Ciberteología - Antonio Spadaro - E-Book

Ciberteología E-Book

Antonio Spadaro

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Beschreibung

Motores de búsqueda, teléfonos inteligentes, aplicaciones, redes sociales: la tecnología digital ha entrado en nuestra vida cotidiana no solo como una herramienta externa que simplifica la comunicación y la relación con el mundo, sino como un espacio antropológico nuevo que cambia nuestra forma de pensar y de conocer la realidad, así como las relaciones humanas. ¿Toca la revolución digital de alguna manera la fe? ¿Cómo debe pensar y enunciar el cristianismo este nuevo paisaje? Según Spadaro, es momento de considerar la posibilidad de una Ciberteología, entendida como comprensión de la fe intellectus fidei en tiempos de la red. No se trata de buscar nuevos instrumentos de evangelización o de emprender una reflexión sociológica sobre la religiosidad en la red, sino de encontrar puntos de contacto y de interacción fructífera con el pensamiento cristiano. El objetivo es "no detenerse ante los prodigios de la técnica [] evitar la ingenuidad de creer que [las tecnologías] están a nuestra disposición sin que modifiquen en absoluto nuestro modo de percibir la realidad. La tarea de la Iglesia, como la de todas las distintas comunidades eclesiales, es acompañar al hombre en su camino, y la red forma parte integrante del recorrido humano de un modo irreversible". Esta obra es parte de un ecosistema de reflexiones en el que conviven pontífices como Juan Pablo II y Benedicto XVI, teólogos como Tomás de Aquino y Teilhard de Chardin, poetas como Walt Whitman y T. S. Eliot, el jazz, Marshall McLuhan y la ética hacker. Spadaro ha buscado socializar el debate con el blog Cyberteologia.it, la página en Facebook Cybertheology, una cuenta en Twitter (@antoniospadaro) y otras iniciativas. Antonio Spadaro (Mesina, 1966) es un jesuita italiano que dirige la revista La Civiltà Cattolica y ejerce la docencia en la Pontificia Universidad Gregoriana, donde se doctoró en Teología.

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PORTADA

ANTONIO SPADARO

CIBERTEOLOGÍAPENSAR EL CRISTIANISMO EN TIEMPOS DE LA RED

Traducción de ANTONIMARTÍNEZRIU

Herder

PÁGINA DE CRÉDITOS

Título original:Cyberteologia. Pensare il cristianesimo al tempo della rete

Traducción:Antoni Martínez Riu

Diseño de portada:Stefano Vuga

© 2012, Vita e Pensiero, Milán

© 2014, Herder Editorial, S. L., Barcelona

Primera edición digital, 2014

ISBN digital: 978-84-254-3272-9

La reproducción total o parcial de esta obra sin el consentimiento expreso de los titulares delCopyrightestá prohibida al amparo de la legislación vigente.

Herder

www.herdereditorial.com

DEDICATORIA

Para Samuele,

feliz por mi responsabilidad de padrino

y por su curiosidad

y su sonrisa

ÍNDICE

Prólogo

1. Internet entre teología y tecnología

Internet y la vida cotidiana

La levedad de los dispositivos

Unare-formamentis

La espiritualidad de la tecnología

Lenguaje informático e inteligencia de la fe

«Salvar», convertir, justificar, compartir...

¿Qué es la ciberteología?

2. El hombre decodificador y el motor de búsqueda de Dios

La capacidad de escuchar música como ambiente

La mezcla (audio) de la obediencia

El supermercado de la fe

El hombre decodificador y los contenidos «orbitales»

El Evangelio y las mercancías

La búsqueda de sentido no está motorizada

3. Cuerpo místico y conectivo

La red es un lugar «cálido»

¿Quién es mi «prójimo»?

¿Dónde está mi «prójimo»?

¿Una Iglesia «líquida»?

¿Una Iglesiahub?

¿Sarmientos o hilos de red?

La apertura de una «isla de sentido»

Autoridad, jerarquía e internet

Los contenidos pasan por las relaciones

4. Éticahackery visión cristiana

¿Quiénes son loshackers?

El esfuerzo gozoso de la creación

El excedente cognitivo y la cuestión de la autoridad

La catedral y el bazar

La revelación en el bazar

El don en tiempos de la red: ¿peer-to-peeroface-to-face?

