Cuerpos al límite: Tortura, subjetividad y memoria en Colombia (1977-1982) - Juan Pablo Aranguren Romero - E-Book

Cuerpos al límite: Tortura, subjetividad y memoria en Colombia (1977-1982) E-Book

Juan Pablo Aranguren Romero

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Beschreibung

¿Cómo la tortura se inscribe en los cuerpos? Una pregunta contundente que busca respuestas en este libro. Una pregunta que no puede silenciarse en nuestros países atravesados por la violencia política. Este libro permite comprender los mecanismos, las razones y las prácticas de sufrimiento y dolor que se imprimen en los cuerpos de hombres y mujeres en Colombia. Un libro escrito con audacia y compromiso frente al dolor de los demás, que, en el juego de las alteridades, somos nosotros mismos. Se trata de un análisis riguroso, con distancia crítica para comprender la génesis de la violencia e indagar en las prácticas de tortura, en sus razones y en los procesos sociales y políticos que las generaron. En un juego de múltiples planos, su lectura ofrece diversos interrogantes, éticos y políticos frente a la tragedia y el sufrimiento, permite desandar los procesos que involucran la producción de sentidos y de violencia sobre los cuerpos y sus límites. Una investigación punzante, que logra un equilibrio entre la comprensión académica y la mirada humana desde los afectos y el compromiso.

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Cuerpos al límite: tortura, subjetividad y memoria en Colombia (1977-1982)

Para citar este libro: doi http://dx.doi.org/10.7440/2015.93

Cuerpos al límite:

tortura, subjetividad y memoria en Colombia

(1977-1982)

Juan Pablo Aranguren Romero

Universidad de los Andes

Facultad de Ciencias Sociales

Departamento de Psicología

Aranguren Romero, Juan Pablo

Cuerpos al límite: tortura, subjetividad y memoria en Colombia (1977-1982) / Juan Pablo Aranguren Romero. – Bogotá: Universidad de los Andes, Facultad de Ciencias Sociales, Departamento de Psicología, Ediciones Uniandes, 2016.

ISBN 978-958-774-364-7

1. Violencia política – Colombia – 1977-1982 2. Cuerpo humano – Aspectos sociales 3. Subjetividad 4. Tortura – Colombia. I. Universidad de los Andes (Colombia). Facultad de Ciencias Sociales. Departamento de Psicología II. Tít.

CDD 303.6

SBUA

Primera edición: abril del 2016

© Juan Pablo Aranguren Romero

© Universidad de los Andes, Facultad de Ciencias Sociales, Departamento de Psicología

Ediciones Uniandes

Calle 19 n.° 3-10, oficina 1401

Bogotá, D. C., Colombia

Teléfono: 3394949, ext. 2133

http://ediciones.uniandes.edu.co

[email protected]

Departamento de Psicología

Publicaciones Facultad de Ciencias Sociales

Carrera 1.ª n.° 18A-12, Bloque G-GB, piso 6

Bogotá, D. C., Colombia

Teléfono: 339 49 49, ext. 4819

http://publicacionesfaciso.uniandes.edu.co

[email protected]

ISBN: 978-958-774-364-7

ISBNe-book: 978-958-774-365-4

DOI: http://dx.doi.org/10.7440/2015.93

Corrección de estilo: Andrés Cote

Diagramación interior: Jazmine Güechá

Diseño de cubierta: Víctor Gómez

Imagen de cubierta: Luis Caballero, Sin título (1973)

Conversión ePub: Lápiz Blanco S.A.S.

Hecho en Colombia

Made in Colombia

Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida ni en su todo ni en sus partes, ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electro-óptico, por fotocopia o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la editorial.

Autor

JUAN PABLO ARANGUREN ROMERO

Profesor del Departamento de Psicología de la Universidad de los Andes. Psicólogo de la Universidad Nacional de Colombia e historiador de la Pontificia Universidad Javeriana; magíster en Antropología y doctor en Ciencias Sociales de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales. Fue becario del Instituto Colombiano de Antropología e Historia, del programa de jóvenes investigadores del Fondo de Población de Naciones Unidas y del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. Ganador del concurso de becas de investigación del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales en la categoría de investigador semisenior y de la beca de formación permanente de la Fundación Carolina. Ha sido investigador invitado en la Universidad Autónoma de Barcelona, en el Graduate Institute of International and Development Studies, en el Council for the Development of Social Science Research in Africa y en el Watson Institute de Brown University. Es autor de Las inscripciones de la guerra en el cuerpo de los jóvenes combatientes: historias de cuerpos en tránsito hacia la vida civil (Bogotá: Uniandes, 2011) y de La gestión del testimonio y la administración de las víctimas: el escenario transicional en Colombia durante la Ley de Justicia y Paz (Bogotá: Siglo del Hombre-Clacso, 2012), así como de diversos artículos académicos en torno a la intersección entre el cuerpo, la subjetividad y el sufrimiento.

Contenido

AGRADECIMIENTOS

INTRODUCCIÓN

Los días de septiembre

Inscripciones significantes: cuerpo, memoria y sujeto

Recorrer el cuerpo

El camino de las entrevistas

PRIMERA PARTE

Los dispositivos biopolíticos de la seguridad nacional en Colombia durante los años setenta: inmunización, seguridad deshumanizante y excepción normalizada

1. La común-unidad

2. Subversión, contagio e inmunización

2.1. La inmunización del cuerpo social

2.2. La subversión como amenaza

2.3. La acción cívico-militar como dispositivo inmunológico

2.4. La guerra no está conjurada

3. La excepcionalidad en la política y el Estado en emergencia permanente

3.1. Excepcionalidad permanente

3.2. La excepción como represión

SEGUNDA PARTE

La militarización de la nación y las objeciones contra el militarismo

4. La militarización del cuerpo ciudadano

4.1. Posturas y composturas de la subjetividad militar

4.2. Totalidad y mortificación del yo

4.3. Los valores militares

5.Desarmando el militarismo: performatividad revolucionaria y retórica de los afectos

