Crónica de la lengua castellana - Emilio Camus Lineros - E-Book

Crónica de la lengua castellana E-Book

Emilio Camus Lineros

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"La influencia de la docencia del autor no sólo la recibieron colegios y liceos sino también la Universidad de Chile, la Universidad de Concepción, la Pontificia Universidad Católica de Santiago y la Universidad de la Serena. A ello se suman conferencias, publicaciones y distinciones honoríficas: miembro correspondiente de la Academia Chilena de la Lengua, del Instituto de Chile y Profesor Emérito de la Universidad de la Serena y estancias prolongadas en las universidades de Buenos Aires y de Münster en la República Federal de Alemania. Ese fecundo, concluyente y largo transitar histórico por la lengua castellana lo traduce en esta Crónica, que tanto afán de convencimiento demoró en hacerla aparecer. Los pobladores primitivos; la lengua del imperio; génesis del latín vulgar y la crisis de su vigencia; la formación de las lenguas romances; los visigodos; los musulmanes en España; la invasión de Castilla; el Mester de Juglaría; la ilustración medieval y la difusión del libro, son sólo algunos de los capítulos de este volumen, que dan fe del nuevo acercamiento del autor a la historia del español que hablamos y escribimos". M.P.P.

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C211c

Camus Lineros, Emilio Crónica de la lengua castellana /Emilio Camus Lineros. – 1a ed. – Santiago de Chile:

Universitaria, 2010.

246 p.; 15,5 x 23 cm. – (El saber y la cultura)

Bibliografía: p.241-245.

ISBN impreso: 978-956-11-2097-6

ISBN Digital: 978-956-11-2869-9

1. Español - Historia. 2. Latín. 3. Lenguas

Romances. I. t.

© 2009, EMILIO CAMUS LINEROS.

Inscripción Nº 185.787, Santiago de Chile.

Derechos de edición reservados para todos los países por

© EDITORIAL UNIVERSITARIA, S.A.

Avda. Bernardo O’Higgins 1050, Santiago de Chile.

[email protected]

Ninguna parte de este libro, incluido el diseño de la portada,

puede ser reproducida, transmitida o almacenada, sea por

procedimientos mecánicos, ópticos, químicos o

electrónicos, incluidas las fotocopias,

sin permiso escrito del editor.

Texto compuesto en tipografía Bembo 11/14

diseño de portada y diagramación

Yenny Isla Rodríguez

Norma Díaz San Martín

Diagramación digital: ebooks [email protected]

ÍNDICE

Emilio Camus y su responsabilidad lingüística

Presentación de Marino Pizarro P.

Una Introducción al Étymon de nuestra razón histórica

Prólogo de Alfredo Matus O.

Prefacio

Emilio Camus L.

Capítulo ILos Pobladores Primitivos

Instalaciones neolíticas

Instalaciones orientales

Instalaciones occidentales

Iberia en la Edad de los Metales

Los tartesios, fenicios y sefarditas

Primeras inmigraciones indoeuropeas

Los griegos y las dos Iberias

Breve escolio sobre cartagineses

Capítulo IILa formación de Roma

Los pueblos preindoeuropeos

Las invasiones indoeuropeas

Los etruscos

Los griegos

El Lacio originario

El Lacio de los etruscos: Roma (616-509 a.C.)

Orígenes legendarios

Capítulo IIIEl latín: lengua del Imperio

El latín de Roma

Los nombres del latín

Las conquistas de Roma

Los sustratos lingüísticos del mundo romano

La romanización de Hispania

Las comunicaciones

La enseñanza del latín

Capítulo IVGénesis del latín vulgar I

Fuentes literarias

Fuentes gramaticales

Fuentes epigráficas

Fonética

Los sonidos

Capítulo VGénesis del latín vulgar II

Las semivocales

Las consonantes

Consonantes iniciales simples

Consonantes interiores simples

Consonantes interiores dobles

Consonantes interiores agrupadas

Las asimilaciones

Capítulo VILa crisis del latín vulgar

Fisonomía gramatical del latín

El nombre

El pronombre

El artículo

El verbo

El imperfecto

El perfecto

El futuro y el condicional

El adverbio

La Preposición

La Conjunción

Capítulo VIILa formación de las lenguas romances

Las propensiones del uso

La acción del sustrato

El cristianismo

Las invasiones de los bárbaros

Los glosarios

Afincamientos dialectuales en Francia

Los afincamientos alpinos

La distribución lingüística de Italia

Los romances insulares

Los romances balcánicos

Capítulo VIIILos visigodos

Los orígenes

Los bárbaros en Hispania

Enfrentamientos lingüísticos

Referencias

Capítulo IXLos musulmanes en España

La invasión

El predominio cultural

La crisis

Los mozárabes

Las Jaryas

Capítulo XLa aparición de Castilla

El tiempo de Almanzor (939-1002) y la reforma de Cluny

Los dominios cristianos El Camino de Santiago

Las repoblaciones

Amaya

El conde Fernán González

Los glosarios

El latín y el romance

El reino de Castilla y Ruy Díaz de Vivar

Capítulo XIEl mester de Juglaría

El oficio del juglar

El Cantar de Mío Cid

La narración

La reconquista lingüística: el gallego y el portugués

El catalán

Capítulo XIILa Ilustración medieval

El Sermo Humilis

Las universidades

La Universidad de Alfonso X

El Roman Paladino

El Mester de Clerecía

Capítulo XIIILa Difusión Del Libro

La imprenta

La novela de caballería

Fines del siglo xv

Ideas de Nebrija sobre la lengua castellana

Prestigio y utilidad de la gramática

Bibliografía general

PRESENTACIÓN

Emilio Camus y

su responsabilidad lingüística

Maestro, discípulo y amigo se funden certeramente en Emilio Camus Lineros, autor de la obra “Crónicas de la lengua castellana”, que se da a conocer a lectores de la hispanidad. Emilio Camus ha vivido su profesión en la investigación y la docencia. Lo conocí en la sala de clases, en las prácticas finales de su formación universitaria, en demostraciones idiomáticas de su quehacer cuotidiano, en seminarios innúmeros, en la búsqueda de nuevos métodos para el éxito de su oficio, en la dirección de tesis de pre y postgrado y en el sitial desde donde el maestro enseña a sus discípulos con la autoridad de sus conocimientos y experiencia.