El don que se da gratis

El excedente de la gracia y el excedente cognitivo

5. Liturgia, sacramentos y «presencia virtual»

Del micrófono sobre el altar a la oración del avatar

¿Hay sacramentos en internet?

¿Es elnetworkingexperiencia de comunión?

La liturgia y su «reproductibilidad técnica»

El acontecimiento litúrgico: entre presencia virtual e interfaz gráfica

La lógica de la pantalla

El texto «flotante» y la resistencia litúrgica

Realidad «aumentada» y sacramento

El problema y los desafíos: el hombre en red quiere orar

6. Los desafíos teológicos de la «inteligencia colectiva»

Pierre Lévy: cómo pensar el «entendimiento colectivo»

«Lo que fue teológico se convierte en tecnológico»

Pierre Teilhard de Chardin y el camino hacia la noosfera

Un sistema nervioso planetario

Un «Centro distintivo que irradia en el corazón de un sistema de centros»

Una red «eucarística»

Una inteligencia convergente

Bibliografía

Índice de nombres

Información adicional

Ficha del libro

Biografía

Otros títulos

PRÓLOGO

Is the Internet Changing the Way You Think? Este es el título de una colección de entrevistas sobre el impacto de la red en nuestra vida, colección aparecida en Estados Unidos en 2011, publicada por John Brockman. ¿Está cambiando Internet nuestra manera de pensar? Las recientes tecnologías digitales no son ya tools, esto es, instrumentos completamente externos a nuestro cuerpo y a nuestra mente. La red no es un instrumento, sino un «ambiente» en el que vivimos. Los «dispositivos», es decir, los objetos que tenemos al alcance de la mano (a menudo no más grandes que la mano) y que nos permiten estar siempre conectados, tienden a aligerarse, a perder consistencia, para ser transparentes en consonancia con la dimensión digital de la vida. Son puertas abiertas que pocas veces se cierran. ¿Quién apaga ya un iPhone? Lo recargamos, lo «silenciamos», pero pocas veces lo apagamos. Los hay que ni saben cómo se apagan. Y si tenemos un smartphone encendido en el bolsillo, estamos siempre dentro de la red.

Por consiguiente, aumenta el número de estudios sobre cómo cambia nuestra vida cotidiana debido a la red y cómo cambia, en general, nuestra relación con el mundo y las personas que están a nuestro lado. Pero, si la red cambia nuestro modo de vivir y de pensar, ¿no cambiará (ya lo está cambiando) también nuestro modo de pensar y vivir la fe?

La pregunta ha tenido en mi caso una génesis precisa. En enero de 2010 había recibido de monseñor Domenico Pompili, director de la Oficina para las Comunicaciones Sociales de la Conferencia Episcopal Italiana, la invitación a dar una conferencia en un gran simposio que llevaba el título de Testimoni digitali. Se me pedía hablar sobre fe e internet. Hasta ese momento, y desde 1999, había escrito para La Civiltà Cattolica muchos artículos sobre aspectos particulares de la red o sobre las distintas redes sociales. En cierto modo continuaba la tradición de fuerte implicación que mantenía la revista —de la que soy director desde octubre de 2001—, iniciada por el padre Enrico Baragli, verdadero pionero de los estudios sobre mass media, y continuada por el padre Antonio Stefanizzi con artículos sobre las nuevas tecnologías de la comunicación.

Cuando recibí la petición de monseñor Pompili, había escrito ya dos libros sobre el tema: Connessioni. Nuove forme della cultura al tempo di internet (2006) y Web 2.0. Reti di relazione (2010). Pero aquella invitación hizo que de alguna manera me sintiera incómodo. Entendía que no se me estaba pidiendo una exposición fenomenológica de los instrumentos de la red de cara a la evangelización. No se me pedía una reflexión sociológica sobre la religiosidad en internet. O, por lo menos, estas reflexiones no me parecían suficientes. Recuerdo que, cuando intenté articular un discurso, me quedé en blanco ante la pantalla de mi ordenador sin saber cómo empezar ni qué debía escribir. Entendía que era necesario componer un discurso «teológico». Era el momento de decir algo que fuera fruto del impulso cognoscitivo que la fe irradia por sí misma en tiempos como los nuestros, en los que la lógica de la red marca el modo de pensar, de conocer, de comunicar y de vivir.

