sexual? ¿Hay algo de cierto en estos estereotipos, algo que los justifique?

Decidí impartir una asignatura sobre «cómo ser gay» precisamente porque pensaba que merecía la pena tomarse este tipo de preguntas en serio. Porque sospechaba que revelan (si bien de forma socialmente críptica) un conjunto de sentimientos sobre la relación entre la sexualidad por un lado y las formas culturales, modos de sentir y géneros de discurso por otro. Si se pudiese descifrar esa codificación social y pudiésemos responder esas preguntas satisfactoriamente, las reflexiones resultantes aclararían muchos aspectos de la subjetividad gay. Pondrían al descubierto, en concreto, qué es lo que la hace tan queer (en el doble sentido de homosexual y no normativo), sin que la explicación se enmarcase en la psicología del ego. De esta manera recuperaríamos una forma de análisis sexual que eludiese el modelo individualizador, normativo, básicamente clínico, que caracteriza a nuestra sociedad terapéutica. Dicho método podría escapar también de la oposición entre lo normal y lo patológico en la que se basan los modelos clínico y psicológico (y en los que se cimienta la homofobia actual)16. Podríamos entonces hablarse de la subjetividad gay, examinar su particularidad y quizás incluso definir la sensibilidad peculiar que la constituye, sin tener que preocuparnos de si las conclusiones implican que la subjetividad gay sea normal o anormal, saludable o enfermiza.

Subjetividad sin psicología. Debe de haber formas de llegar a la vida íntima de los seres humanos, y de los hombres gais en concreto, sin hurgar en la constitución psicológica del individuo. El estudio de las prácticas sociales, prácticas estéticas, los estilos, gustos, sentimientos (analizados de manera que se descubran su estructura interna, lógica formal, operativa cultural, significado y distribución) podría aportar un modelo alternativo y original de la subjetividad humana. En el caso de la subjetividad gay, una forma de despersonalizarla, desindividualizarla y despsicologizarla sería preguntarse cómo el deseo homosexual se relaciona con formas culturales, estilos, sensibilidades y tipos de discurso específicos.

Si pudiésemos averiguar eso, también estaríamos en mejor posición para comprender las relaciones a gran escala entre sexualidad y cultura, entre tipos de deseo y convenciones de sentimientos. Podríamos medir hasta qué punto las prácticas sociales y las formas culturales tienen género y sexo, y también descubrir cómo se les infunden significados sexuales y de género. Por último, podríamos comprender una característica aún más básica e idiosincrásica de nuestro mundo, una estructura primigenia de significación social, que hasta ahora ha eludido el análisis detallado: las políticas sexuales de la cultura. De manera que este proyecto, por inútil que pueda parecer en principio, podría ayudarnos a conceptualizar algo impreciso y también trascendental.

Ese fue el punto de partida de mi asignatura y lo es también de este libro. Dado que la asignatura se centraba en la práctica cultural de los gais y no en la práctica sexual, la audiencia no estaba limitada a hombres gais (de haber sido así, no habría estado abierta en términos de igualdad a todo estudiante cualificado de la Universidad de Michigan, lo cual habría sido poco profesional por mi parte). Al fin y al cabo, no es necesario ser gay para poder disfrutar de la cultura gay (o para comprenderla). De hecho, resulta que ser gay no supone una ventaja intelectual a la hora de valorar, comprender o analizar la cultura gay. Durante mis años de experiencia como profesor de la materia, he comprobado que las mujeres y los hombres no gais rinden tan bien como los gais y, a veces, mucho mejor.

Por supuesto, la cultura gay coincide en ocasiones con la cultura lésbica. Algunos elementos de la cultura mayoritaria que han tenido gran importancia en la cultura gay, resultan ser también clásicos en la cultura lésbica (como las películas de Hollywood de Marlene Dietrich o de Greta Garbo, la comedia Confidencias a medianoche, de 1959, con Doris Day y Rock Hudson, o la opera de Richard Strauss Der Rosenkavalier). Pero incluso cuando los productos culturales son los mismos, los gais y las lesbianas no nos implicamos ni nos identificamos con ellos de la misma manera, con lo que la relación es diferente y los significados que de ellos derivamos son bastante distintos17. También sería un error conceptualizar la lectura alternativa que la cultura lésbica hace de la cultura mayoritaria de acuerdo con el modelo gay que he propuesto, uno que consistiese en dar valor queer a objetos concretos (como las herramientas eléctricas), iconos (James Dean) y prácticas (sófbol). La cultura lésbica a menudo implica la apropiación de categorías de la cultura mayoritaria, por ejemplo, el honor, la venganza o la ética, como un todo18. Lo cual supone un motivo más para estudiar la cultura gay de forma independiente.

