El Espíritu Santo - A. W. Pink - E-Book

El Espíritu Santo E-Book

A. W. Pink

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Siempre que el cristianismo ha presentado un poder vivificante particular, se ha considerado a la doctrina del Espíritu Santo como uno de los artículos principales de la iglesia, junto con las doctrinas de la justificación y la expiación. El rasgo distintivo del cristianismo, en lo que se refiere a la experiencia del hombre, es la obra del Espíritu, que no sólo lo eleva muy por encima de toda especulación filosófica, sino también por encima de cualquier otra forma de religión. La gran importancia de un estudio con reverencia y oración sobre este tema debería ser evidente para todo verdadero hijo de Dios. Las repetidas referencias que Cristo hizo al Espíritu en Su discurso final (Juan 14:1-16:1-33) insinúan de inmediato esto. La obra particular que le ha sido encomendada proporciona una clara prueba de ello. No hay ningún bien espiritual comunicado a nadie sino por el Espíritu; todo lo que Dios en Su gracia obra en nosotros, es por el Espíritu. El único pecado para el que no hay perdón es el cometido contra el Espíritu. ¡Cuán necesario es entonces que seamos bien instruidos en la doctrina bíblica concerniente a Él!

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Publicado por:Publicaciones Faro de GraciaP.O. Box 1043Graham, NC 27253www.farodegracia.orgISBN: 978-1-629462-93-6

© Traducción al español por Publicaciones Faro de Gracia, Copyright 2021. Todos los Derechos Reservados.

©2021 Publicaciones Faro de Gracia. Traducción al español realizada por Giancarlo Montemayor; edición de texto, diseño de la portada y las páginas por Francisco Adolfo Hernández Aceves. Todos los Derechos Reservados. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada en un sistema de recuperación de datos o transmitida en cualquier forma o por cualquier medio —electrónico, mecánico, fotocopiado, grabación o cualquier otro— excepto por breves citas en revistas impresas, sin permiso previo del editor

©Las citas bíblicas son tomadas de la Versión Reina–Valera ©1960, Sociedades Bíblicas en América Latina. © renovada 1988, Sociedades Bíblicas Unidas, a menos que sea notado como otra versión. Utilizado con permiso.

Contenido

1. El Espíritu Santo

2. La personalidad del Espíritu Santo

3. La deidad del Espíritu Santo

4. Los títulos del Espíritu Santo

5. El pacto: oficios del Espíritu Santo

6. El Espíritu Santo durante las edades del Antiguo Testamento

7. El Espíritu Santo y Cristo

8. El advenimiento del Espíritu

9. La obra del Espíritu

10. La regeneración del Espíritu Santo

11. La vivificación del Espíritu

12. La iluminación del Espíritu

13. La convicción del Espíritu

14. La consolación del Espíritu

15. La atracción del Espíritu

16. La fe que obra del Espíritu

17. La unión del Espíritu a Cristo

18. El Espíritu que habita en nosotros

19. La enseñanza del Espíritu

20. La purificación del Espíritu

21. La guía del Espíritu

22. La seguridad del Espíritu

23. El testimonio del Espíritu

24. El sello del Espíritu

25. La ayuda del Espíritu

26. La intercesión del Espíritu

27. La transformación del Espíritu

28. La preservación del Espíritu

29. La confirmación del Espíritu

30. La fructificación del Espíritu

31. La dotación del Espíritu

32. Honrando al Espíritu

Otros títulos de Publicaciones Faro de Gracia

En el pasado, habiendo considerado los atributos de Dios nuestro Padre, y posteriormente contemplado algunas de las glorias de Dios nuestro Redentor, ahora parece apropiado que esto sea seguido por esta serie sobre el Espíritu Santo. La necesidad de esto es real y apremiante, porque la ignorancia con respecto a la Tercera Persona de la Deidad Lo deshonra a Él enormemente y es altamente perjudicial para nosotros. El fallecido George Smeaton de Escocia comenzó su excelente obra sobre el Espíritu Santo diciendo: «Siempre que el cristianismo ha presentado un poder vivificante particular, se ha considerado a la doctrina del Espíritu Santo como uno de los artículos principales de la iglesia, junto con las doctrinas de la justificación y la expiación. El rasgo distintivo del cristianismo, en lo que se refiere a la experiencia del hombre, es la obra del Espíritu, que no sólo lo eleva muy por encima de toda especulación filosófica, sino también por encima de cualquier otra forma de religión».

No demasiado fuerte fue el lenguaje de Samuel Chadwick cuando dijo: «El don del Espíritu es la misericordia suprema de Dios en Cristo Jesús. Para esto fue todo lo demás. La Encarnación y Crucifixión, la Resurrección y la Ascensión fueron todos preparatorios para el Pentecostés. Sin el don del Espíritu Santo todo lo demás sería inútil. Lo mayor en el cristianismo es el don del Espíritu. El elemento esencial, vital, central en la vida del alma y en la obra de la Iglesia es la Persona del Espíritu» (Joyful News, 1911).

La gran importancia de un estudio con reverencia y oración sobre este tema debería ser evidente para todo verdadero hijo de Dios. Las repetidas referencias que Cristo hizo al Espíritu en Su discurso final (Juan 14:1-16:1-33) insinúan de inmediato esto. La obra particular que Le ha sido encomendada proporciona una clara prueba de ello. No hay ningún bien espiritual comunicado a nadie sino por el Espíritu; todo lo que Dios en Su gracia obra en nosotros, es por el Espíritu. El único pecado para el que no hay perdón es el cometido contra el Espíritu. ¡Cuán necesario es entonces que seamos bien instruidos en la doctrina bíblica concerniente a Él! El gran abuso que ha existido en todas las épocas bajo la pretensión de Su santo nombre, debería impulsarnos a un estudio diligente. Finalmente, la terrible ignorancia que ahora prevalece tan ampliamente sobre el oficio y las operaciones del Espíritu, nos insta a hacer nuestros mejores esfuerzos.

Sin embargo, por importante que sea nuestro tema, y prominente como es el lugar que se le da en las Sagradas Escrituras, parece que siempre se ha encontrado con una cantidad considerable de negligencia y perversión. Thomas Goodwin comenzó su obra masiva sobre The Work of the Holy Spirit in Our Salvation [La obra del Espíritu Santo en nuestra salvación] (1660) afirmando: «Existe una omisión general en los santos de Dios, en el hecho de que no dan al Espíritu Santo la gloria que se debe a Su Persona y a Su gran obra de salvación en nosotros, de tal manera que hemos en nuestro corazón casi olvidado a esta Tercera Persona». Si eso pudiera decirse en medio de los agradables días de los puritanos, ¡qué lenguaje se requeriría para exponer la terrible ignorancia espiritual e impotencia de este ignorante siglo XX!