Entonces comencé a explorar un territorio que me pareció, desde el comienzo, todavía salvaje y poco visitado. La búsqueda de bibliografía me llevó a comprobar que ya se había escrito mucho sobre la dimensión pastoral, que entiende la red como un instrumento de evangelización. Pero, en cambio, la reflexión teológica desde un punto de vista sistemático me pareció poco explorada. Mis preguntas eran: ¿qué impacto ejerce la red sobre nuestra manera de comprender la Iglesia y la comunión eclesial? ¿Y qué impacto ejerce sobre el modo como pensamos la revelación, la gracia, la liturgia, los sacramentos... y demás temas clásicos de la teología? Mi relación del 23 de abril de 2010 en el congreso Testimoni digitali fue el primer paso de una reflexión personal que considero todavía en período de construcción.

La exigencia de afrontar con coraje estas preguntas comienza a ser compartida. El papa Benedicto XVI se dirigió de esta manera, el 28 de febrero de 2011, a los participantes en la asamblea plenaria del Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales:

No se trata solamente de expresar el mensaje evangélico en el lenguaje de hoy, sino que es preciso tener el valor de pensar de modo más profundo, como ha sucedido en otras épocas, la relación entre la fe, la vida de la Iglesia y los cambios que el hombre está viviendo. Es el compromiso de ayudar a quienes tienen responsabilidades en la Iglesia para que puedan entender, interpretar y hablar el «nuevo lenguaje» de los medios de comunicación en función pastoral (cf. Aetatis novae, 2), en diálogo con el mundo contemporáneo, preguntándose: ¿qué desafíos plantea a la fe y a la teología el llamado «pensamiento digital»? ¿Qué preguntas y exigencias?

El mundo de la comunicación afecta a todo el universo cultu­ral, social y espiritual de la persona humana. Si los nuevos lenguajes tienen impacto sobre el modo de pensar y de vivir, esto también atañe, de alguna forma, al mundo de la fe, a su inteligencia y su expresión. La teología, según una definición clásica, es inteligencia de la fe, y sabemos bien que la inteligencia, entendida como conocimiento reflexivo y crítico, no es ajena a los actuales cambios culturales. La cultura digital plantea nuevos desafíos a nuestra capacidad de hablar y de escuchar un lenguaje simbólico que hable de la trascendencia. Jesús mismo, al anunciar el reino, supo utilizar elementos de la cultura y del ambiente de su tiempo: el rebaño, los campos, el banquete, las semillas, etc. Hoy estamos llamados a descubrir, también en la cultura digital, símbolos y metáforas significativas para las personas, que puedan servir de ayuda al hablar del reino de Dios al hombre contemporáneo.

El libro que el lector tiene ahora en sus manos es, pues, mi primera respuesta a esta llamada que ya respira un aire amplio y ecuménico. No obstante, pensar la fe en tiempos de la red no es solo una reflexión al servicio de la fe. La apuesta es más elevada y global. Si los cristianos reflexionamos sobre la red, no es solo para aprender a «usarla» bien, sino porque estamos llamados a ayudar a la humanidad a comprender el significado profundo de la red misma en el proyecto de Dios: no como un instrumento que se «usa», sino como un ambiente en el que se «vive». Como escribió en 2005 Juan Pablo II en su carta apostólica El rápido desarrollo, «la Iglesia, que es maestra de humanidad en virtud del mensaje de salvación confiado por su Señor, siente el deber de dar su propia contribución en aras de una mejor comprensión de las perspectivas y de las responsabilidades que conlleva el actual desarrollo de las comunicaciones sociales» (n.º 10). Esta es la mayor contribución de la Iglesia a la red, por lo menos desde su propio punto de vista: ayudar al hombre a entender mejor el significado profundo de la comunicación y de los medios de comunicación, sobre todo porque «influyen sobre la conciencia de los individuos, conforman su mentalidad y determinan su visión de las cosas» (ibid.). En el desarrollo de la comunicación, la Iglesia ve la acción de Dios que mueve a la humanidad hacia un cumplimiento. Internet, con la capacidad de ser, por lo menos en potencia, un espacio de comunicación, forma parte del camino del hombre hacia este cumplimiento en Cristo. Conviene, por tanto, mantener una mirada espiritual sobre la red, viendo a Cristo, que llama a la humanidad a estar cada vez más unida y conectada.

