Del amor y otras pasiones - Clara Campoamor - E-Book

Del amor y otras pasiones E-Book

Clara Campoamor

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Este volumen recoge por primera vez los artículos literarios que Clara Campoamor escribió durante su destierro en Buenos Aires. Publicados en la revista Chabela entre 1943 y 1945, estos textos nos descubren a una autora desconocida que recorre, con agudeza crítica, la vida y la obra de los grandes poetas del Siglo de Oro, del Romanticismo o de la lírica novohispana y modernista, o que hace una lectura penetrante de algunos mitos persistentes en la cultura española (los amantes de Teruel, don Juan Tenorio, etc.). También se incluyen dos entrevistas realizadas a la autora en el semanario argentino "Caras y caretas" en las que habla del papel de la mujer en el contexto social, económico, político y religioso.

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DEL AMOR Y OTRAS PASIONES

(artículos literarios)

Clara Campoamor

DEL AMOR Y OTRAS PASIONES

(artículos literarios)

Edición e introducción deBeatriz Ledesma Fernández de Castillejo

CUADERNOS DE OBRA FUNDAMENTAL

Responsable literario: Javier Expósito Lorenzo

Diseño y cuidado de la edición: Armero Ediciones

© Herederos de Clara Campoamor, 2018

© Fundación Banco Santander, 2018

© De la introducción, Beatriz Ledesma Fernández de Castillejo, 2018

ISBN: 978-84-17264-08-6

Reservados todos los derechos. De conformidad con lo dispuesto en el artículo 534-bis del Código Penal vigente, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes reprodujeren o plagiaren, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica fijada en cualquier tipo de soporte sin la preceptiva autorización.

Beatriz Ledesma Fernández de Castillejo

ENTRE COPLAS Y AMORES…

Las páginas que siguen no son, ni más ni menos, que una serie de conversaciones con Clara Campoamor, la más brillante y audaz oradora de cuantas nos ha dado, y arrebatado, con su agitado y tortuoso transcurrir, la España del siglo xx, y que hoy al fin rescatamos de su largo destierro para reunirlas, por primera vez, en el libro que aquí presentamos.

Escritas en la intemperie del exilio, con esa «gracia bajo presión» de la que hablaba Hemingway, no por dispares y amenas son menos profundas ni intensas. Clara Campoamor fue, por sobre todas las cosas, una mujer apasionada. Y ese fervor vital, ese espíritu indómito que la llevó a vivir muchas vidas en una —y a obtener en ella la mayor conquista de la democracia española— se traslada, irremediablemente, casi como una fatalidad, a todo lo que escribe, dice y hace.

En realidad, mi caso es el siguiente: que si bien tengo edad para considerarme entregada al derecho y al castigo de descansar, mi temperamento y mis energías me lo impiden. Salvo trepar las cuestas de esta mansa ciudad [Lausana], que me fastidian a causa de la presión, o de echar a correr por las calles, la verdad es que me encuentro en las mismas disposiciones briosas que cuando tenía treinta años y, si en mi mano estuviera, volvería a fundar asociaciones, dar conferencias, luchar en el foro etcétera, etcétera, todo lo que ha sido mi vida anterior.1

Y es que la esencia de Clara está hecha de pasión. De fuertes dosis de audacia, de tesón y de talento, pero sobre todo de pasión. Esa fue, sin duda alguna, la fuerza motriz que impulsó sus actos y la piedra angular sobre la que edificó una existencia del todo singular, hecha a imagen y semejanza de su propia personalidad.

La raíz de todo ello está en nuestro temperamento, que es hostil a los de cualquier otro nacional, pero al que no podemos sustraernos. Somos pasión, lucha, vitalidad, y aunque todas tres nos hayan resultado perniciosas e inútiles, estamos encadenados a ellas y vivimos mal fuera de su ambiente. […] Quisiera que permanecieras aquí algún tiempo para darte cuenta exacta de la situación y decirme si no merezco ir a un asilo de alienados, pues que tengo la paz y esto me envenena, o si mi rebeldía es lógica y justificada. Cuando me entrego a escribir sobre el pasado y veo cómo ha sido segado a raíz el fruto de tantísimos esfuerzos, una rabia ciega se apodera de mí y no sé qué sería capaz de hacer. Tú, que te has reído siempre de toda ambición, acaso no me comprendas, pero somos hijos o víctimas de nuestro temperamento y nada podemos contra él.2

Luchadora impenitente, en los foros y tribunas madrileños se forjó el carácter aguerrido de esta defensora tenaz de la democracia y de la igualdad. Su palabra, a menudo situada en esa delgada línea que separa lo ingenioso de lo satírico, brota de una mente lúcida y de un corazón que siempre se mantuvo fiel a sí mismo, por encima de las convenciones de su tiempo y de los intereses partidistas.

Hay también las reuniones mensuales de la Sociedad para el Sufragio, y hasta las reuniones de las Soroptimistas, a todo lo cual estoy lógicamente conectada para pasar el rato y hacerme la ilusión de que aún batallo, cosa que no pasa de ser una sombra, porque jamás he visto un carácter menos batallador que el femenino de aquí. Lo que aquí se echa de menos es precisamente eso: nuestro carácter, explosivo, alegre, comunicativo, vitalísimo. Sospecho que para ellos todo eso sea una manifestación flagrante de nuestra mala educación, y es que ellos son o están terriblemente bien educados… Conclusión: ¿es la buena educación un tesoro?3

Todo lector mantiene un diálogo secreto con los escritores que admira. Este diálogo mío con Clara Campoamor viene de lejos: se remonta al momento en que descubrí ese hilo invisible que me liga a ella a través del estrecho vínculo intelectual y afectivo que la unió a mi tío abuelo, el político y erudito cordobés Federico Fernández de Castillejo4, y emprendí, hace ya casi una década, la investigación cuyos frutos hoy presentamos.

Esta conversación —ahora ya nuestra— no ha languidecido desde entonces, y acaso no lo haga nunca, porque si Clara Campoamor tomó el camino del exilio hace más de ochenta años, hoy ha regresado al fin para quedarse, entre coplas y amores, grabada para siempre en nuestra memoria colectiva.

En el popular semanario argentino Caras y Caretas se publicaron en 1931 y 1932 sendas entrevistas a la abogada y política madrileña. La primera fue realizada en Madrid en diciembre de 1931 por José María Salaverría, periodista prolífico y ensayista incisivo, cuando fue aprobado el derecho al voto femenino. Fruto de ese encuentro, verá la luz en Caras y Caretas,el 30 de enero de 1932, una crónica titulada «Unaheroica parlamentaria española. Conversación con Clara Campoamor», en la que encontramos revelaciones casi proféticas como «si la República tuviera que morir por un azar del destino, no sería por las manos de la mujer. Y porque confío profundamente en el alma femenina, es por lo que he defendido con pasión su derecho al sufragio político», o esta otra en la que sostiene que «Los hombres acostumbran hablar de las mujeres guiándose únicamente por prejuicios tradicionales. Creen conocer los secretos del alma femenina, y en realidad no saben nada de nada. Así resultan los eternos engañados».5

Un año más tarde, el 16 de diciembre de 1933, se publicó en ese mismo semanario argentino una extensa y reveladora entrevista, firmada por J. Sánchez de la Cruz, que llevaba por título «Lo que opina una gran española. Clara Campoamor. Interesantes declaraciones sobre la función social de la mujer. Economía. Política. Religión», testimonio único que incluía, además, una fotografía de la propia Clara firmada y dedicada a Caras y Caretas.

A todas luces excepcionales, ambas entrevistas son un diálogo fascinante con Clara Campoamor sobre política, sociología, economía, feminismo, religión, lingüística e idiosincrasia española, en definitiva, sobre todo aquello que hubiéramos querido saber y nunca tuvimos ocasión de preguntarle.

Pero la mayor contribución literaria de Campoamor en la Argentina se encuentra, sin duda alguna, en las páginas de Chabela,revista mensual femenina de la editorial Sopena, donde publicó, entre 1943 y 1945, un nutrido conjunto de ensayos que hoy recuperamos, salvando no pocos obstáculos, para los hijos y los nietos de toda una generación que no pudo leerlos.

Alejada de los escritos combativos y de los alegatos políticos en los que brilló en tiempos de la República, Clara Campoamor nos sorprende ahora con unos ensayos tan diáfanos y rotundos como su propio nombre. Desde un estudio de crítica literaria, «Los tres poetas de Don Juan Tenorio», en el que examina con intuición certera esta figura legendaria, intrínsecamente española, hasta una magnífica oda a los ojos —prodigio de inspiración lírica— titulada «Los ojos, obsesión de poetas», la autora aborda los temas más variados, siempre con esa mirada límpida, con esa lúcida intensidad que son la cifra de su estilo.

