De las cúpulas a los rascacielos : periplos de una artista del surrealismo: Leonora Carrington - Laura Gemma Flores García - E-Book

De las cúpulas a los rascacielos : periplos de una artista del surrealismo: Leonora Carrington E-Book

Laura Gemma Flores García

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Beschreibung

A un mes, después de la inauguración del Museo Leonora Carrington del Centro de las Artes de San Luis Potosí, en el año 2018 celebramos el "Coloquio: Hilos, rocas y sonidos, una imagen onírica del arte", donde participaron miembros del Cuerpo Académico CAC-UAZ-172 Teoría, historia e interpretación del Arte y profesores del Instituto Potosino de Bellas Artes. En el marco de la firma de convenio celebrado entre dicho Cuerpo Académico y la Dirección del Museo Leonora Carrington se proyectó esta publicación, para honrar la memoria y el trabajo de la artista anglo-mexicana. La obra que el lector tiene en sus manos ofrece cinco miradas sobre Leonora. Una que ahonda en su historia de vida como la hija rebelde perteneciente a la nobleza, que logró transgredir todas las ataduras, aun la de la propia categorización como artista del surrealismo, sumando al análisis biográfico la lectura de rasgos inconscientes vertidos por la pintora en tres de sus grandes obras (Laura Gemma Flores García); otra visión de Leonora desde la teoría de la recepción a partir de fuentes primarias, una exposición realizada en Reino Unido y el análisis de cómo hasta los años recientes ha sido debidamente justipreciada en su nación natal, es presentada por Antonio García Acosta; otro estudio específico de los últimos años de producción de la artista como escultora monumental urbana y el trabajo que realizó conjuntamente con su hijo Pablo Weiz lo ofrece Lidia Medina Lozano. Por otro lado, Sofía Gamboa Duarte se interna en el estudio de una sola pieza escultórica de metal llamada "La inventora del atole" abundando en los entresijos de sus antecedentes nórdicos e incluso minoicos. Finalmente, Luis Fernando Padrón Briones narra las posibilidades del surrealismo, tomado desde las notas musicales, hasta culminar con la narrativa musical de Leonora a partir de su obra en bronce. Estamos seguros que el acercamiento interdisciplinar y desde diferentes enfoques hacia la artista Leonora Carrington podrán sumarse a la larga lista de obras sobre la autora, pero impondrán asimismo una mirada fresca y un reto importante para los estudiosos del arte del siglo XXI.

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Este libro fue patrocinado con fondos PROFEXCE del PRODEP gestionados por el CA-UAZ-172 Teoría, historia e interpretación del Arte

Los derechos exclusivos de la edición quedan reservados para todos los países de habla hispana. Prohibida la reproducción parcial o total, por cualquier medio conocido o por conocerse, sin el consentimiento por escrito de su legítimo titular de derechos.

Esta publicación fue dictaminada por pares académicos bajo la modalidad doble ciego.

Las fotografías utilizadas en esta publicación pertenecen al Archivo de Alejandro Velasco Mancera y a CC BY-SA, Roberto Fortuna & Kira Ursem, National Museum of Denmark.

Primera edición impresa: 2023

Edición ePub: marzo 2024

De la presente edición:

D. R. © 2023, Bonilla Distribución y Edición, S.A. de C.V.

Hermenegildo Galeana #111, Barrio del Niño Jesús,

Tlalpan, 14080, Ciudad de México

[email protected]

www.bonillaartigaseditores.com

ISBN: 978-607-8918-95-9 (impreso)

ISBN: 978-607-8918-96-6 (ePub)

ISBN: 978-607-8918-97-3 (pdf)

Coordinación y cuidado de la edición: Bonilla Artigas Editores

Diseño editorial y de portada: d.c.g. Jocelyn G. Medina

Realización ePub: javierelo

Hecho en México

Contenido

Introducción

Simbolismo y universo en la obra de Leonora Carrington

Laura Gemma Flores García

Un estudio de recepción de la exposición Leonora Carrington. Painting, drawing and sculpture, 1938-1990 en la Serpentine Gallery de Londres, en 1991

Antonio García Acosta

Escultura monumental urbana. La imaginación simbólica en la última etapa creativa de Leonora Carrington