En el prefacio de sus conferencias sobre «La persona, la divinidad y el ministerio del Espíritu Santo» (1817), Robert Hawker escribió: «Me siento más impulsado a este servicio, al contemplar el terrible día actual del mundo. Los ‘postreros días’ y los ‘tiempos peligrosos’, de los que el Espíritu habla tan expresamente, han llegado (1 Timoteo 4:1). Las puertas del diluvio de la herejía están rotas y están derramando su veneno mortal en varias corrientes a través de la tierra. De una manera más atrevida y abierta, la negación de la Persona, Deidad y Ministerio del Espíritu Santo se adelanta e indica la tempestad que vendrá. En tal época es necesario sostener, y que, ‘contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos’. Ahora, de una manera más atenta, el pueblo de Dios debería recordar las palabras de Jesús y oír ‘lo que el Espíritu dice a las iglesias’».

Entonces, nuevamente, en 1880, George Smeaton escribió: «Podemos afirmar con seguridad que la doctrina del Espíritu es casi completamente ignorada». Y agreguemos: Dondequiera que se honre poco al Espíritu, hay una causa grave para sospechar la autenticidad de cualquier profesión de cristianismo. En contra de esto, puede que él haya respondido: Tales cargos como los anteriores ya no son válidos. Ojalá no lo hicieran, pero lo hacen. Si bien es cierto que durante las últimas dos generaciones se ha escrito y hablado mucho sobre la persona del Espíritu, sin embargo, en su mayor parte, ha sido de un carácter lamentablemente inadecuado y erróneo. Mucha escoria se ha mezclado con el oro. Una terrible cantidad de fanatismo y tonterías que no son bíblicas han estropeado el testimonio. Además, no se puede negar que en general ya no se reconoce que la agencia sobrenatural se requiere imperativamente para que la obra redentora de Cristo sea aplicada a los pecadores. Más bien, las acciones muestran que ahora se sostiene ampliamente que si las almas no regeneradas son instruidas en la letra de las Escrituras, su propia fuerza de voluntad es suficiente para permitirles «decidirse por Cristo».

En la gran mayoría de los casos, los que profesan ser cristianos están demasiado engreídos por el sentido de lo que ellos suponen que están haciendo para Dios, como para estudiar seriamente lo que Dios ha prometido hacer por y en Su pueblo. Están tan ocupados con sus esfuerzos carnales por «ganar almas para Cristo» que no sienten su propia profunda necesidad de la unción del Espíritu. Los líderes de la empresa «cristiana» están tan preocupados en multiplicar los «obreros cristianos» que la cantidad, no la calidad, es la consideración principal. ¿Cuántos hoy reconocen que si el número de «misioneros» en el campo extranjero se multiplicara por veinte el próximo año, eso, por sí solo, no aseguraría la salvación genuina de un pagano adicional? Aun cuando cada nuevo misionero fuera «sano en la fe» y predicara solo «la Verdad», eso no agregaría ni un ápice de poder espiritual a las fuerzas misioneras, ¡sin la unción y la bendición del Espíritu Santo! El mismo principio es válido en todas partes. Si los seminarios ortodoxos y los institutos bíblicos muy publicitados resultaran en 100 veces más hombres de lo que están haciendo ahora, las iglesias no estarían ni un poco mejor de lo que están, a menos que Dios concediera un nuevo derramamiento de Su Espíritu. De la misma manera, ninguna escuela dominical es fortalecida con la mera multiplicación de sus maestros.

Para mis lectores, afronten el hecho solemne de que la mayor falta de todas en la cristiandad hoy es la ausencia del poder y la bendición del Espíritu Santo. Revise las actividades de los últimos 30 años. Se han dedicado ampliamente millones de dólares al apoyo de empresas cristianas profesas. Los institutos bíblicos y las escuelas han producido miles de «obreros capacitados». Las conferencias bíblicas han brotado por todos lados como hongos. Se han impreso y distribuido innumerables folletos y tratados. El tiempo y el trabajo han sido aportados por un número casi incalculable de «obreros personales». ¿Y con qué resultados? ¿Ha avanzado el estándar de piedad personal? ¿Son las iglesias menos mundanas? ¿Son sus miembros más semejantes a Cristo en su caminar diario? ¿Hay más piedad en el hogar? ¿Son los hijos más obedientes y respetuosos? ¿Se está santificando y guardando cada vez más el Día de Reposo? ¿Se ha elevado el estándar de honestidad en los negocios?

Aquellos bendecidos con cualquier discernimiento espiritual pueden regresar con una sola respuesta a las preguntas anteriores. A pesar de todas las enormes sumas de dinero que se han gastado, a pesar de todas las labores que se han realizado, a pesar de todos los nuevos obreros que se han sumado a los antiguos, la espiritualidad de la cristiandad está decayendo mucho más hoy que hace 30 años. Ha aumentado el número de cristianos profesos, se han multiplicado las actividades carnales, pero el poder espiritual se ha desvanecido. ¿Por qué? Porque hay un Espíritu contrito y apagado en medio de nosotros. Mientras se retenga Su bendición, no puede haber mejora. Lo que se necesita hoy es que los santos se postren ante Dios y clamen a Él en el nombre de Cristo para que obre de nuevo, para que lo que ha contristado a Su Espíritu sea quitado y el canal de bendición sea abierto una vez más.

Hasta que al Espíritu Santo se Le dé nuevamente Su lugar que Le corresponde en nuestros corazones, pensamientos y actividades, no puede haber mejora. Hasta que se reconozca que dependemos enteramente de Sus operaciones para toda bendición espiritual, no se puede llegar a la raíz del problema. Hasta que se reconozca que es «No con ejército (de obreros capacitados), ni con fuerza (de argumento intelectual o atractivo persuasivo), sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos» (Zacarías 4:6), no habrá liberación de ese celo carnal que no es conforme al conocimiento, y que ahora paraliza a la cristiandad. Hasta que el Espíritu Santo sea honrado, buscado y tomado en cuenta, la presente sequía espiritual debe continuar. Que le plazca a nuestro misericordioso Dios dar mensajes al escritor y preparar los corazones de nuestros lectores para recibir lo que será para Su gloria, el progreso de Su causa en la tierra y el bien de Su querido pueblo. Hermanos, oren por nosotros.

Si se nos pidiera que expresáramos en forma integral lo que constituye (según nuestro punto de vista con respecto a las Escrituras) la bienaventuranza del pueblo del Señor en la tierra, después de que Su obra de gracia ha comenzado en sus almas, no dudaríamos en decir que debe ser enteramente formada por el conocimiento personal y la comunión con la gloriosa Trinidad en sus Personas y Deidad, porque así como la iglesia es elegida para ser eternamente santa y eternamente gozosa, en comunión ininterrumpida con Dios en gloria cuando esta vida termine, la anticipación ahora por fe debe formar la fuente más pura de todo gozo presente. Pero esta comunión con Dios en la Trinidad de Sus Personas no puede disfrutarse sin una clara aprehensión de Él. Debemos conocer bajo la enseñanza Divina a Dios en la Trinidad de Sus Personas, y también debemos conocer de la misma fuente los actos de gracia especiales y personales por los cuales cada Persona gloriosa en la Deidad ha condescendido a darse a conocer a Su pueblo antes de que podamos decir que disfrutamos personalmente de comunión con todos y cada uno.

