Deconstrucción - David J. Gunkel - E-Book

Deconstrucción E-Book

David J. Gunkel

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Beschreibung

El término Deconstrucción nos es familiar, quizá demasiado. Corremos a comprar la última chaqueta o bolso deconstruido que ha sacado una marca para asistir a actos en edificios históricos recién rehabilitados según una estética arquitectónica deconstructivista donde disfrutamos de ensaladas deconstruidas mientras debatimos los puntos más sensibles del plan del gobierno de turno para deconstruir uno u otro aspecto del sobredimensionado Estado del bienestar. Pese a la proliferación aparentemente desenfrenada del término en el habla cotidiana, la Deconstrucción sigue siendo un significante enigmático. Todos conocemos a medias o por lo menos creemos tener una noción aproximada de lo que designa la palabra. Hablamos de «falologocentrismo» o escuchamos propuestas que pretenden revocar el binarismo de género. Pero ¿qué significa realmente? Este libro expone de forma clara la terminología, el concepto y las prácticas de la Deconstrucción y ofrece una presentación del material que es, a la vez, accesible, concisa y fácil de utilizar. No lo hace con el simple objetivo de corregir los malentendidos y usos erróneos del término, sino para brindar a estudiantes, investigadores, docentes, activistas y personas de mente curiosa un potente juego de herramientas conceptuales para pensar e intervenir de forma diferente en el mundo.

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Título original: Deconstruction

© 2021, Massachusetts Institute of Technology

Original English language edition published by The MIT Press.

© De la traducción: Albert Fuentes

© Editorial Melusina, s.l.

www.melusina.com

Reservados todos los derechos de esta edición

Edición digital: septiembre 2022

Diseño de cubierta: Araceli Segura

isbn digital: 978-84-18403-60-6

Contenido

Prólogo

Introducción

El lado negativo de las cosas

Deconstruir la deconstrucción

Pongamos por caso

Consecuencias y riesgos

Glosario

Bibliografía

Lecturas complementarias

En memoria de mi amigo y colega Ciro Marcondes Filho

Prólogo

Llevo enfrascado en la deconstrucción desde los inicios de mi trayectoria profesional. Alcancé la madurez en términos académicos a finales del siglo xx. Durante esos años, la deconstrucción levantó polvareda en un amplio abanico de campos y disciplinas académicos, y tuve la oportunidad única de estudiar y trabajar con varios de los principales innovadores en filosofía y deconstrucción: John Sallis de la Universidad Loyola de Chicago, y David Farrell Krell y Michael Naas de la Universidad DePaul. También tuve la gran fortuna de conocer y conversar con Jacques Derrida en dos ocasiones. La primera fue con motivo de un congreso que John Sallis organizó para conmemorar el centenario del nacimiento de Martin Heidegger. Los actos se celebraron en la Universidad Loyola de Chicago, entre el 21 y el 24 de septiembre de 1989. La segunda tuvo lugar durante el coloquio «Das Unheimliche: Philosophy, Architecture, The City», organizado por David Farrell Krell en la Universidad DePaul, los días 26 y 27 de abril de 1991.

Mi labor investigadora se ha centrado en desarrollar el equivalente de un api (Interfaz de Programación de Aplicaciones) entre la deconstrucción y la filosofía de la tecnología. Empecé la investigación buscando puntos de contacto con la arquitectura y colaborando con uno de los arquitectos que participaron en el coloquio de la Universidad DePaul: Ben Nicholson, a la sazón adjunto al Instituto de Tecnología de Illinois. Esas interacciones se tradujeron en varias publicaciones, exposiciones en museos y un film documental sobre el bombardero B-52, producido y dirigido por Hartmut Bitomsky.

