De expansiones y retiradas - Mauricio Lima - E-Book

De expansiones y retiradas E-Book

Mauricio Lima

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En el viaje poblacional que ha realizado el Homo sapiens durante los últimos 250.000 años siempre rigió una ley: crecer, estancarse y decrecer. Durante los últimos siglos, y gracias a combustibles fósiles como el petróleo, nuestra civilización ha crecido como nunca antes. En 200 años se multiplicó por diez el número de habitantes y por casi veinte el consumo per cápita de energía. El costo que pagamos por ello es demasiado alto: la estabilidad de la Tierra corre grave peligro. ¿Es posible alcanzar un desarrollo sostenible o la única alternativa será limitar el crecimiento? De expansiones y retiradas nos invita a un recorrido por la historia poblacional de nuestra especie, intentando encontrar alternativas para este gran desafío que acorrala a la humanidad.

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Ediciones Universidad Católica de Chile Vicerrectoría de Comunicaciones y Extensión Cultural

Av. Libertador Bernardo O’Higgins 390, Santiago, Chile

[email protected]

www.ediciones.uc.cl

De expansiones y retiradas

El viaje poblacional del Homo sapiens

Mauricio Lima

© Inscripción Nº 2022-A-9506 Derechos reservados

Noviembre 2022

ISBN N° 978-956-14-3025-9

ISBN digital N° 978-956-14-3026-6

Dirección editorial y edición: Memoria CreativaDirección de arte: Camila Berger

Ilustraciones: Diego Becas

Diagramación digital: ebooks [email protected]

CIP-Pontificia Universidad Católica de Chile

Lima Arce, Mauricio, autor.

De expansiones y retiradas: el viaje poblacional del Homo sapiens / Mauricio Lima; ilustrado por Diego Becas.

Incluye bibliografía.

1. Dinámica de población.

2. Población - Historia.

I. Tít.

2022 304.62 + DDC23 RDA

En memoria de mi maestro Alan Berryman, con gratitud eterna por haberme introducido en la dinámica de poblaciones.

Índice

Prefacio

Prólogo

Encontrar y perder, cooperar y competir

De Homo sapiens y humanos

De ganadores y perdedores

El imperio de los cultivos

La gran expansión (como plaga de escarabajos)

La retirada

Agradecimientos

Lecturas relacionadas

Prefacio

Me siento privilegiado de escribir este prefacio por dos motivos. El primero, por haber sido testigo de la maduración de un investigador inicialmente muy teórico, a uno comprometido con usar su profundo conocimiento para bien de su comunidad y divulgarlo de manera simple al medio que lo rodea. El segundo, por la forma cómo aborda el principal problema planetario: la sobrepoblación de nuestra especie y su uso cada vez más insostenible de los recursos de la biósfera.

Después de centenas de miles de años con escasa población, al inicio de la era cristiana nuestra especie apenas superaba los 200 millones en todo el mundo. En los últimos 2.000 años hemos agregado 7.500 millones a esos 200 originales. Con el uso de herramientas hemos ido construyendo nuestro nicho en el planeta hasta convertir a la naturaleza en nuestra servidora de insaciables demandas. Y de receptora de todas nuestras externalidades, incluyendo la sobreexplotación de recursos, la enorme transformación del paisaje y el amenazante cambio climático producto de nuestra combustión de reservas fósiles.

En este libro se concatenan varios fenómenos. Primero, la certeza de que debe haber algún límite al crecimiento poblacional, impuesto por la llamada capacidad de carga del ambiente. Segundo, que la tecnología puede aumentar dicha capacidad en beneficio de la humanidad. Centenas de miles de años atrás esas tecnologías fueron el garrote, el cuchillo, la lanza, el arco y el fuego y permitieron que sociedades de cazadores y recolectores nómades prosperaran. A continuación, hace miles de años, fueron la agricultura, la pesca y la ganadería, que permitieron los asentamientos humanos permanentes. Hace solo cientos de años se produjo la Revolución Industrial y hace pocas décadas la revolución digital y la globalización. Según el autor de este libro, todos estos avances tecnológicos pueden considerarse como expresiones de un solo fenómeno llamado “construcción de nicho ecocultural”: “Se trata de una danza entre el número de personas, el nicho que se construye y la energía que se extrae desde el ambiente. Las innovaciones tecnológicas permiten acceder a recursos que no estaban previamente disponibles”.