No ofrecemos disculpas, entonces, por dedicar un capítulo separado a la consideración de la personalidad del Espíritu Santo, porque a menos que tengamos un concepto correcto de Su glorioso ser, es imposible que tengamos pensamientos correctos acerca de Él, y por lo tanto imposible que Le rindamos ese homenaje, amor, confianza y sumisión que Le corresponden. Para el cristiano que se da cuenta que le debe a las operaciones personales del Espíritu toda influencia Divina ejercida sobre él desde el primer momento de la regeneración hasta la consumación final en la gloria, no puede ser un asunto de poca importancia aspirar a la más completa aprehensión de Él de la que son capaces sus finitas facultades; sí, no considerará ningún esfuerzo como demasiado grande para obtener puntos de vista espirituales de Aquel a cuya gracia y poder Divinos deben atribuirse los medios eficaces de su salvación por medio de Cristo. Para aquellos que son ajenos a las operaciones del bendito Espíritu en el corazón, es probable que el tema de este capítulo sea una cuestión de despreocupación y que sus detalles sean aburridos.

Algunos de nuestros lectores se sorprenderán al escuchar que hay hombres que profesan ser cristianos y que niegan rotundamente la personalidad del Espíritu. No ensuciaremos estas páginas transcribiendo sus blasfemias, pero mencionaremos un detalle al que apelan los seductores espirituales, porque algunos de nuestros amigos posiblemente hayan experimentado alguna dificultad con ello. En el segundo capítulo de Hechos, se dice que el Espíritu Santo fue «derramado» (Hechos 2:18 y 2:33). ¿Cómo se pueden usar esos términos para una Persona? Muy fácilmente: ese lenguaje es figurativo y no literal; no puede ser literal porque lo que es espiritual es incapaz de ser materialmente «derramado». La figura se interpreta fácilmente: como el agua «derramada» desciende, así el Espíritu ha venido del cielo a la tierra; así como la lluvia «torrencial» es fuerte, así el Espíritu es dado gratuitamente en la plenitud de Sus dones.

Habiendo aclarado esto, que ha dificultado a algunos, confiamos ahora tenemos el camino abierto para presentar algunas de las pruebas positivas. Comencemos por señalar que una «persona» es una entidad inteligente y voluntaria, de la cual se pueden predicar verdaderamente las propiedades personales. Una «persona» es una entidad viviente, dotada de entendimiento y voluntad, siendo un agente inteligente y dispuesto. Así es el Espíritu Santo: todos los elementos que constituyen personalidad se Le atribuyen y se encuentran en Él. «Como el Padre tiene vida en Sí mismo, y el Hijo tiene vida en Sí mismo, así también el Espíritu Santo, ya que Él es el Autor de la vida natural y espiritual de los hombres, lo cual no podría ser si Él no tuviera vida en Sí mismo; y si Él tiene vida en Sí mismo, debe subsistir en Sí mismo» (John Gill).

1. Se predican del Espíritu propiedades personales. Él está dotado de entendimiento o sabiduría, que es la primera propiedad inseparable de un agente inteligente: «el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios» (1 Corintios 2:10). Ahora, «escudriñar» es un acto de entendimiento, y se dice que el Espíritu «escudriña» porque «sabe» (versículo 11). Él está dotado de voluntad, que es la propiedad más eminentemente distintiva de una persona: «Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere» (1 Corintios 12:11). ¡Cuán completamente sin significado sería tal lenguaje si el Espíritu fuera sólo una influencia o energía! Él ama: «Pero os ruego, hermanos, por nuestro Señor Jesucristo y por el amor del Espíritu» (Romanos 15:30). ¡Cuán absurdo sería hablar del «amor del Espíritu» si el Espíritu no fuera más que un aliento impersonal o una cualidad abstracta.

2. Se atribuyen al Espíritu Santo propiedades personales pasivas: es decir, Él es el Objeto de tales acciones de los hombres como nadie más que una persona puede serlo. «Convinisteis en tentar al Espíritu del Señor» (Hechos 5:9). Correctamente John Owen dijo: «¿Cómo puede ser tentada una cualidad, un accidente, una emanación de Dios? Nadie puede serlo sino el que tiene un entendimiento para considerar lo que se Le propone, y una voluntad para determinar sobre las propuestas hechas». De la misma manera, se dice de Ananías «que mintieses al Espíritu Santo» (Hechos 5:3); nadie puede mentirle a otro, excepto aquel que sea capaz de escuchar y recibir un testimonio. En Efesios 4:30 se nos ordena «no contristéis al Espíritu Santo»; qué insensato sería hablar de «contristar» una abstracción, como la ley de la gravedad. Hebreos 10:29 nos advierte que Él puede ser «afrentado».

3. Se Le atribuyen acciones personales. Él habla: «el Espíritu dice claramente» (1 Timoteo 4:1); «El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias» (Apocalipsis 2:7). Él enseña: «porque el Espíritu Santo os enseñará en la misma hora lo que debáis decir» (Lucas 12:12); «él os enseñará todas las cosas» (Juan 14:26). Él manda o ejerce autoridad: una prueba contundente de esto se encuentra en Hechos 13:2, «dijo el Espíritu Santo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado»; ¡cuán completamente engañoso sería tal lenguaje si el Espíritu no fuera una persona real! Él intercede: «el Espíritu mismo intercede por nosotros» (Romanos 8:26); así como la intercesión de Cristo demuestra que Él es una persona, y uno distinto del Padre, ante Quien Él intercede, así la intercesión del Espíritu igualmente prueba Su personalidad, incluso Su personalidad distinta.

4. Se Le atribuyen caracteres personales. Cuatro veces el Señor Jesús Se refirió al Espíritu como «El Consolador», y no simplemente como «consuelo»; las cosas inanimadas, como la ropa, pueden darnos consuelo, pero sólo una persona viva puede ser un «consolador». Una vez más, Él es el Testigo: «Y nos atestigua lo mismo el Espíritu Santo» (Hebreos 10:15); «El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios» (Romanos 8:16); el término es forense, que denota el suministro de evidencia válida o prueba legal; obviamente, solo un agente inteligente es capaz de desempeñar tal cargo. Él es Justificador y Santificador: «mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios» (1 Corintios 6:11).

5. Se usan pronombres personales sobre Él. La palabra «pneuma» en el griego, como «espíritu» en el español, es neutra, sin embargo del Espíritu Santo se habla con frecuencia en el género masculino: «Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas» (Juan 14:26); el pronombre personal no podría, sin violar la gramática y la corrección, aplicarse a ningún otro que no fuera una persona. Refiriéndose nuevamente a Él, Cristo dijo: «mas si me fuere, os lo enviaré» (Juan 16:7); no hay otra alternativa mas que considerar al Espíritu Santo como una Persona, o ser culpable de la terrible blasfemia de afirmar que el Salvador empleó un lenguaje que sólo podría engañar a Sus Apóstoles y llevarlos a un terrible error. «Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador» (Juan 14:16); no sería posible ninguna comparación entre Cristo (una Persona) y una influencia abstracta.

