De Paracelso a Newton - Charles Webster - E-Book

De Paracelso a Newton E-Book

Charles Webster

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Beschreibung

Webster demuestra que es posible encontrar en la evolución del pensamiento científico y filosófico de la época una línea de continuidad: en el contexto social del derrumbe del orden feudal, el auge del racionalismo es, en realidad, simultáneo al auge de las profecías bíblicas, la alquimia, la magia y las predicciones astrológicas apocalípticas.

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BREVIARIOSdelFONDO DE CULTURA ECONÓMICA

452DE PARACELSO A NEWTON

Traducción ÁNGEL MIQUEL y CLAUDIA LUCOTTI

De Paracelso a Newton

La magia en la creación de la ciencia moderna

por CHARLES WEBSTER

Primera edición en inglés, 1982    Primera reimpresión, 1984 Primera edición en español, 1988    Primera reimpresión, 1993 Primera edición electrónica, 2016

Título original:From Paracelsus to Newton. Magic and the Making of Modern Science © 1982, Cambridge University Press, Cambridge

D. R. © 1988, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México

Comentarios:[email protected] Tel. (55) 5227-4672

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

ISBN 978-607-16-4482-4 (ePub)

Hecho en México - Made in Mexico

AJOSEPH NEEDHAM y WALTER PAGEL

Todas las cosas comenzaron en orden, y así terminarán, y así comenzarán de nuevo, de acuerdo con el orden preestablecido y las matemáticas místicas de la ciudad celeste.

LA CÁTEDRA EDDINGTON

Sir Arthur Stanley Eddington, miembro de la Order of Merit, de la Royal Society, y profesor de la cátedra Plumiana de astronomía de Cambridge entre 1913 y 1914, fue uno de los más grandes astrónomos-matemáticos de su tiempo.

No sólo fue mundialmente famoso como astrónomo, sino también como brillante exponente de los nuevos avances de la física y la cosmología. Dos de sus libros más conocidos, Stars and Atoms y The Nature of the Physical World, fueron traducidos a 12 idiomas distintos entre los dos.

Fue también profundo pensador, tanto en religión y ética como en ciencia. Sus conferencias de Swarthmore, Science and the Unseen World, fueron, con todo merecimiento, de las más apreciadas y ampliamente leídas de toda la serie, y publicaron en ediciones en francés, alemán, danés y holandés.

Eddington fue cuáquero de toda la vida. A su muerte, la Sociedad de Amigos formó, con objeto de organizar una cátedra anual en su memoria (y como resultado de que se apoyara ampliamente el pedido para fondos), un consejo de cuatro miembros, uno de los cuales es nombrado por la Royal Society, otro por el Trinity College de Cambridge (del cual Eddington fue miembro durante 37 años) y dos por la Sociedad de Amigos.

La meta de la cátedra, que ha permanecido invariable desde su fundación en 1947, es la siguiente:

Las conferencias deben tratar algún aspecto del pensamiento científico contemporáneo, escogido por su relación con la filosofía de la religión o con la ética. Se espera que ayudarán así a mantener e intensificar la preocupación que sentía Eddington por relacionar los métodos científico, filosófico y religioso en busca de la verdad, y que serán la manera de fomentar esa comprensión de la unidad que subyace en esos diferentes métodos, que fue su objetivo característico.

El control en rápido incremento del hombre sobre las fuerzas naturales tiene perspectivas de logros materiales que resultan asombrosas; pero si este incremento de control sobre el poder material no va aparejado por un gran avance moral y espiritual, existe la amenaza de un derrumbe catastrófico de la civilización humana. En consecuencia, nunca ha sido tan urgente como ahora la necesidad de una síntesis de la clase de conocimiento que puede obtenerse a través de varias vías —científica, filosófica y religiosa— de buscar la verdad.