5.1. La puesta en escena

5.2. Vínculos y rupturas fundacionales

5.3. Pluralismo, apertura y heterodoxias

5.4. Afectividad y subjetividad del militante

5.5. Vanidad de vanidades, todo es ingenuidad

TERCERA PARTE

Cuerpos al límite y subjetividad en los bordes

6. El volumen de la represión

6.1. Visibilidades e invisibilidades históricas

6.2. Sistematización del sufrimiento e invisibilidad del sujeto

6.3. La visibilidad del secreto

6.4. Hacer hablar al cuerpo: de un dolor a un saber

6.4.1. Escritura, silencio y sufrimiento

6.4.2. El cuerpo, la oralidad y el sujeto

6.4.3. Una ética de la escucha

7. Al límite, en los bordes y en la frontera

7.1. Que tengas un cuerpo para exponer

7.2. Resistir al cuerpo contra sí mismo

7.3. Un cuerpo hecho de afectos

7.4. Poner el cuerpo

7.5. Al límite y en la frontera

7.6. La salud mental al calor de los demás

7.7. Descubrir la humanidad en los bordes

7.8. El Cantón

7.9. Anestesias del cuerpo político

CONCLUSIONES

REFERENCIAS

Normas, decretos y leyes

Entrevistas

Lista de abreviaturas

ADO

Autodefensa Obrera

AID

Agencia Internacional para el Desarrollo

Anapo

Alianza Nacional Popular

ANUC

Asociación Nacional de Usuarios Campesinos

APA

American Psychological Asociation

CGT

Central General de Trabajadores

Cinep

Centro de Investigación y Educación Popular

Conadep

Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas

CRAC

Consejo Regional de Agricultores del Cauca

CRIC

Consejo Regional Indígena del Cauca

CSTC

Central Sindical de Trabajadores de Colombia

CTC

Central de Trabajadores de Colombia

DAS

Departamento Administrativo de Seguridad

ELN

Ejército de Liberación Nacional

EPL

Ejército Popular de Liberación

FARC

Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia

FFMLN

Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional

Incora

Instituto Colombiano de la Reforma Agraria

ISS

Instituto de Seguros Sociales

JUCO

Juventud Comunista

M-19

Movimiento 19 de Abril

MLHC

Movimiento de Liberación Homosexual Colombiano

MOIR

Movimiento Obrero Independiente Revolucionario

USO

Unión Sindical Obrera

UTC

Unión de Trabajadores de Colombia

Agradecimientos

ESTA INVESTIGACIÓN FUE posible gracias a los anhelos compartidos y a las complicidades construidas con Milena, mi compañera de vida e inspiradora de letras y de sueños. Cuando decidimos, como en un viejo poema nadaísta, poner a girar la esfera para imaginar el lugar del mundo donde queríamos que nuestra vida se eternizara, un cierto empuje de nomadismo nos llevó a recorrer juntos ciudades y lugares espléndidos que hicieron posible la escritura de este texto.

Les agradezco a mi padre y a mi madre su paciencia y dedicación en todos los momentos de mi vida; ante su incondicionalidad, el amor rebasa este agradecimiento.

Agradezco al Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina haberme concedido las becas doctorales tipo I y II, y al Museo de Antropología de la Universidad Nacional de Córdoba haberme acogido como uno de sus becarios. A Roxana Cattaneo y a Mirta Bonnin les expreso mis más sinceros agradecimientos por su respaldo permanente.

Al Institut des Hautes Études Internationales et du Dévelopment de Ginebra, y en particular al profesor Ricardo Bocco, mi gratitud por haberme propuesto un punto de análisis novedoso sobre las sociedades de control y la seguridad nacional; a la profesora Charu Gupta, del Departamento de Historia de la Universidad de Delhi, y al Dr. Babere Chacha, de la Universidad Egerton de Njoro, Kenia, por sus observaciones en materia de género y violencia; a los grandiosos investigadores del Council for the Development of Social Science Research in Africa (Codesria), en Dakar, por haberme abierto sus puertas y permitirme intercambiar con ellos mis avances de investigación en una perspectiva sur-sur. Igualmente, al Watson Institute de la Universidad de Brown por la maravillosa oportunidad de presentar este trabajo ante un nutrido grupo de investigadores de espíritu crítico que alimentaron mis perspectivas. A los profesores Keith Brown, Geri Augusto y Erik Ehn por la generosidad de sus comentarios y recomendaciones, y al profesor Anthony Bogues por animarme a emprender una lectura crítica de Giorgio Agamben y de los estudios decoloniales.

A los profesores Félix Vásquez y Lupicinio Iñiguez, del doctorado en Psicología Social Crítica de la Universidad Autónoma de Barcelona, mi reconocimiento por acogerme en esa casa de estudios y por sus valiosas orientaciones. Así mismo, a la Fundación Carolina por su generoso apoyo durante mi estancia en Barcelona, y a Ángel Nogueira y María Cinta Martorell, quienes, tras un afortunado encuentro en la plaza central de la Universidad Autónoma de Barcelona, llenaron mi biblioteca de nuevos colores.

A la Corporación Avre, por su compromiso ético-político con la escucha y por haberme abierto siempre sus puertas. A Ludmila da Silva Catela, Elsa Blair y Carmen Lucía Díaz, por el empeño con que acompañaron esta investigación, por compartir su experiencia con generosidad, por sus permanentes votos de confianza y por su invaluable amistad.

A la Facultad de Ciencias Sociales y al Departamento de Psicología de la Universidad de los Andes, mi gratitud por respaldar la publicación de este libro, así como a Beatriz Caballero por permitirme incluir la imagen de Luis Caballero que aparece en la portada y a Martha Rodríguez por facilitarme las fotografías de Jorge Silva que aparecen en el interior. Y a las personas que compartieron conmigo su tiempo y sus recuerdos y así me dieron el privilegio y la responsabilidad de asumir una ética del cuidado de la palabra y de la memoria del otro, una ética de la escucha.

… poco a poco, estudiando las infinitas posibilidades del olvido, se dio cuenta de que podía llegar un día en que se reconocieran las cosas por sus inscripciones, pero no se recordara su utilidad. Entonces fue más explícito. El letrero que colgó en la cerviz de la vaca era una muestra ejemplar de la forma en que los habitantes de Macondo estaban dispuestos a luchar contra el olvido: «Ésta es la vaca, hay que ordeñarla todas las mañanas para que produzca leche y a la leche hay que hervirla para mezclarla con el café y hacer café con leche». Así continuaron viviendo en una realidad escurridiza, momentáneamente capturada por las palabras, pero que había de fugarse sin remedio cuando olvidaran los valores de la letra escrita.

GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ, Cien años de soledad

… esos recuerdos no eran simples; cada imagen visual estaba ligada a sensaciones musculares, térmicas, etc. Podía reconstruir todos los sueños, todos los entresueños. Dos o tres veces había reconstruido un día entero; no había dudado nunca, pero cada reconstrucción había requerido un día entero.

JORGE LUIS BORGES, “Funes el memorioso”

Introducción

Los días de septiembre

Varios de los interrogantes que dieron pie a esta investigación están ligados al mes de septiembre. Tras la muerte del expresidente Julio César Turbay Ayala, el 13 de septiembre del 2005, recordaba con inquietud las historias que había escuchado desde niño acerca de amigos o conocidos de la familia que habían sido detenidos y torturados en las caballerizas de Usaquén, al norte de Bogotá, durante el período de aplicación del conocido Estatuto de Seguridad de Turbay. Recordaba que, durante mi niñez, del tema se hablaba en voz baja y con un halo de misterio que se ligaba a una suerte de complicidad con un secreto. Sin embargo, para el año 2005 sabía poco sobre ese período; en mi conocimiento de la historia colombiana del siglo XX Turbay no era más que una figura presidencial controversial, y en la cultura popular eran comunes los chistes acerca de él. Tras su muerte decidí averiguar por qué en mi memoria sobre ese período se articulaban hechos y lugares de horror, por el silencio a gritos que rodeaba las experiencias de detención y tortura y por los motivos de las representaciones populares del extinto mandatario.

Pocos meses antes del fallecimiento de Turbay había asistido al lanzamiento del libro El cadáver insepulto, de Arturo Alape (2005), y, tras una brevísima conversación con él, me sentí exhortado por la audacia y el compromiso con que narraba, desde la ausencia, la vida, la angustia y el sufrimiento, e intrigado por cómo un relato de ficción se entretejía con las memorias de seres humanos de carne y hueso.

Sin embargo, no fue sino poco más de un año después de ese septiembre del 2005, tras la muerte de Alape, cuando me encontré con Un día de septiembre, uno de los primeros libros del escritor, en el que recoge testimonios sobre el emblemático paro cívico del 14 de septiembre de 1977, y con el que sentí la persistente inquietud de emprender una investigación sobre las detenciones y torturas que acontecieron a finales de los años setenta.

Pronto conseguí aclararme que mi interés no era documentar las experiencias de tortura, ni hacer un balance de sus modalidades, ni mucho menos clasificarlas y compararlas. Si algo sabía por entonces era que indagar por las experiencias de detención y tortura que habían sucedido hacía treinta años era una tarea compleja; las mismas condiciones del país se erigían como un muro de piedra que dificultaba preguntar, incluso tímidamente, por estos temas. Me encontraba, además, frente a mis propios límites, pues al sentir que me acercaba a hechos dolorosos surgían muchos interrogantes éticos y políticos acerca de lo que significa estar ante el dolor de los demás. Aunque el camino de la investigación me hizo preguntarme por las maneras en que la tortura se inscribe en los cuerpos, me condujo a situar esa pregunta en el entrecruzamiento entre las posibilidades subjetivas de enunciación de esos hechos, las condiciones sociales que limitan o hacen posible la enunciación y los marcos de representación que intentan contenerla, facilitarla o acompañarla.

