Cómo ser humano - Camilla Pang - E-Book

Cómo ser humano E-Book

Camilla Pang

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Beschreibung

Ganador del premio al mejor libro de ciencia de 2020 de la Real Sociedad de Ciencia de Reino Unido Una fascinante exploración de las complejidades del ser humano. ¿Cómo entendemos a la gente a nuestro alrededor? ¿Cómo desciframos sus comportamientos, motivaciones y expresiones faciales? Y ¿cómo podemos encontrar nuestro lugar en la sociedad? Diagnosticada con autismo a los ocho años, a Camilla Pang le costaba mucho entender el mundo que la rodeaba y por qué la gente actuaba como lo hacía. Desesperada por dar con una solución, se le ocurrió que necesitaba un manual de instrucciones para relacionarse con los demás seres humanos y decidió crear el suyo propio. Ahora, armada con un doctorado en bioquímica y su propia experiencia personal, Camilla Pang aborda nuestras relaciones cotidianas, decisiones, conflictos, interacciones y maneras de actuar, y nos enseña lo que realmente significa ser humano utilizando el lenguaje que mejor domina, el de la ciencia. Cómo ser humano es una exploración inteligente, novedosa y optimista de la naturaleza humana que, gracias a su perspectiva única, nos da las claves para conocernos a nosotros mismos. En suma, una guía fascinante para una vida mejor y más feliz.

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Cómo ser humano

Lo que la ciencia nos enseña sobre la vida, el amor y las relaciones

Camilla Pang

Traducción de Elena González

Contenido

Portada

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Página de créditos

Sobre este libro

Introducción

1. Cómo pensar (realmente) más allá de las cajas

2. Cómo aceptar tus rarezas

3. Cómo olvidarse de la perfección

4. Cómo sentir el miedo

5. Cómo encontrar la armonía

6. Cómo no seguir al rebaño

7. Cómo alcanzar tus metas

8. Cómo tener empatía con los demás

9. Cómo conectar con los demás

10. Cómo aprender de nuestros errores

11. Cómo ser educado

Epílogo

Agradecimientos

Sobre la autora

Página de créditos

Cómo ser humano

V.2: diciembre de 2021

Título original: Explaining Humans. What Science Can Teach Us about Life, Love and Relationships

Publicado originalmente por Viking (2020)

Publicado en Penguin Books (2021)

© Dr. Camilla Pang, 2020

© de la traducción, Elena González García, 2021

© de esta edición, Futurbox Project, S. L., 2021

Todos los derechos reservados.

Se reconoce el derecho moral de la autora sobre la obra.

Diseño de cubierta: Penguin Books

Adaptación de cubierta: Taller de los Libros

Imagen de cubierta: newannyart / iStock

Corrección: Asier Calderón

Publicado por Ático de los Libros

C/ Aragó, n.º 287, 2º 1ª

08009 Barcelona

[email protected]

www.aticodeloslibros.com

ISBN: 978-84-18217-13-5

THEMA: PD

Conversión a ebook: Taller de los Libros

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley.

Esta obra ha recibido una ayuda a la edición del Ministerio de Cultura y Deporte.

Cómo ser humano

Una guía fascinante para navegar por la vida, el amor y nuestras relaciones

¿Cómo entendemos a la gente a nuestro alrededor? ¿Cómo desciframos sus comportamientos, motivaciones y expresiones faciales? Y ¿cómo podemos encontrar nuestro lugar en la sociedad?

Diagnosticada con autismo a los ocho años, a Camilla Pang le costaba mucho entender el mundo que la rodeaba y por qué la gente actuaba como lo hacía. Desesperada por dar con una solución, se le ocurrió que necesitaba un manual de instrucciones para relacionarse con los demás seres humanos y decidió crear el suyo propio. Ahora, armada con un doctorado en bioquímica y su propia experiencia personal, Camilla Pang aborda nuestras relaciones cotidianas, decisiones, conflictos, interacciones y maneras de actuar, y nos enseña lo que realmente significa ser humano utilizando el lenguaje que mejor domina, el de la ciencia.

Cómo ser humano es una exploración inteligente, novedosa y optimista de la naturaleza humana que, gracias a su perspectiva única, nos da las claves para conocernos a nosotros mismos.

En suma, una guía fascinante para una vida mejor y más feliz.

«Un libro vital que nos muestra el poder de la neurodiversidad.»

The Times

«Una lectura excepcional. Explicando los problemas de las relaciones humanas, los peligros del perfeccionismo y las dificultades que entrañan las convenciones sociales, Camilla Pang ha escrito un libro optimista, divertido y sumamente perspicaz.»

Gina Rippon, autora de El género y nuestros cerebros

«Seas neurodivergente o neurotípico, el ingenioso relato de Pang es una lectura imprescindible para cualquiera que desee ampliar su comprensión sobre la vida más allá de las normas sociales.»

Dazed

«Una guía accesible e interesante que nos enseña conceptos científicos con humor.»

BBC Science Focus

A mi madre, Sonia,
a mi padre, Peter,
y a mi hermana, Lydia

Introducción

Cuando llevaba cinco años viviendo en la Tierra, empecé a pensar que estaba en el lugar equivocado. Que me había pasado mi parada.

