Consecuencias de la pasión - Rosie Maxwell - E-Book

Consecuencias de la pasión E-Book

Rosie Maxwell

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Beschreibung

Si quería formar parte de la vida de su hijo, ¡tenía que renunciar a la venganza! Nada más posar la vista en el multimillonario Damon Meyer, Carrie Miller se había sentido abrumada por el deseo, pero sabía que él no se dignaría ni a mirarla si descubría el terrible nexo de unión que había entre ambos. Carrie quería contárselo… pero en cuanto Damon tocó, se olvidó de todo menos de su deseo…Damon había dedicado toda su vida a vengar la muerte de su padre, así que al descubrir que Carrie era la hija del responsable de su fallecimiento, se había jurado borrarla de su memoria. Hasta que Carrie apareció en su oficina… y le anunció que iba a ser padre.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2023 Rosie Maxwell

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Consecuencias de la pasión, n.º 3077 - abril 2024

Título original: An Heir for the Vengeful Billionaire

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411808859

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Te recogerá un taxi en el hotel a las siete y media de la tarde para traerte a la inauguración del Chateau Margaux. Yo te estaré esperando allí. Damon.

 

Carrie Miller estudió la elegante y masculina letra de la nota y después levantó la vista al reloj.

Eran las siete y veinticinco de la tarde.

Intentó tragarse el nudo que se le había hecho en la garganta. Solo faltaban cinco minutos.

Tenía el corazón acelerado debajo del exquisito vestido de seda que le habían llevado a la habitación junto con la nota aquella misma mañana. No había podido pensar en otra cosa que no fuese Damon desde que se había despedido de él la noche anterior. Se había quedado tumbada en la cama, aturdida, pero despierta, recordando su hipnótica mirada oscura, el elegante timbre de su voz, su olor a pino, que la había asaltado cuando Damon se había acercado a darle un beso de buenas noches en la mejilla, muy cerca de los labios.

Se lo imaginó en aquellos momentos, esperándola en aquel grandioso castillo de París, una de las ciudades más mágicas del mundo, y sintió que se le salía el corazón del pecho. No obstante, al girarse para volver a mirarse en el espejo de cuerpo entero, vio inquietud en sus propios ojos verdes.

Porque había otro detalle de Damon que la había mantenido despierta.

Su apellido.

Meyer. Damon Meyer.

Un apellido que le resultaba sobrecogedoramente familiar.

Porque Damon había perdido a su padre de niño por culpa del de ella.

Los medios de comunicación lo habían bautizado como el escándalo Meyer-Randolph y habían narrado la tragedia en la que había terminado la prolífica asociación entre los dos hombres, cuando la traición del padre de Carrie había desatado la ira de una multitud y eso le había costado la vida a Jacob Meyer. Así que, antes de que la atracción que había entre ambos fuese más allá, Carrie tenía que contarle a Damon quién era.

El hecho de que ella no tuviese relación con su padre no importaba. Aunque hubiese sido educada por su madre, lejos de la influencia paterna, y nunca hubiese formado parte del imperio familiar, aunque se hubiese desvinculado del apellido con el que había nacido, Sterling Randolph seguía siendo su padre. Y Carrie era una persona honesta. Después de cómo la había engañado Nate, con hechos y con palabras, la sinceridad le parecía todavía más importante.

Pero al pensar en cómo reaccionaría Damon cuando supiese la verdad le provocó un cosquilleo en el estómago. Era posible que se alejase de ella sin mirar atrás porque, a pesar de que el responsable de la muerte de Jacob había sido detenido y condenado, a los ojos de Damon su padre era el verdadero culpable.

Carrie sabía que no era inocente. Los actos de su padre habían causado mucho dolor, y ella tendría que vivir para siempre con los ataques de pánico provocados por el acecho de los medios de comunicación como consecuencia del escándalo, pero tampoco lo había considerado nunca el único responsable, y no había esperado que Damon lo hiciese.

Pero cuando, movida por la curiosidad, había hecho una búsqueda en Internet, entre los miles de resultados que habían aparecido al teclear el nombre de Damon, acerca de sus conquistas, sus amigos famosos y las casas que tenía en los cinco continentes, había podido comprobar que estaba muy equivocada. Era evidente que Damon odiaba a su padre.