Ya metido de lleno en una investigación sobre la tortura en Colombia, me encontré con el tercer septiembre, el de 1978, es decir, con el de la promulgación del Estatuto de Seguridad Nacional del presidente Julio César Turbay Ayala. Desde ese momento se tornó indispensable comprender un contexto que hizo posible tratar el conflicto social por medio de la criminalización de diferentes formas de protesta, una tarea que me obligó a indagar no sólo por las prácticas de tortura que se hicieron públicas a finales de los setenta, sino también por las razones por las que dichas prácticas —vigentes mucho antes del Estatuto de Seguridad Nacional— eran acalladas o quedaban en la impunidad y el olvido. La política, el silenciamiento y la impunidad se empezaban a ligar con la pregunta por la tortura, y ello suponía reconocer un marco jurídico y epistémico que determinaba e indeterminaba la posibilidad de las detenciones masivas y arbitrarias y la desaparición y tortura de los detenidos, y delimitaba la resonancia social de sus denuncias y testimonios.

El avance en la comprensión de este contexto socio-jurídico pronto mostró que no era posible entender la masificación de una práctica encaminada a infligir sufrimientos sobre los sujetos sin un análisis detallado de los procesos de militarización de la sociedad que recorrieron las décadas de los sesenta y setenta en Colombia. Fue, pues, por medio de los ideales de homogeneización, orden y disciplina de la institución castrense como los anhelos de desaparición y borramiento de lo incómodo y lo diferente empezaron a hacerse hegemónicos, en el curso del proceso civilizatorio que presentó a los militares como los defensores de la nación colombiana ante la amenaza del comunismo. La construcción social de esa amenaza terminó por abrirle camino a una manera particular de tratar los conflictos sociales que derivaría en el desdibujamiento y la deshumanización de quienes se atrevieron a cuestionar el orden político dominante, y enseguida a la posibilidad de su detención, desaparición y tortura. La mayoría de estos casos se reunirá en los miles de registros sobre detención y tortura que las nacientes organizaciones defensoras de los derechos humanos en Colombia compilarán, a inicios de los ochenta, a manera de denuncia. Son estos documentos los que registran una memoria de las ignominias y sufrimientos, y sus narrativas también se muestran impactadas por la tortura.

Inscripciones significantes: cuerpo, memoria y sujeto

Es en virtud de la sistematización de casos de detención y tortura, compilados en los voluminosos textos de las organizaciones de derechos humanos, como esta investigación propone una inflexión en la comprensión de las memorias de los hechos de violencia política en Colombia y liga la reflexión sobre la tortura y sus memorias con el cuerpo y la subjetividad. El desdibujamiento del sujeto y su reducción a un cuerpo-sufriente, propios de la tortura, parecen recrearse ya no sólo en los anhelos de homogeneización, orden y disciplina de la institución militar, sino también, y de una manera inquietante, en los textos redactados para hacer las denuncias. Así, de la misma forma en que el sujeto es borrado con los sufrimientos infligidos durante las detenciones o en que se expone a ser eliminado o desaparecido en el disciplinamiento militar, también es desdibujado en los documentos destinados a hacer visible y denunciar la tortura en el país (obviamente, sin pretenderlo). La tortura se muestra, así, implacable: el sujeto deviene carne sufriente; el cuerpo se escinde del sujeto: se convierte en un mero objeto de la represión, pero toda vez que poco o nada se sabe acerca del sujeto de tales padecimientos, este también deviene objeto de la sistematización y la clasificación de las denuncias.

Este borramiento del sujeto parece, no obstante, estar presente también en la escisión —ya clásica— entre los análisis macro (en algunos casos denominados estructurales, y también objetivos), orientados a dilucidar los factores políticos y sociales de la violencia, la guerra y el conflicto armado en Colombia, y los que privilegian las historias de vida y las narrativas testimoniales, o análisis micro (denominados a veces subjetivos). Mientras que a la línea de investigaciones que se concentra en los “factores estructurales” de la violencia (Bolívar, 2003; González et al., 2002; Pécaut, 1987; Sánchez, 1991) se le critica estar desligada de las dimensiones simbólicas y subjetivas, el conjunto de investigaciones que plantea la necesidad de mostrar que las tramas de la violencia se vinculan con las formas de representación, nominación y silenciamiento de la alteridad y la diferencia, y con las experiencias de los sujetos implicados (Blair, 2005; Jimeno, 2008; Sánchez, 2003; Uribe, 1978, 2004), es acusado de terminar por desligar los hechos de violencia de los contextos sociopolíticos en que se producen1.

La demarcación de estas tendencias de investigación sobre la violencia se puede explicar, entre otras cosas, por la importancia que tuvo la crítica formulada por Michel de Certeau a la perspectiva abierta por Michel Foucault, en particular en Vigilar y castigar (1976). Certeau planteaba la necesidad de mirar el orden del poder en las tácticas y estrategias que constituyen las prácticas cotidianas de los sujetos (2007), y sostenía que la lógica del análisis del poder de Foucault en Vigilar y castigar dejaba de lado al sujeto, en cierto modo, pues se concentraba en la forma en que “la violencia del orden se transforma en tecnología disciplinaria”. La propuesta de Certeau en La invención de lo cotidiano se dirigía, por su parte, a “exhumar las formas subrepticias que adquiere la creatividad dispersa, táctica y artesanal de grupos o individuos atrapados en lo sucesivo dentro de las redes de vigilancia” (2007: XLV). Certeau afirmaba, así, que no basta con mirar el poder disciplinar y vigilante, sino que también es necesario indagar por lo que los sujetos hacen en su interior y de forma cotidiana2.

La perspectiva de Certeau permite entonces comprender algo que, posteriormente y de un modo diferente, planteará Judith Butler en Marcos de guerra. Con “marcos de guerra” Butler alude a las formas en que los contextos bélicos regulan las “disposiciones afectivas y éticas a través de un encuadre de la violencia selectivo y diferencial” (2010: 13). Estos marcos determinan, por ejemplo, que unas vidas sean consideradas dignas de duelo, mientras que otras no; así, “la capacidad epistemológica para aprehender una vida es parcialmente dependiente de que esa vida sea producida según unas normas que la caracterizan, precisamente, como tal, o más bien como parte de la vida” (2010: 16). Puesto de esta forma, los marcos de guerra tienen efectos sobre las maneras de entablar relaciones con la alteridad; delimitan nuestro modo de comprender la experiencia de sufrimiento del otro e, incluso, condicionan nuestro lugar epistémico ante el dolor de los demás. Considerados de otro modo, los marcos de guerra inciden —con el conjunto de sus discursos, retóricas, prácticas y lógicas, que promueven la escisión entre el cuerpo y el sujeto— sobre los marcos epistémicos de la relación con lo humano. De modo que el intento de escindir el cuerpo y el sujeto, presente tanto en los entrenamientos de los combatientes como en las formas de la tortura contemporánea, se extendería también, en las gramáticas de la guerra, a las formas de cognición acerca del otro. Sin embargo, como bien sostiene Butler —y esto es lo que la vincula con la perspectiva abierta por Michel de Certeau—, los marcos de guerra tienden a ser altamente exitosos, pero no necesariamente lo son por completo; “tales marcos estructuran modos de reconocimiento, especialmente en épocas de guerra, pero sus límites y su contingencia se convierten en objeto de exposición y de intervención crítica igualmente” (2010: 42). Así, si bien estos marcos de guerra delinean las formas de la relación con el sufrimiento, no basta simplemente reconocer los modos de enmarcación, sino que es preciso intentar, además, reconocer allí a los sujetos implicados. Esto supone, siguiendo la crítica de Certeau a Foucault, no privilegiar en el análisis solamente el aparato productor de la disciplina, sino también los procedimientos cotidianos de los seres humanos, aun dentro de estos marcos, pues

Si es cierto que por todos lados se extiende y se precisa la cuadrícula de la “vigilancia”, resulta tanto más urgente señalar cómo una sociedad entera no se reduce a ella; qué procedimientos populares (también “minúsculos” y cotidianos) juegan con los mecanismos de la disciplina y sólo se conforman para cambiarlos; en fin, qué “maneras de hacer” forman la contrapartida, del lado de los consumidores (o ¿dominados?), de los procedimientos mudos que organizan el orden sociopolítico. (Certeau, 2007: XLIV)

Se trata pues, de rescatar al sujeto, aun dentro de la disciplina, la vigilancia, la corrección, el encierro y, para este caso, también en la tortura. Pero rescatarlo no significa entenderlo solamente en el anhelado e idealizado lugar de la resistencia, la objeción o la impugnación3. Indagar por el sujeto en esta investigación supuso, por una parte, comprender de qué forma se constituyen estos marcos que delimitan la experiencia subjetiva y que pretenden o anhelan la escisión entre cuerpo y sujeto, y, por otra, rescatar —o reconocer— allí al sujeto, en sus prácticas cotidianas, en sus artes de hacer, aun dentro de las pretensiones de ruptura y fragmentación propias de la tortura. Muchas de esas prácticas podrán ser entendidas como actos de resistencia, solidaridad y afirmación, pero muchas otras como reveladoras de la duda, el desamparo o la soledad. En cualquiera de los casos se mostrarán como evidencia de un sujeto que no se narra aquí como un cuerpo sufriente ni se reduce a los actos infligidos contra su ser.

El lector no encontrará, entonces, descripciones de la tortura ni de sus procedimientos, ni mucho menos puestas en escena del cuerpo sufriente y dolido; sino, por un lado, un análisis detallado de las formas en que fue posible constituir un aparato productor de escisiones entre cuerpo y sujeto, y, por otro, un sujeto que se enuncia más allá de las lógicas y gramáticas delimitadas por dicha maquinaria.

Recorrer el cuerpo

Esta investigación indaga por las relaciones entre cuerpo, subjetividad y memoria en contextos de violencia política a finales de los años setenta y comienzos de los ochenta en Colombia. Centrado en entender las formas en que la tortura se inscribe en la experiencia corporal y subjetiva, el texto emprende un recorrido por el cuerpo social y político, el cuerpo militar, el cuerpo militante y el cuerpo detenido y torturado. Este recorrido permite recrear las dimensiones que adquieren la represión de los movimientos sociales, la militarización de la vida cotidiana, la configuración de la subjetividad en los movimientos insurgentes y el cuerpo y el sujeto llevados al límite en la detención y la tortura. Y aunque analizados en apartados diferentes, los cuerpos aquí considerados no se fragmentan; por el contrario, intento considerarlos y analizarlos en un tejido que redimensiona la experiencia de los sujetos a partir de sus vínculos afectivos, sociales y políticos y en virtud del reconocimiento de su agencia — actuantes y dinámicos— ante las formas de contención y represión.

El libro está dividido en tres partes. La primera abarca los capítulos 1.°, 2.° y 3.°; la segunda, los capítulos 4.° y 5.°, y la tercera comprende los capítulos 6.° y 7.°. En la primera parte se discuten los que he denominado dispositivos biopolíticos de la seguridad nacional en Colombia, entendidos como mecanismos mediante los cuales se promueven lógicas de subjetivación y desubjetivación ancladas en las ideas de amenaza y seguridad. El capítulo 1.° da comienzo a este análisis ocupándose del paro cívico del 14 de septiembre de 1977, y explica cómo este hecho se constituyó en la expresión de un movimiento cívico de gran fortaleza que será reprimido por medio de su caracterización como práctica subversiva, de la aplicación indiscriminada del estado de sitio y de la paulatina militarización de la sociedad. Los capítulos 2.° y 3.° analizan la lógica que entraña la práctica de estas formas de tratamiento de la conflictividad social, una práctica que se concretó en la implementación de la doctrina de la seguridad nacional, en el aumento de las funciones judiciales de las Fuerzas Militares y en un uso habitual de la figura de estado de sitio a lo largo de la segunda mitad del siglo XX. El análisis que presentan estos capítulos muestra el carácter biopolítico de los dispositivos implementados en aras de la seguridad nacional, basados en una lógica inmunitaria que promueve una defensa del cuerpo social basada en la violencia, la promoción del miedo y la generalización del enemigo interno. Se argumentará que las pretensiones de seguridad y defensa de estos dispositivos terminan por estimular una negación de la diferencia y una afirmación de los valores nacionales. En esta primera parte el trabajo se apoyó en la revisión de los periódicos El Tiempo, El Espectador, El País, El Siglo, El Colombiano, Voz Proletaria y El Bogotano, y de las revistas Alternativa, Controversia, Cromos y Semana entre 1978 y 1982; por otra parte, se sistematizaron todos los decretos publicados entre 1960 y 1982 promulgados durante las declaratorias de estado de sitio, con base en el trabajo realizado por Gustavo Gallón (1979).

Es importante advertir que el recorrido de la primera parte pretende constituir un panorama complejo del cuerpo y la subjetividad en contextos de violencia política. En tal sentido, se busca subrayar que las prácticas de tortura no pueden ser explicadas si no se comprenden el contexto socio-jurídico colombiano que hizo de la excepcionalidad la norma y el contexto sociopolítico que, como en otros países latinoamericanos durante el mismo período, exacerbó un proyecto civilizatorio orientado por la idea de atacar y borrar lo que se consideraba disfuncional, diferente o incómodo para la nación idealizada —por entonces— a través de las retóricas de la Guerra Fría. El lector podrá ver cómo estos contextos se expresan en la idea de un cuerpo social al que se busca proteger de una presunta enfermedad que lo amenaza a medida que se extiende en su interior.

En la segunda parte se profundiza, por un lado, en los efectos que los dispositivos estudiados producen en la sociedad y la política colombianas, expresados en un proceso de militarización del cuerpo social, y, por otro, en las objeciones e impugnaciones que se gestan en la que he denominado performatividad insurgente; en este último caso he tomado como referencia las acciones y las narrativas del Movimiento 19 de Abril (M-19) contra el militarismo y la seguridad nacional. El capítulo 4.° examina, así, el proceso de militarización del cuerpo social, atendiendo a los decretos y leyes que determinaron la atribución de las funciones de control social, político y judicial a las Fuerzas Militares, y analiza los valores defendidos y el tipo de sujeto anhelado por los militares colombianos en la época y su articulación con una concepción disciplinada y homogénea de la sociedad. Con este fin se revisaron todos los números de la Revista de las Fuerzas Armadas publicados entre 1960 y 1982, las publicaciones realizadas por los generales colombianos que fueron ministros de Defensa o comandantes de las Fuerzas Militares en el mismo período y algunos manuales de contrainsurgencia implementados por el Ejército nacional. El capítulo 5.° muestra, con base en una revisión de las entrevistas concedidas por la comandancia del M-19, de los libros publicados por los integrantes del grupo y de algunos de sus documentos programáticos, las formas en que este movimiento propuso una ruptura con las concepciones oficiales de la nación y la democracia y con la noción idealizada del militante insurgente, de manera que le formuló una profunda objeción al militarismo —a sus valores, a sus ideales de ciudadanía y a su idea de cuerpo-armado— y provocó una fuerte reacción represiva por parte del Ejército. Como consecuencia de ello fueron detenidos y torturados la gran mayoría de los integrantes de dicho grupo guerrillero e integrantes de diversos movimientos sociales. La segunda parte permitirá comprender, justamente con base en la pretensión de inmunizar el cuerpo social analizada en la primera parte, los procesos dirigidos a la militarización del cuerpo ciudadano que se extienden por la vida cotidiana del país, incluso hasta nuestros días, así como una de las expresiones de oposición a sus gramáticas y retóricas.

La tercera parte profundiza en las denuncias que se empezaron a formular a finales de la década de los setenta con la finalidad de develar el ejercicio de la tortura por parte de los militares colombianos. Procuro explicar cómo, si con la represión el conflicto social era tratado como una práctica subversiva que legitimaba el intento de borramiento del sujeto a través de la desaparición y la tortura, en el proceso de denunciar y hacer visibles los delitos cometidos por el Estado el sujeto termina también por ser desdibujado. El capítulo 6.° estudia el borramiento que resulta de los intentos de representar y sistematizar las prácticas sistemáticas que llevan al límite a los sujetos. Los documentos de denuncia acerca de detenciones y torturas difundidos por el Comité Permanente por los Derechos Humanos4, el Comité de Solidaridad con Presos Políticos5, Amnistía Internacional y el Cinep6 se constituyeron tanto en fuente de información como en objeto de análisis. Estos documentos proveyeron información de gran utilidad para la investigación, pero al mismo tiempo fueron analizados en virtud del campo de representación en que se inscriben. Finalmente, el capítulo 7.° intenta rescatar al sujeto desdibujado tanto por la tortura como por las prácticas de representación y sistematización gestadas en la denuncia. El capítulo muestra en qué medida la memoria de ese sujeto (hombres y mujeres víctimas de la tortura) interpela a las prácticas que persiguieron su borramiento y a las narrativas que pretendieron desdibujarlo. La tercera parte finaliza, de este modo, con un recorrido por las narrativas de quienes, habiendo sido puestos al límite en la tortura, dan cuenta de sus emociones, vínculos y afectos y afirman en su experiencia subjetiva un más allá del cuerpo sufriente.

El camino de las entrevistas

En medio del afán investigativo, se tiende a considerar demasiado tarde las inconveniencias y las dificultades de intentar entrevistar a personas que han sufrido hechos de violencia. En mi caso, se trataba de víctimas de detenciones y torturas que se llevaron a cabo a finales de los años setenta en Colombia. El principal problema —que se esbozaba como un problema estrictamente metodológico o incluso de factibilidad— era cómo y por medio de quién establecería un contacto con estas personas y a cuenta de qué iban a hablar conmigo sobre sus experiencias. Este punto, sin embargo, fue pasando de ser un problema metodológico a ligarse con el problema mismo de la investigación: el afán inicial fue confrontándose con las condiciones de producción de las entrevistas acerca de situaciones límites. Las condiciones sociales y estructurales se ligaban entonces con las condiciones subjetivas y simbólicas de la producción de los testimonios. Esta ligazón, expresada como posibilidad y límite de la realización de mis entrevistas, se constituía en reveladora de esas inscripciones significantes de la tortura, y no ya como un simple reto metodológico.

Fueron las condiciones sociales, éticas, psíquicas, afectivas y epistémicas las que mediaron en la producción de los testimonios sobre la tortura. De esta manera descubrí lo que implica hacer de una investigación una experiencia intersubjetiva, pues quienes accedieron a hablar conmigo lo hicieron fundamentalmente porque se sintieron interpelados por el contexto en que se inscribió mi investigación. Al mismo tiempo que en el país se empezaba a hablar de las víctimas de la violencia política, de los crímenes de Estado y de la memoria, las víctimas seguían —y siguen— siendo amenazadas y asesinadas; en todo caso, silenciadas. Esto supuso que sólo a través de un vínculo de confianza se podía establecer una “entrada” al campo de las entrevistas. Lo que me permitió contactar a las personas que quería entrevistar fue un profundo lazo de afecto entre la primera persona que entrevisté y las demás, con quienes ella me puso en contacto, y, en seguida, un voto de confianza, gestado en la relación entre ellas y yo. Mientras unas personas accedieron a hablar conmigo casi de inmediato, otras tardaron más de un año en responder a mi solicitud; otras no respondieron, y otras que respondieron, en la entrevista me propusieron una conversación sobre otros temas. El problema metodológico de la selección y del muestreo se tornó, entonces, un problema ético, político y epistémico que ligaba la memoria con el silencio y con el cuerpo que así dibujaba los límites de la representación del sufrimiento. La selección que supuestamente iba a hacer de mis entrevistadas se convirtió así en la elección que ellas hicieron de mí, en tanto que hablaron conmigo sobre lo que podían y querían hablar7.

Aunque en el país, en los últimos años, se habla sobre la importancia de la memoria de las víctimas de la violencia, las opciones para que las víctimas hablen son limitadas, por causa de las amenazas que aún se ciernen sobre ellas8. En esa medida, la realización de las entrevistas para esta investigación supuso un contacto previo con las personas a entrevistar, y un diálogo inicial; en la mayoría de los casos fue necesario referir a un conocido común o establecer un encuentro a través de él. Sólo tras este contacto previo fue posible empezar a establecer confianza con las personas contactadas, y luego realizar la entrevista. Mientras en algunos casos el tiempo entre este contacto previo y la entrevista fue de un par de semanas, en otros requirió varios meses. En otros casos, aunque se dio el contacto previo, no fue posible llevar a cabo la entrevista por distintas razones expresadas por la persona contactada. De hecho, fueron muchas más las personas contactadas que las efectivamente entrevistadas. El proceso de la investigación estuvo de muchos modos articulado a unas condiciones sociales de producción de los testimonios que hicieron posibles, en ocasiones, las entrevistas, y en otras las impidieron. Así, las entrevistas realizadas no obedecieron a un proceso de selección o muestreo, sino que estuvieron ancladas a estos lugares de producción.

Sin pretenderlo, la gran mayoría de las personas que entrevisté fueron mujeres. No era mi propósito hacer un estudio de género sobre la tortura, aun cuando indudablemente la tortura contra las mujeres tiene unas características particulares que merecen ser estudiadas. En todo caso, fueron ellas las que hablaron conmigo, las que hicieron la elección de compartir conmigo sus experiencias, y ello ligó a y en la investigación el cuerpo, la oralidad y los afectos.

En la investigación se trabajó con base en trece entrevistas realizadas entre 2008 y 20109. Siete corresponden a personas que fueron militantes del M-19, dos a militantes de otros movimientos de la época, una a un líder indígena del CRIC y tres más a personas no indígenas que respaldaron el trabajo del CRIC en los años setenta10.

Haber concentrado mi investigación en el cuerpo y en el intento de recuperar al sujeto desdibujado en su representación me permitió descubrir que el cuerpo está invadido de afectos, de lazos sociales que lo envuelven o que lo tiemplan, que lo sostienen o que lo aprietan; el cuerpo, aun en las condiciones de sufrimiento, es ese lazo social que lo constituye. Acaso por eso, las que hay aquí son historias de batallas y de luchas, de desamparo, incertidumbre, miedo, terror y sufrimiento, pero también de victorias de la dignidad, de la vida y del amor. Quienes han hablado aquí han superado varios retos. Han vencido la muerte que vislumbraron cuando fueron detenidas y que algunas desearon cuando eran torturadas, han vencido en un enfrentamiento consigo mismas al que fueron llevadas por la agonía y el padecimiento. Pero también son cuerpos colectivos que vencieron a una soledad sufriente que buscaba hacerlos sentir fracturados y traicionados, que vencieron a una institucionalidad que intentó despojarlos de su humanidad y que vencieron tanto a las narrativas del silenciamiento como a las de la representación del sufrimiento.

