De raza - Rachel Khan - E-Book

De raza E-Book

Rachel Khan

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Beschreibung

Mujer europea y africana a la vez, binacional, francesa y gambiana, judía con orígenes cristianos y musulmanes, animista antes de la islamización de África occidental, blanca y negra, hoy quiero mostrar todas mis cartas: me siento cómoda con mi piel. Y menos mal, ya que si fuera racista, con todas esas "razas" dentro de mí, me resultaría inevitable odiarme a mí misma. Si es necesario que haya una representación de los negros, ¿qué es ser negro? ¿Un negro de ciudad es lo mismo que un negro de campo? La única regla de la que disponemos es una prueba esclavista. Qué lindo. Rachel Khan

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Acerca de Rachel Khan

Bailarina clásica, campeona de atletismo de Francia, jurista en derecho internacional público, Rachel Khan trabaja sobre los derechos fundamentales y el principio de no discriminación.

Actriz en el cine, en la televisión y en el teatro, participó en Los monólogos de la vagina en 2017, en Aviñón. Publicó Les grandes et les petites choses en la editorial Anne Carriêre, y participó en la obra Noire n'est pas mon métier, publicada por Éditions de Seuil en 2018, que dio lugar a diversas marchas en Cannes, que reclamaban un cine abierto y no discriminatorio.

En 2020, fue nombrada Co-Directora de La Place, el centro cultural Hip Hop en la ciudad de París. De raza es su primer libro traducido al castellano. Fue publicado en Francia el IO de marzo de 2021 por Éditions de l'Observatoire y recibió el Premio al Libro Político de 2021.

Página de legales

Khan, Rachel / De raza / Rachel Khan. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : EGodot Argentina, 2021. Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online Traducción de: Salomé Landívar. ISBN 978-987-8413-96-9

1. Racismo. I. Landívar, Salomé,trad. II. Título.

CDD 305

ISBN edición impresa: 978-987-8413-96-9

© Éditions de l’Observatoire / Humensis, Racée, 2021

Cet ouvrage a bénéficié du soutien des Programmes d’aide à la publication de l’Institut français. / Esta obra cuenta con el apoyo de los Programas de ayuda a la publicación del Institut français.

Título originalRacée

Traducción Salomé LandívarCorrección Federico Juega SicardiIlustración de Rachel Khan Max AmiciDiseño de tapa Martín BoDiseño de interiores Víctor Malumián

© Ediciones Godotwww.edicionesgodot.com.ar [email protected]/EdicionesGodotTwitter.com/EdicionesGodotInstagram.com/EdicionesGodotYouTube.com/EdicionesGodot

Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República Argentina, 2022.

De raza

Rachel Khan

TraducciónSalomé Landívar

Índice

INTRODUCCIÓN

En nombre de todas nuestras palabras

¡Oh, razas, oh, esperanzas!

¿Igualdad a toda costa?

La parte del gueto

Entre los males de un clima que está cambiando y las palabras de un clima tóxico

La identidad es el robo

“El lenguaje que hablás está hecho de palabras que te matan”

CAPÍTULO UNO

1. Las palabras que separan

Souchien

Razado

Afrodescendiente

Interseccionalidad

Minoría

Cupo

Causa

CAPÍTULO DOS

2. Las palabras comodín que no llevan a ninguna parte

Convivencia

Diversidad

Mixidad y no mixidad

Colectivo

CAPÍTULO TRES

3. Las palabras que reparan

Intimidad

Silencio

Invisible

Creación

Deseo

Creolización

Firma

CONCLUSIÓN

La última palabra

AGRADECIMIENTOS

Lista de páginas

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Hitos

Cover

Página de copyright

Página de título

Índice de contenido

Dedicatoria

Epígrafe

Introducción

Capítulo

Conclusión

Agradecimientos

Colofón

Notas al pie

Dedicatoria

A la sombra,

debido al cambio climático.

Epigraph

Soy racista porque desde hace tiempo toda su maldita especie humana me sale por el culo, así sean amarillos, verdes, azules o chocolate.R

OMAIN

G

ARY

,

Perro blanco

Vivimos en un mundo donde el funeral importa más que el muerto, la boda más que el amor, el físico más que el intelecto. Vivimos en la cultura del envase, que desprecia el contenido. E

DUARDO

G

ALEANO

INTRODUCCIÓN

En nombre de todas nuestras palabras

¡OH, RAZAS, OH, ESPERANZAS!1

SOY DE RAZA.