Una advertencia, no obstante: no soy ni un sociólogo ni un «técnico». Partiendo de mi formación académica de carácter humanista, primero filosófica y luego teológica, he llegado a la reflexión sobre la red desde la crítica literaria, de la que me ocupo desde 1994 para La Civiltà Cattolica. Ha sido la lectura crítica de la poesía la que me ha llevado a interesarme por las tecnologías y solo la teología ha sido capaz de darme la necesaria curiosidad y las categorías precisas para comprenderlas. Me ha servido de ayuda e inspiración la experiencia de Marshall McLuhan, que afrontó los nuevos medios de comunicación con una mirada innovadora de crítico literario y pensador católico, y no de sociólogo.

El poeta Gerard Manley Hopkins fue quien me ayudó a entender el papel de la innovación tecnológica, y el jazz me llevó a entender el papel de las redes sociales; pero han sido los teólogos —de Tomás de Aquino a Teilhard de Chardin— quienes me han iluminado sobre las fuerzas que hacen del hombre un ser activo en el mundo, partícipe de la creación, y que levantan al hombre hacia una meta que lo supera, mucho más allá de cualquier excedente cognitivo. Es la búsqueda incesante de sentido lo que me ha hecho entender el valor del cable USB que tengo en la mano. Y sé que mi iPad tiene que ver también con mi inextinguible deseo de conocer el mundo, mientras que mi Galaxy Note me dice (incluso callada) que yo no estoy hecho para estar solo. Pero fue la poesía de Whitman la que me hizo saborear el progreso. Y es Eliot quien me avisa que no debo caer en sus trampas. Pero es también Flannery O’Connor quien me hace entender que «la gracia vive en el mismo territorio que el diablo» y que poco a poco lo invade. Y entiendo, por tanto, que, aun viendo tantos males en la red, no puedo detenerme a dormirme en los laureles de un juicio negativo, si quiero ver a Dios en la obra del mundo. Y cuando veo que la corriente eléctrica llega a mi ordenador y lo enciende y lo pone en marcha prodigiosamente, es la poesía de Karol Wojtyla, leyendo en la pantalla el texto de la confirmación, la que me acompaña en mi asombro.

La tecnología expresa el deseo del hombre de una plenitud que siempre lo supera tanto en el aspecto de presencia y relación como en el aspecto de conocimiento: el ciberespacio subraya nuestra finitud y reclama plenitud. Buscar esa plenitud significa de alguna manera actuar en un campo en el que la espiritualidad y la tecnología se entremezclan.

Obviamente, las páginas que siguen deben ser consideradas como una introducción a un trabajo que está, y estará siempre, in progress. A partir de aquel 23 de abril de 2010 comencé a escribir en La Civiltà Cattolica una serie de artículos que luego me han llevado a confrontar mi reflexión en varios congresos y encuentros, en Italia y en el extranjero; por ejemplo, en Brasil, donde la Conferencia Episcopal de ese país organizó un seminario reservado a los obispos y dedicado precisamente a la comunicación en la red. Si he continuado con mis reflexiones ha sido gracias también al sapiente estímulo recibido del Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales, sobre todo por parte de monseñor Claudio Celli, y al aliento intelectual del Consejo Pontificio para la Cultura, encarnado sobre todo en la persona del cardenal Gianfranco Ravasi. Me honra sobremanera el nombramiento de consultor para ambos dicasterios vaticanos.

Aunque la parte fundamental de la reflexión que he definido como «ciberteología» está presente parcialmente en algunos artículos en La Civiltà Cattolica, he creído necesario abrir mi reflexión a la confrontación y al debate en la red. Y así el 1 de enero de 2011 inicié el blog Cyberteologia.it y luego la página en Facebook Cybertheology, una cuenta en Twitter (@antoniospadaro) y el periódico The CyberTheology Daily (http://cyber-theology.net), que es un servicio de content curation (curación de contenidos), así como una serie de otras iniciativas. De este modo he intentado «socializar» la reflexión. Desde abril de 2011, por último, tengo a mi cuidado una colaboración mensual sobre ciberteología en la revista Jesus.

Este libro es, por tanto, parte de un «ecosistema» de reflexiones, que se ha desarrollado en muchos coloquios e intercambios de ideas con estudiosos y amigos que me han ayudado a vivir esta búsqueda también como fruto de un compartir amplio y profundo. Me siento sinceramente satisfecho de esta confrontación.

