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«Mi papá es el mejor papá del mundo», leemos en las primeras páginas de Corazón de siete leguas, autobiografía ficticia de una mujer que narra los abusos sexuales a los que la somete su padre en su niñez y que, poco a poco, descubre cómo este trauma impregna y condiciona toda su vida posterior. Katharina Winkler ha recogido numerosos testimonios de mujeres que han sufrido abusos sexuales durante su infancia para componer Corazón de siete leguas, novela en verso –comparable a Autobiografía de rojo, de Anne Carson– en la que –en forma de monólogo interior– las canciones infantiles, el lenguaje de los cuentos de hadas y el pensamiento mágico de una niña que aún no tiene palabras para describir lo inefable desembocan en la descarnada descripción que la mujer adulta hace de unos hechos terribles, de su vergüenza y su soledad extremas, de unas heridas que, infligidas por un padre abusador y agravadas por una madre fría, permanecerán abiertas de por vida. Lírico y desgarrador pero alejado de todo sensacionalismo, el libro expone un delito que se comete innumerables veces al día en las familias de nuestra sociedad. Como ya hiciera en Cárdeno adorno, la autora encuentra una manera de expresar lo que nadie se atreve a decir, combatiendo así, con gran sensibilidad y arrojo, el silencio que envuelve el maltrato y el sufrimiento de niñas y mujeres que viven la violencia en el entorno de la familia y de la pareja.
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Seitenzahl: 134
Veröffentlichungsjahr: 2025
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LARGO RECORRIDO, 213
Katharina Winkler
CORAZÓN DE SIETE LEGUAS
TRADUCCIÓN DE RICHARD GROSS
EDITORIAL PERIFÉRICA
PRIMERA EDICIÓN: septiembre de 2025
TÍTULO ORIGINAL: Siebenmeilenherz
© Matthes & Seitz Berlin Verlag, Berlín, 2024 Todos los derechos reservados a Matthes & Seitz Berlin Verlagsgesellschaft mbH
© de la traducción, Richard Gross, 2025
© de esta edición, Editorial Periférica, 2025. Cáceres
www.editorialperiferica.com
ISBN: 978-84-10171-58-9
La editora autoriza la reproducción de este libro, total o parcialmente, por cualquier medio, actual o futuro, siempre y cuando sea para uso personal y no con fines comerciales.
Soy una niña.
Tengo cinco años.
Vivo en un pueblo.
Abajo está el valle. Arriba, el monte.
Nos hemos extraviado.
Andamos cuesta arriba o cuesta abajo.
Nunca derechos.
He subido ya a cerros y cimas,
a lomas y laderas.
A pie o en funicular.
Camino bien, según mi papá, voy por el buen camino.
He comido ya en los refugios Hirsl (rebanadas de pan con queso) y Wagner (rebanadas de pan con embutido).
He visto vacas y cabras y ovejas pastando.
Cada verano veo marmotas, gamuzas (comiendo hierba)
e íbices (¡en pleno salto!).
Conozco nuestros montes. Los conozco de día.
De noche me resultan extraños.
Es cuando se transforman.
Se transforman como las personas
cuando beben alcohol,
se arrodillan en misa, se pelean o
tienen pesadillas.
En los montes vive un mago con una varita mágica.
Transforma los montes, el cielo y a las personas
siempre en algo nuevo, siempre en algo distinto.
Y se transforma a sí mismo.
En una flor. O en una roca.
Es lo que toca.
Por el valle corre el río.
Es verde o azul, gris o pardo.
De noche es negro.
Hay días en que lo araña el viento.
He corrido a su lado por la orilla.
He sido más rápida que él.
Al menos en patines o en bicicleta.
Pedalear se me da bien.
Mi papá dice que voy por el buen camino.
Cerca del agua hay más casas que en el monte.
Un río es una arteria de vida, dice mi papá.
Por eso allí hay cemento.
Calles y aparcamientos, gasolineras y supermercados,
edificios de oficinas, como en Nueva York (un par).
Nuestra casa es de madera (un bosque transformado).
Tumbada en el suelo y pegando la oreja
a las tablas
oigo el paso de la carcoma.
Hoy, en nuestro pueblo han adelantado el reloj.
Ahora es una hora menos.
Cuando estoy sentada en el columpio, mi papá me empuja.
Vuela, mariquita,
vuela
vuela
Vuelo cada vez más alto.
Echo la cabeza hacia atrás y veo el cielo.
Con cada empujón, mi papá me lanza más arriba.
Toco las nubes con la punta de los pies.
No tengo miedo.
Mi papá conoce los dragones y sabe domarlos.