En los últimos años se ha vuelto costumbre de los miembros del consejo invitar a un distinguido profesor a dar un breve ciclo de conferencias que puedan luego ser la base para un libro subsecuente. En el otoño de 1980 el doctor Charles Webster, de la Unidad Welcome para la Historia de la Medicina en la Universidad de Oxford, se hizo cargo de esta tarea.

Resulta verdaderamente placentero ver ahora su relación clara y erudita de la interpenetración de magia y mecanicismo de Paracelso a Newton, que escuchamos con tanto placer, hacerse completamente accesible para un público más amplio con la publicación de esta monografía.

J. C. POLKINGHORNEPresidente del consejo de la cátedra Eddington

Trinity College, Cambridge5 de marzo de 1982

PREFACIO Y RECONOCIMIENTOS

Los ensayos contenidos en este volumen comprenden una versión ligeramente modificada de las conferencias Eddington dadas en Cambridge en el otoño de 1980. Se ha mantenido el tratamiento general de las conferencias originales. A pesar de la ampliación de ciertos puntos en la versión publicada, se espera que se haya conservado el espíritu de las disertaciones originales. En el transcurso de la revisión también he intentado tomar en cuenta, cuando eran pertinentes, obras publicadas en la primera mitad de 1981.

Este librito está dedicado respetuosamente a Joseph Needham y Walter Pagel, quienes han apoyado al autor de muchas maneras distintas durante los últimos 15 años. Los acontecimientos del decenio de 1930 unieron a estos dos eruditos cuando en Cambridge tuvieron importante papel como precursores en la historia de la ciencia. Llegaron a ser presidente y secretario, respectivamente, del comité formado para promover la historia de la ciencia en la universidad. Sir Arthur Eddington fue uno de los colaboradores para el volumen de ensayos basados en la primera serie de conferencias dadas bajo los auspicios de ese comité en 1936. Los objetivos que Needham y Pagel definieron para la historia de la ciencia en su introducción a ese volumen (Background to Modern Science, Cambridge, 1938) siguen siendo aceptables para muchos de quienes escribimos hoy día. Es especialmente digno de tomarse en cuenta, con respecto a los presentes ensayos, que Needham y Pagel hayan trabajado para ampliar las bases de la historia de la ciencia relacionando el proceso de descubrimiento con el entorno cultural en el que se desarrolló la ciencia. También han asegurado un nuevo nivel de respeto para los valores culturales de la filosofía natural renacentista, muchos de los cuales fueron despreciados hasta ahora por considerarse improcedentes para la corriente principal del pensamiento científico. Entre los beneficios de sus métodos surgió una apreciación mucho más completa de los motivos religiosos de la ciencia. Este último tema es pertinente para los fines de la cátedra Eddington.

El autor quisiera expresar su sincero agradecimiento a los miembros del consejo de la cátedra Eddington por su cortés hospitalidad, a Renate Burgess y William Schupbach por sus sugerencias sobre las ilustraciones, a Margaret Pelling por sus comentarios sobre el texto y por su ayuda en cuestiones editoriales, a Jean Loudon por su invaluable ayuda mecanográfica, y a Jonathan Barry por preparar el índice analítico. Las muchas otras deudas del autor para con los buenos amigos serán evidentes en las notas al texto.

En las citas del texto se han desatado las contracciones usuales y en algunos pocos casos se corrigieron silenciosamente errores obvios. Se omitieron las cursivas de las fuentes originales.

Los archivos Hartlieb en la Universidad de Sheffield se citan con el amable permiso de su dueño, lord Delamere. Los archivos Evelyn en Christ Church, Oxford, son citados con el amable permiso de los albaceas del testamento del mayor Peter George Evelyn.

