Cristianismo Práctico - A. W. Pink - E-Book

Cristianismo Práctico E-Book

A. W. Pink

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Beschreibung

Arthur W. Pink ha sido llegado a conocer como un expositor habilidoso de la Palabra de Dios. Tanto sus obras expositivas como algunas de sus obras doctrinales han estado disponibles por largo tiempo. Sin embargo, su profunda preocupación por un cristianismo experimental y por la vida cristiana práctica no son tan bien conocidas. Sin embargo, él escribió varias series cortas y artículos individuales sobre lo que la Escritura dice en cuanto al hombre interior. Y al escribir estos artículos, Pink explicó las Escrituras de la misma manera penetrante como lo hacía en sus obras expositivas y doctrinales. Su Cristianismo Práctico, por tanto, no es una colección de pensamientos piadosos sobre la vida cristiana ni tampoco un sencillo bosquejo de la Escritura sino un tratamiento complete sobre este tema. Por treinta años Pink publicó una revista mensual, Studies in the Scriptures [Estudios de las Escrituras], principalmente de su propia pluma. Es de dicha publicación que la mayoría de sus obras publicadas han sido tomadas. Él escribía un artículo cada mes sobre un tema dado, continuando hasta agotar el significado de ese tema en particular. Varias de estas series eran mantenidas al mismo tiempo, en adición a artículos individuales y notas de estudio. Los capítulos de este libro han sido tomados de los volúmenes tardíos (volúmenes 25–32) de Studies in the Scriptures [Estudios de las Escrituras]. Varían en longitud desde un artículo individual en el original hasta diez o doce artículos de una serie. Todos han sido seleccionados debido a sus temas y han sido organizados aproximadamente por su temática.

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Publicado por:Publicaciones Faro de GraciaP.O. Box 1043Graham, NC 27253www.farodegracia.orgISBN 978-1-629463-12-4

© Traducción al español por Giancarlo Montemayor, Copyright 2021. Todos los Derechos Reservados. Edición por Armando Molina. El diseño de la portada y las páginas fue realizado por Francisco Adlofo Hernández Aceves.

Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada en un sistema de recuperación de datos o transmitida en cualquier forma o por cualquier medio –electrónico, mecánico, fotocopiado, grabación o cualquier otro –excepto por breves citas en revistas impresas, sin permiso previo del editor.

Las citas marcadas por un asterisco son la traducción del autor. Las itálicas en las citas de la Escritura indican un énfasis añadido.

© Las citas bíblicas son tomadas de la Versión ReinaValera © 1960 Sociedades Bíblicas en América Latina. © renovada 1988, Sociedades Bíblicas Unidas. Utilizado con permiso. Todos los derechos reservados.

Contenido

Prefacio

Parte I: El comienzo

1. Fe salvadora

2. El poder de Dios

3. El gran cambio

4. La obra del corazón

Parte II: El progreso en la vida cristiana

5. Santos durmientes

6. La armadura del cristiano

7. La doctrina de la mortificación

8. La obra del Señor

9. La supremacía de Dios

Parte III: La autoridad en la vida cristiana

10. Obediencia evangélica

11. El juicio privado

12. Empleados cristianos

Parte IV: Lo mejor de Dios en la vida cristiana

13. Disfrutando lo mejor de Dios

Otros títulos de Publicaciones Faro de Gracia por A. W. Pink

Arthur W. Pink ha sido llegado a conocer como un expositor habilidoso de la Palabra de Dios. Tanto sus obras expositivas como algunas de sus obras doctrinales han estado disponibles por largo tiempo. Sin embargo, su profunda preocupación por un cristianismo experimental y por la vida cristiana práctica no son tan bien conocidas. Sin embargo, él escribió varias series cortas y artículos individuales sobre lo que la Escritura dice en cuanto al hombre interior. Y al escribir estos artículos, Pink explicó las Escrituras de la misma manera penetrante como lo hacía en sus obras expositivas y doctrinales. Su Cristianismo práctico, por tanto, no es una colección de pensamientos piadosos sobre la vida cristiana ni tampoco un sencillo bosquejo de la Escritura sino un tratamiento completo sobre este tema.

Podemos agregar que la preocupación de Pink por el Cristianismo práctico creció a lo largo de los años. Sus primeras series se concentraban en la exposición y doctrinas básicas, exposiciones de Genesis [Génesis], Exodus [Éxodo], The Life and Times of Joshua [La vida y tiempos de Josué], The Life of David, La vida de Elías, The Life of Elisha [La vida de Eliseo], The Sermon on the Mount [El sermón del monte], The Gospel of John [El evangelio de Juan], Hebrews [Hebreos], John’s First Epistle [1 Juan]; y estudios doctrinales: The Satisfaction (Atonement) of Christ [La expiación de Cristo], Los pactos divinos, Union and Communion [Unión y comunión], El Espíritu Santo, The Divine Inspiration of the Bible [La inspiración divina de la Biblia] y La interpretación de las Escrituras. Pink era también fuerte en exposición y doctrina; pero claro, todo esto es una base para la práctica. Pink lo dijo de esta manera en su Introducción a la doctrina de la Mortificación: «Es la opinión estudiada de este escritor (y este no está solo en dicha postura) que la predicación doctrinal es la necesidad más urgente de las iglesias hoy». «La predicación doctrinal está diseñada para iluminar el entendimiento, instruir la mente e informar el juicio. Es lo que provee motivos para la gratitud y da incentivos para las buenas obras». «El cristianismo doctrinal es tanto la base como el motivo para el cristianismo práctico, debido a que son los principios y no la emoción o los impulsos los que constituyen la dinámica de la vida espiritual». Pero la doctrina, a menos que se lleve a la práctica, no tiene valor. Pink escribió,

«no hay doctrina que sea revelada en la Escritura tan solo para tener un conocimiento especulativo, toda ella está allí para ejercer una influencia poderosa sobre la conducta. Él diseño de Dios en todo lo que nos ha revelado es el purificar nuestros afectos y transformar nuestro carácter». Con este propósito, este libro es una colección de artículos varios y series en que el autor escribió sobre la aplicación de la doctrina al alma individual. Esto es un cristianismo práctico.

Por treinta años Pink publicó una revista mensual, Studies in the Scriptures [Estudios de las Escrituras], principalmente de su propia pluma. Es de dicha publicación que la mayoría de sus obras publicadas han sido tomadas. Él escribía un artículo cada mes sobre un tema dado, continuando hasta agotar el significado de ese tema en particular. Varias de estas series eran mantenidas al mismo tiempo, en adición a artículos individuales y notas de estudio. Los capítulos de este libro han sido tomados de los volúmenes tardíos (volúmenes 25–32) de Studies in the Scriptures [Estudios de las Escrituras]. Varían en longitud desde un artículo individual en el original hasta diez o doce artículos de una serie. Todos han sido seleccionados debido a sus temas y han sido organizados aproximadamente por su temática.

Los primeros capítulos (1–3) tratan de los comienzos del cristiano en su nueva vida: su conversión, nuevo nacimiento y los cambios que le ocurren. Estas cosas no pueden ser omitidas en un libro acerca del Cristianismo práctico. Dichas verdades deben ser entendidas en cuanto a su relación con la práctica, pues de lo contrario surgirá un gran malentendido. Hay muchos quienes, como cristianos profesos, se disponen a progresar por medios naturales. Pero uno no puede progresar en la vida cristiana hasta que entiende verdaderamente cuán malo es su estado natural y qué es lo que exactamente ocurrió cuando Dios lo trajo a un estado de gracia.