Eso es todo.

Y esto no es así porque, como lo define el diccionario Le Petit Robert, tenga cualidades propias a mi pedigrí o porque mi elegancia natural me haya dado, de hecho, un porte altivo. No. Soy de raza porque llevo dentro de mí varias raíces que algunos confunden con razas. Como un arlequín por sus colores o un algodón de azúcar por su dulzura, yo soy de raza por un exceso de razas.

Mujer europea y africana a la vez, binacional, francesa y gambiana, judía con orígenes cristianos y musulmanes, animista antes de la islamización de África Occidental, blanca y negra, hoy quiero mostrar todas mis cartas: me siento cómoda con mi piel. Y menos mal, ya que si fuera racista, con todas esas “razas” dentro de mí, me resultaría inevitable odiarme a mí misma.

Como dice Romain Gary, “todos somos una adición”2. Esta frase, en sintonía con mis preguntas de adolescente, me abrió tanto a la totalidad de la obra del autor como a mí misma3. En Mimos, La vida ante sí, La promesa del alba, Las raíces del cielo y Perro blanco, así como también en Pseudo y La danse de Gengis Cohn, me encontré con el amor por Francia y por África a la vez, con la oscura historia europea y el “sueño” americano. Romain Gary supo arrojar una luz singular y esencial a mi construcción. Al dar siempre un paso al costado riéndose de sí mismo sobre temas considerados sensibles, al señalar nuestras errancias, nuestras incoherencias, las injusticias que sufrimos o iniciamos para recrear de manera obsesiva un vínculo entre nosotros, al cuestionar incesantemente la noción de identidad como libertad en lugar de como encierro, aportó una dimensión mayor tanto a la literatura como al pensamiento. Por lo tanto, en una época en la que las crispaciones identitarias se intensifican, en la que las oposiciones entre los géneros se refuerzan, me resulta absolutamente necesario volver a él, como a una primera pertenencia.

Somos una adición, ecuaciones con varias incógnitas, provenientes de diferentes orígenes, cuya mezcla es necesaria para la procreación. Yo nací negra y judía, es así, pero en Francia esa suma es una contradicción.

Aunque son el reflejo de la mutación internacional, mis células mezcladas parecen fuera de lugar. Es todo lo que importa con las personas de raza, ya sean hombres o mujeres. Me doy cuenta, en efecto, de que ese mundo entero que puede hallarse en nosotros, en mí, en realidad es muy menospreciado. En consecuencia, para acallar toda forma de complejidad, o de potencial unión de los “contrarios”, prefieren ubicarme en el casillero de la “diversidad”.

¡Y así estoy, encasillada, como el tío Tom!4. De raza, pero encasillada. No obstante, como afro-ídish, no soy de la diversidad, llevo la diversidad en mí. Pequeño matiz.

Y, además, ¡les aseguro que se puede vivir con esa mezcla! Incluso hay que hacerla vivir, dándole cuerpo. Bailarina y atleta, rapera y jurista, consejera política y actriz, codirectora de un centro cultural pero de hip-hop: esta última contradicción no es tal, o al menos lo es solo a los ojos de un público estrecho de miras. En un camino locamente desconocido, hecho a partir de la atracción de los contrarios, convertí mi adición en una adicción.

El pasatiempo favorito del mutante es experimentar el gran salto, en la continuidad de sus raíces dispersas. Se adapta a todas las disciplinas, a todos los medios, incluso a los más hostiles. ¿Se trata, quizá, de un modo de supervivencia inconsciente? ¿De una plasticidad vital? ¿De una supervivencia por medio de la metamorfosis? Como el camaleón, el mutante halla su singularidad en la no pertenencia. Saber recuperarse, cambiar sin desaparecer, escuchar sin perder la voz, hacer camino al andar… Con sus mutaciones, el mutante hace que el propio mundo se mueva.

Mis raíces son herencia y origen: miran hacia el futuro, pero nacieron de los traumas de una historia hecha de pérdidas y humillaciones, como si las peores atrocidades de la humanidad, que no son un secreto para nadie (Shoah, esclavitud y dominación colonial), latieran en mis venas todo el tiempo. Con un pedigrí así, no queda otra opción que celebrar la existencia. Lejos del mortífero esencialismo, un ADN heterogéneo es una genética en movimiento.