I. INTRODUCCIÓN

UNO de los resultados principales de la forma como se ha desarrollado la historia de la ciencia en el presente siglo ha sido la introducción de una barrera entre las culturas de Paracelso y Newton. Incluso podría parecer acto de perversidad o de equivocado juicio histórico unir los nombres de Paracelso y Newton en el título de un libro. Se considera a ambos, por convención, habitantes de mundos intelectuales por entero distintos. Nuestra imagen de Newton está firmemente asociada con los valores de la Ilustración y del mundo moderno, mientras que el nombre del enigmático e inaccesible Paracelso conlleva la extraña asociación de una mente torturada que lucha de manera infructuosa por escapar de los laberintos de los siglos oscuros.

Las descripciones de la “revolución científica” o de la “mecanización de la concepción del mundo” se han centrado, comprensiblemente, en la atractiva historia de la innovación técnica y conceptual. Como agregado natural a esta operación, existe la tendencia a generalizar las diferencias entre la oscura época del precopernicanismo y la Ilustración del newtonismo. Se piensa que el notable progreso del nivel descriptivo en las ciencias está relacionado con una transformación similar en el nivel conceptual, que lo explica por lo menos en parte. Ciertos procesos de selección han obrado, a menudo inconscientemente, tendiendo a realzar los elementos modernos en el pensamiento de Newton, y han permitido con discreción que fuera relegado todo lo que tenía naturaleza contraria. Por otro lado, con respecto a la generación de Paracelso, existe la tendencia a centrarse en la credulidad o el vano respeto por la autoridad de la Antigüedad, pasando por alto la amplia evidencia del análisis crítico y el juicio independiente. Hemos llegado de esta forma a aceptar una casi perfecta correlación entre el surgimiento de la ciencia y la declinación de la magia. De hecho, el crecimiento del movimiento científico se ve como una de las manifestaciones primordiales de la desmistificación de la visión del mundo ocurrida en el transcurso del siglo XVII. Esta concepción tiene sus héroes y sus víctimas. Newton es el héroe principal y podría argumentarse que Paracelso es la víctima principal.

La intención de los presentes ensayos no es cuestionar la idea del progreso de la ciencia en el nivel técnico o descriptivo. De acuerdo con criterios diferentes, aceptables y claramente definidos, se puede demostrar que cada una de las ciencias naturales avanzó, a menudo de manera espectacular, a lo largo del periodo entre Paracelso y Newton. Tampoco es mi intención sugerir que no había nada novedoso en las nuevas filosofías. Pero es claro que hubo notables elementos de continuidad suficientes para indicar el grado de importancia entre las cosmovisiones del mundo de comienzos del siglo XVI y de fines del XVII.

Paracelso y Newton no vivieron en mundos intelectuales completamente ajenos. Ambos, Paracelso y Newton, consideraron que la seguridad de la salvación personal debía recibir prioridad absoluta. Desentrañar la naturaleza de la relación de la humanidad con el creador constituyó su misión intelectual primordial. Paracelso contribuyó al caudal de teología reformista en el que estaba inmerso Newton. El neoplatonismo era una fuerza vital entre sus contemporáneos, tanto a fines del siglo XVII como al inicio del XVI. La formación cultural de Newton tuvo lugar en el contexto del ascenso de los platónicos de Cambridge. La situación en Cambridge representaba un notable eco tardío del platonismo florentino del Renacimiento, y ambas escuelas se caracterizaron por su intensa fidelidad al espíritu de la teología y la filosofía antiguas.1 El evidente efecto del neoplatonismo en Inglaterra después de 1660 debía desalentar cualquier intento de describir la ciencia de la época de la Royal Society en términos del dominio indiscutido de la “filosofía mecanicista”.

El resurgimiento tardío del neoplatonismo en el siglo XVII y la ávida aceptación de esta filosofía por la vanguardia, pone en entredicho también la caracterización de la ciencia del siglo XVII en términos del ascenso de los “modernos” sobre los “antiguos”. Paracelso y los neoplatónicos fueron “modernos” hasta el grado de oponerse a la autoridad del escolasticismo en teología y ciencia, pero “antiguos” en su forma de adoptar una fuente de sabiduría más venerable que la escolástica. La revolución por la que trabajaron estaba firmemente arraigada en la busca de una manera de revivir la sabiduría de Moisés, o de Adán antes de la Caída.

