Compartir a Dios en la red - Antonio Spadaro - E-Book

Compartir a Dios en la red E-Book

Antonio Spadaro

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En el mundo actual, en que Internet ya forma parte integrante de nuestras vidas, puede afirmarse que el ciberespacio se ha convertido en una nueva realidad existencial humana. Esto replantea las preguntas más elementales acerca de lo que somos como personas, y lo que anhelamos en lo más profundo de nuestras almas. El jesuita Antonio Spadaro, uno de asesores más cercanos al papa Francisco en redes sociales y ciberteología, ofrece en este ensayo, de forma muy clara y sucinta, las claves para comprender las coordenadas en las que se despliega la fe, la espiritualidad y la comunidad cristiana en la red. Según Spadaro, el crecimiento de la comunidad cristiana en Internet no significa únicamente introducir temas religiosos, sino sobre todo desenvolverse en el ciberespacio con un estilo y un comportamiento de apertura y diálogo.

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Antonio Spadaro

COMPARTIR A DIOS EN LA RED

Traducción de Roberto H. Bernet

Título original: Quando la fede si fa social

Traducción: Roberto H. Bernet

Diseño de la cubierta: Gabriel Nunes

Edición digital: José Toribio Barba

Edición española publicada gracias al acuerdo con The Crossroad Publishing Company.

© 2015, EMC, Bolonia

© 2016, Herder Editorial, S. L., Barcelona

ISBN DIGITAL: 978-84-254-3833-2

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com)

Herder

www.herdereditorial.com

Índice

Introducción

Tecnología espiritual

La red y las relaciones

La red es un lugar real

La inteligencia de la fe en tiempos de la red

No solo conexión, sino comunión

El lugar del don

¿Quién es el prójimo en la red?

Encarnación y testimonio

¿Iglesia conectada o cuerpo místico?

Conclusión

Introducción

Érase una vez la brújula, instrumento genial para orientarse en la geografía, inventada antiguamente por los chinos e introducida en Europa en el siglo XII. En aquellos tiempos el hombre contaba también con una brújula interior: lo atraía el mundo religioso como desde una fuente de sentido fundamental. Como la aguja de una brújula, el hombre se sabía radicalmente atraído hacia una dirección precisa, única y natural. Si la brújula no indica el Norte, es porque la brújula no funciona, no porque no exista el Norte. Dios era el Norte.

Después, especialmente a partir de la época de la Segunda Guerra Mundial, el hombre co­menzó a utilizar el radar, que sirve para detectar y determinar la posición de objetos fijos o móviles. El radar va en busca de su objetivo e implica una apertura indiscriminada incluso a la señal más débil; no ofrece indicación de una dirección precisa.

Al tiempo que se desarrollaba este nuevo ins­trumento se fue abriendo camino una nueva metáfora cultural en forma de pregunta: «Dios, ¿dónde estás?». Se entendía en general al hombre como un buscador de Dios, de un mensaje del que sentía una profunda necesidad: en ella se inspiran, por ejemplo, Esperando a Godot y muchas páginas de la gran literatura del siglo XX. El hombre se había convertido en un «oyente de la palabra» –por utilizar una célebre expresión del teólogo Karl Rahner, que implícitamente dio forma teológica a la metáfora tecnológica del radar– que va en busca de un mensaje.

¿Y hoy? ¿Tienen todavía validez estas imágenes? En realidad, aunque siguen vivas y siempre verdaderas, las imágenes de la brújula y del radar tienen ya menos fuerza. Hoy está más presente la imagen del hombre que se siente perdido si su teléfono móvil no tiene cobertura o si su terminal tecnológico (PC, tableta o smartphone) no puede acceder a alguna forma de conexión de red inalámbrica.

Hoy, más que a buscar señales, el hombre está habituado a procurar estar siempre en condiciones de recibirlas. En otras palabras, se vive sin hacer tantas preguntas sobre Dios: si existe, si estará vivo de alguna manera. Así pues, primero de brújula y después de radar, el hombre se está transformando en un decodificador, es decir, en un sistema de acceso y decodificación de las preguntas sobre el sentido teniendo en cuenta las múltiples respuestas que le llegan sin que él se preocupe de ir a buscarlas. Vivimos bombardeados de mensajes. Nuestro problema no es encontrar el sentido del mensaje, sino decodificarlo, es decir, reconocerlo como importante y significativo para mí a partir de las múltiples respuestas que recibo.

En consecuencia, hoy lo más importante no es tanto dar respuestas –¡todo el mundo da respuestas!–, sino, por el contrario, lo que importa es reconocer las preguntas significativas, las fundamentales. Y así lograr que en nuestra vida siga habiendo apertura, que Dios pueda todavía hablarnos.

Tecnología espiritual

El hombre del siglo XXI es el hombre de la red, siempre conectado y siempre en comunicación. Y, al igual que cada vez en la historia, ha modelado la tecnología a su imagen y semejanza. En cierto modo, la ha hecho espiritual.

La Iglesia lo sabe bien, y no desde hoy. Un mo­mento crucial de esta comprensión espiritual de las nuevas tecnologías fue la promulgación del de­creto del concilio Vaticano II Inter mirifica, el 4 de diciembre de 1963, que comienza diciendo:

Entre los maravillosos inventos de la técnica que, sobre todo en estos tiempos, el ingenio humano, con la ayuda de Dios, ha extraído de las cosas creadas, la madre Iglesia acoge y fomenta con especial solicitud aquellos que atañen especialmente al espíritu humano y que han abierto nuevos caminos para comunicar con extraordinaria facilidad noticias, ideas y doctrinas de todo tipo.

Pocos meses después, en 1964, Pablo VI, dirigiéndose al Centro de Automatización de Análisis Lingüísticos del Aloysianum, de Gallarate, iba a utilizar palabras a mi entender proféticas y de conmovedora belleza. En un momento en que ya existían los primeros grandes procesadores electrónicos, pero en que el PC, los teléfonos inteligentes y, sobre todo, internet estaban todavía fuera de toda imaginación, el mencionado centro estaba elaborando mediante la informática el análisis electrónico de la Summa theologiae de santo Tomás, así como también el texto bíblico. Decía el papa Montini a esos sacerdotes científicos: