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Primero de la serie. El multimillonario Luca Sabbatini había roto con Bronte… pero no había podido olvidar a aquella dulce bailarina. Ahora que estaba otra vez con ella, estaba dispuesto a reavivar la pasión perdida. Pero Bronte no iba a ser tan dócil y asequible como antes. La primera reacción de Bronte fue mantenerse alejada de él. Ya había caído una vez en sus redes en el pasado. Pero esa vez iba a ser diferente. Un secreto que había guardado celosamente iba a cambiarlo todo.
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Seitenzahl: 243
Veröffentlichungsjahr: 2011
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid
© 2010 Melanie Milburne.
Todos los derechos reservados.
DANZA PARA DOS, N.º 56 - agosto 2011
Título original: Scandal: Unclaimed Love-Child
Publicada originalmente por Mills and Boon®, Ltd., Londres.
Publicado en español en 2011
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios.
Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-9000-695-5
Editor responsable: Luis Pugni
Epub: Publidisa
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Promoción
BRONTE estaba haciendo unos estiramientos en la barra cuando oyó abrirse la puerta del estudio. Miró a través del espejo que cubría toda la pared y creyó que se le paraba el corazón al ver una figura alta y morena acercándose por detrás. Sus ojos cobraron un brillo especial y notó un sudor frío en las manos, aún apoyadas en la barra. Sintió que el corazón volvía a latirle, pero con un ritmo entrecortado que parecía un reflejo de sus confusos pensamientos. No podía ser. Debían de ser imaginaciones suyas.
Aquel hombre que tenía a su espalda no podía ser Luca.
Su mente le estaba jugando una mala pasada. Era algo que le pasaba a veces, cuando estaba cansada o estresada.
Apretó con fuerza la barra con las manos y cerró los ojos unos segundos tratando de abstraerse de la situación y verlo todo con más claridad. Los abrió de nuevo y el corazón le dio un vuelco en el pecho.
No era posible que el hombre que estaba allí fuera Luca Sabbatini. Había cientos, tal vez miles, de hombres morenos y tan atractivos como él. ¿Por qué iba a tener que ser él precisamente? Quizá fuese alguien que simplemente estuviera merodeando por el edificio y se hubiese perdido…
–Hola, Bronte.
¡Por todos los santos! Sí, era él.
Bronte se separó de la barra, se puso erguida, respiró profundamente y se volvió hacia él.
–Luca… –dijo ella cordialmente pero, con evidente frialdad–. Espero que no vengas a apuntarte a la clase de la tarde. Está todo ocupado.
Él recorrió su cuerpo lentamente con la mirada. Bronte llevaba un body muy ajustado que usaba habitualmente para sus clases de baile.
–Estás tan maravillosa como siempre –dijo él mirándola a los ojos.
Bronte sintió una emoción difícil de describir al oír aquella voz profunda, oscura y con aquel inconfundible y seductor acento italiano. Seguía igual de apuesto que la última vez. Quizá estaba algo más delgado. Era un hombre terriblemente atractivo. Un metro ochenta, el pelo negro, ni muy corto ni muy largo, ni muy liso ni muy rizado, y con los ojos más oscuros que había visto nunca.
Él se acercó a ella. Bronte, con su uno sesenta y ocho, se sintió a su lado como si fuera la bailarina de juguete de una caja de música.
–No sé cómo has tenido la osadía de venir aquí –dijo ella con la mirada encendida–. Pensé que ya me habías dicho todo lo que tenías que decirme hace dos años en Londres.
Bronte creyó observar entonces una luz extraña en su mirada. Fue apenas una fracción de segundo, y le hubiera pasado inadvertida de no haber estado mirándolo fijamente a los ojos.
–Estoy aquí en viaje de negocios y quise aprovechar la ocasión para venir a verte –replicó él con la voz un tanto apagada.
–¿Venir a verme? ¿Para qué si puede saberse? –preguntó ella desafiante–. ¿Para hablar de los viejos tiempos? Olvídalo, Luca. Hace mucho tiempo que ya no queda nada entre tú y yo. Y, ahora, disculpa –añadió, volviéndose de nuevo hacia la barra de entrenamiento y mirándolo a través del espejo–. Tengo una clase dentro de cinco minutos. No creo que quieras quedarte aquí entre un grupo de veinte adolescentes en leotardos y mallas.
–¿Por qué te dedicas a la enseñanza y no has seguido bailando?
–Me sentía incapaz de salir al escenario cuando llegaba el momento –respondió ella volviéndose de nuevo hacia él, poniéndose una mano en la cintura como si fuera a ensayar un movimiento de danza.
–¿Tuviste alguna lesión? –preguntó él con el ceño fruncido.
–Puedes llamarlo así –replicó ella con una amarga sonrisa–. Pensé que la enseñanza sería la mejor salida, así que decidí regresar a Melbourne. Me pareció el sitio más adecuado para intentar rehacer mi vida.
Luca echó una mirada a aquella vieja nave que Bronte y su socia Rachel Brougham habían transformado en una moderna sala de danza.
–¿Cuánto pagas de alquiler por este lugar? –¿Por qué quieres saberlo? –dijo ella con un gesto de recelo en su mirada.
–Puede ser una oportunidad de negocio –respondió él, encogiéndose de hombros con indiferencia–. Ya me conoces, siempre estoy dispuesto a aprovechar una ocasión ventajosa.
Bronte lo miró detenidamente, tratando de desentrañar lo que se podía esconder bajo aquellas palabras.
–Pensé que te dedicabas a la gestión de la cadena hotelera de tu familia.
–He diversificado un poco las actividades desde la última vez que nos vimos –afirmó él con una enigmática sonrisa–. Ahora tengo otros intereses. La compraventa de locales es una apuesta segura. Es un negocio mejor que dedicarse sólo a la mera propiedad de inmuebles.
Bronte apretó los labios en un intento de controlar sus emociones. Se sentía desconcertada ante la presencia inesperada de Luca. Trató de mantenerse fría y distante, pero su corazón latía a toda velocidad.
–Si hablas con los propietarios de este local, te dirán que no está en venta –dijo ella finalmente tras una breve pausa.
–Ya he hablado con ellos.
–¿Y…?
Luca sonrió de forma desenfadada. Aquella sonrisa era uno de los gestos que más había atraído a Bronte el día en que se habían conocido en aquella librería de Londres. Y seguía ejerciendo sobre ella el mismo poder de seducción.
–Les he hecho una oferta –respondió él–. Ésa es una de las razones de que haya venido a Australia. La cadena de hoteles Sabbatini se halla en fase de expansión y tenemos planes de construir algunos hoteles de lujo en Melbourne y Sídney, así como en la Gold Coast de Queensland. Quizás hayas oído hablar de ello en los periódicos.
Por supuesto que estaba al tanto de aquel proyecto. A pesar de la animadversión que sentía hacia él, no podía evitar echar, de vez en cuando, un vistazo a los periódicos y a la prensa del corazón que publicaban, con cierta asiduidad, cotilleos de Luca y su familia.
Así se había enterado de que Giorgio, su hermano mayor, y su esposa Maya se habían separado hacía unos meses. También había leído que su hermano menor, Nicolo, había ganado una cantidad escandalosa de dinero en un casino de Las Vegas, jugando al póquer. Pero, en cambio, no había oído ningún rumor sobre Luca. Era como si en los últimos dos años hubiera desaparecido por completo de la faz de la tierra.
–No, tengo algo mejor que hacer que perder el tiempo con ese tipo de cosas –replicó ella con un gesto de desdén.
Luca sostuvo su mirada desafiante mientras ella trataba de disimular el efecto tan inquietante que le producía su presencia. Podía sentir el corazón latiendo aceleradamente en el pecho y un cosquilleo en el estómago como si tuviera mariposas aleteando en su interior. Nunca había imaginado que pudiera volver a verle. Recordó aquel desapacible día de noviembre de hacía casi dos años, en el que él decidió romper insospechadamente la relación que habían estado manteniendo durante seis meses. Desde entonces, había sentido como si le hubiera quedado un trozo de hielo, en forma de cuchillo, clavado en mitad del pecho. ¿Cómo podía haber sido tan estúpida e ingenua para enamorarse de un hombre sin sentimientos como él? No se había dignado a contestar ninguna de sus llamadas y correos electrónicos. De hecho, llegó a sospechar que quizá hubiera cambiado su número de móvil y su dirección de correo para mantenerse alejado de ella.