Esto no quiere decir que haya una única cultura gay. No digo que haya una y solo una cultura gay, compartida por todos los hombres (o que las prácticas culturales de la homosexualidad de los hombres sean unitarias, uniformes, autónomas y completas en sí mismas). Se dan muchas variaciones en la forma en que se constituye la cultura gay, dentro de comunidades gais concretas igual que entre distintas comunidades gais de diferentes países y culturas étnicas a lo largo del planeta. Sin embargo, también hay aspectos comunes que trasgreden las divisiones sociales y geográficas. Algunas correspondencias son muy claras; el equivalente francés a Madonna o Kylie Minogue, es Mylène Farmer, cuya simple mención ya trae a la mente clichés gais (aunque solo en Francia, y no en el resto del mundo), del mismo modo que Dalida no les dice gran cosa a los gais estadounidenses, pese a ser una figura trágica de triste destino, muy similar a Judy Garland e igual de clásica a los ojos de los gais franceses de generaciones anteriores. Kylie es un icono gay mucho más evidente en Gran Bretaña y Australia que en Estados Unidos, lo cual dice mucho de cuán importante es en la cultura gay de ambos lugares. En el extenso ámbito cultural indio, los musicales de Bollywood pueden tener un atractivo similar al que los musicales de Broadway tienen en América del Norte19.

Pero muchas prácticas culturales características de las comunidades gais en los Estados Unidos carecen de equivalente en otros lugares del mundo. No hay palabra para «camp» en francés, alemán o chino. Puede decirse que la cultura popular gay en Turquía, India, Indonesia, Tailandia, Filipinas, China y Japón, por mencionar solo algunos de los ejemplos más notables, tienen muchos vínculos con la cultura europea y estadounidense (Lady Gaga ya es un icono gay global y no hay gay que ose hacerle sombra), pero la cultura gay en esos lugares también hace gala de copiosas características locales y específicas. Apenas comenzamos a describir y comprender la coherencia trasnacional en la cultura gay y lésbica por un lado y las prácticas locales por otro20. Y al decir esto ni siquiera comenzamos a afrontar la pregunta de hasta qué punto es unitaria la cultura gay respecto a fronteras nacionales o lingüísticas, al igual que tampoco abordamos la naturaleza compleja y dinámica de la relación entre la homosexualidad y la globalización. Pese a que a la hora de escoger mi material, observo de vez en cuando los contextos culturales fuera de los Estados Unidos, en especial la cultura Inglesa, la mayoría de mis observaciones se refieren a la vida de los gais estadounidenses (de manera que la palabra «gay» en este libro, a menudo conlleva «estadounidense» además de «varón»).

Si «gay» puede referirse a una forma de ser y a una práctica cultural característica, eso quiere decir que el ser gay puede compartirse con otros y transmitírseles. Y en la medida en que la iniciación gay requiere aprender a introducir aspectos queer en la cultura heteronormativa (cómo descodificar los objetos de culto de la cultura heterosexual y recodificarlos con significados gais), cualquier estudio de este procedimiento, el mío incluido, lo ejemplifica y lo reproduce por fuerza. Si los gais divulgamos ciertas obras de la cultura mayoritaria entre nosotros, imbuyéndolas en el proceso de significados fuera de lo común y consolidando con ello una cultura y una sensibilidad compartidas, entonces, una asignatura universitaria que, por ejemplo, requiera divulgar esas obras concretas también hará las funciones de iniciación gay, en tanto que descubre a los alumnos, que aún no las conocen, a una riqueza de posibles significaciones gais latentes en la cultura que los rodea.