Poetas del Siglo de Oro como Quevedo, Góngora o Garcilaso, del Renacimiento como Fray Luis de León o Cristóbal de Castillejo, con sus coplas y amores, y del romanticismo español como José de Espronceda, por citar solo algunos, conviven en esta suerte de antología personal de la poesía hispana de todos los tiempos. Así, el modernista mexicano Amado Nervo, el místico español San Juan de la Cruz, o «la décima musa» novohispana, Sor Juana Inés de la Cruz, primera feminista de América, completan, entre muchos otros, esta vibrante galería de retratos de las letras hispanoamericanas.

Sin embargo, más que concentrarse en una valoración estrictamente literaria, Clara nos habla aquí de las pasiones que fueron la sustancia vital de muchos de los grandes poemas de nuestra lengua: el deseo, la seducción, la obsesión, la traición, el sufrimiento o el abandono. Y, por supuesto, el amor, en sus múltiples formas: platónico, pasional, conyugal, místico… La elección misma de los poetas y de los versos, el hilo de anécdotas y pensamientos —desde los más hondos hasta los más ingeniosos— con que la autora entreteje sus relatos, todo en este libro es personal, todo en él tiene la presencia íntima, casi confidencial, de Clara Campoamor.

Aunque reflexionan sobre la poesía hispanoamericana de un período histórico definido, la belleza y la magia de estos ensayos residen precisamente en su universalidad. Gracias a su densidad emocional, a la pluralidad de sus puntos de vista, pueden entenderse en cualquier época y desde cualquier lugar.

Luego de un exilio sin fin que nunca logró silenciarla, aunque la acallara con la distancia6, la voz de Clara vuelve a resonar en estas páginas, tan nítida como siempre, pero más lírica y cálida que nunca. Y acaso también más romántica.

Una voz que tiene ecos de Machado, de Zorrilla, y de Bécquer, porque basta leer los ensayos que a continuación presentamos para comprobar la verdad que encierra el popular adagio de este último: «podrá no haber poetas, pero siempre habrá poesía».

La copla —en tanto que composición poética— y el amor —en todas sus variantes— definen estos ensayos donde se asoma, por cada resquicio, entre coplas y amores, Clara Campoamor… Una Clara Campoamor iluminada por una luz nueva.

París, octubre de 2018

PROCEDENCIA DE LOS ARTÍCULOS

«Una heroica parlamentaria española. Conversación con Clara Campoamor», entrevista de José María Salaverría, en Caras y Caretas, Buenos Aires, 30 de enero de 1932.

«Lo que opina una gran española. Clara Campoamor. Interesantes declaraciones sobre la función social de la mujer. Economía. Política. Religión», entrevista de J. Sánchez de la Cruz, en Caras y Caretas, Buenos Aires, 16 de diciembre de 1933.

«Y Cristo dijo: ¡Sí, juro!…», Chabela, Buenos Aires, enero de 1943.

«El gigante quebrado», Chabela, Buenos Aires, abril de 1943.

«Federico Balart, poeta del amor conyugal», Chabela, Buenos Aires, mayo de 1943.

«El poeta de Los amantes de Teruel», Chabela, Buenos Aires, junio de 1943.

«Don Diego, el del amor y la sátira», Chabela, Buenos Aires, julio de 1943.

«Don José de Espronceda, un héroe romántico», Chabela, Buenos Aires, agosto de 1943.

«Bécquer y el dolor de amar», Chabela, Buenos Aires, septiembre de 1943.

«Fray Luis de León, el poeta del alma», Chabela, Buenos Aires, octubre de 1943.

«Manuel Machado, o la sed, la pena y la copla», Chabela, Buenos Aires, noviembre de 1943.

«La esperanza y la bondad fueron las musas tutelares de Amado Nervo», Chabela, Buenos Aires, diciembre de 1943.

«Sor Juana Inés de la Cruz, la décima musa», Chabela, Buenos Aires, enero de 1944.

«Bartrina, o el pesimista y su esperanza», Chabela, Buenos Aires, febrero de 1944.

«El talentoso y erudito Luis de Góngora», Chabela, Buenos Aires, marzo de 1944.

«La triste historia del verdadero Don Juan», Chabela, Buenos Aires, abril de 1944.

«El príncipe de los poetas y su sirena», Chabela, Buenos Aires, mayo de 1944.

«El poeta del madrigal inolvidable», Chabela, Buenos Aires, junio de 1944.