Tomando prestado el lenguaje del reverenciado John Owen, seguramente podemos decir: «Con todos estos testimonios hemos confirmado plenamente lo que fue diseñado para ser probado por ellos, a saber, que el Espíritu Santo no es una cualidad, como dicen algunos, que reside en el Naturaleza divina; no una mera emanación de virtud y poder de Dios; no la acción del poder de Dios en y para nuestra santificación, sino una Persona santa, inteligentemente subsistente». Que Le plazca al Espíritu Eterno agregar Sus bendiciones a las anteriores, aplicar las mismas a nuestros corazones y hacer que Su adorable Persona sea más real y preciosa para cada uno de nosotros. Amén.

En el último capítulo nos esforzamos por proporcionar, a partir del testimonio de la Sagrada Escritura, evidencia abundante y clara de que el Espíritu Santo es una Persona consciente, inteligente y personal. Nuestra preocupación actual es la naturaleza y dignidad de Su Persona. Confiamos sinceramente en que nuestra presente investigación no sorprenderá a nuestros lectores por ser superflua: seguramente cualquier mente que esté impresionada con la debida reverencia por el tema en el que nos ocupamos admitirá fácilmente que no podemos ser demasiado minuciosos y particulares en la investigación de un punto de tan infinita importancia. Si bien es cierto que casi todos los pasajes que presentamos para demostrar la personalidad del Espíritu también contenían una prueba decisiva de Su Deidad, consideramos que el aspecto actual de nuestro tema es de tal importancia que merecía justamente una consideración separada, y más aún, ya que el error en este punto es fatal para el alma.

Habiendo mostrado, entonces, que la Palabra de Dios enseña expresa e inequívocamente que el Espíritu es una Persona, la siguiente pregunta a considerar es: ¿Bajo qué carácter debemos considerarlo a Él? ¿Qué rango ocupa Él en la escala de la existencia? Se ha dicho verdaderamente que, «[Sólo hay dos opciones] o Él es Dios, poseyendo como una Persona distinta una inefable unidad de la naturaleza Divina con el Padre y el Hijo; o Él es criatura de Dios separada infinitamente de Él en esencia y dignidad, teniendo solamente una excelencia derivada según el rango de su creación. No hay punto medio entre estas dos posturas, ya que nada intermedio puede admitirse entre el Creador y la criatura. De tal manera que incluso si el Espíritu Santo fuera puesto en la cima de la Creación (aun sobre el más excelso de los ángeles que trasciende sobre el más bajo de los reptiles), el abismo aún sería infinito, y Aquel que es llamado el Espíritu Eterno, no sería Dios» (Robert Hawker).

Ahora nos esforzaremos por mostrar a partir de la Palabra de Verdad que el Espíritu Santo Se distingue por tales nombres y atributos, que está dotado de tal abundancia de poder subestimado y que es el Autor de tales obras que trascienden por completo la capacidad finita y que no pueden pertenecer a nadie más que a Dios mismo. Por misteriosa e inexplicable que pueda ser la existencia de una distinción de Personas en la esencia de la Deidad para la razón humana, sin embargo si nos inclinamos sumisamente a las claras enseñanzas de los Oráculos Divinos, entonces la conclusión de que subsisten tres Personas Divinas que son coesenciales, coeternas y coiguales es inevitable. Aquel de Quien son obras tales como la Creación del universo, la inspiración de las Escrituras, la formación de la humanidad de Cristo, la regeneración y santificación de los elegidos, es y debe ser Dios; o para usar el lenguaje de 2 Corintios 3:17, «Porque el Señor es el Espíritu»

1. El Espíritu Santo es llamado expresamente Dios. Pedro le dijo a Ananías: «¿por qué llenó Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo?» y luego, en el siguiente versículo, afirma «No has mentido a los hombres, sino a Dios» (Hechos 5:3-4); si, entonces, si mentir al Espíritu Santo es mentirle a Dios, necesariamente sigue que el Espíritu debe ser Dios. Nuevamente, los santos son llamados «el templo de Dios», y la razón que prueba esto es que «el Espíritu de Dios mora en vosotros» (1 Corintios 3:16). De la misma manera, el cuerpo del santo individual es designado, «templo del Espíritu Santo», y luego se hace la exhortación, «glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo» (1 Corintios 6:19-20). En 1 Corintios 12, donde se menciona la diversidad de Sus dones, administraciones y operaciones, se habla de Él de manera individual como «el Espíritu es el mismo» (1 Corintios 12:4), «el Señor es el mismo» (12: 5, «Dios […] es el mismo» (12:6). En 2 Corintios 6:16 al Espíritu Santo se le llama «Dios viviente».

2. El Espíritu Santo es llamado expresamente Jehová, un nombre que es completamente incomunicable para todas las criaturas, y que no se puede aplicar a nadie excepto al Gran Supremo. Fue Jehová Quien habló por boca de todos los santos Profetas desde el principio del mundo (Lucas 1:68, 70), ¡sin embargo, en 2 Pedro 1:20 se declara implícitamente que todos esos Profetas hablaron por «el Espíritu Santo». (cf. también 2 Samuel 23:2-3, y comparar con Hechos 1:16)! Fue a Jehová a Quien Israel tentó en el desierto, «volvieron a pecar contra él, Rebelándose contra el Altísimo» (Salmo 78:17-18), sin embargo, ¡en Isaías 63:10 esto se denomina específicamente, «fueron rebeldes, e hicieron enojar su santo espíritu»! En Deuteronomio 32:12 leemos, «Jehová solo le guió», sin embargo hablando del mismo pueblo, al mismo tiempo, Isaías 63:14 declara, «El Espíritu de Jehová los pastoreó». Fue Jehová Quien le ordenó a Isaías: «Anda, y di a este pueblo: Oíd bien» (6:8-9), ¡mientras que el Apóstol declaró: «Bien habló el Espíritu Santo por medio del profeta Isaías a nuestros padres, diciendo: Ve a este pueblo, y diles:…» (Hechos 28:25,26)! ¿Qué podría establecer más claramente la identidad de Jehová y el Espíritu Santo? Note que el Espíritu Santo es llamado «el Señor» en 2 Tesalonicenses 3:5.

3. Las perfecciones de Dios se encuentran todas en el Espíritu. ¿Por qué más está determinada la naturaleza de cualquier ser sino por sus propiedades? Aquel que posee las propiedades propias de un ángel o de un hombre es correctamente estimado. Por tanto, el que posee los atributos o propiedades que pertenecen únicamente a Dios, debe ser considerado y adorado como Dios. Las Escrituras afirman muy clara y abundantemente que el Espíritu Santo posee los atributos peculiares de Dios. Le atribuyen absoluta santidad. Como Dios es llamado «Santo», «el Santo», siendo descrito en ello por esa propiedad superlativamente excelente de Su naturaleza en la que Él es «magnífico en santidad» (Éxodo 15:11); así se designa a la Tercera Persona de la Trinidad como «el Espíritu de santidad» (Romanos 1:4) para denotar la santidad de Su naturaleza y la Deidad de Su Persona. El Espíritu es eterno (Hebreos 9:14). Él es omnipresente: «¿A dónde me iré de tu Espíritu?» (Salmo 139:7). Es omnisciente (cf. 1 Corintios 2:10, 11). Él es omnipotente: se le llama «el poder del Altísimo» (Lucas 1:35; cf. también Miqueas 2:8, y compare Isaías 40:28).