Y ahora estaba allí, de nuevo con ella, como si no hubiera pasado nada.
–¿Qué haces aquí? –le preguntó con una mirada de indignación–. ¿Qué has venido a buscar?
Él la miró de nuevo detenidamente, pero ahora con una expresión más dulce. Ella contempló sus ojos negros como el chocolate fundido y sus labios tentadores e irresistibles cuyo sabor aún tenía presente en su recuerdo. Sintió un estremecimiento al recordar los momentos en que había estado en sus brazos, con los pechos apretados contra su cuerpo firme y duro.
–Quería verte otra vez, Bronte –dijo él–. Quería asegurarme de que seguías bien.
–¿De que seguía bien? ¿Y por qué no iba a seguir bien? –exclamó ella con una leve sonrisa–. Veo que tienes un ego más grande de lo que me imaginaba. ¿Pensabas acaso que me habría pasado todo este tiempo suspirando por ti? Hace ya casi dos años de aquello, Luca. Veintidós meses y catorce días, para ser exactos. He conseguido rehacer mi vida desde entonces.
–¿Estás saliendo con alguien? –le preguntó él, con una mirada penetrante.
–Sí –contestó ella levantando arrogante la barbilla.
Luca no pareció afectado por la respuesta, pero ella creyó percibir una cierta tensión en él.
–¿Crees que se molestaría tu novio si vinieses a cenar conmigo esta noche?
–No voy a ir contigo a ninguna parte, Luca –dijo ella muy resuelta–. Ni esta noche, ni mañana, ni nunca.
Bronte intentó apartarse de él, como para dar mayor credibilidad a sus palabras, pero Luca se lo impidió agarrándola por un brazo. Ella percibió el cálido contacto de sus dedos sobre su piel desnuda y sintió un escalofrío al contemplar aquella mano que estaba a tan sólo unos centímetros de sus pechos. Su sangre estaba tan caliente, que parecía a punto de hervir. Y todo por un simple contacto de su mano.
–Es sólo una noche, no creo que sea mucho pedir –insistió él.
Ella apartó su mano, pero él puso inmediatamente la otra sobre su hombro sujetándola con firmeza. Estaban muy próximos el uno del otro. Ella percibió su cálido aliento y el perfume de su loción de afeitar con fragancia de limón. Sintió que su cuerpo respondía de forma instintiva a aquellas sensaciones como si hubiese sido programado desde el principio para responder a los estímulos de aquel hombre tan odioso.
–No lo hagas, Luca –dijo ella en un hilo de voz.
–Qué no haga, ¿qué? –preguntó él con fingida ingenuidad mientras le acariciaba con los dedos el dorso de la mano.
Ella tragó saliva para intentar deshacer el nudo de angustia que tenía en la garganta.
–Lo sabes muy bien. Esto es sólo un juego para ti. Has llegado a Australia y necesitas una chica que te haga compañía. Y quién mejor que alguien que sabes que no te va a montar ninguna escena cuando la dejes.
–Tienes una opinión de mí mucho peor de la que me imaginaba –dijo él con una amarga sonrisa–. Creo que te recompensé generosamente por nuestra ruptura.
«Más de lo que tú te imaginas», pensó ella.
–Te devolví los pendientes de ópalo –replicó ella con una mirada arrogante.
–No fue un gesto muy noble por tu parte devolvérmelos en aquel estado –dijo él con un gesto de ira contenida–. Eran una pieza muy valiosa. ¿Cómo te las arreglaste para hacerlos añicos? ¿Los pasaste por una máquina apisonadora?
–No, usé un simple martillo –respondió ella–. Pero disfruté mucho haciéndolo, créeme.
–Eran una pieza casi única de ópalo negro. Si hubiera sabido que te ibas a enfadar tanto, te los habría regalado de brillantes. Son bastante más difíciles de romper.
–Estoy segura de que hubiera encontrado la forma –replicó ella muy segura de sí. Él sonrió, mostrando su dentadura blanca e inmaculada.
–No lo dudo, cara.
Bronte sintió un nuevo estremecimiento al oír aquella palabra cariñosa en italiano. ¿Qué tenía aquel hombre que la hacía sentirse tan débil e indefensa? Su mera presencia le hacía recordar los momentos que habían pasado juntos. Su cuerpo parecía despertar a la vida después de un largo período de letargo. Todos sus sentidos parecían recobrar su actividad, preparados y vigilantes para cualquier novedad, para cualquier contacto físico.