«Coplas y amores de Cristóbal de Castillejo», Chabela, Buenos Aires, julio de 1944.

«Fernando de Herrera, el Divino», Chabela, Buenos Aires, agosto de 1944.

«El donoso Baltasar del Alcázar», Chabela, Buenos Aires, septiembre de 1944.

«Los ojos, obsesión de poetas», Chabela, Buenos Aires, octubre de 1944.

«San Juan de la Cruz, el ruiseñor de los poetas», Chabela, Buenos Aires, noviembre de 1944.

«Los tres poetas de Don Juan Tenorio», Chabela, Buenos Aires, diciembre de 1944.

«Quevedo, el poeta enemigo de las mujeres», Chabela, Buenos Aires, enero de 1945.

«El galano marqués de las Serranillas», Chabela, Buenos Aires, febrero de 1945.

«El señor de Batres, poeta de la virtud», Chabela, Buenos Aires, marzo de 1945.

«El enamoradizo don Juan Álvarez Gato», Chabela, Buenos Aires, abril de 1945.

«El último de los trovadores», Chabela, Buenos Aires, mayo de 1945.

«Juan de Mena, primer literato español», Chabela, Buenos Aires, junio de 1945.

«Carvajal, el precursor del Tenorio», Chabela, Buenos Aires, octubre de 1945.

Clara Campoamor

DEL AMOR Y OTRAS PASIONES

CONVERSACIONES

UNA HEROICA PARLAMENTARIA ESPAÑOLA. CONVERSACIÓN CON CLARA CAMPOAMOR

«Si las mujeres mandasen», dice una antigua canción zarzuelera. Pero esto ya se ha realizado, por lo menos en España. Es verdad que todavía no hay una «ministra» en el Gobierno español, pero todo nos induce a presagiar que en un porvenir cercano alguna mujer ha de sentarse entre los ministros de la República. Por el momento hay tres diputadas en las Cortes. Y las mujeres españolas, por una ley de máxima plenitud, pueden desde ahora votar en las urnas como los hombres, participar libremente en los sufragios y elegir a los diputados que ellas prefieran.

¿Cómo se ha consumado semejante prodigio de democracia? La empresa, naturalmente, no ha sido fácil. Ha precisado un poco de heroísmo y la colaboración de un paladín tesonero capaz de todas las obstinaciones, de todas las elocuencias y de la convicción más inquebrantable. ¿Un hombre? No. El paladín del voto femenino en España ha sido una mujer. Ha sido esa mujer que lleva dos nombres tan amables, tan encantadoramente femeniles: Clara Campoamor. La misma que cordialmente accede a aceptar en mi casa mi modesta cena familiar, que yo se la ofrezco en nombre de Caras y Caretas. Así podremos hablar en aire amistoso y franco de una cuestión tan revolucionaria como es la entrada de la mujer española en la nueva política nacional.

José María Salaverría: ¿No le asusta a usted, señorita Campoamor, la grave responsabilidad que ha contraído? Dicen por ahí que ha firmado usted la sentencia de muerte de la República. Muchos aseguran que la mujer española sigue siendo esclava del confesionario, y que solo votará a quienes señalen los sacerdotes.

Clara Campoamor: Todo eso lo conozco. Pero no hago ningún caso de ello. Los hombres acostumbran hablar de las mujeres guiándose únicamente por prejuicios tradicionales. Creen conocer los secretos del alma femenina, y en realidad no saben nada de nada. Así resultan los eternos engañados.

J. M. S.: ¿A pesar de El burlador de Sevilla?...

C. C.: Sí, a pesar del mito de Don Juan. Pero dejemos aparte la literatura. Lo exacto es que los hombres que tratan de política no se han dado cuenta del enorme progreso, de la profunda transformación que se ha operado en estos últimos tiempos en la mujer. Yo rechazo con energía la versión de que la mujer española vive subordinada al sacerdote. En último caso, la que obedezca las inspiraciones del catolicismo no hará otra cosa que cumplir con sus deberes ideológicos, lo mismo que la mujer obrera, al votar por los candidatos socialistas, obedece al mandato de sus principios.

J. M. S.: Como usted sabe, de ahí sacan, señorita, una de sus principales objeciones los adversarios del voto femenino. Suponen que las mujeres españolas se dividen en dos únicas categorías: católicas y proletarias. Según esto, el voto de la mujer hará que el Parlamento se componga casi exclusivamente de diputados reaccionarios y socialistas.