4. La absoluta soberanía y supremacía del Espíritu manifiesta Su Deidad. En Mateo 4:1 se nos dice: «Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto»: ¿Quién sino una Persona Divina tenía el derecho de dirigir al Mediador? ¡y a Quién sino a Dios Se hubiera sometido el Redentor! En Juan 3:8, el Señor Jesús hizo una analogía entre el viento que «sopla de donde quiere» (no estando a disposición o dirección de ninguna criatura), y las operaciones imperiales del Espíritu. En 1 Corintios 12:11 se afirma expresamente que el Espíritu Santo tiene la distribución de todos los dones espirituales, y no tiene nada más que Su propio placer por Su gobierno. Debe, entonces, ser «Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos». En Hechos 13:2-4 encontramos al Espíritu Santo llamando a los hombres a la obra del ministerio, que es únicamente una prerrogativa Divina, aunque los malvados lo han abrogado para sí mismos. En estos versículos se encontrará que el Espíritu designó su obra, les ordenó que fueran apartados por la iglesia y los envió. En Hechos 20:28 se dice claramente que el Espíritu Santo puso obispos sobre la iglesia.

5. Las obras atribuidas al Espíritu demuestran claramente Su Deidad. Se Le atribuye la Creación misma, no menos que al Padre y al Hijo: «Su espíritu adornó los cielos» (Job 26:13): «El espíritu de Dios me hizo» (Job 33:4). Está interesado en la obra de la providencia (Isaías 40:13-15; Hechos 16:6-7). Toda la Escritura es inspirada por Dios (2 Timoteo 3:16), cuya fuente es el Espíritu mismo (2 Pedro 1:21). La humanidad de Cristo fue formada milagrosamente por el Espíritu (Mateo 1:20). Cristo fue ungido por el Espíritu para Su obra (Isaías 61:1; Juan 3:34). Sus milagros fueron realizados por el poder del Espíritu (Mateo 12:38). Fue levantado de entre los muertos por el Espíritu (Romanos 8:11). ¿¡Quién sino una persona Divina podría haber realizado obras como estas!?

Lector, ¿tiene una prueba personal e interna de que el Espíritu Santo no es otro que Dios? ¿Ha obrado en usted lo que ningún poder finito podría hacer? ¿le ha sacado de la muerte a la vida?, ¿le ha hecho una nueva criatura en Cristo?, ¿le ha impartido una fe viva, le ha llenado de santos anhelos de Dios? ¿le insufla el espíritu de oración?, ¿toma las cosas de Cristo y se las muestra?, ¿aplica a su corazón tanto los preceptos como las promesas de Dios? Si es así, tiene usted muchos testigos en su propio seno, de la deidad del Espíritu Santo.

Los puntos de vista correctos del carácter Divino son el fundamento de toda piedad genuina y vital. Entonces, debería ser una de nuestras indagaciones principales buscar el conocimiento de Dios. Sin el verdadero conocimiento de Dios, en Su naturaleza y atributos, no podemos adorarlo de manera aceptable ni servirlo correctamente.

Ahora las tres Personas en la Deidad Se han revelado bondadosamente a Sí mismas a través de una variedad de nombres y títulos. Somos completamente incapaces de comprender la Naturaleza de Dios, pero Su persona y carácter pueden ser conocidos. Cada nombre o título que Dios Se ha apropiado para Sí mismo es aquel por el cual Él Se revela a nosotros, y por el cual Él quiere que Lo conozcamos y Lo poseamos. Por lo tanto, cualquier nombre que Dios Se atribuye describe Quién es Él (pues Él no nos engañaría al apropiarse de un nombre falso o incorrecto). Debido a esto, Dios nos manda confiar en Su Nombre; si lo hacemos encontraremos que Él es todo lo que significa Su Nombre.

Los nombres de Dios, entonces, tienen el propósito de expresarlo a Él; ellos exponen Sus perfecciones y dan a conocer las diferentes relaciones que Él sostiene con los hijos de los hombres y con Su propio pueblo favorecido. El propósito de los nombres es describir a su propietario. Por ello, cuando Dios creó a Adán y le dio dominio sobre el mundo visible, Él trajo a Adán las bestias del campo y las aves del cielo, para que él las nombrara (Génesis 2:19). De la misma manera, podemos aprender lo que Dios es a través de los nombres y títulos que Él ha tomado. Por medio de ellos, Dios Se describe a Sí mismo, a veces por una de Sus perfecciones, a veces por otra. Este es un campo de estudio muy amplio, no podemos por tanto decir más aquí. Estamos seguros que el buscador diligente y lleno de oración, encontrará este tema digno de fructífera investigación.

Lo dicho anteriormente sirve para indicar la importancia del aspecto actual de nuestro tema. Lo que el Espíritu Santo es en Su Persona Divina y Su carácter inefable se nos da a conocer por medio de los muchos nombres y títulos variados que se Le conceden en las Sagradas Escrituras. Un volumen completo, en lugar de un breve capítulo, bien podría dedicarse a su contemplación. Que seamos guiados Divinamente en el uso del espacio limitado que ahora está a nuestra disposición para escribir lo que magnificará a la Tercera Persona en la Santísima Trinidad y servirá como un estímulo para que nuestros lectores den un estudio más cuidadoso y una santa meditación a esos títulos de Él que no podemos considerar aquí. Posiblemente, podamos ayudar más a nuestros amigos dedicando nuestra atención a aquellos que son más difíciles de comprender.

El Espíritu Santo es designado por una gran cantidad de nombres y títulos en las Escrituras que claramente evidencian tanto Su personalidad como Su Deidad. Algunos de ellos son propios de Él, otros los tiene en común con el Padre y el Hijo, en la esencia indivisa de la naturaleza Divina. Mientras que en el maravilloso plan de la redención, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo Se nos revelan bajo distintos caracteres, mediante los cuales se nos enseña a atribuir ciertas operaciones a uno más inmediatamente que a otro, sin embargo, la agencia de cada uno no es para ser considerados tan distantes sino que cooperan y concurren. Por esta razón la Tercera Persona de la Trinidad es llamada Espíritu del Padre (Juan 14:26) y Espíritu del Hijo (Gálatas 4:6), porque, actuando en conjunto con el Padre y el Hijo, las operaciones del uno son en efecto las operaciones del otro, y en conjunto resultan de la esencia indivisible de la Deidad.