Él había sido su mejor amante. En realidad, su único amante. Se había estado reservando para el hombre de sus sueños. Se había prometido no repetir los mismos errores de su madre, que se había enamorado de un vago irresponsable que la había abandonado dejándola embarazada. No, ella se había enamorado de un multimillonario, pero también le había dejado una hija, de la que él no sabía nada.
Y, dada la forma en que se estaba comportando con ella, no tenía intención de decírselo.
–Lo siento, pero tengo que pedirte que te vayas, Luca. Tengo una clase en unos minutos y…
–Necesito verte esta noche, Bronte –dijo él muy tajante–. Y no admito un no por respuesta.
–No puedes obligarme a hacer lo que a ti te plazca –replicó enfadada apartándose de él–. No tengo ninguna obligación de salir contigo, ni de cenar contigo, ni siquiera de mirarte. Y ahora, por favor, márchate de aquí inmediatamente. Si no, tendré que llamar a la policía.
Los ojos de Luca parecían bolas de hielo negro.
–¿Cuánto me dijiste que pagabas por el alquiler de este local?
Bronte sintió como si alguien le hubiera le puesto una bota en el pecho y le impidiera respirar.
–Ni te lo he dicho ni pienso decírtelo.
Él sonrió con una sonrisa diabólica, se metió una mano en el bolsillo de la chaqueta y le entregó una tarjeta de visita de papel vitela con letras de plata grabadas en relieve
–Mi tarjeta. Te espero esta noche a las ocho en mi hotel. En el dorso, tienes las señas. Me alojo en la suite del ático.
–Puedes esperarme sentado –dijo ella mientras él se disponía ya a salir.
Luca se detuvo al pie de la puerta y se volvió hacia ella
–Yo en tu lugar hablaría con el anterior propietario de este local antes de tomar una decisión –dijo él muy serio.
–¿El anterior? ¿No me irás a decir que has comprado el edificio? ¿Eres tú ahora el… el nuevo propietario de este... este local?
A Bronte le salían las palabras entrecortadas y el corazón empezó a latirle a trompicones como si fuera una máquina vieja de cortar césped con el motor averiado.
–Recuérdalo, Bronte, a las ocho –dijo él con una sonrisa de satisfacción sin dignarse a responder a sus preguntas–. Si no vas, a lo mejor puedes encontrarte mañana con una subida de alquiler.
Bronte nunca se había sentido tan furiosa. Se sentía como si fuera la boca de un viejo volcán extinguido hacía miles de años, pero cuya lava estuviese licuándose, a punto de entrar en erupción. Sentía la sangre corriendo por sus venas con tanta fuerza, que casi creía poder escuchar su rugido.
–¿Me estás chantajeando?
–Sólo estoy tratando de concertar una cita contigo, tesoro mio. Sé que lo estás deseando igual que yo y que estás montando esta escena sólo porque aún sigues enfadada conmigo.
–Sí, en eso tienes razón, aún estoy muy enfadada contigo.
–Creí que dijiste que habías pasado página en tu vida y que eso ya estaba olvidado –dijo él con una sonrisa burlona.
Bronte hubiera querido borrar aquella sonrisa de su cara de una bofetada, pero su sentido común le dijo que era mejor no hacerlo.
–Hay una parte de mí que siempre te odiará, Luca. Te divertiste conmigo y luego te deshiciste de mí, como si fuera un juguete roto, cuando ya no te interesaba. Ni siquiera tuviste la decencia de venir a decirme a la cara personalmente por qué rompiste nuestra relación. ¿Qué clase de hombre eres que preferiste enviarme a uno de tus lacayos para que hiciera el trabajo sucio por ti?
–Pensé que sería más fácil así –contestó él–. No me gusta herir a la gente, si puedo evitarlo. Créeme, Bronte, si hubiera ido yo en persona a decírtelo, habría resultado todo más difícil para los dos.
–¡Es increíble! Hablas como si tuvieras sentimientos, pero a mí no me engañas. ¡Luca Sabbatini, eres un malnacido! Daría lo que fuera por no haberte conocido nunca.