Poco después, empecé a hilvanar las técnicas de la deconstrucción con las tecnologías de las información y la comunicación (tic), sirviéndome de lo que había aprendido de Derrida y otros autores para acometer una deconstrucción de internet, los mundos virtuales, los ordenadores y la inteligencia artificial. Sin embargo, descubrí un escollo insalvable para el éxito de mi empresa. Al margen de la muy reducida comunidad de filósofos universitarios con los que colaboraba, muy pocas personas sabían lo que era la deconstrucción o, peor si cabe, se habían formado una idea equivocada de lo que debía ser a partir de las tergiversaciones que abundaban (para bien o para mal) tanto en el mundo académico como en los medios de masas. A fin de abordar este problema, incluí en mi primer libro —Hacking Cyberspace (2001)— un apéndice con el título bastante torpe de «Deconstruction for Dummies» («Deconstrucción para tontos»). Y desde ese primera monografía, en cada uno de los libros que he publicado me ha parecido oportuno actualizar, revisar y/o reiterar esa explicación básica de una forma u otra.

El presente libro es el fruto de un cuarto de siglo de esfuerzos para encontrarle el sentido a la deconstrucción y hacerlo de tal modo que permita abordar directamente las oportunidades y los retos del siglo xxi. Se aprovecha de los éxitos y los sinsabores de esos breviarios anteriores y ofrece una presentación del material que es, a un tiempo, accesible, concisa y fácil de utilizar. Deconstrucción se ha pensado con el objetivo de que los lectores puedan ponerse a tono de forma rápida y eficaz, proporcionando tanto a legos como a especialistas una versión concisa y accesible de las ideas fundamentales. Lo que conocemos con el nombre de «deconstrucción» se ha granjeado la desdichada fama de ser una materia abstrusa para intelectuales aficionados a mirarse el ombligo en lo alto de sus torres de marfil. Este libro se propone deconstruir esa imagen y bajarla de las nubes.

La estrategia concreta para abordar el material que presento en estas páginas recoge décadas de comunicaciones y conversaciones con individuos y comunidades que han dejado una profunda huella tanto en mi vida como en mi trabajo. No me será posible nombrarlos a todos. Pero hay una persona en concreto a la que debo identificar explícitamente, mi mujer, Ann Hetzel Gunkel, que ha sido mi leal compañera e interlocutora para todos estos temas desde antes de empezar yo mis estudios de posgrado. Este libro no habría sido posible sin su amor, apoyo y maravillosas intuiciones en todos los frentes, sean académicos o no.

Por último, la escritura del libro tuvo lugar, y encontró su lugar, durante el periodo de confinamiento que fue impuesto en el mundo en respuesta a la pandemia de la covid-19 en los primeros meses de 2020. En la serie numerada de títulos que llevan mi nombre, este es mi decimotercer libro, un número que algunos consideran que trae mala suerte. Y a veces me pareció —enfrentado a la incertidumbre y a la falta de información sobre el virus y sus consecuencias— que al libro le acompañaba la desdicha. Ahora, cuando escribo este prólogo, todo ello sigue siendo indecidible. Pero así es la vida. Y, como pronto veremos en las páginas que siguen, así también es la deconstrucción.

Introducción

La deconstrucción, la palabra por lo menos, nos es familiar, quizá demasiado. Corremos a comprar la última chaqueta o bolso deconstruido que ha sacado una marca para asistir a actos en edificios históricos recién rehabilitados según una estética arquitectónica deconstructivista donde disfrutamos de ensaladas deconstruidas mientras debatimos los puntos más sensibles del plan del gobierno de turno para deconstruir uno u otro aspecto del sobredimensionado Estado del bienestar. Pese a la proliferación aparentemente desenfrenada del término en el habla cotidiana, «deconstrucción» sigue siendo un significante resbaladizo, un referente vacío. Todos conocemos a medias o por lo menos creemos tener una idea aproximada de lo que indica la palabra. Y sin embargo, si le pides a alguien que te lo explique, lo que sueles recibir a cambio es una demostración trilera bastante confusa, un birlibirloque de palabras en virtud del cual «deconstrucción» se relaciona superficialmente con otros conceptos como «desmontaje», «destrucción», «ingeniería inversa» o «el acto de desarmar algo».1