Al poner este libro en manos del lector, quisiera retomar algunos elementos que componen una especie de premisa conceptual. Ante todo, ratifico que la pregunta correcta para empezar a leerlo se refiere al nuevo contexto existencial generado por los medios y al consiguiente «cambio antropológico». ¿Cuál es su significado para la fe? ¿En qué mundo vivimos? ¿Es el mismo de siempre? Vivimos también en un territorio digital. ¿Qué valor asume, en la era digital, el hecho de que «el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros»?

Me parece importante, además, recordar que la intención del libro es abrir escenarios y alimentar el deseo de no detenerse ante los «prodigios» de la técnica, sino ir al fondo de las cosas y comprender en qué sentido cambia el mundo y cómo este cambio tiene un impacto en la vida de la fe. Las tecnologías son «nuevas» no simplemente porque son diferentes respecto de lo que las precede, sino porque cambian en lo hondo el concepto mismo de experiencia. Se trata de evitar la ingenuidad de creer que están a nuestra disposición sin que modifiquen en absoluto nuestro modo de percibir la realidad. La tarea de la Iglesia, como la de todas las distintas comunidades eclesiales, es acompañar al hombre en su camino, y la red forma parte integrante del recorrido humano de un modo irreversible.

6 de agosto de 2011

Vigésimo aniversario de la web

1INTERNET ENTRE TEOLOGÍA Y TECNOLOGÍA

Setenta años después del primer tren comercial, se publicaba la novela Jude el oscuro (1895) de Thomas Hardy. En aquellas páginas Sue Bridehead responde así a Jude, que le pide ir a sentarse a la catedral: «¿A la catedral? Sí. Aunque yo preferiría ir a la estación —contestó con la voz enfadada todavía—. Ahora está allí el centro de la vida de la ciudad. ¡La catedral tuvo su tiempo!». La estación, en este diálogo, no es un «no lugar», un lugar de tránsito veloz, sino que es el centro de las comunicaciones, incluso el corazón de la ciudad, «ambiente» simbólico también y no simple depósito de un «medio» de transporte. Si se pudo decir esto de la estación, con mayor razón podemos decirlo hoy de la red.

El historiador Harold Perkin escribió que los hombres que construyeron el ferrocarril no estaban creando solamente un medio de transporte, sino que, al contrario, estaban contribuyendo a la creación de una nueva sociedad y de un mundo nuevo.1 A mediados del siglo XIX, el ferrocarril no se consideraba simplemente una «experiencia» más, sino que a menudo era visto como una «revolución», la railway revolution,2 e incluso como una metáfora cultural. Es interesante observar que todo invento —desde la rueda en adelante— que ha permitido a los hombres intensificar las comunicaciones y los intercambios, pasando por la imprenta, el ferrocarril, el telégrafo, ha sido considerado revolucionario. Es el caso también de internet. Si esa dimensión de «revolución» ayuda a comprender la relevancia social de las innovaciones, también supone el riesgo, por otra parte, de oscurecer una consideración más importante sobre estas: responden a «antiguos» deseos. Como lo fue el ferrocarril de 1825, también internet en torno a 1980 ha sido considerada una revolución. Y, no obstante, es necesario echar por tierra el mito de que la red es una absoluta novedad de «nuestros» tiempos.

INTERNET Y LA VIDA COTIDIANA

En realidad la red es una réplica de antiguas formas de transmisión del saber y de la vida común; pone a la vista nostalgias, da forma a deseos y valores tan antiguos como el ser humano. Cuando dirigimos la mirada a internet hay que ver no solo las perspectivas de futuro que ofrece, sino también los deseos que ha tenido siempre el ser humano, y a los que intenta dar respuesta: relaciones, comunicación y conocimiento. Sí, la tecnología lleva siempre encima un aura que provoca estupor y también inquietud. Pero ¿cuáles son los motivos que causan estos sentimientos? Probablemente el hecho de que lo que la tecnología es capaz de realizar corresponde a antiguos deseos y a miedos profundos. Si no fuera así, sus innovaciones no nos afectarían tanto, maravillándonos o intimidándonos.