C. C.: Es verdad; así razonan los puros y celosos republicanos. Temen el extremismo de la mujer, y de esos republicanos, en efecto, he recibido en el Parlamento las más furiosas acometidas. Son los que muestran más miedo a las consecuencias de la nueva ley, porque se sienten los menos seguros. Son los que presagian el fracaso de la República ante la conspiración sufragista de las mujeres. ¡No! Si la República tuviera que morir por un azar del destino, no sería por las manos de la mujer. Y porque confío profundamente en el alma femenina es por lo que he defendido con pasión su derecho al sufragio político. Además...

J. M. S.: ¿Aceptará usted un poco de vino en su copa, señorita?

C. C.: No bebo vino, gracias. Además... Hay en esto una cuestión de decoro que no podemos pasar por alto. Después de todas las propagandas democráticas, y cuando creíamos que inaugurábamos un régimen de justicia y de leal libertad, resulta que unos señores se asustan de sus propias ideas y les ponen un límite. Esos señores acuerdan que la mujer no está todavía preparada para el uso de las actividades políticas. Lo cual equivale a declararla irresponsable. Es decir, un ser inferior… ¿Puede consentirse semejante arbitrariedad? ¡Nunca! Si veinte veces se plantease la misma cuestión, veinte veces correría yo a defender con todas mis fuerzas los derechos de la mujer a la igualdad política con el hombre. Por convicción bien razonada, desde luego; pero además, y sobre todo, por decoro.

J. M. S.: Clara, es usted una mujer valiente. Usted misma es el mejor argumento de la causa que defiende. Sabe usted luchar; tiene usted temperamento de luchadora... Esto quiere decir que su vida no ha sido una dulce carrera entre flores.

C. C.: ¡Evidente! Si la vida me ha brindado el regalo de las flores, también es cierto que no se ha olvidado de las espinas. Mi vida puede expresarse con una sola palabra: trabajo. Durante dos años he sido empleada en una oficina de telégrafos; he estudiado a horas perdidas la carrera de Leyes; he trabajado en mi bufete de abogada, al mismo tiempo que pronunciaba conferencias en el Ateneo y discursos políticos en los mítines populares... Pero no me quejo. Como usted puede comprobar, esa vida de lucha y de duro trabajo no ha extinguido ni mi entusiasmo ni mi buen humor.

J. M. S.: Es cierto, señorita. Lo admirable en usted es la ausencia de acritud, la completa eliminación de gravedad, de resentimiento y de pedantería. En eso hace usted justicia al prestigio del eterno femenino. Usted parece aceptar la lucha, no como una penosa fatalidad, sino como una grata obligación de la naturaleza. Así se explica que en el fragor de las contradicciones y ante la furia de tantos intereses partidistas como usted ha venido a defraudar, nunca le ha faltado a usted en el Parlamento la consideración de sus adversarios. Lo cual nos demuestra que la sinceridad y la línea recta pueden ser, hasta en política, el arma que mejor conduce al éxito. Pero es un arma que no se puede escoger...

C. C.: Efectivamente; la sinceridad no se finge. Se es o no se es sincero. En política, otros presumen de hábiles; yo prefiero obedecer a mis impulsos y mis ideas más personales. Para muchos, por ejemplo, podrá ser una enorme habilidad política el promover una revolución con todas las bellas promesas democráticas para luego, a la hora del pago, hacer un oportunista escamoteo con las ideas más esenciales. La República nos prometió a las mujeres la igualdad de derechos con el hombre. Yo no he querido transigir con los oportunistas. Y eso es todo.

J. M. S.: Ahora solo nos queda esperar que la experiencia hable con su lenguaje preciso. Las primeras elecciones que se celebren nos dirán si ha acertado usted o si ha cometido un error. Por mi parte, yo creo que vale la pena poner a prueba a la mujer española. ¿Hay algún otro pueblo latino que conceda el voto democrático a la mujer?

C. C.: Ninguno. España es la primera nación latina que arrostra esa experiencia. Y yo tengo la convicción de que las mujeres españolas serán dignas del honor y la responsabilidad que se les ha conferido. Pronto se han de ver los resultados. Con la intervención directa de la mujer, la política en España va a transformarse profunda y radicalmente.