En otras palabras, una asignatura que sondea y examina parte de los materiales con los que los gais (tanto de forma individual como en grupos) han construido su cultura o culturas compartidas, será también una asignatura que inicia, a alumnos heterosexuales y gais en la práctica cultural de la homosexualidad, en tanto que dicha práctica consiste precisamente en compartir y examinar dichos materiales. Los alumnos de mi asignatura tenían muchas posibilidades de verse expuestos a obras no gais que, en el pasado han servido como medio de adquisición y transmisión de una cultura común, una sensibilidad compartida. Los estudiantes gais o heterosexuales que no hubiesen tenido contacto previo con estos materiales estarían siendo «iniciados» en la cultura gay (en el sentido concreto de que se les presentaría por primera vez y también por vez primera tendrían la oportunidad de llegar a conocer, comprender, experimentar e identificarse con ella). Tendrían la posibilidad, independientemente de su orientación sexual, de determinar si la cultura gay ofrecía algo de valor para ellos, si mejoraba o enriquecía su visión del mundo, si deseaban participar en ella y adoptar su perspectiva y actitud. Tendrían la posibilidad de ser culturalmente gais… o al menos, más gais.

En consecuencia, la descripción primigenia de la asignatura enfatizaba que «Cómo ser gay», la asignatura en sí, sería «un experimento en el proceso de iniciación que pretende comprender».

Aquello traería problemas aún mayores.

«No queremos saber lo que [el señor Halperin] hace en el aula», comentaba con sarcasmo Gary Glenn, presidente de la sección de Michigan de la Asociación de Familias Americanas (AFA), pero «es indignante que los contribuyentes de Michigan tengamos que pagar una asignatura cuyo objetivo declarado es “experimentar” con la “iniciación” de hombres jóvenes en una forma de vida homosexual y autodestructiva»21.

Durante el periodo de controversia, nadie se preocupó demasiado por las estudiantes que fuesen a cursar la asignatura, que normalmente eran la mitad del alumnado, o por los efectos que pudiera tener en ellas22.

Sea como fuere, una vez filtrada la noticia, «los mecanismos de la divulgación», por utilizar la grandilocuente expresión de Matthew Schwartz, no tardaron en ponerse en marcha. La noticia que la National Review publicó en su página web el viernes 17 de marzo de 2000 la recogió el Washington Times, que puso en aviso a varias asociaciones conservadoras. En cuestión de días, en concreto el martes 21 de marzo de 2000, la Asociación de Familias Americanas incluyó en su página web un enlace a la descripción de la asignatura que la National Review había publicado. El miércoles 22 de marzo de 2000, la AFA de Michigan emitió un largo comunicado de prensa en el que se decía que Gary Glenn había enviado por correo electrónico una solicitud de cancelación de la asignatura al gobernador de Michigan, a los miembros del Comité de Asignaciones del Parlamento y del Senado de Michigan y al rector de la Universidad de Michigan, así como a los miembros electos del Consejo Rector23.

Al día siguiente, el 23 de marzo de 2000, el Sydney Star Observer (SSO), el periódico gay más popular de Sydney, publicó un cáustico editorial acerca de la clase. El periódico del campus en la Universidad de Michigan todavía no se había hecho eco de los acontecimientos pero, gracias a internet, ya eran noticia en Australia. Bajo un título que jugaba con las palabras «B+ could try harder», el editorial del SSO consideraba la asignatura como una irrisoria apropiación académica de una costumbre gay, insinuando que los hombres gais no requerían formación sobre la materia y menos aún de catedráticos. Se las apañan muy bien solitos, muchas gracias24. El editorial estaba ilustrado con una viñeta que transmitía de forma expresiva el punto de vista del diario y que merece, de por sí, un análisis específico (gráfico 1).

1 Editorial en el Sydney Star Observer, 23 de marzo, 2000 (mi agradecimiento a Jason Prior).

Claro que para comprender el chiste de la viñeta hace falta conocer el significado de la frase que dice el profesor. Y para ello es necesario ser un iniciado.

He aquí el trasfondo necesario. La frase «What a dump!» es una frase de Bette Davis en una película de Hollywood especialmente horrorosa de 1949, dirigida por King Vidor, llamada Más allá del bosque. En una de las primeras escenas, Rosa Moline (interpretada por Davis) desciende las escaleras de su casa grande y lujosa mientras se lima las uñas con cierta apatía y recibe con esa interjección de disgusto a su amante y sufridor marido, un médico honesto, entregado y trabajador, interpretado por Joseph Cotten, que regresa de pasar en vela una noche emocionantemente agotadora, en la que ha luchado heroicamente contra viento y marea para salvar la vida de un paciente. Mirando con desdén a su alrededor, Rosa espeta: «¡Menuda pocilga!».