En ese momento de máxima tensión, se abrió la puerta del estudio y apareció una mujer.
–Siento llegar tarde, Bronte, pero no sabes cómo está el tráfico a esta hora… ¡Oh, perdona! –exclamó Rachel Brougham–. No me di cuenta de que tenías compañía.
Bronte se dirigió muy seria hacia el mostrador de recepción y se parapetó allí como buscando un refugio.
–El señor Sabbatini ya se iba –dijo ella mirando a Luca de manera harto expresiva.
Rachel, desconcertada, se puso a mirar a los dos alternativamente, como si estuviera asistiendo a una final de tenis en Wimbledon.
–Usted no es padre de ninguna de nuestras alumnas, ¿verdad? –le preguntó finalmente a Luca.
–No –respondió él con una sonrisa que más parecía una mueca–. No he tenido aún la dicha de ser padre.
Bronte se puso colorada como un tomate y rogó al cielo para que a Rachel no se le ocurriese mencionar a Eve.
–Así que… –comenzó diciendo Rachel con una amplia sonrisa, clavando sus ojos grises en Luca–. Por lo que parece, conoce a Bronte, ¿no es así?
–Sí –respondió él–. Nos conocimos en Londres hace un par de años. Me llamo Luca Sabbatini –dijo tendiendo la mano a Rachel.
Bronte, con el corazón en un puño, continuó con sus mudas plegarias, deseando que su amiga no dedujese de esa información que Luca era el padre de su hija.
–Rachel Brougham –dijo ella, estrechando la mano de Luca con mucho entusiasmo–. Creo que he leído algo sobre ti en los periódicos hace un par de semanas. Tienes una cadena de hoteles por medio mundo, ¿verdad?
–Así es –contestó él–. Precisamente, tengo aquí algunos negocios y pensé que sería una buena ocasión para volver a ver a Bronte. De hecho, estábamos planeando ir a cenar juntos esta noche.
–La verdad es que tenía ya un compromiso previo… –comenzó diciendo Bronte.
–Estará encantada de ir contigo –dijo Rachel, cortando a su amiga, mientras le dirigía una mirada que parecía decir que estaría loca si dejase pasar la oportunidad de cenar con un hombre tan atractivo–. Bronte apenas sale. Yo siempre le digo que necesita ir a sitios, conocer gente y vivir su vida.
Bronte miró a Rachel de una manera tan fulminante que hubiera detenido en seco la estampida de una manada de búfalos.
–¿Y cuánto tiempo piensas estar en Melbourne? –le preguntó Rachel con una sonrisa llena de cordialidad, apoyando los codos en el mostrador, como si se dispusiese a entablar con él una larga conversación.
–De momento, un mes. Tengo algunos parientes aquí y pienso establecer en Melbourne la base de operaciones del negocio de mi familia en Australia. Pasaré también algún tiempo en Sídney y en la Gold Coast.
Bronte se sorprendió al escucharlo. No sabía que Luca tuviera familia allí. Aunque, bien pensado, Melbourne contaba con una gran comunidad de italianos, por lo que no era de extrañar que Luca pudiera tener allí algún primo o primo segundo, o incluso algún tío. Apenas habían hablado de sus familias durante su relación. Él siempre se había mostrado reticente a hablar de ese tipo de cosas, como si hubiese pretendido pasar por alto su condición de miembro de una familia famosa y millonaria. Rara vez hablaba de su trabajo y nunca se había jactado de su dinero como solía hacer la mayoría de la gente rica. Habían cenado, sí, en restaurantes de lujo, pero aparte de aquellos malditos pendientes que le había entregado uno de sus empleados, lo único que había recibido de él había sido algún que otro ramo de flores. Aunque luego, sin saberlo, le había hecho el mejor de los regalos.
–Estoy segura de que te sentirás a gusto en Australia –afirmó Rachel, tratando de contener el entusiasmo que sentía ante su presencia–. Veo que hablas inglés perfectamente. ¿Has estado aquí antes?
–Gracias por el elogio, pero no, ésta es la primera vez que estoy en Australia. Estudié en Inglaterra y me he pasado los últimos años viajando entre Londres y Milán. Pero hasta ahora no he tenido la ocasión de venir a Australia como mis hermanos. La esposa de mi hermano mayor es australiana, aunque se conocieron en otro país.