Había expresado su aversión por el modo en que Sterling Randolph hacía negocios, su frustración al ver que Sterling salía indemne del escándalo y la certeza de que era el único culpable de la muerte de su padre.

Al leer aquello, a Carrie se le había encogido el estómago porque, de haber sabido quién era ella la noche anterior, Damon no se habría dignado ni siquiera a mirarla.

Pero lo había hecho y había sido maravilloso y emocionante.

Había pasado mucho tiempo desde la última vez que Carrie se había sentido atraída por alguien del sexo opuesto. Ningún otro hombre había conseguido que superase el miedo y la desconfianza que había sentido desde que Nate la había engañado. Pero eso había cambiado la noche anterior con Damon.

Había bastado con una mirada y una media sonrisa para que Carrie se sintiese como si acabase de sufrir una descarga eléctrica. Él se había presentado y le había tendido la mano y, a pesar de que su apellido la había dejado de piedra, el calor que había recorrido todo su cuerpo cuando sus largos dedos le habían envuelto la mano había hecho que Carrie prefiriese no pensar en el tema de su identidad.

Porque, de repente, la había invadido un anhelo que había sabido que solo podría calmar él.

Carrie se había perdido así de fácil y rápidamente. Aunque, al mismo tiempo, se había sentido como si la acabasen de encontrar.

Se estremeció al pensar en lo ocurrido la noche anterior. Y mientras se dirigía hacia la puerta hecha un manojo de nervios, deseó que Damon quisiese seguir conociéndola incluso después de confesarle quién era.

 

 

Damon Meyer controló el impulso de mirarse el reloj. Carrie llegaba tarde, y estaba empezando a dudar que fuese a aparecer.

Aunque todas las señales que le había transmitido la noche anterior le hacían pensar que quería volver a verlo y continuar lo que habían empezado. Había visto en sus ojos que no le apetecía separarse de él, había sentido cómo temblaba de deseo cuando le había dado el beso de buenas noches. Y había tenido que hacer un esfuerzo enorme para no tomarla entre sus brazos y hacerla suya allí mismo.

Pero esa noche sí que se iba a dejar llevar, siempre y cuando Carrie quisiera, por supuesto.

Sería una aventura pasajera. Damon no tenía tiempo ni energía para una relación de verdad. Se había comprometido desde hacía mucho tiempo a dedicar su alma y su corazón a vengarse de Sterling Randolph, y no se apartaría de aquel camino hasta que Randolph pagase por haber hecho que tuviesen que enterrar a su padre demasiado joven.

Estaba cada vez más cerca de conseguir su objetivo. Cuando cerrase el trato Caldwell, lo tendría hecho, pero en esos momentos no le apetecía pensar en el trabajo, prefería centrarse en el placer…

Sintió que las conversaciones que había a su alrededor se diluían y la mente se le quedó en blanco al ver a la persona que acababa de llegar. Notó que se le aceleraba el corazón y, cuando la mirada de Carrie se cruzó con la suya, sintió la misma atracción que la noche anterior, la atracción más fuerte que había sentido jamás.

–Discúlpenme –les dijo Damon a sus invitados a pesar de que estaban en mitad de una conversación.

Sin apartar los ojos de Carrie, avanzó hacia ella por la terraza y se detuvo justo delante. Entonces, recorrió con la mirada su cuerpo cubierto por un vestido de seda color magenta.

Nada más ver aquel vestido, había sabido que quería que Carrie lo llevase puesto. El de la noche anterior había sido elegante, pero serio. Tanto el color oscuro como el sencillo diseño habían realzado las curvas de su cuerpo, pero era un vestido pensado para que la mujer que lo llevase puesto pasase desapercibida, y Damon estaba convencido de que ese era el preciso motivo por el que Carrie se lo había puesto.