Me sentía como una extraña entre mi propia especie: alguien que entendía las palabras, pero no sabía hablar el idioma; que compartía una misma apariencia con el resto de humanos, pero ninguna de sus características fundamentales.

Me sentaba en una tienda de campaña triangular y multicolor —mi nave espacial— en el jardín de casa, ante un atlas abierto, y me preguntaba qué tendría que hacer para despegar y regresar a mi planeta natal.

Y al ver que eso no funcionaba, acudí a una de las pocas personas que pensaba que, tal vez, me entendería.

—Mamá, ¿hay algún manual de instrucciones para humanos?

Me miró perpleja.

—Sí, ya sabes… una guía, un libro que explique por qué las personas se comportan como lo hacen.

No estoy segura —descifrar las expresiones faciales no era, no es y nunca ha sido mi fuerte—, pero en aquel momento creo que fui testigo de cómo el corazón de mi madre se hacía añicos.

—No, Millie.

No tenía sentido. Había libros sobre todo cuanto sucedía en el universo, pero ninguno que me explicara cómo ser; ninguno que me preparara para el mundo; ninguno que me enseñara a rodear a alguien con el brazo para aliviar su aflicción, a reír cuando otros reían o a llorar cuando otros lloraban.

Sabía que mi existencia debía tener una razón de ser, y cuando, con el paso de los años, cada vez fui más consciente de mi condición, mi interés por la ciencia se fortaleció y supe qué debía hacer. Escribiría el manual que siempre había necesitado, una guía que explicara el comportamiento humano a otros que, como yo, no lo entendieran y que ayudara a quienes pensaran que lo entendían a ver las cosas desde otro punto de vista. Una guía de la vida para el marginado. Este libro.

No siempre me pareció algo obvio ni alcanzable. Cuando era una adolescente, leía al Doctor Seuss mientras repasaba para los Advanced Levels.1 Para mí, leer ficción resulta aterrador. Sin embargo, lo que me falta lo compenso con las peculiaridades del funcionamiento de mi cerebro y con mi gran amor por la ciencia.

Me explico. La razón por la que nunca me sentí normal es que no lo soy. Tengo TEA (Trastorno del Espectro Autista), TDAH (Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad) y TAG (Trastorno de Ansiedad Generalizada). Esta combinación puede hacer imposible la vida de una persona, o, al menos, eso es lo que a menudo te parece. Tener autismo es como jugar a un videojuego sin el mando, cocinar sin sartenes ni utensilios, o tocar música sin las notas.

A las personas con TEA nos cuesta más procesar y entender los acontecimientos de la vida cotidiana: no solemos filtrar lo que decimos o vemos, nos abrumamos con facilidad, y podemos tener comportamientos idiosincrásicos que pueden llevar a que nuestros talentos se obvien o incluso ignoren. Yo, por ejemplo, golpeo la mesa frente a mí, hago ruidos extraños y tengo ataques de tics imprevisibles. Digo lo que no debo en el momento más inoportuno, cuando vemos películas me río en las escenas tristes, y bombardeo a preguntas en las escenas cruciales. Y siempre estoy al borde de una crisis. Para hacerte una idea de cómo funciona mi mente, piensa en la final del campeonato de Wimbledon: la pelota —mi estado mental— va de un lado a otro cada vez más rápido. Bota y va de lado a lado sin detenerse. Entonces, de pronto, se produce un cambio. Un jugador resbala, comete un error o supera a su oponente. La pelota está fuera de control. Y llega la crisis.

Vivir así es de lo más frustrante, pero, al mismo tiempo, totalmente liberador. Estar fuera de lugar también significa estar en tu propio mundo, donde eres libre de crear tus propias reglas. Es más, con el tiempo me he dado cuenta de que mi curioso cóctel de neurodiversidad es una ventaja, un superpoder que me ha dotado de las herramientas necesarias para analizar los problemas de manera rápida, eficiente y exhaustiva. El TEA hace que vea el mundo de manera diferente, sin prejuicios ni ideas preconcebidas, y la ansiedad y el TDAH me permiten procesar la información a gran velocidad, mientras oscilo entre aburrimiento y concentración máxima y anticipo los resultados potenciales de cada situación a la que me enfrento. La neurodiversidad me ha generado muchas preguntas sobre en qué consiste ser humano, pero también me ha capacitado para encontrar las respuestas.

He buscado esas respuestas gracias a lo que más feliz me hace en esta vida: la ciencia. Si los humanos son ambiguos, contradictorios y confusos, la ciencia es fiable y clara. La ciencia no miente, oculta sus intenciones o habla a tus espaldas. A los siete años, me enamoré de los libros de ciencia de mi tío, una fuente de información directa y específica que no podía encontrar en ningún otro lugar. Cada domingo subía a su estudio y me refugiaba en ellos. Era mi válvula de escape. Por primera vez tenía una guía que me ayudaba a comprender lo que más me confundía: otros humanos. En mi pugna por encontrar la certeza en un mundo que a menudo se niega a ofrecerla, la ciencia ha sido mi más fiel aliada y mejor amiga.