La influencia de la docencia del autor no sólo la recibieron colegios y liceos sino también la Universidad de Chile, la Universidad de Concepción, la Pontificia Universidad Católica de Santiago y la Universidad de la Serena. A ello se suman conferencias, publicaciones y distinciones honoríficas: miembro correspondiente de la Academia Chilena de la Lengua, del Instituto de Chile y Profesor Emérito de la Universidad de la Serena y estancias prolongadas en las universidades de Buenos Aires y de Münster en la República Federal de Alemania.

Ese fecundo, concluyente y largo transitar histórico por la lengua castellana lo traduce en esta Crónica, que tanto afán de convencimiento demoró en hacerla aparecer.

Los pobladores primitivos; la lengua del imperio; génesis del latín vulgar y la crisis de su vigencia; la formación de la lenguas romances; los visigodos; los musulmanes en España; la invasión de Castilla; el Mester de Juglaría; la ilustración medieval y la difusión del libro, son sólo algunos de los capítulos de este volumen, que dan fe del nuevo acercamiento del autor a la historia del español que hablamos y escribimos. Su saber lingüístico y pedagógico ratifican su tarea en este libro para esclarecer la realidad educativa del aprendizaje y la enseñanza, cada vez más urgida de nuevos derroteros. El autor ha querido destacar aquí no sólo lo ya sabido en este duro peregrinar sino también aquellas bermas por algunos olvidadas. Se muestra al maestro inclaudicable en su función de educador y auténtico amante de lo que ha sido y es la pasión de su quehacer.

¿No es esto lo que distingue, en esta obra orientadora, al profesor Emilio Camus? Él exalta en cada página la responsabilidad del propósito que lo anima, cuya fuerza y validez le parecen irrecusables. El valor de este estudio se infiere de su tratamiento polifacético, demostrativo de un conocimiento acabado de la materia aludida y de un dominio de la magnitud de esta “Crónica de la lengua castellana”.

Habrá silencios, quizá, en su detenido historial, pero sus reflexiones y observaciones tienen la importancia, en este tiempo de marginado alfabetismo, de sugerir al ser humano globalizado de economicismo y tecnología, de metodologías y pedagogismo universitario, que el saber decir en palabra fiel es el inmenso y recto camino del hombre al alcance de su propia dignidad y estatura.

La inconsistencia de lenguaje de los usurpadores cuotidianos se oye por doquier en plazas, corrillos, salones, radioemisoras, pantallas televisivas y otros tantos desfiladeros del quehacer humano. Andan por ahí, entre los aires mundanos de los parlantes públicos y los no infrecuentes escritos de los escribidores, las saetas impunes en la mala palabra. Ambiguas y erráticas convenciones confabulan el decir derecho del espíritu de la lengua y contaminan vergonzosa la pureza y fecunda riqueza del idioma español, nuestro patrimonio común más consistente. Del conocimiento y empleo que hagamos del lenguaje que compartimos todos, depende su grandeza o su extenuación, ese algo que concierne a la comunidad hispanohablante y que reclama de ésta todo el respeto y responsabilidad que se le debe.

Este autor, en su hacer cuotidiano, tuvo siempre el compromiso con el saber y la cultura, con eso, que desde un punto metafísico, se llama la verdad. Por algo se proclama que los que cultivan la razón mantienen la integridad de su propio pensamiento, la rectitud y el respeto a las reglas del limpio juego de la reflexión. Quizá por eso, además, es el veedor del universalismo y el analista inveterado del desarrollo y fomento de la educación nacional. Bien conoce él comprometer su oficio para moldear en sus alumnos el respeto por la lengua castellana y la fisonomía de la educación y el humanismo. Hijo crecido y vivido en la Universidad de Chile ha sabido beber la savia de los viejos maestros, cultivar el conocimiento recibido y acrecentar, con sutil inteligencia, el reto de la belleza y esplendor de nuestro idioma. Desde siempre ha entregado a su vida ese profundo sentido de enseñar con seguridad y firmeza, como ese andante que persiste con amor en el preterido camino del saber.

Este quehacer del maestro Emilio Camus, el más noble y malquerido, que se refleja auténticamente en su obra, ha sido quizá su símbolo, como “las piedras mudas” –que cantara Gabriela- que por tener el corazón más cargado de pasión que sea dable y que por no despertar su almendra vertiginosa, sólo por eso no se mueren, sólo por eso viven.

Profesor Marino Pizarro Pizarro

UNA INTRODUCCIÓN AL ÉTYMONDE NUESTRA RAZÓN HISTÓRICA

Alfredo Matus Olivier

Academia Chilena de la Lengua

Entre las publicaciones chilenas del ámbito humanístico, la Crónica de la lengua castellana, del profesor Emilio Camus Lineros, resulta excepcional. En un territorio complejo, como es el de la historia de la lengua española, en que hay mucha doctrina clásica ya asentada como data de la disciplina y en que se sigue avanzando día a día, tanto en perspectiva románica general como hispánica particular, emprender una tarea semejante en nuestro entorno, menesteroso en lo bibliográfico y distante de las corrientes actuales de la investigación, resulta verdaderamente desafiante.