Internet es una realidad que forma ya parte de la vida cotidiana de muchas personas. Hablando en general, no sería posible eliminar sin más internet y volver a una época «inocente», puesto que el propio funcionamiento de nuestro mundo «primario», desde los transportes hasta las comunicaciones de todo tipo, se fundamenta en la existencia de este mundo que denominamos «virtual».3 Además la red es hoy un lugar que hay que frecuentar para estar en contacto con los amigos que viven lejos, leer noticias, comprar un libro o hacer la reserva de un viaje, compartir intereses, ideas, etc.: «Es un espacio del hombre, un espacio humano porque está poblado de hombres. No constituye un contexto anónimo aséptico, sino un ámbito antropológicamente cualificado».4

Es un espacio de experiencias que cada vez más se va volviendo parte integrante, de una manera fluida, de la vida cotidiana: un «nuevo contexto existencial».5La red, por tanto, no es en absoluto un simple «instrumento» de comunicación que se puede usar o no, sino que se ha convertido en un espacio, un «ambiente»6cultural, que determina un estilo de pensamiento y que crea nuevos territorios y nuevas formas de educación, contribuyendo a definir también una nueva manera de estimular la inteligencia y de estrechar las relaciones, un modo incluso de habitar el mundo y de organizarlo.7No un ambiente separado, sino integrado cada vez más, conectado con el de la vida cotidiana. En consecuencia, no un «lugar específico» donde entrar en determinados momentos para viviron line, y de donde salir para volver a entrar en la vidaoff line.

En efecto, uno de los mayores desafíos, en especial para los que no son «digitales nativos», es dejar de ver la red como una realidad paralela, esto es, separada de la vida de todos los días, y acostumbrarse a ver en ella un espacio antropológico entretejido por la raíz con los otros espacios de la vida. La tecnología, en lugar de hacernos salir de nuestro mundo para navegar por el mundo virtual, ha introducido el mundo digitaldentrode nuestro mundo ordinario. Los medios digitales no son puertas de salida de la realidad, sino «prótesis», extensiones capaces de enriquecer nuestra capacidad de vivir las relaciones e intercambiar informaciones.

LA LEVEDAD DE LOS DISPOSITIVOS

La red tiende cada vez más a hacerse transparente e invisible, tiende exponencialmente a no ser ya «otra cosa» respecto de nuestra vida cotidiana. Además, lo sabemos bien: para estar wired, es decir, conectados, no hay necesidad de encontrarnos sentados ante el ordenador, sino que basta con tener un smartphone en el bolsillo,8 quizá con el servicio de notificaciones push activado.9 La red es un plano de la existencia cada vez más integrado con otros planos, y los medios de comunicación parecen estar «disueltos» en el ambiente.10

Pensemos, por ejemplo, en un objeto como el iPad o las tabletas dotadas de sistema Android posteriores al éxito del dispositivo de Apple. Los tiempos de encendido son del todo irrelevantes, así como los de apertura de los diversos programas: es posible pasar ágilmente de un programa a otro de una manera fluida. No existe además nada que me separe de la pantalla: todo se activa con los dedos de la mano, tocando la pantalla. Incluso cuando se quiere escribir un texto con un teclado, este aparece en la pantalla que se toca directamente; y el teclado desaparece cuando ya no se utiliza. Solo en apariencia esas características son superficiales, a nivel antropológico. En realidad, cambian radicalmente las formas de aproximarse a un objeto tecnológico y a la práctica del mundo digital. La relación con la pantalla se vuelve física y el dedo (o los dedos) entra virtualmentedentrode la pantalla. Y a ello se añade el hecho de que tratamos con un objeto ligero (unos 600 gramos), que se puede sostener con la mano y que no requiere para ser usado una postura particular, como es el caso del ordenador de mesa.

Es una evidencia empírica que los pulsadores en general están desapareciendo y que la tecnologíatouch screenforma parte de nuestra vida cotidiana: del uso del cajero automático a loscheck inrápidos del aeropuerto, pasando por las balanzas electrónicas ya muy habituales en los supermercados normales. Con el iPad esta modalidad de relación con los medios digitales se radicaliza, y tienden a desaparecer las barreras visibles entre usuario y producto. De este modo el medio se convierte en una ventana, el acceso a un espacio, un marco abierto al mundo de la red.