A pesar de su celebridad como conquistador de los antiguos y fundador de la plataforma de propaganda de la nueva ciencia, Francis Bacon también reconoció tener antepasados filosóficos entre los presocráticos, y basó todas su proposiciones en la idea bíblica del retorno del dominio del hombre sobre la naturaleza, que iba a contrarrestar finalmente su sacrificio con la Caída. Es una paradoja interesante que el primerísimo manifiesto en la controversia entre los antiguos y los modernos atacara la moderna institución galénica y señalara a Paracelso como restaurador del antiguo conocimiento.2

Este modo de representar la ciencia moderna estaba diseñado a propósito para que resultara atractivo a la mentalidad de una época acostumbrada a la retórica de la teología reformista, con su hincapié en el regreso de la Iglesia a la pureza primitiva de los primeros Padres y con sus más remotos llamamientos al modelo de los hijos de Israel. La famosa defensa de los modernos en The History of the Royal Society (1667), donde se compara abiertamente la nueva ciencia con la Iglesia reformada de Inglaterra, no representaba otra cosa que la utilización de un instrumento confiable la que después de largo uso Francis Bacon había vuelto a sacar filo y que en su origen había sido pulida y aguzada finamente por Paracelso.

Se ha introducido un importante elemento de distorsión en las descripciones del surgimiento de la ciencia moderna con la subestimación del grado en que autores como Paracelso, o autores que pertenecían a la tradición del neoplatonismo o del hermetismo continuaban siendo parte integrante de los recursos intelectuales de la élite educada hasta bien entrado el siglo XVII. Es tan grande la evidencia que indica el constante interés en filosofías contrarias a la filosofía mecanicista, que la única forma de arreglar esa vasta anomalía ha sido separar a los líderes de la ciencia —considerándolos hombres representativos de su tiempo— de la mayoría más crédula y no representativa. Por desgracia para quienes proponen esta teoría, figuras de notable importancia, incluyendo a Newton mismo, resultan tener vivo interés por lo oculto. La única manera de encontrar una salida a este fenómeno es adoptar el recurso poco convincente de postular una división de la personalidad en los científicos acusados de ser inconsistentes en la práctica del ideal ilustrado.

Es más realista aceptar la duración de la influencia de figuras como Paracelso y reconocer que los científicos de generaciones posteriores no consideraban por fuerza las ideas de la tradición no mecanicista como reliquias de una edad oscura fuera de moda y científicamente improductiva. Sólo hasta hace poco los historiadores de la ciencia, debido en gran medida a estímulos externos, han comenzado a darse cuenta de las desventajas que significa para su profesión eliminar de la historia a figuras como Paracelso.

Es particularmente útil tomar el ejemplo de Paracelso, porque es uno de los principales precopernicanos de quien se piensa que tiene muy poco en común con los científicos de finales del siglo XVII. Hemos estado demasiado dispuestos a aceptar la imagen de Paracelso como borracho trastornado, que proviene casi por completo de una sola pluma prejuiciada, la de Johannes Oporinus.3 La violencia emotiva dirigida contra Paracelso en el siglo XVI tiende a ser reemplazada en la bibliografía moderna por la burla, aun en el caso de autoridades distinguidas tan distintas como R. Lenoble y D. P. Walker.4 Debe recordarse que el intento de Oporinus para desacreditar a Paracelso en nombre de los humanistas fracasó por completo en su época, y no debería permitirse que su escrito nos cegara con respecto al ascenso virtualmente sin obstáculos de la influencia del reformador médico.