Así fue como a los veinte años, al igual que Romain Gary, “descubría que era mundial, que tenía una responsabilidad ilimitada”5 a escala global, y me sumergí en el derecho internacional, pero no en cualquiera, por favor: en los derechos fundamentales. Todavía hoy, pensar la libertad, la justicia, la reparación de las víctimas, la fraternidad y los medios para aplicarlas es mi única preocupación en un mundo amnésico.

¿Igualdad a toda costa?

En 2018, con el libro Noire n’est pas mon métier [Ser negra no es mi profesión], escrito por dieciséis actrices, queríamos decir que el cine no podía seguir replegándose en una falsa imagen de Francia ni propagar estereotipos peligrosos que limitaban a las negras a los papeles de gacela, niñera o puta indocumentada. Queríamos decir que las artistas francesas negras no podían quedar fuera de la creación, que se entregaban al arte de su talento para convertirlo en una palanca de una potencia inédita contra toda forma de repliegue. En un contexto identitario cada día más tenso, se hacía urgente ofrecer a nuestras pantallas los rostros que se merecían. Los tiempos han cambiado, a las palabras se las lleva el tiempo…

Ese libro era necesario, entonces, para recordar, casi a la manera de Annie Girardot, que, aunque el cine no nos extrañaba necesariamente, nosotras sí extrañábamos el cine, “locamente, perdidamente, dolorosamente”.

El 25 de enero de 2018, día de mi cumpleaños, consciente de no tener acceso total a la profesión de actriz debido a mi color de piel, escribí estas palabras: “Ser negra no es mi profesión, ser negra tampoco es un papel”. Convertirse en actriz es trabajar con la perseverancia, el valor, el amor por transmitir una historia al prójimo, es entregar emociones universales y enterradas, es, por último, una necesidad de perfección sujeta a una imagen que se ofrece a todos.

Ahora bien, cuando se es negra o mestiza, la profesión, inevitablemente, toma un giro histórico, político y social. ¿Cómo podemos imaginar que, si en las películas las mujeres negras tienen papeles de negras, en la vida “real” pasa otra cosa? Algunas rentistas del racismo se sirven de esta situación para lucrar en los estudios televisivos, hablando en calidad de negras sobre temas dedicados a los negros. Como si ser negra fuera una virtud en sí misma. Volveremos sobre ese identitarismo adulador.

Estaba feliz con esta obra colectiva que, sin victimización ni sermones, revelaba el lado oscuro de la penumbra de los cines para sacar a la luz un malestar.

Con la frente en alto, las dieciséis subimos las escaleras de Cannes para recordar que nosotras también formábamos parte de la industria del cine, de esa profesión tan singular, hecha de exigencias y pasiones, de trabajo sin descanso, de búsquedas únicas y de un rechazo a los términos medios. Fue un éxito. El rojo y el negro estaban hechos el uno para el otro.

Era hora de decirlo, con textos, imágenes y vestidos Balmain, era hora de sublimar esos cincuenta tonos de negro, de romper las barreras mentales, de que el cine dejara finalmente de ser en blanco y blanco. Creo en esa urgencia. “Emancipate yourself from mental slavery”, recomienda Bob Marley6, en un mensaje que elijo pensar que dirige en realidad a todo el mundo, y no solo a quienes se le parecen.

Causamos revuelo, hicimos ruido, y nuestros “signos clínicos de pertenencia” nos volvieron “presa de una visibilidad sorprendente”7. Luego, tuvimos que bajar las escaleras de nuevo. Se formó un colectivo llamado DiasporAct, en referencia a la diáspora, para continuar “la lucha” en pos de una sociedad posracial. Sumergida en esta acción por la justicia, la igualdad y la libertad, que afianzábamos en las redes y otros medios, creía que realmente podía sentirme yo misma con mis compañeras y aportar a esa asociación de mujeres reflexiones personales, desfasadas a veces, desde luego, por ser de raza, pero útiles. Sin embargo, extrañamente, ya no volvimos a hablar de nuestra profesión, de nuestros castings, de los guiones o de la creación.

Progresivamente, me hicieron sentir que estaba fuera de lugar, quizá a raíz de un humor inapropiado. Yo nunca me animé a decirles que la deportación de mi humor se debía a mis orígenes asquenazíes. Pero no había lugar para bromas. También allí, una vez más, había que mantenerse dentro del carril, decir ciertas palabras, hablar en nombre del colectivo y, sobre todo, nunca tomar posición en contra de un hombre negro o de una mujer negra, a riesgo de debilitar “la causa”.