Pese a la amplia circulación de estos (mal)entendidos, el término «deconstrucción» no indica nada negativo. Lo que significa no es un simple sinónimo de destrucción ni tampoco lo contrario de construcción. Como señaló Jacques Derrida, el creador del neologismo y progenitor del concepto, en el «Postfacio» de Limited Inc: «La “de-” de deconstrucción no significa la demolición de lo que se construye, sino el anuncio de lo que queda por pensar mas allá del esquema constructivista o destructivo».2 Por eso, la deconstrucción es algo completamente distinto de lo que se suele entender y enmarcar mediante la oposición conceptual definida por los términos «construcción» y «destrucción». De hecho, para expresarlo de forma esquemática, la deconstrucción consiste en una especie de estrategia general con la que intervenir en esta y todas las demás oposiciones lógicas y dicotomías conceptuales que han organizado y continúan organizando el modo en que pensamos y hablamos.

Pero citar a Derrida e invocarlo como argumento de autoridad no aclara necesariamente las cosas. Además de reconocérsele ser «el padre de la deconstrucción»3 (algo que cuestionaremos y analizaremos a fondo en las páginas que siguen), lo único que la mayoría de gente sabe o por lo menos ha oído acerca de Derrida es que escribía cosas sumamente difíciles, cuando no imposibles, de leer. Esta fama de ser ilegible está muy extendida y parece ineludible. Tomemos, por ejemplo, el siguiente comentario de Christopher Orlet sobre Derrida que fue publicado en The American Spectator el 15 de octubre de 2004: «Si las obras de Derrida no cuentan con muchos lectores, ello se debe a su estilo denso, que las vuelve prácticamente ilegibles. ... Después de un primer asalto con Derrida, uno vuelve a su rincón del cuadrilátero con las piernas tambaleantes y una buena tunda encima, listo para arrojar la toalla. ¿Qué demonios intenta decir ese hombre, y por qué diablos no lo suelta de una vez y pasa a otra cosa?».4

Descartar sin más trámite a Derrida y sus textos tildándolos de ilegibles es la forma más segura de no entender nada de la deconstrucción. Pero tampoco deberíamos engañarnos a nosotros mismos o fingir. Leer a Derrida es difícil —a veces en extremo difícil—, aunque hacerlo es una inversión que dará dividendos y el esfuerzo valdrá sobradamente la pena. Dicho de otro modo, los textos de Derrida no ceden inmediatamente al esfuerzo de la lectura. El texto parece ideado ex profeso para resistirse al lector. Aunque ello puede parecer una estrategia estúpida, o por lo menos un descuido desafortunado, en un autor que desee comunicar cierto contenido a su público, existen motivos fundados para ellos. A saber: pone en cuestión y problematiza las premisas inveteradas acerca de la lectura y la producción de sentido que con demasiada frecuencia damos por sabidas y no sometemos de forma explícita a la reflexión y el análisis críticos. Así pues, leer una obra sobre la deconstrucción también implica, y ha de serlo necesariamente, una deconstrucción de la lectura.

Este libro expone de forma separada la terminología, el concepto y las prácticas de la deconstrucción. No lo hace con el simple objetivo de corregir los malentendidos y usos erróneos del término, sino para brindar a estudiantes, investigadores, docentes, activistas y personas de mente curiosa un potente juego de herramientas conceptuales para pensar e intervenir de forma diferente en el mundo. Como la deconstrucción identifica una suerte de estrategia general para poner en entredicho las estructuras conceptuales imperantes y pensar fuera de los senderos trillados que nos ofrecen las formaciones lógicas existentes, dota a las personas de una especie de superpoder para abordar y replantearse todos los aspectos de la vida contemporánea, desde las cuestiones relativas a la identidad personal hasta los retos derivados de la degradación del medioambiente y el cambio climático global, desde debates que abarcan todo el espectro político hasta las oportunidades y desafíos que plantean los nuevos sistemas tecnológicos emergentes. El objetivo de este libro es, por tanto, procurar a los lectores los rudimentos necesarios para comprender qué es la deconstrucción, en qué puede sernos útil, y de qué manera podemos ponerla en funcionamiento en un amplio abanico de campos, disciplinas y contextos.