Crónica, según el Diccionario oficial, es “historia en que se observa el orden de los tiempos” y parece definición genérica que apunta al ser mismo de este tipo de escritos: su índole histórica, temporal, intrínsecamente diacrónica. Dejando de lado tipologizaciones específicas, como crónica literaria y crónica periodística, y sin descartar los valores connotativos que estas categorizaciones aportan a este nombre, aquí se trata, efectivamente, de una relación de hechos idiomáticos en el eje de las sucesividades, como diría el maestro ginebrino. En la consideración de estos hechos idiomáticos, en su constituirse a través del tiempo –puesto que las lenguas no están hechas en definitiva sino que se están haciendo en nuestros usos cotidianos– lo que se busca es su sentido histórico, no mera acumulación de datos, sino sustancia semántica articulante que se hace historia. Búsqueda de la razón histórica, diría Ortega y Gasset, búsqueda del étymon que nos da sentido como seres humanos, que nos constituye como conciencia y como cuerpo social más que biológico.Aplaudo el uso del arcaísmo lengua castellana, puesto que esta es relación de los orígenes y de los iniciales desarrollos de nuestra lengua materna, que se concentra en la época medieval, en que nuestro modo de hablar era genuinamente castellano, dialecto primario del latín de la llamada Castilla cantábrica.

El “emprendimiento” de Emilio Camus es notable. Exhibe, en lo esencial, lo que podríamos denominar fundamentos clásicos de la historia del español, en el sentido de que se trata de una excelente síntesis de lo que se ha constituido en saber adquirido, producto de la investigación de los grandes pilares de la lingüística románica e hispánica, como Amado Alonso, Manuel Alvar, Kurt Baldinger, Joan Corominas, Rafael Lapesa, Heinrich Lausberg, Ramón Menéndez Pidal, Gerhardt Rohlfs, Carlo Tagliavini, Antonio Tovar, B.E.Vidos, Walter von Wartburg, fundamentos que están en la base de la formación de lingüistas, filólogos, profesores de lengua, humanistas en general, y en la curiosidad helénica del hombre culto en general, y que constituye el plano de fondo sobre el cual se proyectan las nuevas indagaciones. Por todas partes se asoma el destinatario ideal de esta obra, de indudable proyección y vocación pedagógicas: el estudiante, el de enseñanza media y universitaria, la persona responsable interesada en su ser histórico manifestado en una lengua.

En este manual, el tratamiento del fenómeno histórico es integralista: considera armónicamente cuestiones relativas a historia externa, rica en contextos de orden cultural que proporcionan sentido a los aconteceres, e historia interna, apoyada en los datos sistémicos descriptivos que otorgan consistencia empírica a los esquemas explicativos “variacionistas”. Es de destacar la atinada correlación y dialéctica entre estas dimensiones, externa e interna, manifestada, por mencionar un solo ejemplo, en la oportuna cita de San Agustín, relativa a la f-latina. Aquí se traza el constituirse de nuestra lengua ab ovo, enriquecido con noticias de gran entidad cultural: se diseña, de modo sintético, el desarrollo de Roma como un movimiento de “incorporación histórica”, en el sentido de Mommsen y Ortega y Gasset. Destaca el papel central de Etruria, basándose en fuentes de gran solvencia, y en autores de prestigio y competencia reconocidos, como León Homo, y allegando noticias dispersas a las que al estudiante le sería de gran dificultad acceder.

Entre los muchos merecimientos de esta verdadera introducción a la historia del español, destinada a la difusión de alto nivel, hay que destacar las noticias de escritores clásicos, como Plutarco, Tito Livio y Cicerón, y la inclusión de cuestiones explicativas de gran entidad para la lingüística románica, como lo son el factor de la diversa “intensidad de la romanización” y el de la incidencia de la situación de lenguas y culturas en contacto. Obra cuidada, orgánica, textualmente compacta, con ilustraciones bien seleccionadas y no redundantes, contiene una cuidada sección de lingüística románica, que incluye muestras de textos latino-vulgares, de gran utilidad ahora que esta disciplina ha dejado de enseñarse en las universidades. Muy bien planteado resulta el debatido problema del llamado “latín vulgar” y su relación con el “latín clásico”, con tratamiento matizado y sin caer en el maniqueísmo tradicional. Es de apreciar la actitud de prudencia en relación con explicaciones generalistas que merecen mucha crítica metodológica, como es el caso de la interpretación genética por analogía. En lo explicativo, el autor procede con la cautela que exigen las reconstrucciones históricas (cfr. el tratamiento de la discutida f- latina o las hipótesis sustratistas de Lenz). También vale reconocer la cabal síntesis de morfología histórica, materia generalmente omitida o muy minimizada en los cursos de historia de la lengua española. Digno de consideración es el talante de mostrar que muchos procesos se caracterizan por su tenacidad histórica (la historia no solo es cambio sino también retención, o mejor, pugna de fuerzas conservadoras y progresivas, como sostenía Menéndez Pidal) y tienen actual vigencia, y que no se trata de rarezas que ocurrieron en la época del Imperio Romano, como la tendencia antihiática (“los liones”) o la vocalización de algunas consonantes agrupadas (“el diaulo”). Es de destacar, asimismo, el conocimiento y manejo muy competente de las fuentes primarias, seleccionadas con verdadero acierto en función de las finalidades educativas y de divulgación de la obra, así como la inclusión de nociones de fonética articulatoria, lo que contribuye a una correcta comprensión de los cambios. Hay noticias de verdadero interés para la interpretación del texto, como aquella relativa al venditor verborum, de las Confesiones de San Agustín, lo que menos se podría predicar de nuestro autor.

La publicación de este valioso trabajo de Emilio Camus no puede ser más oportuna. En horas de Bicentenario, en que nuestra nación dirige sus ojos a lo que han sido estos doscientos años para alimentar las premoniciones de “lo por venir”, vale la pena retroceder un poco más atrás del siglo xix, hasta 1492, o más atrás todavía, a la Castilla cantábrica, o a la prisca latinitas, y –por qué no– a las oscuridades indoeuropeas, para el hallazgo de nuestro más profundo étymon. Aquí no se trata de otra cosa, sino de nuestra propia condición de animales etimológicos, tal como lo entendía Ortega y Gasset: “Y por eso existe la historia, y por eso el hombre la ha menester, porque ella es la única disciplina que puede descubrir el sentido de lo que el hombre hace y, por tanto, de lo que es”.