El grado en que Paracelso inflamó las pasiones de sus adversarios es la medida de su éxito en el sabotaje de los esfuerzos por establecer permanentemente la autoridad de Galeno en el campo de la medicina. Por lo tanto, la primera gran confrontación de la revolución científica fue entre Paracelso y Galeno, más que entre Copérnico y Ptolomeo. La importancia de esta confrontación fue notoria para sus contemporáneos. Al planear la primera historia general de la medicina, Le Clerc no dudó en situar a Paracelso a la cabeza del movimiento cuyo objetivo era romper por completo con la Antigüedad y elaborar una forma totalmente nueva de medicina partiendo de primeros principios. Daniel Specklin, el respetado cronista del siglo XVI, consideró el año 1517 de particular importancia en la historia cultural de Europa, marcado por los esfuerzos de Lutero, Paracelso y Durero.5 Paracelso llegó a ser conocido como el Lutero de la medicina, igual que como Kepler iba a llamarse a sí mismo el Lutero de la astrología. La comparación entre Lutero, Paracelso y Durero adquiere mayor peso en su combinación de intereses especiales y sus preocupaciones culturales de amplio alcance.

A Paracelso nunca se le consideró autor puramente médico. Sus especulaciones abarcaron todas las facetas de las ciencias y, como en el caso de Newton, sus comentarios bíblicos y trabajos religiosos fueron abundantes y muy estimados por su autor en comparación con sus otros trabajos. Paracelso pensaba que el hombre y el cosmos eran analogías inseparablemente ligadas. El estudio del microcosmos humano era impensable sin la apreciación de su lugar en el macrocosmos físico y espiritual. Lo que Paracelso llamó “astronomía” siempre tuvo un lugar central en las descripciones que hizo en su sistema médico. Esta tendencia se refleja en el título de su principal obra de madurez: Astronomia Magna oder die Ganze Philosophia Sagus der Grossen und Kleinen Welt (1537-1538). Así, aunque Paracelso consideraba la reforma de la medicina como su meta práctica principal, su convicción religiosa, su uso repetido de la analogía microcosmos-macrocosmos, y el reconocimiento de los poderosos efectos del entorno celestial sobre el hombre, lo llevaban constantemente de regreso a los campos de la cosmología y la cosmogonía.

Al afirmar que los fundamentos de la medicina se encuentran en la filosofía, la astronomía y la alquimia, Paracelso adoptaba la arraigada postura establecida por autoridades médicas árabes y judías medievales, y reflejada en la tendencia prevaleciente en la educación médica de su tiempo. La filosofía natural y las matemáticas se enseñaban como apéndice de la educación médica; la astrología era elemento común en los estudios médicos; la alquimia ocupaba un pequeño nicho en el estudio de la farmacología. En la época de Paracelso, los tratados astrológicos surgían en abundancia de las escuelas médicas de Europa. Los más insignes astrónomos y cosmólogos renacentistas eran educados como médicos; las dos vocaciones eran compatibles y en parte intercambiables. Rheticus fue médico de éxito. Copérnico estudió medicina en Padua; Copérnico y Tycho Brahe se reservaban su habilidad como practicantes médicos aficionados. Incluso Kepler necesitaba resistir a la presión de optar por la práctica de la medicina como actividad primordial.

Paracelso compartió las prioridades tradicionales, pero su concepción de la filosofía, la astronomía y la alquimia fue marcadamente distinta de la practicada por los árabes o en las escuelas, y se propuso refutar la mayor parte de lo que se acostumbraba enseñar como el fundamento de la teoría médica. Su enfoque fue débil en lo que se refiere a los aspectos técnicos de la astronomía, pero describió mejor que sus compañeros astrónomos todos los aspectos del sistema, explicando así la base de la interacción entre las esferas humana, terrestre y celeste. Este deseo de consistencia y comprensión persistió como inquietud de fondo en las futuras generaciones de científicos. Siguió siendo importante para Newton que su teoría gravitacional fuera consistente con la evidencia relacionada con el microcosmos terrestre y humano, y permitió que ideas tomadas de estas últimas áreas influyeran en su pensamiento sobre cuestiones metafísicas en general. Fue tan inaceptable para Newton como había sido para Paracelso adoptar principios físicos en desacuerdo con evidencias provenientes de la química o la fisiología.