Queda entonces la idea de que la tecnología nos va a permitir seguir creciendo poblacionalmente en la medida que nos hacemos más eficientes. Pero aquí el autor nos advierte: ya hemos llegado al momento en que cada vez necesitamos más energía para obtener la misma cantidad de recursos para una población cada vez mayor. Además, “la eficiencia energética por sí sola no resuelve el problema y es muy probable que termine empeorándolo”. Esto suena sorprendente, pero la evidencia muestra que en los países que registran los mayores avances en el desarrollo de tecnologías de eficiencia energética, el consumo total de energía se incrementa de manera proporcional al aumento de la eficiencia. Este es un círculo vicioso que solo puede conducir a un colapso poblacional que puede ser muy desordenado. Incluso si reducimos nuestro consumo individual, dado que la población igual crece, solo conseguimos postergar dicho colapso.

Todo lo anterior está bien documentado, pero no bien asimilado, según el autor de este libro. De hecho, él pone en duda el éxito de los objetivos del desarrollo sustentable, incluso logrando el abandono total de combustibles que generan gases con efecto invernadero. Aunque dejemos de emitir dióxido de carbono, nuestra presión sobre los recursos del planeta simplemente no cuadra con las cada vez mayores demandas energéticas y de bienestar de nuestra población. Además, el mismo concepto de sustentabilidad es discutible: para un ecólogo implica la preservación de la biodiversidad y la permanencia de los procesos ecosistémicos; para un economista es la continuidad de flujos de crecimiento económico; y para un cientista social, el mantenimiento de ciertos estilos de vida, valores culturales y estructuras sociales. Lo que sí está claro es que “no se puede continuar con el crecimiento económico y un estilo de vida de consumo a la vez que habitamos un planeta sobrepoblado y agotado”.

Entonces, ¿cuál es la solución? Bueno, ¡para eso hay que leer este libro!

Fabián Jaksic

Premio Nacional de Ciencias Naturales 2018

Prólogo

Sentado en el avión que me trae desde Montevideo a Santiago –luego de visitar a mis padres y mi tía, que bordean los noventa años– pienso en el viaje que ha hecho su generación. Ellos experimentaron la era dorada de la Revolución Industrial, la mayor expansión demográfica y de consumo de energía de toda la historia de Homo sapiens. Yo, en cambio, con mis sesenta años, represento a una generación de transición que no ha hecho prácticamente nada más que consumir y disfrutar esa inercia de la expansión. Las generaciones futuras tendrán que enfrentar su propio viaje, quizás uno muy difícil. Pero la historia poblacional del ser humano es el producto de las circunstancias que ha enfrentado el continuo de generaciones a lo largo del tiempo.

En el viaje que ha realizado Homo sapiens durante los últimos 250.000 años, siempre ha existido una ley: crecer, estancarse y decrecer. En los últimos siglos, el crecimiento poblacional ha experimentado un salto sin precedentes gracias a los combustibles fósiles, una fuente de energía de altísima calidad. Debido a eso, en un tiempo récord –menos de 200 años– multiplicamos en diez veces nuestro tamaño poblacional y en casi veinte veces el consumo per cápita de energía. Si bien otras especies tienen la capacidad de modificar el ambiente para su propio beneficio, nosotros somos el alumno estrella del planeta gracias a nuestras habilidades para innovar y extraer más y mejores recursos desde la naturaleza.

