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De la providencia es un diálogo escrito por el filósofo de origen hispano Lucio Anneo Séneca. Escrito hacia el año 63 d. C.
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Veröffentlichungsjahr: 2017
Por qué, aunque hay Providencia, acaecen algunas desgracias a los hombres buenos
Me has preguntado, Lucilio, por qué, si el mundo es regido por una providencia, acaecen muchos males a hombres buenos. Más cómodamente se dará la respuesta en el contexto de la obra, cuando probemos que la providencia preside a todas las cosas y que Dios interviene en nosotros; pero como es grato separar del todo una parte pequeña y resolver una contradicción, dejando intacto el pleito, emprenderé una tarea no difícil: defender a los Dioses.
Al presente es superfluo demostrar que obra tan grande no estaría en pie, si alguien no la conservase, y que la reunión y el curso de los astros no es un movimiento fortuito, pues las cosas que mueve el azar con frecuencia se perturban y con facilidad chocan; que procede del imperio de la ley eterna esta velocidad sin tropiezo, que lleva tantas cosas por la tierra y por el mar y tantas clarísimas lumbreras, tan ordenadamente resplandecientes; que este orden no es de una materia errante, ni las cosas que por casualidad se reunieron penden las unas de las otras con tanto arte que la pesadísima mole de tierra permanezca inmóvil y contemple cerca de sí la huida del veloz cielo, que los mares metidos en los valles ablanden las tierras y no crezcan con las entradas de los ríos, que de las pequeñas semillas nazcan grandes plantas. Ni aun aquellas cosas que parecen irregulares e indeterminadas, como las lluvias y las nubes, los golpes de encontrados rayos, los fuegos que emergen de las cumbres rotas de los montes, los temblores del suelo vacilante, con lo demás que los elementos tumultuosos promueven en derredor de la tierra, aunque sean repentinos, acontecen sin razón, sino que también ellos tienen sus causas, no menos que esas otras que, por verse en lugares impropios, parecen milagro, como las aguas calientes en medio de los ríos y las nuevas islas espaciosas que emergen en el vasto mar. Del mismo modo, si alguien observa cómo los litorales se desnudan al retirarse el mar sobre sí mismo y cómo se cubren al poco tiempo, creerá que por una ciega rotación tan pronto como las aguas se contraen y van mar adentro, como irrumpen y con gran ímpetu recobran su primitivo lugar, cuando crecen y se hacen mayores y menores en determinados días horas según las atrae la luna a cuyo arbitrio crece el océano. Quédese esto para su tiempo, mucho más puesto que tú no dudas de la providencia sino que te quejas de ella. Te reconciliaré con los Dioses, que son inmejorables con las más buenos. Pero ni la misma naturaleza consiente que jamás dañe lo bueno a lo bueno; entre los hombres buenos y los Dioses hay amistad mediante la virtud.
¿Amistad digo? Más aun, cierta familiaridad y semejanza, porque sólo por la duración se diferencia de Dios el hombre bueno, que es su discípulo, su imitador y su verdadera progenie, a quien este padre magnífico, exigente (y no con blandura) de las virtudes, educa en la dureza, como los padres severos. Y así cuando veas a los hombres buenos y gratos a los Dioses trabajar, sudar, subir por asperezas, y a los malos entregarse a la lascivia y abundar en placeres, piensa que nosotros nos deleitamos en la modestia de nuestros hijos y en la licencia de los esclavos, y que contenemos a aquéllos con la disciplina más severa mientras que fomentamos la audacia de éstos. Lo mismo has de entender de Dios. No tiene en delicias al hombre bueno: lo prueba, lo endurece, lo prepara para sí.