Esta exposición se divide en cuatro capítulos. Empezaremos en el segundo, pasándonos al «Lado negativo de las cosas». Es decir, abriremos la investigación definiendo qué no es la deconstrucción y con qué no deberíamos confundirla. Empezar de esta forma es un procedimiento normalizado de trabajo (pnt), ya que a menudo definimos algo que nos resulta desconocido diferenciándolo de cosas que sí conocemos y nos son más familiares. Sin embargo, una definición negativa, aun siendo necesaria para romper el hielo, nunca es suficiente por sí misma. Por ello, los capítulos 3 y 4 proponen una formulación más pormenorizada. En el tercero, se desarrolla una descripción abstracta y esquemática que se deriva de los resultados que obtuvo el propio Derrida a partir de su reflexión sobre los procedimientos, protocolos y procesos de la deconstrucción. Este diagrama esquemático se actualiza en el capítulo 4 examinando cuatro ejemplos o casos en los que la deconstrucción tiene cabida o ha tenido lugar. Ofrecer un esquema abstracto y acompañarlo de casos y ejemplos concretos es, de nuevo, un pnt habitual en esta clase de empeño. Sin embargo, también pone en movimiento un conjunto de diferencias conceptuales (a saber: abstracto/particular, general/específico) que la deconstrucción deconstruye. Por tanto, será preciso prestar atención desde el principio a este tirabuzón performativo en virtud del cual lo que uno termina diciendo sobre la deconstrucción ya es implicado y complicado por la deconstrucción. Finalmente, en el capítulo 5 concluiremos con un análisis coste-beneficio. La deconstrucción sirve para muchas cosas y puede ayudarnos en muchos ámbitos, pero también acarrea costes que es preciso identificar explícitamente para saber afrontarlos. Como un nuevo tratamiento milagroso, la deconstrucción, además de beneficios, tiene efectos secundarios. En el capítulo 5 se ofrece un examen detallado de ambos.

1. Cabe señalar que se trata de un problema habitual. Por ejemplo, en el «Libro xi» de las Confesiones,San Agustín abre su análisis sobre el concepto del tiempo con el siguiente comentario: «Sé bien lo que es, si no se me pregunta. Pero cuando quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé» (Confesiones, trad. de Pedro Rodríguez de Santidrián, Madrid: Alianza, 2011, pp. 325-326). Quedar sumido en la perplejidad no es necesariamente malo. De hecho, como han confesado varios filósofos desde Aristóteles hasta Heidegger, esa perplejidad constituye el motivo y la fuerza que impulsan cualquier tipo de investigación reflexiva.

2. Jacques Derrida, «Postfacio», en Limited Inc, trad. de Javier Pavez (Santiago de Chile: Pólvora Editorial, 2018), p. 306.

3. Esta expresión —«padre de la deconstrucción»— tiene una amplia circulación en publicaciones tanto divulgativas como académicas: Mark Goldblatt, «Derrida, Derrida, Etc», National Review, 16 de enero de 2003, https://www.nationalreview.com/2003/01/derrida-derrida-etc-mark-goldblatt/; Jonathan Kandell, «Jacques Derrida, Abstruse Theorist, Dies at 74», New York Times, 10 de octubre de 2004, https://www.nytimes.com/2004/10/10/obituaries/jacques-derrida-abstruse-theorist-dies-at-74.html; Hillary Putnam, Cómo renovar la filosofía, trad. de Carlos Laguna Piorno (Madrid: Cátedra, 1994); Vincent B. Leitch, Literary Criticism in the 21st Century: Theory Renaissance (Nueva York: Bloomsbury, 2014).

4. Christopher Orlet, «Derrida’s Bluff», The American Spectator, 15 de octubre de 2004, https://spectator.org/49462_derridas-bluff/.

El lado negativo de las cosas

Dar una definición de la deconstrucción es una tarea difícil, cuando no infinitamente desesperante. Por ello, este capítulo será abrumadoramente negativo y reunirá argumentos con los que se procurará verbalizar qué no es la deconstrucción o con qué no deberíamos confundirla. Empezar de esta forma presenta ventajas e inconvenientes. Por un lado, la definición de algo —una palabra, un tecnicismo, un concepto— a menudo arranca indicando lo que no es y trazando distinciones entre ese algo y otras cosas que son diferentes. Por otro, intentar definir o por lo menos caracterizar algo describiendo lo que no es no solo resulta un ejercicio insatisfactorio —como jugar a las veinte preguntas y que todas las respuestas sean «no»—, sino también de escaso peso o trascendencia. Si afirmamos que «la deconstrucción no es un color», esa proposición, aun siendo irrefutable, no nos ofrece prácticamente nada en términos de contenido.