En vista de la amplia gama de la naturaleza de sus especulaciones no es de sorprender que la influencia de Paracelso se sintiera mucho más allá de los confines de la medicina. La atracción que ejercía sobre los reformadores no disminuyó. La influencia de Paracelso es patente en los casos de John Dee y Thomas Mouffet, dos de los filósofos naturales ingleses más aventureros y cosmopolitas de la generación anterior a Bacon.6 Dee, aun durante la primera y matemática etapa de su carrera, coleccionó los trabajos de Paracelso con celo obsesivo. Mouffet interrumpió su preparación médica en Cambridge para estudiar entre los paracelsianos de Basilea, y declaró que Paracelso era el nuevo Hipócrates. Mouffet logró combinar su objetivo de promover a Paracelso con la tarea más convencional de completar la gran Historia Animalium de Gesner.

Gesner mismo había visto a su compatriota Paracelso con una mezcla de admiración y miedo, pero la siguiente generación, al tener acceso a la totalidad de sus obras póstumas, entrelazadas con atractivos títulos espurios, dio la bienvenida a Paracelso a las filas de los reformadores filosóficos. Los paracelsianos se volvieron influyentes filósofos y médicos de la corte. Tres de ellos, Pedro Severinus, Miguel Sendivog y Oswald Croll, elaboraron exposiciones muy necesarias y accesibles de las ideas de Paracelso, lo que prolongó mucho la vida filosófica de su héroe. Sus manuales se consultaron activamente hasta ya muy avanzado el siglo XVII.Idea medicinae philosophicae (1571), de Severinus; Novum lumen chymicum (1614), de Sendivog, y Basilica chymica (1609), de Croll, contenían mucha de la retórica concerniente a la metodología y los méritos de la filosofía experimental que se volvió familiar a las generaciones posteriores mediante los escritos de Francis Bacon. La portada del libro de Croll establecía firmemente a Paracelso en la iconografía de la sabiduría en ciencia y medicina. Severinus fue uno de los pocos autores modernos que logró obtener una cautelosa expresión de reconocimiento del autor del Novum Organum.7

La defensa que hizo Mouffet de Paracelso fue dedicada a Severinus y Tycho Brahe.8 Este último estaba profundamente interesado en química y medicina, y su deuda con la astronomía de Paracelso será mencionada más adelante. Brahe atacó al mismo tiempo a Thomas [Lieber] Erasto, el crítico de Paracelso, y al galenismo, describiendo a Paracelso como “Germanorum incomparabili Philosopho et Medico”.9 Kepler estaba menos interesado directamente en Paracelso, pero señaló al copernicanismo y al paracelsianismo como los momentos más notables en el surgimiento del conocimiento moderno.10

Las ideas de Paracelso no se volvieron anticuadas con el surgimiento de la filosofía mecanisista en el siglo XVII. De hecho, se han acumulado pruebas en un área vital que sugieren que el atomismo de Gassendi debió mucho a un insigne círculo de químicos franceses que libraban dura batalla contra la institución galenista en París.11 Los cursos prácticos dirigidos por este grupo atrajeron una vasta audiencia y pusieron en circulación teorías sobre la materia que provenían de Paracelso y de los atomistas antiguos en diversos grados. Se puede demostrar que el atomismo de Bacon deriva de una fuente “semiparacelsiana” similar.12