Lidia Medina Lozano

Misterios sobre La inventora del atole

Sofía Gamboa Duarte

Demiurga Leonora, Carrington Quirónoma

Luis Fernando Padrón-Briones

Sobre los autores

Sobre la coordinadora

Introducción

El viaje artístico de una sabia irreverente e insaciable como lo fue Leonora Carrington solo puede entenderse a través de su obra. Las distintas aristas desde las que puede contemplarse el significado de su lenguaje artístico concuerdan con las épocas en que sus expresiones estéticas han sido revisadas. En esta ocasión el acercamiento que proponemos deviene de una suerte de descubrimiento pero, aún más, de un acto de recapacitación. Quienes integramos este documento conocimos a Leonora Carrington a través de los libros, en nuestros cursos dictados y recibidos a lo largo de muchos años de docencia y aprendizaje. Poco o mucho sabíamos deletrear los símbolos de una Leonora lejana quien, tras dejar el frío país de los lores y las tardes de té, se alojó en las olas mansas serpenteadas por las chinampas de Xochimilco. Viajó prácticamente desde las cúpulas oscuras de su terruño para solazarse con su bolsa del mandado entre los rascacielos funcionalistas alcanzados por las jacarandas repletas de rocío que pueblan las avenidas de la colonia Roma en la capital de nuestro país.

El reencuentro Con Leonora tuvo lugar un mes después de la inauguración del Museo Leonora Carrington, del Centro de las Artes de San Luis Potosí en el año 2018, en el marco del “Coloquio: Hilos, rocas y sonidos, una imagen onírica del arte” como una actividad del CA-UAZ-172 Teoría, historia e interpretación del arte.

Revisar nuevamente sus fantásticos óleos, las tallas hilarantes de una artista de su envergadura y pasmarnos boquiabiertos frente a la escultura monumental de los antiguos patios del recinto obligaba a escribir sobre la gran señora.

Agradezco todo el entusiasmo de su entonces Director, Antonio García Acosta ‒quien gustoso deseó colaborar en esta publicación‒ y de nuestro enlace incondicional Mtro. Luis Fernando Padrón Briones, quien nos abrió el espacio tanto para el coloquio como para la publicación de este libro.

Simbolismo y universo en la obra de Leonora Carrington

Laura Gemma Flores García

Hubieras querido parecer una hiena, pero tu figura era tan espléndida que toda la corte de Jorge V quedó cautivada por tus contorneados brazos, tu sonrisa ladeada y tus hombros semi descubiertos enfundada en ese vestido de satén. Nadie adivinó que querías escapar de ahí como de la cuadra donde te sentías secuestrada. Quisiste correr a velocidad desenfrenada y cuando te contuviste, todas tus dendritas colapsaron provocándote descargas despiadadas sobre tu cerebro convulsionado. Abriste los ojos y te descubriste atada a una cama blanca como tus fantasmas y elucubraste un escape como el de los erizos que cruzan los bosques junto a la fauna escondida alertada por el paso del cazador. Fuiste como las truchas d’Ardèche que se doblan y se resisten a morir salidas del agua y el único recuerdo que te sostenía en pie era el aroma dulzón del cuerpo cálido de Max y sus manos huesudas cubriendo tus pálidos senos en la casa de los monotes.

LGFG

La vida de Leonora Carrington es como la travesía fugaz de un gran cometa de muchas colas: la de la alquimia; la de la adivinación; la de los cuentos celtas y las tradiciones mayas; la de la física cuántica; la de la fauna y la flora exóticas; la de la literatura Dadá; las de la brujería, la astrología, la cartomancia y la cábala; la del gnosticismo y la del surrealismo. Nunca hubo ni habrá otra Leonora Carrington hasta pasados muchos siglos. Su paso por este mundo transitó con estructuras mentales que coexistieron articuladas desde su niñez, divagando entre la cordura y la demencia, entre su intimidad y el orbe que construía, entre la sabiduría ancestral y los resquicios de su instinto, entre la materia sólida y el éter, entre el firmamento y las jaulas de un zoológico. Su universo puede tacharse de siniestro, absurdo, sobrenatural; pero también de anarquista, agitador y revolucionario. La mujer enfrentada a la vida fue, desde chiquilla, excéntrica y provocadora, lo mismo que como artista: reacia a ser catalogada en ninguna corriente o estilo. No defendió ningún título, rango o apellido: se consideraba potranca, caballo, hiena, ave, murciélago y pudo vivir en la más completa simplicidad asegurándose solo un hilillo de luz para poder pintar.

En la escuela para señoritas Miss Penrose ‒en Florencia‒ leyó literatura contemporánea, filosofía y física moderna. Solapada por su madre y desafiando los deseos del patriarca industrial del Imperial Chemical Industries que buscaba para su hija un buen arreglo matrimonial, ingresa al Chelsea School of Art de Londres y posteriormente a la escuela de arte Amédée Ozenfant. En las tiendas de libros usados de West Kensington descubrió a Sir James Frazer con su espectacular La Rama Dorada y de ahí hasta los mayas de México su perspicacia deambuló infiriendo los vericuetos de las religiones de pueblos ágrafos. En 1936 recibió de manos de su madre el libro Surrealism de Hebert Read donde encontró la reproducción de la pintura de Max Ernst Dos niños amenazados por un ruiseñor (1922) quedando prendada del alemán, 27 años mayor que ella, a quien conoció por medio de Úrsula Goldfinger y con el que huye a París y luego a Saint-Martin d’Ardéche, cerca de Avignon. Leonora se derrite en manos de este hábil profesor, mismo que para esa época ha surcado las mieles del éxito habiendo pertenecido al Jinete Azul, expuesto en Colonia y Londres con gran éxito, además de viajar por casi toda Europa occidental.