Primero, se le denomina «El Espíritu», lo cual expresa dos cosas. En primer lugar, Su naturaleza Divina, porque «Dios es Espíritu» (Juan 4:24); como bien lo expresan los Treinta y nueve artículos de la Iglesia Episcopal, «sin cuerpo, partes, ni pasiones”. Él es esencialmente puro, es un Espíritu incorpóreo, distinto de toda sustancia material o visible. En segundo lugar, Su modo de operación en los corazones del pueblo de Dios, es comparado en la Escritura con el «aliento» o el movimiento del «viento» (ilustraciones adecuadas de este mundo inferior, ya que son elementos invisibles y vitalizadores). «Espíritu, ven de los cuatro vientos, y sopla sobre estos muertos, y vivirán» (Ezequiel 37:9). Por eso fue que en Su descenso público en el día de Pentecostés, «de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados» (Hechos 2:2).

Segundo, se Le llama eminentemente «El Espíritu Santo», que es Su denominación más habitual en el Nuevo Testamento. Se incluyen dos cosas. Primero, se tiene respeto por Su naturaleza. Jehová es distinguido de todos los dioses falsos de esta manera: «¿Quién como tú, oh Jehová, entre los dioses? ¿Quién como tú, magnífico en santidad…?» (Éxodo 15:11). De la misma manera el Espíritu es llamado Santo, para denotar la santidad de Su naturaleza. Esto aparece claramente en Marcos 3:29-30, «pero cualquiera que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tiene jamás perdón, sino que es reo de juicio eterno. Porque ellos habían dicho: Tiene espíritu inmundo» (se contrasta aquí Su naturaleza inmaculada, con la del espíritu inmundo) Observe también cómo este versículo también proporciona una prueba clara de Su personalidad, porque el «espíritu inmundo» es una persona, y si el Espíritu no fuera una Persona, no se podría hacer oposición comparativa entre ellos. Así también vemos aquí Su Deidad absoluta, ¡porque sólo Dios podría ser «blasfemado»! En segundo lugar, este título considera Sus operaciones y eso en lo que se refiere a todas Sus obras, porque toda obra de Dios es santa, al endurecer y cegar, al igual que al regenerar y santificar.

Tercero, se le llama «buen Espíritu» de Dios (Nehemías 9:20). «Tu buen espíritu» (Salmo 143:10). Él es designado así principalmente por Su naturaleza, que es esencialmente buena porque «Ninguno hay bueno sino uno: Dios» (Mateo 19:17); así también de Sus operaciones, porque «el fruto del Espíritu es en toda bondad, justicia y verdad» (Efesios 5:9).

Cuarto, se le llama el «espíritu noble» (Salmo 51:12), así designado porque es un Dador sumamente generoso, otorgando Sus favores solidariamente como Le place, literalmente, y sin reproche; también porque es Su obra especial liberar a los elegidos de Dios de la esclavitud del pecado y de Satanás, y llevarlos a la gloriosa libertad de los hijos de Dios.

Quinto, se le llama «Espíritu de Cristo» (Romanos 8:9) porque fue enviado por Él (Hechos 2:33) y como promotor de Su causa en la tierra (Juan 16:14).

Sexto, se Le llama «Espíritu del Señor» (Hechos 8:39) porque posee autoridad Divina y requiere nuestra sumisión sin vacilaciones.

Séptimo, se Le llama «el Espíritu eterno» (Hebreos 9:14). «Entre los nombres y títulos por los que se conoce al Espíritu Santo en las Escrituras, el de ‘el Espíritu eterno’ es Su apelación peculiar, un nombre que, a primera vista, define con precisión Su naturaleza y lleva consigo la prueba más convincente de la Divinidad. Nadie más que «el Alto y Sublime, el que habita la eternidad», puede ser llamado eterno. De otros seres, que poseen una inmortalidad derivada, se puede decir que como fueron creados para la eternidad, pueden disfrutar, a través de la benignidad de su Creador, una futura duración eterna. Pero esto difiere tan ampliamente como lo es el este del oeste, cuando se aplica a Aquel de Quien estamos hablando. Solo de Él, Quien posee una auto existencia no derivada, independiente y necesaria se puede decir, ‘el que es y que era y que ha de venir’, excluyendo a todos los demás seres, que es eterno» (Robert Hawker).

Octavo, se le llama «el Paracleto» o «el Consolador» (Juan 14:16) para lo que no se puede dar una mejor traducción, siempre que se tenga en cuenta el significado en español de la palabra. Consolador significa más que Consolador. Se deriva de dos palabras en latín, corn «junto a» y fortis «fuerza». Por lo tanto, un «consolador» es alguien que está al lado del necesitado para fortalecer. Cuando Cristo dijo que Le pediría al Padre que Le diera a Su pueblo «otro Consolador», dio a entender que el Espíritu tomaría Su propio lugar, haciendo por los discípulos, lo que Él había hecho por ellos mientras estuvo con ellos en la tierra. El Espíritu nos fortalece de diversas maneras: Nos consuela cuando estamos abatidos; nos da gracia cuando estamos débiles o tenemos temor, y nos guía cuando estamos turbados.

Cerramos este tema con unas pocas palabras de la pluma del difunto J. C. Philpot (1863): «Que nadie piense que esta doctrina de la distintiva Personalidad del Espíritu Santo es una mera contienda de palabras, o un asunto sin importancia, o una discusión sin provecho, que podemos aceptar o dejar, creer o negar, sin dañar nuestra fe o esperanza. Por el contrario, deje que esto quede grabado firmemente en su mente, que si niega o no cree en la Personalidad del Espíritu bendito, niega y no cree con ella la gran verdad fundamental de la Trinidad. Si la doctrina de usted no es sólida, entonces su experiencia es una ilusión, y su práctica una imposición».

Tememos que el terreno que ahora vamos a pisar será nuevo y extraño para la mayoría de nuestros lectores. En las ediciones de Studies in the Scriptures [Estudios de las Escrituras] de enero y febrero de 1930, escribimos dos artículos bastante extensos sobre «El pacto eterno». En ellos consideramos principalmente la conexión entre el Padre y el Hijo: ahora vamos a abordar la relación del Espíritu Santo en este mismo asunto. Los oficios de Su pacto están íntimamente conectados y de hecho fluyen de Su Deidad y Personalidad, porque si Él no hubiera sido una Persona Divina en la Deidad, no habría tomado parte en el Pacto de Gracia ni podría haberlo hecho. Antes de continuar, definamos nuestros términos.

Por «Pacto de Gracia», nos referimos a ese pacto santo y solemne celebrado entre las augustas Personas de la Trinidad en nombre de los elegidos, antes de la fundación del mundo. Por la palabra «oficios» entendemos la totalidad de esa parte de este pacto sagrado que el Espíritu Santo Se comprometió a realizar. No sea que algunos supongan que la aplicación de tal término a la Tercera Persona de la Deidad sea despectiva a Su inefable majestad, señalemos que de ninguna manera implica subordinación o inferioridad. Significa literalmente un cargo, confianza, deber o empleo particular, conferido para algún fin público o beneficioso. Por eso leemos del «oficio del sacerdote» (Éxodo 28:1; Lucas 1:8), del «oficio» apostólico (Romanos 11:13), etc.