Para entender los desafíos de los tiempos que vivimos es necesario asomarse al pasado y observar el recorrido poblacional de nuestra especie. Este viaje es una metáfora de tres figuras de la mitología griega: Gaia, la diosa que personifica a la Tierra; el titán Prometeo, que le robó el fuego a los dioses del Olimpo y se lo regaló a los mortales; y Pandora, la mujer enviada por Zeus como castigo y quien abrió la caja que contenía todos los males que aquejan a la humanidad.

El uso de las herramientas talladas en piedra, el arco y la flecha, la agricultura y la Revolución Industrial son el producto del fuego prometeico, es decir, las innovaciones revolucionarias que le han permitido a Homo sapiens incrementar la transferencia de energía desde la naturaleza y expandirse por todo el planeta. Sin embargo, a lo largo de miles de años, este poder ha tenido un costo muy alto: el poder de acorralar a Gaia y liberar los males de la caja de Pandora, como la guerra, la pobreza, la desigualdad y las epidemias. El viaje poblacional del ser humano es, en el fondo, la historia de Prometeo, Pandora y Gaia.

Es probable que las nuevas generaciones tengan que transitar por tiempos de dolor y escasez. Por “tiempos catastróficos”, como diría la filósofa belga Isabelle Stengers. Sin embargo, algunos viven inmersos en la ilusión del progreso infinito, alimentada por la irreflexión generalizada de los líderes y de gran parte de la población que cree que la tecnología nos salvará. Otros viven con la esperanza puesta en alcanzar un desarrollo “sostenible” basado en la eficiencia energética y en el control de las emisiones de combustibles fósiles. Los primeros me atemorizan por su obsesión de seguir apretando el acelerador frente al barranco; los segundos, por creer que consumiendo analgésicos se puede eliminar un tumor cerebral.

Este libroes la historia de un viaje poblacional, de una expansión y conquista de los recursos del planeta y de la necesidad de una futura retirada. No pretende ser una profecía del futuro ni un mensaje esperanzador. Está dirigido a quienes están dispuestos a enfrentar tiempos duros, a las generaciones que vivirán en un mundo sobrepoblado y exhausto. Para ellos, este libro intenta ser una alternativa a los discursos dominantes sobre el futuro de la humanidad, desde la humilde perspectiva de un viejo dinamicista de poblaciones.

Mauricio Lima

Enero de 2022

1.

Encontrar y perder,cooperar y competir

Una tarde de marzo del año 2000, en la terraza del bar Galindo, en el barrio santiaguino de Bellavista, conversaba con el ecólogo de poblaciones británico, Alan Berryman. En ese entonces, era un hombre flaco, de pelo canoso y abundante, que rondaba los 65 años. Fumando su pipa y con una jarra de cerveza en mano, me decía:

“Mauricio, el principio de cooperación es por lejos el más interesante y el menos estudiado en la dinámica de poblaciones y en la ecología. Puede generar fluctuaciones complejas, cambios repentinos, pero sobre todo un crecimiento acelerado y descontrolado que termina consumiendo la propia base de recursos que lo sostiene. Es parecido a lo que sucede en una epidemia, en un incendio forestal o durante el crecimiento de los tumores cancerígenos”.

En ese momento no le presté toda la atención que merecía. El ambiente bohemio del Galindo me distraía de la conversación. Hacía pocos meses me había convertido en profesor asistente en el Departamento de Ecología de la Pontificia Universidad Católica de Chile y estaba comenzando mi vida académica en el país. Había llegado en marzo de 1992 desde Montevideo, Uruguay, para cursar un doctorado en Ecología. Mi investigación de tesis doctoral buscaba entender las fluctuaciones poblacionales de los pequeños roedores del Norte Chico de Chile y su relación con el fenómeno climático de El Niño. Mi tutor era Fabián Jaksic, un prestigioso ecólogo de comunidades y Premio Nacional de Ciencias Naturales en 2018.