A estos saltos nos convida Emilio Camus.

PREFACIO

Esta crónica resultó de un largo período de acumulación de estudios, notas, escritos y diversos materiales didácticos como mapas, fichas y fotos organizados para cumplir labores docentes en la Universidad de Chile y luego en La Serena. El presente texto equivale aproximadamente a un semestre lectivo “normal” –situación harto rara en nuestros tiempos. El resto del año, se dedicaba a la difusión del castellano, los problemas del idioma en la Península Ibérica y en América. Todo se iba juntando hasta que fue necesaria una organización. Y así surgió este libro: apuntes de recuerdos y viejas experiencias de una pedagogía tal vez anticuada, pero no por ello menos sufrida.

He preferido el término crónica porque historia o diacronía me resultaban demasiado solemnes y un poco pretenciosos. Y es éste sólo un texto introductorio para estudiantes de letras, que llega hasta las primeras etapas formativas de la lengua castellana (1492). Se considera una segunda parte que culmina con la situación de la lengua en nuestros días y que ya sería motivo de otra publicación. En cierto modo, esta distribución coincide aproximadamente con la separación entre los dos semestres tradicionales al año.También otros inconvenientes se deberían a su origen escolar; por ejemplo, las frecuentes citas textuales, a veces muy largas. Es que, y sin ánimo de impedir el estudio de las fuentes originales, sucede que la presencia inmediata de las palabras del autor resulta más convincente que explicaciones alusivas por muy entusiastas que sean.

Las dificultades bibliográficas y, sobre todo, la escasez de noticias de la Romania Oriental, las he soportado con paciencia, gracias a la ayuda generosa de eruditos amigos, cuyas bibliotecas personales siempre estuvieron a mi disposición.Y aquí no podría dejar de señalar a compañeros de toda una vida, los profesores Mario Ferreccio P. y Eduardo Godoy G. Sus atinadas observaciones mejoraron el texto hasta donde era posible; las faltas son exclusivamente mías. En todo lo referente al cambio linguístico propiamente tal y al fondón histórico que lo preside, he seguido al maestro Don Ramón Menéndez Pidal; para la enumeración y distribución geográfica de las lenguas románicas, utilicé especialmente los textos del profesor Heinrich Lausberg. En cuanto a etimologías, he empleado los diccionarios de la Real Academia de la Lengua y de Joan Corominas. Para algunas cuestiones semánticas de las lenguas griega y latina, usé los diccionarios de Sebastián y Blanquez respectivamente.

Don Miguel de Unamuno, maestro de muchas generaciones, solía distinguir entre historia e intra-historia, entre los hechos relevantes que van dejando huellas notables y el acontecer habitual de la gente común, de la existencia que de puro repetida no deja rastros destacables ahora sino muy a lo lejos. Creo que la Crónica intenta mostrar esta forma de la vida social. En cambio, la Historia de la Lengua debe registrar los grandes momentos del idioma, sus paladines clásicos y sus detractores viles. La crónica debiera mostrar sólo el desenvolvimiento silencioso del hablar cotidiano.

E.C.

Capítulo I

LOS POBLADORES PRIMITIVOS

Instalaciones Neolíticas

Se acepta que hacia 8000 a.C., aparecieron agrupaciones de pueblos en el oriente y en el occidente de Europa. Estas “instalaciones” primitivas no se deben entender como afincamientos fijos en ciertas zonas, sino como desplazamientos más o menos regulares por una determinada región, limitados o alterados por las necesidades y poderío de otras tribus o por cambios en las condiciones naturales del medio ambiente. Esta etapa coincide con la época del Neoglótico, en la cronología hipotética del desarrollo del lenguaje1.

Instalaciones orientales

Póntico-caucásicas. Pueblos procedentes del Este comprendido entre el Don y los Urales, llegan a la costa norte del Pontus Euxinus y de los Cáucasos2.

Danubiano-centroeuropeas. Sin que se pueda saber cuál de las dos fue la primera, aparecen testimonios de agrupaciones humanas en la zona marcada entre el Danubio central y bajo,Tizsa,Transilvania y Polonia3.

De estos dos centros de irradiación surgirán las llamadas lenguas indoeuropeas, vasta familia que se extiende desde el norte europeo hasta la India. Los lingüistas eligieron el numeral “cien” para designar cada una de las grandes corrientes que se originaron. Las instalaciones póntico-caucásicas generaron las lenguas del tipo satem (“cien” en sánscrito) y las danubiano-centroeuropeas, las del tipo centum (“cien” en latín). Esta distinción se basa en el hecho de que, sin dejar de pertenecer a la misma estirpe primitiva, cada grupo muestra afinidades gramaticales evidentes, además de las comunes a toda la especie.

Aunque los arqueólogos no aceptan la existencia de una homogeneidad racial y lingüística en estas sociedades originarias, es preciso suponer que hubo cierta “unidad indoeuropea” en el sentido de que las diversas variedades idiomáticas debieron permitir una comunicación básica eficiente para los requerimientos esenciales del intercambio comercial y social. Si es cierto que los grupos hablaban lenguas distintas, las diferencias entre ellas podrían compararse con la distancia que existe hoy entre el castellano y el italiano, por ejemplo. Un madrileño y un romano no usan el mismo idioma, pero enfrentados con la necesidad de comunicarse por urgentes razones vitales, logran entenderse. Y lo mismo puede suceder entre un catalán y un francés del sur, un alemán con un holandés, etc.4.

