Conflicto de fuerzas - Pauline E. Hopkins - E-Book

Conflicto de fuerzas E-Book

Pauline E. Hopkins

0,0

Beschreibung

Pauline E. Hopkins (1859-1930), intelectual, activista y escritora, ha sido considerada por la crítica como la principal responsable de crear el ambiente propicio para que en el rancio Boston de principios del siglo XX naciera un primer florecimiento de las letras afroamericanas. "La escritora negra más productiva de principios del siglo XX", publicó cuatro novelas, siete narraciones, un breve compendio histórico, varios ensayos biográficos y una gran variedad de artículos periodísticos. El redescubrimiento de la escritora es una pieza crucial para recomponer el puzle literario norteamericano. "Conflicto de fuerzas" es una novela que reescribe la historia de Estados Unidos desde el punto de vista de la historia afroamericana. Una fabulación que pretende erigirse en correctivo de la imagen estereotipada, aceptada y fomentada por los Estados Unidos de la época, del hombre y de la mujer afroamericanos, según la cual la perversión de la imagen del negro permitía a los defensores de la supremacía del hombre blanco continuar con su política de fraudulento robo de derechos, linchamientos y segregación racial.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 803

Veröffentlichungsjahr: 2012

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Pauline E. Hopkins

Conflicto de fuerzas

Una novela ilustrativa de la vida de los negros del Norte y del Sur de los Estados Unidos

Contenido

Cubierta

Introducción

1859-1876. Infancia, adolescencia y primeros años de juventud

1877-1899. Inicios de una carrera artística: la escritura dramática, la actuación y el canto

1900-1904. Cambio de rumbo: Pauline E. Hopkins, «consejera sabia» en «Colored American Magazine»

Crueles guerras intestinas dentro de la comunidad afroamericana: la hostilidad de Booker T. Washington y el cese de Pauline E. Hopkins en la plantilla de «Colored American Magazine»

1905-1930. La vida tras «Colored American Magazine»

«Contending Forces: A Romance Illustrative of Negro Life North and South» (1900)

Bibliografía

CONFLICTO DE FUERZAS

Prefacio

Capítulo I. Una retrospectiva del pasado

Capítulo II. Antes de la guerra

Capítulo III. «La calma que precede a la tormenta»

Capítulo IV. La tragedia

Capítulo V. La casa de huéspedes de Ma Smith

Capítulo VI. La casa de huéspedes de Ma Smith. Conclusión

Capítulo VII. Amistad

Capítulo VIII. La reunión de costura

Capítulo IX. «El amor se apoderó del arpa de la vida»

Capítulo X. La feria

Capítulo XI. Fin de la feria

Capítulo XII. Un político de color

Capítulo XIII. La Liga Americana de Color

Capítulo XIV. Luke Sawyer habla a la liga

Capítulo XV. Will Smith defiende a su raza

Capítulo XVI. John Langley consulta a Madame Frances

Capítulo XVII. La cena del Club Canterbury

Capítulo XVIII. Lo que trajo el domingo de Pascua

Capítulo XIX. Una flecha amarga

Capítulo XX. Amor de madre

Capítulo XXI. Muchos días después

Capítulo XXII. «Y él los llevó hasta el puerto deseado»

Créditos

INTRODUCCIÓN

Al ser sólo mujer, apenas me han hecho caso.

Carta de Pauline E. Hopkins a John E. Bruce,

6 de abril de 1906

A Nina

EN octubre de 1900, dos décadas antes de que surgie ra la extraordinaria eclosión literaria del llamado Renacimiento de Harlem, publicó su primera novela, Contending Forces, Pauline E. Hopkins (1859-1930), la intelectual, activista y escritora considerada por la crítica como principal responsable de crear el ambiente propicio para que en el rancio Boston de principios de la nueva centuria naciera un primer florecimiento de las letras afroamericanas (Carby, 1988: xxxi). Triste es, sin embargo, que unos pocos años después Hopkins hubiera pasado ya al olvido, a pesar de haber sido «la escritora negra más productiva de principios del siglo XX» (Yarborough, xxviii). Es ésta una afirmación atinada puesto que de 1900 a 1905 publicó cuatro novelas, siete narraciones, un breve compendio histórico, dos docenas de ensayos biográficos y una gran variedad de artículos periodísticos, editoriales y columnas de opinión. Estas contribuciones merecen atención no sólo por su cantidad, sino por la relevancia que encierran desde el punto de vista de la crítica social, el periodismo de opinión, la dramaturgia, la novelística y la historia literaria y política de los Estados Unidos de entre siglos. El redescubrimiento de la escritora, que culmina con el establecimiento en mayo de 2009 de la Pauline Hopkins Society1, ha sido uno de los acontecimientos más notables ocurridos en los últimos años dentro del campo de estudio de la literatura afroamericana. Prácticamente desconocida y pasada por alto durante gran parte del siglo XX, la recuperación de Hopkins se inserta dentro de los esfuerzos académicos de las últimas décadas de este pasado siglo por rescatar a autores y autoras olvidados o arrinconados en notas a pie de página, cuyas obras, sin embargo, son piezas cruciales a la hora de recomponer el puzle literario norteamericano2.

Los primeros estudios sobre Hopkins se publicaron a principios de la década de 1970. A raíz de la nueva edición de su novela Contending Forces en 1968 por Mnemosyne Publishing (Miami, Florida), fue Ann Allen Shockley la primera estudiosa que se ocupó de la escritora, en «Pauline E. Hopkins: A Biographical Excursion into Obscurity» (1972). En 1978, la Southern Illinois University Press realizaría una nueva edición de Contending Forces acompañada por un epílogo de una poeta afroamericana de extraordinario renombre, Gwendolyn Brooks, para quien Hopkins no acababa de consolidarse como una voz potente ni a nivel literario ni tampoco reivindicativo, puesto que sus protestas no habían llegado todo lo lejos que habrían debido. Durante la década siguiente y con la exuberante eclosión de los estudios afroamericanos, las aproximaciones a la escritora y a su obra fueron cambiando radicalmente3.

Si en el campo de la crítica de la obra de Hopkins se ha avanzado notablemente en las últimas décadas, lo mismo ha ocurrido en el de su biografía. Dos son los títulos primordiales para abordarla: Pauline E. Hopkins: A Literary Biography (2005) de Hanna Wallinger, y Pauline Elizabeth Hopkins: Black Daughter of the Revolution (2008) de Lois Brown. Entre la publicación del volumen de Wallinger y el de Brown, apareció en 2007 una magnífica antología de la obra ensayística, epistolar y periodística de Hopkins a cargo de Ira Dworkin, Daughter of the Revolution: The Major Nonfiction Works of Pauline E. Hopkins, que pone al alcance del lector una amplia selección de textos difíciles, cuando no imposibles de encontrar.

A tenor de la información existente en estos momentos, Hannah Wallinger divide el periplo vital de Hopkins en tres periodos principales que giran alrededor de sus tareas editoriales, pero que aquí intentaremos subdividir para una mejor comprensión de su carrera. Una primera parte va de 1859 a 1900, e incluye su nacimiento y juventud, además de sus años como cantante y actriz, y su experiencia como estenógrafa en la década de 1890. Esta primera etapa es decisiva porque sienta las bases de lo que será su vida a partir del cambio de siglo. En estos años conocerá a muchos hombres y mujeres importantes de la vida social, política y cultural afroamericana y desarrollará una importante carrera como integrante del grupo de los Hopkins’s Colored Troubadours. Una segunda etapa cubre los años de 1900 a 1904. Ésta será la más prolífica en cuanto a producción escrita, puesto que Hopkins se dedicará al periodismo, entrará a formar parte de la plantilla de la Colored American Magazine de Boston y de Voice of the Negro de Atlanta. Y una última parte, de 1905 hasta su muerte en 1930, comprenderá el comienzo de su desaparición pública y su olvido como escritora y periodista. En 1916 intentaría un último proyecto editorial, la New Era Magazine; compondría una novela que no llegaría a ultimar, Topsy Templeton, y publicaría una narración, «Converting Fanny», con el pseudónimo de Sarah A. Allen. Sin embargo, al final, acabaría trabajando de estenógrafa, sin conseguir participar en la enorme eclosión creativa del Renacimiento de Harlem, de la misma manera que ocurrió con otros activistas contemporáneos suyos, como William Monroe Trotter y Anna Julia Cooper, y con escritores como Sutton E. Griggs, Charles W. Chesnutt, Paul Laurence Dunbar y Alice Moore Dunbar-Nelson, entre otros muchos.