Más de una década después, en 1962, se estrenó en Broadway la obra criptogay de Edward Albee ¿Quién teme a Virginia Woolf? En 1966 Mike Nichols hizo una brillante adaptación cinematográfica en blanco y negro, con Elizabeth Taylor y Richard Burton como actores protagonistas. Al comenzar la película, igual que la obra de teatro, vemos a Martha (el personaje interpretado por Elizabeth Taylor) borracha, citando esa frase ya famosa en imitación de Bette Davis, incordiando en vano a su marido para que recuerde el nombre de aquella película poco conocida e intentando (con poco éxito) rememorar el argumento de la película. En la obra de Albee, la escena se desarrolla de la siguiente manera25.

MARTHA: (Pasea la vista por la habitación. Imitando a Bette Davis). ¡Qué pocilga! ¡Eh!, de dónde sale eso; «¡Qué pocilga!».

GEORGE: Cómo quieres que sepa…

MARTHA: ¡Aaaaah, anda! ¿De dónde sale? Lo sabes…

GEORGE: … Martha…

MARTHA: ¡Que de dónde sale, maldita la madre que…!

GEORGE: (Cansado). ¿De dónde sale el qué?

MARTHA: Acabo de decirlo, te lo he dicho ya. «¡Qué pocilga!» ¿Eh? ¿De dónde es eso?

GEORGE: No tengo la menor idea de…

MARTHA: ¡Mira que eres bobo! Es una jodida película de Bette Davis… Algún dramón de la Warner…

GEORGE: No puedo acordarme de todas las películas…

MARTHA: Nadie te pide que te acuerdes de todos y cada uno de los dichosos dramones de la Warner… ¡solo uno! Una peliculita de nada. Bette Davis pilla una peritonitis al final… Tiene una peluca espantosa que lleva puesta todo el rato y pilla una peritonitis y está casada con Joseph Cotten o lo que sea…

GEORGE: …quien sea…

MARTHA: …quien sea… y no hace más que querer irse a Chicago porque está enamorada de ese actor de la cicatriz… Pero se pone enferma y se sienta delante del tocador…

GEORGE: ¿Qué actor? ¿Qué cicatriz?

MARTHA: ¡Cómo quieres que me acuerde de su nombre! ¿Cómo se llama la película? Quiero saber el nombre de la película. Se sienta delante del tocador… y ha pillado una peritonitis… y trata de ponerse pintalabios, pero no puede… y se pone la cara perdida… pero sigue empeñada en largarse a Chicago.

GEORGE: ¡Chicago! Se llama Chicago.

MARTHA: ¿Eh? ¿Cómo?

GEORGE: La película… Se llama Chicago.

MARTHA: ¡Cielo santo! No tienes ni idea. Chicago era un musical de los años treinta, con Alice Faye de protagonista. ¡No tienes ni idea!

GEORGE: Bueno, supongo que esa no es muy de mis tiempos, pero…

MARTHA: ¡Basta ya! ¡A ver si dejas eso de una vez! En la película… Bette Davis regresa a casa después de un duro día en el ultramarinos…

GEORGE: ¿Trabaja en un ultramarinos?

MARTHA: Es ama de casa, compra cosas. Y vuelve a casa cargada de bolsas, entra en el humilde salón de la humilde casita que el humilde Joseph Cotten le ha montado…

GEORGE: ¿Están casados?

MARTHA: (Con impaciencia). Sí. Están casados. Entre sí. Memo. Pues entra y contempla la habitación, deja la compra y dice: «¡Qué pocilga!»

GEORGE: (Pausa). Ah.

MARTHA: (Pausa). Está insatisfecha.

GEORGE: (Pausa). Ah.

MARTHA: Bien, ¿cómo se llama la película?

GEORGE: De veras que no lo sé, Martha…

MARTHA: ¡Pues piensa!

La escena en sí se lee como un intento fallido de iniciación gay. De hecho es bastante difícil imaginar una pareja heterosexual manteniendo esta conversación, pese a que da el pego bastante bien en el escenario.

En cualquier caso, la frase de Bette Davis «¡Menuda pocilga!» ya se prestaba a imitaciones exageradas en los Estados Unidos a principios de los años 60, al menos a la luz del diálogo en la obra de Albee. En la escena hay una pequeña minirepresentación: una obrita dentro de la obra. [N.d.T.: La traducción al español que citamos pierde este matiz. Una traducción literal sería «Ya te lo he dicho, lo acabo de representar. “Menuda pocilga”»]. Martha, cita su propia cita y la señala como prueba. «‘‘¡Menuda pocilga!”» se había convertido en algo que se podía representar.