Por tanto, no hay nada incorrecto en usar la palabra «oficio» para expresar las partes diversas que el Hijo y el Espíritu Santo asumieron en el Pacto de Gracia. Como Personas en la Trinidad son iguales; como partes pactantes son iguales; y ello en Su infinita condescendencia Se comprometieron a comunicar a la Iglesia favores y bendiciones indecibles. Sus oficios misericordiosos (que tan bondadosa y voluntariamente abrazaron) no destruyen ni disminuyen esa igualdad original en la que Ellos subsisten desde la eternidad en la perfección y gloria de la esencia divina. De la misma manera en la que el hecho de que Cristo asumiera el «oficio» de «Siervo» no opacó ni canceló Su igualdad como Hijo; asimismo, el hecho de que el Espíritu libremente asumiera el oficio de aplicar los beneficios del pacto eterno (el Pacto de Gracia) a Sus beneficiarios, no mengua Su honor, y gloria esencial y personal.

La palabra «oficio», entonces, aplicada a la obra del pacto del Espíritu Santo, denota lo que Él bondadosamente Se comprometió a realizar mediante un compromiso estipulado y establece, bajo un término integral, la totalidad de Sus benditas promesas y actuaciones en nombre de la elección de gracia .En el pacto mismo (en su realidad y provisiones) hay un remedio singularmente maravilloso y precioso para proporcionar un entendimiento iluminado y un corazón creyente. Que haya existido un Pacto en absoluto, que las tres Personas en la Deidad Se hayan dignado a entrar en un pacto solemne en nombre de una sección de la raza caída, arruinada y culpable de la humanidad, debería llenar nuestras mentes con santo asombro y adoración. Cuán firme se estableció así un fundamento para la salvación de la iglesia. No se dejó lugar para contingencias, no se dejó lugar para incertidumbres; su ser y su bienestar estaban asegurados para siempre por un decreto eterno y convenio inalterable.

Ahora bien, el «oficio» del Espíritu Santo en relación con este «pacto perpetuo, ordenado en todas las cosas, y será guardado» (2 Samuel 23:5), puede resumirse en una sola palabra: santificación. La Tercera Persona de la Santísima Trinidad acordó santificar los objetos de la elección eterna del Padre y de la satisfacción redentora del Hijo. La obra de santificación del Espíritu fue tan necesaria, sí, tan indispensable para la salvación de la iglesia, como lo fue la obediencia y el derramamiento de sangre de Cristo. La caída de Adán hundió a la iglesia en inconmensurables profundidades de dolor y miseria. La imagen de Dios en la que habían sido creados sus miembros fue desfigurada. El pecado, como una lepra repugnante, los infectó hasta el fondo del corazón. La muerte espiritual se extendió con efecto fatal sobre todas sus facultades. Pero el misericordioso Espíritu Santo Se comprometió a Si mismo a santificar a esos miserables y prepararlos y adecuarlos para ser participantes de la santidad y vivir para siempre en la presencia inmaculada de Dios.

Sin la santificación del Espíritu, la redención de Cristo no serviría de nada a nadie. Es cierto que Él efectuó una expiación perfecta e introdujo una justicia perfecta, por lo que las personas de los elegidos son reconciliadas legalmente con Dios. Pero Jehová es santo, además de justo, y el poder disfrutar de Su morada también es un asunto santo. Allí ministran santos ángeles cuyo clamor incesante es: «Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos» (Isaías 6:3). Entonces, ¿cómo podrían los pecadores impíos, no regenerados y no santificados habitar en ese lugar inefable en el que «no entrará en ella ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y mentira» (Apocalipsis 21:27)? Pero ¡oh, la maravilla de la gracia del pacto y el amor del pacto! El más vil de los pecadores, el peor de los miserables, el más vil de los mortales, puede y entrará por las puertas a la Ciudad Santa: «Y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios» (1 Corintios 6:11).

De lo dicho en el último párrafo debe quedar claro que la santificación es tan indispensable como la justificación. Ahora bien, hay muchas fases presentadas en las Escrituras de esta importante verdad de la santificación, en las cuales no podemos entrar aquí. Baste decir que ese aspecto que ahora tenemos ante nosotros es la obra bendita del Espíritu sobre el alma, mediante la cual Él internamente hace que los santos sean reunidos para su herencia en la luz (Colosenses 1:12) sin este milagro de gracia, nadie puede entrar al Cielo. «Lo que es nacido de la carne, carne es» (Juan 3:6): no importa cómo sea educado y refinado, no importa cuán disfrazado por ornamentación religiosa, sigue siendo carne. Es como todo lo demás que produce la tierra: ninguna manipulación del arte puede cambiar la naturaleza original de la materia prima.

Ningún proceso de fabricación puede transmutar el algodón en lana, o el lino en seda: trazamos, torcemos, hilamos o tejemos, blanqueamos y revestimos todo lo que podamos, su naturaleza sigue siendo la misma. De modo que los predicadores hechos por hombres y todo el cuerpo de religiosos de las criaturas pueden trabajar día y noche para transformar la carne en espíritu, pueden trabajar desde la cuna hasta la tumba para hacer a las personas aceptas para el Cielo, pero después de todo su trabajo para blanquear al etíope y para mudar las manchas del leopardo, la carne sigue siendo carne y no puede de ninguna manera entrar en el reino de Dios. Nada más que las operaciones sobrenaturales del Espíritu Santo servirán. El hombre no solo está contaminado hasta la médula por el pecado original y actual, sino que hay en él una incapacidad absoluta para comprender, abrazar o disfrutar de las cosas espirituales (1 Corintios 2:14).

La necesidad imperativa, entonces, de la obra de santificación del Espíritu radica no solo en la pecaminosidad del hombre, sino en el estado de muerte espiritual por el cual es tan incapaz de vivir, respirar y actuar hacia Dios, así como el cadáver en el cementerio es incapaz de abandonar la tumba silenciosa y moverse entre los ajetreados lugares de los hombres. De hecho, sabemos poco de la Palabra de Dios al igual que de nuestro propio corazón, si es que necesitamos pruebas de un hecho que nos encontramos a cada paso; la vileza de nuestra naturaleza y la completa muerte de nuestro corazón carnal se nos imponen a diario y cada hora, que son una cuestión de conciencia tan dolorosa para el cristiano, como si viéramos la visión repugnante de un matadero, u oliéramos la mancha de muerte de un cadáver.

Supongamos que un hombre nace ciego: tiene una incapacidad natural para ver. No hay argumentos, licitaciones, amenazas o promesas que puedan hacerle ver. Pero en cuanto se hace el milagro: que el Señor toque los ojos con Su mano Divina; él ve de inmediato. Aunque no puede explicar cómo ni por qué, puede decir a todos los que se oponen: «una cosa sé, que habiendo yo sido ciego, ahora veo» (Juan 9:25). Y así es en la obrade santificación del Espíritu, iniciada en la regeneración, cuando se da una nueva vida, se imparte una nueva capacidad, se despierta un nuevo deseo. Se lleva adelante en su renovación diaria (2 Corintios 4:16) y se completa en la glorificación. Lo que quisiéramos enfatizar especialmente es que ya sea que el Espíritu nos esté redarguyendo, obrando el arrepentimiento en nosotros, soplando sobre nosotros el espíritu de oración o tomando las cosas de Cristo y mostrándolas a nuestros corazones gozosos, Él está cumpliendo Sus oficios del pacto. Rindámosle la alabanza y la adoración que Le corresponde.