Esta investigación ha querido que la memoria de las personas entrevistadas interrogue a estos contextos de producción, a sus narrativas y a sus representaciones, y no a la inversa.

Notas

1Esta tensión ha estado presente también en la reciente publicación del documento Contribución al entendimiento del conflicto armado en Colombia, de la Comisión Histórica del Conflicto y sus Víctimas. Como señala Eduardo Pizarro León-Gómez (uno de los dos relatores del informe), la discusión en torno a los factores que han incidido en la violencia en Colombia se mueve entre quienes “defienden la existencia de ‘causas objetivas’ [y quienes] consideran de mayor relevancia las ‘causas subjetivas’, es decir la decisión política de algunos actores políticos y sociales de empuñar las armas” (Comisión Histórica del Conflicto y sus Víctimas, 2015: 50).

2La crítica de Certeau abrió una brecha que ha permitido pensar la violencia desde una perspectiva centrada en el sujeto (Das y Kleinman, 2001) y que ha señalado el camino del descenso a lo cotidiano de Veena Das (1999). Por otra parte, aún es evidente la prioridad de los planteamientos foucaultianos acerca del poder, que han demarcado no sólo una perspectiva teórica, sino también temáticas comunes hoy por hoy en una parte de la tradición de los estudios sobre el cuerpo en América Latina (por ejemplo, la locura, la sexualidad, la corrección del cuerpo femenino, la higiene, la salubridad, la enfermedad, la medicina y la dietética y la racialización de los cuerpos). Esto se manifiesta, en alguna medida, en una reciente publicación compilada por Hilderman Cardona y Zandra Pedraza, Al otro lado del cuerpo, estudios biopolíticos en América Latina (2014). Como en el caso de los estudios sobre violencia, perspectivas analíticas y temáticas diferentes en los estudios del cuerpo han surgido de la mano con las discusiones desarrolladas por Michel de Certeau y Nobert Elias.

3Es así como la crítica de Certeau no se completa sino a partir, justamente, de un diálogo con los planteamientos posteriores de Michel Foucault, como lo constató el mismo Certeau en “La risa de Michel Foucault” y en “El sol negro del lenguaje: Michel Foucault”, escritos reunidos en Historia y psicoanálisis (2003). Certeau constata que el trabajo de Foucault era un trabajo en proceso, en el que el mismo Foucault habría de reparar críticamente. Y es en la crítica a un saber y a sus efectos de poder y verdad donde se puede entrever que los planteamientos de ambos autores deben ser leídos en razón de tales efectos. Por lo tanto, hay que establecer si el descenso a lo cotidiano no deriva entonces en una forma inesperada de reapropiación, por parte de una ciencia, de esos “saberes sometidos”. La crítica foucaultiana puede entonces ser releída a partir de y en torno a la crítica de Certeau. Allí puede emerger una insurrección de los saberes, “no tanto contra los contenidos, los métodos o los conceptos de una ciencia, sino una insurrección, en primer lugar y ante todo, contra los efectos de poder centralizadores que están ligados a la institución y al funcionamiento de un discurso científico organizado dentro de una sociedad como la nuestra” (Foucault, 2008: 22). Sólo allí es posible entender que el recorrido que va de un dolor a un saber (Certeau, 1993a: 213) puede perfectamente recrearse en las investigaciones que llevan a situar las experiencias de dolor en un texto ejemplar, en un documento didáctico o en un trabajo académico sin cuestionar el problema ético y político que entraña determinada práctica. Ello implica, finalmente, entrever al sujeto implicado no sólo en las experiencias límite que constituyen los hechos de violencia, sino también en los marcos conceptuales y teóricos que intentan narrarlo y explicarlo.

4El Comité Permanente por los Derechos Humanos tuvo su origen en el Foro Nacional por los Derechos Humanos y las Libertades Democráticas celebrado en Bogotá durante los días 30 y 31 de marzo y 1.° de abril de 1979. El Foro fue un escenario que convocó a diversos sectores de la sociedad colombiana a discutir las violaciones de los derechos humanos que se venían presentando en el país como resultado de las medidas de represión del gobierno de Turbay Ayala. Tras el Foro se acordó crear un comité de carácter permanente que recibiría las denuncias y acompañaría a las víctimas y a sus familiares en los trámites ante las autoridades, adelantaría acciones de cabildeo con organizaciones internacionales y llevaría las denuncias a los medios de comunicación.

5El Comité de Solidaridad con Presos Políticos surgió en 1973 a raíz de la detención de varios dirigentes sindicales de la uso que participaban en una huelga de la industria del petróleo. Los sindicalistas fueron capturados y procesados en un consejo verbal de guerra.

6El Cinep fue creado en 1972 como una fundación sin ánimo de lucro de la Compañía de Jesús. Sus orígenes se remontan al año 1944, con la conformación de la Coordinadora Nacional de Acción Social. Desde entonces se ha enfocado en la investigación y la promoción de las organizaciones populares. A finales de los setenta se constituyó en una organización defensora de los derechos humanos, con una Oficina de Derechos humanos que investigaba y daba asesoría para buscar a desaparecidos y víctimas de detenciones y torturas y para hacer las denuncias correspondientes. Estas actividades dieron origen, en 1987, al Banco de Datos de Derechos Humanos y Violencia Política, que sistematiza información relativa a las violaciones de los derechos humanos en Colombia.

7La entrevista, concebida ya no sólo como una técnica de recolección de información sino como el escenario en el cual se gestiona un indecible, a partir del encuentro con el otro, ha sido estudiada por Veena Das (1996). Por su parte, Ludmila Da Silva Catela (2001), en su investigación sobre las memorias de los familiares de desaparecidos en Argentina, subraya la importancia de la construcción de confianza y de devolver las entrevistas transcritas. Alejandro Castillejo (2009), en su investigación sobre “los siete de Gugulethu”, en Sudáfrica, plantea la relevancia de inscribir el proceso de investigación en una ética de la colaboración. Siguiendo estos planteamientos, en Aranguren (2008) subrayo la necesidad de adoptar una ética de la escucha en la relación que se establece con los entrevistados, y de reconocer los límites del proceso investigativo.

8Al respecto, véase Aranguren (2012).

9Aunque se realizaron otras entrevistas, no son consideradas en esta publicación.

10Las entrevistas aparecen referidas con dos letras para proteger la identidad de las personas. Sólo aparecen los nombres de quienes dieron su consentimiento expreso para ello.

PRIMERA PARTE

Los dispositivos biopolíticos de la seguridad nacional en Colombia durante los años setenta: inmunización, seguridad deshumanizante y excepción normalizada

Imagen 1. “Requisa a una familia” (1978).

Fuente: Fotografía de Jorge Silva, de la serie “Estado de sitio”.