Lo interesante aquí, sobre todo para el tema que nos ocupa, es que esta tensión entre (1) las exigencias discursivas de la definición negativa (a saber: explicar a alguien lo que es algo informándole primero de lo que no es) y (2) el hecho de que esas caracterizaciones resulten más bien vacías y ofrezcan muy poco en términos de información aprovechable, constituye en sí misma el tipo de problema lógico que la deconstrucción, tal y como se ha formulado específicamente, ha de abordar y resolver. En consecuencia, empezar por el lado negativo de las cosas resulta inevitable y (al mismo tiempo) no está exento de problemas. Pero hacerlo de entrada ya nos dice algo —o quizá, mejor expresado, ya nos muestra algo— sobre la deconstrucción que, de otro modo, no podría formularse o describirse explícitamente. En otras palabras, se trata de un primer paso necesario pero no suficiente.

derrida no es el «padre de la deconstrucción»

La palabra «deconstrucción» se relaciona habitualmente con la obra del filósofo francés Jacques Derrida (1930-2004), a quien se ha llamado con frecuencia «el padre de la deconstrucción». Sin embargo, la deconstrucción se resiste a esta identificación paterna. El término —ya en su principio y en su momento de origen— excede las acciones determinantes, el saber y/o el control de su padre putativo. En realidad, la «deconstrucción» aparece en un momento particular y se le impone a esa persona en concreto a quien luego, retroactivamente, se le atribuye erróneamente haber desarrollado y puesto en circulación el término.

Derrida trató de dejar constancia de ello —dando respuesta, en efecto, al hecho de que no podía arrogarse la responsabilidad paterna del término— en un breve texto que escribió originalmente para ayudar a la labor de traducción de «deconstrucción» al japonés. Demos la palabra a Derrida: «Cuando elegí esta palabra, o cuando se me impuso —creo que fue en De la gramatología—, no pensaba yo que se le iba a reconocer un papel tan central en el discurso que por entonces me interesaba. Entre otras cosas, yo deseaba traducir y adaptar a mi propósito los términos heideggerianos Destruktion y Abbau».1

Lo destacable de esa afirmación es que Derrida no se arroga el mérito de inventar, idear o plantear ni la palabra ni el concepto de deconstrucción. No escribe, por ejemplo, «Cuando acuñé o puse en circulación el término deconstrucción», ni «Cuando decidí o resolví llamar a esto deconstrucción», ni cualquier otra afirmación que pudiera atribuir el nacimiento de la palabra o la práctica a un esfuerzo individual o una acción voluntaria. Asistimos, en cambio, a una suerte de pasividad originaria. Aunque Derrida escribe inicialmente «cuando elegí esta palabra», inmediatamente corrige la afirmación, invirtiendo el sentido de la acción y la atribución: «cuando se me impuso». La deconstrucción no casa, por tanto, con los paradigmas habituales de volición, intención autoral y autoridad paterna. Con la deconstrucción, es la propia palabra la que se impone a su autor.