Instalaciones occidentales

Desde el norte de África, buscando seguramente condiciones más benignas de clima, avanzan pueblos hacia la Península Ibérica, sur de Francia y de Italia. Aprovechan la gran cantidad de cavernas y cuevas que hay en estas regiones y las habitan. Se los identifica con los primeros “iberos” y después se los relacionará con la cultura capsiense5.

Es de notar que el nombre latino de la península, Hispania, vendría según García y Bellido, de la voz fenicia i-shepham-im, que podría significar “costa o isla de los conejos”. La abundancia de estos roedores, hábiles constructores de cuevas, sorprendía a griegos y romanos, quienes pudieron recoger el término de los cartagineses. Como quiera que haya sido, se puede pensar en una designación jocosa, motivada porque los naturales vivían igual que los conejos, en cuevas6.

Parece entonces que desde muy antiguo “España ha sido siempre una tentación para los hombres que huían de los fríos septentrionales o de los tórridos desiertos africanos... fue el paraíso del hombre cavernícola.Y lo sigue siendo”7. Los descendientes del Cromagnon y de Altamira, no sólo aprovecharon los refugios que generosamente les brindaba la naturaleza, sino que también fueron hábiles constructores. Notables por su disposición y tamaño son las Bocairente (Valencia), Perales del Tajuña (Madrid), Palmela (Portugal), Gandía (Valencia), San Vicente de Pollensa (Menorca), Martínez (Alava), Salas de los Infantes (Burgos).“Generalmente están abiertas en algún risco, cerca de un río, a bastante altura, con el propósito evidente de aislarse y protegerse contra cualquiera agresión de las fieras o de otros hombres. Están dispuestas en forma de pisos y se comunican entre sí por medio de orificios interiores, y al exterior mediante ventanas”8.

No sorprende, pues, que una de las más celebradas victorias de Sertorio haya sido el ingenioso procedimiento para tomarse un reducto caracitano “... que no se compone de casas, como las ciudades o aldeas, sino que, en un monte de bastante extensión y altura, hay muchas cuevas y cavidades de rocas que miran al norte”9.

La repetición del nombre “cueva” o “cuevas” tendría así una probable motivación histórica.

Los descendientes “iberos” de los primitivos pobladores, se distribuyeron por la península, concentrándose especialmente en el Sur desde el Algarve hasta Andalucía, costa del levante, Cataluña y sur de Francia10.

Eran de baja estatura, morenos y de pelo rizado; fuertes y valientes en el combate, con gran agilidad y ligereza. Schulten los cree emparentados con los ligures, a quienes también supone de origen africano, y con los turdetanos (ver más adelante 11). De los primeros decía Catón “Ligures autem omnes falleces sunt” y Tito Livio destaca “ibi non bello aperto sed suis artibus, fraude et insidiis, est circumventus”11. Sin duda parecen ser los creadores de la actualmente llamada ”guerra de guerrillas”, muy famosas en la historia antigua y moderna de España.

Iberia en la Edad de los Metales

El norte de Iberia. Junto a los poblamientos ya señalados, debieron existir otros a través de toda Europa. Como se supone que desde el tercer milenio antes de Cristo, se puede hablar de desplazamientos humanos provenientes del Este, probablemente de agrupaciones indoeuropeas del tipo centum que empujaban a las ya existentes, algunas pudieron aceptar el influjo e “indoeuropeizarse”.Tal sería el caso de las naciones germánicas y ciertos pueblos balcánicos oriundos de los territorios que actualmente ocupan, resultando al final hablantes de lenguas indoeuropeas12. Otros, en cambio, pudieron resistir el empuje oriental y permanecer aislados sin aparentes vínculos con sus vecinos, como el caso del húngaro actual, que hundiría sus raíces hasta antiguos estratos prehistóricos. Algunos, en fin, habrían sido obligados a desplazarse hacia occidente, que podría ser el caso del vasco.

El enigma del vasco. Se ha identificado este pueblo con los antiguos iberos de la península cuya lengua habrían conservado siguiendo alguna variedad dialectal primitiva. También se pensó en relacionarlos con los iberos del Cáucaso (Georgia) y con determinadas tribus bereberes del norte de Africa13. Sin embargo, ninguna de estas doctrinas ha conseguido una aceptación unánime.

Bosch-Gimpera afirma que son representantes de una civilización pirenaica preindoeuropea originada en ambas vertientes de estos montes. Hubschmidt los cree emigrantes del Este pontico-caucásico, opinión que también es compartida por Antonio Tovar. En general, esta última es la tesis que predomina, abandonándose así la relación del vasco con el ibero14.

Lo que está fuera de discusión es la antigüedad de este pueblo y su lengua, que parecen haber estado siempre en los lugares que ocupan en la actualidad. Tal vez sus límites antiguos hayan llegado más al Este en los Pirineos. Considérese, además, que no fueron romanizados y que su conversión al cristianismo fue bastante tardía15.

En 1921, el maestro Menéndez Pidal dijo “Así, los vascos, que en sus retiradas costas e inaccesibles montañas estaban al abrigo de las conmociones de los otros, participaron de los frutos que los demás habían alcanzado sólo tras una dolorosa experiencia”16.Y luego añadió una importantísima observación “A propósito, hay que señalar una cualidad notable de la toponimia vasca. La inmensa mayoría de sus nombres tienen un sentido claro para el que hoy habla la lengua actual, mientras, por el contrario, la mayoría de los nombres del resto de España, como los de Francia o Italia, quedan inexpresivos, incomprensibles, para el habitante que los usa a diario, pues son restos fósiles de lenguas y civilizaciones que se sucedieron y desaparecieron. Un nombre fenicio como Cádiz, o celta como Segovia, y hasta uno romano como Treviño, carecen hoy de sentido para nosotros; mientras que la mayoría de los nombres de vuestro suelo son fácilmente explicables por la lengua misma que sobre el suelo se habla desde los tiempos de su primitiva población” 17.