1

La común-unidad

EL 20 DE agosto de 1977 las principales organizaciones sindicales del país confluyeron en un propósito: la realización de un paro cívico nacional, que se fijó para el 14 de septiembre del mismo año. La confluencia de las centrales obreras en la idea de un paro nacional constituía una verdadera novedad, no sólo porque todas ellas respondían a intereses de partido que las distanciaban entre sí, sino porque la idea de realizar un paro a nivel nacional era prácticamente un hecho inédito para los trabajadores colombianos. Mientras que las filiaciones partidistas de las centrales sindicales reflejaban la lógica política de la alternancia del poder concertada por los partidos Liberal y Conservador durante el Frente Nacional, la realización del paro cívico de trabajadores tenía antecedentes en las diversas huelgas organizadas por miles de trabajadores en los años previos1. Antes del paro cívico nacional el gobierno de López Michelsen había afrontado varias huelgas de trabajadores, entre ellas la de los trabajadores de Riopaila, que movilizó a “más de 200.000 trabajadores durante 6 meses”; asimismo “la huelga escalonada en el sector bancario; la huelga de los maestros; la huelga de los empleados de la Administración Pública y las huelgas en grandes empresas tales como la fábrica de gaseosas Colombiana, tejidos Vanitex, entre otras” (Carrillo, 1981: 27). El paro de los trabajadores cementeros, la huelga en Indupalma y el paro de la USO en Barrancabermeja constituyeron los hechos más significativos en materia de organización obrera.

Las centrales obreras definieron la realización del paro cívico nacional para el 14 de septiembre de 1977 luego de haber formulado un petitorio al Gobierno nacional que fue desatendido por el presidente de la República. Solicitaban una disminución de los costos de los servicios públicos y el restablecimiento de derechos laborales. El Gobierno concertó una reunión con los líderes sindicales a la que el presidente de la República, Alfonso López Michelsen, no asistió. Los sindicalistas se quedaron durante varias horas con el grupo de ministros, en una reunión que los primeros calificaron de “encerrona”. El gobierno de López subestimó la posibilidad de que se efectuara un paro cívico nacional, toda vez que consideraba que contaba con el respaldo de un sector sindical. Por tal razón, el presidente optó por viajar a Estados Unidos y desestimar los reclamos de las centrales obreras.

El paro se convocó en razón de los elevados costos de vida que caracterizaron el período de gobierno del “mandato claro” 2, y orientado por una consigna contra el aumento de los precios de los servicios públicos. El desborde inflacionario al que se llegó durante 1977 fue de tal magnitud que el salario real de los trabajadores disminuyó su capacidad adquisitiva entre un 13 y un 20 %; durante ese año se realizaron tres aumentos salariales, pero el costo de los alimentos aumentó casi en un 60 % (Santana, Suárez y Aldana, 1982). El acuerdo de las centrales sindicales de realizar un paro cívico nacional tuvo un eco generalizado en diferentes sectores sociales que vieron diezmado su poder de compra o incrementado su nivel de pobreza.

Aun cuando el presidente López desatendió las concertaciones con las centrales obreras y desestimó la posibilidad del paro nacional, algunas semanas antes del 14 de septiembre expidió, con el amparo del estado de sitio, declarado el 7 de octubre de 19763 con ocasión de la huelga realizada por los médicos del ISS, dos nuevos decretos vinculados con la eventualidad del cese de actividades. El 26 de agosto de 1977 el Gobierno nacional dicta el Decreto 2004, que ordena el arresto inconmutable de 30 a 180 días para “quienes dirijan, promuevan, fomenten o estimulen en cualquier forma el cese total o parcial, continuo o escalonado, de las actividades normales de carácter laboral o de cualquier otro orden”. Así mismo, el 2 de septiembre del mismo año expide el Decreto 2066, por el cual se restringen las informaciones y los comentarios relativos a paros “ilegales”, y quedan autorizados únicamente los boletines de prensa oficiales del Gobierno. Estos decretos se sumaban a los tres ya expedidos bajo el estado de sitio que “ampliaban las funciones de la justicia penal militar y daban atribuciones a los comandantes de brigada para aplicar sin contemplaciones y sin fórmula de juicio sanciones a los promotores de desórdenes” (Santana, Suárez y Aldana, 1982: 41). Entre estos decretos estaba el 2195, mediante el cual se establecía el arresto inconmutable para

- quienes reunidos perturben el pacífico desarrollo de actividades sociales

- quienes realicen reuniones públicas sin el cumplimiento de las formalidades legales

- quienes obstaculicen el tránsito de vehículos o personas en vías públicas y

- quienes coloquen escritos ultrajantes (o dibujos) en vía pública [sic]

Por su parte, el Decreto 2578 del 8 de diciembre de 1976 agregaba sanciones pecuniarias y penales para aquellas personas que “por sus antecedentes, hábitos o formas de vida, estén en situación que haga temer que van a incurrir en delito o contravención; [y] los que de ordinario deambulen por las vías públicas en actitud sospechosa en relación con los bienes o personas” (énfasis agregados).

Pese a las medidas de represión contra los trabajadores y contra las movilizaciones populares, el 1.° de septiembre fue convocado por todas las centrales obreras del país, en medio de una gran manifestación que recorrió el centro de Bogotá hasta la estación de trenes de la Sabana, el paro cívico nacional para el día 14. La noche del 12 de septiembre el presidente López intervino por radio y televisión con la intención de mostrar que no existían razones justificadas para efectuar la jornada de protesta y amenazar a quienes participaran en ella:

El miércoles próximo en las horas de la noche me propongo regresar a la televisión e informar a mis conciudadanos sobre el resultado del paro, en la seguridad de que así como el Gobierno cumple rigurosamente con los deberes constitucionales, apoyado por la opinión pública, y por las Fuerzas Armadas, dentro del binomio Corte Suprema de Justicia-Fuerzas Armadas, a su turno quienes se coloquen por fuera de la ley tendrán que sufrir las consecuencias de la posición que voluntariamente van a adoptar. (López Michelsen, alocución del 12 de septiembre de 1977, citada en Delgado, 1978: 190)

Por su parte, el Ministerio de Trabajo había enviado una circular a todos los alcaldes y empresas del país para recordarles las medidas adoptadas contra los trabajadores que “organicen, dirijan, impulsen o participen en el paro nacional”. Estas medidas incluían, además del arresto hasta por 180 días, la posibilidad de ser retirados de sus puestos de trabajo por la simple vía de una carta de licenciamiento, el despido sin necesidad de autorización judicial ni indemnización para empleados públicos, la suspensión de la remuneración durante un período de seis a doce meses para quienes participaran en el paro y la suspensión durante un período de dos a seis meses o definitiva de la personería jurídica a los sindicatos que se sumaran a él (Carrillo, 1981: 28-30).

El paro cívico del 14 de septiembre de 1977 tuvo gran acogida en varias ciudades, aunque no se extendió a todo el país. En ciudades como Bogotá, Barranquilla, Cali y Barrancabermeja se registró una parálisis del transporte urbano que posibilitó el cese generalizado de las actividades laborales. La protesta adoptó un carácter urbano que contrastó con las movilizaciones sociales rurales extendidas en diferentes regiones de Colombia durante la época. De hecho, en Bogotá no solamente duró 48 horas, sino que además paralizó actividades laborales, burocráticas y comerciales que tenían impacto y visibilidad en el resto del país. Tanto por el tipo de protestas que tuvieron lugar en los barrios populares de la capital como por la influencia que tuvieron las organizaciones barriales durante la jornada, el paro del 14 de septiembre se puede entender mejor si se le atribuye un carácter cívico-urbano en lugar de un perfil estrictamente laboral (Santana, Suárez y Aldana, 1982: 41). Así, además de constituir un primer esfuerzo conjunto de las centrales sindicales, develó la fuerza de las luchas barriales y el descontento generalizado no sólo con los altos costos de los alimentos y los servicios públicos, sino también con las prácticas autoritarias amparadas por las declaratorias de estado de sitio. Los bloqueos del transporte público en diferentes ciudades fueron una expresión del carácter popular del movimiento y descubrieron un descontento generalizado ante las medidas de represión adoptadas por el Gobierno4.