El vestido que él había escogido, por el contrario, no le iba a permitir esconderse. Aunque cubría más piel de la que dejaba al descubierto, era escotado y tenía una raja en la falda, y con la melena negra de Carrie suelta sobre los delgados hombros y la espalda, estaba espectacular. El ligero maquillaje de los ojos hacía que estos pareciesen todavía más grandes y brillantes. Y sus labios… aquellos labios…

Damon deseó besarla. En aquel momento, no podía pensar en otra cosa. Quería tenerla entre sus brazos, apretarla contra su cuerpo y devorar su boca, descubrir, por fin, a qué sabía.

Aturdido por el deseo, tardó un momento en conseguir hablar.

–Estás todavía más increíble de lo que había imaginado –admitió con voz ronca.

–Tú también –le respondió ella–. Y el castillo es espectacular. Nunca había visto algo igual.

–Gracias –dijo Damon, aunque en aquellos momentos el castillo no podía importarle menos.

Solo le importaba ella.

Habían transcurrido únicamente veinticuatro horas desde que se habían conocido y solo habían pasado juntos un par de ellas, pero para Damon era como si llevase una eternidad esperando para poder tocarla. La necesidad de sentir su piel era acuciante, profunda y visceral.

Estaba tan centrado en ella que solo tardó un segundo en ver cómo le latía el pulso en la curva del cuello. Estaba nerviosa, tenía los labios apretados y los nudillos blancos por la fuerza con la que agarraba el bolso. Él no quería que sintiese nada negativo, pero entendió que la extravagancia de aquella noche resultase abrumadora para una muchacha acostumbrada a vivir en una pequeña comunidad.

Aquella noche todo era extraordinario: el lujoso castillo, que parecía sacado de un cuento de hadas; la grandeza de la fiesta, en la que no se había escatimado ningún gasto; los cientos de invitados seleccionados personalmente por él, todos exhibiendo su riqueza con diamantes, rubíes y esmeraldas brillando en gargantas, orejas y manos.

Y todavía más extraordinaria era la atracción que ambos estaban sintiendo.

Dio un paso hacia ella y la vio temblar.

–Me alegro de que estés aquí –le dijo en voz baja, tranquilizadora.

Carrie suspiró.

–Yo…

A él no le gustó que bajase la mirada, así que apoyó con cuidado un dedo debajo de su barbilla para que levantase el rostro y volviese a mirarlo.

–Yo también –le respondió Carrie por fin–. Me alegro de volver a verte.

–¿Cómo no iba a hacer todo lo que estuviese en mi mano para que tuviésemos esta oportunidad? –le preguntó Damon sonriendo, sintiéndose más relajado al tenerla tan cerca que podía sentir su cuerpo contra el de él–. No he podido pensar en otra cosa en todo el día.

–Yo también he estado pensando mucho en ti.

–Bien –dijo él, sintiéndose eufórico.

Pero entonces vio una expresión en el rostro de Carrie que no duró el tiempo suficiente para que la pudiese descifrar, y la vio respirar hondo.

–Pero hay algo de lo que debería hablarte antes de que…

Damon se dio cuenta de que los invitados a la fiesta los observaban. Estaba acostumbrado a llamar la atención. Desde que había tenido su primer éxito en el mundo de la arquitectura, le habían hecho muchas entrevistas. También había llamado la atención por ser el hijo de su padre, y por la inesperada sensación que había causado su trabajo.

Damon nunca había querido la fama, pero pronto se había dado cuenta de que podía aprovecharse de ella. Cuanto más conocido fuese, más publicidad atraería la caída de Randolph, y él quería que todo el mundo la presenciase. Así que siempre sonreía y saludaba, aceptaba entrevistas e invitaciones a fiestas.

Pero en esos momentos la atención también estaba centrada en Carrie, lo que no lo sorprendió porque estaba preciosa, y pensó que seguro que no tardaba en acercarse alguien a interrumpirlos. Y no quería tener que compartirla.

–Vamos a dar un paseo –le propuso, apoyando una mano en la curva de su cintura para guiarla lejos de las miradas curiosas de la multitud–. Te enseñaré el castillo.

–¿Podemos esperar un minuto? De verdad que necesito decirte algo –insistió Carrie mientras él se sacaba una llave del bolsillo interior de la chaqueta y abría una puerta.

–Hablaremos aquí dentro.

Carrie lo miró con cautela.

–¿Estás seguro de que podemos hacer eso?