Y otro tanto se puede decir de los apellidos de origen vasco, tan frecuentes en Chile.

El sur de Iberia. Los navegantes. Desde el 3000 a.C., arriban a la región andaluza pueblos de marinos procedentes del mediterráneo oriental, seguramente atraídos por la riqueza minera de la zona: plata en el sudeste y cobre en Riotinto. Los indígenas iberos que desconocían las técnicas de extracción y el valor de los metales, habrían sido empleados como obreros.

Schulten opina que fueron los cretenses el primer pueblo que organizó en gran escala estas explotaciones hacia el 2000 a.C. Ellos podrían ser los que, llevando a iberos como tripulantes de sus grandes navíos, viajaron hacia el Norte por las costas del Atlántico para alcanzar hasta Gran Bretaña y desembocadura del Rin. No resultaría así extraño que el nombre de siluros aparezca tanto en Sierra Nevada (Mons Silurus), como en Gales y que Tácito observara que “El color del rostro de los siluros, su pelo rizado y su situación enfrente de España hace creer que fueron los antiguos iberos los que pasaron allí y ocuparon aquella región”18. Estas expediciones iban en busca del estaño, material de gran importancia estratégica puesto que ya se lo usaba para endurecer el cobre y producir bronce. Descubrimiento que se habría realizado en el sur de España19.

En el culto hispánico por el toro, se ha supuesto la misma influencia ya que en Creta, según la leyenda del Minotauro (“toro de Minas”) también era objeto de veneración, aunque no todos están de acuerdo en esto20.

Los tartesios, fenicios y sefarditas

Entre el 1200 y el 1100 a.C.,llegan a la Bética (de Baetis, nombre romano del actual Guadalquivir) los tirsenos, originarios de la ciudad lidia de Tyrsa en el Asia Menor y emparentados directamente con los etruscos de Italia. Fundan la ciudad de Turta o Tursa, que los fenicios pronunciarían como Tarschisch y los griegos,Tartessos21.

Los tirsenos, que eran un pueblo de civilización desarrollada, penetraron en el territorio e instauraron su dominio con la intención de permanecer allí. Siendo la minoría “sabia” con respecto a los nativos turdetanos (¿iberos ligures?), deben haber empleado a éstos en satisfacer las necesidades de mano de obra para la minería e industrias, servicios domésticos y empresas marítimas.

Poseían una antigua y prestigiosa cultura ya que, según Strabon “... son los más cultos de todos los iberos, pues tienen una escritura y poseen escritos históricos en prosa y poesía y leyes en forma métrica, que, según dicen, tienen seis mil años de antigüedad” 22. Acerca de la escritura de los tirsenos, se piensa que debió llegarles después de la fundación de Tartessos, a través de los griegos de Asia Menor, o de los fenicios23, y Schulten lamenta que “los romanos particularmente son culpables tanto de la pérdida de aquellos preciosos documentos tartessios, como de la literatura etrusca y osca. Los romanos, siguiendo a los griegos, llamaban ‘bárbaros’ a los pueblos occidentales; pero bárbaros han sido también ellos mismos al destruir estúpidamente culturas antiguas”24.

Acerca del carácter de estos pueblos se ha destacado su falta de espíritu guerrero. Mucho después, cuando los enfrentara Julio César, los llamaría “cobardes y desagradecidos”; más tarde, Tito Livio registraría: “Tiénese a los turdetanos por el pueblo menos belicoso de España...tomaron a sueldo a diez mil celtíberos, y opusieron a los romanos aquellas tropas mercenarias”25.

Pero esta condición pacífica les permitió destacarse en otros aspectos de la actividad humana. Desde luego, su proverbial hospitalidad con los extranjeros que facilitó el intercambio de informaciones sobre el mundo entonces conocido y que hizo posible relaciones comerciales estables y productivas. Por otra parte, no se puede negar que fueron audaces navegantes que mantuvieron, como antes los cretenses, el control de la ruta del estaño, de la cual posteriormente,“...dieron cuenta gustosos a sus amigos griegos de sus viajes a Oestrymnis en busca de estaño y ámbar. Y no porque los tartessios hubiesen sido bárbaros, sino porque como sensatos mercaderes, sabían apreciar el valor de su monopolio del estaño. La liberalidad de los tartessios es la liberalidad del gran comerciante, que tanto sabe de dádivas como de ganancias”26.

Su afición a la buena vida ha llevado a pensar que la causa estaría en “el clima suave y la abundancia de su país” y del mismo modo “como aún hoy los andaluces, gustaban extraordinariamente también los turdetanos del baile”27 y fueron célebres en la antigüedad las muchachas gaditanas, tan cantadas por Marcial y Juvenal28.

La longevidad es otra cualidad que se les atribuye. El rey Argantonio29 alcanzó a contar, según se dice, ciento veinte años. Plinio afirma que entre los tartesios, los varones tienen más dientes que las mujeres, lo cual sería la causa de que vivieran más30.

Como una especie de síntesis y símbolo de esta extraordinaria cultura perdida, conviene contemplar de nuevo “La Dama de Elche”, notable escultura tartesiana. Si se la observa desde arriba y hacia su izquierda, aparecen los ojos almendrados, la mirada baja y los labios finos. Hace recordar imágenes orientales del Asia Menor originaria. Pero si la perspectiva se orienta desde abajo hacia su derecha, la mirada se alza y los ojos se descubren redondeados, los labios muestran contornos más llenos: “El cincel creador de esta hermosa figura fue manejado por la mano de un artista griego o de un artista indígena discípulo de los griegos, de la época anterior a Fidias, antes del año 430 a.C. Con su expresión tranquila y orgullosa, ejerce la‘Dama de Elche’ un encanto peculiar, como la‘Mona Lisa’ en el Louvre. La ‘Dama de Elche’ es un busto sólo, pero probablemente es la parte superior de una figura de cuerpo entero”31.