Entonces, entendí que “lo que les interesaba no era yo sino mi color”8. Cuanto más pasaban los meses, más malentendidos surgían, orquestados por sordas, contrarias al diálogo, sin escucha, en nombre del famoso colectivo. A mí me hubiera gustado decirles que “yo también soy una obra colectiva hecha de muchas generaciones que me han dado una mano”9, que procede de un montón de continentes diferentes, y que yo también quiero “reapropiar[me] de mi relato”, que es plural. Pero habrían pensado que me burlaba de ellas. Big Sister is watching you! Las negras son susceptibles, lo sé por mi padre. En Twitter, tenía que cerrar el pico frente a los indigènes10 y otros racistas que se autoproclaman “razados”11 para ser intocables.

En un universo que equilibra el egoísmo con la buena conciencia, el primero es claramente menos totalitario que la segunda. Cada vez que me expresaba, era culpable de pactar con el enemigo, de debilitar una igualdad en construcción. Una cosa es reclamar la libertad y otra totalmente distinta es comportarse como una mujer libre. Así que, paradójicamente, en nombre de la visibilidad de las minorías, yo debía borrarme. Por ser “de raza” en lugar de “razada”, no tenía lugar en ese mundo que me deseaba tanto bien.

Entonces hubo una gran confusión. No me gustan las palabras (ni las tribus) homogéneas. Y lo que mis compañeras no podían saber a primera vista era que, muy lógicamente, mi “safe space”12 es una zona de mezcla, y no de exclusión13.

Tenía ganas de decirles que era importante respetar el derecho de las minorías, o que era contradictorio defenderlas a la vez que se las suprimía en el seno de nuestro grupo, pero no tuve tiempo de hacerlo. No habría llegado a nada. Romain Gary (Émile Ajar) precisa: “A menos que simules, te declararán antisocial, inadaptado o perturbado”14. Por primera vez, no escuché a Gary. Me equivoqué.

Ese momento de tensión me sumergió en la infancia. Pensaba en Yoram Bar-David, aquel viejo profesor de alemán que, todos los viernes, me llevaba a la schule15. Recuerdo que estudiaba la relación entre Kafka y Camara Laye16. Con apenas ocho años, me resultaba un verdadero enigma. Recién ahora, algunos años después de su muerte, entiendo lo que estaba en juego en sus investigaciones. En la dialéctica entre sus dos autores preferidos, lo que Yoram buscaba, obsesivamente, era saber si el camino para la realización personal se encontraba en la pertenencia o en la separación.

De esa experiencia militante con Noire n’est pas mon métier solo queda una pregunta17: ¿solidaridad o soledad?

LA PARTE DEL GUETO

El contexto en el que nos encontramos, hecho de runrún mediático, de imposturas identitarias, en el que reinan mediáticamente luchadores sin profesión, infla el ego.

Para quedarse con el trozo más grande de la torta victimista, valiéndose de los barrios pobres, quieren que nos concentremos dentro de la cerca que han instalado para nosotros. Aquí, la existencia prima sobre la coexistencia. Y la pertinencia solo se apoya en la audiencia. Acuden como locos a los estudios televisivos con el único objetivo de hablar sobre temas identitarios y de difundir palabras detestables, falsos golpes de efecto, que ocultan el deseo de confrontar y la ausencia de trabajo.

¿Cómo se le puede responder a Rokhaya Diallo, cuando explica doctamente que los jóvenes negros no pueden identificarse con nadie porque no hay suficientes negros en la televisión? ¿Cómo se puede aceptar semejante afrenta? Ninguno de mis padres tiene el mismo color que yo, ya que una es muy blanca y el otro es muy negro. Ahora bien, es justamente porque me identifico con ellos, que hacen de su diferencia una riqueza y miran juntos hacia el futuro, que cada día, como diría Sócrates, me diferencio de mí misma. ¿Cómo callarse cuando una pirómana simplifica el mundo y le lava el cerebro a una juventud de raza, que está esperando un discurso que sea por fin responsable?

¿Qué puedo hacer yo? No elijo el camino más fácil. Lo homogéneo me molesta. Y el cacareo rencoroso me da piel de gallina. Bajo el pretexto de la justicia y la igualdad, la principal ambición es la división a toda costa, difundida por Twitter y que prospera en la discordia, para generar choque y audiencia. Definitivamente, la estupidez no entiende de cupos.