En definitiva, el escollo principal a la hora de estudiar la obra de Hopkins gira en torno a la necesidad de recuperar los contextos políticos, institucionales y culturales en que vivió y trabajó. Las referencias al acontecer histórico en que se desenvolvió su existencia como intelectual negra de entre siglos resultan perentorias, porque Hopkins no escribió nada que no pueda considerarse una respuesta directa y contundente al clima de racismo imperante en los Estados Unidos de finales del siglo XIX y principios del XX.

1859-1876. INFANCIA, ADOLESCENCIA Y PRIMEROS AÑOS DE JUVENTUD

Pauline E. Hopkins nació en Portland, Maine, en 1859, en el seno de una familia de color libre. Su padre se llamaba Benjamin Northrup y era miembro de una de las familias negras más comprometidas políticamente de Rhode Island. Su madre, Sarah Allen, era descendiente también de una reputada estirpe de abolicionistas, por lo que, como explica Lois Brown, «el matrimonio representaba una prometedora alianza de familias de Nueva Inglaterra que durante generaciones habían estado luchando a favor del abolicionismo, la desaparación de la segregación educativa y la justa representación política de la raza» (2008: 41).

Si bien se desconoce la fecha exacta, se sabe que cuando la pequeña Pauline contaba una corta edad, su familia se trasladó a vivir a Boston, una ciudad que por aquel entonces no pasaba de unos ciento cincuenta mil habitantes, de los que sólo el dos por ciento eran negros. La urbe había sido y continuaba siendo bastión del antiesclavismo de preguerra y Hopkins se hallaba ligada por parentesco a algunos de los nombres principales de la lucha abolicionista. Según ella misma escribe en un texto autobiográfico en que intenta legitimarse como orgullosa sucesora de una dinastía entregada a la lucha racial —publicado en Colored American Magazine en enero de 1901, dos meses después de publicarse Contending Forces—, por la parte materna descendía de los hermanos Paul, los reputados ministros baptistas de Boston. Thomas Paul, el más notorio de entre ellos, fue dirigente de la First African Baptist Church de Boston de 1806 hasta 1829, dos años antes de su fallecimiento en 1831.

El linaje antiesclavista de Hopkins no se acababa con los Paul. La escritora era también sobrina nieta, por parte de madre, de James Monroe Whitfield (1822-1871), quien se cree que era descendiente de una de las hermanas del reverendo Thomas Paul. Whitfield fue un ardiente defensor del proyecto de emigración para los negros que respaldó el afroamericano Martin R. Delany durante la década de 1850, además de poeta social y escritor antirracista. En el artículo autobiográfico de Colored American Magazine (1901), Hopkins identifica a Whitfield como «el poeta de California», cuyos poemas «se encuentran en todas las bibliotecas de la costa del Pacífico» (218, cit. Wallinger, 20).

El texto autobiográfico escrito por Hopkins detalla con minuciosidad estos antecedentes familiares, pero curiosamente, no proporciona el nombre de su madre, aunque sus estudiosos la identifican como Sarah Allen, uno de los pseudónimos que la propia escritora utilizaría en un posible gesto de reconocimiento y afecto hacia ella a lo largo de su corta carrera literaria.

Tras el traslado de la familia a Boston, la pequeña Pauline se educó en sus escuelas públicas y acabó los estudios en la prestigiosa Girls’ High School. El primer ejercicio literario suyo del que se tiene noticia es una redacción que compuso para presentarse a un concurso organizado en 1874 por la Congregational Publishing Society de Boston, dirigido a los jóvenes de color de las instituciones educativas de la ciudad, que ofrecía un premio de diez dólares de oro, y cuyo tema versaba sobre «Los males del consumo de alcohol y sus remedios». La joven, que en aquel entonces contaba quince años, ganó el certamen y vio publicado su trabajo. Las invectivas que la adolescente lanzaba contra el alcohol eran propias del contexto religioso de la época que condenaba la intemperancia como una lacra moral y social.

Es muy probable que el premio le fuera entregado por William Wells Brown, el exesclavo autor de una popularísima narración sobre sus años en esclavitud, Narrative of William W. Brown, a Fugitive Slave (1847), y de la que sería la primera novela afroamericana, Clotel; or, The President’s Daughter. Era ésta una novela histórica con una clara intención abolicionista que trata sobre la historia de la hija mulata de Thomas Jefferson4.

Hopkins se convirtió en ávida lectora del escritor y, como haría con otros autores de su gusto, se inspiró y reutilizó la producción de Brown dentro de su propia literatura. De hecho, la lectura de los clásicos y escritores contemporáneos parece ser que fue decisiva en el proceso que Hopkins siguió para continuar con una educación que le permitiría dedicarse a la creación y al periodismo en décadas siguientes, puesto que hacia la edad de veinte años eligió la que sería su carrera durante casi dos décadas: el teatro y el mundo del entretenimiento popular. Con respecto a este periodo de su vida se abren muchos interrogantes. Hannah Wallinger opina que el campo del espectáculo en que empezó a trabajar Hopkins como dramaturga, actriz y cantante encerraba riegos para la reputación de una afroamericana de clase media. El rígido código de urbanidad que regulaba la vida de las mujeres blancas y de las afroamericanas de las clases pudientes, tanto en lo que a comportamiento, vestimenta y moralidad se refiere, no contemplaba el teatro como un espacio respetable para las damas. Sin embargo, como señala Wallinger, sí que es muy probable que la carrera que Hopkins emprendió como dramaturga y actriz y la popularidad que alcanzó le sirvieran para afianzar una fuerte personalidad, desplegar unas actitudes ciertamente poco convencionales y, sobre todo, desarrollar una enorme valentía a la hora de reivindicar los derechos de los afroamericanos y de las mujeres (Wallinger, 28).

1877-1899. INICIOS DE UNA CARRERA ARTÍSTICA: LA ESCRITURA DRAMÁTICA, LA ACTUACIÓN Y EL CANTO

En octubre de 1863, cuando Pauline contaba cuatro años de edad y habían pasado tres meses desde de la batalla de Gettysburg —un enfrentamiento considerado crucial dentro de la guerra civil porque marcó el inicio de la ofensiva de la Unión y el desastre para la Confederación—, la madre de Hopkins inició los trámites de divorcio alegando como motivos el adulterio de su esposo. Al año siguiente, en 1864, Sarah Allen contrajo nuevo matrimonio con William A. Hopkins, un veterano de la guerra, junto con quien permanecería hasta su muerte y a quien su propia hija aceptaría como verdadero padre, como prueba el hecho del cambio de apellido. Este nuevo enlace de la madre y la creación de una nueva familia para la pequeña es interpretado por Lois Brown como parte «de los esfuerzos de los negros bostonianos por crear y preservar una clase media activa, poderosa y cada vez más cohesionada» (2008: 45).

A finales de la década siguiente, en 1877, acabaron los años de la Reconstrucción radical con la retirada de las tropas federales del Sur. Esta fecha inicia el periodo tradicionalmente conocido por el nombre con que el historiador Rayford W. Logan lo acuñó en 1954: «el nadir de la historia de los negros». El compromiso de 1877, por el que se libraba a los estados exconfederados de la presencia militar federal, fue principalmente resultado de los esfuerzos de los magnates de la industria, ansiosos por explotar las oportunidades comerciales de lo que se denominó el «Nuevo Sur», que contaron con un apoyo nacional mayoritario, entre otros el de la prensa norteña.