El autor de la viñeta del periódico de Sydney considera la capacidad de representar esa escena como parte del repertorio gay, un clásico del cine gay, que encaja en la sociedad gay pero está completamente fuera de lugar en el aula. Tal como la viñeta sugiere, sería necio o ridículo enseñársela a los alumnos como si uno les estuviese instruyendo en cómo imitar a Bette Davis o cómo comportarse como un hombre gay. Por supuesto, no intenté enseñar a mis alumnos cómo declamar la frase; mi clase no era una versión gay de Pigmalión o de My Fair Lady (y yo no hacía de profesor Henry Higgins, moldeando a las Eliza Doolittles de Ann Arbor para que se pudieran desenvolver en la sociedad gay), aunque sí acabé mostrando la viñeta e intentando extraer los significados implícitos, como estoy haciendo aquí.

De manera que ¿cuáles son estos significados? Bueno, la infame frase de Bette Davis representaba y expresaba una actitud concreta, una actitud difícil de condensar en tres palabras: una combinación de vulgaridad, arrogancia, superioridad despectiva, juicio estético vetusto, presunción de quiero y no puedo y un rechazo remilgado y femenino de los valores sinceros, altruistas y masculinos de la respetabilidad de la clase media. Llegado un momento, la cultura gay adoptó la frase y la convirtió en un símbolo, una forma económica de encapsular una actitud dramática para tenerla lista en siguientes ocasiones por medio de la cita. En concreto, la frase se convirtió en una parodia de la decepción, la desilusión y la falta de respeto extravagantes, un mecanismo para la expresión teatral de una «actitud negativa», una forma alegre de menospreciar el moralismo conservador americano como si fuese un intrascendente desliz estético.

Una vez extirpada la frase de su contexto y reapropiada, proporcionaba a los gais una herramienta para forjar una postura colectiva alternativa, un estilo de resistencia a los valores morales, en función de los géneros de la cultura dominante. De esta manera, contribuyó a la elaboración de una forma disidente y antagónica de ser y de sentirse.

«¡Menuda pocilga!» es, por lo tanto, un ejemplo notable de los comportamientos que me proponía estudiar, un ejemplo que dramatiza cómo los gais hemos seleccionado, nos hemos apropiado, hemos recodificado y hemos vuelto a sacar a la palestra ciertos fragmentos (a menudo bastante desconocidos) de la cultura mayoritaria. Por eso el editorialista del Sydney Star Observer lo exponía (con toda razón) para ejemplificar el currículum de mi asignatura. Asumía, sin embargo, con cierta superioridad a lo Bette Davies, que el programa era tan solo un ejercicio simplón, un intento literal de enseñar a los alumnos a ser gais, en vez de lo que realmente era, esto es: un proyecto para investigar la lógica social y emocional que subyace las prácticas específicas que constituyen la cultura gay.

Pero, en mi opinión, no es eso lo que hace que la viñeta sea interesante.

Cuando se publicó el artículo que nos ocupa, el SSO tenía una tirada de unos 25.000 ejemplares y sus lectores eran, en su mayoría jóvenes de Sydney. Si el editorialista pretendía que los lectores comprendiesen el chiste de la viñeta, tenía que contar con que captasen las diversas alusiones al acervo cultural gay que acabamos de aludir.

Lo cual evidencia el fenómeno que vengo llamando iniciación gay. ¿Existe otra forma de explicar que pueda esperarse que los jóvenes gais australianos en año 2000 comprendan un chiste que requiere conocimiento de fragmentos poco corrientes de la cultura americana de finales de los 40 y principios de los 60 del siglo pasado (referencias que prácticamente ninguno de mis alumnos ha sido capaz de reconocer o identificar)? De entre mis conocidos, solo el difunto Randy Nakayama reconoció la referencia a Más allá del bosque inmediatamente, de él lo aprendí yo. A todas luces, la iniciación gay requiere una masa crítica de expertos reunidos.

