Confesiones a Alá - Saphia Azzerddine - E-Book

Confesiones a Alá E-Book

Saphia Azzerddine

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Beschreibung

¿Cómo sobrevivir en un mundo donde las mujeres no tienen ningun estatus?

Jbara vive en las montañas del Magreb, entre sus padres, sus cinco hermanos y su rebaño. La pequeña y pobre pastora, reducida al rango de criada por un padre ignorante y brutal, se prostituye a veces por algunas golosinas. Es bella, pero no lo sabe. En un pueblo donde las mujeres, literalmente, no son nada, ella todavía no sabe que su belleza es un poder. Hasta que un día una maleta caída de un coche de turistas americanos le revela otro mundo. Empieza trabajando de mujer de la limpieza para decantarse, poco a poco, por el mundo de la prostitución de lujo, la cárcel, los narcotraficantes.

Un testimonio implacable sobre la opresión de las mujeres. Un grito de rebelión. Pero también, más allá de la desesperación y la miseria, la oración conmovedora de una mujer que se mantiene en pie frente a dios y a los hombres, con un confidente un tanto especial, el mismísimo Alá.

EXTRACTO

Tafafilt es la muerte y, sin embargo, aquí me tocó nacer. Me llamo Jbara. Al parecer, soy muy guapa pero lo desconozco. Me importa un comino ser guapa o no. Soy pobre y vivo en el culo del mundo. Con mi padre, mi madre, mis cuatro hermanos y mis tres hermanas.
Los pobres follamos como animales simplemente porque es gratis.
El caso es que nadie me dijo entonces que era guapa. En mi casa, no decimos ese tipo de cosas. La belleza no cuenta en Tafafilt; no aporta nada.

LO QUE DICE LA CRÍTICA

Saphia Azzeddine se ha consagrado como una de las voces más estremecedoras y directas de la narrativa actual francesa, como deja constancia en esta su primera novela.

La picaresca del Lazarillo de Tormes, hoy, en una mujer del Magreb.

SOBRE LA AUTORA

(Agadir, Marruecos, 1981) De ascendencia normanda y marroquí, Saphia Azzeddine vivió su infancia en Agadir y, a partir de los nueve años, en Ferney-Voltaire (Francia). Estudió en la Facultad de Literatura, se licenció en sociología, vivió en Houston, trabajó como assistante diamantaire en Ginebra y se convirtió en periodista, guionista y escritora. Su primera novela, Confesiones a Alá ha sido adaptada al teatro en el Festival Off d’Avignon en 2008, con puesta en escena de Gérard Gélas. En 2009 se presentó en el Théâtre du Petit-Montparnasse y de nuevo en el Festival Off d’Avignon y hasta septiembre de 2010 el espectáculo ha estado de gira por Francia, Suiza, Bélgica y Luxemburgo. En 2010, Saphia actuó en la película de Olivier Baroux L’Italien y publicó su tercera novela, La Mecque-Phuket, protagonizada por dos hermanas de origen magrebí. Su segunda novela, Mi padre es mujer de la limpieza, ha sido adaptada al cine en 2010, Saphia ha dirigido este largometraje.

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Para mi padre, iconocasta y visionervio.

1

Tafafilt es la muerte y, sin embargo, aquí me tocó nacer. Me llamo Jbara. Al parecer, soy muy guapa pero lo desconozco. Me importa un comino ser guapa o no. Soy pobre y vivo en el culo del mundo. Con mi padre, mi madre, mis cuatro hermanos y mis tres hermanas.

Los pobres follamos como animales simplemente porque es gratis.

El caso es que nadie me dijo entonces que era guapa. En mi casa, no decimos ese tipo de cosas. La belleza no cuenta en Tafafilt; no aporta nada. Es más, aquí no sabemos distinguir lo bello de lo que no lo es. Mi padre sería incapaz de deciros si soy guapa, tampoco mi madre. Más bien dirían algo como: «¡Jbara es una niña muy trabajadora!». La belleza es una noción de ricos. Así que, de momento, digamos que soy trabajadora. En mi pueblucho reina la ignorancia. De hecho, no he recibido educación alguna, pero sí gritos, golpes y prohibiciones. Sí, sobre todo prohibiciones. En mi casa, todo esharam[1]. Incluso yo soyharam, pero eso también lo desconozco.