Éste es el momento en que una joven Pauline E. Hopkins de dieciocho años debuta como actriz principal en una producción de la Progressive Musical Union de Boston, titulada Pauline; or, The Belle of Saratoga, a Cantata in Two Acts. Esta compañía formaba parte de una asociación dirigida por Elijah Smith, poeta reconocido y familia de los Paul, en la que la joven había cantado por primera vez dos años antes. La pasión por el canto y el teatro de Hopkins surge dentro de una comunidad que la aplaude y que pronto la ensalzaría como «la soprano de color preferida de Boston» (Brown, 2008: 89). Estas primeras actuaciones fueron las que la empujaron a iniciar lo que sería su carrera artística dentro del campo de la dramaturgia y del canto. A pesar de que, como señala Jessica Metzler, esta trayectoria es una de sus facetas más olvidadas por la crítica revisionista actual, Hopkins destaca, sin embargo, por ser la primera dramaturga de la historia afroamericana y por actuar en unas obras que fueron representadas por los actores más célebres del momento, en concreto Sam Lucas y las hermanas Anna Madah y Emma Louise Hyers.

Hopkins comienza, pues, su periplo como escritora de teatro en 1879, el mismo año en que miles de afroamericanos, alertados por los rumores de una nueva reinstitución de la esclavitud, empezaron a abandonar algunos estados sureños hacia Kansas, el estado donde el mártir abolicionista John Brown había luchado por la libertad de los esclavos y que ahora se había convertido en tierra de promisión para estos denominados exodusters. Es entonces cuando Hopkins compone y estrena Slaves’ Escape; or The Underground Railroad, pieza que registró como propiedad intelectual suya en aquel año y a la que con posterioridad cambiaría el título y llamaría Peculiar Sam; or, The Underground Railroad, además de acortarla de cuatro a tres actos5.

La obra ha merecido poca atención crítica porque está repleta de estereotipos raciales y ha sido despreciada como parte poco significativa de la etapa de juventud de su autora, si bien muestra las aparentes contradicciones que caracterizan la producción de Hopkins en su totalidad. El estudio de la historia de sus distintas representaciones evidencia, sin embargo, la naturaleza controvertida del público decimonónico que la disfrutó, un público que ya por entonces se enfrentaba a una serie de conflictos de clase y de una ideología que iba adquiriendo rápidamente los tintes de racismo que dominarían a finales de la década de 1890. Si por una parte la representación teatral de la negritud hace que la pieza se sitúe en un momento de transición en la carrera de Hopkins, por otra, la forma en que se manipulan los estereotipos raciales lanza ya luz sobre lo que será su futura producción novelística y periodística a partir de 1900 y su dedicación a la mejora racial (Metzler, 102).

Por otra parte, la composición ha de interpretarse como fruto no sólo del interés personal de Hopkins por el musical, sino de la extraordinaria celebridad que a finales de la década de 1870 gozaba el género del minstrel show. El espectáculo de minstrel consistía en una mezcla de canciones, bailes y diálogos en clave cómica y burlesca, interpretados por blancos norteños maquillados y disfrazados de negros, en que se parodiaba al negro, en especial al esclavo sureño, como ser grotesco y donde la esclavitud aparecía como algo divertido y natural.

La pieza teatral de Hopkins fue producida y representada por varias compañías, entre ellas la Sprague’s Underground Railroad Company, que la incluyó en su repertorio cuando inició una gira por algunos estados del medioeste y la estrenó el 24 de marzo de 1879 con el título de The Flight for Freedom, una versión de cuatro actos, en la Opera House de Rockford, Illinois. En Boston se representó por primera vez, como señala Eileen Southern, el 8 de diciembre de 1879 en la sala de la Young Men’s Christian Union (xxiv), si bien la representación que mayor atención ha atraído entre los investigadores de la autora es la que tuvo lugar del 5 al 10 de julio de 1880, ahora con el título de The Slaves’s Escape; or the Underground Railroad, en el Oakland Garden de Boston. Actuaron, entre otros, los padres de Hopkins y ella misma, como integrantes de la Hopkins’s Colored Troubadours; y Sam Lucas y las hermanas Hyers representaban los papeles protagonistas. El Boston Herald se hizo eco del estreno con una recensión en que elogiaba a la autora de aquella «obra realista y sensacional que tanto éxito ha cosechado» (Shockley, 23). La última representación tendría lugar el 29 de septiembre de 1881 en el Music Hall de Boston, ahora con el título de The Flight for Freedom; or the Underground Railroad y en tres actos.

Esta obra teatral de Hopkins pudo inspirarse principalmente en dos piezas anteriores del teatro antiesclavista, sin contar en los innumerables espectáculos que reinterpretaban el drama de La cabaña del tío Tom:Out of Bondage, una pieza escrita para las hermanas Hyers, y The Escape; or, A Leap for Freedom, una obra escrita en 1858 por su muy admirado William Wells Brown, que si bien nunca llegó a estrenarse fue conocida por las muchas lecturas dramatizadas que realizó el propio autor, y a alguna de las cuales Hopkins tuvo muy posiblemente la oportunidad de asistir. Slaves’s Escape o Peculiar Sam esuna obra ambientada en el Sur esclavista de preguerra y resulta de gran interés porque marca el camino que Hopkins seguirá en su carrera literaria posterior y anticipa la manera en que la escritora cambiará las normas del género en que trabaja, la descripción de los personajes, la construcción de la trama y la utilización de la tradición, así como las concesiones que hará al gusto del público (Wallinger, 36). Desde la misma perspectiva, Jessica Metzler considera que la obra se integra dentro pero actúa en contra de la tradición del minstrel, ya que en realidad refleja la forma en que el público de la época entendía la diferenciación racial. Martha H. Patterson, por su parte, opina que en realidad la obra es una reescritura de la historia de la Reconstrucción que critica el recorte drástico de oportunidades políticas que estaba sufriendo la población afroamericana (1999: 14).

Por lo que parece Hopkins escribió la obra para Sam Lucas. Lo que los críticos resaltan de la obra es la trascendencia del contenido que, sin embargo, es sólo uno de sus ingredientes, puesto que Hopkins no pierde de vista las expectativas del público a la hora de presenciar un espectáculo de minstrel: las canciones, los bailes, además de los diálogos en lengua dialectal repletos de comicidad y socarronería por parte de los personajes oprimidos por el poder. Para David Krasner, los actores negros utilizaron el escenario y su fama para avanzar en la lucha de los derechos civiles entre 1895 y 1910 (13), por lo que el teatro negro «se desarrolló como una reapropiación y redefinición de las imágenes teatrales controladas por los blancos de los afroamericanos» (15). La obra de Hopkins, sin embargo, parece demostrar que, antes del segmento temporal que este crítico selecciona, los artistas negros no malgastaron el tiempo creando espectáculos de entretenimientos vacíos de sentido, puesto que, como se aprecia aquí, cada representación les proporcionó una oportunidad de intervenir en la sociedad con el propósito de mitigar el racismo y la segregación. De hecho, para Patterson, la pieza finaliza con la consecución triunfante de los propósitos del protagonista masculino de manera que Hopkins recalca las posibilidades de ascenso social del negro en un periodo en que las mejoras sociales y políticas de la población afroamericana se veían amenazadas (1999: 13). Si en un principio Hopkins no tuvo más remedio que utilizar las máscaras del minstrel, da la impresión de que logró no dejarse engullir por lo que aquel género representaba y las reinterpretó según el programa político que perseguía. Metzler manifiesta que la dramaturga utilizó los estereotipos racistas y degradantes sobre los negros que llenaban la escena del teatro decimonónico norteamericano y los aprovechó para sus propios fines. Como respuesta al minstrel de posguerra, la obra constituye «un lazo de unión entre los espectáculos de minstrel negros, es decir, entre aquellos en que los actores afroamericanos debían disfrazarse de negros cómicos, y el teatro musical afroamericano de tintes progresistas de principios del siglo XX» (116). Por su parte, Patterson explica cómo Hopkins subvierte la ideología racista que prevalece en la tradición de los minstrel otorgando subjetividad y movilidad social a los personajes que se resisten a dejarse atrapar por el amo y actúan como verdaderos pícaros negros que saben nadar y guardar la ropa (1999: 13).