En otras palabras, el grado de aculturación gay depende en gran medida de las redes sociales de cada cual. Existe una gran diferencia entre vivir en un gueto gay en una gran urbe como Sydney y crecer en una pequeña ciudad al norte de Michigan, yendo después a la universidad en Ann Arbor. Podríamos afirmar que quien haya dibujado la viñeta para el Sydney Star Observer se movía en un entorno social gay complejo, cuya extensa infraestructura cultural (incluyendo redes de amigos y amantes así como videoclubs de barrios gais) parece haber funcionado activamente e incluso a marchas forzadas.

A estas alturas, gran cantidad de dichos comercios en Sydney y otros centros urbanos gais habrán quebrado: el tipo de aprendizaje social que fomentaron en su día se realiza ahora a través de internet y sus redes sociales. El que estos nuevos medios de comunicación electrónicos lleven a cabo sus labores iniciadoras tan eficazmente como las redes sociales tradicionales, el que expandan o contraigan el abanico de información queer disponible, abriendo nuevas posibilidades de aprendizaje o limitando las referencias culturales gais a un número restringido de estereotipos, está por verse. En cualquier caso, la conclusión es la misma: la cultura gay no surge de la nada. Hay que fomentar su aparición. Requiere soporte material, organización y un ágora queer26.

Volviendo a los Estados Unidos, la semana siguiente se publicó otro artículo en contra de mi asignatura en un periódico gay, esta vez en San Francisco27. Mi asignatura parecía gustarle tan poco a la prensa gay como a la Asociación de Familias Americanas. Por supuesto que la reacción de algunos amigos gais o simpatizantes de los gais sí fue de apoyo y entusiasmo, pero otros muchos se quejaron de que era imprudente y provocativo, de que deterioraba la reputación de los gais, jugaba con los estereotipos, daba a entender que los hombres gais son diferentes de los hombres heterosexuales, defendiendo la excéntrica idea de que existía una cultura gay diferente de la cultura heterosexual, ratificando la noción homófoba de que los hombres gais «enganchan» a hombres heterosexuales al estilo de vida gay, dándole a la derecha religiosa un arma para atacarnos y de manera que ponía en peligro la lucha por los derechos civiles de gais y lesbianas. Así que la reacción gay fue mayoritariamente de oposición, por alguna o varias de las razones anteriores. Sin embargo sí que hubo gestos de apoyo (que me gustaría reconocer aquí con toda mi gratitud) de la Triangle Foundation, de la organización de Michigan de GLTB por los derechos civiles y su director Jeffrey Montgomery, de alumnos, compañeros, gerentes y de bastantes personas previamente desconocidas para mí que me desearon suerte, tanto gais como heterosexuales desde la Universidad de Michigan, la ciudad de Ann Arbor, el estado de Michigan y lo ancho del planeta.

Mientras tanto, seguía el vendaval de opiniones en la radio y la prensa nacional e internacional. El martes 23 de mayo de 2000, ocho portavoces republicanos de la cámara legislativa de Michigan presentaron una enmienda a los presupuestos anuales para educación superior que demandaba que el estado dedujese un 10 por ciento del presupuesto anual de la Universidad de Michigan y lo repartiese entre las otras 14 universidades públicas de Michigan en caso de que la mencionada institución impartiese una asignatura que «promueva o favorezca la participación en prácticas o estilos de vida sexuales distintos de la monogamia heterosexual» (en esta ocasión, la abstinencia no figuró entre los estilos de vida sexuales lícitos para los republicanos).

Tras un tenso debate que «se alargó hasta bien entrada la noche», según el Michigan Daily, la mayoría de representantes se decantó a favor de la medida, con 52 votos a favor y 44 en contra. Sin embargo, se requería más que dicha mayoría para aprobar la enmienda; les faltaron 4 votos para llegar al mínimo requerido, que era 56. Como admitía el representante del estado Valde García (republicano), promotor de la enmienda, la propuesta en sí era, en gran medida, simbólica: «No creo que debamos invertir impuestos in enseñar a alguien a actuar fuera de la ley» declaró, recordando que la homosexualidad «es todavía ilegal y entra en conflicto con creencias religiosas muy arraigadas en gran parte de la población». En las mismas declaraciones, García admitía que «no conocía el contenido de la asignatura en sí». «Tenemos cierta información sobre la asignatura y sabemos que existe», declaró al Daily. «Más allá de eso, no sabemos mucho más»28.