Ha estado en casas de brujas y sabe hacer pociones
y conjuros.
Sabe dónde viven las serpientes.
Le ha calzado el zapato de cristal a la Cenicienta
y conoce a Blancanieves
y a los siete enanitos (por sus nombres).
Mi papá ha despertado a la Bella Durmiente.
Mi papá sabe dónde encontrar unicornios.
Mi papá sabe hacerse grande y fuerte para
atravesarlo todo, o hacerse tan pequeño
como para pasar por el ojo de las cerraduras.
Mi papá tiene una capucha mágica. Cuando vienen
los monstruos, no pueden vernos.
Mi papá me metió en el vientre de mi mamá.
Allí fui creciendo. Como dentro de un huevo.
Luego salí del cascarón.
Desde entonces vivo bajo el ala de mi papá.
Mi papá siempre ha estado ahí.
Mi papá nunca morirá.
Me lo ha prometido.
Mi papá estará ahí para siempre. Para siempre y para mí.
Como el lunar de mi barbilla.
Mi papá tiene unas manos grandes que me recogen al pie del tobogán, o cuando salto desde el bordillo de la piscina, o cuando tropiezo camino del valle.
Mi papá tiene el cuello mullido, el pecho ancho
y el vientre gordo para que me acurruque en él.
Mi papá dice que, acostada sobre su barriga,
parezco un pollito.
Me balanceo sobre la barriga de mi papá como sobre las olas.
El corazón de mi papá late fuerte y el silbido de su aliento me adormece.
Mi papá es el mejor papá del mundo.
Mi papá lo sabe todo.
Mi papá conoce los astros y la Luna.
Sabe dónde brilla la Osa Mayor,
Escorpio y Orión.
Sabe cómo las abejas hacen la miel
y los avispones su nido.
Sabe cómo espantar
al perro del vecino
y cómo criar a los gorriones
que se han caído del nido.
Sabe de dónde sopla el viento
y cuándo llega la lluvia.
Sabe cómo protegerse de los rayos.
No le tiene miedo a los truenos.
Sabe cómo prender el fuego de la barbacoa
y cómo apagarlo.
Sabe qué setas se pueden comer.
Sabe cuándo tengo fiebre
y sabe preparar la infusión mágica.
Sabe lo que me quita el dolor de tripa
y el de garganta.
Sabe lo que necesitan mi pecho, mi nariz,
mi cuello,
mi corazón y mi rajita mágica.
Mi pecho necesita una camiseta interior que abrigue.
Mi garganta, un vaso de leche caliente con miel.
Mi corazón, su amor, y mi rajita mágica, su mano.
Hay que jugar con ella, dice mi papá.
Hay que besarla y acariciarla
para que yo pueda dormir tranquila.
¿Qué hacen las manos?
¡Míralas, míralas bien!
Caricias, caricias hacen
y nunca su sed satisfacen.
¿Qué hacen los dedos?
¡Míralos, míralos bien!
Cosquillas, cosquillas hacen
y nunca su sed satisfacen.
Por la noche mi papá me lee en voz alta.
Mi cabeza descansa sobre su pecho.
Deambulamos por los cuentos de hadas.
La voz de mi papá es el musgo, el bosque profundo,
el arroyo que borbotea.
Yo soy la niña de las estrellas. Sobre mí se derrama una lluvia de estrellas.
Me canso de recogerlas,
se me cierran los ojos.
Tienes estrellas en el regazo.
Los dedos de mi papá pasean sobre la manta estrellada,
surcan el cielo
y saltan sobre mis pies desnudos
salvando algunas estrellas fugaces.
Viene un ratoncito.
Papá, me haces cosquillas.
Se me doblan los dedos de los pies.
¡Deditos danzarines, deditos danzarines!
A mi papá le brillan los ojos, su respiración es cálida.
Me retuerzo en mi cielo,
me aparto de los piececitos del ratón.
El ratoncito busca una casita, ¿dónde querrá descansar?
Los dedos de mi papá me suben por la pierna,
¡un, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete cardenales!
¡Del tobogán del jardín!
Aventurera mía,
ven, curemos los cardenales con la saliva mágica de papá.
Los labios de mi papá son cálidos. Sus dedos, suaves, tienen pelos negros y unas uñas transparentes y estriadas,
va llegando un ratoncito,
me suben el camisón,
me recorren el vientre, me hacen cosquillas en el ombligo,
corretean sobre mi pecho, me trepan por el cuello,
el pelo.
Piececitos de ratón.
El ratoncito se me cuela por la boca,
me palpa la lengua, las mejillas,
se baña en el lago de saliva, se me mete bajo el brazo,
busca su escondite en la cueva.