Mientras me penetra, no pienso en otra cosa que en mi Raïbi Jamila, un delicioso yogur de granadina que bebo a través de un pequeño agujero que hago en la base. Sospecho que lo que hago esharam. Para empezar, lo hacemos a escondidas. Puesto que no hay nada en Tafafilt, me consuelo pensando que Alá no lo ve… con un poco de suerte… Él no está aquí aunque esté en todos lados. ¿Cómo reprochar a Dios que aparte la mirada de este muladar? Yo haría lo mismo si estuviese en su lugar.

Apesta, pero como yo también apesto, el efecto acaba anulándose: los dos olemos bien. Me fijo en los yogures, el paquete de galletas de chocolate y los chicles que hay en la bolsa de plástico. Él gime como un cerdo. Menuda pinta de idiota. Menos mal que me toma por detrás, así no puedo verlo. Un día giré la cabeza; ponía unas caras para partirse. A mí me entró la risa floja, pero él ni se inmutó… Siguió follándome como un camello con las pelotas empapadas en sudor.

En cuanto termina, algo que se asemeja a la leche agria se me desliza por los muslos. Al secarse, se me pega al vello. Es asqueroso. Tengo 16 años y no sé que se llama esperma. Solo cuento con mis referencias. Y los pobres sabemos perfectamente el aspecto que tiene la leche agria. Qué más da, he conseguido mi Raïbi Jamila. Para mí es el mayor de los placeres. Es rosa, dulce y me hace sonreír al instante. Él se llama Miloud; es marrón, amargo y me da arcadas. Un día, mientras se la chupaba, le olí sin querer el pliegue de los huevos y por poco vomito. Creo que habría preferido comer caca. Después, como siempre, una vez se coloca esos calzoncillos adornados con una mancha marrón y sus pantalones agujereados por todas partes, se marcha hacia ninguna parte. Yo me subo las bragas: un trozo de algodón completamente deformado con una pequeña costra blanquecina a la altura del sexo.

Dejen de hacer «¡puajh!». No puedo sacar poesía de donde no la hay. Ya les he dicho que soy pobre. La miseria huele a culo. Y el culo de Miloud no ha conocido nunca el agua. Se limpia con piedras y se seca con arena. Es pastor y vive en un pueblucho que queda a unos cincuenta kilómetros de mi casa. Pasa por aquí de vez en cuando para hacer negocios con tipos como él. Y también para divertirse conmigo.

Un día, mi madre, la pobre, me dijo que lo másharamen esta vida era dejar de ser virgen. Su padre se lo dijo. Su marido se lo confirmó. Yo habría dado cualquier cosa por no decepcionarla, pero el Raïbi Jamila siempre estuvo por encima de todo. Creo que incluso por encima de Alá. No es quecompare a Alá con un Raïbi, no tendría sentido alguno. Solo digo que el Raïbi me deja un sabor dulce en la boca mientras que Alá, hasta ahora, no me ha dejado nada de nada…

Y es que siempre hay que temerlo. Mi padre solo evoca su nombre para decirme que, si sigo haciendo tonterías, Él me va a castigar. Un día se me ocurrió mencionar que hacía demasiado calor, que era un día agotador. Pues bien, me soltó una bofetada. Según el muy imbécil, como es Alá quien decide el tiempo, acababa de blasfemar. Imagino que ya se habrán hecho una idea de cómo es mi padre. Es un ignorante y lo ignora. Un verdadero cáncer por sí solo. No sabe hacer otra cosa que gritar. Gritar a las chicas, a ser posible. Pobre hombre, mi padre. Es un imbécil. Un pobre imbécil.

Estoy algo mosqueada con Alá por dejar que me pudra en este agujero de ratas. A la derecha, hay montañas; a la izquierda, más montañas. Y en medio estamos nosotros, nuestra jaima de piel de cabra y nuestro rebaño de ovejas. Soy yo quien se ocupa de ellas. Las quiero mucho. Son graciosas y muy bonitas. Es cierto que suelo gritarles, pero es que no sé expresarme de otro modo. No existe otro modo de expresión en mi casa. Excepto cuando mi padre no está, y que reina un silencio absoluto. Suele ir a casa delfkih[2]del pueblo de al lado. Unfkihes —¿cómo decirlo sin ser maleducada?— es… es una especie de imán. Qué va. No, nada que ver. No estaría siendo justa con los imanes de verdad. No, unfkihes a menudo el más idiota del pueblo, aquel que no da un palo al agua y que, con tal de no trabajar, decide convertirse en imán. Bueno, así es como se hace llamar. Un verdadero imán suele ser un buen hombre que no hace mal a nadie. Ser el representante de Alá en la tierra no es moco de pavo, hay que estar a la altura. En cambio, muchosfkihsson unos incultos que no saben leer ni escribir. Y casi siempre les huelen los pies. Son unos parásitos que comen gratis; unos caraduras que viven a costa de pobres e ignorantes. Unos auténticos gilipollas a los que todos los pobres respetan y temen. Mi padre el primero.