Me ha proporcionado la lente a través de la que ahora veo el mundo, y me ha ayudado a comprender los comportamientos humanos más misteriosos que he visto durante mi aventura en el Planeta Humano. Aunque para muchos la ciencia parezca abstracta y técnica, también sirve para esclarecer algunos de los aspectos más importantes de la vida. Las células cancerígenas nos enseñan más sobre la colaboración efectiva que muchos ejercicios de fomento del espíritu de equipo; las proteínas de nuestro cuerpo ofrecen una nueva perspectiva sobre las relaciones y la interacción humana, y el aprendizaje automático resulta muy útil para la toma organizada de decisiones. La termodinámica nos explica las dificultades a la hora de poner orden en nuestras vidas, la teoría de juegos nos proporciona una ruta clara a través del laberinto de las convenciones sociales y la evolución demuestra por qué tenemos opiniones tan distintas. Comprender estos principios científicos nos permite entender nuestras vidas tal y como son: el origen de nuestros miedos, las bases de nuestras relaciones, el funcionamiento de nuestra memoria, la causa de nuestras discrepancias, la inestabilidad de nuestros sentimientos y el alcance de nuestra independencia.

La ciencia ha sido la clave para acceder a un mundo cuyas puertas permanecían cerradas para mí. Y creo que las lecciones que nos brinda son importantes para todos, seamos neurotípicos o neurodivergentes. Si queremos comprender mejor a las personas, necesitamos saber cómo funcionan: tanto el funcionamiento de su cuerpo como del mundo natural. La biología y la fisioquímica, que la mayoría solo reconocemos como gráficos en un libro de texto, contienen personalidades, jerarquías y estructuras comunicacionales propias que son un reflejo de las que encontramos en nuestras experiencias cotidianas y nos ayudan a explicarlas. Querer comprender la una sin la otra es como leer un libro sin la mitad de las páginas. Entender mejor la ciencia, que sienta las bases de lo que nos hace humanos y del mundo en que vivimos, es esencial para comprendernos mejor a nosotros mismos y a quienes nos rodean. Donde las personas normalmente confiamos en el instinto, las conjeturas y las suposiciones, la ciencia aporta claridad y respuestas.

Yo tuve que aprender el comportamiento humano como una lengua extranjera. Así, descubrí que los que dicen dominar este idioma también tienen problemas de vocabulario y comprensión. Creo que este libro —el manual de instrucciones que creé por necesidad— puede ayudar a todo el mundo a comprender las relaciones, los dilemas personales y las situaciones sociales que definen nuestras vidas.

Desde que tengo uso de razón, mi vida ha estado dominada por una pregunta: ¿cómo se puede conectar con otras personas cuando no se está programado para ello? No siento amor, empatía o confianza de manera instintiva, aunque me encantaría. Por eso, me he convertido en mi propio experimento científico, y he puesto a prueba las palabras, los comportamientos y pensamientos que me permitirían ser, si no completamente humana, al menos un miembro funcional de mi propia especie.

En este empeño, he tenido la suerte de contar con el amor y el apoyo de mi familia, amigos y profesores, que han cuidado de mí (a diferencia de otros sobre los que leeréis más adelante). Precisamente por todos los privilegios con los que he contado, quiero compartir mi experiencia sobre lo que es posible y lo que puede conseguirse partiendo desde la diferencia. Con mi síndrome de Asperger —que suele concebirse como una forma de autismo altamente funcional que te hace demasiado «normal» para ser estereotípicamente autista y demasiado rara para ser neurotípicamente normal— me veo como una intérprete entre los dos mundos en que he vivido.

También sé que lo que cambió mi vida fue darme cuenta de que se me veía y se me comprendía. Saber que era una persona y que tenía derecho a ser yo misma: de hecho, tenía el deber de ser yo misma. Todos tenemos derecho a la conexión humana, a ser escuchados y tomados en serio. Sobre todo aquellos que, por naturaleza e instinto, tenemos dificultad para encontrar esa conexión. Con las experiencias e ideas que comparto en este libro, espero ser capaz tanto de subrayar la importancia de lo que nos une como personas, como de ofrecer nuevas perspectivas sobre cómo conseguirlo.

Así que os invito a acompañarme en este viaje hacia el extraño mundo de mi cerebro con Asperger y TDAH. Es un lugar peculiar, pero para nada aburrido. Coge un cuaderno y unos auriculares (yo rara vez me separo de los míos, ya que los uso como barrera entre mi cuerpo y la sobrecarga sensorial del mundo exterior). Con eso estarás preparado. Vamos allá.

1. Cómo pensar (realmente) más allá de las cajas

El aprendizaje automático y la toma de decisiones

—No puedes programar a las personas, Millie. Es imposible.

Tenía once años y discutía con mi hermana mayor.

—Entonces ¿cómo pensamos?

Era algo que en aquel momento ya intuía, pero que solo comprendí con exactitud años después: el pensamiento humano no dista demasiado del funcionamiento de un programa informático. Quienes leéis esto estáis procesando pensamientos. Al igual que un algoritmo informático, procesamos y respondemos a la información: instrucciones, datos y estímulos externos. Clasificamos la información y la empleamos para tomar decisiones conscientes e inconscientes. También la categorizamos para su uso posterior, como las carpetas de un ordenador, archivadas en orden de prioridad. La mente humana es un procesador extraordinario, cuya increíble potencia nos distingue como especie.

Todos llevamos un súper ordenador en la cabeza. Pero, a pesar de ello, nos cuesta tomar decisiones cotidianas. (¿Quién no se ha desesperado al elegir un modelito, redactar un correo electrónico o decidir qué comer?). Decimos que no sabemos qué pensar, o que estamos abrumados por la información y las opciones que nos rodean.