Los fenicios. Hacia el 1100 a.C., fundan la ciudad de Gadir (gr. Gadeira, lt. Gades, ár. Qadis, esp. Cádiz), así como otros establecimientos tolerados por la benevolencia tartesia:

Malaka (Málaga), Sexi (Almuñécar), Abdera (Adra). De este modo, fueron formando un pequeño reino fenicio dentro del imperio de Tartessos. Se cuenta una antigua historia que revelaría la gran astucia de estos ambiciosos comerciantes que consiguieron vastos terrenos por el malentendido de una pequeña concesión “... en un principio, pidieron una extensión de tierra que podría cubrirse con una piel de buey extendida. Como esto les fue concedido, cortaron la piel en finas tiras y con éstas rodearon un trozo de tierra bastante grande”32.

En general, mantuvieron reductos costeros que les permitían comerciar con los productos que les llegaban del interior y distribuir el estaño que los tartesios traían desde el Norte por mar. Además, la plata era abundante “se cuenta que tanta era la plata que los fenicios compraron, que pudieron sustituir las anclas de plomo por otras de plata. Que este metal era sumamente barato lo demuestran los remaches de plata de los puñales hispanos de cobre”33.

Los sefarditas (del hebreo Sefarad‘España’). Desde la época del rey Salomón (h. 970 a.C.), los judíos, como muchos otros pueblos, mantenían relaciones comerciales con Tartessos “porque el rey (Salomón) tenía naves de Tarschisch en el mar con naves de Hiram; una vez cada tres años venían las naves de Tarschisch y traían oro, plata, marfil, simios y pavos” (1. Reyes, 10,22).

Los judíos no eran navegantes pero sí buenos financistas. Las naves deben haber sido costeadas por ellos y tripuladas por fenicios (Tirios). En cualquier caso, tuvieron que llegar al Sefarad civilizado (Andalucía) e instalarse allí para organizar el tráfico con su patria.

Siempre como una minoría de‘banqueros’ y comerciantes, perduraron y se desplazaron por todo el territorio, participando en las vicisitudes históricas de la península y siendo reconocidos como antecesores de los sefarditas expulsados en 149234.

Primeras inmigraciones indoeuropeas

Los celtas. Hacia el 900 a.C., cruzaron los Pirineos seguramente por los pasos del oeste (Roncesvalles) y se dispersaron por la península en etapas históricas diferentes, ocupando la gran meseta central (Castilla), el Norte (excepto el País Vasco) y territorios del este (Galicia y Portugal), sin alcanzar instalaciones definitivas en la Bética y en el Levante, donde predominan tartesios e iberos.

Se afirma que durante mucho tiempo habían estado unidos a los pueblos itálicos en las regiones del norte de los Alpes y centro de Europa. Allí habrían empezado a ‘indoeuropeizar’ algunos pueblos germánicos. Al respecto, señala Hubert que “de una manera general, los celtas parecen haber sido durante largos siglos y en todas las cosas, los educadores de los pueblos germánicos. Pero su influencia no se ejerció solamente en razón de su vecindad y cabe creer que fue impuesta”35.

Luego se separarían del núcleo primitivo e iniciarían migraciones hacia el Este y el Sur, instalándose en la Transpadana (norte del río Po, de Padus), Galia (Francia), Iberia. Entre los siglos viii y vii, además de las regiones ya señaladas, alcanzan hasta las Islas Británicas. En España, se habla de una mezcla con los naturales que habría producido a los celtíberos.

A partir de fines del siglo v y comienzos de iv a.C. se registran importantes movimientos hacia Oriente. Siguiendo la cuenca del Danubio, controlan partes considerables de la Norica (Austria), Panonia (Hungría), Dalmacia (Yugoslavia).

Pero cuando intentan apoderarse de Macedonia en la época de Filipo, son detenidos en las Termópilas,“aunque no se puede evitar el saqueo del santuario de Delfos” (280 a.C.) Antes, habían invadido Italia, hasta asolar Roma36.El Danubio conservará por algún tiempo el recuerdo de su paso en numerosas poblaciones construidas a sus orillas37.

Cruzan el Asia Menor (Turquía), donde organizan la Galatia, pequeño reino situado al noroeste de Capadocia. Llegan hasta la península de Crimea donde aparecen unos “tauri”, probables parientes de los “taurini” (Augusta Taurinorum, Turín) en el norte de Italia. Por último, se los encuentra en Egipto y otras regiones del norte de África (en Cartago, por ejemplo), empleados generalmente como mercenarios.

Las huellas lingüísticas. Es admirable la expansión lograda por este pueblo en la antigüedad especialmente en el siglo iv a.C. Sus rastros se pueden seguir en la toponimia que nos ha llegado, sobre todo, por el registro de griegos y romanos, alterado o sustituido de acuerdo con los usos de cada nación.

Muy significativa es la distribución geográfica de los formantes briga (recinto fortificado), dunum (pueblo, ciudad), magus (terreno llano), segus (victoria). El primero es muy frecuente en España, los otros son escasos, pero de extensa difusión, pues alcanzan Galia, Inglaterra, Germania, Italia, los Balcanes y Asia Menor38.

Ahora los lingüistas no creen que el indoeuropeo primitivo, lengua reconstruida hipotéticamente39, haya sido “ni la sombra de una lengua hablada”. Pero poco importa que haya sido hablada para que puedan sacarse consecuencias de toda clase tanto de su composición como de su relación con las lenguas que realmente han sido habladas. Es un sistema de hechos lingüísticos40. Del mismo modo, no se puede pensar en una especie de céltico originario uniforme. Las numerosas tribus hablaban lenguas diferenciadas dialectalmente, pero era posible, tal como ya se había visto en otros casos, una comunicación básica eficiente y que, lejos de invalidar la idea de una “unidad y continuidad del mundo céltico”, la comprueban, “... cuando menos como lengua de relación. El servicio de informaciones de Mario, dirigido por Sertorio, se tomó el trabajo de aprender el celta y con esto tenían bastante”41.