Según Hanna Wallinger, Hopkins escribió otra obra anterior a Slaves’s Scape o Peculiar Sam titulada Aristocracy o Colored Aristocracy, un musical en tres actos que fue protagonizado por la Hyers Sisters Concert Company en 1877 y cuyo texto se encuentra perdido; además de otra pieza en cinco actos, «Winona», de la que apenas se conservan unas cuantas hojas entre los papeles de la autora y cuya fecha de copyright es 1878. Otra obra escrita por Hopkins, si bien no existen noticias de su representación, fue One Scene from the Drama of Early Days, una dramatización de la historia bíblica de Daniel en el foso de los leones.

Durante esta década de 1880, Hopkins continuó formando parte de los Hopkins’ Colored Troubadours. El nombre del grupo fue cambiando durante estos años e incluyendo en su programa piezas populares, himnos religiosos y espirituales. En 1882 dieron un concierto en el Arcanum Hall de Allston, Massachusetts, con el nombre de Hopkins’ Colored Troubadours, Guitar Players and Southern Jubilee Singers; un año más tarde se anunciaron como los Original Savannah Jubilee singers en Providence, Rhode Island; y durante 1884 y 1885 fueron conocidos como los Hopkins Colored Vocalists y la Boston Colored Concert Company. Según Lois Brown, estas modificaciones indican el interés de la familia por legitimarse como cantantes con una profunda preparación musical y no como simples intérpretes de canciones negras, además del afán por mostrarse como virtuosos musicales preocupados por un repertorio que se acomodara a las exigencias de un público de clase media (2007: 154-155).

La década de 1890 resulta crucial en la biografía de Hopkins porque, a pesar de que se tienen exiguos datos sobre lo que realmente hizo, los escasos vestigios biográficos que se conocen dan idea de que durante estos años empezó a trazarse un camino diferente al de la carrera dramática y musical que hasta el momento había emprendido. Prueba de sus primeros escarceos novelísticos es la fecha de 1891 que acompaña la primera entrega, consistente en tres capítulos, de la que con posterioridad sería su novela Hagar’s Daughter, si bien la segunda entrega tendría ya un copyright de 1901. La década finalizaría con el registro en la Library of Congress en 1899 de su novela más conocida, Contending Forces. Es ésta, pues, una década de profunda reflexión y aprendizaje que acabará con un giro vital en su trayectoria como artista y escritora. Por otra parte, durante estos años iniciales de la década de 1890, entre 1892 y 1895, debido a las precarias circunstancias económicas por las que atravesaba su familia, decidió buscar un empleo más estable y, tras estudiar estenografía, empezó a trabajar a las órdenes de dos republicanos influyentes, Henry Parkman y Alpheus Sanford, para en 1895 emplearse en el Bureau of Statistics on the Massachusetts Decennial Census, donde estaría empleada cuatro años. Fue entonces cuando pronunció también su primera conferencia que versó sobre Toussaint L’Overture en el Tremont Temple de Boston, un centro históricamente dedicado al abolicionismo, y luego en la Friends School de Providence, Rhode Island. El Robert A. Bell Post, 134, G. A. R. de Boston la invitaría asimismo a dar un discurso en la Charles Street A. M. E. Church.

Durante el tiempo en que Hopkins empieza a buscar nuevos caminos profesionales con los que, en primer lugar, ser ecónomicamente más solvente y, en segundo, alcanzar sus ambiciones literarias, los Estados Unidos han iniciado y experimentan enormes cambios tanto en el ámbito político nacional como internacional. El viraje de Hopkins hacia la ficción y, más tarde, el periodismo y el ensayo se enmarcan, de esta manera, dentro del progresivo empeoramiento político de la situación de los afroamericanos durante esta década de 1890, por una parte, y, por otra, del expansionismo colonial norteamericano de finales de siglo.

El hecho más sobresaliente fue la decisión de la Corte Suprema en el caso Plessy contra Ferguson, por la que se mantuvo la constitucionalidad de la segregación racial —la doctrina de «separados pero iguales»—. Se implantaron oficialmente una serie de leyes discriminatorias, denominadas «Jim Crow», cuyo objetivo principal era la separación entre razas incluso en lugares públicos y la eliminación del derecho a voto de los afroamericanos, leyes que perdurarían hasta 1954.

En cuanto a política exterior, a finales de siglo se materializó la ambición por controlar los territorios que, desde la primera mitad del siglo XIX, Estados Unidos consideraba esenciales para ejercer una auténtica hegemonía mundial: América Central, el Caribe y el Pacífico. El extraordinario crecimiento industrial, económico y financiero hizo que el país no buscara tanto la expansión hacia fuera, sino que acabara cultivando un significativo intervencionismo en el campo internacional.

Estos acontecimientos políticos de la década de 1890 resultarán decisivos a la hora de rastrear algunos de los motivos por los que Hopkins emprende y conduce su carrera literaria. Lejos de replegarse en una posición de resignación y aceptación del empeoramiento paulatino de la situación política tanto nacional como internacional para los afroamericanos y las gentes de color del mundo entero, Hopkins reaccionará con una virulencia creativa que hasta el momento no había encontrado forma tan directa de manifestar lo que Ira Dworkin denomina su «amplia conciencia internacional» (2008: 99). Sin embargo, y sin temor de menoscabar su prodigiosa originalidad y fuerza combativa, es necesario recalcar que su eclosión literaria se encuentra encuadrada dentro otras circunstancias que facilitaron su inserción en el campo de la reivindicación racial desde el periodismo y la literatura. De hecho, el factor que allana el camino a una Hopkins madura, tanto desde el punto de vista creativo como político —lo que Martha H. Patterson denomina su «teología de la resistencia» (453)—, es el desarrollo del movimiento de los clubes puesto en marcha por las mujeres negras que se expandirá por todo el país desde principios de la década de 1880 hasta la de 1920, y que motivó que el periodo fuera bautizado con el nombre de «la era de la mujer negra». Las integrantes de estas asociaciones intentaron contrarrestar la imagen popular de la feminidad negra como ilustración de todo vicio y perversión y, por este motivo, promovieron un tipo de afroamericana totalmente distanciado de las lacras morales, sociales y culturales con las que popularmente se la revestía, y ligado al ideal burgués de la domesticidad victoriana. La utilización de esta nueva estampa refinada, virtuosa y educada de la feminidad negra pasará a ser «símbolo del empuje de la raza en las áreas del trabajo, la moralidad y la domesticidad» (Gunning, 79).

El hito de mayor importancia por su enorme repercusión nacional e internacional durante estos primeros años de la década tuvo lugar en 1893, cuando del 1 de mayo al 3 de octubre se celebró la Exposición Universal de Chicago (World Columbian Exposition) que trató el tema del cuarto centenario del descubrimiento del Nuevo Mundo por Colón. Los organizadores, excluyeron prácticamente a los representantes de la comunidad negra y, en concreto, a las afroamericanas comprometidas con las causas sociales. Ante las protestas, unas pocas lograron pronunciar algunos discursos. En «The Intellectual Progress of the Colored Woman of the United States Since the Emancipation Proclamation», Fannie Barrier Williams habló de la responsabilidad del hombre blanco por la explotación sexual de las afroamericanas, cuestionó la idea generalizada de que la esclavitud había hecho desaparecer entre éstas la rectitud moral y la competencia intelectual, y exigió que se unieran para reclamar sus derechos. Anna Julia Cooper y Fanny Jackson Coppin también participaron, junto con Ida B. Wells, Frederick Douglass y Ferdinand Barnett, que escribieron y distribuyeron un panfleto explicatorio sobre «The Reason Why the Colored American is Not in the Columbian Exposition».