En realidad, en la instantaneidad de las redes, el runrún mediático no es más que la impaciencia de los vagos que, paradójicamente, sacan provecho de los dramas de la memoria colectiva.

Libertad, querida libertad, en la que el derecho a no estar de acuerdo está prohibido y el diálogo es imposible, a riesgo de ser considerado un acosador, un reaccionario, una “negra de casa”18 o, mejor aún, un chocolate Bounty, negro por fuera y blanco por dentro.

“Algunos son culpables por lo que son y otros, inocentes, hagan lo que hagan”, explica muy acertadamente la rabina Delphine Horvilleur19. Así, cuando un hombre blanco, en una Université d’Été du Féminisme [Universidad de verano del feminismo]20, señala que es necesario que las reuniones sean mixtas, desata un psicodrama. Ahora bien, cuando al día siguiente yo sostengo el mismo discurso en el mismo escenario, me ovacionan. No por lo que dije, sino por lo que mostré: a una mujer negra por fuera y, en el escenario, una “razada”, por lo tanto, una inocente y una víctima, a la que los dramas de los que da cuenta su piel la eximen de ser responsable de lo que dice.

La aparición de estas nuevas palabras impide profundamente avanzar, ya que excusan todo. Cuando la secretaria de Estado para la Igualdad de Género, Marlène Schiappa, lucha contra el acoso callejero, la asociación feminista Lallab21 expone ocho razones22 para oponerse a su penalización en el caso de los hombres “razados”, continuando con esa impunidad racial.

¿Qué puedo hacer yo? Llevo a los otros en mi piel.

ENTRE LOS MALES DE UN CLIMA QUE ESTÁ CAMBIANDO Y LAS PALABRAS DE UN CLIMA TÓXICO

Nos encontramos en una situación en la que el empequeñecimiento del mundo, en lugar de incentivar la apertura, reduce drásticamente el pensamiento.

Junto a nuestros gifs, nuestros tuits de 280 caracteres y nuestros emoticones, tenemos palabras que se agrupan y participan en un modo de comunicación trivializado y marcado por una extraña violencia. El empobrecimiento del lenguaje, la reducción del campo léxico y la disminución del vocabulario impactan en la construcción de un pensamiento complejo, matizado, con múltiples sutilezas.

Cuanto más pobre es el lenguaje, menos pensamiento existe y más las incomprensiones engendran odio. Algunos estudios han demostrado que la incapacidad para poner las emociones en palabras provoca las peores tensiones.

Las palabras modelan la mente, que a su vez determina nuestra visión del mundo, nuestra relación con este último y con los demás.

No usar un lenguaje claro o nombrar mal un objeto es condenarse a aumentar las desgracias del mundo.

Ahora bien, en la actualidad, como escribía Gary en 1976, “a veces tengo la impresión de que vivimos en una película doblada, en la que todo el mundo mueve los labios pero el movimiento no se corresponde con las palabras. Todos estamos postsincronizados, y a veces está muy bien hecho, parece natural”23.

Estamos sumergidos en el sentido único de las ideas sin matices, en un pensamiento con una sola dirección, en el sinsentido de imágenes listas para usar y de posicionamientos desorientados que hablan de la pérdida de referencias, a pesar de los gps incorporados a los teléfonos inteligentes que sostenemos en nuestras manos.

En las manos de mi padre, hay diccionarios y silencios. Colecciona libros gordos en los que siempre hay palabras verdaderas portadoras de diálogo y sentido. Los silencios se han posado en su línea de la vida para equilibrar las palabras, pero también por delicadeza, para dar lugar al pudor. Es otra generación. En cambio, hoy, nos callamos a causa de esas palabras sin sustancia y confusas. La culpabilidad que inspiran nos vuelve incapaces de decir lo que pensamos. Mal armados, mal amados, las palabras nos hacen mal.

Entonces, como mucha gente desde hace tiempo, me trago palabras sin decir nada, casi como si fuera “un perro que quiere a todo el mundo, lo que hace pensar que carece de lealtad”24.

Por ejemplo, “razado/a” o “afrodescendiente” me hielan la sangre. No obstante, son términos que he tenido que tragarme, al punto de convertirme en una “tragasapos”25, con una escritura falsamente inclusiva pero tan excluyente, mis querido/as amigo/as, que no encontró otra solución para promover la igualdad entre hombres y mujeres que el punto final, impidiendo la discusión26