Esta caracterización resulta coherente con el cuestionamiento de la autoridad y la reformulación de la función del autor tal y como se había desarrollado en la obra de teóricos del siglo xx como Roland Barthes y Michel Foucault (este último fue, ya que hablamos de relaciones paternofiliales, uno de los maestros de Derrida). Lejos de ser una suerte de forma platónica eterna, la figura del autor consiste en un constructo social que surge en un momento concreto y con una finalidad concreta, al servicio de un conjunto de intereses también concretos. Y si esta figura tiene un principio, un instante en el tiempo en el que se despliega inicialmente y se la autoriza a ocupar esta posición de autoridad, también ha de tener un fin, un punto en el que esta configuración deje de ser operativa o útil. Como explicó Foucault: «Desde el siglo xviii el autor ha jugado el papel de regulador de la ficción ... . Sin embargo, ... no hay ninguna necesidad de que la función-autor permanezca constante en su forma, en su complejidad o en su existencia. En este momento preciso en el que nuestra sociedad está en proceso de cambio, la función-autor va a desaparecer ...».2 Es esta desaparición y retirada de la que había sido la figura principal de la autoridad literaria la que se anuncia y marca con el título del ensayo aparentemente apocalíptico de Roland Barthes «La muerte del autor».3 Lo que indica esta expresión no es el final de la vida de un individuo en concreto, sino la conclusión y cierre de la figura del autor como autoridad definitiva sobre el texto y de la clase de crítica textual que se había organizado alrededor del modelo de «el hombre y su obra».

La deconstrucción solicita, aprovecha y amplía este cuestionamiento de la supuesta autoridad que se había otorgado al autor (o autora) sobre su obra. El paréntesis en esta frase reviste una importancia crucial. Apunta al hecho de que, por lo menos desde el Fedro de Platón, el autor —la figura de autoridad principal en cualquier cuestión que concierna a las distintas formas de producción textual— se había definido y caracterizado como padre (es decir, como varón en un sistema de género) y que este «hecho» debe ser objeto y tema de deconstrucción. Este desafío al legado y la lógica de lo que Derrida llamaba falogocentrismo ha ejercido una especial influencia, siendo de gran importancia en los feminismos postcoloniales, con teóricas, artistas y escritoras de la talla de Trinh T. Minh-ha, Gayatri Chakravorty Spivak y Donna Haraway. En lo que nos atañe aquí (es decir, el intento de definir y describir las características de la deconstrucción), esta deconstrucción de la autoridad acarrea tres importantes consecuencias:

1. Es el motivo principal de que —aun a pesar de que (aquí y ahora) ya hemos recurrido a «Derrida» y esgrimido su nombre como una especie de figura de autoridad— no podamos ni debamos invocar la autoridad de este autor como poseedor de la última palabra sobre el significado y empleo correcto del término «deconstrucción». La persona supuestamente de referencia y autoridad definitiva en la materia, es decir Derrida, ya problematizó y retiró el propio gesto retórico de hacer un llamamiento a la autoridad, como por ejemplo pronunciarse de forma autorizada en nombre de Derrida.

2. Por ello, cabría decir —y es preciso destacar— que Derrida no es ni el progenitor ni «el padre de la deconstrucción». Sencillamente, es —y así lo entendía y lo explicaba— un lector más que reaccionaba ante los casos o actos de deconstrucción que desde siempre han funcionado y, por tanto, operado excediendo la autoridad de cualquier autor. Reconocerlo plantea, no obstante, importantes preguntas políticas y éticas. Tales preguntas obsesionaron a Derrida a lo largo de toda su carrera y siguen siendo un importante asunto de debate.4

3. Al mismo tiempo, esta dispersión de la autoridad y diseminación de la responsabilidad también abren la veda a lo que más tarde será criticado, por el propio Derrida entre otros muchos, como la domesticación y mercantilización de la deconstrucción en varios ámbitos y proyectos, pero sobre todo en el campo de los estudios literarios en Estados Unidos. Habida cuenta de que Derrida ya había abdicado del trono autoral y renunciado a su autoridad paterna sobre el término «deconstrucción», cualquier persona puede apropiársela (indebidamente), como de hecho ha ocurrido,5 para nombrar todo tipo de cosas distintas. Ello será (como pronto veremos) un arma de doble filo.