Alan Berryman se había convertido en uno de mis mayores guías. Sobre todo, porque la dinámica de poblaciones no estaba muy desarrollada en Chile, comparada con otras áreas de la ecología y la evolución. Él fue un personaje entrañable y muy importante en mi desarrollo personal, quizás uno de los últimos “dinamicistas de poblaciones”, es decir, aquellos ecólogos, como yo, que buscan entender por qué el tamaño de las poblaciones de animales fluctúa en el tiempo. Originario de una familia inglesa, había nacido en 1937 en Tanzania. Cursó sus estudios de pregrado en el Imperial College of Sciences and Technology de Londres, y a principios de los años 60 estudió entomología y ecología en la Universidad de California, en Berkeley.

El clima de agitación y cambios sociales que se respiraba en la California de esa década fue una motivación para el joven Berryman, sobre todo por la efervescencia intelectual relacionada con el surgimiento y auge de la ecología teórica en los circuitos académicos de Estados Unidos. Su tesis de doctorado analizó la interacción trófica entre los escarabajos de los pinos y sus depredadores naturales. Durante más de 50 años, los escarabajos de los pinos de montaña (Dendroctonus ponderosae) fueron su pasión, además de la pesca con mosca en los ríos de Idaho, Montana y Washington.

A principios del 2000, un afiche en el pasillo del patio de la Facultad de Ciencias Biológicas de la UC me sorprendió con la noticia de que iba a dictar un curso de dinámica de poblaciones aplicadas a plagas forestales. Me contacté de inmediato con Jaime Araya, de la Facultad de Ciencias Agronómicas de la Universidad de Chile, donde iba a dar el curso, y le escribí a Alan. Cuando llegó a Santiago lo pasé a buscar a la residencia que la Universidad de Chile tenía en Vitacura y me encontré con un tipo muy simpático, políticamente incorrecto y con un humor negro bien afilado, que me hacía sentir muy cómodo. Beber cerveza por los bares de Santiago y conversar hasta la madrugada fue un rito que continuamos realizando durante los años siguientes.

Alan solía viajar a Santiago cada otoño. Se quedaba un par de semanas escribiendo conmigo artículos sobre dinámica de poblaciones en la casa central de la Universidad Católica, para luego seguir viaje hacia Valdivia, donde daba un curso corto en la Facultad de Ingeniería Forestal de la Universidad Austral, y después se iba a pescar a los ríos y lagos del sur de Chile. De alguna manera, él fue un tutor tardío en mi formación como dinamicista de poblaciones. Apareció de repente, cuando ya hacía un par de años que me había graduado, y se convirtió en un referente en el área que más me apasionaba de la ecología.

Volviendo a nuestra mesa del Galindo, el entusiasmo que Alan sentía por la cooperación en las poblaciones de animales me parecía exagerado. Si bien yo estaba familiarizado con los efectos positivos de las agregaciones de animales, no imaginaba cómo la fuerza de la cooperación demográfica conquistaría mi interés en los 20 años siguientes.

La imagen de una onda expansiva de escarabajos devastando un ecosistema forestal completo es una analogía que puede parecer extraña, pero nos sirve para entender la expansión deHomo sapiens en el planeta durante los últimos 20.000 años. A pesar de las enormes diferencias que existen entre estas dos especies, tienen una gran similitud: la capacidad de acceder a más y mejores recursos a través de la cooperación. De esa manera, es posible generar un circuito de retroalimentación positivo: cuantos más individuos hay, más energía per cápita se captura.

Desde mi infancia he sentido una extraña fascinación por los bosques de coníferas. Recuerdo estar sentado frente a una pequeña televisión en blanco y negro mirando viejas películas de western. Me gustaban mucho esos paisajes montañosos salpicados de bosques de pinos, que se veían en los planos amplios de algunas películas clásicas del oeste norteamericano. Los veranos los solía pasar en la casa de mis tíos en Santa Lucía del Este, a 65 kilómetros de Montevideo, rodeado de los clásicos pinares (Pinus maritimus), introducidos en la costa atlántica uruguaya durante la primera mitad del siglo XX. Como luego del almuerzo los niños teníamos que esperar hasta las 4 o 5 de la tarde para bajar a la playa, me sentaba entre los médanos, en medio de los pinares que rodeaban la casa de mis padrinos, y mi imaginación se disparaba. Me parecía que en algún momento iba a aparecer un alce, una manada de lobos o incluso algún oso gris entre las sombras de los árboles.