Con respecto a España,“la realidad es que a la llegada de los romanos, en el año 218 a.C., la casi totalidad de la Península Ibérica es étnica, lingüística y culturalmente indoeuropea, si se exceptúa la franja costera meridional, que cae dentro del dominio fenicio”42. Incluso “la celticidad de los lusitanos, defendida por Lambronio contra la opinión de Bosch Gimpera, que los consideraba como un pueblo ‘no celta’, se halla atestiguada arqueólogica y lingüísticamente”43. También se ha aceptado el mismo carácter para los pueblos del norte de la península (Galicia,Asturias, Cantabria), excepto el País Vasco44. Hubert ha observado que al menos los jefes de la guerra celtibérica contra Roma, que culmina con la caída de Numancia (133 a.C.), tenían nombres celtas: Retógenes, Caraunios, Leukon, Auaros y, por supuesto, el gran Viriato45.

Considerados los testimonios de la onomástica y de la toponimia,“si tuviéramos que indicar algunas cifras vagamente aproximadas para dar clara y breve idea de la proporción entre los celtismos que tienen su centro de vitalidad en el portugués y el leonés, los que lo tienen en castellano y los del catalán, podríamos decir que los celtismos especialmente leoneses y portugueses serían un centenar, los castellanos una cuarentena y los catalanes una docena solamente...”46.

La imagen de los celtas. A menudo, los historiadores clásicos nos dan noticia del inmenso terror que los galos inspiraban a los romanos.Así,Tito

Livio sostiene que“... su gigantesca estatura, la forma de sus armas y lo que habían oído decir de sus numerosas victorias en las dos orillas del Po sobre las legiones etruscas... aquella nación que goza en el tumulto, hacía resonar a lo lejos el ruido horrendo de sus cantos salvajes y extraños gritos”47. Gozaban ‘en el tumulto’; el combate era para ellos casi una orgía familiar, y su misma organización social lo permitía. Julio César, que fue el que más directamente los conoció, observa lo siguiente: “En la Galia no sólo los Estados, partidos y distritos están divididos en bandos, sino también cada familia. De estos bandos son cabeza los que a juicio de los otros se reputan por hombres de mayor autoridad, a cuyo arbitrio y prudencia se confía la decisión de todos los negocios y deliberaciones. Esto lo establecieron a mi ver los antiguos con el fin de que a ningún plebeyo faltase apoyo contra los poderosos, pues quien es cabeza de partido no permite que sus parciales sean oprimidos o calumniados ”48. Conste que es la opinión de un romano.

Es lícito pensar, sin embargo, que estos “hombres de mayor autoridad” no pueden haber sido los más sabios y mesurados, puesto que el mismo César cuenta que “tienen los galos la costumbre de obligar a todo pasajero a que se detenga, quiera o no quiera, y de preguntarle qué ha oído o sabe de nuevo; y a los mercaderes en los pueblos, luego que llegan, los cerca el populacho, importunándolos a que digan de dónde vienen, y qué han sabido por allá. Muchas veces, sin más fundamento que tales hablillas y cuentos, toman partido en negocios de la mayor importancia, de que forzosamente han de arrepentirse muy pronto, gobernándose por voces vagas, y respondiéndoles los más, a trueque de complacerles, una cosa por otra”49.

Muchas veces formaron ligas para luchar contras sus enemigos, pero éstas se disolvían con la misma rapidez con que se organizaban “que tan prontas y arrebatadas son las resoluciones de los galos...casi todos son amigos de novedades, fáciles y ligeros en suscitar guerras y que todos los hombres naturalmente son celosos de su libertad y enemigos de la servidumbre...”50. El sentimiento de familia predomina sobre la conciencia de nación, al parecer, muy quebradiza.

Eran guerreros valientes, pero no tenían “suerte” en los combates “porque los galos son tan briosos y arrojados para emprender guerras, como afeminados y mal sufridos en las desgracias”51. Carecen de constancia y su coraje dura poco y, concluye Julio César, “más fácil es hallar quien se ofrezca de grado a la muerte que quien sufra con paciencia el dolor”52 .

Se cuenta en los Comentarios un caso que ilustra el carácter inestable y contradictorio de los galos, hombronazos engreídos de su fuerza física, que primero se ríen de las extrañas máquinas bélicas de los romanos, pero luego se asustan al comprender su exacta función y efecto“... comenzaron (los galos) desde los adarves a hacer mofa y fisga de los nuestros, gritando a qué fin erigían máquina tan grande a tanta distancia y con qué brazos o fuerzas se prometían, mayormente siendo unos hombrezuelos, arrimar a los muros un torreón de peso tan enorme (y es que los más de los galos, por ser de grande estatura, miran con desprecio la pequeñez de la nuestra)”53. Sólo después, cuando ya es demasiado tarde, ven avanzar los torreones, entonces “... espantados de la grandeza de aquellas máquinas, nunca vistas ni oídas, y de la presteza de los romanos en armarlas, envían diputados a César sobre la entrega...”54.

La escritura de los galos. El culto religioso estaba encargado a unos sacerdotes llamados druidas, a cuyas escuelas asistía gran número de jóvenes a instruirse. Al respecto, señala César que “no tienen por lícito escribir lo que aprenden, no obstante que casi en todo lo demás de negocios públicos y particulares se sirven de caracteres griegos. Por dos causas, según yo pienso, han establecido esta ley: porque ni quieren divulgar su doctrina, ni tampoco que los estudiantes fiados en los escritos, descuiden el ejercicio de la memoria, lo que suele acontecer a muchos, que teniendo a mano los libros, aflojan en el ejercicio de aprender y retener las cosas en la memoria”55.