Entre las organizaciones de mujeres afroamericanas que se crearon a principios de la década de 1890 como reacción a la exclusión que sufrían dentro del movimiento asociacionista de mujeres blancas destacan The Colored Women’s League de Washington, fundada en 1892 por Mary Church Terrell, Ann Julia Cooper y Mary Jane Patterson; The Woman’s Loyal Union de Nueva York, dirigida por Victoria Earle Matthews; y el Chicago Women’s Club, creado en 1893 gracias a la iniciativa de la periodista y activista Ida B. Wells-Barnett. En 1893, Josephine St. Pierre Ruffin, una importante reformista social, su propia hija, Florida Ruffin Ridley, y Maria Louise Baldwin, la primera directora negra de una escuela pública de Massachusetts, fundaron el Woman’s Era Club. Esta asociación se propuso llevar a cabo una serie de actividades que ayudaran a las afroamericanas en todos los sectores de la vida. Entre ellas destacaban la creación de orfanatos, guarderías, oficinas de empleo, clases nocturnas, residencias para ancianos, casas de acogida y talleres para jóvenes, actividades religiosas, sociedades literarias, y cualquier otro tipo de actos encaminados a la educación y mejora de la vida y derechos de las mujeres de color. En 1894 la organización empezó a publicar una revista titulada Woman’s Era, la primera escrita y dirigida por afroamericanas, incluyendo artículos de todo tipo que recorrían un amplio abanico de temas, desde asuntos de moda y salud hasta de política. Ruffin, al igual que Pauline E. Hopkins, pertenecía a la elite cultural negra de Boston y son muchos los estudiosos que se muestran críticos con estos grupos de afroamericanos, ya fueran de Washington, Filadelfia o Boston, por la importancia que otorgaban al color de la piel y la obsesión que sentían por exhibir las señas propias de la burguesía. Sin embargo, como señala Wilson J. Moses, lo que se pasa por alto es el hecho de que esta «aristocracia» de color también creó destacadas organizaciones para combatir la degradación política y social de la población negra a finales del siglo XIX y principios del XX, mucho antes de que aparecieran los vástagos del Renacimiento de Harlem (1987: 62). Woman’s Era constituía, en este sentido, una atractiva publicación que representaba, claro está, los imperativos de clase media y el feminismo doméstico de su fundadora y colaboradoras, pero que hacía uso de «un periodismo de cruzada», como se hizo patente al apoyar campañas tan comprometidas desde el punto de vista político como la protagonizada Ida B. Wells-Barnett contra los linchamientos (Moses, 1987: 73).

En 1895 se organizó asimismo en Boston la National Federation of Afro-American Women, presidida por Margaret Murray Washington, la esposa del educador y líder de la raza, el sureño y exesclavo Booker T. Washington, que unió a treinta y seis clubes de doce estados. Durante ese mismo año, en que también falleció Frederick Douglass, Gertrude Mossell publicaría The Work of the Afro-American Woman e Ida B. Wells lanzaría su Red Record, un estudio estadístico sobre los linchamientos.

En 1896, año en que la corte suprema sanciona el sistema segregacionista, esta organización y otras se fusionarían dando lugar a la National Association of Colored Women (NACW) de Washington, con Mary Church Terrell como presidenta. Esta asociación nació a raíz de una carta escrita en 1895 por James Jacks, el presidente de la Missouri Press Association, contra Ida B. Wells-Barnett, en que ponía en tela de juicio la respetabilidad de las mujeres negras y las tildaba de ladronas y prostitutas. La agenda política que defendían las integrantes de la NACW se resumía en el lema «Lifting As We Climb», es decir, que mientras ellas iban ascendiendo peldaños en la escala social debían ayudar a las afroamericanas más desafortunadas a remontar el desfase económico y social en que se encontraban. El énfasis en la mejora social, en colaborar a levantar del suelo al afroamericano, que depositó esta elite educada en el compromiso con el mundo que la rodeaba, fue resultado directo, como demuestra el incidente con James Jacks, de la conciencia que tenían de su propia fragilidad como mujeres negras. Como mujeres y negras, su destino se hallaba irremediablemente unido al de cualquier otra afroamericana, independientemente de cualquier consideración de clase social.

Las asociaciones y los clubes de afroamericanas fueron surgiendo por todo el país y significaron una de las respuestas más contundentes de la mujer negra de clase media para luchar contra los linchamientos, apoyar las campañas sufragistas y las medidas sociales y políticas encauzadas a la mejora de la población afroamericana, y contrarrestar la opresión racial y de género que padecían. Hopkins pertenecía al Woman’s Era Club de Boston y conocía a las dirigentes de varios clubes, y, sin duda alguna, también debía de ser consciente de las amistades y enemistades que entre bambalinas los regían. Como cabe esperar de cualquier organización, existían importantes diferencias políticas entre sus integrantes. Las más conservadoras, generalmente relacionadas con las ideas políticas propugnadas por Booker T. Washington, subrayaban la importancia de la cultura, el buen gusto, la estricta moralidad, los ideales domésticos y los límites que confinaban la actuación política de la mujer negra. Las más radicales y avanzadas añadían a estos ideales de domesticidad y moralidad, la defensa de los derechos civiles y económicos, así como los derechos de las mujeres a sus propias esferas de actuación. Como miembro del club de mujeres de su ciudad, Hopkins realizó algunas lecturas de su primera novela, Contending Forces, en abril de 1900 (Wallinger, 98), tal y como aparece recogido el acto en las notas de la NACW.

En A Voice from the South (1892), Anna Julia Cooper ya había hablado del papel tan crucial que la mujer negra representaba a la hora de mejorar la sociedad. Hopkins, como participante en el movimiento asociacionista femenino negro, también abrazará estos sentimientos cuando proclame en sus escritos que la mujer es el agente del avance moral y, por lo tanto, del enaltecimiento social y político de la raza a principios del siglo XX. Como sus correligionarias, la escritora se erigirá en defensora de las virtudes de la mujer negra contra los agravios que constantemente recibe tanto de los blancos como desde dentro de la misma comunidad negra. Para ello, la entonces estenógrafa acaba el siglo XIX dando un giro rotundo a su vida: abandona su carrera teatral y musical e inicia un nuevo camino en el periodismo y la literatura. Nelly Y. McKay piensa que la seguridad que le proporcionó el trabajo de empleada no destruyó las ambiciones que albergaba respecto a sus deseos creativos, sino que espoleó su sueño de convertirse en escritora de la raza (3). Sin embargo, es ella misma la que explica con mayor precisión las razones que la llevaron al campo literario. En el artículo biográfico «Pauline E. Hopkins», aparecido en Colored American Magazine en enero de 1901, cuenta cómo siguió el consejo de Fred Williams, el director del teatro Boston Museum, puesto que su ambición era escribir una clase de ficción «en que las injusticias que sufría su raza se trataran de tal manera que despertaran la comprensión de todos los ciudadanos por igual, para de esta manera poder llegar a aquellos que no leían nunca ni libros de historia ni tampoco biografías» (cit. Wallinger, 219). Sin embargo, hay que subrayar, una vez más, que la Hopkins que aparecería a principios del siglo XX, una intelectual en plena madurez, dispuesta a denunciar las injusticias raciales, las brutalidades de los linchamientos y la opresión sexual y política de la afroamericana, se había estado afilando las uñas críticas sobre los escenarios teatrales y musicales. Y en ellos había dejado ya constancia de una desbordante pasión por la reinterpretación de la historia norteamericana, mientras la arropaba el calor reivindicativo de la comunidad afroamericana del Boston de finales de siglo XIX.