Más de medio siglo después, mis investigaciones me hicieron regresar al bosque. Los ecosistemas forestales de pino de montaña (Pinus contorta y Pinusponderosa), las dos especies preferidas por el escarabajo, se distribuyen en las regiones montañosas del suroeste de Canadá y noroeste de Estados Unidos, sobre todo en las montañas de las cascadas de Washington, en las estribaciones de las montañas rocosas de Idaho, Montana y Wyoming.

Apenas graduado de la Universidad de California en Berkeley, al otro lado de la bahía de San Francisco, Alan aceptó una posición de profesor asistente en el departamento de Entomología de la Universidad Estatal de Washington, en la ciudad de Pullman, ubicada en el límite con el estado de Idaho, el corazón del país del escarabajo del pino de montaña. Desde los primeros años, estudió la historia natural de este insecto y su relación con los bosques de pinos de la región. Se fue interesando cada vez más en descifrar su compleja dinámica poblacional y, sobre todo, en entender cómo se producían las plagas de escarabajos que, cada tanto, arrasaban con grandes superficies de bosques.

El escarabajo del pino de montaña –un pequeño insecto marrón oscuro de apenas 5 milímetros– comienza su ciclo de vida cuando, a mediados del verano, los ejemplares adultos buscan árboles de pino para colonizar. Una vez que lo logran, excavan una galería debajo de la corteza para atraer a las hembras y así reproducirse. El desove se produce dentro del árbol y las larvas se alimentan de los tejidos del árbol durante el invierno. La metamorfosis ocurre en la primavera o el verano siguiente, cuando emergen los adultos desde el pino muerto y recomienza el ciclo. Para que la reproducción sea exitosa, es clave la muerte del árbol y, para eso, a medida que van excavando en la corteza, los escarabajos inoculan un hongo patógeno con el que viven en simbiosis. El hongo crece modificando los tejidos del árbol y generando un ambiente apropiado para el desarrollo de las larvas.

A su vez, estos insectos producen unos químicos denominados feromonas de agregación que atraen a otros ejemplares. Uno de los aspectos que más le interesaban a Alan era esta conducta. Él entendía que durante un ataque masivo se producía una acción cooperativa para infectar al árbol y doblegar sus defensas. La consecuencia demográfica más importante de la cooperación es el crecimiento poblacional acelerado: a medida que aumenta el número de individuos, también lo hace su tasa de crecimiento. Por lo tanto, si en algún momento la población alcanza un determinado umbral, se genera una epidemia. Cuantos más escarabajos hay, los ataques a los pinos sanos son más exitosos y se vuelve a acelerar el crecimiento demográfico.

En general, las poblaciones de estos insectos persisten en los ecosistemas forestales a muy bajas densidades durante largos períodos de tiempo, infestando solamente a árboles debilitados por enfermedades, insectos, sequías o senescencia. En ese caso, el árbol muere y una nueva generación de escarabajos nacerá el verano siguiente. También puede ocurrir que el pino esté relativamente sano, pueda secretar las defensas químicas necesarias para repeler a los atacantes y sobrevivir. El destino de un pino bajo ataque depende básicamente de la capacidad de su resistencia y de la cantidad de individuos que lo atacan. De hecho, a esta dinámica Alan Berryman la consideraba del tipo “eruptivo” por su semejanza con las erupciones volcánicas: a partir de un epicentro se produce una especie de onda expansiva que no se puede detener. Para dimensionar su capacidad basta saber que la última epidemia de escarabajos del pino de montaña, ocurrida durante la primera década del siglo XXI, ha devastado, solo en la Columbia Británica, ¡más de 20 millones de hectáreas de bosques de pino durante 12 años!