Él se encogió de hombros.

–Tengo las llaves. Soy el arquitecto. No creo que pase nada.

–No quiero causarte ningún problema.

Damon no pudo evitar sonreír. Ya estaba metido en un buen lío, con ella.

–No te preocupes –le respondió–. Además, ¿de qué sirve conocer al arquitecto si no es para que te haga una visita guiada?

Le hizo un gesto para que entrase.

–¿De qué querías hablarme?

Pero Carrie había dejado de escucharlo. Se había quedado de piedra al ver la enorme sala en la que estaban.

–Damon, esto es precioso –comentó–. Es como entrar en otra época.

–El propietario me pidió que lo restaurase para devolverle su antigua gloria, dándole solo unos toques contemporáneos.

–Es increíble –añadió ella.

Mientras Carrie admiraba el salón, él la admiró a ella: las curvas de su cuerpo, la gracia de sus movimientos, el brillo de su piel.

–¿Va a vivir aquí?

–No estoy seguro. Tal vez. También está pensando en utilizarlo como inversión y alquilarlo para eventos. Va a celebrar la boda de su hija aquí dentro de un par de meses. Imagino que después tomará una decisión.

–Es un lugar espectacular para una boda –admitió Carrie, girándose a mirarlo–. ¿Es este tipo de proyectos lo que te hizo querer ser arquitecto?

Damon se acercó a ella mientras respondía a la pregunta.

–No. Este tipo de edificio es especial, y disfruto trabajando en él, pero… Quise ser arquitecto porque mi padre lo era.

Había dicho aquello cientos de veces, pero al contárselo a Carrie fue como si estuviese metiendo una llave en una cerradura diferente y abriendo algo nuevo. Dudó. Entonces se dio cuenta de que ella lo estaba mirando fijamente y no podía esconderse de su mirada. En realidad, no necesitaba esconderse de su mirada.

–Él se especializó en planificación, desarrollo y regeneración urbanística. Trabajó mucho con gobiernos locales, pero, sobre todo, era arquitecto. Le encantaban los edificios, en especial, cuando eran grandes y antiguos, como este, con historia. Le gustaba construir de una manera muy contagiosa, así que me transmitió esa pasión. Me llevaba a todas sus obras… me hacía recorrer la estructura, me enseñaba las plantas y me preguntaba qué pensaba. En una ocasión le respondí que me parecía que había un muro en un lugar equivocado y él cambió los planos. Después, me dijo que yo tenía un don natural, que tal vez fuese incluso mejor que él. Y él era el mejor. Siempre supe que quería ser como él. Cuando falleció, mi decisión de seguir sus pasos se afianzó –admitió.

Aunque durante mucho tiempo había creído que lo que lo movía era la sed de venganza, tenía que admitir que había nacido para ser arquitecto. Lo llevaba en la sangre. Y en el corazón.

Y en algún momento del camino se le había olvidado aquello. En esos momentos, se sintió desconcertado al darse cuenta.

–¿Cuántos años tenías cuando tu padre murió? –le preguntó Carrie.

–Doce –le respondió él.

A Carrie se le humedecieron los ojos y sacudió la cabeza.

–Lo siento mucho, Damon.

Y él supo que estaba siendo sincera.

–Gracias.

De repente, Damon sintió aquel terrible dolor que hacía que le ardiesen los ojos y se le cerrase la garganta. Se giró, enfadado consigo mismo, consciente de que aquello no servía de nada, que era una pérdida de tiempo sentirse tan mal. Prefería estar enfadado, eso lo ayudaba a actuar, le daba energía para continuar.

Se concentró en visualizar la imagen de Sterling Randolph, en acordarse de su arrogancia y de lo presuntuosa que era su familia, porque deseaba sentir la ira que le provocaban aquellas imágenes para apagar con ella la angustia que lo estaba invadiendo en esos momentos, pero antes de que le diese tiempo a evocar a su enemigo sintió el calor de una mano agarrándolo del brazo. En cuestión de un par de segundos, el ligero toque hizo que volviese a la realidad y lo sacó de aquel abismo de desesperación. Lo primero que vio fueron los ojos verdes de Carrie y se aferró a su brillo hasta que la sensación de dolor empezó a remitir, hasta el punto de no necesitar contener la respiración.