Los primeros alumnos y alumnas de la clase de ballet estaban empezando a llegar. Venían acompañados de sus madres o, en algunos casos, de sus niñeras. Luca sonrió amablemente a las señoras y más de una le devolvió la sonrisa. Incluso algunas de las chicas le contemplaron con cara de admiración, como si fuera algún dios o alguna gran celebridad.
–Tienes que disculparme –le dijo Bronte en privado saliendo de detrás del mostrador–, pero ahora tengo que dar una clase.
–Te veré esta noche –replicó él, cruzando con ella una mirada cómplice–. He alquilado un coche. Si me das tu dirección, puedo ir a recogerte.
Bronte vivía con su hija en un modesto apartamento pegado al piso de su madre y pensó en lo engorroso que sería tener que explicarle la existencia de aquella niña si él insistía en pasar. No estaba preparada para afrontar aquella situación, después de cómo la había tratado. Él ya había tenido la oportunidad de haberse interesado por su hija y la había desperdiciado.
–No te molestes –dijo ella–, me las arreglaré sola.
–Bueno, en todo caso, me complace que hayas cambiado de opinión –dijo él con una resplandeciente sonrisa.
–No me quedaba otra elección. Me estabas amenazando con subirme el alquiler si no me plegaba a tus deseos.
–Tú no tienes idea de cuáles son mis deseos, cara –dijo él pasándole un dedo suavemente por la mejilla.
Y antes de que ella pudiera contestar nada, se dio la vuelta y salió del local.
YO cuidaré de Eve, no te preocupes –le dijo Tina Bennett a Bronte esa tarde–. ¿Vas a salir otra vez con David, el hermano de Rachel? Sé que no es precisamente tu tipo, pero parece un buen chico.
Bronte abrazó a la niña de catorce de meses que tenía en su regazo. Acababa de bañarla y olía como los ángeles.
–No –dijo ella, mirando fijamente a su madre–. Se trata de alguien que conocí en Londres. Ha venido a Melbourne por unas semanas y va a venir a buscarme.
Tina frunció el ceño nada más oír esas palabras.
–Bronte, querida, ¿es él? ¿Es el padre de Eve?
–Sí –dijo ella, asintiendo a la vez con la cabeza–. Pensé que nunca llegaría este día. Cuando rompió conmigo, me mandó un mensaje en el que dejaba bien claro que no quería volver a verme. Quería «una separación limpia», según sus propias palabras. Pero ahora parece haber cambiado de idea.
–Hija mía, no tienes por qué salir con él si no quieres. No creo que estés obligada a nada con ese hombre, después de cómo os ha tratado a Eve y a ti.
Bronte pasó una mano suavemente por el pelo castaño oscuro de su hija.
–Mamá, a lo largo de todo este tiempo he pensado muchas veces lo distintas que podrían haber sido las cosas si hubieran ocurrido de otra forma. Cuando él rompió conmigo, yo aún no sabía que estaba embarazada. Si yo lo hubiera sabido sólo una semana antes, seguramente todo habría sido muy distinto. Él no habría tomado esa decisión de forma tan precipitada.
–¿Qué importancia puede tener una semana antes o después? –exclamó su madre–. Él ya había tomado su decisión, hija mía. No quiso ni llamarte por teléfono y menos aún decírtelo cara a cara. ¿Qué se supone que debías hacer? ¿Hablarle a través de un intermediario?
–Quizás hubiera sido una solución –respondió Bronte, mordiéndose el labio mientras miraba a su madre–. A lo mejor así habríamos podido vernos otra vez y discutir sobre los problemas de nuestra relación.
–No creo que te hubiera servido de nada –dijo Tina Bennett a su hija con un gesto de resignación–. Ese hombre tenía muy claro que quería romper contigo y no habría cambiado de opinión si le hubieras dicho que estabas embarazada. Es más, creo adivinar que, en ese caso, te habría aconsejado que interrumpieses el embarazo. Un hijo, en esas circunstancias, no encajaría en su estilo de vida, ¿no lo comprendes?
–Nunca habría aceptado una cosa así –dijo Bronte, estrechando a su hija en los brazos.