En un arrebato que conjuga la atracción pasional con la psíquica y la estética, permanecen de 1938 a 1939 en Francia hasta que llega la ocupación nazi, y Max Ernst es aprehendido por ser judío. Ella viaja a Barcelona y luego a Madrid en un estado de turbulento desequilibrio psicológico; mas siempre bajo la mirada del padre, es internada en un hospital psiquiátrico en Santander donde permanece dos años. Al salir del hospital regresa a Madrid y reencuentra al poeta y diplomático Renato Leduc, a quien había conocido en París. Ahora es agregado de la Embajada de México en Lisboa y le ofrece viajar con él a Nueva York para sacarla de la persecución tanto nazi como de su padre. En Nueva York, Leonora se rodea de una veta del surrealismo, todos pululando alrededor de Peggy Guggenheim, quien ya ha comprado billetes de barco, obras de artistas y la voluntad de Max Ernst porque dirige una de las más boyantes galerías de la Gran Manzana, exhibiendo y promoviendo a diestra y siniestra en The Art of This Century Gallery a figuras como: André Breton, Marcel Duchamp, Luis Buñuel, Fernand Léger y Piet Mondrian entre muchos más. A partir del exilio de la II Guerra Mundial ha comenzado a cambiar la meca del arte de París a Nueva York.

Los intermitentes encuentros entre Leonora y Max recorriendo la rivera del Hudson, bajo la angustiosa mirada de Peggy y la indiferencia de Leduc ‒con quien ha contraído matrimonio‒ transcurren entre bares, galerías, inauguraciones y exposiciones. Renato tiene que regresar a su país y ella con él. Arriban a la Ciudad de México a principios de 1943, pero a ella no le gustan los modos del diplomático que ama las corridas de toros, las cantinas y los abrazos de sus amigos. En cambio, prefiere proteger al pájaro herido del fotógrafo húngaro (y judío también) Emerico Weisz “Chiki” con quien contrae matrimonio y procrea a Gabriel y a Pablo.

Leonora florece al encuentro de muchas mujeres de talante como el suyo: Katy Horna (fotógrafa húngara), Alice Rahon (poetisa), Eva Sulzer (fotógrafa) y la pintora surrealista Remedios Varo, quien le lleva nueve años, pero con la cual habría de compartir tardes eternas de té, tubos de pinturas, pinceles y tejidos, visitas a curanderas y espiritistas, escritos y novelas, mañanas de paseo por la colonia Roma, recetas y experimentos de laboratorio con la herbolaria mexicana, exposiciones de amigos, visitas a galerías y muchas reuniones donde confluyen todos los refugiados del período de Lázaro Cárdenas. Aquí también conoció al pintor y diseñador Gunther Gerzso y al escultor inglés Edward James con quien establece una estrecha amistad, viajando con él hasta Xilitla.

La pintura de Leonora Carrington, quien nunca se asume como surrealista ‒más por lo que el movimiento representa para el gran ego del grupo varonil que lo detenta, que por las técnicas y temas empleados‒, se decanta entre el realismo mágico y el lirismo simbólico. Sus trazos, que presumen una excelencia en el dibujo, son figurativos por muy inexplicables que parezcan. Siempre hay un sesgo de automatismo de las ideas y una improvisación psíquica siguiendo el camino de sus pensamientos, sus memorias, sus lesiones, sus huellas de infancia y sus reacciones inconscientes.

En esta modesta muestra de su obra viajaremos por tres de sus pinturas más emblemáticas, tratando de develar el conocimiento universal que cada una de ellas denota; mostrando así cómo este cometa de muchas colas es un fenómeno irrepetible en la historia de la pintura contemporánea.

Leonora concibió La Dama Oval (1942) cuando vivía en su apartamento con Renato Leduc en Nueva York. Las largas horas de ausencia de este político le permitieron a Leonora ahondar en sus huellas femeninas más profundas trayendo a su mente el significado universal del huevo como el principio de la creación y del simbolismo femenino.