Pero no debería ser así, cuando disponemos de una máquina tan poderosa como el cerebro. Si queremos tomar mejores decisiones, debemos hacer un mejor uso del órgano que se dedica justamente a eso.

Puede que las máquinas sean un pobre sustituto del cerebro humano —carecen de su creatividad, adaptabilidad y perspectiva emocional—, pero pueden enseñarnos a pensar y tomar decisiones de una forma más efectiva. Mediante el estudio de la ciencia del aprendizaje automático, podemos entender las diferentes formas de procesar la información y pulir nuestra manera de abordar la toma de decisiones.

En este capítulo expondré lo que los ordenadores pueden enseñarnos sobre la toma de decisiones. Sin embargo, también hay una lección en particular que contradice al sentido común. Para tomar mejores decisiones, no necesitamos ser más organizados, rigurosos o metódicos en nuestra manera de abordar e interpretar la información. Se cree que el aprendizaje automático sigue esta dinámica, pero es más bien al contrario. Como explicaré, los algoritmos destacan por su habilidad para desestructurarse, funcionar en la complejidad y la aleatoriedad y responder de manera efectiva a los cambios. Por el contrario, paradójicamente, los humanos buscamos patrones ordenados y simples de pensamiento, evitando las realidades más complejas que las máquinas abordan como cualquier otra parte del conjunto de datos.

Necesitamos parte de esa lucidez y una mayor disposición a pensar de forma más compleja en cosas que nunca pueden ser simples o sencillas. Es hora de admitir que el ordenador es más capaz que tú de pensar más allá de la caja. Pero no está todo perdido: los ordenadores pueden enseñarnos a hacer lo mismo.

Aprendizaje automático: conceptos básicos

El aprendizaje automático es un concepto del que quizá hayas oído hablar junto con otro que está muy a la orden del día: la inteligencia artificial (IA). Esta a menudo se presenta como la gran pesadilla de la ciencia ficción. Sin embargo, no es más que una gota en comparación con el océano del ordenador más potente conocido por la humanidad: el que hay en nuestra cabeza. La capacidad del cerebro para pensar de forma consciente, intuir e imaginar es lo que lo diferencia de cualquier programa informático. Los algoritmos son asombrosamente potentes a la hora de gestionar volúmenes ingentes de datos e identificar las tendencias y patrones para los que se han programado. Sin embargo, también son sumamente limitados.

El aprendizaje automático es una rama de la IA. Como concepto, es bastante simple: se proporcionan grandes cantidades de datos a un algoritmo, y este asimila o detecta patrones y los aplica a cualquier nueva información que encuentra. En teoría, cuantos más datos, mejor interpretará el algoritmo situaciones similares que se le presenten en el futuro.

El aprendizaje automático es lo que permite al ordenador diferenciar entre un gato y un perro, estudiar las enfermedades o calcular la energía que necesitará un hogar (e incluso toda la red eléctrica nacional) en un periodo determinado. Por no hablar de sus victorias frente a jugadores profesionales de ajedrez y de go.

Los algoritmos están por todas partes, y procesan una cantidad inimaginable de datos que lo determinan todo, desde las películas que Netflix nos recomienda hasta cuando el banco sugiere que nos han estafado, o qué correos electrónicos van a la carpeta de spam.

Aunque parezcan insignificantes en comparación con el cerebro humano, estos programas informáticos básicos también pueden enseñarnos a hacer un uso efectivo de nuestros ordenadores mentales. Para entender cómo, solo debemos echar un vistazo a las técnicas básicas del aprendizaje automático: supervisado y no supervisado.

Aprendizaje supervisado

El aprendizaje automático supervisado es aquel que busca un resultado específico, por lo que el algoritmo se programa para que llegue a él. Se parece a los libros de matemáticas que incluían las soluciones al final y cuya dificultad residía en realizar el proceso necesario para obtenerlas. Es supervisado, ya que, como programadores, conocemos la solución. El reto está en lograr que el algoritmo obtenga siempre la respuesta correcta a partir de una gran variedad de posibles inputs.

Por ejemplo, ¿cómo podemos asegurarnos de que el algoritmo de un vehículo autónomo siempre distinga entre un semáforo en rojo y uno en verde, o reconozca el aspecto de un peatón? ¿Cómo podemos garantizar que el algoritmo empleado para diagnosticar el cáncer identifique correctamente un tumor?

Este sistema se denomina de clasificación y es una de las aplicaciones principales del aprendizaje supervisado, en la clasificación se intenta que el algoritmo etiquete algo correctamente y que demuestre (y con el tiempo mejore) su fiabilidad en todo tipo de situaciones reales. El aprendizaje automático supervisado produce algoritmos muy eficientes y tienen multitud de aplicaciones prácticas, aunque en el fondo no son más que máquinas clasificadoras y etiquetadoras que mejoran cuanto más se las utiliza.

