Crónicas de algún tiempo - Gonzalo Dólar - E-Book

Crónicas de algún tiempo E-Book

Gonzalo Dólar

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Beschreibung

¿Alguna vez miraste al cielo nocturno y te preguntaste qué fue, que habrá sido, qué es y qué será? En Crónicas de algún tiempo, el autor nos lleva a una aventura a través del tiempo formada por varios relatos en los cuales el tiempo hace aparición en sus diferentes manifestaciones. El pasado y el futuro, la eternidad y los ciclos, el transcurrir infinito y el pausado en el inconsciente, lo cotidiano y lo divino forman estas apasionantes historias que un operario fabril, en su intento de contestar a tan antigua pregunta, imagina en su regreso a casa.

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Seitenzahl: 120

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Producción editorial: Tinta Libre Ediciones

Córdoba, Argentina

Coordinación editorial: Gastón Barrionuevo

Diseño de tapa: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Diseño de interior: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Dólar, Gonzalo Valentín

Crónicas de algún tiempo / Gonzalo Valentín Dólar. - 1a ed. - Córdoba : Tinta Libre, 2024.

114 p. ; 21 x 15 cm.

ISBN 978-987-824-849-3

1. Antología de Cuentos. 2. Cuentos. 3. Relatos. I. Título.

CDD A863

Prohibida su reproducción, almacenamiento, y distribución por cualquier medio,total o parcial sin el permiso previo y por escrito de los autores y/o editor.

Está también totalmente prohibido su tratamiento informático y distribución por internet o por cualquier otra red.

La recopilación de fotografías y los contenidos son de absoluta responsabilidadde/l los autor/es. La Editorial no se responsabiliza por la información de este libro.

Hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Impreso en Argentina - Printed in Argentina

© 2024. Dólar, Gonzalo Valentín

© 2024. Tinta Libre Ediciones

A mi amada hija,una mente curiosa

A mis afectos,por creer en mí

Nota preliminar

¿Habrá alguna forma de detener el tiempo? ¿O de perforarlo para así mirar fuera de él?

Quizás no exista una forma de lograrlo, aunque contamos con un recurso que, por momentos, nos brinda la ilusión de hacerlo. Ese recurso es el arte.

En esta vida seré artista. Desde ahí, no habrá tiempo, seré inmortal.

Índice

Prólogo

No es el tiempo el que nos falta. Somos nosotros quienes le faltamos a él.

Paul Claudel

Miré el reloj incontable cantidad de veces. Debe haber estado tan cansado como yo; a fin de cuentas, nunca deja de trabajar. Su andar a estas horas siempre fue lento, como quien hace sus tareas de mala gana, o eso me parecía. Yo creo que mi reloj funcionaba más lento cuando faltaban los últimos minutos para terminar mi jornada laboral en la fábrica. Esos últimos minutos siempre se han empeñado en quedarse, en avanzar a paso lento, como un anciano que camina con mucho cuidado en una vereda muy angosta, a diferencia de mí, para quien cada día, a la misma hora, la espera de mi libertad se torna insoportable.

Pero siempre llega. Tomé mis cosas y celebré dejar de pensar en tableros eléctricos, flujos de agua, presiones y clientes apurados.

Ese día era gris y oscuro, las densas nubes escondían el color del atardecer. El relajante ruido de los truenos de fondo se mezclaba con la melodía de las incontables gotas que me golpeaban de frente y mojaban mi ropa. Mientras mi piloto automático (aquel que todos tenemos en el cerebro) venía alerta al escaso tráfico que había debido a la tormenta, mi mente estaba sumergida en una inundación de pensamientos que podía bien compararse con el correr del agua al costado de las calles de la urbe.

Siempre cuestioné esa típica frase que la mayoría repite en los días de lluvia: “Hace mal tiempo”. Al salir de mi trabajo, esta volvió a toparse conmigo. “¿Te vas a ir en moto con el mal tiempo que hace?”.