Los siguientes capítulos (4–8) tratan sobre temas bastante básicos. Tratan sobre las actitudes que un cristiano debería tener para progresar en la vida cristiana, en vista de lo dicho antes y en vista de lo que Dios ha hecho por él y en él si es que en realidad es cristiano. Y Pink enfatiza algo que podría turbar a algunos lectores de este libro, que aun un hombre renovado y espiritual, no puede producir algo bueno en su vida. Pero no lo deja allí. Él prosigue y da recomendaciones prácticas sobre lo que un cristiano puede hacer sobre esto, a pesar de su incapacidad.

Algunos capítulos (9–12) tratan sobre la autoridad en la práctica cristiana, primero, la autoridad de Dios (cap. 9) y Su Palabra (cap. 10), después la autoridad (o más bien dicho limitantes) de los pastores (cap. 11) y empleadores (cap. 12). Este último requiere una explicación. La mayoría de lo dicho en la Escritura que trata de las relaciones entre jefes y trabajadores cae bajo la relación del amo y el esclavo y sin embargo, al día de hoy, los trabajadores no son esclavos de sus supervisores o administradores. Claro, la mayoría de lectores hubieran preferido que Pink discutiera algunas de las diferencias tanto como las similitudes, algo que él no hizo. No obstante, hay mucho que podemos aprender por extensión a partir de esa instrucción. Estas discusiones sobre autoridad, sin embargo, son muy necesarias hoy en día. En una era de independencia en casi todas las circunstancias, es de la mayor importancia el entender la autoridad divina y la extensión y límites de la autoridad humana ejercida por mandato de Dios.

El último capítulo (cap. 13) trata de como gozar de lo mejor de Dios para nuestras vidas. Muchos lectores encontrarán que este es el capítulo más práctico de todos. A pesar de todo lo que Dios obra por y en nosotros, todavía está vigente el principio de que «todo lo que el hombre sembrare, eso también segará.» (Gálatas 6:7). Pink tiene recomendaciones prácticas de la Escritura sobre lo que un cristiano puede hacer aun cuando cae gravemente.

Esta edición de Cristianismo práctico mantiene la obra de Pink casi igual a como él la escribió originalmente. Excepto por algunos cambios en cuanto a puntuación, algunas frases inusuales y asuntos que trataban de la publicación mensual original que no serían comprensibles para los lectores de hoy, nada ha sido modificado. Su uso inusual de los signos de puntuación y su estilo individual han sido mantenidos.

Estos artículos fueron publicados originalmente como un libro bajo el titulo Pink Jewels [Joyas de Pink]. Un título que él seguramente no hubiera aprobado.

Los editores.

Estas son de las últimas palabras expresadas en la tierra por el Señor Jesús, un Jesús ya resucitado. Nunca se han dicho palabras más importantes a los hijos de los hombres. Estas palabras requieren nuestra mayor diligente atención debido a que tienen la mayor consecuencia posible, porque en ellas se establecen los términos de la vida eterna o la miseria eterna: la vida o la muerte, y las condiciones de ambas. La fe es la clave principal en la salvación, y la incredulidad es la clave principal del pecado condenatorio. La ley que amenaza de muerte a causa del pecado ya se ha convertido en una sentencia de muerte sobre todos. Esta sentencia es tan imperativa que admite una sola excepción: creer, de lo contrario serán todos ejecutados.

La condición de vida es doble, tal como fue dada a conocer por Cristo en Marcos 16:16. La principal es la fe, y la secundaria es el bautismo. Decimos «secundaria» porque no es necesaria en absoluto para la vida como lo es la fe. Prueba de esto la encontramos en el hecho de que en la segunda parte del verso no se menciona: pues no es «más el que no sea bautizado, será condenado», sino «el que no creyere». La fe es tan indispensable que aunque uno sea bautizado, si no cree, será condenado. Como hemos dicho anteriormente, el pecador ya está condenado; la espada de la justicia Divina está lista, solo esperando dar el golpe final. Nada puede impedirla, únicamente la fe salvífica en Cristo. Amado lector, el permanecer en incredulidad hace que el infierno sea tan seguro como si ya estuvieras allí. Mientras permanezcas en incredulidad, no tendrás esperanza alguna, y estás «sin Dios en el mundo» (Efesios 2:12).

Ahora bien, si creer es tan necesario y la incredulidad tan peligrosa y mortal, debemos poner atención a lo que significa creer y entenderlo perfectamente. Queda de nuestra parte ser diligentes en estudiar de manera exhaustiva todo lo referente a la naturaleza de la fe salvadora. Más aun, porque no toda fe en Cristo salva; sí, toda fe en Cristo no necesariamente es fe salvífica. Muchas personas están engañadas en este asunto que es vital. Miles creen sinceramente que han recibido a Cristo como su Salvador personal y están descansando en Su obra consumada, pero en realidad están edificando su casa sobre la arena. Un gran número de los que no tienen duda alguna de que Dios los ha aceptado en el Amado y de que están eternamente seguros en Cristo, serán despertados de sus sueños placenteros cuando la mano de la muerte se apodere de ellos. Esto es indudable y solemne al mismo tiempo querido lector, ¿Será éste tu destino? Hay muchos que estaban tan seguros de ser salvos como tú lo estas en este momento, y están ahora en el infierno.

1. Sus falsificaciones

Existen personas que tienen una fe tan parecida a la fe de los verdaderos cristianos, que los mismos creyentes, aun teniendo un espíritu de discernimiento, llegan a creer que es una fe salvífica. Simón el mago es un claro ejemplo de esto. Leemos lo siguiente,

«También creyó Simón mismo, y habiéndose bautizado, estaba siempre con Felipe; y viendo las señales y grandes milagros que se hacían, estaba atónito» (Hechos 8:13).

Tanta fe tenía Simón, y así mismo lo manifestó frente a todos, que Felipe lo tomó como un cristiano y lo admitió a los privilegios que les son propios. Incluso un poco más adelante, el apóstol Pablo dice de él,

«No tienes tú parte ni suerte en este asunto, porque tu corazón no es recto delante de Dios. Arrepiéntete, pues, de esta tu maldad, y ruega a Dios, si quizá te sea perdonado el pensamiento de tu corazón; porque en hiel de amargura y en prisión de maldad veo que estás» (Hechos 8:21–23).

Un hombre podría creer toda la verdad contenida en la Escritura y estar familiarizado con ella, más aún de lo que lo están los cristianos genuinos. Podría haber estudiado la Biblia por un tiempo más prolongado y en su fe captar mucho más de lo que aquellos podrían haber alcanzado. Así como su conocimiento es quizás más amplio, su fe pudiera ser más integral. En este tipo de fe, la persona puede llegar tan lejos como el apóstol Pablo llegó cuando dijo,

«Pero esto te confieso, que según el Camino que ellos llaman herejía, así sirvo al Dios de mis padres, creyendo todas las cosas que en la ley y en los profetas están escritas» (Hechos 24:14).

Sin embargo, esto no es una prueba de que su fe haya sido verdaderamente salvífica. Un ejemplo contrario lo podemos ver en Agripa:

«¿Crees, oh rey Agripa, a los profetas? Yo sé que crees» (Hechos 26:27).

Podemos denominar lo anterior como una simple fe histórica, incluso la Escritura nos enseña que las personas pueden poseer una fe que va más allá de un producto de su mera naturaleza, la cual es del Espíritu Santo, y aun así no ser una fe salvífica. Esta fe de la que estamos hablando tiene dos ingredientes que ni el estudio ni el esfuerzo propio pueden producir, sino la luz espiritual y el poder Divino que hacer rendir nuestra mente. Ahora, un hombre pudiera tener estos ingredientes: tanto la iluminación como la inclinación del cielo, y aun así no ser regenerado. Prueba indudable de esto la tenemos en Hebreos 6:4. Allí leemos sobre un grupo de apóstatas, de los cuales se dice, «Porque es imposible que (...) sean otra vez renovados para arrepentimiento». Vemos que también se dice de estos que eran «iluminados», lo que significa que no solo habían apreciado el mensaje sino que también se habían inclinado para abrazarlo, y ambas cosas porque fueron «hechos partícipes del Espíritu Santo».