Aprendizaje no supervisado

Por el contrario, el aprendizaje no supervisado parte sin tener noción alguna sobre cuál debería ser la respuesta. No hay respuestas correctas que el algoritmo deba obtener. En lugar de eso, está programado para abordar la información e identificar sus patrones inherentes. Por ejemplo, si disponemos de datos concretos sobre un conjunto de votantes o clientes, y deseamos comprender sus motivaciones, podríamos utilizar el aprendizaje automático no supervisado para detectar y demostrar tendencias que expliquen su comportamiento. ¿La gente de una edad determinada compra a una hora específica en un lugar concreto? ¿Qué tienen en común las personas de una zona que votan al mismo partido político?

En mi trabajo, donde exploro la estructura celular del sistema inmunitario, utilizo el aprendizaje automático no supervisado para identificar patrones en las poblaciones celulares. Busco patrones, aunque no sé cuáles son ni dónde están, de ahí el uso de este tipo de aprendizaje automático.

Este sistema se denomina de agrupación, y en él se agrupan datos basándose en sus rasgos y temáticas comunes, sin necesidad de etiquetarlos como A, B, o C, ni de ninguna otra forma preconcebida. Resulta muy útil cuando sabemos qué áreas generales queremos explorar, pero no sabemos cómo acceder a ellas, ni dónde buscar, en el conjunto de datos disponibles. También sirve para situaciones en las que queremos que los datos hablen por sí solos en lugar de partir de conclusiones preestablecidas.

La toma de decisiones: cajas y árboles

Cuando se trata de tomar decisiones, nos encontramos con una elección similar a la descrita. Podemos establecer un número aleatorio de resultados potenciales y escoger entre ellos, abordando los problemas de forma deductiva, empezando por la respuesta deseada, como hace un algoritmo supervisado: por ejemplo, una empresa que valore a los candidatos para ver si tienen cierto nivel de estudios o un mínimo de experiencia. También se puede emplear un método inductivo partiendo de los requisitos, guiándose por los detalles y dejando que las conclusiones surjan de forma natural: el aprendizaje no supervisado. Si seguimos con el ejemplo de selección de personal, la empresa valorará a todos los candidatos según sus méritos, y tendrá en cuenta todos los datos disponibles —la personalidad, las habilidades transferibles, el entusiasmo por el trabajo, el interés y el compromiso— en lugar de tomar una decisión basada en requisitos delimitados y preestablecidos. Las personas que nos encontramos en el espectro autista partimos de este enfoque inductivo, ya que se nos da muy bien relacionar detalles cuidadosamente seleccionados hasta formar una conclusión. De hecho, necesitamos explorar toda la información y todas las opciones antes de siquiera aproximarnos a una conclusión.

Me gusta pensar en las distintas formas de abordar la información como algo parecido a montar una caja (toma de decisiones supervisada) o plantar un árbol (toma de decisiones no supervisada).

Pensar en cajas

Las cajas son la opción más cómoda. Agrupan los datos y las alternativas disponibles de forma ordenada, de manera que se puedan contemplar todas las aproximaciones y las opciones resulten obvias. Las cajas se pueden construir, apilar y hasta te puedes subir encima de ellas. Son congruentes, coherentes y lógicas. Esta forma de pensar es meticulosa y organizada, ya que las opciones disponibles están claras.

Por el contrario, los árboles crecen de forma orgánica y, en algunos casos, de manera descontrolada. Tienen muchas ramas que contienen hojas con todo tipo de complejidades ocultas. Un árbol puede llevarnos en cualquier dirección y muchas de ellas pueden resultar callejones sin salida o laberintos a efectos de la toma de decisiones.

Pero ¿cuál es mejor? ¿La caja o el árbol? Aunque ambos resultan necesarios, la mayoría de la gente se encierra en las cajas y nunca aborda ni la primera rama del árbol de decisiones.

Sin lugar a dudas, este era mi caso. Yo pensaba en términos de cajas, sin importar lo que ocurriera. Al verme enfrentada a situaciones que no conseguía entender, me aferraba a cada fragmento de información disponible. Entre el olor a tostada quemada que había cada día a las 10.48 y los cotilleos de los grupitos de niñas, yo me centraba en mi equivalente recreativo: jugar a los videojuegos y leer libros de ciencia.

Mientras estuve en el internado, cada noche disfrutaba de mi soledad leyendo y copiando fragmentos de los libros de ciencias y matemáticas. Eran los manuales de instrucciones en los que confiaba. Sentía gran placer y alivio al realizar este ritual una y otra vez con diferentes libros de ciencia, no sabía por qué, hasta que conseguía extraer una ínfima partícula de comprensión gravitacional de la realidad que me rodeaba. Mi lógica de control. Extraía de estos libros reglas que me parecían grabadas en piedra y me ensañaban cómo comer de forma «correcta», relacionarme de forma «correcta» o moverme entre las aulas de forma «correcta». Me quedé estancada en el círculo vicioso de saber lo que me gustaba y de que me gustara lo que sabía, regurgitándome a mí misma una especie de «deberes» porque me parecían seguros y fiables.

Y, cuando no leía, observaba: memorizaba el número de las matrículas durante los trayectos en coche o me sentaba a la mesa a contemplar la forma que tenían las uñas de la gente. Al ser una marginada, en la escuela utilizaba lo que ahora reconozco como un sistema de clasificación para comprender a la gente que entraba en mi mundo. ¿Dónde encajarían en el mundo de normas y comportamientos sociales no escritos que tanto me costaba comprender? ¿Hacia qué grupo gravitarían? ¿En qué caja podría colocarlos? Cuando era niña, llegué a insistir en dormir en una caja de cartón, ya que me reconfortaba sentirme resguardada dentro de sus confines (mi madre me daba galletas a través de «una gatera» que hicimos en uno de los lados).