1900-1904. CAMBIO DE RUMBO: PAULINE E. HOPKINS, «CONSEJERA SABIA» EN «COLORED AMERICAN MAGAZINE»

En 1900 Pauline E. Hopkins contaba cuarenta y un años, una edad que, para la época, indicaba que la juventud se encontraba ya muy lejana. Sin embargo, fue entonces cuando, lejos de apartarse del mundo y volcarse en el cuidado de sus padres ya ancianos, decidió dar un giro decisivo a su vida y dedicarse plenamente a una de las ambiciones que con mayor fruición había albergado durante su vida: la escritura literaria y ensayística. Este cambio de rumbo no debió de resultarle fácil si se tiene en cuenta que a las afroamericanas se las excluía sistemáticamente de poder participar en la vida pública norteamericana en esas décadas de entre siglos. A las mujeres que querían seguir una carrera se las animaba a trabajar en una serie de profesiones femeninas: trabajadoras sociales, bibliotecarias, enfermeras o maestras. Y no sólo eran inducidas hacia estos campos laborales por la sociedad blanca, sino también por la misma comunidad negra, donde la política de exclusión de sus mujeres obedecía directrices idénticas, como experimentará Hopkins en carne propia.

La vocación de Hopkins por las letras se materializó a través del periodismo y de su entrada en mayo de 1900 en la plantilla de Colored American Magazine, que acabaría convirtiéndola en una de las periodistas afroamericanas más combativas de principios de siglo. En ese mismo número de la revista se publicó una nota sobre la colaboradora en que se explicaba su trayectoria biográfica y profesional, al tiempo que se recalcaba que la disposición con que emprendía la tarea periodística la hermanaba con muchas otras afroamericanas contemporáneas:

Pauline Hopkins ha luchado para alcanzar la posición que ahora disfruta de la misma manera que lo han hecho TODAS las mujeres de color norteñas: sin escatimar esfuerzos ni desilusiones y sin recibir estímulos. Lo que ella ha logrado ha sido gracias al férreo coraje que ha demostrado, incluso sabiendo que era muy posible que lo que la aguardara al final del camino no era otra cosa más que el fracaso6.

Colored American Magazine era una revista mensual publicada por la Colored Cooperative Publishing Company, con sede en el número 232 de West Canton Street de Boston, que al año de su aparición se enorgullecía de contar con una tirada mensual de 16.000 ejemplares, y que según los críticos de la prensa negra, fue la primera publicación de importancia que surgió en el siglo XX (Johnson y Johnson, 325). Según Martha H. Patterson, de un número total de ejemplares mensuales que oscilaba entre los 15.000 y los 16.000, unos 5.000 eran comprados por lectores blancos (1998: 458). Es erróneo pensar que la importancia de Hopkins radica exclusivamente en su papel como novelista, puesto que durante el primer quinquenio de este nuevo siglo XX, el más fructífero de toda su vida desde el punto de vista de la producción escrita, se verá convertida no sólo en extraordinaria fabuladora sino también en directora editorial y en intelectual de la raza.

La Colored Cooperative Publishing Company era una cooperativa editorial creada con el propósito de colaborar en la mejora racial. En ella publicaría Hopkins la que sería su primera novela, Contending Forces. Como explica Ira Dworkin, la relación que la escritora fraguó con esta empresa fue lo que realmente le permitió recabar un público lector que no sólo se sintiera atraído por sus obras de ficción, sino también por otras piezas periodísticas aparecidas en Colored American Magazine. En palabras de este estudioso, esta asociación «representa un punto crucial en el desarrollo de una comunidad lectora negra que se interesa por la literatura a principios del siglo XX» (2007: xxi). Tras la publicación de Contending Forces, la editorial publicó a finales de 1901 In Free America; or Tales from North and South de la autora blanca Ellen F. Wetherell, y ambos volúmenes se recomendaron como regalos idóneos para Navidad. El volumen de Wetherell apareció anunciado como «el libro más contundente contra los agravios e injusticias perpetrados contra nuestra raza en el Sur y en el Norte» (cit. Brown, 2008: 276). Wetherell era hija de un hombre que había colaborado en el «ferrocarril clandestino», ayudando a muchos esclavos en su huida hacia el Norte, por lo que la obra hacía honor al espíritu solidario de su progenitor. In Free America empezaba de la misma manera en que Hopkins había iniciado su Contending Forces: con una dedicatoria a los lectores y un prólogo. La dedicatoria de Hopkins había rezado así: «Yours for Humanity, Pauline E. Hopkins»; mientras que la de Wetherell decía: «Yours for Equality», en clara referencia a la falta de derechos civiles de los afroamericanos. El prólogo, a diferencia del de Hopkins, era una exposición directa y sin rodeos de la injusticia de los linchamientos, sin ninguna mención al ámbito literario:

Durante 1896 tuvieron lugar ciento cuarenta linchamientos en Estados Unidos. En marzo de 1897, en Carolina del Sur, una mujer de color y su hijo fueron conducidos hasta la plaza mayor y azotados hasta la muerte por un agravio de ligera importancia.

En el mismo estado y condado, un hombre negro fue linchado por los blancos del pueblo simplemente por ser sospechoso de haber provocado un incendio. No hace mucho, dos mujeres, apenas unas niñas, fueron colgadas en Florida sin que se las sometiera previamente a juicio.

En 1898, en una cabaña a pocas millas de Nueva Orleans, a un negro se le roció con aceite de queroseno, se le ató a una estaca y se le prendió fuego hasta morir en presencia del pueblo entero.

En ese mismo año, en Texas, acusaron a seis negros de provocar un incendio, y aunque se comprobó que eran inocentes, se les colgó de todas maneras. Recientemente, en Kentucky, en presencia de miles de personas, fue linchado de la más cruel de las maneras un ciudadano de color nacido en el estado de Illinois, acusado del asesinato de dos jovencitas, a pesar de que, como se demostró con posterioridad, el hombre se hallaba a unas cuarentas millas del lugar del crimen.

En Luisiana, durante el año en curso, han sido linchados dos hermanos negros, además de ser azotadas con saña su madre y hermana, porque no dieron o no supieron cómo dar noticia del escondite de otro hombre de color acusado de haber disparado contra un blanco.

En ese mismo estado, en 1899, un anciano y su hijo fueron linchados por protestar contra el arresto, por haber propinado una bofetada a un niño blanco.

En 1897, en Mississippi, trescientos «probos ciudadanos» se dirigieron en procesión hasta una escuela y asesinaron a sangre fría al joven maestro, Frank B. Hood, un mulato joven y con buena educación, porque había escrito lo que se consideró una carta insultante a un miembro de la dirección del colegio.

Ninguno de los asesinos implicados en los casos citados con anterioridad fue arrestado, puesto que sus actos no fueron sino expresión de los sentimientos de la clase gobernante.

E. F. W. (15-16).

Este espíritu de denuncia y reivindicación racial estuvo presente desde el principio en Colored American Magazine, creada con el propósito de ser «una revista mensual de altura que llegue a todas las familias negras»7. La revista se convirtió en la gaceta afroamericana más leída de la primera década del siglo XX, con un tercio de lectores blancos. Había sido fundada, al igual que la editorial, por cuatro jóvenes negros que no llegaban a los treinta años, procedentes de Virginia, cuyas trayectorias, según Mark R. Schneider, ejemplificaban los valores norteamericanos del esfuerzo, perseverancia y sobriedad (1995: 159): Walter W. Wallace, Jesse W. Watkins, Harper S. Fortune y Walter Alexander Johnson. A ellos se unió Pauline E. Hopkins, que casi les doblaba la edad y que pasó a ser «el verdadero caballo de tiro» de la revista (Schneider, 1995: 159). El propósito que se marcaron estos emprendedores hombres de la cultura fue el de cimentar una comunidad de lectores que mantuviera viva la historia de los negros en los Estados Unidos y que participara de un espíritu combativo en aras de la mejora de las condiciones sociales, culturales, económicas y políticas bajo las que vivía la población afroamericana tanto en los estados del Norte como del Sur. En palabras de los fundadores en su «Editorial and Publisher’s Announcements» de mayo de 1900, una especie de declaración de intenciones, Colored American Magazine se proponía llenar el vacío dejado por las publicaciones blancas que se negaban a reconocer la dimensión auténtica de la vida afroamericana:

Hace ya mucho tiempo que los ciudadanos de color norteamericanos se han dado cuenta de que no existe para ellos ninguna revista mensual dedicada especialmente a sus intereses ni al desarrollo del arte y la literatura afroamericanos. Existen muchas revistas norteamericanas que han tratado con liberalidad y generosidad las perspectivas y temas que preocupan a estos individuos, y que, por su relevante calidad y enorme interés, se han convertido en publicaciones de renombre nacional. Sin embargo, por regla general, la raza anglosajona no consigue reconocer nuestros esfuerzos, esperanzas y aspiraciones en la medida en que realmente merecen. Colored American Magazine se propone llenar este vacío y quiere ofrecer a la gente de color de los Estados Unidos un medio a través del que puedan demostrar sus capacidades y gustos en narrativa, poesía, arte, y también sus preocupaciones en el campo de la historia, la sociología y la economía. A lo que realmente aspira es a desarrollar e intensificar los lazos de hermandad racial, puesto que son los únicos que pueden hacer posible que un pueblo reivindique sus derechos raciales como individuos y exija sus derechos como ciudadanos [...]. Un inmenso y casi inexplorado tesoro de biografías, historias, aventuras, tradiciones, poesías y canciones folclóricas, fruto de siglos de experiencias que no ha vivido ninguna otra persona, se abre ante nosotros y ante ustedes (cit. Carby, 1987: 122-123).

A la vocación pedagógica de la publicación se aunaba su función como foro de intercambios de ideas y escaparate literario del mundo afroamericano para contribuir al progreso de la raza. Entre los artículos que contenía este primer número destacan los dedicados a los regimientos afroamericanos destinados en Cuba, la segregación en el transporte público del estado de Virginia, y uno histórico sobre el caso de Anthony Burns, el esclavo fugitivo al que los ciudadanos antiesclavistas de Boston habían intentado retener en la ciudad en 1854 a pesar de la ley del esclavo fugitivo. Como indica Sigrid A. Cordell, la política editorial y la ideología que guiaba el progreso racial defendidas por Colored American Magazine dependían en gran parte de que sus lectores pudieran identificarse con los personajes y personalidades negros que mejor podían representar el potencial de la raza (61), una representación tangible en las innumerables fotografías de afroamericanos burgueses que fueron ilustrando los distintos ejemplares de la revista. Thomas Otten, por su parte, explica que las páginas de Colored American Magazine se convirtieron en una pasarela por la que desfilaban historias de «nuevos negros», es decir, de aquellos cuyas vidas «representaban un periplo de triunfo», simbolizado muy frecuentemente en la figura del emprendedor ambicioso pero refinado, y personajes, tanto masculinos como femeninos, dignos y respetables, y por tanto, candidatos firmes para ser admitidos dentro de las filas de la americaneidad más rancia (232). De la misma manera opina Mark R. Schneider, para quien

el tono general de la publicación iba encaminado a promover la mejora individual, y los directores desplegaron su erudición como prueba de que los afroamericanos podían integrarse perfectamente dentro de la sociedad burguesa blanca (1995: 160).

Pauline E. Hopkins participó en Colored American Magazine desde el primer número. En él apareció también su relato «The Mystery Within Us», donde ya se reflejan sus intereses por los fenómenos místicos y sobrenaturales, y se anunciaba que la colaboradora inauguraría una sección dedicada a las mujeres. Contrariamente a otros autores afroamericanos, Hopkins no publicó nunca en las grandes revistas norteamericanas del momento dirigidas por blancos y que prácticamente monopolizaban el mercado norteño, sino que sus colaboraciones siempre estuvieron ligadas a publicaciones negras orientadas principalmente, aunque no exclusivamente, a un público lector afroamericano. De hecho, como indica Cordell, lo que separa tanto su obra narrativa como periodística del resto de la de sus contemporáneos, blancos o negros, es «la crudeza con que describe la brutalidad y la violencia, y la relación explícita que establece entre la violencia y la opresión social, política y racial» (53).

Hopkins concurrió con un gran número de aportaciones, generalmente una o dos por número, a las páginas de la revista e incluso adoptó —al menos reconocidos por la crítica sin que se descarte la posibilidad de otros— dos pseudónimos con el fin de enmascarar su casi omnipresencia en la publicación y gozar de esta manera de ciertas libertades a la hora de tratar temas más espinosos como la prostitución, el mestizaje o el matrimonio interracial. El uso de pseudónimos era común en las mismas páginas de la revista y en otras publicaciones tanto blancas como negras de la época. El primero que Hopkins adoptó fue el de Sarah A. Allen, que en realidad era el nombre de soltera de su madre, y con el que parece querer rendirle homenaje. El segundo, el de J. Shirley Shadrach, hacía referencia, según Ira Dworkin, a dos personajes históricos: J. Shirley (1596-1666) —poeta y dramaturgo renacentista inglés— y Shadrack Minkins. Según este investigador, el nombre de J. Shirley aparecía en una antología muy popular de la época, The Golden Treasury of the Best Songs and Lyrical Poems in the English Language de Francis Turner Palgrave, y es muy posible que el tenor antiimperialista de algunas de sus composiciones llamara la atención literaria de Hopkins. Respecto a Shadrack Minkins, la inspiración tiene visos de estar más acorde con la trayectoria combativa de la autora, ya que éste había sido un esclavo arrestado en Massachusetts a raíz de la aprobación de la ley del esclavo fugitivo en 1850, y aparece mencionado en las viñetas biográficas que Hopkins escribió sobre Lewis Hayden y Robert Morris, dos afroamericanos que le ayudaron a escapar de la prisión de Boston y gracias a los que pudo huir a Canadá (2007: lxii). Para Wallinger, este pseudónimo es el medio que Hopkins utilizó para imaginarse como «una especie de esclava fugitiva en busca de protección», ya que así establecía un lazo de unión entre el destino del heroico esclavo fugitivo acosado por la injusticia racial, y ella misma, una directora literaria bajo constantes presiones financieras e ideológicas (61)8. Además, muchas de sus colaboraciones aparecieron sin nombre. Para Dworkin, estas frecuentes piezas anónimas sugieren una nueva forma de autoría colectiva que la exculpa de los muchos préstamos literarios que realizó sin mencionar sus fuentes y que la exponían, de igual manera, a ser aprovechada sin que se tuviera que hacer referencia explícita a su trabajo (2007: xli). Para Wallinger, sin embargo, son

una estrategia de supervivencia que adopta la periodista, que no contaba con grandes apoyos que la pudieran proteger de sus opositores ni tampoco con figuras modelo que le pudieran enseñar cómo navegar entre las aguas cenagosas de una empresa dirigida y dominada por hombres (59).

Durante sus años en Colored American Magazine, Hopkins se esforzó por reclutar nombres significativos dentro del panorama intelectual negro del momento —tales como William S. Braithwaite, Benjamin Bawley, James Carrothers, Daniel Webster Davis y Angelina Grimké—, con el fin de publicar sus obras en la revista y promocionar los puntos del manifiesto inicial sobre solidaridad racial y la consecución de la justicia y los derechos civiles. Según Nellie Y. McKay, los ensayos y narraciones de la propia Hopkins reflejan su compromiso con «un nacionalismo negro radical que promovía la superioridad de las personas de origen africano». Este sentimiento la llevó a exigir un tipo de «literatura social que atacara cualquier forma de opresión blanca y a rechazar aquellas manifestaciones literarias que no denunciaran la opresión de los negros» (4).

Aunque resulta difícil dilucidar cuál fue la influencia exacta que Hopkins pudo ejercer en Colored American Magazine, sí que parece claro que se encargó de la «Woman’s Column», en el segundo número de junio de 1900, y que ejerció de directora literaria desde mayo de 1903 hasta abril de 1904, y al menos una vez como directora general, tal y como indica su nombre en la cabecera de la revista del número de marzo de 1904; tareas todas ellas que, en palabras de McKay, hicieron que Hopkins se encontrara en «un lugar envidiable en el mundo del periodismo afroamericano» (5). Según Jill Bergman, la influencia que Hopkins ejerció en la Colored American Magazine se nota en la atención que se presta a las cuestiones femeninas y a la preponderancia de imágenes de afroamericanas representantes de la «nueva mujer» de entre siglos en sus páginas. Para esta investigadora, los colegas masculinos de Hopkins se opusieron a su pertinaz interés por tratar la desigualdad de género puesto que opinaban que las cuestiones raciales debían prevalecer por encima de cualquier otro interés. Prueba de ello es la desaparición de estos temas de reivindicación femenina tras la marcha de Hopkins de la revista en 1904 (2003: 89).