Puesto que el año 2000 era año electoral, esta votación siguió dando que hablar a lo largo de los meses siguientes en Michigan. En algunos distritos electorales, como el 87º (que comprende los condados de Barry e Ionia, en la zona centro-oeste de Michigan), la posición respecto de mi asignatura resultó ser un tema central en las primarias para los representantes del partido republicano29. A medida que nos acercábamos a noviembre la publicidad electoral del estado de Michigan incluía qué voto había emitido cada representante en la propuesta de enmienda en mayo. El escándalo que causó la asignatura, llevó al alcalde de Auburn Hills, Tom McMillin (que ya había conseguido derogar normativas a favor de los derechos gays en Ferndale, Michigan) a presentarse para la vacante republicana al Consejo Rector de la universidad. No lo consiguió, pese a que los dos republicanos que sí lo consiguieron también se opusieron a que se admitiese la asignatura. Acabaron perdiendo las elecciones generales en noviembre cuando Michigan se decantó por muy poco, a favor de Al Gore30.

La sección de Michigan de Asociación de Familias Americanas supuestamente reunió 15.000 firmas en una solicitud que instaba al «Governador Engler, los representantes y el Consejo Retor de la UM a hacer todo lo que esté en su mano para impedir que los empleados de la UM utilicen el dinero de mis impuestos para inscribir estudiantes adolescentes a una asignatura cuya intención declarada es “experimentar” con la “iniciación” de los alumnos en un estilo de vida de alto riesgo y comportamiento homosexual que es además, inmoral, ilegal y constituye una amenaza real para la salud personal y general». Gary Glenn presentó esta solicitud a la Junta de Gobierno de la Universidad de Michigan el 19 de octubre de 200031. Pese a que pudiera llegar a ser que el «comportamiento homosexual» en cuestión (por ejemplo las frecuentes proyecciones de películas como El crepúsculo de los dioses [en Hispanoamérica El ocaso de una vida y El ocaso de una estrella], Eva al desnudo [titulada en Hispanoamérica La malvada y Hablemos de Eva] y Ha nacido una estrella) puedan deteriorar la salud de alguien, no existe ley alguna en contra de ello, ni siquiera en Michigan, con lo que seguí impartiendo mi asignatura sin intromisiones.

Tres años después, mi asignatura volvió a las noticias. Se presentó un proyecto de ley en ambas cámaras del Gobierno de Michigan para reformar la constitución, de manera que la asamblea tuviese poder de veto sobre los programas universitarios de las universidades públicas de Michigan32. Causó mucho revuelo en los medios, el campus y la capital del estado, pero no tuvo mucho éxito.

Para sacar algo en claro de todo esto, conviene saber que la cúpula de la sección de Michigan de la Asociación de Familias Americanas había cambiado recientemente. Gary Glenn, que había trabajado previamente en el Comité de Idaho por la Libertad de Trabajar (una organización antisindicalista), así como para la Asociación de Ganaderos de Idaho y que había sido candidato para el Congreso de los EE.UU. tras ejercer de inspector en Boise, se trasladó a Michigan en 1998 para hacer campaña a favor de la desgravación por donaciones a colegios privados, proyecto que no obtuvo el respaldo de los electores. Después se empleó en el Centro Mackinac de Políticas Públicas, un centro de estudios de caracter conservador de Midland, Michigan. En otoño de 1999, le nombraron director de la sección de Michigan de la Asociación de Familias Americanas, medio año antes de que se me ocurriese la genial idea de impartir una asignatura sobre la homosexualidad de los hombres como práctica cultural33.

Antes de la llegada de Glenn, la sección de Michigan había sido un grupo relativamente pasivo, que se involucraba sobre todo en asuntos de pornografía y obscenidad. Glenn concentró los esfuerzos de la AFA en oponerse a los derechos de los gais. En palabras de Kim Kozlowski, periodista del Detroit News, Glenn «transformó al grupo en la mayor organización antigay de Michigan». «‘‘He tomado la posición de mando en la defensa de los valores de la familia, dado el ataque de los grupos homosexuales” declaró Glenn, “nos hemos convertido en la organización más notoria de defensa de la familia en este estado y, en mi opinión, una de las más activas del país”»34. En realidad era Glenn, el que hacía proselitismo, no yo. En consecuencia, acabamos haciendo un buen equipo, pese a ser algo reacios a ello, y generamos involuntariamente una especie de impulso recíproco a la afiliación. Su organización obtuvo más afiliados y yo más alumnos.