Para la mayor parte de lo anterior, estamos en deuda con algunos artículos del difunto J. C. Philpot.

Hoy en día prevalece mucha ignorancia sobre este aspecto de nuestro tema. Ahora se albergan las ideas más crudas en cuanto a la relación entre la Tercera Persona de la Deidad y los santos del Antiguo Testamento. Sin embargo, esto no es de extrañar en vista de la terrible confusión que se produce con respecto a su salvación, muchos suponen que fueron salvos de una manera completamente diferente de lo que somos ahora. Tampoco debemos sorprendernos de ello, porque esto, a su vez, es sólo otro de los perversos efectos producidos por los esfuerzos equivocados de aquellos que han estado tan ansiosos por establecer tantos contrastes como sea posible entre la dispensación actual y las que la precedieron, hasta el menosprecio de los primeros miembros de la familia de Dios. Los santos del Antiguo Testamento tenían mucho más en común con los santos del Nuevo Testamento de lo que generalmente se supone.

Un versículo que ha sido muy pervertido por muchos de nuestros modernos es Juan 7:39, «pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado». Parece extraño que, con el Antiguo Testamento en sus manos, algunos hombres pongan la construcción que hacen sobre esas palabras. Las palabras «aún no había venido» no pueden entenderse de manera más absoluta que «y desapareció [Enoc]» (Génesis 5:24); simplemente significan que el Espíritu aún no se había dado en Su plena autoridad administrativa. Todavía no Se había manifestado públicamente aquí en la tierra. Todos los creyentes, en todas las épocas, habían sido santificados y consolados por Él, pero «el ministerio del espíritu» (2 Corintios 3:8) no había sido introducido plenamente en ese momento; el derramamiento del Espíritu, en la plenitud de Sus dones milagrosos, no había tenido lugar entonces.

Consideremos primero, aunque muy brevemente, la obra del Espíritu en relación con la Creación antigua o material. Antes que el universo fuera constituido por la Palabra de Dios, y las cosas que se ven fueran hechas de lo que no se veía (Hebreos 11:3), cuando toda la masa de materia inanimada yacía en un caos indistinguible, «desordenada y vacía», se nos dice que «el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas» (Génesis 1:2). Hay otros pasajes que atribuyen la obra de la Creación (en común con el Padre y el Hijo) a Su agencia inmediata. Por ejemplo, se nos dice, «Su espíritu adornó los cielos» (Job 26:13). Job se sintió impulsado a confesar: «El espíritu de Dios me hizo, Y el soplo del Omnipotente me dio vida» (33:4). «Envías tu Espíritu, son creados, Y renuevas la faz de la tierra» (Salmo 104:30).

A continuación, contemplemos al Espíritu Santo en relación con Adán. Como tanta oscuridad rodea ahora a este tema, debemos adentrarnos en él con mayor detalle. «Se requerían tres cosas para que el hombre fuera apto para esa vida de Dios para la que fue creado. Primero, la capacidad de discernir la mente y la sabiduría de Dios con respecto a todo el deber y la obediencia que Dios requiere de él; como también para conocer la naturaleza y las propiedades de Dios, así como para creer que Él es el único objeto propio de todos los actos y deberes de la obediencia religiosa, y una satisfacción y recompensa totalmente suficientes en este mundo y para la eternidad. En segundo lugar, una disposición libre, tenaz e indomable de efectuar todos los deberes de la ley de su creación, viviendo así para Dios. Tercero, una capacidad de mente y voluntad, con una disposición de obediencia en sus afectos, para el desempeño regular de todos los deberes y la abstinencia de todo pecado. Estas cosas pertenecían a la integridad de su naturaleza, con la rectitud del estado y la condición en que fue creado, y todas estas cosas eran los efectos peculiares de la operación inmediata del Espíritu Santo.

«Por lo tanto, se puede decir que Adán tenía el Espíritu de Dios en su inocencia. Lo tenía en estos efectos peculiares de Su poder y bondad, y lo tenía de acuerdo con el tenor de ese pacto, mediante el cual era posible que él pudiera por completo perderlo, como por lo tanto sucedió. No lo tenía por habitación especial, porque el mundo entero era entonces templo de Dios. En el Pacto de Gracia, fundado en la Persona y en la mediación de Cristo, es de manera diferente. El Espíritu permanece para siempre, en todo aquel en quien es otorgado para la renovación de la imagen de Dios (J. Owen, 1680).

Las tres cosas mencionadas anteriormente por ese eminente puritano constituían la parte principal de esa «imagen de Dios» en la que el hombre fue creado por el Espíritu. Prueba de esto se ve en el hecho de que en la regeneración el Espíritu Santo restaura esas habilidades en las almas de los escogidos de Dios: «y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando» (Colosenses 3:10) es decir, el conocimiento espiritual que el hombre perdió en la Caída es potencialmente restaurado en el nuevo nacimiento; ¡pero no podría ser restaurado o «renovado» si el hombre nunca lo hubiera poseído!

El «conocimiento» con el que el Espíritu Santo dotó a Adán fue verdaderamente grande. Se ve una clara ejemplificación de esto en Génesis 2:19. Aún así, se encuentra evidencia más concluyente en Génesis 2:21-23: Dios puso a Adán en un sueño profundo, le sacó una costilla de su costado, le dio forma a una mujer y luego la puso delante de él. Al verla, Adán dijo: «Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne». Sabía quién era ella y su origen, e inmediatamente le dio un nombre adecuado; y solo pudo saber todo esto por el Espíritu de revelación y entendimiento.

Que Adán fue, originalmente, hecho participante del Espíritu Santo es bastante evidente para el escritor de Génesis 2:7, «Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida». Si esas palabras fueron interpretadas a la luz de la Analogía de la Fe, no pueden significar nada menos que el Dios Trino impartió el Espíritu Santo al primer hombre. En Ezequiel 37 tenemos una vívida imagen parabólica de la regeneración del Israel espiritual. Allí se nos dice: «Profetiza al espíritu, profetiza, hijo de hombre, y di al espíritu: Así ha dicho Jehová el Señor: Espíritu, ven de los cuatro vientos, y sopla sobre estos muertos, y vivirán. Y profeticé como me había mandado, y entró espíritu en ellos, y vivieron» (Ezequiel 37:9-10). Una vez más, encontramos al Salvador, después de Su resurrección, «Y habiendo dicho esto, sopló (sobre los Apóstoles), y les dijo: Recibid el Espíritu Santo» (Juan 20:22): esa fue la contraparte de Génesis 2:7: en el primero el don original, en el otro la restauración de lo que se había perdido.