Si consideramos la sencillez de uso de un iPad, de las tabletas y de sus aplicaciones, la «máquina» empieza a perder su aura tecnológica y deja espacio a una relación más inmediata y directa, privada de mediaciones visibles. La espera, el umbral y la abstracción (ratón y teclado) se reducen sensiblemente. La máquina que produce esas descargas eléctricas que excitan pequeños cristales en la pantalla o partículas ferrosas en un disco rígido desaparece de nuestra consideración. El objeto se vuelve, de algún modo, «transparente» para la persona que lo lleva en la mano.

Pensemos en tantas acciones como somos capaces de llevar a cabo gracias a instrumentos tan ligeros y portátiles como el iPad, el iPhone y todos lossmartphonesAndroid, sin tener que depender de un espacio determinado y de un tiempo determinado, ni de nuestra misma presencia física: asistimos a acontecimientos o a conferencias sentados a la mesa de nuestro escritorio, yendo por el mundo «como si» estuviéramos en el mismo lugar en que acontecen, hablamos con personas que viven en la otra parte del planeta, etc. Hay, pues, un evidente desplazamiento de lo biológico a lo inmaterial y una fusión entre cuerpo e instrumentos tecnológicos.

UNARE-FORMA MENTIS

El hombre, por tanto, no es inmune al modo como manipula la realidad: no solo se transforman los medios con los que comunica, sino que cambia él mismo y su cultura. Los diversos instrumentos que a lo largo de la historia el hombre ha inventado y ha tenido a su disposición han incidido a gran escala en su modo de vivir y de ser él mismo. Componiendo en síntesis casi una historia de la experiencia humana de la técnica, Pierre Lévy, célebre estudioso de las implicaciones culturales de la información, ha escrito:

Es ese mismo hombre quien habla, entierra a sus muertos y talla el sílex. Al propagarse hasta nosotros, el fuego de Prometeo cuece los alimentos, endurece la arcilla, funde los metales, alimenta la máquina de vapor, corre por los cables de alta tensión, quema en las centrales nucleares, explota en las armas de guerra y las máquinas de destrucción.

Lévy se pregunta retóricamente en estas páginas: «¿Vienen las técnicas de otro planeta, el mundo de las máquinas, frío, sin emoción, extraño a todo significado y a todo valor humano, como una cierta tradición de pensamiento tiende a sugerirlo?». Y su respuesta es clara: «Me parece, por el contrario, que no solo las técnicas son imaginadas, fabricadas y reinterpretadas en el uso de los hombres, sino que es incluso el uso intensivo de los útiles lo que constituye la humanidad en cuanto tal», o mejor, lo que ha contribuido de una manera determinante a su constitución tal como la conocemos. Dicho brevemente: «el mundo humano de entrada es un mundo técnico».11 Así la humanidad del hombre se desarrolla a través de la arquitectura, que le da cobijo y lo acoge; a través de la rueda y la navegación, que le abren nuevos horizontes; a través de la escritura, el teléfono y el cine, que lo llenan de signos. Pensemos en la invención del alfabeto, que tuvo una importancia determinante en muchos aspectos, incluso en el de la convivencia política; es posible ser ciudadano en sociedades complejas porque las leyes se escriben (y se leen). El hombre no sería lo que es sin la existencia del fuego, de la rueda, del alfabeto…

El hombre, además, siempre ha intentado interpretar el mundo mediante tecnologías que le han permitido representar de un modo analógico la realidad, como para la perspectiva lo han hecho la fotografía o el cine: representaciones que abren nuevos espacios cognitivos de interacción entre el sujeto y el mundo externo. La «tecnología», por tanto, no es un conjunto de objetos modernos y vanguardistas.12Forma parte del obrar con el que el ser humano ejerce su capacidad de conocimiento, de libertad y de responsabilidad.13

La red, por tanto, es necesariamente una realidad que atañe cada vez más a la existencia del creyente e incide en su capacidad de comprender la realidad y, en consecuencia, en su fe y su modo de vivirla.

Actuando sobre el mundo de la vida, los procesos mediáticos llegan a dar forma a la misma realidad. Intervienen de un modo incisivo en la experiencia de las personas y permiten una ampliación de sus potencialidades humanas. Del influjo más o menos consciente que ejercen depende en buena medida la percepción que tenemos de nosotros mismos, de los demás y del mundo. Han de ser considerados, sin ninguna clase de prejuicios, como recursos, pese a exigir una mirada crítica y un uso prudente y responsable.14

Es evidente que la red, con todas sus «innovaciones de raíces antiguas», no puede dejar de ejercer un efecto sobre la comprensión de la fe y de la Iglesia. La lógica de la web puede modelar la lógica teológica, e internet ya plantea interesantes desafíos a la comprensión misma del cristianismo, evidenciando tanto conformidades manifiestas como posibles incompatibilidades.