Debido a que pensaba en cajas, quería saberlo todo sobre el mundo y la gente que me rodeaba; me consolaba pensando que cuanta más información recopilara, mejores decisiones tomaría. Sin embargo, dado que no contaba con ningún mecanismo efectivo para procesar esta información, solo iba acumulando cajas de información inútil, como quien acapara trastos de manera compulsiva sin ser capaz de tirar nada a la basura. Este proceso me bloqueaba hasta el punto de que, en ocasiones, me costaba salir de la cama porque estaba demasiado concentrada en descubrir en qué ángulo exacto debía mantener el cuerpo para hacerlo. Cuantas más cajas de información irrelevante se acumulaban en mi cerebro, más perdida y agotada me sentía, ya que todas empezaban a parecerme iguales.

Mi mente también interpretaba la información y las instrucciones de forma totalmente literal. Una vez estaba ayudando a mi madre en la cocina y me pidió que saliera a comprar algunos ingredientes: «Compra cinco manzanas, y si tienen huevos, compra una docena». Podréis imaginar su exasperación cuando volví con doce manzanas (ya que en la tienda había huevos). El pensar en cajas me impedía escapar de los límites cien por cien literales de una orden como esa, algo que todavía hoy me resulta complicado: como el hecho de que hasta hace poco pensara que uno puede matricularse de verdad en la Universidad de la Vida.

La clasificación es una herramienta poderosa y útil para la toma de decisiones inmediatas sobre cosas, como qué ponerse por la mañana o qué película ver, pero supone una grave limitación con respecto a nuestra habilidad para procesar e interpretar la información y tomar decisiones más complejas utilizando datos del pasado para dar forma a nuestro futuro.

Si intentamos clasificar nuestras vidas pensando en cajas, bloqueamos demasiadas probabilidades y limitamos el abanico de resultados potenciales. Solo conoceremos una ruta para llegar al trabajo, aprenderemos a cocinar unos pocos platos, y siempre iremos a los mismos lugares. Esta manera de pensar nos limita a las cosas que ya conocemos y a los «datos» de la vida que ya hemos recopilado. No deja espacio para ver las cosas desde otra perspectiva, librarnos de las ideas preconcebidas o probar algo nuevo y desconocido. Se trata del equivalente mental a hacer exactamente la misma rutina de gimnasia día tras día: con el tiempo, el cuerpo se adapta a ciertos ejercicios y los resultados del entrenamiento son menores. Para alcanzar los objetivos, hay que seguir asumiendo retos y salir de unas cajas que te encierran más cuanto más tiempo permaneces en ellas.

Este pensamiento también nos lleva a concebir en cada decisión que tomemos como definitivamente correcta o incorrecta en términos absolutos y a etiquetarla según estos parámetros, como un algoritmo diferenciaría a un hámster de una rata. No hay lugar para matices, aspectos inciertos o aspectos que no hemos considerado o descubierto: cosas que podrían gustarnos o en las que podríamos destacar. El pensar en cajas nos lleva a clasificarnos en función de nuestros gustos, de lo que queremos en la vida y de lo que se nos da bien. Cuanto más aceptamos esta clasificación, menos dispuestos estamos a explorar más allá de sus límites y de ponernos a prueba.

Además, carece de rigor científico, ya que dejamos que las conclusiones marquen los datos disponibles, cuando debería ser al contrario. A menos que creas que de verdad sabes la respuesta a todas las preguntas y cuestiones de la vida antes de haber valorado las pruebas, pensar en cajas limitará tu capacidad de tomar buenas decisiones. Tener opciones perfectamente delimitadas puede ser agradable, pero probablemente se trate de un falso consuelo.

Esta es la razón por la que debemos dejar de utilizar las cajas que empleamos para la toma de decisiones y aprender del algoritmo no supervisado (o, si lo prefieres, volver a la infancia y trepar unos cuantos árboles).

Que yo recomiende un método caótico y desestructurado en lugar de uno meticuloso y lógico puede resultar sorprendente. ¿No debería una mente científica sentirse naturalmente atraída por lo segundo? Pues no. Más bien al contrario. Porque, aunque un árbol pueda parecer caótico, esa característica lo vuelve una representación mucho más fiel de nuestras vidas que las líneas rectas de una caja. Aunque el pensamiento en cajas resultaba más cómodo, dado que mi TEA me lleva a procesar y acumular información, con el tiempo me he dado cuenta de que la agrupación es, con diferencia, la manera más útil de comprender el mundo que me rodea y de moverme en él.

Todos navegamos entre las incoherencias, imprevistos y arbitrariedades que conforman la vida real. En este contexto, nuestras elecciones no siempre son binarias, y la información con la que contamos no está dispuesta en montones ordenados. Los bordes definidos de la caja no son más que una ilusión reconfortante, ya que nada en la vida es tan sencillo. Las cajas son estáticas e inflexibles, mientras que nuestras vidas son dinámicas y cambian constantemente. Por el contrario, los árboles evolucionan, igual que nosotros. Y sus múltiples ramas, en comparación con los cuatro bordes de una caja, nos permiten contemplar una mayor cantidad de resultados, que reflejan la multitud de opciones a nuestro alcance.

De manera significativa, el árbol está totalmente equipado para sostener nuestra toma de decisiones, ya que es escalable. Al igual que un fractal, que tiene la misma apariencia de lejos que de cerca, cumple su función sea cual sea el tamaño y la complejidad del problema. Como las nubes, las piñas o esa col romanesco que todos vemos en el supermercado, pero nunca compramos, el árbol de decisiones guarda la misma estructura sea cual sea su escala o su perspectiva. A diferencia de la caja, limitada por su propia forma a una relevancia totalmente fugaz, el árbol puede ramificarse de un lugar a otro, de un recuerdo a otro y de una decisión a otra. Es aplicable a diferentes contextos y momentos. Se puede analizar un solo aspecto o trazar el recorrido de toda una vida. El árbol conservará su forma esencial y será un aliado fiel en la toma de decisiones.

La ciencia nos enseña a aceptar las realidades complejas, no a tratar de suavizarlas con la esperanza de que desaparezcan. Solo podemos entender —y posteriormente decidir— si exploramos, cuestionamos y reconciliamos aquello que no encaja a la perfección. Si queremos ser más científicos en la toma de decisiones, tenemos que aceptar el desorden antes de buscar patrones con la esperanza de sacar conclusiones. Para ello, debemos adoptar el pensamiento en árbol. Os enseñaré cómo es.

Pensar como un árbol

El pensamiento en árbol ha sido mi salvación. Es lo que me permite ser funcional en mi día a día, o realizar tareas que para la mayoría pueden parecer normales —como ir al trabajo— pero que realmente podrían ser muros insalvables para mí. Cosas como una aglomeración, un ruido o un olor repentino, o cualquier cosa que se salga de lo previsto, pueden provocarme una crisis.

Sin embargo, aunque el TEA me hace ansiar la certeza, no significa que los métodos de toma de decisiones simplistas sean adecuados para mí. Quiero saber qué va a pasar, pero eso no significa que esté preparada para aceptar el camino más corto entre A y B (y gracias a mi experiencia y a la ansiedad constante, sé que el camino nunca es tan fácil). Es todo lo contrario, ya que me resulta muy difícil detener los pensamientos que me llevan a todo tipo de posibilidades basadas en todo lo que veo y escucho a mi alrededor. En mi mundo, puedo llegar a faltar a una cita, dejar de contestar a los mensajes y perder la noción del tiempo, solo porque he visto algo parecido a un mirlo posado sobre un tejado, y me pregunto cómo ha llegado hasta allí, y adónde irá después. O me distraigo al notar que la acera huele a pasas después de haber llovido y cuando quiero darme cuenta estoy a punto de chocar con una farola.

Lo que se percibe desde el exterior es solo la punta del iceberg. Mi mente es un caleidoscopio de posibilidades futuras basadas en lo que observo y en mi experiencia. Esa es la razón por la que tengo un montón de tarjetas de cliente de cafeterías, con todas las casillas selladas, pero que nunca he usado. No soy capaz de decidir qué riesgo es mayor: que haya un momento en que las necesite más que ahora, o que la cadena en cuestión deje de existir antes de que las utilice. El efecto neto es que no hago nada en absoluto con ellas. (Pero ojo: no considero que ninguna de estas proyecciones futuras sea incorrecta. Son cosas que no han sucedido, pero que aún podrían suceder).

Eso por no hablar de mi TDAH, que hace que mi percepción del tiempo se contraiga, se dilate o incluso llegue a desaparecer por completo. Como la información vuela por mi mente a gran velocidad, acabo inquieta y temblorosa, como si viviera una semana de pensamientos y emociones en una sola hora en la que puedo pasar de la euforia al abatimiento y del optimismo a la desesperación. No es lo ideal para hacer listas de tareas.

Por este mismo motivo, necesito un ambiente de trabajo caótico para ser productiva. Lo lleno todo de papeles, tomo notas en todo lo que tenga a mano y dejo que el material se amontone a mi alrededor, todo ello acompañado por los ruidos de fondo de la habitación. Encuentro este «caos» estimulante, como una desbrozadora que corta el incesante ruido de mi mente y me permite concentrarme. Al contrario de lo que nos enseñan en la escuela, el silencio no me ayuda a concentrarme, sino que me provoca una tensión que me impide hacer nada.

Mi cerebro anhela la certeza y al mismo tiempo se alimenta del caos. Para seguir funcionando he tenido que desarrollar una técnica que satisfaga tanto mi necesidad de pensar en todo, como mi deseo de una vida ordenada que me permita saber con exactitud dónde y cuándo voy a estar. Y ahí es donde entran los árboles.

Un árbol de decisiones me permite alcanzar un final específico —que puede ser una de las múltiples respuestas potenciales, pero al menos sé cuáles son— empleando medios que en ocasiones pueden ser caóticos. Proporciona una estructura a lo que sé que mi mente hará: un recorrido a través de un sinfín de posibilidades. Sin embargo, lo hace de una manera que me aporta algo útil: una conclusión sobre las decisiones que puedo tomar que me brinda certeza. También me ayuda a no poner todos los huevos en una misma cesta, un proceso que a veces me hace parecer ligeramente fría e indiferente.