El paracelsianismo fue fenómeno del siglo XVII tanto como lo había sido del siglo XVI. El paracelsianismo francés llegó a su apogeo entre 1610 y 1650. Los paracelsianismos inglés, italiano y escandinavo son en gran medida componentes característicos del periodo posterior a 1650.13 Por entonces, los partidarios de Paracelso recibieron nuevos ímpetus por la amplia difusión y popularidad de los trabajos de Jan Baptist van Helmont. Robert Boyle fue iniciado en la química por medio de fuentes predominantemente paracelsianas y helmontianas. Sin importarle las posibles deficiencias personales de Paracelso, Boyle reconoció que era justo considerarlo “una muy estimable persona en su tiempo y en tiempos posteriores”.14

Los méritos de Paracelso fueron difundidos en Italia por los médicos Pietro Castelli y Marco Aurelio Severino; en el caso de este último, asociado de nuevo con el atomismo democriteo y la anatomía. En la siguiente generación, la Accademia degli Investiganti de Nápoles, uno de los principales centros promotores de la nueva filosofía en Italia, no encontró ninguna inconsistencia en promover la física de Galileo y la medicina de Paracelso y Van Helmont. Como en el caso de sus colegas parisienses, los médicos que dirigían a los investigadores se encontraron enzarzados en un conflicto con los galenistas del Colegio de Médicos local. El más importante de sus manifiestos llevaba el característico título paracelsiano de Astronomiae microcosmicae systema novum.15

1. Portada de Basilica chymica, de Oswald Croll.

2. Portada de The Surgeons Mate, de John Woodall.

A finales del siglo XVII no sólo se practicaba en gran escala la terapia química paracelsiana por médicos de reputación, sino que las ideas de Paracelso y Van Helmont también ejercían influencia directa sobre las teorías de la vida y la materia, como testimonian Glisson, Mayow, Willis y otros protagonistas de la edad de oro de la fisiología inglesa.16

Paracelso no gozaba en ningún sentido de popularidad universal. Henry More veía con profunda desconfianza a todos los platonistas que tendían al entusiasmo. Consideraba a Paracelso peligroso adversario, “cuya imaginación desenfrenada y la audaz y segura intrusión de sus burlas y supina invenciones sobre el mundo han… dado ocasión a los más desenfrenados Entusiasmos Filosóficos que jamás hayan sido sugeridos por Cristianos o Ateos”. Por otra parte, John Webster, entusiasta retirado, no tenía empacho en citar a Paracelso como la fuente primaria de inspiración de sus consistentes y calificadas reseñas, Metallographia (1671) y The Displaying of Witchcraft (1677). En su característica forma directa, Webster previno a quienes estuvieron ofendidos por sus “muy grandes alabanzas a Paracelso, Van Helmont, Basilio y algún otro de los adeptos, que debían saber que no era sin una justa razón, aunque ellos no la comprendieran: no siempre debe darse a los hombres carne masticada, hay que dejar que estudien para que descubran la profundidad del significado de esos autores”.17

En vista de la gran influencia que tuvo en los círculos médicos la obra de su padre, no es de sorprender que el hijo de Van Helmont, el exótico cabalista Franciscus Mercurius van Helmont, fuera festejado cuando llegó a Inglaterra en 1670, atrayendo con sus ideas la augusta atención de lady Anne Conway, protectora de Henry More y de lady Damaris Masham, protectora de Locke e hija de Ralph Cudworth. Franciscus Mercurius se convirtió en contacto importante entre More y Cudworth, los platónicos de Cambridge, y sus aliados en los Países Bajos.18

Dadas estas afiliaciones tan cercanas a Newton, no es sorprendente que Newton mismo poseyera una importante edición de las obras de Paracelso, además de los escritos de Sendivog, Croll, y J. B. y F. M. van Helmont. Estas obras paracelsianas representan un elemento significativo en una sección notablemente grande de trabajos de alquimia y química en la biblioteca de Newton.19

El grado al que estaban anotadas sus copias alquímicas, junto con la gran cantidad de escritos sobre alquimia de Newton, dio lugar a la célebre frase de Keynes según la cual Newton fue el último de los magos.20