De la Divina Providencia y De La Vida Bienaventurada - Séneca - E-Book

De la Divina Providencia y De La Vida Bienaventurada E-Book

Seneca

0,0
1,99 €

oder
-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

*** Premium Ebook optimizado para la lectura digital ***

Séneca el Joven fue un filósofo, político y escritor romano conocido por sus obras de carácter moralista. Consumado orador, fue una figura predominante de la política, y pasó a la historia como el máximo representante del estoicismo.

En esta edición encontramos dos de sus tratados esenciales : De la Divina Providencia y De La Vida Bienaventurada.

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



DE LA DIVINA PROVIDENCIA Y DE LA VIDA BIENAVENTURADA

Séneca

Traducido porPedro Fernández Navarrete

Índice

Séneca

DE LA DIVINA PROVIDENCIA

CAPITULO I

CAPÍTULO II

CAPÍTULO III

CAPÍTULO IV

CAPITULO V

CAPÍTULO VI

DE LA VIDA BIENAVENTURADA

CAPÍTULO I

CAPÍTULO II

CAPÍTULO III

CAPITULO IV

CAPÍTULO V

CAPÍTULO VI

CAPÍTULO VII

CAPÍTULO VIII

CAPITULO IX

CAPÍTULO X

CAPÍTULO XI

CAPÍTULO XII

CAPÍTULO XIII

CAPÍTULO XIV

CAPÍTULO XV

CAPÍTULO XVI

CAPÍTULO XVII

CAPÍTULO XVIII

CAPÍTULO XIX

CAPITULO XX

CAPÍTULO XXI

CAPÍTULO XXII

CAPÍTULO XXIII

CAPÍTULO XXIV

CAPÍTULO XXV

CAPÍTULO XXVI

CAPÍTULO XXVII

CAPÍTULO XXVIII

CAPÍTULO XXIX

CAPÍTULO XXX

CAPÍTULO XXXI

CAPITULO XXXII

Séneca

4 a.C-65

Séneca el Joven fue un filósofo, político y escritor romano conocido por sus obras de carácter moralista. Consumado orador, fue una figura predominante de la política, y pasó a la historia como el máximo representante del estoicismo.

DE LA DIVINA PROVIDENCIA

A LUCILO

Nota : Rodríguez de Castro, en el tomo II de su Biblioteca Española, dice: «El libro De Providentia le compuso Séneca después de la muerte de Cayo, para responder a la pregunta de su amigo Lucio, que deseaba saber por qué tenían que sufrir adversidades los que eran buenos.»

CAPITULO I

CÓMO HABIENDO ESTA PROVIDENCIA, SUCEDEN MALES A LOS HOMBRES BUENOS

Pregúntasme,Lucilo, cómo se comprende que gobernándose el mundo con divina Providencia, sucedan muchos males a los hombres buenos. Daréte razón de esto con más comodidad en el contexto del libro, cuando probare que a todas las cosas preside la Providencia divina, y que nos asiste Dios. Pero porque has mostrado gusto de que se separe del todo esta parte, y que quedando entero el negocio se decida este artículo, lo haré, por no ser cosa difícil al que hace la causa de los Dioses.

Será cosa superflua querer hacer ahora demostración de que esta grande obra del mundo no puede estar sin alguna guarda, y que el curso y discurso cierto de las estrellas no es de movimiento casual; porque lo que mueve el caso a cada paso se turba, y con facilidad choca; y al contrario, esta nunca ofendida velocidad camina obligada por imperio de eterna ley, y trae tanta variedad de cosas en la mar y en la tierra, y tantas clarísimas lumbreras, que con determinada disposición alumbran, que no pueden moverse por orden de materia errante, porque las cosas que casualmente se unen no están dispuestas con tan grande arte como lo está el gravísimo peso de la tierra, que siendo inmóvil mira la fuga del cielo, que en su redondez se apresura, o  los mares, que metidos en hondos valles ablandan las tierras, sin que la entrada de los ríos les cause aumento. Y ve que de pequeñas semillas nacen grandes plantas, y que ni aun aquellas cosas que parecen confusas e inciertas, como son las lluvias, las nubes, los golpes de encontrados rayos, los incendios de las rompidas cumbres de los montes, los temblores de la movida tierra y demás tumultuosos accidentes que giran en contorno de ella, aunque son repentinas, no se mueven sin razón, pues aun aquéllas tienen sus causas no menos que las que en remotas tierras se miran como milagros; cuales son las aguas calientes en medio de los ríos, o los nuevos espacios de islas que en alto mar se descubren1; y el que hiciere observación verá que retirándose en él las aguas, dejan desnudas las riberas, y que dentro de poco tiempo vuelven a estar cubiertas, y conocerá que con una cierta volubilidad se retiran y encogen dentro de sí, y que las olas vuelven otra vez a salir, buscando con veloz curso su asiento, creciendo a veces con las porciones y bajando y subiendo en un mismo día y en una misma hora, mostrándose ya mayores y ya menores conforme las atrae la Luna, a cuyo albedrío crece el Océano. Todo esto quede reservado para su oportuno tiempo; porque aunque tú te quejas de la divina Providencia, no dudas de ella.

Yo quiero ponerte en amistad con los Dioses, que son buenos con los buenos; porque la naturaleza no consiente que los bienes dañen a los buenos. Entre Dios y los varones justos hay una cierta amistad, unida mediante la virtud: y cuando dije amistad, debiera decir una estrecha familiaridad, y aun una cierta semejanza; porque el hombre bueno se diferencia de Dios en el tiempo, siendo discípulo e imitador suyo; porque aquel magnífico padre, que no es blando exigiendo virtudes, cría con más aspereza a los buenos, como lo hacen los severos padres. Por lo cual cuando vieres que los varones justos y amados de Dios padecen trabajos y fatigas, y que caminan cuesta arriba, y que al contrario los malos están lozanos y abundantes de deleites, persuádete de que al modo que nos agrada la modestia de los hijos, y nos deleita la licencia de los esclavos nacidos en casa, y a los primeros enfrenamos con melancólico recogimiento, y en los otros alentamos la desenvoltura; así hace lo mismo Dios, no teniendo en deleites al varón bueno, de quien hace experiencias para que se haga duro, porque le prepara para sí.

1Véase la Historia natural de Plinio, libro II, capítulos LXXXVI, LXXXVII, LXXXVIII y LXXXIX.

CAPÍTULO II