“Mal tiempo”, esa frase me acompañó en el viaje de vuelta a casa. ¿Por qué los días de lluvia son catalogados como malos? Para mí, son hermosos, creo que es mi clima favorito. Claro, en la comodidad del hogar o en la seguridad del trabajo. Pero lo que ese día hizo que me sumergiera en pensamientos mientras empapaba mi ropa arriba de mi moto fue el tiempo. ¿No sería acaso correcto llamarlo mal clima? Y ahí me detuve un instante: entonces, ¿qué es el tiempo?

Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero, si quiero explicárselo al que lo pregunta, no lo sé.

Agustín de Hipona.

Una parada en la estación de servicios me permitió sacar el celular y consultar su significado. Mientras el combustible se cargaba rápidamente en el tanque, mis dedos húmedos dificultaron la búsqueda. Quería apurarme, hacerlo rápido, ya que tenía poco tiempo. Tenía poco tiempo, ¿acaso podría enfrascarlo?

El resultado de la búsqueda interrumpió mi letargo: “Dimensión física que representa la sucesión de estados por los que pasa la materia”. Levanté la vista y, sin mirar nada, procesé la información.

No, no calmó mi curiosidad, no sentí que fuera una definición correcta. Resumir en tan pocas palabras un universo tan vasto no me parecía prudente ni sincero.

En mi afán por encontrar una mejor respuesta, empecé a indagar en todas las ideas al respecto que había recolectado a lo largo de mi vida. Ahí está de nuevo: a lo largo de mi vida…

Entonces pensé que no existe tal cosa como un tictac universal, igual para todos y para cada parte del cosmos, sino que hay tantos tiempos como conciencias. A su vez, en cada conciencia hay infinidad de tiempos. Estos son cada experiencia recordada o los pensamientos de hipotéticos futuros que se deslizaron por nuestra mente al tratar de interpretar las sensaciones y posibles escenarios de cada instante. Ese instante que, si tratamos de aislarlo, siempre se nos escapa. ¿Cuándo es realmente ahora? Si, cuando intentamos ponerle una pausa mental y decir: “ahora”, en realidad ese instante ya se fue y quien sea que lo preguntó… también.

Puse en marcha de nuevo mi moto y, cuando encendí las luces, noté que estas parecían iluminar de manera instantánea mi alrededor. ¿Qué tan rápido viajan por el espacio? Pensé de repente que debe haber una velocidad tan rápida que haga que el tiempo se detenga. Y, si el tiempo se detiene, deja de ser tiempo. Entonces, quizás es posible salir de él si encontramos la manera de acelerar lo suficiente.

El hambre me distrajo por un momento; hacía varias horas que no comía, un aroma a pan tostado flotaba a mi alrededor y el húmedo ambiente lo hacía más tentador. Pensé en prepararme unos mates y hacerme unas tostadas en cuanto llegara a casa. Esa combinación es una de las recetas de la felicidad, y la felicidad estaba a pocos minutos de distancia.

El futuro es un tiempo que todavía no pasó, no existe en el mundo físico, pero lo hacemos presente en nuestra imaginación. Aun así, jamás llegamos a él porque, cuando llega, ya no es futuro. Pero tampoco es el presente, porque el presente siempre se nos escapa. Entonces, al parecer, vivimos en el pasado.

El tiempo es un gran fractal infinito que se mueve sobre sí mismo.

Quizás es la verdadera identidad de Dios y este jamás fue un sol, un padre o un universo.

Lo sentimos, pero no podemos entenderlo porque no podemos salir de él para observarlo y estudiarlo. Está ahí, donde sea que mires o pienses. Nada sucede fuera del tiempo, nada existe fuera de él. La esencia del ser es el tiempo, porque el ser no es, sino que está siendo.