Las personas pudieran mostrar una especie de fe salvífica, no solo en su origen sino también en su fundamento. La base de su fe podría ser el testimonio piadoso sobre el cual se apoyan con una confianza inquebrantable. Ellos pudieran darle crédito a lo que creen no solo porque parece razonable o incluso real, sino porque están completamente persuadidos que es Su Palabra y Él no miente. El creer las Escrituras debido a que son la Palabra de Dios constituye una fe Divina. Esta misma fe la tenía el pueblo de Israel después de su maravilloso éxodo de Egipto y de la liberación del Mar Rojo. De ellos se dice en la Palabra,

«Y vio Israel aquel grande hecho que Jehová ejecutó contra los egipcios; y el pueblo temió a Jehová, y creyeron a Jehová y a Moisés su siervo» (Éxodo 14:31),

aunque de la gran mayoría de ellos se dice que sus cuerpos cayeron en el desierto y que el mismo Señor juró que no entrarían en Su reposo (Hebreos 3:17–18).

De hecho, si hacemos un estudio meticuloso de las Escrituras sobre este punto, podemos encontrar lo mucho que se dice de la gente no salva que muestra tener fe en el Señor. En Jeremías 13:11, encontramos a Dios diciendo: «Porque como el cinto se junta a los lomos del hombre, así hice juntar a mí toda la casa de Israel y toda la casa de Judá, dice Jehová», y el decir que los «juntó» a sí, es lo mismo que decir que «confiaban» en Él (cf. 2 Reyes 18:5–6). De esa misma generación Dios dice:

«Este pueblo malo, que no quiere oír mis palabras, que anda en las imaginaciones de su corazón, y que va en pos de dioses ajenos para servirles, y para postrarse ante ellos, vendrá a ser como este cinto, que para ninguna cosa es bueno» (Jeremías 13:10).

La palabra «apoyarse» es otra palabra que significa confianza firme.

«Acontecerá en aquel tiempo, que los que hayan quedado de Israel y los que hayan quedado de la casa de Jacob, nunca más se apoyarán en el que los hirió, sino que se apoyarán con verdad en Jehová, el Santo de Israel» (Isaías 10:20);

«Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado» (Isaías 26:3).

Y sin embargo, nos encontramos con este otro texto: «porque de la santa ciudad se nombran, y en el Dios de Israel confían; su nombre es Jehová de los ejércitos» (Isaías 48:2).

¿Quién dudaría que esto se refiere a una fe salvífica? Está bien, no nos apresuremos demasiado a sacar conclusiones: de ellos mismos el Señor dice:

Porque yo sabía que eres muy obstinado; que tu cuello es un tendón de hierro, y que tu frente es de bronce (Isaías 48:4)

Y nuevamente, el término «recostar» es usado no solamente para comunicar confianza, sino dependencia en el Señor, pues se dice de la esposa:

«¿Quién es ésta que sube del desierto, Recostada sobre su amado?» (Cantares 8:5).

¿Puede ser posible que una expresión como esta se refiera a aquellos que son salvos? Si, así es, y nada menos que por el mismo Dios:

«Oíd ahora esto, jefes de la casa de Jacob, y capitanes de la casa de Israel, que abomináis el juicio, y pervertís todo el derecho (...) Sus jefes juzgan por cohecho, y sus sacerdotes enseñan por precio, y sus profetas adivinan por dinero; y se apoyan en Jehová, diciendo: ¿No está Jehová entre nosotros? No vendrá mal sobre nosotros» (Miqueas 3:9,11).

Así que miles de personas carnales y mundanas están apoyándose sobre Cristo y sosteniéndose en Él de modo que no caigan en el infierno, y están seguros de que tal «mal» no les ocurrirá. No obstante, su confianza es una terrible presunción. Descansar en una promesa de Dios con completa confianza en momentos de desaliento y peligro, es sin duda algo que no esperaríamos decir de personas que no fueran salvas. La verdad es más extraña que la ficción. Esto mismo lo encontramos descrito en la infalible Palabra de Dios.

Cuando Senaquerib y su ejército sitiaron las ciudades de Judá, Ezequías dijo: «Esforzaos y animaos; no temáis, ni tengáis miedo del rey de Asiria, ni de toda la multitud que con él viene; porque más hay con nosotros que con él. Con él está el brazo de carne, mas con nosotros está Jehová nuestro Dios para ayudarnos y pelear nuestras batallas. Y el pueblo tuvo confianza en las palabras de Ezequías rey de Judá» (2 Crónicas 32:7–8); y se nos dice que «Y el pueblo tuvo confianza en las palabras de Ezequías» Ezequías había hablado las palabras del Señor y para el pueblo descansar en esas palabras era descansar en Él mismo. Unos quince años después, este mismo pueblo hizo «más mal que las naciones» (2 Crónicas 33:9). Por lo tanto, el descansar en una promesa de Dios no es, en sí mismo, ninguna prueba de regeneración.

Descansar en Dios, sobre la base de Su pacto, era más que descansar en una promesa; porque aún los hombres no regenerados podían hacer eso. Un ejemplo lo encontramos en Abías, rey de Judá. De hecho es interesante leer y pesar lo que se dice en 2 Crónicas 13, cuando Jeroboam y su ejército vinieron contra él. Primero, le recordó a todo el pueblo de Israel que el Señor Dios había entregado el reino a David y su descendencia por siempre «bajo pacto de sal» (verso 5). Segundo, denunció los pecados del adversario (versos 6–9). Luego reafirmó al Señor como «nuestro Dios» y que Él estaba con ellos (versos 10–12). Pero a pesar de esto, Jeroboam no hizo caso, sino que más bien prosiguió con la batalla en su contra. «Y Abías y su gente hicieron en ellos una gran matanza» (verso 17), «porque se apoyaban en Jehová el Dios de sus padres» (verso 18). Y sin embargo de este mismo Abías se nos dice, «Y anduvo en todos los pecados que su padre había cometido antes de él» (1 Reyes 15:3). Un hombre no regenerado pudiera descansar en Cristo, en Su promesa y aún declararse parte de Su pacto.

«Y los hombres de Nínive (quienes eran paganos) creyeron a Dios» (Jonás 3:5).

Esto es realmente interesante porque el Dios de los cielos era un extraño para ellos, y Su profeta un hombre que no conocían, ¿Por qué entonces deberían ellos confiar en su mensaje? Por otra parte, no fue una promesa sino una amenaza, la cual creyeron ¡Es mucho más fácil para una persona que ahora vive bajo el Evangelio, el apropiarse de una promesa; que para los paganos de entonces, el apropiarse de una terrible amenaza!

En cuanto al apropiarse de una amenaza, estamos propensos a encontrarnos con mucha oposición, tanto interna como externa. Desde adentro, porque una amenaza es como una píldora muy amarga, la amargura de la muerte; y no es de extrañarse que este sabor mengüe. Desde afuera, porque Satanás estará listo para levantar oposición: él teme ver hombres alertas, no sea que sean despertados de su estado de miseria debido a la amenaza y por esto busquen escapar. Él está más seguro de ellos mientras que se sientan seguros, y hará el trabajo necesario para mantenerlos lejos de la amenaza, no sea que sean despertados del sueño de paz y felicidad en el que están mientras duermen dentro de sus mismas fauces.