El muy hijo de puta delfkihle ha dicho que lo másharamde loharames perder la virginidad. ¡Vaya, hombre! En el fondo, no acabo de entender qué más da que te la hayan metido o no. Lo que ocurre, por lo visto, es que el mundo entero gira alrededor de ese agujero. La obsesión del macho desde hace miles de años… ¡Si ese agujero ni siquiera es suyo, coño!

En cualquier caso, un día Miloud me dijo que no me la metía entera y que una deja de ser totalmente virgen cuando ha perdido el pelo de ahí abajo. Así que todos los días, me examinaba con atención. Y el matojo seguía en su sitio. No recuerdo muy bien si me tragué el cuento o simplemente me vino bien creer lo que decía Miloud. Lo digo de verdad. Por otra parte, nadie me explicó nunca cómo son las cosas; todo lo que sabía era que cualquier cosa que girara alrededor del triángulo de las Bermudas eraharam. En mi familia, no se habla del tema, es tabú. Preferimos no decir nada. Es más fácil prohibir. En realidad, creo que el simple hecho de hablar es tabú para los míos. Si no se habla, nada cambia. Y si nada cambia, mejor para los miedosos.

Qué suerte conseguir galletas de chocolate y yogures por tan poca cosa. Mis hermanos y hermanas no conocen el sabor del Raïbi Jamila. No podía darles a probar, pónganse en mi lugar. Si lo hubiese hecho, me habrían preguntado de dónde los sacaba. Habría tenido que confesar que los conseguía follando con Miloud. Y entonces se habría armado una buena, ¿no? Mientras que a mí no me suponía gran cosa follar con Miloud. Lo hacía y punto. Con perdón, supongo.

2

Se aleja sin volver la vista atrás, como de costumbre, y yo bebo mi Raïbi Jamila a sorbos atragantados sin dedicarle una sola mirada. Miloud tiene los dientes marrones, torcidos, con restos de lentejas en los huecos traseros; las manos ásperas, unas uñas bajo las que asoma una mugre incrustada de por vida, y un turbante azul alrededor de la cabeza. Hoy puedo decir que era más feo que un dolor pero, por aquel entonces, ni siquiera se me pasó por la cabeza hacerme semejante pregunta. «Él es», hasta ahí llegaba. Hoy preferiría revolcarme en un charco de pus antes de volver a lamer los huevos de Miloud. Y eso que, en aquella época, lo hacía por un yogur de granadina. «Raïbi Jamila la la la la…¡Il yogor qui adoran los piquinios!». Más tarde vi el anuncio en la tele y me dije que tenía mucha suerte de comer algo que aparecía en televisión. Tuve la sensación de existir, de tener algo en común con el resto de la gente. Fue una sensación extraña.

De momento, no soy más que una pastora de Tafafilt. No conozco nada más que esto. Mis ovejas son lo único que tengo. Bueno, no, mi madre también. Quiero a mi madre. Aunque no estoy segura de quererla como los demás quieren, con sentimientos y todo eso. Yo quiero a mi madre porque me da pena. Siempre baja la mirada y farfulla para sí misma como una loca. Unas veces, recita el único verso del Corán que conoce y, otras veces, habla con sus zanahorias. Mi madre pone cebolla en todos sus platos para poder llorar en paz. Está completamente encorvada porque vivimos en una jaima. Pero lo que más me asombra de ella es que soporte a mi padre. Mi padre es un cabronazo. Hay muchas cosas que ignoro, pero eso lo he sabido siempre. Detesto todo en él. Por más que intente compadecerme de él, no lo consigo. Incluso me alegré cuando otro pastor lo molió a palos por no haberle pagado una oveja. Disfruté viéndolo en el suelo, humillado, jurando por su honor que se vengaría. Cierra esa bocaza. ¿Quién eres tú para hablar de honor?

Sé que no soy justa. Él no tiene la culpa; es un imbécil y punto. Pero aborrecerlo es un asunto de supervivencia. De no hacerlo, ¿cuándo y cómo empiezo a existir yo? Cuando habla, la comisura de sus labios queda cubierta por una sustancia blanquecina. Me da asco, y mira que yo apesto. Lo sé. No lo puedo ver, y lo digo sinceramente. Es una pena, pero así es. Sigue al pie de la letra todo lo que cuenta elfkih, y eso acaba por sacarme de quicio.