Como se anotó, en Bogotá el paro se extendió hasta el 15 de septiembre. La noche del 14 el alcalde de la ciudad, Gaitán Mahecha, declaró el toque de queda desde las 8 p. m. hasta las 5 a. m. El saldo del paro en todo el país fue de 28 muertos, casi 4000 detenidos y más de 200 heridos. La mayoría de las víctimas mortales, según la revista Alternativa (1977, n.° 137: 21), fueron jóvenes que participaron en las protestas en los barrios populares de la capital y que fueron asesinados por disparos de la Fuerza Pública5. En Bogotá, la mayoría de los detenidos fueron concentrados en improvisados centros masivos, como el estadio El Campín, el estadio de Techo y la plaza de toros6.

La noche del 14 de septiembre se transmitió una alocución del presidente López que había sido grabada con anterioridad (Alape, 1980: 120); pretendía dar un parte de tranquilidad y anunciar que el paro había sido un completo fracaso. Mientras tanto, en diferentes barrios de la capital y de otras ciudades, las manifestaciones sociales y la represión continuaban. Con el discurso del presidente López se correspondían las informaciones que circularon en los principales medios de comunicación —restringidas por los decretos expedidos bajo el estado de sitio—, que hablaban de la normalidad del transporte mientras Bogotá estaba totalmente paralizada.

«No se trataba de un paro reivindicativo, sino de una huelga puramente política preparada por la subversión y los enemigos del gobierno», dijo esa noche el Presidente en su discurso, que entre otras cosas había sido grabado con varias horas de anticipación. Negó que en Colombia hubiera existido un paro cuando todos lo habían vivido, y agradeció a los trabajadores el apoyo brindado a su gobierno. (Carrillo, 1981: 239)

Varios medios de comunicación se encargaron de reproducir las informaciones oficiales, incluso varios días antes y varios días después del paro. En los editoriales del periódico El Tiempo del 1. ° al 20 de septiembre de 1977 puede reconocerse la circulación de la postura oficial y la condena del paro cívico, considerado una actividad subversiva, terrorista y marxista que se extendía peligrosamente entre los menores de edad. Declaraba uno de tales editoriales que

En los desdichados sucesos que vivió el país y que especialmente padeció Bogotá con motivo del disfrazado y subversivo paro cívico decretado y organizado por las cuatro centrales obreras, suceso que degeneró en una serie de bochornosos, delictuosos y peligrosos episodios, por fortuna develados oportuna y laudablemente por las fuerzas del orden, pudo observarse para pasmo e indignación de las gentes de bien, la presencia beligerante de menores de edad, realmente adolescentes, que formaban la audaz y colérica vanguardia de los amotinados, seguramente obligados por los desaforados extremistas. […] No es esta propiamente la escuela que se merece la infancia colombiana, pero como se ha perdido el sentido de la responsabilidad y se quiere hacer daño a las instituciones, no se vacila en los medios, concretamente en escoger a los niños, para comprometerlos con la asonada, como si estuviesen ya adoctrinados por los agentes extremistas de un marxismo que comienza a infiltrarse desde la enseñanza primaria. Como táctica, no puede ser esta más espantosa y escandalosa, en cuanto acusa una perversidad que llega a la podredumbre moral. (El Tiempo, 18 de septiembre de 1977: 3A, énfasis agregados)

Otro editorial sostiene que

El capítulo del día 14 aún está abierto para penetrar en la personalidad de una niñez que se asoma a la pubertad mostrando síntomas de peligrosidad evidente, como prueba de que no todo marcha bien dentro del sistema educacional o del familiar, donde han forjado su vida. (El Tiempo, 19 de septiembre de 1977: 4A)

La nominación de las actividades de protesta como un peligro social inminente, e incluso como una práctica de infiltración y contagio, es parte de una narrativa construida en Colombia y en muchos países de América Latina en torno al comunismo, el marxismo y las actividades políticas de izquierda. Dicha narrativa circulaba en el país de la mano de las políticas de contrainsurgencia implementadas por el Estado colombiano desde el inicio de la década de los sesenta y promovidas por Estados Unidos. En el caso del paro cívico de 1977, incluso las mismas centrales sindicales se enfrentaban en calurosas discusiones acerca de la incompatibilidad entre un autodenominado “sindicalismo democrático” y el llamado “sindicalismo comunista” (Santana, Suárez y Aldana, 1982: 36). Las narrativas sobre las posiciones de izquierda que circulaban en la sociedad les permitieron a los gobiernos, en diferentes situaciones, caracterizar como práctica subversiva y amenaza contra los intereses nacionales todo tipo de protesta popular.

Una revisión de los decretos nacionales expedidos entre 1965 y 1978 para controlar o disminuir la protesta social, sumada a la organización de los estados de sitio propuesta por Gallón (1979), permite identificar algunas tendencias: (a) calificar de interés nacional y público distintas actividades laborales, con el propósito de restringirles a los trabajadores oficiales la posibilidad de hacer huelgas; (b) declarar la ilegalidad de todos los paros de trabajadores; y c) calificar las formas de expresión del movimiento cívico como delitos contra la seguridad del Estado (véase el cuadro 1).

Cuadro 1

Decretos expedidos entre 1965 y 1978 relacionados con las protestas sociales de trabajadores

Fuente: Elaboración propia con base en Gallón (1979).

Las estrategias gubernamentales tuvieron un relativo éxito en su propósito: como resultado de la implementación de políticas sancionatorias para los trabajadores que participaran en huelgas y protestas, en muchos sectores se redujo el número de manifestaciones públicas. Sin embargo, los trabajadores petroleros, los maestros, los empleados bancarios, entre otros, tendieron a afirmarse en organizaciones sindicales de gran fortaleza7 y se mantuvieron en sus acciones de movilización. Por otro lado, como resultado de la aplicación de un cuerpo normativo que autorizaba la represión por la vía militar, las detenciones masivas, las torturas y los asesinatos, el movimiento cívico se vio abocado a movilizarse en pos de la garantía de los derechos civiles antes que por los derechos económicos. Este cambio de orientación permite explicar el descenso que se presentó entre finales de 1978 y mediados de 1981 en el número de huelgas y protestas en el país (Santana, Suárez y Aldana, 1982: 58).

Durante el período comprendido entre 1978 y 1981 las medidas de represión contra el movimiento social se intensificaron debido a la entrada en vigor del Decreto 1923 de 1978, más conocido como Estatuto de Seguridad Nacional8. En consecuencia, de las 93 huelgas que hubo en 1977 se pasó a 68 en 1978, a 60 en 1979 y a 49 en 1980 (Archila y Delgado, 1995; Delgado, 1984). La realización de un paro cívico nacional en octubre de 1981 supuso un repunte de las acciones de protesta, pero fue duramente reprimido por las Fuerzas Militares. Se creó un ambiente de zozobra en los días previos al paro, para hacer ver que su realización era una retaliación de los movimientos armados insurgentes del país, e incluso una muestra de la internacionalización de los movimientos subversivos. Las medidas de represión que se habían implementado in extenso durante los años previos fueron de gran utilidad para sostener el ambiente de zozobra y temor. En esa medida, se administraron el miedo y el terror que se habían gestado en los años previos. En todo caso, resulta interesante que entre 1971 y septiembre de 1977 se realizaran 72 paros, mientras que entre septiembre de 1977 y mayo de 1978 se llevaron a cabo 50 paros cívicos en diferentes regiones del país (Carrillo, 1981: 6).

Tabla 1

Número de huelgas realizadas entre 1971 y 1980

Año

N.° de huelgas

1971

37

1972

67

1973

53

1974

75

1975

109

1976

58

1977

93

1978

68

1979

60

1980

49

Fuente: Santana, Suárez y Aldana (1982: 38 y 53).