Si el universo tuvo un principio, este fue dentro del tiempo (un principio conlleva una concepción lineal, una dirección), porque nada se mueve, nada cambia ni nada hay fuera de él. Incluso si fue Dios quien creó todo, no podemos concebir que también haya creado el tiempo, ya que es este último quien permite el cambio. Quizás el tiempo engendró al demiurgo.

Esta sería una posible explicación de que Dios es el tiempo que todo lo abarca, el uno, el inengendrado. Todo existe a partir y a través de él, como podemos leer en el Tanaj cuando le reveló a Moisés su identidad en el monte Sinaí: “Ehyeh asher ehyeh”1.

También es factible imaginar que tanto el tiempo como la energía siempre estuvieron ahí, probando cada posible combinación para repetirse cíclicamente por toda la eternidad.

La física nos enseñó que el tiempo va de la mano con el espacio en una red que todo lo abarca. Quien se mueve en el espacio se mueve en el tiempo.

Decidí entonces tomar una ruta más despejada. Esta decisión iba a retrasar mi llegada al futuro feliz, pero a veces el impulso de saber o la simple curiosidad tiene más fuerza que la comodidad de la ignorancia.

El semáforo en rojo me preparaba para tomar el coraje necesario, como quien está por emprender una gran carrera apenas el semáforo diera la señal de salida. Al ver mi camino despejado y sin la lluvia que me había acompañado la mitad del viaje, apagué las luces de mi moto y aceleré tanto como pude para luego encenderlas mientras me movía a gran velocidad.

En mi veloz viaje, miré a la gente que caminaba al costado de la ruta y no pude evitar ver que todos parecían congelados en el tiempo. Aceleré tanto que casi alcancé la velocidad de la luz. Sin embargo, si yo siguiera viajando durante un largo tiempo a la misma velocidad, ellos envejecerían más rápido que yo. Desde mi lugar, pareciera que el tiempo se ha detenido para ellos, pero en realidad el tiempo está pasando más lentamente para mí. Qué contradictorio parece, me cuesta creer que sea real. Algo se nos escapa en nuestra limitada comprensión.

En ese momento, un mar de adrenalina me invadió tras recordar por qué había decidido acelerar a tal velocidad: encender las luces mientras me movía a casi su misma velocidad para ver qué sucedía. El cosquilleo de mi estómago denotaba mi nerviosismo y mi ansiedad por develar el misterio. Entonces, como si de una escena en cámara lenta se tratara, presioné el botón.

El haz de luz pareció aparecer instantáneamente sobre la calle… ¿Qué sucedió? Si se supone que nos movemos casi a la misma velocidad. No podía creerlo hasta no verlo. La velocidad de la luz es una constante del universo. No importa a qué velocidad me mueva, ella, con respecto a mí, siempre va a moverse a casi trescientos mil kilómetros por segundo. Jamás podría alcanzarla. Me cuesta pensar su relación con el correr del tiempo.

De repente, me percaté de lo que parecían dos entradas a túneles muy extraños. En mi desilusión por alcanzar un rayo de luz, ya no encontraba sentido a seguir mi viaje a esa velocidad, así que tomé la decisión de entrar por uno de ellos.

Su interior era muy confuso, todo parecía distorsionado. No tardé en percatarme de que las dos entradas eran parte del mismo túnel, que hacía una especie de U para, al salir, volver al mismo lugar. ¿Por qué pondría alguien un túnel así?

Cuando llegué a su salida, no pude creer lo que vi. ¿Esto realmente podía ser cierto? Pude verme entrando al túnel… Llegué antes de salir.

Mis palpitaciones aumentaron, mis ojos recorrían incrédulos la escena. Traté de comprender hasta que me di cuenta: era lo que los científicos llaman un agujero de gusano. Ese atajo me permitió llegar al mismo lugar más rápido que la luz.

El bocinazo del pobre tipo que estaba detrás de mí en el semáforo y que quería llegar a su hogar luego de un largo día de trabajo me hizo volver al mundo real.