Carrie separó los labios, como si fuese a ofrecerle unas palabras de consuelo, pero, en su lugar, sacudió la cabeza. No había palabras y Damon lo sabía. No había palabras con las que poder solidarizarse de una manera adecuada con el modo en que su vida había cambiado de repente: se había destruido su presente, se había vaciado su futuro, había cambiado por completo y para siempre el paisaje de lo que era para él la familia, el amor y la confianza. No obstante, el hecho de que ella lo entendiera creó entre ambos una conexión que hizo que los sentimientos que ya tenía por Carrie se hiciesen todavía más profundos. Sintió dolor en el pecho, se le encogió el corazón.

Le bastó con tenerla allí, de pie, a su lado, con la mano apoyada en su brazo. Mirándolo a los ojos como si lo sintiera de verdad. Damon ya no sentía dolor. Ya no necesitaba sentir ira. Solo la necesitaba a ella.

Giró el rostro, le dio un beso en la muñeca y notó que ella se estremecía. Eso le hizo sonreír, lo mismo que la mirada de deseo de sus ojos verdes.

Los labios de Carrie lo llamaron. Todo en ella le gustaba, pero su boca era especial. Le bastaba con mirarla para excitarse y sabía que no podría controlar aquella atracción durante mucho tiempo más. Tampoco deseaba hacerlo.

De repente, entró en la habitación el sonido de la música y Carrie giró la cabeza con curiosidad.

–Viene del salón de baile –le dijo él.

Ella arqueó las cejas y sonrió.

–¿Hay un salón de baile? –preguntó, maravillada.

Damon la condujo hasta la enorme habitación, con las paredes adornadas por hojas doradas, una enorme lámpara de araña colgando del alto techo y grandes puertas de cristal que conducían a los jardines, que estaban adornados con pequeñas luces.

Carrie le soltó la mano y se colocó en el centro de la habitación, giró sobre ella misma y lo observó todo con gesto de admiración.

–Esto es mágico. No pensé que pudiese existir un lugar así en la realidad, fuera de las películas, ya sabes, o de los palacios reales.

Era una romántica. Damon lo vio en la expresión de su rostro.

Le hizo un gesto a la orquesta, que había estado practicando, para que volviese a tocar y se acercó a Carrie con los brazos estirados. La apretó contra su cuerpo, sonriendo, y empezó a bailar.

–¿Qué estás haciendo? –le preguntó ella riendo, ruborizándose.

–Bailar contigo.

No lo había planeado. Había surgido de repente, como un regalo que quisiera hacerle a Carrie: una noche que ningún otro hombre del planeta pudiese ofrecerle. No estaría mucho tiempo en su vida, pero se aseguraría de que ella no lo olvidase jamás.

–¿Ocurre algo?

Carrie se había puesto seria de repente.

–No.

Damon sintió que estaban haciendo algo muy íntimo y le gustó la sensación. La apretó más contra su cuerpo y siguió moviéndose al son de la música.

No dejaron de mirarse a los ojos ni un instante y cuando el ritmo de la música se hizo más rápido, la echó hacia atrás y le dio un beso en la curva del cuello.

Al incorporarla vio en los ojos de Carrie el mismo deseo que sentía él. No apartó los brazos de su cuerpo ni ella intentó separarse. Tenía las manos apoyadas en su pecho y los labios separados.

Damon no sabía a qué estaba esperando… solo que mirarla a los ojos le resultaba muy erótico. Se dio cuenta de que respiraba con dificultad al bajar la vista a sus labios, entonces, los rozó con su boca solo un instante, pero el tiempo suficiente para sentirse en el paraíso.

–Damon. Estupendo. Te estaba buscando.

La voz retumbó en el salón e hizo que Carrie se apartase bruscamente de él. Damon se giró y vio como el dueño del castillo dejaba de andar hacia ellos al darse cuenta de que los acababa de interrumpir.

Damon se aclaró la garganta.

–Jean-Pierre, esta es Carrie Miller. Carrie, te presento al dueño del castillo, Jean-Pierre Valdon.