«Ahora bien, de frente a una promesa, un hombre no regenerado no mostrará ninguna oposición. Internamente no lo hace debido a que la promesa es completamente dulce; la promesa del perdón y vida es la más esencial y vital del Evangelio. No es de extrañarse si se sienten preparados para digerirla con mucho deseo. Y Satanás por otro lado estará muy lejos de hacer alguna oposición, más bien animará y ayudará al que no tiene ningún interés; porque Él sabe que de esta manera los asegurará y fijará a su condición natural. Una promesa mal usada y mal aplicada será un sello sobre el sepulcro, asegurándolos en la tumba del pecado donde yacerán muertos y en descomposición. Por lo tanto, si los hombres no regenerados pudieran apropiarse de una amenaza, la cual es más difícil, como parece haber sido el caso de los habitantes de Nínive, ¿Por qué entonces no podrían estar aptos para apropiarse de una promesa del Evangelio, si no les gusta encontrarse con ninguna clase de dificultad y oposición?» (David Clarkson, 1680, por algún tiempo co–pastor junto con John Owen; con quien estamos en deuda por gran parte de lo dicho anteriormente).

Otro claro ejemplo de los que tienen fe, mas no la fe salvífica, lo vemos en los oidores de tierra de pedregales, los cuales «creen por un tiempo» (Lucas 8:14). Con respecto a este tipo de personas, el Señor declaró que ellos oyen la Palabra y la reciben con gozo (Mateo 13:20). A cuantos hemos conocido que tienen almas felices y rostros resplandecientes, fuertes de espíritu y llenos del celo. Cuán difícil es diferenciarlos de cristianos genuinos, los de buena tierra. La diferencia no es visible en apariencia; se haya debajo de la superficie. Ellos no tienen raíz en sí (Mateo 13:21): se tiene que cavar profundo para descubrir esto. ¿Te has examinado profundamente querido lector, para saber si «la raíz del asunto» (Job 19:28) se halla en ti o no?

Pero veamos ahora otro ejemplo donde vemos algo aún más sorprendente. Hay muchos otros que están dispuestos a tomar a Cristo como su Salvador, pero no están dispuestos a someterse a Él como su Señor, para estar bajo Su mandato y ser gobernados por Sus leyes. Todavía más, hay personas no regeneradas que reconocen a Cristo como su Señor. Veamos una prueba bíblica de esto:

«Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad» (Mateo 7:22–23).

Existe un gran número de quienes profesan sujeción a Cristo como el Señor y hacen un montón de cosas «poderosas» en Su nombre: así que una persona puede mostrarte su fe por medio de sus obras y todavía no ser la fe salvífica.

Es imposible medir cuán lejos podría llegar una fe no salvífica, así como cuan similar pudiera parecer a la fe salvífica. Cristo es el objeto de la fe salvadora, de igual manera para la fe no salvífica (Juan 2:23–24). La fe salvífica es concebida por el Espíritu Santo; así también la fe no salvífica (Hebreos 6:4). La fe salvífica es producida por la Palabra de Dios; lo mismo la no salvífica (Mateo 13:20–21). La fe salvífica hará que un hombre se prepare para la venida del Señor; igualmente lo hará una fe no salvífica: tanto de las vírgenes prudentes como de las insensatas está escrito: «Entonces todas aquellas vírgenes se levantaron, y arreglaron sus lámparas» (Mateo 25:7).

La fe salvífica, así como la no salvífica están acompañadas de gozo (Mateo 13:20). Probablemente algunos lectores están preparados para decir que todo esto es muy desconcertante, y si realmente se prestó la atención necesaria, parecerá también angustiante. Pues, que Dios en Su misericordia permita que estas palabras puedan tener esos efectos en muchos de los que lo leen. Si valoras tu alma no rechaces esto ligeramente. Si hay tal cosa (y la hay) como una fe en Cristo que no salva, entonces ¡qué fácil es estar engañado sobre mi fe! No deja de tener sentido que el Espíritu Santo nos haya advertido sobre esto.

«De ceniza se alimenta; su corazón engañado le desvía» (Isaías 44:20).

«La soberbia de tu corazón te ha engañado» (Abdías 1:3).

«Mirad que no seáis engañados» (Lucas 21:8).

«Porque el que se cree ser algo, no siendo nada, a sí mismo se engaña» (Gálatas 6:3).

En ningún momento Satanás hace uso de esto más tenazmente, y con más éxito, que en conseguir que los hombres crean que tienen una fe salvífica, cuando en realidad no lo tienen.

El diablo engaña más almas por medio de esta estrategia, que por medio de todas sus otras estrategias juntas. Ten presente esto como una ilustración. Cuantas almas cegadas por Satanás leerán esto y dirán: esto no tiene que ver conmigo; ¡yo sé que mi fe es una fe salvífica! De esta manera el diablo desvía la punta afilada de los juicios de la Palabra de Dios, y los asegura cautivos a su propia incredulidad. Él obra en su falsa seguridad, persuadiéndolos a creer que sus almas están aseguradas mientras los induce a ignorar las amenazas de la Escritura y así, a que se apropien solo de las promesas que confortan. Él los convence de no hacer caso a esta gran exhortación de la Palabra: «Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos» (2 Corintios 13:5).

Oh querido lector, atiende a esas palabras en este momento. En esta parte final, haremos lo posible por señalar algunos de los detalles en los que la fe no salvífica es deficiente, y en cómo viene a parecerse a una fe que salva. Primero, los que tienen esta falsa fe, es debido a que ellos están dispuestos a que Cristo los salve del infierno, pero no están dispuestos a que Él los salve de ellos mismos. Quieren ser librados de la ira venidera, pero anhelan mantener su propia voluntad y los placeres de su carne. Pero el Señor ha declarado que tú debes ser salvo bajo Sus términos y condiciones, sino no lo serás en absoluto. Cuando Cristo salva a alguien, lo salva del poder y la contaminación del pecado, y por lo tanto de su propia culpabilidad. Y la esencia misma del pecado es el empeño de tener mi propio camino (Isaías 53:6). Cuando Cristo salva a una persona, Él somete el espíritu de su voluntad, e implanta un deseo eterno, genuino y poderoso de agradarle a Él.

Nuevamente, muchos nunca han sido salvos porque quieren dividir a Cristo; desean tomarlo con Salvador, pero sin someterse a Él como Señor. O si están preparados para someterse a Él como Señor, no lo harán como su absoluto Señor. Esto no puede ser: Cristo solo puede ser Señor de todo. La gran mayoría de cristianos profesos quisieran que la soberanía de Cristo estuviera limitada a ciertos puntos; de tal manera que no se inmiscuyera demasiado en la libertad de algunos deseos lujuriosos y carnales. Ellos codician la paz del Señor, pero su «yugo» no es para nada bienvenido. De todos ellos Cristo dirá:

«Y también a aquellos mis enemigos que no querían que yo reinase sobre ellos, traedlos acá, y decapitadlos delante de mí» (Lucas 19:27).

Otra vez digo, hay una gran multitud de personas que están relajados y preparados para que Cristo venga y los justifique, pero no para que los santifique. De modo que ellos tolerarán solo cierto grado de santificación, pero la santificación incluye «todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo» (1 Tesalonicenses 5:23), y ellos no tienen el ánimo para saborear esto. Que sus corazones sean santificados y que su codicia y orgullo sean sometidos, es demasiado pedir, es como arrancarse un ojo. No están dispuestos a someterse a la mortificación de todos sus miembros. Ellos no quieren que Cristo sea como un Refinador que destruya toda su lujuria, que consuma su escoria, que disuelva por completo su vieja naturaleza, que derrita sus almas para así crear un nuevo molde. Negarse completamente a sí mismos y cargar su cruz cada día, es una tarea de la que huyen con aborrecimiento.