Como historiadora de la raza Hopkins publicará una serie de ensayos, recopilados en tres series —Famous Men of the Negro Race, Famous Women of the Negro Race y Heroes and Heroines in Black—, que aprovechará como espacios idóneos para polemizar sobre temas candentes del momento, tanto sociales como políticos. Como en otros ámbitos de su producción escrita, Hopkins se inspira en autores anteriores para componer sus obras. Precedente destacado de estas series es el trabajo de otra «historiadora sin cartera», Mrs. Gertrude E. H. Bustill Mossell (1855-1948), quien en 1894 había publicado The Work of the Afro-American Woman, una obra relevante en que pasaba revista a un largo elenco de intelectuales y activistas afroamericanas desde la Revolución hasta finales de siglo XX.

Éste es el trasfondo sobre el que Hopkins empezará a publicar su serie de Famous Men of the Negro Race, que apareció en noviembre de 1900. Alisha R. Knight explica cómo la articulista se sirvió de estos ensayos periodísticos para explorar y educar a sus lectores sobre una gran variedad de temas, en especial el heroísmo de muchas personalidades afroamericanas y la participación de las mujeres dentro del movimiento de los clubs (2007: 44). Hopkins utiliza, pues, la biografía de negros célebres como lienzo ejemplarizante e inspirador para la juventud afroamericana (Johnson y Johnson, 326). De esta manera, Famous Men of the Negro Race se inicia con un ensayo dedicado al exesclavo Toussaint L’Ouverture, uno de los artífices máximos de la Revolución e independencia haitianas, en el que Hopkins destaca la importancia histórica de la insurrección caribeña como ejemplo para los afroamericanos en su lucha por la libertad en Estados Unidos, tomando un punto de vista que relacionaba la situación en su propio país con la de los negros en otros territorios del mundo. Además de este personaje, Hopkins dedicará artículos a Frederick Douglass, William Wells Brown, Robert Brown Elliott, Edwin Garrison Walker, Lewis Hayden, Charles Lenox Remond, William H. Carney, John Mercer Langston, Blanche K. Bruce, Robert Morris y Booker T. Washington.

En el número 2, su nombre aparece ya como «Editor of the Women’s Department» y en noviembre de 1901 comienza la serie Famous Women of the Negro Race, compuesta por dos artículos específicos, uno sobre «Sojourner Truth» y otro sobre «Harriet Tubman (“Moses”)», y una serie de otros colectivos sobre cantantes, literatas, educadoras, mujeres dedicadas al movimiento de los clubs, y sobre la educación superior de mujeres de color en instituciones blancas. La idea que recorre estas contribuciones periodísticas es la validez del trabajo literario como forma de intervención política en la vida norteamericana, dirigida a mejorar las condiciones de la población de color.

En enero de 1903 continuaría una tercera serie de biografías titulada Heroes and Heroines in Black, de la que únicamente llegaría a publicarse un artículo, pero que muestra cuál era la idea que vertebraba el concepto de biografía histórica para Hopkins: la de diseñar una historiografía negra integrada por textos dedicados tanto a relevantes figuras como a personajes comunes, pero colaboradores en la lucha por la dignidad racial, los que C. K. Doreski denomina «textos ejemplarizantes de participación colectiva» (82). Como indica Dworkin, la mayor parte de sus escritos no literarios consisten principalmente en biografías (2007: xxiv), si bien hay que apuntar que por ellos desfila una aplastante mayoría de personajes históricos negros. Ahora bien, aquellos blancos sobre los que escribe —como John Greenleaf Whittier, el poeta antiesclavista, o el periodista sudafricano Alan Kirland Soga— son también partícipes de la tesis que Hopkins persigue: ensalzar a aquellos que han participado en la lucha abolicionista, contra el racismo, por los derechos de la mujer y a favor de la justicia racial y económica.

Por otra parte, estos ensayos biográficos han de leerse también como claras tomas de posición de Hopkins dentro de la turbulencia política que agitaba las filas ideológicas de la propia comunidad negra. Como se ha señalado con anterioridad, en esta década de 1890 los dirigentes e intelectuales afromericanos tenían ideas diferentes sobre cómo alcanzar el progreso racial y cómo lograr la consideración de ciudadanos de pleno derecho. A pesar de que todos estaban de acuerdo respecto a la necesidad de incentivar el orgullo y la dignidad raciales, existían facciones diferentes a la hora de poner en práctica esas ideas. Algunos defedían la violencia como único método para obligar a los blancos a concederles lo que les correspondía; otros volvieron a poner sobre la mesa el proyecto de emigración a África; y la gran mayoría veía que las vías de reivindicación tenían que discurrir por cauces pacíficos y democráticos. Es entonces cuando surge la figura de Booker T. Washington, un dirigente racial que propugna la preparación laboral del afroamericano como camino ineludible para la prosperidad del Sur, además de requisito indispensable para que se le otorguen los derechos políticos y civiles. Washington defendía que los negros tenían que quedarse en el Sur donde alcanzarían la independencia económica a través de oficios y pequeños negocios, sin que tuvieran que preocuparse por conseguir la igualdad política a través del voto, para así no enfrentarse a los blancos sureños. Esta estrategia que proclamaba que la emancipación económica gradual desembocaría en la igualdad racial no fue aceptada por todas las facciones afroamericanas, puesto que otras defendían que sólo gracias a la paulatina lucha por los derechos civiles, y concretamente por el derecho al voto, sería posible lograr las prerrogativas sociales y económicas. Esta última perspectiva política sería la representada por W. E. B. Du Bois, y tanto él como Booker T. Washington protagonizarían un encarnizado debate en el seno de la comunidad afroamericana a partir de 1903, que ningún intelectual, pensador o escritor negro pudo obviar.

Pauline E. Hopkins criticará el programa de Washington indirectamente en estos ensayos y, así, apoyará la inmigración al Norte, censurará sin paliativos las prácticas sociales y políticas de contención del afroamericano en el Sur, recordará continuamente la implicación de los blancos en el pasado esclavista y en la opresión racista del momento, y defenderá abiertamente la lucha por los derechos civiles y el sufragio negro. Por otra parte, también apoyará el profundo valor de la enseñanza superior y de la literatura en la lucha por la mejora de las condiciones de la comunidad afroamericana y de sus mujeres.

Durante su participación en la Colored American Magazine, Hopkins siempre tuvo presente que su obligación no era simplemente la de mantener sino la de crear un público lector que se dejara reeducar por la reinterpretación de la historia oficial norteamericana que ella presentaba.

En octubre de 1900 apareció su narración «Talma Gordon», una historia que «cuestiona la hagiografía de las elites norteamericanas» (Cordell, 52) al encumbrar como heroína del relato la figura de una mulata, hija de un blanco perteneciente a las clases pudientes de Nueva Inglaterra.

En 1901 el presidente norteamericano William McKinley fue asesinado y el vicepresidente, Theodore Roosevelt, ocupó el cargo. Éste es el momento en que Hopkins empezó a dedicarse con más ahínco a la ficción. La novelística que producirá durante estos años se nutre directamente de las vicisitudes nacionales e internacionales que se van sucediendo, de manera que en ella se establecen una serie de interconexiones textuales, directas en ocasiones, y en otras más enrevesadas, entre el ensayo y la fabulación, si bien siempre con el propósito principal de recuperar el sentimiento de orgullo que ha de despertar la historia del negro en Estados Unidos y la de su pasado en África.

En Colored American Magazine, Hopkins comienza a publicar los primeros capítulos de Hagar’s Daughter,