Suelto una risita y aprieto el brazo contra el cuerpo,
pero el ratoncito se escapa, me corretea por el pecho,
el vientre,
tira de la cinturilla elástica.
¿Qué hace el ratón cuando cae la noche?
Busca un escondite.
El ratoncito se me mete por las bragas.
Se pasea por entre mis piernas.
Levanto la cabeza para verlo mejor.
¡Me haces cosquillas!
Mi papá me pone la mano en la frente y
me tapa los ojos.
Chsss,
venga, que no pasa nada.
Veo franjas de luz roja entre los dedos de mi papá.
El aire bajo su mano se va calentando.
Sabe a sal.
El aliento de mi papá empieza a parecer un vendaval,
ruidoso, fuerte.
Me retuerzo bajo su mano.
¡Hemos despertado al unicornio!
Mi papá me pone la mano sobre el cuerno.
La suya se cierra alrededor de la mía.
Juntos sujetamos al unicornio.
No quiero.
Trato de apartar la mano, pero mi papá me la sujeta.
Ya falta poco, tesoro, ya falta poco.
Que no quiero más.
¡Ya falta poco!
Frota,
sigue, sigue.
Mi papá me sujeta con fuerza la mano alrededor del cuerno.
Su anillo de oro se me clava en los dedos.
¡Papá!
Sigue.
¡El anillo!
¡Ya falta poco!
¡Ya falta poco!
¡Ya falta...!
El néctar de las maravillas es blanco y pegajoso.
Parece baba.
¿Y dónde se ha metido el unicornio?
En el bosque encantado.
Mi papá me limpia del vientre el néctar de las maravillas
y me tapa.
También ha desaparecido el ratoncito.
Mi papá habla en susurros.
Ancha es la tierra de los amores
para unicornios, ratones y azores.
Por cualquier lado permite andar
a quienes bien se saben tratar.
Mi papá me ayuda a ponerme las botas de lluvia.
En la punta del pie hay algo que aprieta.
Mi papá me descalza, me saca la plantilla,
sacude la bota hasta que sale un guijarro
y vuelve a ponérmela. Ahora está bien.
Me abrocha el chubasquero, me pone el gorro,
me cala la capucha, me levanta el cuello y
me anuda la bufanda.
Por un instante me quedo sin aliento.
¡Qué bien abrigada vas ahora!
Me cuelga la mochila de los hombros
y salgo de casa.
Caen gotas, caen gotas,
pero yo llevo mis botas
y el cielo ya clarea.
Hermosa es la vida, ¡ea!
El aire es frío y húmedo.
Dejo huellas en la calzada.
Mis botas son blandas. Voy bien abrigada.
Las lombrices salen de los agujeros.
Labran la tierra.
Para la tierra eso es importante. Sólo así es fértil,
sólo así crece y florece la semilla que ha caído
en los surcos.
Mi papá y yo guardamos el secreto.
De tanto secreteo todo lo demás se vuelve extraño.
El jardín, la cocina, los montes.
Mi mamá no sabe nada. Tampoco los niños de los vecinos, ni los del cole, ni la maestra, ni el frutero.
Nadie lo sabe.
Ni mis tíos ni mis tías, ni mis primos ni mis primas. Ni el teclado blanquinegro del piano ni las rosas del jardín.
Nada ni nadie.
Tocan las campanas, pero ni siquiera el Crucificado sabe nada.
La lluvia, desprevenida, se vierte en el tanque de agua.
Nadie sabe quién soy.
Nadie sabe quién es mi papá.
Tengo suerte.
Tengo más cromos que los demás
niños de la clase. Universos de hadas en cuatro colores.
La princesa Lillifee en el jersey y la blusa,
en el gorro y la bufanda, en la mochila
y el estuche de lápices.
Tengo todos los tomos de Harry Potter.
Tengo mil tablillas de Kapla.
Tengo cinco pequeños ponis.
Les lavo las colas y las crines
con champú de frambuesa.
Tengo unas botas de lluvia de un rosa centelleante
y lápices mágicos
que cambian de color.
Cada vez que doy un paso, poniendo un pie delante del otro y abriendo un poco las piernas,
tengo la sensación de que algo quiere meterse en mi agujero.
El tenedor, la cuchara, el cuchillo, las tijeras, el lápiz, una rama, un juguete, una herramienta.
La estaca de la cerca.
Ya no doy pasos grandes.
Ya sólo doy pasos pequeños.
Amasando, paf, paf, paf,
machacando, paf, paf, paf,
y para remate un pisotón,
uno que no deja moretón.