Muchos están dispuestos a celebrar a Cristo como su Sacerdote, pero no para declararlo como su Rey. Pregúntales, en general, si están listos para hacer alguna cosa que Cristo les demande, y responderán con un enfático y confiado «Si». Pero ve a lo específico: haz mención de esos mandamientos particulares del Señor los cuales están ignorando, y ellos a una sola voz gritarán «¡legalismo!» o «No podemos ser completamente perfectos». Menciona nueve responsabilidades que ellos quizá están realizando, pero menciona la décima y los harás enojar. Después de una gran persuasión, Naamán fue llevado a lavarse en el Jordán pero no estuvo dispuesto a dejar el templo de Rimón (2 Reyes 5:18). Herodes oyó con temor a Juan e hizo «muchas cosas» (Marcos 6:20), pero cuando Juan se refirió a Herodías, esto tocó su carne profundamente. Muchos están dispuestos a rendir sus noches en el teatro y sus fiestas, pero se rehúsan a ir con Cristo fuera del campamento. Otros están dispuestos a ir fuera del campamento, pero se rehúsan a negar su carnalidad y sus deseos lujuriosos. Querido lector, si hay una reserva en tu obediencia, vas en el camino que dirige al infierno.

2. Su naturaleza

«Hay generación limpia en su propia opinión, Si bien no se ha limpiado de su inmundicia» (Proverbios 30:12). Muchos creen que este texto se aplica solamente sobre aquellos quienes están confiando en algo ajeno a Cristo y Su obra sustitutiva, tales como las personas que descansan en el bautismo, la membresía en la iglesia o en su propia moral y comportamiento religioso. Pero un gran error es este, el limitar las Escrituras únicamente a esto que acabamos de mencionar. Un verso como este: «Hay camino que al hombre le parece derecho; pero su fin es camino de muerte» (Proverbios 14:12), tiene una aplicación mucho más amplia que solo a aquellos que están seguros de una felicidad eterna basados en sus propias obras. Igualmente erróneo es imaginar que solo las almas engañadas son los que no tienen fe en Cristo.

Hay una cristiandad hoy en día conformada por un gran número de personas a quienes se les ha enseñado que nada de lo que haga el pecador podrá merecer la estima de Dios. Han sido educados, y con razón, que las obras de más alta moral de la naturaleza del hombre son como «trapos sucios» ante los ojos de un Dios santo. Han oído repetidamente pasajes como: «Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe» (Efesios 2:8–9); y «nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo» (Tito 3:5) que los ha convencido completamente que la criatura no puede alcanzar el cielo por sus propias obras. Se les ha dicho una y otra vez que solo Cristo puede salvar al pecador que se arrepiente y cree, y que de ahí no será sacudido ni por el hombre ni por el diablo. Hasta aquí, muy bien.

A este grupo del cual nos referimos ahora, también le ha sido enseñado que Cristo es el único camino al Padre, sin embargo, Él es el camino solamente cuando personalmente se ejerce una fe sobre Él y que llega a ser nuestro Salvador solo cuando creemos en Él. Durante los últimos veinticinco años, el énfasis de casi toda predicación ha sido poner la fe en Cristo, y los esfuerzos evangelísticos han estado completamente reducidos a conseguir que la gente «crea» en el Señor Jesús. Aparentemente esto ha sido un gran éxito; miles y miles han respondido al mensaje, pues como ellos suponen, han aceptado a Cristo como Salvador. Aquí queremos hacer entender que es un gran error suponer que todo el que «cree en Cristo» es salvo, así como concluir que solo están engañados aquellos que no tienen fe en Cristo (Proverbios 14:12, 30:12).

Nadie puede leer atentamente el Nuevo Testamento sin darse cuenta de que existe un «creer» en Cristo el cual no salva. Leemos en Juan 8:30 «Hablando Él estas cosas, muchos creyeron en Él.» Notemos cuidadosamente que no dice que muchos creen en Él, sino «muchos creyeron en Él». Sin embargo, no es necesario leer mucho más allá de este capítulo para saber que esas mismas personas eran almas no regeneradas, por consiguiente, tampoco salvas. Encontramos que el Señor les dice a estos «creyentes» que su padre es el diablo (verso 44); y más adelante los vemos llenando sus manos de rocas para arrojárselas a Jesús (verso 59). Para algunos esto ha llegado a ser difícil de entender, aunque no debería ser así. La dificultad de ellos es auto impuesta, pues yace en suponer que toda fe en Cristo significa salvación, y no es así. Hay una fe en Cristo la cual salva, y hay también una fe en Cristo la cual no lo hace.

«Aun de los gobernantes, muchos creyeron en Él» ¿Significa entonces que todos esos hombres fueron salvos? Muchos predicadores y evangelistas, así como miles de sus víctimas, responderán «Por supuesto que sí». Pero veamos lo que sigue de inmediato:

«pero a causa de los fariseos no lo confesaban, para no ser expulsados de la sinagoga. Porque amaban más la gloria de los hombres que la gloria de Dios» (Juan 12:42–43).

¿Dirá algunos de nuestros lectores entonces que esos hombres fueron salvos? Si es así, entonces es una prueba clara de que tal lector es por completo un extraño a cualquier obra salvífica de Dios. Hombres que por el amor a Cristo teman arriesgar sus posiciones, sus intereses, sus reputaciones, o cualquier otra cosa que amen, son hombres que todavía están en sus pecados —no importa cuánto confíen en la obra consumada de Cristo.

Es probable que muchos de nuestros lectores hayan crecido bajo la enseñanza de que hay solo dos tipos de personas en el mundo: creyentes y no creyentes. Pero tal clasificación es completamente engañosa y totalmente errónea. La Palabra de Dios divide a los habitantes de la tierra en tres tipos: «No seáis tropiezo ni a (1) judíos, ni a (2) gentiles, ni a (3) la iglesia de Dios» (1 Corintios 10:32). Esto fue así en los tiempos del Antiguo Testamento, y más notablemente desde los días de Moisés. Estaban primero los «gentiles» o naciones paganas, a las afueras de la comunidad de Israel. Con respecto a esta clase, hoy en día hay millones de paganos modernos, quienes son «amadores de los deleites más que de Dios». Segundo, estaba la nación de Israel, la cual estaba dividida en dos grupos como Romanos 9:6 lo declara: «no todos los que descienden de Israel son israelitas». La parte más grande de la nación de Israel era el pueblo nominal de Dios que tenía tan solo una relación nominal con él. Pertenecen a esta clase una gran masa de creyentes que profesan el nombre de Cristo. Tercero, estaba el remanente espiritual de Israel, los cuales eran llamados a la esperanza de una herencia celestial: este grupo son hoy en día los cristianos genuinos, la «manada pequeña» de Dios (Lucas 12:32).

A través de todo el Evangelio de Juan podemos ver claramente esta división triple de los hombres.

En primer lugar, estaban los líderes de la nación que tenían un corazón endurecido, los Fariseos, escribas, sacerdotes y ancianos. Estos de principio a fin estuvieron poniendo oposición a Cristo, y ni Su bendita enseñanza ni Sus maravillosas obras tuvieron efecto alguno en ellos.

En segundo lugar, estaba la gente común que «le oía de buena gana» (Marcos 12:37), muchos de los cuales se dice que habían «creído en Él» (cf. Juan 2:23; 7:31; 8:30; 10:42; 12:11), pero no hay ninguna evidencia de que habían sido salvos. Ellos no se oponían a Cristo, pero nunca rindieron sus corazones a Él. Fueron maravillados por la divina obra de Jesús, sin embargo fueron fácilmente ofendidos (Juan 6:66). En tercer lugar, estaba el pequeño grupo que «le recibieron» (Juan 1:12) en sus vidas y en sus corazones; lo recibieron como su Señor y como su Salvador.