Todas estas ideas me parecieron muy confusas. Apenas soy un operario de una fábrica sin estudios sobre el tema, no estoy preparado para entender la física del tiempo. Aceleré a los cuarenta kilómetros por hora que mi moto realmente me permitía para retomar el ritmo de la respiración, volver al mundo lento al cual pertenezco. El de los días largos, cuando las cosas salen mal, o los cortos y rápidos, cuando las cosas van muy bien.

Por fin llegué a casa. Ya es de noche, el frío del viaje tardará unos minutos en abandonarme. Pero las ideas que recorrieron la vuelta conmigo van a seguir ahí un tiempo más, hasta que el gran titán las engulla y se pierdan para siempre en su estómago.

Quiero esconderlas como Rea escondió a Zeus para que Crono no lo devorase.

Lo único que tengo en mi poder para tratar de burlar al tiempo es la palabra, eso que nos hace humanos. Somos seres históricos y ese es el tiempo al que pertenecemos. Quizás con ellas pueda interrumpir su paso.

Contaré historias, relatos, recuerdos y sueños para viajar a través de él y de sus distintas manifestaciones objetivas, subjetivas, eternas, pasadas, futuras o congeladas en algún inconsciente. Nuestra memoria es como un dique, donde acumulamos tiempo mientras perdemos un pequeño flujo para siempre. Y siempre significa tiempo sin interrupción.

Crónicas de algún tiempo

Gonzalo Dólar

Tiempos felices

No perdamos nada de nuestro tiempo; quizá los hubo más bellos, pero este es el nuestro.

Jean Paul Sartre

La felicidad no está allá afuera, en las cosas que pasan. Estas últimas no tienen relevancia hasta que encajan en nuestros marcos de valores. Los hechos no son buenos ni malos por sí mismos; es nuestra conciencia (que, a su vez, está formada en gran parte por la conciencia de todas las personas que existieron) la que les imprime un valor.

La felicidad es el equilibrio que hay en la mente entre nuestras expectativas (un futuro deseado) y nuestra realidad (el presente). Pero, cuando tenemos una necesidad urgente que cubrir, esta se carga de valor y alcanzamos la felicidad una vez logramos cubrirla de forma explícita o de forma potencial (promesa).

Nuestra vida era lo que considerábamos una vida buena y feliz. Nuestras necesidades básicas estaban cubiertas, pero se hacía muy difícil conseguir cubrirlas (y, en consecuencia, mantener esa felicidad).

Nos llevábamos muy bien como pareja. Comprábamos comida de baja calidad y nos poníamos a cocinar juntos, disfrazando y tratando de darle el mejor sabor a nuestra humilde cena. Incluso trabajábamos como equipo a la hora de conseguir un poco de dinero prestado cuando ya no teníamos nada (y nada significaba nada).

Formamos un plan (sin ser conscientes, en primera instancia, de que lo estábamos llevando a cabo) de turnarnos para comer en la casa de mis padres y de su madre. Un día aquí, otro día allá. De paso, pedíamos prestados unos pocos pesos (muy pocos) para que, al volver a casa, yo pudiera ir a mi trabajo al día siguiente.

Casi nunca teníamos dinero en la billetera. Muchas veces, en la fábrica solo tomaba mates a la hora del almuerzo, y ella siempre iba a almorzar a la casa de su madre. Juntábamos monedas e íbamos a comprar diciéndole al almacenero que le traíamos cambio porque nos daba vergüenza pagar un pedazo de queso con tantas moneditas.

Una molestia, un dolor psicológico estaba latente en mi interior. No lo hacía manifiesto, lo reprimía, no lo dejaba salir a la superficie de mi conciencia. No quería pensar en ello. Pero ahí estaba, sin nombre, existiendo y creciendo entre las sombras.

¿Hasta cuándo puede una pareja aguantar y ponerle buena cara a la vida cuando estás en la quiebra, en un país en crisis y sin buenas noticias a la vista?