J. M. S.: Que la transformación sea para mejorar, señorita. ¿Un cigarrillo?...

C. C.: Sí, vamos a fumar. Gracias...

LO QUE OPINA UNA GRAN ESPAÑOLA. CLARA CAMPOAMOR. INTERESANTES DECLARACIONES SOBRE LA FUNCIÓN SOCIAL DE LA MUJER. ECONOMÍA. POLÍTICA. RELIGIÓN

Clara Campoamor es una de las mujeres que han figurado en las Cortes Constituyentes. Ha ganado sus posiciones por riguroso «orden de méritos». Hija de periodista —y del gremio ella misma—, a la muerte del padre se encontró frente al problema económico de la vida. Lo resolvió optando a una modesta plaza de telegrafista, que ganó después de pasar por los exámenes y pruebas que en Europa condicionan el ingreso a las carreras administrativas. Después, en 1925, obtuvo su título de abogado.

Ha estado en Praga, Berlín, Ginebra y otras urbes culturales o políticas, siempre entregada con preferencia a la defensa de los derechos femeninos; sin perjuicio de interesarse en la solución de otros problemas de orden más general, como miembro del partido acaudillado por el señor Lerroux, y como persona atenta a todas las sugestiones de la vida colectiva.

La señorita Campoamor está sentada en su despacho, atendiendo el teléfono y repasando al mismo tiempo la correspondencia. La habitación está amueblada sobriamente, dominando en todo el tono oscuro. Solo dos rasgos femeninos se ofrecen a la curiosidad del reporter: las uñas barnizadas de la entrevistada y un ramo de flores en un búcaro...

Opinión sobre la mujer española

«Desde el punto de vista social —nos dice la doctora Campoamor—, la mujer española ha dado pasos decisivos en poco tiempo. Aquí mismo, en Madrid, hace menos de una década que se destacaba en la prensa, como un fenómeno raro, el hecho de que las mujeres asistiéramos a las comidas o banquetes con que se celebraba algún acontecimiento político, artístico o de otro orden cualquiera. Los reflejos aportados por el cine (espectáculo no siempre encauzado de la mejor manera) han dado a la mujer española, probablemente, la visión de otro tipo de vida más independiente y han originado una transformación amplia en el cuadro de las costumbres. Estamos, pues, en un terreno que llamaríamos de esperanza, ya que una vez que lo consuetudinario cristalice en las leyes, el panorama será más halagüeño y justo para el sexo al que pertenezco.

Claro es que, chocando con el anhelo de libertad (mejor percibido en Madrid que en provincias, como centro donde se recogen todas las vibraciones de la vida nacional) está nuestra vetusta legislación. Los conceptos arcaicos sobre limitación de derechos femeninos se reflejan de manera perfecta en nuestras leyes, y solo una reforma profunda de estas en ese particular podrá llevarnos a la deseada identidad de derechos políticos y civiles con el hombre; completando el cuadro con la práctica activa y racional de esas conquistas, a fin de no caer en la paradoja de contar con una legislación adecuada y una falta de amplitud de espíritu para servirse de la misma. He ahí la tarea de organismos como la Asociación Universitaria Femenina Española, que me honro en presidir y que está adherida a la International Federation of University Women, encargados por definición y por su misma razón de ser de preparar a la mujer para la práctica integral de todos sus derechos.

El exministro Albornoz dejó en cartera un proyecto de leyes destinadas al logro o reivindicación de una parte de estas aspiraciones; y si estas todavía no han tomado forma concreta, habrá que esperar que, una vez apaciguadas las pasiones políticas y bien cimentado el régimen actual de gobierno, uno de sus frutos naturales será conceder a estas cuestiones la trascendencia que tienen e incorporar a los códigos lo que ya está plasmado en los espíritus y exige el decoro femenino.»

La mujer en la lucha por la vida

«La lucha por la vida. El argumento decisivo ha sido siempre ese: que el puesto de la mujer está en el hogar. Pero ¿quién garantiza a la mujer ese hogar? Son innumerables las causas que pueden influir para que la mujer carezca del mismo, si no acierta a construirlo con su propio esfuerzo. Además, los problemas económicos se han agudizado de tal modo en nuestra época que son incontables las mujeres que de la noche a la mañana podrían verse en dilemas bochornosos para subsistir, si no tuvieran disciplina para el trabajo y un mínimo de aptitudes para desenvolverse; y no se me objetará que la misma pericia en las tareas domésticas pueda constituir una solución, pues muchos padres y maridos no desearían para sus hijas y esposas el menester de cocineras o mozas de servicio, colocadas en la encrucijada de tener que bastarse a sí mismas.