la deconstrucción no es negativa

El término «deconstrucción» surge o se impone (y la construcción impersonal es aquí plenamente intencionada) en el transcurso de la labor de traducción y adaptación del tecnicismo heideggeriano Destruktion.6 El término aparece en la ópera magna de Heidegger, Ser y tiempo, publicada en 1927, para identificar lo que habría debido ser la segunda parte del libro. Con la primera —que fue la que escribió y publicó—, pretendía analizar el sentido del ser mediante una interpretación de la existencia humana o Dasein. La segunda, que no se publicó según lo planeado y tan solo quedó esbozada, prometía ser lo que Heidegger llamaba «una Destruktion fenomenológica de la historia de la ontología».7 Pese a las apariencias iniciales, no se trataba (por lo menos, no para Heidegger) de una empresa negativa, como habría podido ser la demolición de la historia de la ontología o un simple derribo de la tradición. Se perseguía que tuviera una trayectoria y un resultado positivos. Para Heidegger, la Destruktion debía desenterrar o rescatar de los sedimentos de la historia de la filosofía «el olvido de la pregunta por el ser», que había sido la condición definidora del pensamiento occidental.

Como el objetivo consistía precisamente en traducir y adaptar el tecnicismo heideggeriano Destruktion, también podemos afirmar que «deconstrucción» no es un término negativo. La palabra no indica un «desarmar», un «des-construir» o un «desensamblar». Pese al extendido y muy popular malentendido, que se ha convertido en una suerte de (mala) praxis institucional, la deconstrucción no es una forma de análisis o crítica destructiva, ni una especie de demolición o desmantelamiento, ni tampoco un proceso de ingeniería inversa. Tal y como recalcó Derrida durante una entrevista radiofónica de 1986 (en la que casi se percibe una nota de exasperación en el tono de su voz): «La deconstrucción, voy a repetirlo, no es demolición ni destrucción».8 Si la deconstrucción fuera una destrucción, entonces sería difícil eludir la conclusión de que lo que nombra es una forma de nihilismo, donde «ya nada sería posible».9 Pero no es ese el caso, explícita e indudablemente.

Sin embargo, el declarar que la deconstrucción no es una negación no significa (en virtud de la forma gramática/lógica de la doble negación) que sea algo positivo, como un modo de construcción o una forma de reconstrucción. «La “de-” de deconstrucción —como dijo Derrida sin rodeos y en más de una ocasión— no significa la demolición de lo que se construye, sino el anuncio de lo que queda por pensar mas allá del esquema constructivista o destructivo».10 La deconstrucción, por tanto, identifica algo completamente distinto de lo que suele entenderse y quedar delimitado por la oposición conceptual entre, por ejemplo, el supuesto término positivo «construcción» y su negación, «destrucción».

Aun así, pese a esta reserva explícita, la deconstrucción ha sido sistemáticamente reabsorbida y comprendida según el esquematismo construcción/destrucción. La práctica de la crítica deconstructiva, como su propio nombre indica, se apropió (indebidamente) del término deconstrucción poniéndolo al servicio de la tarea y el proyecto de la crítica literaria, convirtiendo la deconstrucción, en palabras del propio Derrida, en una «metodología de la lectura y de la interpretación», y permitiendo que fuera «[domesticada] por las instituciones académicas».11 Tal y como explicó con muy mala sangre J. Hillis Miller en el ensayo final del que se considera el manual fundamental de la crítica deconstructiva:

La palabra «deconstrucción» tiene alusiones o implicaciones engañosas. Sugiere algo demasiado externo ... Sugiere la demolición del texto impotente con herramientas diferentes y más fuertes que aquello que se está demoliendo. La palabra «deconstrucción» sugiere que dicha crítica es una actividad que convierte algo unificado de vuelta en fragmentos o partes desvinculadas. Sugiere la imagen de un niño que desarma el reloj de su padre para convertirlo de nueva cuenta en partes inútiles más allá de cualquier reconstitución. Un deconstruccionista no es un parásito sino un parricida; es el hijo malo que demuele más allá de toda esperanza de reparación la maquinaria de la metafísica occidental.12

Gayatri Chakravorty Spivak, traductora de De la grammatologie al inglés, identifica esta apropiación (indebida) institucionalizada como «una paradoja histórica localizada». Según ella misma explica: «La deconstrucción, en el sentido estrecho, domestica la deconstrucción en el sentido amplio. Así es como encaja en la ideología existente en la crítica literaria estadounidense».13 La pregunta acerca de si esta distinción entre un sentido general y un sentido específico