A esta altura, algunos lectores se preguntarán qué relación tiene la dinámica poblacional de los escarabajos del pino de montaña con la de los humanos, sobre todo teniendo en cuenta las enormes diferencias entre ambas especies. Pero antes de llegar a una conclusión sobre la potencial analogía de la dinámica de devastación forestal que suelen causar las plagas de escarabajos y la expansión de Homo sapiens a lo largo y ancho del planeta, es necesario echar mano a dos conceptos claves: la construcción de nicho y la evolución cultural.

Hace más de 20 años, mientras conversábamos en el Galindo sobre la importancia de la cooperación, los biólogos John Odling-Smee de la Universidad de Oxford y Kevin Laland de la Universidad de Saint Andrews, en Escocia, desarrollaban el concepto de construcción de nicho, que había sido propuesto décadas atrás por Richard Lewontin, un renombrado biólogo evolutivo de la Universidad de Harvard.

Este concepto refiere a la capacidad de algunos organismos de “construir” y modificar su medio ambiente. Hay múltiples ejemplos de animales constructores de nicho. Por ejemplo, los castores, que mediante la construcción de las represas modifican el curso de los ríos, la cobertura del bosque en los aledaños y los flujos de nutrientes en el ecosistema. Esto no solo les permite “construir” un ambiente propicio, sino que impacta a otras especies que coexisten en el área. Los castores, como las termitas, las hormigas, los corales y tantos animales, son “ingenieros” ecosistémicos, que modifican el medio ambiente donde viven, alterando los procesos ecológicos y evolutivos, que no solo experimentan ellos, sino también las próximas generaciones.

Por ejemplo, la domesticación de plantas y animales durante la revolución de la agricultura fue un claro ejemplo del proceso de construcción de nicho. Se produce una apropiación de la energía y de la superficie del planeta a costa de otras especies. La construcción del nicho ecológico de Homo sapiens es, por lejos, una de las más elaboradas del reino animal. Sobre todo, porque el mecanismo clave que sustenta dicho proceso es nuestra enorme capacidad de producir innovaciones culturales acumulativas capaces de modificar la explotación de los recursos de la naturaleza.

En la misma época en la cual Alan y yo conversábamos sobre la cooperación en los bares de Santiago, los antropólogos Robert Boyd y Peter Richerson de la Universidad de California en Los Ángeles comenzaron a acuñar el concepto de nicho cultural para referirse a la increíble habilidad de Homo sapiens para aprender conductas, desarrollar creencias, herramientas y prácticas. De acuerdo a estos autores, esta capacidad de transmitir y acumular información a través de las generaciones es la clave del éxito ecológico de nuestra especie y lo que nos diferencia de otros animales sociales.

Procesos de construcción de nicho cultural son el lenguaje, la fabricación de herramientas y las conductas intergeneracionales, por ejemplo, entre abuelos y nietos, o el cuidado comunal de los niños. Se construyen generación tras generación, e incluso son transmitidos o imitados por individuos de la misma generación que no tienen relación entre sí, aumentando la velocidad y el impacto, en comparación a la transmisión genética.

La construcción del nicho cultural es la base para la transmisión de las innovaciones entre grupos sociales de Homo sapiens. Para los grupos de cazadores-recolectores que se aventuraron en la estepa del mamut lanudo hace 30.000 años atrás, la capacidad de confeccionar y diseñar ropa y calzado es una construcción de nicho e innovación cultural comparable a la más refinada pieza de tecnología digital del presente.

Algunos investigadores, como los antropólogos Peter Richerson, Robert Boyd y Adam Powell proponen desde hace algunos años que la capacidad de acumular cultura e innovaciones tecnológicas dependería, en gran medida, del tamaño de la población. Cuando leí los trabajos de estos investigadores hace algunos años me vinieron los recuerdos de mis conversaciones con Alan Berryman sobre la cooperación de sus pequeños “asesinos” seriales de pinos e, irónicamente me pareció, que a pesar de las enormes diferencias evolutivas, ecológicas y conductuales entre ambas especies (Dendroctonus y Homo), teníamos algo en común.