Ya en laRedemptoris missio—esto es, en 1990, un año antes del «invento» de la web y tres años antes de su uso efectivo—leíamos que el trabajo con los denominados medios

no tiene solamente el objetivo de multiplicar el anuncio. Se trata de un hecho más profundo, porque la evangelización misma de la cultura moderna depende en gran parte de su influjo. No basta, pues, usarlos para difundir el mensaje cristiano y el Magisterio de la Iglesia, sino que conviene integrar el mensaje mismo en esta «nueva cultura» creada por la comunicación moderna. Es un problema complejo, ya que esta cultura nace, aun antes que de los contenidos, del hecho mismo de que existen nuevos modos de comunicar con nuevos lenguajes, nuevas técnicas, nuevos comportamientos psicológicos. (n.º 37)

Juan Pablo II intuía bien hasta qué punto era necesaria una re-forma mentis.15

El cristianismo es fundamentalmente un evento comunicativo. Todo en la revelación cristiana y en las páginas bíblicas transpira comunicación: los cielos narran la gloria de Dios, los ángeles son sus mensajeros y los profetas hablan en su nombre. Todo a su manera—ángeles, zarza ardiente, tablas de piedra, sueños, asnos, truenos, susurros y soplos de viento ligero—puede convertirse en uno de los medios con que se realiza esta comunicación. Y el anuncio cristiano tiene en el mandamiento de Jesús «Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda la creación» (Mc 16,15) su impulso motor. Por otra parte, las palabras de Éx 20,4 son precisas: «No te harás ninguna imagen esculpida, ni figura de lo que hay arriba en los cielos, o abajo en la tierra, o en las aguas debajo de la tierra». El Dios del Éxodo pone en guardia contra la construcción de imágenes, contra una tecnología que sustancialmente expone a la idolatría, que reduce al Otro a una cosa entre tantas. En el fondo estos dos versículos bíblicos describen perfectamente la dialéctica constante de los cristianos en la red y de sus planteamientos sobre la tecnología de la comunicación: una cosa es el anuncio que se funda en el conocimiento y la relación y otra muy distinta la tecnología que modela sus ídolos «mediáticos».

La Iglesia está naturalmente presente allí donde el hombre desarrolla su capacidad de conocimiento y de relación; desde siempre ha tenido en el anuncio de un mensaje y en las relaciones de comunión dos columnas que sostienen su ser. He ahí por qué la red y la Iglesia son dos realidades «desde siempre» destinadas a encontrarse.16El reto, por tanto, no debe ser cómousarbien la red, como a menudo se cree, sino cómovivirbien en tiempos de la red. En este sentido, la red no es un nuevo «medio» de evangelización, sino que es sobre todo un contexto en el que la fe está llamada a expresarse no por una mera voluntad de presencia, sino por la connaturalidad del cristianismo con la vida de los hombres.17

LA ESPIRITUALIDAD DE LA TECNOLOGÍA

La tecnología no es solamente, como piensan los más escépticos, una forma de vivir la ilusión de dominar las fuerzas de la naturaleza con miras a una vida feliz. Sería reductivo considerarla solamente fruto de una voluntad de poder y de dominio. Es más bien «un hecho profundamente humano, vinculado a la autonomía y libertad del hombre». En la técnica se manifiesta y confirma el dominio del espíritu sobre la materia,18 y a la vez se manifiestan las aspiraciones del hombre y las tensiones de su ánimo. La tecnología es la fuerza de organización de la materia debida a un proyecto humano responsable. En este sentido la técnica es ambigua, porque la libertad del hombre puede estar también impulsada por el mal.19 Justamente por esta naturaleza suya, la tecnología incide en el modo de entender el mundo y no solo de vivirlo:

Es imposible separar lo humano de su entorno material ni de los signos e imágenes a través de los cuales da sentido a su vida y a su mundo. Por lo mismo, no se puede separar el mundo material —y aún menos su parte artificial— de las ideas a través de las que los objetos técnicos son concebidos y utilizados, ni de los humanos que los inventan, los producen y se sirven de ellos.20