Ah, esos imbéciles, ¡cuánto saben!

—Ese hombre del pueblo de Bti Kheir que murió el viernes tras la oración de la noche… Lo enterraron al día siguiente, que Dios lo tenga en su gloria. Todo el mundo vio que estaba muerto, incluso empezaba a ponerse azul. Al cabo de tres días, su viuda fue a abrir la puerta de su casa y ¿con quién se encuentra? ¡Con su marido! ¡Como lo oyes! Su marido que había vuelto. ¡Que Dios me mate si miento, Él es mi testigo! La mujer se desmayó y cuando volvió en sí, su marido empezó a contar por todo el pueblo lo que había visto bajo tierra…

Mi madre, que no apartaba la vista de su boca podrida, le rogaba con diligencia que prosiguiera. Y mi padre contestó:

—No llevaba suficiente encima, peroInch’Allahmañana no me pillará desprevenido…

Al día siguiente, se llevó una oveja consigo para poder oír el final de la historia. De esa historia de mierda. ¡Qué desperdicio! Entenderán ahora por qué lo odio tanto. Aquellas eran las únicas ocasiones en las que hablaba sin chillar y utilizaba el pretérito en sus frases. No sabía conjugarlo, solo se limitaba a repetir las cosas. Les ahorraré el final de la historia aunque, en resumen, venía a decir que Dios dijo a aquel tipo que todas las mujeres debían llevar el velo y cubrirse los tobillos y cerrar la boca y permanecer en la cocina y… Eso fue lo que aquel hombre escuchó bajo tierra. Mataron a mi oveja por eso. Y tanto mi padre como mi madre se lo tragaron.

Yo escuchaba a hurtadillas y, consumida por la rabia, me di de golpes contra el suelo. Aunque hubiese nacido aquí, aunque no conociese otro lugar, no podía soportarlo: era la única a la que esas historias le sonaban a chuminadas, la única que no temía plantearse cosas así. Y decirlo no habría servido de nada.

En mi casa, todos cenamos del mismo plato y nuestra cuchara es nuestro dedo pulgar. Solemos comer lentejas, judías verdes, patatas con trozos grasientos. Después tomamos té en el que mojamos pan duro.

Y, dos veces por semana, veo pasar el autobús. Pasa una vez los miércoles por la tarde y otra el sábado por la noche. No se me ha escapado ni una sola vez. He visto miles de siluetas viajar hacia alguna parte. Más de una vez soñé que era yo una de esas personas, que me dirigía a la gran ciudad. Y ahí se acababa el sueño porqueme costaba imaginar cómo sería la gran ciudad. Solo sé que es tentadora. Para empezar, es grande. Y dado que elfkihsiempre dice que la gran ciudad esharam, más interés tengo en verla…

Cuando oigo que el autobús se acerca, asomo la cabeza por la puerta de mi casa de piel de cabra. Reparo en las siluetas dormidas, otras que se mueven. Se van. No importa a dónde. O quizás regresen de alguna parte. A menudo he pensado que un día me lanzaría bajo las ruedas del autobús para hacerlo detener y ver así cómo es por dentro. No pido nada más. Simplemente ver a esas personas que van de un lado a otro. Pero luego me digo que podría morir en el intento y no solo no vería el autobús ni a sus pasajeros, sino que también adelantaría el momento en que las llamas del infierno me quemen el chichi por todo el mal que ha hecho. Sí, porque ¿no vamos a hablar del bien que ha hecho? Claro que no. ¿Y eso?

La mayoría de los coches o camiones que pasan por el camino que une Zarfhir con Belsouss lo hacen por contrabando; también hay taxis compartidos. Si no es ni lo uno ni lo otro, son turistas.

Un día, algunos pararon frente a mi casa y vinieron a vernos. Hablaban otro idioma y avanzaban muy despacio con una bandera blanca. Eran americanos. Mi padre salió vociferando, como es lógico, pero en cuanto vio el billete, se encorvó como un zurullo fresco. ¿Quién es la puta en el fondo? ¿Yo por abrirme de piernas o él por inclinar el cuerpo? A fin de cuentas, he tenido un buen maestro…

Se tomaron unas cuantas fotos con nosotros; chocamos las manos y dijeronchoukwane[3]unas mil veces. Los niños jugaron con nuestros conejos y nuestras ovejas. Todo el mundo reía. Yo también. Me arrepiento de haber reído aquel día más que de haber follado por un Raïbi Jamila.