Los investigadores mencionados, entre otros, proponen que la aceleración de las innovaciones y de los cambios culturales acumulativos depende en gran medida del ambiente social de los grupos humanos y, sobre todo, del tamaño poblacional de Homo sapiens. Habría dos procesos básicos que explicarían por qué las innovaciones culturales ocurren con más facilidad en poblaciones numerosas.

La primera razón es que estas innovaciones son más eficientes en poblaciones grandes, ya que es más difícil que se pierdan innovaciones claves por posibles muertes o accidentes de las pocas personas que tienen ciertas habilidades. El número de personas es una especie de seguro contra los riesgos de perder capital informativo y cultural.

La segunda razón es que las poblaciones numerosas son capaces de albergar una mayor especialización de las tareas y, por lo tanto, un bagaje cultural y material más complejo. Cuanto más grande sea el grupo humano residente en una región, más probable es que existan especialistas en ciertas tecnologías. Por el contrario, en grupos relativamente pequeños es muy difícil que alguien se pueda especializar en construir alguna herramienta o tecnología compleja.

La idea central es que existe una relación positiva y causal entre el tamaño poblacional y la complejidad cultural. Ambos factores se potencian y empujan al sistema en la misma dirección. Las innovaciones culturales le permiten a Homo sapiens obtener más y mejores recursos desde el ambiente o, dicho de otro modo, transferir más energía por persona desde los ecosistemas.

Por lo tanto, se produce una retroalimentación positiva entre el tamaño poblacional, las innovaciones culturales y la capacidad de extraer energía desde el ambiente (la cooperación), lo que a su vez podría acelerar el crecimiento demográfico, cerrando el circuito de retroalimentación. Es importante destacar el uso del condicional porque este motor de cambio entre el tamaño poblacional, las innovaciones culturales y la cooperación se puede detener o incluso ir hacia atrás. Cambios en la disponibilidad de los recursos y colapsos poblacionales eventuales pueden detener este proceso e incluso producir una pérdida de las innovaciones culturales acumuladas. La dinámica de la construcción del nicho ecocultural en Homo sapiens (y en general en el linaje de homínidos), en particular la expansión del aprendizaje cultural, está íntimamente conectada con la cooperación y la capacidad de extraer mejores recursos desde los ecosistemas y es el corazón de la dinámica poblacional y evolutiva de nuestra especie.

Esta idea es central y volveré a ella a lo largo del libro, porque conecta la dinámica de poblaciones con la construcción del nicho cultural. En términos de Alan Berryman, se trata de vencer las “defensas” o “barreras” del ambiente y modificarlo para poder explotar mejor los recursos, lo que genera un proceso de aceleración demográfica. Mientras que los escarabajos del pino de montaña se benefician de un mayor tamaño poblacional para poder atacar en masa a los árboles sanos, las poblaciones numerosas de Homo sapiens permiten una mejor transmisión de las innovaciones culturales que, a su vez, mejoran la capacidad de extraer recursos desde la naturaleza. A pesar de las diferencias biológicas que nos separan de estos insectos (millones de años de evolución), estamos atrapados en el mismo circuito de retroalimentación positivo.

Sin embargo, este proceso tiene sus costos. Al mismo tiempo que el número de personas aumenta, se modifica el ecosistema que habitamos y que nos provee de energía y materiales. Esto nos lleva al dilema central de nuestros días: comprender cuáles son los límites del crecimiento de las sociedades humanas. El número de personas, las innovaciones culturales y el ambiente siempre se están afectando mutuamente. Esta modificación mutua es una construcción del nicho ecocultural, la cual determina un circuito de retroalimentación positivo entre tamaño poblacional y el nicho construido.