–Cariño, eras muy joven y estabas enamorada. Muchas mujeres, para complacer al hombre que amaban, han hecho cosas en su vida de las que luego se han arrepentido.
Bronte miró a su pequeña hija, ahora acurrucada contra su pecho, y vio cómo se le cerraban los ojos, aunque la niña luchaba por mantenerlos abiertos para no quedarse dormida. Reflexionó sobre las palabras de su madre. Joven y enamorada. La verdad es que ella no había hecho prácticamente nada por tratar de retener a Luca a su lado. Se había limitado a comportarse como una quinceañera romántica, mandándole un sinfín de mensajes al móvil y un buen número de correos electrónicos.
–No piensas decirle nada sobre Eve, ¿verdad? –le preguntó ahora su madre.
–Cuando se presentó de repente en el estudio esta mañana, lo único que pensé al verle fue lo mucho que le odiaba –contestó Bronte, acariciándole el pelo a su hija–. Pero un día, cuando Eve sea mayor, querrá saber por qué no ha tenido un padre como la mayoría de sus amigas, y querrá saber también quién es y por qué no quiso estar a su lado cuando más lo necesitaba. ¿Qué podría contestarle entonces? ¿Qué explicaciones podría darle?
–Las mismas explicaciones que yo te di a ti, hija. Que el hombre que tú pensabas que estaba dispuesto a compartir su vida contigo te abandonó. Recuérdalo, Bronte, un padre es sólo un padre en la medida en que ejerce y se comporta como tal. Y que yo sepa, ese Luca Sabbatini hasta ahora no ha sido más que un donante de esperma. Un día encontrarás a un hombre de verdad que te ame a ti y a Eve. Él será mejor padre que ese hombre que decidió apartarse de tu vida sin preocuparse de lo que podía haber dejado atrás. Ten cuidado, hija, más pronto o más tarde, ese Luca acabará por hacerte daño. Y lo que es peor, también se lo hará a Eve.
–Creo que tienes razón, mamá –dijo Bronte, levantándose de la silla con la niña dormida en los brazos–.
Pero a veces pienso que tiene derecho a saber que es el padre de una niña.
–A los hombres como él no les gustan los niños –dijo Tina de forma categórica como si fuese un juez–. Son demasiada carga para ellos. Demasiada responsabilidad. Créeme, hija, conozco bien el paño.
Bronte frunció el ceño. En ese terreno, no tenía el mismo concepto de Luca que su madre.
–Cuando llegaron los niños y niñas de mi clase esta mañana, él los miró…, no sé cómo decirte…, con añoranza, como si estuviera deseando ser padre.
–Bronte, piénsalo bien antes de hacer algo de lo luego que puedas arrepentirte –le dijo su madre muy seria–. Él es un multimillonario, un hombre rico y poderoso. Podría sentirse ofendido por no haberle informado de que tenía una hija y llevarte a juicio. No tendrías nada que hacer frente a él. Con el dinero y los abogados que tendrá a su disposición, podría quedarse con la niña. En el mejor de los casos, podrías conseguir la custodia compartida. Imagínate lo que sería eso para Eve, tener que estar volando de Melbourne a Italia o a donde viva en cada momento ese hombre. Podrías pasarte meses sin verla y, con el tiempo, cuando fuera mayor de edad, quizá decidiera no volver ya más contigo.
A Bronte se le encogió el corazón sólo de pensar que lo que le estaba diciendo su madre pudiera hacerse realidad. Luca venía de una familia de mucho prestigio. El clan de los Sabbatini era el peor enemigo que uno podía tener enfrente. Su poder y su influencia se extendían por todo el mundo. Ella no tenía ninguna oportunidad de enfrentarse a él y ganar la custodia de su hija.
Lo irónico del caso era que ella nunca había tenido la menor intención de mantener en secreto la existencia de su hija. A pesar de que Luca le había dejado bien claro que no quería volver a verla, ella había intentado ponerse en contacto con él en cuanto se enteró de que estaba embarazada. Tras un par de semanas de infructuosas llamadas y correos electrónicos sin respuesta, había ido muy decidida a verle a su villa de Milán. Pero, al llegar allí, el personal de servicio, sin duda siguiendo órdenes de Luca, le había prohibido la entrada, y el ama de llaves le había dicho sin ningún tipo de miramiento que su señor estaba en América con una nueva amante.