De hecho, en la Universidad de Michigan, nadie había prestado atención a mi asignatura hasta que Glenn publicó su nota de prensa el 22 de marzo de 2000. Uno de los alumnos de la Universidad, que acabó cursando la asignatura, se enteró de su existencia cuando unos periodistas locales le plantaron un micrófono delante y le preguntaron qué le parecía. Tras mostrar su apoyo con calma, salió corriendo a inscribirse. Así que, en última instancia Glenn y yo nos ayudamos mutuamente a «atraer» nuevos miembros a nuestros respectivos «estilos de vida». En años sucesivos no conseguí igualar el número de de matriculados en la asignatura.

Más allá de la escaramuza local, el tema de los gais se estaba convirtiendo en una obsesión política en los Estados Unidos, llegando a las portadas de los periódicos nacionales con cierta frecuencia. Matrimonios por lo civil en Vermont, organizaciones de Boy Souts en el Tribunal Supremo, la ordenación de obispos gais en la Iglesia Episcopal, la dimisión de gobernadores gais en Nueva Jersey, la constitucionalidad de las leyes de sodomía, los gais en el ejército, el surgimiento de la política de polarización en asuntos demográficos, el matrimonio gay y una batería de enmiendas constitucionales estatales y federales para redefinir el matrimonio, por no hablar de la discriminación positiva, los crímenes motivados por la discriminación y la situación de las minorías: era más que suficiente para hacer de mi asignatura (que seguí impartiendo en años alternos hasta 2007), objeto de debate constante e irresistible, a pesar de mis esfuerzos para no estar en las noticias (en un intento de evitar dar una imagen negativa de la Universidad de Michigan). Incluso cuando el 7 de enero de 2008, Mario Lavandeira, un blogger gay más conocido bajo su pseudónimo Perez Hilton, descubrió la asignatura con cierto retraso y publicó un programa no actualizado del curso, yo rechazaba con perseverancia las solicitudes para salir en Hannity & Colmes, The O’Reilly Factor, Fox News, American Morning y Headline News en la CNN, Scaraborough Country en la MSNBC, Good Morning America en la ABC, The Early Show en la CBS y The Today Show en la NBC.

Durante todo este tiempo, la Universidad de Michigan se comportó de manera impecable. La asignatura en sí obtuvo el visto bueno a través de los métodos establecidos y de acuerdo con el proceso burocrático habitual. Es posible que algunos no la viesen con buenos ojos cuando saltó a las noticias y que algunos se hayan sentido molestos por proponer una asignatura de estas características, pero nadie opinaba que los políticos o los grupos de presión ajenos a la Universidad debieran establecer lo que se imparte en ella. De manera que no hubo oposición alguna desde la Universidad de Michigan.

El periódico estudiantil publicó editoriales en defensa de la asignatura y el Consejo de Alumnos aprobó por unanimidad una contundente resolución a su favor. Incluso la Michigan Review, que se mofaba incesantemente de ella, defendía mi «derecho de libertad de expresión con independencia de lo repulsiva y amoral que sea»35. Por lo general, mis colegas, que habían dado el visto bueno al programa, estaban encantados con ella. Todos los estamentos de la universidad defendían tanto la asignatura como mi derecho a impartirla. En el Departamento de Filología Inglesa, el Rectorado y la Asociación de Alumnos respondieron cientos de consultas no especialmente corteses. El rector de la universidad emitió un comunicado en nombre del rector y de la administración manifestando que: «Respaldamos la asignatura del profesor Halperin y su libertad para impartirla como la ha diseñado».

Lo que es más, desde la administración nadie me exigió que explicase el método de la asignatura o que justificase mis intenciones. Tanto el director de estudios de grado del Departamento de Filología Inglesa como el vicedecano (un catedrático de geoquímica marina) y el rector de la universidad emitieron comunicados en los que explicaban la asignatura y salían en su defensa. Sin embargo nadie hubo de pedirme consejo acerca de qué argumentar o cómo explicar la lógica de mi modelo (claramente innovador) de análisis de la cultura y la subjetividad gais. Me habría encantado facilitarles información de la que podrían haber hecho uso a la hora de defender la asignatura. Sin embargo, parece que sintieron que era su responsabilidad el informarse de forma independiente, como si el mero hecho de pedirme que explicase o justificase mis acciones hubiese supuesto una humillación para mí.