Esta división de tres grupos de personas la podemos ver claramente hoy en día. Primero, está la gran multitud de personas que no profesan nada, que no ven en Cristo nada que les haga desearlo; que son sordos a todo llamado, y que muy poco se esfuerzan por esconder su odio hacia el Señor Jesús. Segundo, hay un grupo grande que de forma natural se sienten atraídos por Cristo, muy lejos de ser abiertos antagonistas de Él y Su obra, pues se encuentran entre Sus seguidores. Habiendo sido enseñados en la Verdad, ellos «creen en Cristo», al igual que los niños que son criados para creer firme y devotamente en Mahoma en el islam. Habiendo recibido enseñanzas con respecto a los beneficios de la preciosa sangre de Jesús, ellos confían en sus virtudes de librarlos de la ira venidera; no obstante, no existe en su diario vivir algo que muestre que son nuevas criaturas en Cristo.

Tercero, hay unos «pocos» (Mateo 7:13–14) que se niegan a sí mismos, toman diariamente la cruz y siguen el camino de amor de un despreciado y rechazado Salvador y obedecen a Dios sin reservas.

Querido lector, hay una fe en Cristo la cual salva, pero hay también una fe en Cristo que no lo hace. Con esta declaración muy pocos estarían en desacuerdo, sin embargo muchos serán inclinados a suavizarla diciendo que la fe en Cristo que no salva es simplemente una fe histórica, o que es solo una creencia acerca de Cristo en lugar de creer en Él. Hay personas que confunden una fe histórica acerca de Cristo con una fe salvífica en Cristo que no negamos; pero lo que queremos enfatizar en esto es el solemne hecho de que hay también algunos quienes tienen más que una fe histórica, más que un simple conocimiento intelectual sobre Él, que está lejos de ser una fe que vivifica y salva. Hoy en día no son unos pocos que tienen esta fe no salvífica sino un gran número que están a nuestro alrededor. Son personas que cumplen los prototipos de aquellos a los que le hemos llamado la atención anteriormente: quienes estaban representados y ejemplificados en los tiempos del Antiguo Testamento por aquellos que creían, descansaban, confiaban y se apoyaban en el Señor, pero que sin embargo eran almas no salvas.

Entonces, ¿en qué consiste la fe salvífica? Mientras buscamos la respuesta, es nuestro objetivo no solo brindar una definición bíblica, sino al mismo tiempo diferenciarla de una fe no salvífica. Obviamente esto no es una tarea sencilla, debido a dos cosas que tienen en común: la fe en Cristo que no salva, comparte más de un ingrediente con la fe que verdaderamente une el alma a Él. Ahora por un lado, el escritor debe tratar de evitar elevar el modelo bíblico mucho más alto del real, para no crear desaliento en los santos del Señor; y por el otro lado debe evitar la reducción del modelo bíblico para no alentar a los maestros y religiosos no regenerados. No queremos negarle la porción legítima al pueblo de Dios, ni tampoco queremos cometer el pecado de tomar su pan y dárselo a los perros. Que el propio Espíritu Santo nos guíe a la verdad.

Muchos errores serán evitados en este tema si tomamos el debido cuidado de expresar una definición bíblica de lo que es incredulidad. Encontraremos una y otra vez en las Escrituras el creer y el no creer colocados como una antítesis, y cuando obtengamos un entendimiento correcto de la naturaleza de la incredulidad, también llegaremos a un concepto correcto de la naturaleza real de la fe salvífica. Cuando entendamos que la incredulidad es mucho más que un error o un fracaso en aceptar la Verdad, también descubriremos que la fe salvadora es mucho más que una aceptación a lo que la Palabra de Dios nos dice. Las Escrituras describen la incredulidad como un principio malicioso y agresivo que se opone a Dios. La incredulidad tiene un lado pasivo y activo, así como uno negativo y uno positivo, por eso el sustantivo en Griego se representa como «incredulidad» (Romanos 11:20) y como «desobediencia» (Efesios 2:2; 5:6; Hebreos 3:18; 4:6,11; 11:31; 1 Pedro 4:17). Unos cuantos ejemplos concretos harán más claro este asunto.

Primeramente, tomemos el caso de Adán. Lo que sucedió no consistió solamente de no creer la solemne amenaza de Dios respecto a la muerte en caso de comer del fruto prohibido —por la desobediencia de un solo hombre todos fuimos hechos pecadores (Romanos 5:12). Ni tampoco fue el pecado atroz de nuestros primeros padres el escuchar a la serpiente, pues leemos en 1 Timoteo 2:14 «y Adán no fue engañado». Él había decidido andar su propio camino sin importar lo que Dios había prohibido y demandado. Por lo tanto, este es el primer caso de incredulidad en la historia humana, el cual no consistió en una indisposición de obedecer de corazón lo que Dios había dicho de una manera clara e imponente, sino también una rebelión desafiante y deliberada contra Él.

Tomemos ahora el caso de Israel en el desierto. En la Escritura leemos, «Y vemos que no pudieron entrar (a la tierra prometida) a causa de incredulidad» (Hebreos 3:19). Pero, ¿qué significan realmente estas palabras? ¿Significan que no entraron a Canaán debido a su fracaso al apropiarse de la promesa de Dios? Sí, pues tenían la promesa de entrar, pero perecieron «por no ir acompañada de fe en los que la oyeron» (Hebreos 4:1–2). Dios había declarado que la simiente de Abraham heredaría la tierra que fluye leche y miel, y este era el privilegio de esa generación que fue liberada del dominio egipcio para tomar y apropiarse de la promesa. Pero no lo hicieron. ¡Y esto no es todo! Hubo algo mucho peor: tenían otro ingrediente en su incredulidad que por lo general se pierde de vista en nuestros días; ellos estaban en una desobediencia abierta contra Dios. Vemos que cuando los espías tomaron del fruto, y Josué les mandó a ir y poseer la tierra, ellos no pudieron. Con respecto a esto, Moisés declaró

«Sin embargo, no quisisteis subir, antes fuisteis rebeldes al mandato de Jehová vuestro Dios» (Deuteronomio 1:26).

Este es el lado positivo de su incredulidad; ellos fueron desobedientes y desafiantes por voluntad propia.

Veamos ahora el caso de la generación de Israel que estaba en Palestina cuando el Señor Jesús apareció entre ellos como «siervo de la circuncisión para mostrar la verdad de Dios (Romanos 15:8).

Leemos en Juan 1:11, «A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron», y luego declara que no «creyeron» en Él. Pero ¿esto es todo? ¿Eran culpables de solamente fracasar al momento de aceptar Su enseñanza y confiar en Él? No, en realidad, ese fue simplemente el lado negativo de su incredulidad. Positivamente, ellos «aborrecieron» al Señor (Juan 15:25), y no quisieron «venir a» Él (Juan 5:40). Sus santos mandamientos no se adaptaron a sus deseos carnales, y por eso dijeron «No queremos que éste reine sobre nosotros» (Lucas 19:14). Y por eso su incredulidad consistió también en el deseo de satisfacer a toda costa sus propios placeres.

La incredulidad no es simplemente una enfermedad producto de la naturaleza caída del hombre, es un crimen atroz. En todas partes de las Escrituras, la incredulidad es atribuida al amor por el pecado, a la obstinación de la voluntad y a la dureza de corazón. Tiene su raíz en una naturaleza depravada y en una mente enemiga de Dios. La incredulidad produce automáticamente amor por el pecado:

«Y ésta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas» (Juan 3:19).

«La luz del Evangelio es llevada a un lugar o a un grupo de personas: ellos se acercan tanto que descubren su propósito; pero tan pronto se encuentran con el hecho que deben apartarse de sus pecados, no tendrán más nada que ver con dicha luz. A ellos no les gusta las condiciones que presenta el Evangelio, y así perecen en sus propias iniquidades» (John Owen).

Si el evangelio de Cristo fuera predicado de manera más clara y fiel, pocos serían los que profesarían creerlo.