Piensa en tu camino al trabajo. Yo tengo que cruzar Londres en tren. Para mí, ese trayecto implica un potencial ataque de ansiedad. El vagón abarrotado, el ruido, los olores, los espacios cerrados. El árbol de decisiones me ayuda a minimizar las probabilidades de una crisis. Sé qué tren voy a coger, lo que me permite considerar qué hacer si se retrasa, se cancela, o llego tarde. Sé dónde me quiero sentar, y qué hacer si esos asientos están ocupados o hay demasiado ruido. Considero todo lo que necesito para asegurar un viaje sin crisis —la hora adecuada, previa a la hora punta, el asiento adecuado, alejado de las partes que peor huelen del tren; el lugar adecuado para esperar en el andén— y después me deslizo a través de las ramas que surgen de cada una de estas posibilidades para prever los casos en los que estas resulten imposibles. Soy un títere en manos de la probabilidad, que me guía a través de sus hilos y me permite maniobrar entre sus ramificaciones. En lugar de una rutina preestablecida y frágil, que puede sucumbir ante el estrés, cuento con múltiples árboles de decisiones que me permiten moverme entre sus ramas. En mi mente, he vivido todo tipo de escenarios, la mayoría de los cuales nunca se hacen realidad, con la esperanza de evitar encontrar uno que no haya previsto y que me haga perder el control.

Antes de tomar cualquier decisión que me garantice un viaje seguro, necesito trazar este caótico mapa mental. El caos aparente del árbol de decisiones es necesario porque me aporta la sensación de certeza necesaria para ser funcional.

Para muchos, esto puede sonar a mucho trabajo (¡cuánta razón tienen!) y quiero que quede claro que no sugiero que nadie empiece su rutina matutina de esta manera. Yo necesito hacerlo así, porque, de otra manera, me sentiría demasiado abrumada y no conseguiría salir de casa. Sin embargo, creo que este método es también muy útil para la toma de decisiones más complejas, esas en las que el instinto y los métodos neurotípicos suelen fallar.

Mientras que el reto para un cerebro con TEA/TDAH es no bloquearse por pensar demasiado, lo contrario también supone un problema. Si no profundizas lo suficiente en el conjunto de datos que rodea a toda decisión importante, consideras las diferentes posibilidades y resultados, así como las ramas del árbol que las diferentes decisiones bloquearán o abrirán simultáneamente, estás decidiendo a ciegas. Es evidente que no podemos predecir el futuro, pero, para la mayoría de las situaciones, podemos agrupar datos suficientes y establecer suficientes posibilidades como para hacernos un mapa bastante aproximado. Lo que yo hago para tranquilizarme y librarme de la ansiedad cotidiana también puede aplicarse a las decisiones difíciles en tu vida. El árbol de decisiones nos permite partir de lo que sabemos y analizar las distintas posibilidades, no de una forma prescriptiva basada en resultados fijos, sino dejando que las pruebas guíen nuestras conclusiones, y considerando los múltiples resultados y sus implicaciones.

Los árboles también son necesarios para entender las preguntas abiertas y confusas que tanto gustan a la gente. Si alguien me pregunta: «¿Te apetece hacer algo hoy?», instintivamente, responderé: «No lo sé, a lo mejor». Necesito opciones específicas —ramificaciones del árbol— que ofrezcan una ruta desde el caos de la libertad total hasta la restricción que supone una decisión, una ruta que siga dejando abiertas alternativas a las que revertir. Un árbol convierte la multitud de acontecimientos subyacentes y las variables inherentes a cualquier decisión en una especie de hoja de ruta. Esto puede hacer que cada conversación sea una travesía compleja, pero, al menos, me permite encontrar el rumbo a seguir.

Por el contrario, cuando tomamos decisiones basadas en el pensamiento en cajas, solemos hacerlo a partir de una combinación de emociones e instintos. Ninguna de las dos cosas es demasiado fiable y, créeme: no hay nada como un TDAH para comprender lo que significa tomar decisiones inmediatas después de que las emociones te hayan abrumado. Es lo más.

Las buenas decisiones no suelen surgir de conjeturas disfrazadas de certezas, sino del caos, también conocido como hechos o datos. Es necesario empezar desde ahí y abrirse paso hacia las conclusiones, en lugar de empezar a partir de estas. Y para ello, se necesita un árbol por el que trepar.

Entonces, ¿cómo decido?

Estarás pensando que el árbol está muy bien en teoría, pero, con tantas ramas, ¿cómo podemos tomar una decisión? ¿No nos arriesgamos a perdernos entre la maravillosa complejidad que nos rodea?

Sí, existe ese riesgo (¡bienvenido a mi mundo!), pero no hay de qué preocuparse, el aprendizaje automático nos respalda. Los algoritmos tienen mucho que enseñarnos sobre cómo filtrar la gran cantidad de información que recibimos y sacar conclusiones, que es exactamente lo que debemos hacer para que el método del árbol nos sea útil en el día a día.

Cualquier proceso de aprendizaje automático comienza con lo que llamamos la selección de variables, que consiste en separar los datos útiles de los que no lo son. Debemos acotar el conjunto de pruebas y centrarnos en la información que pueda llevarnos hacia las conclusiones. Se trata de establecer los parámetros de los experimentos que se llevarán a cabo.