En primer plano emerge una grandiosa figura femenina a la izquierda, envuelta en un manto veteado de blanco y negro, haciendo alusión al juego de ajedrez: la gran matrona viste un casquete estilo oriental para las arroceras, su rostro es tan blanco como el de la manta, lo mismo que sus largos y flacos pies desnudos colocados en primera posición, quizás para no caer por el peso proporcional del cuerpo en relación a su soporte. A su diestra se desplanta un alambique oval en color morado para preparar pociones excéntricas y mágicas. Sobre él se yerguen las cabezas de cuatro pequeños venados con sus astas entrelazadas. La composición del cuadro es balanceada porque en la sección derecha se sitúan dos cuadrúpedos de colores contrastantes: una perra color bermellón y un caballito erguido con su crin blanquecina y pulcra. Sus colas se yerguen como delgados troncos de árboles bien rapados y del cuello de los dos animales penden sendas cuerdas que los atan a dichos troncos, por lo cual están inmovilizados a menos que caminen juntos en hélice.

En segundo plano se extiende abierto un enorme conjunto de jardines estilo francés, con secciones bien delimitadas y recortadas entre colinas separadas por fracturas geológicas, confluyendo todos en una pequeña fuente circular blanca. Un seto verde de follaje delicadamente delineado amuralla este magnífico prado, al cual se asciende o desciende mediante unos escalones y un camino que desemboca en primer plano en una especie de charco con aguas lodosas donde flotan animales acuáticos palmípedos, con tenazas, murciélagos y un ave sobre su nido con huevos.

El rostro de la mujer es impávido, con ojos semi abiertos y boca apenas delineada. La mujer se encuentra acotada en un círculo sobre el césped. No puede dar un paso a causa del manto amarrado fuertemente a su cuerpo. Todas las figuras vivientes están prácticamente inmovilizadas. Unos por su cola-correa, ella por su envoltorio ajedrezado y los venados que solo asoman la cabeza. Mientras que, paradójicamente, el valle de árboles está abierto a quien quiera caminar, correr o andar sobre él.

La Dama Oval ha sido interpretada por algunos autores como la Leonora envuelta en las sábanas y las correas del hospital de Santander; mientras que el campo verde representaría la sección de Abajo, que es la liberación (como así se le llamaba al pabellón que les daría a todos los internos el principio de la huida). Sin embargo, hay cosas que desentrañar sobre esta pintura. En primer lugar, esta mujer está presa ‒como lo he dicho‒ en una partida de ajedrez. El ajedrez no es un juego de azar, es un juego mental, de movimientos bien calculados, analizados desde sus principios matemáticos. La estrategia y fin ulterior consiste en derrocar al rey (por parte del enemigo o salvarlo según sea el caso), es decir, al padre de Leonora: el padre de su inconsciente interior que la maniata, la sujeta y la penaliza. Haber mantenido a sus pies a un hombre mayor que ella (Max) la convierte en la dama triunfante que da jaque al Rey con sus peones, sus caballos y sus alfiles. Y aunque no solo sublima el complejo de Electra, sino que logra dominarlo a través del cuerpo y de la psique, la altura de la imagen parece prometerle la victoria del juego que aún no canta el Mate. El Rey posiblemente esté guardado en ese alambique, castigado por los venados cientos de veces cazados por el padre: ahora ellos están a punto de ganar la partida como pequeños e insignificantes peones empoderados sobre el Rey. (El venado, en los relatos celtas, representa al rey de las hadas. Su elegancia y percepción como uno de los animales más antiguos le otorgan una connotación de sabiduría y poder). No obstante, esa dama invicta debe liberarse de su pequeña casilla y salir huyendo hacia los campos verdes que anidan en los recuerdos más recónditos de su infancia o hacia el Pabellón de Abajo del hospital psiquiátrico de Santander en el que continúa delirando. Mientras siga sujetada, la partida no ha terminado. Y aunque Leonora se vuelva a representar como un bello ejemplar caballar, no puede evadirse, pues permanece atado/a por su cola y su cuello a la perra cuyas mamas cuelgan rebosantes de la leche nutricia destinada a sus cachorros (el entorno familiar de Crookhey Hall).

En la obra hay gran vida y color, pero todos los personajes están imposibilitados de escapar hacia una libertad evidente. Esa es la vida de Leonora en Nueva York. Tiene la protección de un hombre bueno y desinteresado, pero que le aburre, cansa y olvida, por lo cual sufre fuertes depresiones y constantes pesadillas evocando el hospital de su pasado. Los mamíferos que iluminan sus recuerdos también están inertes, incapacitados para andar libremente. Así, los verdes campos y colinas que se despliegan en segundo plano simbolizan la dilatada vida social de que dispone para exhibir sus obras, hacer tratos, tener proyectos, pero su sábana mortuoria veteada de negro y blanco (sin escalas de grises) la obliga a quedarse inmóvil y estática.

En Portrait of Max Ernst (1940) se ostenta la dicotomía entre el ardor del alma y la fiereza de la naturaleza: el polo norte.