Entonces, la fe salvífica es lo opuesto a la incredulidad condenatoria. Una es un problema del corazón que está separado de Dios y que está en un estado de completa rebelión contra Él; y la otra viene de un corazón que ha sido reconciliado con Dios y ha dejado de luchar contra Él. Por lo tanto, un ingrediente esencial en la fe salvadora es el ceder a la autoridad de Dios, una sumisión a Él y a Sus mandatos. Esto va mucho más allá de un entendimiento, una disposición y aún más allá de tener el conocimiento de que Cristo es el Salvador de los pecadores, el cual está listo para recibir a todo el que confíe en Él. Para ser recibido por el Señor Jesús a toda costa, no solamente debemos ir a Él renunciando a toda nuestra justicia (Romanos 10:3), como un mendigo con manos vacías (Mateo 19:21), sino que también debemos renunciar a nuestra propia voluntad y a nuestra rebelión contra Él (Salmo 12:11–12; Proverbios 23:13). Un hombre rebelde e insurgente que quiere ir ante su rey buscando el favor y el perdón, debe ir sobre sus rodillas dejando a un lado su obstinación. Así mismo es con un pecador que realmente va a Cristo buscando el perdón, no hay otra manera de hacerlo.

La fe salvífica es un venir a Cristo genuino (Mateo 11:28; Juan 6:37, etc.). Pero tengamos cuidado de no perder lo que claramente implica estos términos. Si yo digo «yo fui a los Estados Unidos», eso implica que yo tuve que dejar el país donde me encontraba para ir allí. Por lo tanto, en ese «venir» a Cristo algo se tiene que dejar. El hecho de ir a Cristo no solo implica abandonar toda fe falsa, también implica el abandono de todo aquello que quiere tomar el trono del corazón. «Porque vosotros erais como ovejas descarriadas, pero ahora habéis vuelto al Pastor y Obispo de vuestras almas» (1 Pedro 2:25). ¿Qué se entiende por «Todos nosotros nos descarriamos (note el verbo en pasado, ellos no continúan haciéndolo) como ovejas»? (Isaías 53:6), «Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino». Esto es lo que debemos abandonar cuando realmente «vamos» a Cristo, ese camino de voluntad propia debe ser abandonado. Él hijo prodigo no pudo ir a la casa de su padre mientras permanecía en el lugar lejano donde se encontraba. Querido lector, si aún estas en el camino de tu propia voluntad y piensas que has venido a Cristo, lo único que estás haciendo es engañándote a ti mismo. Esta simple definición que hemos mencionado sobre «venir» a Jesús, no es una enseñanza que hemos forzado. John Bunyan en su libro Come and Welcome to Jesus Christ [Ven y sé bienvenido a Jesucristo] escribió lo siguiente:

«Venir a Cristo va acompañado de un sincero y honesto abandono a todo por Él (aquí Bunyan cita Lucas 14:26–27). Por estas y otras expresiones similares, Cristo describe al que verdaderamente ha venido como: el que echa todo tras sus espaldas. Hay una gran cantidad de personas que suponen haber ido a Cristo. Estos son como el hombre del cual se habla en Mateo 21:30 que respecto a la oferta de su padre dijo: “Sí, señor, voy. Y no fue”. Cuando Cristo por medio del Evangelio los llama, ellos dicen “Yo voy, Señor”, pero permanecen en sus placeres y deleites carnales».

En su sermón sobre Juan 6:44, C. H. Spurgeon dijo:

«Venir a Cristo incluye arrepentimiento, auto negación, y fe en el Señor Jesús, así como la suma de todas las cosas que son necesarias para los grandes pasos del corazón, tales como la fe y la verdad, las oraciones sinceras a Dios y la sumisión del alma a los preceptos de Su Evangelio».

También en su sermón sobre Juan 6:37 dice,

«Venir a Cristo significa apartarse del pecado y confiar en Él. Venir a Cristo es abandonar cualquier falsa confianza, es renunciar a cualquier amor por el pecado y es buscar a Jesús como la única columna inamovible de nuestra confianza y esperanza.

La fe salvífica consiste en la completa rendición de mi ser y vida, demandada por Dios: «sino que a sí mismos se dieron primeramente al Señor» (2 Corintios 8:5).

Esta es la aceptación sin reservas de Cristo como mi absoluto Señor, rendirse a Su voluntad y recibir Su yugo. Posiblemente alguien objetará ¿Entonces por qué a los cristianos se les exhorta como en Romanos 12:1? A esto respondemos, todo este tipo de exhortaciones son simplemente un llamado a que continúen como comenzaron: «Por tanto, de la manera que habéis recibido al Señor Jesucristo, andad en Él» (Colosenses 2:6).

Apunta bien esto, Cristo es «recibido» como Señor. Oh cuán lejos y muy por debajo del modelo del Nuevo Testamento está la manera moderna de llamar a los pecadores a recibir a Cristo como su Salvador personal. Si el lector consultara su concordancia, encontraría que en todo pasaje son puestos siempre juntos los dos títulos «Señor y Salvador» (Lucas 1:46; 2 Pedro 1:11; 2:20; 3:18).

La fe salvadora o salvífica hace que los impíos se den cuenta de la pecaminosidad de su propia voluntad y sus propios placeres, los quebranta de manera genuina y los hace caer arrepentidos ante Dios, los vuelve dispuestos a abandonar el mundo por el Señor Jesucristo, los hace estar de acuerdo en vivir bajo gobierno de Dios, pero tan solo «depender» de Él para perdón y vida no es fe, sino una presunción descarada que solo añade sal a la herida. Y para tales, tomar el nombre de Dios y pronunciar con sus labios contaminados que son Sus seguidores, es la blasfemia más atroz, y de manera peligrosa esto pudiera venir a ser el cometer ese pecado que es imperdonable. ¡Ay de ese evangelismo moderno que solamente está alentando y generando criaturas monstruosas que deshonran a Cristo!

La fe que salva es un creer con el corazón: «que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación» (Romanos 10:9–10).

No existe tal cosa como una fe salvífica en Cristo en la cual no hay amor real por Él, y con «amor real» nos referimos a un amor que se ve evidenciado por la obediencia. El Señor Jesucristo declara que su amigo es aquel que hace lo que Él manda (Juan 15:14). Así como la incredulidad es una especie de rebelión, así la fe salvadora es una completa sujeción a Dios: por eso leemos sobre «obedecer la fe» (Romanos 16:26). La fe que salva es para el alma, lo que la salud es para el cuerpo: es un poderoso elemento para el funcionamiento, de completa vitalidad, trabajando siempre, llevando siempre buen fruto.

3. Su dificultad

Probablemente, algunos de nuestros lectores se sorprenderán al oír sobre la dificultad de la fe salvífica. En casi todas partes se está enseñando por hombres que se dicen ortodoxos e incluso «fundamentalistas», que ser salvo es un asunto muy sencillo. Mientras la persona crea (Juan 3:16), y «descanse», o «acepte a Cristo como su Salvador personal,» nada más se necesita. Comúnmente se dice que el pecador no necesita más que poner su fe en el objetivo correcto: así como un hombre confía en su banco o una mujer en su esposo, que ejerza su profesión de fe en Cristo. Esta idea ha sido aceptada por muchos de una manera amplia, y cualquiera que diga lo contrario se arriesga a ser etiquetado de hereje. Sin embargo, este escritor, sin dudarlo denuncia esto como el insulto más grande contra Dios, una mentira del diablo. La fe natural es suficiente para confiar en algo terrenal, pero para confiar de manera salvífica en un objetivo Divino se necesita una fe sobrenatural.