Machaco y amaso, amaso y machaco,
añado un poco de leche, y lista está la masa.
Me levanto de un salto y corro del arenero a las matas,
necesito espinacas y especias (sal, pimienta, mejorana). Me lo embuto todo en los bolsillos de la chaqueta
y lo llevo a la olla. Añado harina y las especias
y moldeo los buñuelos.
Les doy vueltas en las manos hasta que quedan bien redondos.
Tres para mi papá, dos para mi mamá y uno para mí.
No entraré en casa hasta que anochezca.
Se hace tarde cada vez más temprano.
Me mandan a la cama. A dormir. A soñar.
Unas veces mi papá desea que mi sueño sea vivo,
vivo y despierto.
Otras veces desea que duerma como si estuviera muerta.
Prefiero hacerme la muerta. Entonces no siento nada.
Duermo profundamente, duermo como una muerta.
El aliento de mi papá penetra mi sueño de muerta
como el siseo de una serpiente.
Estoy tumbada, quieta, no quiero amanecer,
no quiero serpiente, no quiero duermevela,
no quiero vigilia oscura.
Duermo profundamente, duermo como una muerta.
Serpentear siseante,
la serpiente penetra más hondo, demasiado.
Y aún más hondo.
Me da miedo abrir los ojos.
Temo a la mañana.
¿Quién decide que rompa el día?
¿Quién decide que salga el sol?
Que no se haga la luz sobre la serpiente,
que no se haga la luz sobre mi surco.
Mi papá se inclina hacia mí con ojos de serpiente.
Me está labrando.
Mi día acaba antes de empezar.
Quiero dormir. Dormir.
Dormir muerta.
Duermo profundamente, duermo como una muerta.
Estoy muerta, estoy muerta. Estoy muerta.
Fuera, los pasos de mi mamá.
El crujir del parqué.
Mi papá, encima de mí, se desploma.
Mi papá se sale de mí, se pone de pie, me acaricia
la mejilla, la frente, con un gesto fugaz.
Estoy muerta, estoy muerta. Estoy muerta.
Delante de la puerta, mi mamá.
Mi papá se dirige ruidosamente hacia la ventana
y descorre la cortina de un tirón.
Buenos días, ratoncito.
Un nuevo día.
Ven.
Mi mamá está en el umbral.
Mi mamá no se acerca a mi cama.
Mi mamá no me da un beso de buenos días.
Mi mamá no me abraza.
Mi mamá es fría. Los pliegues de su falda están helados.
Mi mamá es un témpano de hielo y nieve.
En el cuarto de baño corre el agua.
Pájaros, pájaros voladores.
Pájaros, pájaros migradores.
Los cisnes pueden volar a ocho mil metros de altura.
Viajan hasta África formando una gran uve.
Pasan el invierno en África, ha dicho mi papá.
Cada pájaro tiene una brújula interior.
Cada pájaro sabe orientarse en cualquier punto de la tierra.
Dibujo cisnes y gansos, mirlos y petirrojos,
pinzones y gorriones, grullas volando.
Cuando me despierto por las noches sin saber ya dónde está mi cama, dónde la puerta, dónde la ventana ni dónde el baño, me imagino que soy un pájaro
que vuela en uve con otros pájaros, uno detrás de mí,
otro delante, otro al lado, y todos volando conmigo.
Muy abajo, los montes.
Estamos sentados a la mesa. Mi mamá, mi papá y yo,
la familia al completo.
En la pared cuelga el reloj. Un reloj mide la vida.
El nuestro lleva parado mucho tiempo.
No hace tictac. Ya no se le puede dar cuerda,
dice mi papá.
Juntamos las manos y bendecimos la mesa.
Come, dice mi mamá.
No tengo hambre.
Hay leche caliente y pan. Queso y embutido.
Hans, el de la cara plana y los ojos de pez,
se atragantó con el embutido.
Todos los días caminaba por el pueblo.
Todos los días pasaba por delante del carnicero.
Todos los días el carnicero le regalaba embutido.
Todos los días Hans devoraba el embutido del carnicero.
Todos los días Hans casi se atragantaba con el embutido.
Y un día se atragantó de verdad.
El embutido se le fue por el otro lado.
Le cortó la respiración.
Fue así como Hans murió.
Érase una vez un enano
más alto que un altozano.
Dijo el pueblo descreído:
Eso no tiene sentido.
Mi papá me hace señas para que entre en el dormitorio.
Me deja ver la bailarina de cristal.
Está, maravillosamente clara, sobre la mesita de noche,
junto a los somníferos de mi mamá.
Lleva un vestido de tul rosa y zapatillas de media punta.
Mi papá la pone a bailar.