A medida observamos los métodos que son empleados por los «evangelistas» y «líderes» modernos, nos damos cuenta que han reemplazado al Espíritu Santo por sus propios pensamientos; lo cierto es que muestran el más degenerado concepto de salvación, el cual es un milagro que solo Él puede hacer cuando transforma el corazón humano y lo rinde de manera genuina al Señor Jesucristo. En estos tiempos de tanta degeneración solo unos pocos tienen la idea de que la fe que salva es un hecho milagroso. En lugar de esto, la gran mayoría supone que la fe salvífica es nada más que un producto de la voluntad humana, la cual cada hombre es capaz de producir: todo lo que se necesita es presentarle al pecador unos cuantos versos bíblicos que describan su condición perdida, uno o dos que contengan la palabra «creer», luego un poco de persuasión para que «acepte a Cristo,» y listo el trabajo. Y lo peor de esto es que muchos no ven el error, y permanecen ciegos al hecho de que este procedimiento es una especie de droga del diablo para adormecer a miles de personas llevándolos a una paz falsa.

Muchos han sido persuadidos a creer que son salvos. Cuando en realidad su fe surgió de un procedimiento superficial de lógica. Por ejemplo, un «líder» se dirige a un hombre que no tiene preocupación alguna por la gloria de Dios ni la comprensión de su obstinación terrible contra él. Ansioso por «ganar otra alma para Cristo», saca el Nuevo Testamento y le lee 1 Timoteo 1:15. Este líder dice, «tú eres un pecador», y el hombre asienta con la condición de la que se le ha informado, «entonces este verso te incluye». Luego le lee Juan 3:16, y pregunta, «¿A quiénes incluye la frase “todo aquel”?» La pregunta es repetida una y otra vez hasta que la pobre víctima responde, «tú y yo, y a todos». Ahora le pregunta, «¿Lo crees? ¿Crees que Dios te ama y que Cristo murió por ti?» Si la respuesta es «Sí,» el líder le da la seguridad de que es ahora salvo. ¡Oh querido lector! Si de este modo tú fuiste «salvo», entonces fue con «palabras persuasivas de humana sabiduría» y tu «fe» esta «fundada en la sabiduría de los hombres» (1 Corintios 2:4–5) y ¡no en el poder de Dios!

Al parecer muchos piensan que es tan fácil para un pecador limpiar su corazón (Juan 4:8) como lavarse las manos; que la verdad Divina atraviese su alma y debilite su carne así como tirar de las persianas en la mañana para que la luz del sol entre; que se vuelvan de sus ídolos a Dios, del mundo a Cristo, de su pecado a la santidad, así como un barco cambia de dirección con el simple movimiento del timón. Querido lector, no seas engañado en este asunto tan importante; mortificar los deseos de la carne, ser crucificado al mundo, vencer al diablo, morir diariamente al pecado y vivir para la justicia, ser manso y humilde de corazón, confiado y obediente, piadoso y paciente, fiel y comprometido, amoroso y gentil; en una sola palabra, ser cristiano, el ser como Cristo, es una tarea que va mucho más allá de un pobre producto de la naturaleza caída del hombre.

Es por el hecho de que una generación ha crecido ignorante de la verdadera fe salvadora que ellos la estiman como algo simple. Es porque están tan lejos de tener el concepto bíblico de la naturaleza de la salvación de Dios, que aceptan los disparates antes mencionados con los brazos abiertos. Es porque muy pocos comprenden la razón por la cual necesitan salvación, que ese evangelio popular es tan felizmente aceptado. Una vez que se entienda que la fe salvadora es mucho más que creer que «Cristo murió por mí», y que implica una rendición completa de mi corazón y mi vida a Su gobierno, muy pocos pensarán que la poseen.

Una vez que se entienda que Cristo vino a salvar a Su pueblo no solo del infierno, sino del pecado, de su propia voluntad y sus propios deseos, entonces muy pocos desearán Su salvación.

El Señor nunca enseñó que la fe salvadora fuera un asunto sencillo, esto está muy lejos de su enseñanza. En lugar de decir que la salvación del alma fuera algo simple, en la cual todos podían tener parte, Él dijo:

«porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan» (Mateo 7:14).

El único camino que nos lleva al cielo es uno muy duro y laborioso: «Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios» (Hechos 14:22):

El entrar en ese camino requiere grandes esfuerzos del alma, «Esforzaos a entrar por la puerta angosta; porque os digo que muchos procurarán entrar, y no podrán» (Lucas 13:24).

Después de que el joven rico se había apartado muy triste de Cristo, el Señor Se dirigió a Sus discípulos y les dijo:

«Hijos, ¡cuán difícil les es entrar en el reino de Dios, a los que confían en las riquezas! Más fácil es pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios» (Marcos 10:24–25)

¿Dónde colocamos un pasaje como este en la teología (si se le puede llamar así) que se enseña en las «Escuelas Bíblicas» de instrucción en evangelismo y liderazgo? No tiene lugar alguno. De acuerdo con ese punto de vista, es tan fácil para un millonario ser salvo como lo es para un pobre, ya que todo lo que tienen que hacer es «descansar en la obra consumada de Cristo». Pero los que se revuelcan en sus riquezas no piensan en Dios:

«En sus pastos se saciaron, y repletos, se ensoberbeció su corazón; por esta causa se olvidaron de mí» (Oseas 13:6).

Los discípulos al oír estas palabras de Cristo «se asombraban aún más, diciendo entre sí: ¿Quién, pues, podrá ser salvo?» Si nuestros contemporáneos hubiesen oído esto, hubiesen colocados sus temores en el descansar en Cristo, y les hubiesen asegurado que absolutamente todos pueden ser salvos si creen en el Señor Jesús. Pero el Señor no los alentó con esto. En lugar, les dijo inmediatamente

«Para los hombres es imposible, más para Dios, no; porque todas las cosas son posibles para Dios.» (Marcos 10:27).

El pecador no puede arrepentirse, creer para salvación en Cristo ni venir a Él de manera genuina. «Para los hombres es imposible» excluye la posibilidad de alguna apelación especial a la voluntad humana. No es sino un milagro de gracia lo que puede llevar a cualquier pecador a ser salvo.

Y ¿por qué es imposible para el hombre producir fe salvífica? Dejemos que la respuesta sea trazada desde el caso del joven rico. Él se apartó triste de Cristo, «porque tenía muchas posesiones». Este joven estaba envuelto en sus riquezas. Era su ídolo. Su corazón estaba atado a las cosas de este mundo. Los requerimientos de Cristo fueron muy específicos: dejar todo lo que tenía y seguirle, era más de lo que la carne podía soportar. Querido lector, ¿cuáles son tus ídolos? El Señor le dijo: «una cosa te falta» ¿Qué era? Ceder a las demandas obligatorias de Cristo; un corazón rendido a Dios. Cuando el alma está llena de las inmundicias de este mundo, no hay espacio alguno para las cosas celestiales. Cuando un hombre está satisfecho con sus riquezas carnales, no pensará ni deseará las riquezas espirituales.

Esta misma verdad es expuesta en la parábola de «la gran cena». El banquete de la gracia Divina es extendido, y a través del evangelio, se da a los hombres un llamado para que sean parte de él. Y ¿cuál es la respuesta?

«Y todos a una comenzaron a excusarse» (Lucas 14:18).

Y ¿por qué hicieron esto? Porque estaban más interesados en otras cosas. Sus corazones estaban fundados en tierras (verso 18), en bueyes (verso 19), en comodidades (verso 20). La gente está dispuesta a «aceptar a Cristo» bajo sus propias condiciones, pero no bajo las del Señor. Las condiciones del Señor son descritas en el mismo capítulo: entregarle el primer lugar de nuestro corazón (verso 26), la crucifixión de nuestras vidas (versos 27), abandonar por completo todo ídolo (verso 33). Por eso Él preguntó:

«¿quién de vosotros, queriendo edificar una torre [figura de la ardua tarea de poner la mira en las cosas de arriba], no se sienta primero y calcula los gastos, a ver si tiene lo que necesita para acabarla?» (Lucas 14:28).

«¿Cómo podéis vosotros creer, pues recibís gloria los unos de los otros, y no buscáis la gloria que viene del Dios único?» (Juan 5:44)